HISTORIA DE UNA NOCHE CUALQUIERA El taxi estaba a punto de arrancar. Ella, ya no aguantaba ni un mísero minuto más en aquella endiablada casa. Afuera llovía a mares, tanto que parecía que de un momento a otro las alcantarillas iban a reventar. Aún así, tuvo el valor de echarle otro vistazo furtivo a la casa, sabiendo que nunca iba a volver allí, ¡nunca! Sus manos temblaban aún más que otras veces, pero aquella vez tendría el valor de irse definitivamente. Lo juró. Y por fin, de sus labios nerviosos surgieron unas palabras de entre los sollozos, las palabras que le darían su ansiada libertad que le había sido confiscada hacía tres años. Cuando el coche comenzó a moverse un escalofrío le surcó toda la espalda, haciendo que comenzara a llorar. Traía la cara maquillada, no en exceso, pero sí lo suficiente como para ocultar ciertas cosas. Su pelo castaño se encontraba peinado hacia delante, no por nada, pero prefería que en las escasas veces que salía a la calle la mirasen por los pelos de loca, que por las cicatrices de la frente. Su ropa era realmente vieja, ajada. Pero aún así conseguía que no pareciese una vagabunda. En el centro del cuello izquierdo de la camisa, había gotas de sangre, que pingaban de una herida, que todas las noches se volvía a abrir. Su pantalón acampanado, al sentarse no le tapaba toda la pierna y por esa parte que el pantalón no cubría se conseguía ver los que era el principio de una gran magulladura, que se extendía casi por toda la pantorrilla. -Disculpe señora –dijo el taxista que era un hombre joven de pelo largo, ojos claros y con un gran mostacho- ¿a dónde me a dicho que la llevara? -A cualquier lado, me da igual, a una comisaría, la que más lejos esté de aquí. Dése prisa, por favor, no quiero que me vuelva a coger por el camino. El taxista la miró extrañado. Se encogió de hombros y se puso a conducir, mirando cada poco por el retrovisor hacia la mujer. Él estaba preocupado, y no sabía que hacer ni que pensar, pues, la mujer había comenzado a llorar. El trayecto era bastante largo. Iban a cruzar casi todo Madrid para llegar a una comisaría de mujeres. Ya era noche cerrada, y la lluvia continuaba cayendo. Los automóviles ya llevaban los focos encendidos y la poca gente que paseaba, lo hacían ataviados con grades chaquetones o tapados con enormes paraguas. -La carrera va a ser bastante larga –inquirió el taxista- ¿quieres que ponga algo de música? La mujer dudó un tiempo, y al final pudieron surgir unas palabras: -¿Qué tienes? -Cosas de los setenta, ochenta: Bob Dylan, Los Rollings, Bruce Springsteen, Eric Clapton, y algo más actual, como Revolver. -¿Qué disco tienes de Bob Dylan? –respondió. -Solo uno. “Desire” -Ponlo por favor. -De acuerdo. Así lo hizo. El disco comenzó con una canción. “Hurricane” El tráfico era endiablado, lo que hacía que el taxi se moviera muy lentamente poor la ciudad, cosa que era una adversidad más para la pobre mujer. La música seguía sonando en el interior del taxis, haciendo de telón de fondo para la historia. Ésta parecía que hubiera relajado bastante a la mujer y al taxista que ya marcaba el ritmo con la mano en el volante. Por fin el hombre, tuvo el valor de decirle las palabras que quería haber dicho desde que la vio entrar en el coche: -¿Ha sido su marido, verdad? La mujer tardó bastante en contestar, rebuscando en su mente si lo iba a decir o no. -Sí, de él es de quien huyo, ...tengo miedo. -Me llamo Guillermo ¿Y usted? -Patricia... ¿cómo ha sabido que huía? -Lo intuí. Su mirad, su ropa, su magulladura. Sé lo que le está pasando, mejor dicho, me lo imagino, a mi madre le pasaba lo mismo... ¿tiene hijos? -No, por el momento, pero estoy embarazada, y más que por mí huyo por lo que está en mi interior, no quiero que sufra, ni que le pase algo malo. -Hace bien Patricia, hace muy bien. Yo lo sufrí y no es una buena experiencia. -¿Lo pasaste mal? –preguntó ella, interesándose cada vez más en la historia de aquel taxista. -Sí. Pero peor que yo lo pasó mi madre, y mi hermana. A mí, solo me tocaba verlo, no sentirlo. -No sé qué decir. -Yo tampoco sabría, si me encontrara en la misma tesitura que usted. Es mejor hablarlo, aunque este no sea el momento oportuno para hacerlo, me temo. -¿Queda mucho?