AUTODETERMINACION. Ideología e Historia JOSÉ Mª RIPALDA “Autodeterminación” es para todas las lenguas ibéricas una palabra de uso reciente y “artificial”, que mezcla el griego “autós” y el latín “determinatio”. Su contenido es ideológico ; pertenece al vocabulario abstracto y angelical de la política. Pero en el siglo XX ha pasado al Derecho, con lo que ha recibido usos más precisos. Su historia seguramente puede ayudarnos a discernirlos. Ideología, Derecho e historia serán las tres primeras etapas de nuestro recorrido. I. La ideología ilustrada El sentido etimológico de “autodeterminación”, determinarse por sí mismo, pone inmediatamente en la pista de Kant, un Kant que condensa la Ilustración dieciochesca en su versión más poderosa y armada conceptualmente. Se trata de la capacidad del individuo para decidir de su propia vida, incluyendo en un lugar principal aquello que todavía le negaba el Antiguo Régimen : la capacidad política. La fundamentación de este derecho era la dignidad racional del individuo, que, como razón práctica y teórica, se constituía al nivel de lo general, por encima de las pretensiones egoístas del privilegio y de las estrechas limitaciones de lo acostumbrado. 1 No se puede ignorar que esta concepción fue un instrumento en la lucha política por la revolución burguesa, mientras que hoy se enmarca en una restauración postmoderna tanto de términos ilustrados (mercado, derechos individuales, sociedad civil, libertad) como de las concepciones individualistas que atacaron el comunitarismo del Antiguo Régimen y hoy forman parte del societarismo capitalista. Así según el norteamericano Arthur M. Schlesinger “la libertad individual, la democracia política y los derechos humanos” no son sólo la condición indispensable de toda política, sino que representan las “grandes ideas unificadoras de Occidente” frente “al tribalismo y el fanatismo” africanos. Tras esta proclamación de liberalismo democrático está la exigencia de asimilación y sumisión al pattrón WASP (blanco, anglosajón, protestante), es decir : la transformación de los inmigrantes a Norteamérica en unidades individuales conformes con los “valores americanos” y, más en general, la sumisión de toda personalidad colectiva que pueda ofrecer un punto de roce o inquietud a esa hegemonía establecida. Naturalmente no han faltado en el mismo Estados Unidos quienes , como el marxista Stanley Fisch, han visto y denunciado esta operación. Pero en España no sólo el neoliberalismo oficial, sino la mayor parte de la izquierda hace -no tanto- tiempo que se ha apuntado a la democracia en su calidad de “idea unificadora”. 1 Dos generaciones después de Kant Marx exponía que el individuo, más que sede de la razón y fuente autónoma de sí mismo, era una resultante de actuaciones colectivas -y antagónicas entre sí- vinculadas a la subsistencia económica. Simultáneamente Darwin rompía la divisoria racional trazada por la escolástica cristiana frente al reino animal. Otras dos generaciones más tarde, y Freud era aún más duro, si cabe, con el prejuicio kantiano : la autodeterminación no era sino el autoengaño en que se constituye el individuo burgués, a fuerza de reprimir la consciencia, en el fondo tan real como indeseada, de que no controla la realidad que lo constituye. El resultado según Freud es la cristalización moderna de la individualidad burguesa como una patología específica. 1 Vid. Austin Sarat, Roger Berkowitz, Diferencias destructivas. El reconocimiento, la asimilación y la ley norteamericana. En : D. J. Greenwood, C. J. Greenhouse (eds.), Democracia y diferencia. Cultura, poder y representación en los Estados Unidos y España. Madrid : UNED, 1998, ps. 261-306. 2 Comentario: Pese a estas críticas aniquiladoras la individualista noción ilustrado/kantiana de autodeterminación sigue sirviendo de referencia crítica frente a la opresión no sólo de los individuos, sino especialmente de colectividades ; sobre todo, para darle la dimensión positiva y no polémica, sirve para aludir a proyectos políticos constituyentes no previstos en los actuales Estados nacionales. Ello se debe en primer lugar a la trasposición que hizo el Romanticismo de rasgos individuales a las colectividades históricas. Esta visión de los pueblos como individualidades colectivas surge a finales del siglo XVIII. Herder ve al pueblo alemán, pese a estar dividido y sometido políticamente -y precisamente por eso- , como una individualidad consistente y entrañable ; 2 las guerras de “liberación” contra Napoleón traspondrán esta visión nostálgica y compensatoria a lo político. Hay que tener en cuenta que hasta bien entrado el Romanticismo la noción ilustrada de “pueblo” apenas había tenido otro sentido político que el de una evocación (virtualmente) opuesta a la autoridad aristocrática ; la misma declaración de