ECONOMIA Y ESTADO RESUMEN: La ética natural y católica establecen como finalidad específica del Estado el bien común. La Doctrina Social de la Iglesia no sólo admite la existencia del bien común, distinto del bien particular de los gobernados, sino también lo ha explicitado en las palabras de Juan XXIII que dijo “el bien común abarca el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo conveniente y pleno de su propia perfección”. De lo expuesto precedentemente se deduce que los gobernantes deben procurar dicho bien común por las vías necesarias y adecuadas, de tal forma, que respetando una recta escala de valores, permitan que el ciudadano se realice integralmente en el campo de lo material y de lo espiritual. El Estado debe legislar, administrar y juzgar conforme con la recta razón y el ordenamiento natural de las cosas, por lo tanto, las relaciones económicas dentro de una sociedad, implican la intervención de la autoridad política por ser parte trascendente del bien común general y permitir que los principios que regulan la actividad económica, deben estar al servicio del desarrollo humano, no sólo en la producción de bienes y servicios, sino, en la justa distribución de los mismos. Juan Carlos Vacarezza Contador Público Nacional Universidad Nacional de Lomas de Zamora Facultad de Ciencias Agrarias Facultad de Ciencias Económicas Ruta Nacional Nº 4 – Km. 2 1836 Lavallol – Pcia. Bs. As. E – MAIL : agrarias@unlz.edu.ar El estado puede definirse como un ente natural y necesario, integrado por personas y entidades, política y jurídicamente organizado, dentro de límites territoriales, con plena soberanía interna y externa, constituyendo de esta manera una categoría histórica, jurídica y filosófica. Desde la visión aristotélica el Estado es la mejor organización de la sociedad para afirmar el ideal de justicia, y en la concepción jurídica moderna se definiría como la nación jurídicamente organizada. Cabe destacar que la vida en sociedad del hombre es un impulso natural, querido por el Creador de la naturaleza, permitiendo que las partes integrantes, conserven su propia acción, uniéndose con la intención natural de procurarse un orden y un “bien común” que le permita realizarse espiritual como materialmente. El hombre tiende a vivir organizado, no importa cual es el grado de eficiencia de esa organización, por lo tanto, el Estado ( bajo las distintas formas que adopto históricamente) es naturalmente necesario para la vida en sociedad. El Estado debe ser la expresión genuina de la sociedad a la que debe servir y debe representar los intereses comunitarios, sin tener en cuenta que forma de gobierno adopta, ni los apremios circunstanciales. Es importante destacar la relación exacta que existe entre Estado y comunidad, ya que no es un episodio externo a la misma, el mismo es el núcleo central, el cerebro, el sistema nervioso de la sociedad; es decir que una comunidad sin Estado, no tendría conciencia en sí misma y carecería integralmente de dimensión histórica. El Estado es el heredero de esa conciencia social, es el hilo conductor de la misma en el presente hacia el futuro. La ética católica establecen como finalidad específica del Estado el bien común, la Doctrina Social de la Iglesia hace una distinción concreta entre el bien particular de los integrantes de la comunidad, del bien común social y así lo explicita Juan XXIII en Pacern in Terris “El bien común abarca el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo conveniente y pleno de su propia perfección”. El Estado debe estructurar las condiciones necesarias y suficientes para que cada integrante de la comunidad pueda alcanzar su plena realización personal, no sólo material, sino especialmente espiritual, para recorrer el camino hacia su propia perfección. El mismo está al servicio de la persona humana y no a la inversa y debe procurar que la prosperidad pública alcance a todos los integrantes de la sociedad y que estos puedan contar con lo necesario para el vivir cotidiano. Dice Santo Tomas en Contra Gentiles “Pues para un perfecta contemplación –felicidad del hombre- se requiere la integridad corporal, que es el fin de todas las cosas artificiales necesarias para la vida. Requiérese también el sosiego de las perturbaciones pasionales, que se alcanza mediante virtudes morales y la prudencia: y también el de las perturbaciones externas que es lo que persiguen en general el régimen de vida social. De modo que, bien advertidas las cosas, todos los oficios humanos parecen ordenarse a favor de quienes contemplan la verdad” Juan XXII escribe en Pacem in Terris “Hemos de hacer aquí una advertencia a nuestros hijos: el bien común abarca a todo el hombre, es decir, tanto