-preguntó ella. -Unos veinte minutos –respondió- es todo culpa de este maldito tráfico. Patricia, volvió a mirar por la ventana, cuando el taxi paró en un semáforo. Miró a los viandantes, de entre los cuales, se fijó en una pareja joven, discutían. La chica no tendría más de quince años, y el chico diecisiete. Pasaban desapercibidos entre la multitud, eran chicos corriente. Pero la discusión, finalizó cuando el chico le amenazó con un bofetón, ella comenzó a llorar del susto. Él le pidió disculpas, la besó y se fueron de allí tan rápido como pudieron, para que la gente no les mirase. Pero aquello no importaba, ya había habido gente que los oteó desde un taxi. -¿Lo has visto? –le preguntó a Guillermo. -Sí. Eso es algo normal en la calle. Yo lo veo casi todos los días con mis vecinos, me debería asustar, porque así se empieza, y luego se acaba..., bueno, ya sabes como se acaba. -Demasiado bien –respondió secamente- la música de Bob Dylan la comenzaba a agobiar bastante, así que pensó que era hora de cambiar de autor, algo que entendiera¿puedes cambiar de disco? -Claro. ¿Qué quieres? -Algo en español. -Solo tengo discos de Revólver. -Pues ponme Revólver, el disco que más quieras, no conozco nada de él. -Ok, La Calle Mayor, muy bueno, en mi opinión, en especial el tema principal, grabado con Roy Bittan, de la E.Street Band, la banda de Bruce Springsteen. –Mientras decía esto, la miró por el retrovisor de auto. Tenía un gesto de desdén en la cara, y no prestaba atención a sus explicaciones- A mí la música me ayudó a superar la muerte de mi madre y mi hermana, me quedé solo en la calle. Entonces Patricia sí puso interés en lo que Guillermo le contaba. Levantó la cabeza y dijo: -Fue tu padre ¿verdad? -Sí, el muy cabrón. -Cómo te enteraste. -Lo recuerdo bien. Yo venía del instituto a eso de las tres menos veinte porque estaba bastante cerca de casa y al llegar a la puerta, vi pisadas ensangrentadas, aquello me olía bastante mal porque sabía que mi padre podía llegar a matarlas, así que abrí la puerta de casa lentamente y vi lo que nadie quiere ver cuando aún es adolescente, a mi madre muerta bañada en sangre. Más atrás estaba mi hermana, en la misma situación. – Guillermo comenzó a llorar. -No hace falta que sigas –dijo Patricia al ver lo mal que el taxista lo estaba pasando. -Lo sé, pero es una cosa que necesito hacer. Hace mucho que no recordaba, cosa que hice mal, porque eso no se puede olvidar. Después de esto no recuerdo nada más, me desmayé y cobré el juicio en el hospital. De allí me llevaron a casa de los tíos de mi madre, ya que mi padre se suicidó en el garaje. Pero me escapé de su casa con una guitarra eléctrica que me habían comprado, y lo hice más por ellos que por mí porque su pensión era para tres. En la calle intenté ser un nuevo Springsteen, pero no lo conseguí ya que no tenía ni banda ni nada, así que me puse a currar hasta que conseguí este taxis, que no es un mal trabajo, da para vivir honradamente, tener un piso y salir al cine algún que otro sábado. El silencio que hubo en el taxi fue eterno nuevamente. Pero se vio otra vez destruido por Patricia. -¿Crees que he hecho bien? -Por supuesto, ¿por qué lo preguntas?- respondió. -Dudo, tengo miedo. Sé que mi marido puede estar aquí a la puerta y matarme. O que me busque por la calle, es un gran cabrón, tampoco sé si tendré trabajo si podré sustentar a mi hijo si no encuentro trabajo, o si sale mal el juicio, no sé... -Tampoco yo qué responderte. En mi opinión lo deberías hacer por tu hijo o hija, deberías irte lo más lejos posible para evitar riesgos pero piensa rápido porque estamos llegando. -Voy a denunciarle y a divorciarme de él, tienes razón mi hijo no se merece un padre así. Cinco minutos después el taxi paró a las puertas de la comisaría. Era un edificio alto, típico de una gran ciudad, Patricia, antes de bajarse, miró a ambos lados de la acera para ver si alguien la había seguido y, posteriormente, se volvió hacia Guillermo. -Gracias por ayudarme Guillermo, estoy muy agradecida de ti, ¿cuánto te debo? -La carrera es gratis me has ayudado tu también mucho, hacía años que no pensaba en lo que había sucedido con mi hermana y con mi madre. Espero que tengas suerte, que el destino te trate mejor de lo que te ha tratado estos años, y que tu hijo no sufra lo mismo que me pasó a ti y a mí. -Adiós –dijo ella. -Hasta otra –respondió. El taxi aceleró y se incorporó a la calzada, y ella se introdujo en la comisaría a través de unas grandes puertas de cristal. Ambos se perdieron en aquella gran multitud, en aquella ciudad de coches, fábricas, jardines, calles plazoletas, farolas, animales, plantas y personas. Personas que todas ellas tienen una historia que contar, quien más y sus menos, que no son otra cosa que el relato de su vida. Vida que todos nosotros y nosotras tenemos derecho a disfrutar sin depender de que seamos hombre o mujer. SPRINGSTANDO DE BRUCES ALUMNO: PELAYO MARTÍNEZ BEIRO IES: CUENCA DEL NALÓN