Economía sin política no existe

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Economía sin política no existe
Nicolás Lynch
Son varios los analistas críticos con el estado de cosas actual en el Perú que hacen una
división entre lo bien que nos iría en la economía y lo mal que estaría nuestra política, como si
pudiéramos dividir, alegremente, la una de la otra en la explicación de la situación nacional (ver
Fernando Rospigliosi, La República 18/10/09).
La profunda crisis de representación por la que atravesamos, que es uno de los ejes de la
quiebra política actual, tiene una de sus raíces fundamentales en la imposición de una programa
económico neoliberal en la década de 1990, que inagura Fujimori pero que continúan Toledo y
García. Este programa era una de las salidas al descalabro económico al que el primer García
había llevado al Perú, pero no la única. Se escogió la receta brutal porque era la más rentable
para los ricos, en un momento en que los pobres, por la división de la Izquierda Unida, las
sucesivas derrotas del movimiento popular y el constante asedio terrorista, no tenían posibilidad
de reaccionar.
Este programa de ajuste lo impuso Fujimori, todavía como Presdiente democrático, en
agosto de 1990, pero lo hizo traicionando el mandato con el que había sido elegido. Esta traición
inicial no fue, sin embargo, suficiente, tuvo necesidad de un golpe de Estado para afirmar su
poder y cambiar las reglas de juego. Lo que sucedió de allí en adelante fue una masiva
expropiación de bienes públicos y sociales (los derechos de los trabajadores) a favor de un
puñado de empresas privadas nacionales y extranjeras que reconcentraron los recursos en una
economía que siempre había sido concentrada y reprimarizaon su carácter promoviendo la
inversión en la exportación de materias primas.
Pero este funcionamiento económico fue posible porque, en especial desde el golpe de
Estado, se estableció una relación entre los grandes empresarios y el poder de turno que se ha
caracterizado porque la ganancia no está determinada por la productividad de los factores de
producción sino por la cercanía con el poder político. He llamado a esta economía política de
nuestro tiempo “capitalismo de amigotes”, para señalar una relación perversa entre economía y
política que impide nuestro desarrolle y nos lleva a la república de la corrupción.
Para cambiar la situación no se necesitan solo afeites institucionales, de por sí
indispensables, sino una nueva economía política, donde exista la posibilidad del Perú como
nación y no solo la consabida pandilla de lobistas, chuponeadores, políticos de ocasión y
empresarios ávidos del negocio rápido.
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