independencia americana de 1776 partía de una ideología ilustrada individualista frente al régimen aristocrático inglés ; y la Revolución francesa recurre al término “nación” en un sentido político que la Asamblea Nacional opuso expresamente al indeterminado “pueblo”, susceptible de un sentido pasivo. Pero en el entorno de la oleada de revoluciones burguesas más o menos fallidas que sacuden la Europa continental por la fecha emblemática de 1848, las burguesías urbanas europeas asumen una pretensión de autodeterminación política en la que confluyen pueblo y nación, es decir : afirmación enfática de una realidad histórica heredada en un territorio concreto por una parte (más bien germánica) e ideal genérico, transterritorial, del nuevo Estado democrático (más bien francés) por la otra. 3 2 A este intento de encontrar un aura divina primigenia para el pueblo frente a la corrupción del poder establecido parece corresponder en cierto modo el inmenso trabajo refundador del imaginario vasco por Telesforo Aranzadi y José Miguel de Barandiarán en busca de una identidad neolítica originaria contra la revolución industrial destructiva y atea. Aquí hay que tener en cuenta como contrapeso no sólo la obra de Julio Caro Baroja, sino también la concepción constructiva -por oposición a reconstructiva- desde el supuesto de la pluralidad cultural, con que surgieron del Primer Congreso de Estudios Vascos en 1918 Eusko Ikaskuntza (Sociedad de estudios vascos) y Euskaltzaindia (Academia de la lengua vasca). 3 En el país de inmigración EE. UU. la idea de pueblo/nación es débil. En cambio no tener identidad de razaetnia significa no existir. Hay que ser italo -americano, mexicano-americano (antes se decía más “chicano”), africano-americano (antes se decía más afroamericano), nativo-americano, etc., por más imaginaria y lábil que sea tal adscripción en una sociedad multiracial. En esta sociedad ideológicamente individualista, si uno no es capaz de representar una historia de grupo, al menos de llevar una etiqueta, no se le puede adjudicar un lugar. Se podrá decir que se trata de una identidad vacía, encargada de cubrir la diferencia de 3 A lo largo del último siglo, con el surgimiento del socialismo y la ampliación formal de la democracia censitaria, “pueblo” ha tendido a designar a los excluidos y sometidos del nuevo régimen. Actualmente el derecho internacional reconoce como “pueblo” a cualquier entidad que se quiera autodenominar así con voluntad política, sea un pueblo nacional o un grupo étnico. El Preámbulo de la Constitución española de 1978 habla de las “pueblos de España”. En resumen, después de Marx, Darwin y Freud la autodeterminación kantiana resulta ingenua y reductivamente individualista. Sin embargo los planteamientos deudores del 1848 la han elevado al problemático status de consigna política para los “pueblos”. En las condiciones del despotismo ilustrado el individualismo kantiano condensaba una enorme fuerza represada ; el individualismo no era en realidad sino la forma en que podía presentarse, como una de sus caras, el esquema omnicomprensivo, arrasador para los particularismos aristocráticos (y populares) del mercado. En su forma “popular” -como autodeterminación de los pueblos- ha bajado del racionalismo individualista kantiano a formas difusas de exigencia política, que obligan a examen más detenido. II. Revolución nacional y Puritanismo : su confluencia en 1918 clase, el tabú americano por excelencia. En cualquier caso esto no lo era tanto hace 30 años. Entonces una conciencia crítica nacional acompañó a los asesinatos de Kennedy y Martin Luther King, dividió luego al país por la guerra de Vietnam y aún fue perceptible en el Watergate. La era Reagan/Busch fue de exaltación nacional por oposición al imperio del mal, la Unión Soviética. Pero el desmoronamiento de ésta y la destrucción del tejido social por una política clasista conservadora han debilitado la conciencia nacional. Tampoco el grupo étnico ha cobrado valor político ; más bien es su sucedáneo. En España la debilidad democrática de la Transición y el deseo de olvidar un pasado nazionalista han hecho que el nacionalismo español tenga un contenido político muy débil. En cambio ejemplarmente en la periferia vasca la concepción franquista de la diversidad cultural como ataque directo a la unidad del Estado ha dado de rechazo al grupo étnico derrotado un valor político. La autodeterminación ilustrada francesa se ha aplicado al grupo perseguido en su individuación (llamémosla otra vez, abreviadamente, germánica) por un espacio y una historia. 4 La Ilustración no fue una especie de comienzo absoluto o gratuito. En parte fue un resultado de la ruptura de la Cristiandad en el siglo XVI. El papado, su institución cohesionadora por excelencia, al extender con la máxima virulencia las primeras consecuencias del capitalismo -venta de indulgencias y regalías, simonía, lujo, acumulación de riquezas y nepotismodespués por cierto de haberlo criticado severísimamente, sería el primer enterrador del orden comunitario medieval. 