a las exigencias del cuerpo como a las del espíritu . De lo cuál se sigue que los gobernantes deben procurar dicho bien por las vías adecuadas y escalonadamente, de tal forma que, respetando el recto orden de los valores, ofrezca al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu”. De lo expuesto precedentemente se infiere que el bien común que debe procurar el Estado a la comunidad que lo constituye, es aquél, que le permita a cada integrante gozar del conjunto de condiciones que la permitan alcanzar su realización material y la vida superior del espíritu. Cuando existan intereses contradictorios entre el bien común y el bien particular, sin lugar a dudas debe prevalecer el primero, como nos enseñara Santo Tomas en Suma Teológica “El bien común de la ciudad y el bien singular de una persona no difieren solamente según lo mucho o poco, sino según una diferencia formal. Porque una es la razón del bien común y otra la del bien particular, como una es la razón del todo y la otra la de la parte” Es importante destacar que el bien común no se opone al bien propio, pero sí, al bien particular, debiendo los integrantes de la comunidad nacional, subordinar su actitud ética y moral a este bien común. El Estado como custodio de los principios que garantizan a la sociedad toda, su normal desenvolvimiento, debe transitar el permanente camino hacia la perfección del orden público, que entendido en esta concepción, no es otra cosa, que un acabado sinónimo del bien común. El Papa León XIII en la Encíclica Rerum Novarum señala con claridad meridiana que “una sana teoría del Estado” es indispensable para asegurar el libre desarrollo de las actividades humanas, las espirituales y materiales, entre las cuales debe existir una relación indispensable”. En un pasaje de la misma Encíclica el Papa se refiere a la organización estructural de la sociedad, haciendo alusión a al división de los poderes del Estado en – legislativo, ejecutivo y judicial-, ordenamiento que refleja sin lugar a dudas, una visión “realista de la naturaleza social del hombre”. El Estado debe propiciar que se den las condiciones necesarias para la promoción del ser humano, permitiendo que el mismo se forme en verdaderos ideales sustentados por su destino trascendente, permitiendo la formación de estructuras organizativas de participación y de corresponsabilidad. Cuando nos encontramos ante Estados que carecen de valores trascendentes y donde priman el agnosticismo y el relativismo, convirtiéndose estos en filosofía y actitud fundamental de la acción de gobierno, los mismos van tejiendo caminos que los acercan con facilidad a totalitarismos visibles o encubiertos, políticos ó económicos, como el transcurrir de la historia, así, lo demuestra. El Concilio Vaticano II respecto de la promoción del bien común explicita”Al mismo tiempo crece la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas las cosas y sus derechos y sus deberes son universales e inviolables. Por tanto, es preciso que todo lo que el hombre necesite para llevar una vida dignamente humana se le haga asequible como son: el alimento, el vestido, la habitación el derecho de elegir libremente un estado de vida, el derecho de fundar una familia, el derecho a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una debida información: derecho a obrar según la recta norma de su conciencia, derecho a la protección de su vida privada y una justa libertad incluso en el campo religioso. Así pues, el orden social y sus progresos, deben siempre derivar hacia el bien de las personas, ya que la ordenación de las cosas esta sometida al orden de las personas y no al revés, como dio entender el Señor al decir que el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Cfr.Mc 2, 27). Ese orden se ha de desarrollar día en día, se ha de fundamentar en la verdad, construir en la justicia y vivificar con el amor: y deberá encontrar en a libertad su equilibrio cada vez más humano. Más para que se llegue a esas conquistas se han de renovar antes las mentes y se han de introducir profundas modificaciones en la sociedad” Que organización que no fuera el Estado, puede hacer posible, que se den las condiciones necesarias para garantizar la dignidad humana, sustentado en una ética social que promueva la misma y se oriente hacia el bien común y a su vez ser un instrumento de conducción de situaciones esenciales, que permitan al hombre alcanzar plenamente su realización integra en lo material y en lo espiritual El Estado debe ser el factor que permita el equilibrio entre los intereses sectoriales y los intereses sociales y su papel estratégico es insustituible cuando la comunidad necesita expresar las cosas profundas de su cultura, de la