4 El derecho a llegar a Dios por uno mismo sin tener que pasar por la institución corrupta y desacreditada, “la puta de Babilonia”, conlleva la deslegitimación de las instituciones globales de la Edad Media con enormes consecuencias políticas. De ahí arranca lo que se puede considerar la primera revolución nacional, la holandesa, y juega un papel decisivo en la ‘Glorious Revolution’. En Alemania el problema político consiste más bien en conseguir un trato de igualdad para las distintas confesiones, un problema en el que el emperador está del lado de la Iglesia, pero los príncipes están divididos. La paz de Westfalia, al establecer en 1648 el principio “cuius regio eius religio”, garantiza la libertad religiosa sólo a los príncipes ; pero los súbditos disponen por su parte del derecho a emigrar del país gobernado por un príncipe que no sea de su confesión. Libertad de religión y de emigración constituyen así los primeros derechos universales reconocidos ; sobre esa base se constituye también en el mismo siglo la comunidad política puritana de New England. Los Estados Unidos conservan aún esa autodeterminación individual como distintivo ideológico de la política. Y es que fue alrededor de la autodeterminación religiosa individual como se perfiló por primera vez, aunque aún sin forma precisa propia, la autodeterminación política. Tiene por tanto su tradición el que en 1918 el presidente norteamericano Wilson sentara el principio de la autodeterminación de los 4 Hegel, en sus clases berlinesas sobre Filosofía de la religión, llamaría a ese orden tradicional heterónomo, 5 pueblos. La aplicación a Europa de este principio encerraba sin embargo una gran complejidad de dimensiones contemporáneas ; en realidad se trataba más de una restauración que de una aplicación de viejos principios. En primer lugar, porque se trataba de disolver los imperios continentales perdedores de la guerra. En segundo lugar, porque ello se hacía en nombre de las individualidades políticas “nacionales” surgidas como tales en el siglo XIX. En tercer lugar, porque coincidía con los objetivos de la revolución socialista, que pasaban por la disolución de los imperios y la conjunción de la revolución con la liberación nacional ; Stalin había ido a Viena en 1913 atraído por el “federalismo corporativo”, basado en la autodeterminación cultural, que Otto Bauer y Karl Renner estaban diseñando ad hoc para el Imperio Austro-Húngaro. En definitiva el principio de autodeterminación asumía la concreción de los nacionalismos burgueses europeos, a la vez que respondía a intereses hegemónicos precisos y a proyectos revolucionarios. El resultado puede calificarse de catastrófico. Para comenzar, los límites de los nuevos Estados se trazaron en las mesas de los tratados de paz por las potencias ganadoras de la guerra, pocas veces con apoyo de referendum (Carintia, Alta Silesia, Masuria) ; los Estados nacionales resultantes (sobre todo Yugoslavia, Polonia, Checoeslovaquia) eran a su vez conglomerados en los que antiguas mayorías pasaron a minorías, desprovistas de reconocimiento como tales y desde luego de la capacidad para a su vez autodeterminarse. Lo más grave era seguramente que se reproducían los inconvenientes de los antiguos imperios, sólo que en espacios menores, bajo condiciones muy desfavorables a todos los niveles, especialmente al económico. De hecho la segunda Guerra Mundial surgió en parte sobre este escenario. Y la disolución de la Unión Soviética ha tenido que ver sobre todo con el hecho por contraposición a la autonomía protestante, genuinamente moderna. 6 de que las buenas intenciones de Lenín y de la Constitución Soviética no pudieron contrarrestar el que la revolución de Octubre fuera ante todo una revolución rusa en un imperio ruso tan multinacional o más que el Imperio Austrohúngaro. III. La situación jurídica actual Un hecho importante de la situación de entreguerras es la jurisprudencia internacional que fue produciendo la Sociedad de Naciones en favor de las minorías reconocidas, v. g. en Polonia, Albania, Rumanía, si bien en general con poco éxito, pese a los compromisos formales entre las potencias vencedoras y los nuevos Estados nacionales. La Carta de las Naciones Unidas, surgidas bajo hegemonía norteamericana como consecuencia de la segunda Guerra Mundial, proclama ya expresamente en los artículos 1 y 55 el derecho de autodeterminación de los pueblos como el fundamento de las relaciones entre los Estados. También en este caso se trata de la aplicación de un viejo principio bajo una nueva situación y con sus limitaciones. El texto es ambiguo e incluso divergente en sus versiones francesa -“derecho” a la autodeterminación- e inglesa -“principio” de autodeterminación- , lo que no impidió que todas las potencias coloniales llevaran políticas similares de descolonización. Seguramente este hecho impulsó una clarificación normativa en el sentido de que actualmente el derecho de autodeterminación es reconocido como norma de obligado cumplimiento (‘ius cogens’), que invalida cualquier estipulación contraria. Las dos Convenciones internacionales de los derechos humanos en 1966 y la Resolución de la Asamblea General de la ONU del 24 de octubre de 1970 han definido ya con gran precisión ese derecho colectivo ; los Estados están 7 obligados a respetar el derecho de los pueblos “a decidir su status político y a perseguir libremente su desarrollo económico, social y cultural”, incluida la independencia y la unión con otro Estado ; tampoco les está permitido a los Estados utilizar medidas de fuerza para impedirlo. En el caso de que éstas se produzcan, reconoce el derecho a la resistencia y a solicitar apoyo internacional. La Declaración citada de 1970 no posee el carácter de norma jurídica ; pero está reconocida en el derecho internacional como explicación de su contenido. Ahora bien, tal explicación conlleva ella misma sus cautelas. Por de pronto el derecho a la autodeterminación es un corolario de la democracia misma, y su sujeto no son meramente los individuos ; en una democracia que funcione al nivel de sus colectividades constitutivas es de prever que ese derecho no llevará a la secesión, sino por el contrario a una confirmación por la libertad de los vínculos existentes. Sólo en el caso de que no se dé ese funcionamiento democrático correcto, admite la Declaración el derecho a la secesión. Por otra parte tanto la Declaración como la Carta de las Naciones Unidas en su artículo 2 excluyen el uso de la violencia para conseguir fines políticos, lo que en la opinión mayoritaria de los juristas es norma prioritaria, aunque el derecho a la autodeterminación disfrute de su mismo rango jurídico. También la intervención exterior en ayuda de ese derecho está limitada por la Carta a acciones internacionales colectivas, no de Estados singulares (Arts. 39 ss. y 51). Es obvio el problema jurídico de normas que a la vez garantizan las fronteras existentes y las declaran cambiables, que autorizan la defensa de un derecho fundamental y a la vez excluyen el uso de la violencia para defenderlo, que tuvieron un contexto específico en la fase de descolonización y ahora se aplican bajo invocación a la defensa colectiva 8 (cap. VII de la Carta de las Naciones Unidas) por una “comunidad internacional” mucho más problemática de lo que da a entender la aparente ingenuidad con que es presentada. Los derechos en su interpretación jurídica internacional son referencias genéricas que sólo cobran capacidad de actuación cuando una situación concreta interfiere al nivel geopolítico en que se administran. Por otra parte el reconocimiento de la diversidad en las Constituciones modernas suele servir ante todo a la construcción de homogeneidad y sólo secundariamente compromete la intervención en favor de la pluralidad. Así lo muestra la práctica jurídica habitual en los Estados Unidos con querellas de las minorías étnicas 5 o el claro caso de la actual Constitución española, que en su artículo 2º se declara basada en una Nación española sin fisuras y obliga a todos los españoles a conocer el castellano (art. 3. 1.). 6 Pregúntese a un castellanoparlante cuántas veces ha leído algo no ya en euskera, sino en catalán o en gallego. ¿Y por qué hay más cátedras de catalán en Inglaterra, no digamos Estados Unidos, que en España ? Unamuno, nada partidario de los nacionalismos periféricos, se escandalizaba de que la obra de Joan Maragall -escrita en buena parte en castellano- no pasara de siete ejemplares vendidos en España. Y lo que vale de los escritores, vale asimismo de los políticos. Tampoco parece que se le ocurre a mucha gente en España que un gallego pueda ser español a través de su identidad gallega y que sus señas de identidad lingüísticas puedan figurar en su carnet de identidad o en los billetes de Banco (incluso por euros que sean), o que a nivel de las instituciones centrales 5 Vid. Austin Sarat, Roger Berkowitz, Diferencias destructivas. El reconocimiento, la asimilación y la ley norteamericana. En : D.J. Greenwood,C. J. Greenhouse, op. cit . 261 - 306. 6 “Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.” José Ignacio Lacasta-Zabalza, en su excelente e insólito Límites implícitos para la libertad de crítica del sistema estatal y constitucional español (en : Página abierta, nº 88-89, nov.-dic. 1998. 