calidad de vida que quiere y de su dirección económica. Las consideraciones generales que hemos analizado, se reflejan sobre el papel del Estado en la actividad económica, tal como lo explicitara el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Centecimus Annus escrita en conmemoración del centenario de la promulgación de la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII “La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quién trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles basados en actividades ilegales o puramente especulativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico”. De lo expuesto se infiere la misión fundamental del gobierno, que es la de proteger el orden social, garantizando la seguridad en todas sus acepciones, como así también, extender su campo de acción, combatiendo el fraude, la violencia y el delito; sin importar las formas y características que los mismos adquieran, en aras, de posibilitar el desarrollo económico de los integrantes del cuerpo social. A continuación la Encíclica nos aclara “Otra incumbencia del Estado es de vigilar y encauzar ejercicio de los derechos humanos en el sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad. El Estado no podría asegurar directamente el derecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos, sin estructurar rígidamente la vida económica y sofocarla libre iniciativa de los individuos. Lo cual, sin embargo, no significa que el Estado no tenga ninguna competencia en ese ámbito, como han afirmado quienes propugnan la ausencia de reglas en la esfera económica. Es más el Estado tiene el deber, de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis”. En estos párrafos el Santo Padre resalta dos tipos de responsabilidades, en primera instancia, de la persona, desde su individualidad, ó en el marco de formar parte de las entidades comunitarias y en segundo lugar la responsabilidad estatal (más en un mundo globalizado), que sin llegar a ser un intervencionismo puro, cuando las circunstancias así lo determinen, deberá desarrollar actividades en las áreas que corresponda, para permitir el ejercicio libre de los derechos humanos en el campo de la economía La Encíclica nos sigue enseñando”El Estado tiene. Además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiados débiles o vías de formación, sean inadecuados para su cometido. Tales intervenciones de suplencia, justificadas por razones urgentes que atañen al bien común, en la medida de lo posible deben ser limitadas temporalmente, para no privar establemente de sus competencias a dichos sectores sociales y sistemas de empresas y para no ampliar excesivamente el ámbito de intervención estatal de manera perjudicial para la libertad tanto económica como civil”. Más adelante la palabra del Sumo Pontífice nos dice”...Deficiencias y abusos del mismo derivan de una inadecuada comprensión de los deberes propios del Estado. En ese ámbito también debe ser recuperado el principio de subsidiaridad. Una estructura social de orden superior no debe inferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayuda a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común”. La Santa Palabra nos infiere, la importancia de la intervención del Estado en el área económica, cuando los procesos monopólicos u otras circunstancias, derivan en un sistema económico que beneficia casi exclusivamente a pequeños grupos, sin presentar ventajas para la mayoría de la comunidad. Sin embargo, aclara sobre la temporalidad de la intervención, resalta el principio de subsidiaridad y explicita la necesidad imperiosa de armonizar el camino hacia el bien común. En el camino de análisis trazado, nos parece importante destacar la palabra del Concilio Vaticano II (Constitución Gadium Et Spes nª 63 “También en la vida económica y social la dignidad de la persona humana y su vocación integral, lo mismo que el bien de la sociedad entera, se han de respetar y promover, ya que el hombre, autor de toda la vida económica y social es su centro y fin. Como cualquier otro campo de la vida social, la economía moderna se caracteriza por un creciente dominio del hombre sobre la naturaleza, por la multiplicación e intensificación de las relaciones y de la interdependencia entre los ciudadanos, grupos y pueblos y por la frecuencia creciente de las intervenciones de los poderes públicos. Al mismo tiempo el progreso de las técnicas de producción y una mejor organización de los intercambios y de los servicios han convertido a la economía en un instrumento capaza de satisfacer mejor las crecientes necesidades de la familia humana” Siguiendo en está línea expresa una profundad inquietud por la realidad económica: ”En un momento en que el desarrollo de la vida económica, con tal que se dirija y ordene de manera racional y humana, podrá mitigar las desigualdades sociales, con demasiada frecuencia trae consigo un endurecimiento de ellas y a veces hasta un retroceso en las condiciones de vida de los más débiles y un desprecio a los pobres. Mientras muchedumbres inmensas carecen de lo estrictamente necesario, algunos, aún en los países menos desarrollados, viven en la opulencia o malgastan sin consideración, El lujo pulula junto a la miseria”. La realidad nos demuestra que la economía debería estar al servicio de la humanidad y que sin embargo, esto no sucede. Es desde este lugar, donde planteamos la relación entre ética y economía, que es la inevitable vinculación entre las necesidades y las riquezas (campo propio de la economía) y la educación de los deseos (campo propio de la ética), El orden de la economía se refiere al orden de los medios, pero este no puede desvincularse del orden total de los fines, que es el orden moral. El criterio que sustenta lo fundamental y fundante de toda actividad es la promoción de lo humano en su dignidad como persona. La realización de la persona humana, en cuanto individuo y miembro de la sociedad, constituye el centro y el criterio definitivo mediante el cual se juzga la ética y la moral de cualquier institución. De lo expuesto se infiere, que los principios económicos, si bien tienen autonomía por su carácter científico, no pueden prescindir de la ética, a pesar, de que existen criterios que sostienen que la Teoría Económica es una ciencia positiva, a la que no alcanzan los juicios de valor sobre lo justo o injusto y por lo tanto, tiene independencia funcional de la misma. Es imposible pensar en una comunidad influida únicamente por sus relaciones económicas, y pensar que estas puedan constituirse en el centro de gravedad de la actividad humana, alejada a esta última del compromiso de un destino trascendente y de la persecución del bien común. La economía debe facilitar a cada hombre, la obtención de los medios y las condiciones para su desarrollo integral como persona; y debe estar subordinada al orden moral del que surge el modo y el ámbito para que este al servicio del ser social, no deben adoptarse decisiones económicas que puedan destruir la finalidad esencial que el hombre pueda realizarse en plenitud. Los principios que regulan la actividad económica deben estar al servicio del desarrollo humano y del progreso general, no sólo en la producción de bienes y servicios, sino, en la justa distribución de los mismos. El Estado debe asumir su responsabilidad ética-social, como tutor del bien común, de intervenir en la actividad económica sin, por ello cortar la libre iniciativa de los individuos y las organizaciones. Como institución fundacional de la sociedad, el Estado, debe sustentar su acción, en la ética y la moral, pilares básicos, que impiden el deterioro funcional del mismo, de manera tal, que pueda ejercer su indelegable función solidaria y subsidiaria y pueda establecer normas claras para el funcionamiento económico, así como sanciones ejemplificadoras, ante el incumplimiento de las mismas En la medida que la economía y las finanzas mundiales se globalizan, se necesitará de definiciones estratégicas, parafraseando a Juan Pablo II en -La Iglesia en América- “. ..20-.sí la globalización se rige por la meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias delos poderosos, lleva a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de ciertos servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de las diferencias entre ricos y pobres y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más acentuada. La iglesia, aunque reconoce los valores positivos que la globalización comporta, mira con inquietud los aspectos negativos derivados de ella...”. A continuación en Globalización de la Solidaridad -55- agrega “... La economía globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse de una economía globalizada, y ante las exigencias del bien común internacional. En realidad –la doctrina social de la Iglesia es la visión moral que intenta asistir a los gobiernos, a las instituciones y las organizaciones privadas para que configuren un futuro congruente con la dignidad de cada persona. A Través de este prisma, se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones , a la corrupción de la política interna y a la discriminación dentro de la propia nación y entre las naciones...” El Estado al tener el deber de conservar, defender y ampliar los intereses comunitarios, es decir, estar en la búsqueda permanente del bien común, nunca podrá limitarse en su accionar, a cumplir un papel de observador indiferente.