30-43), considera la relación entre la primera y la segunda parte de este artículo más “equilibrista” que “equilibrada”. El mismo Lacasta-Zabalza, en Algunas tesis sobre los Derechos hist óricos (Hika, nº 96, enero 1999. 26-30), ha indicado cómo incluso el texto constitucional no tiene otro remedio que reconocer de hecho la pluralidad previa del sujeto constituyente, que el Preámbulo considera sustancialistamente unitario. Según la tipología establecida por R - O. Schultze (“Föderalismus”, en : M. G. Schmidt (ed.), Westliche Industriegellschaften. München : Piper, 1983) el artículo 2 citado me parece corresponder al tipo de Estado “unitario descentralizado”, basado en un reparto administrativo de competencias, y es incompatible tanto con el modelo “federal” como, más aún, el “federal unitario”. 9 del Estado se dé una coparticipación de las nacionalidades no mediada por el mero sufragio genérico, que de hecho no puede representar adecuadamente un reconocimiento 7 político de las minorías, v. g. en el Tribunal Constitucional. Por lo demás un Estado podrá alegar fácilmente que en él no se dan por principio discriminaciones o que en él se hallan vigentes mecanismos que garantizan los derechos de las minorías. Y tampoco es previsible que sea coaccionado internacionalmente a reconocer efectivamente el derecho a la autodeterminación. Por de pronto una intervención externa podría acarrear problemas en los equilibrios geopolíticos o del mercado global (v. g. en el caso de China); y de hecho es evidente que la invocación de derechos suele generar más un pretexto de presión o intervención que una práctica automática. Es más, los países poderosos se permiten intervenciones contra la Carta de las Naciones Unidas, como fue el caso de Estados Unidos en la isla de Granada o en Panamá, a la vez que toleran violaciones flagrantes como en Chechenia o Timor. Tampoco la Constitución francesa , en el mismo núcleo de los países democráticos, contempla el derecho a la autodeterminación. La Constitución española incluso la excluye casi formalmente en su Título Preliminar. La invocación de una terminología ilustrada muestra aquí sus límites e incluso su hipocresía. Son situaciones de poder las que rigen los límites de interpretación y aplicabilidad del derecho de autodeterminación. La misma invocación del derecho de autodeterminación es una pretensión abstracta, si se queda ahí, mientras que, conforme al artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas, pierde su cobertura de principio, si se llena con el contenido de una lucha armada. De hecho la autodeterminación, como los derechos humanos, es una noción empírica, sólo capaz de simbolizar un cierto consenso acerca de la resolución pactada de los conflictos. Allá donde 7 En este párrafo cito y sigo de cerca a Ángel Castiñeira, Nacionalismos. En : Éxodo, nº 45 (set.-oct. 1998), 10 ese pacto no existe, o sólo existe con exclusiones, como es el caso en la monarquía militar española, 8 tales nociones quedan reducidas a usos retóricos o propagandísticos (así en el tema de los derechos humanos). Y una de sus eficacias simbólicas, si no la mayor, consiste en someter las singularidades colectivas e individuales al tipo de principios abstractos que hacen actualmente de telón para la escena del capital mundializado. IV. ¿Cuál es el contenido político de la autodeterminación ? Jean-François Lyotard en Le différend (1983) planteó claramente el ejemplo de una situación “democrática” en la que el principio de autodeterminación tiene que contentarse con su más tenue reconocimiento. Una martinicana puede reclamar en el Estado francés contra cualquier violación de sus derechos ciudadanos, pues disfruta de igualdad legal sin discriminación. Pero no puede reclamar contra el daño que pueda constituir para ella el ser precisamente eso, ciudadana francesa. La heterodeterminación representa para ella un daño sin expresión jurídica. El Estado de Derecho es compatible con la negación de un derecho sin existencia técnica en él. También el testigo, v. g. intelectual, de ese daño carece de capacidad testimonial ; en el sistema vigente no hay criterios para establecer la víctima. La autoridad de declarar el crimen, pronunciar el veredicto y determinar la pena corresponde a un tribunal de cuyo lenguaje están excluidos los que difieren : la víctima y el testigo. No hay palabra para esos daños, sino sólo para lo que en ellos pueda haber de violación (caso evidente del juicio contra el pgs. 4-9. 8 Aquí me refiero a la crítica más sistemática que conozco de la monarquía española en los artículos del constitucionalista José Ignacio Lacasta antes citado. 11 GAL). A partir de aquí se abre de hecho una serie de consecuencias indeseables : Los daños excluidos suelen generar además violaciones. La ciudadana francesa de la Martinica en realidad es ciudadana francesa sólo por una parte, la que contempla el Derecho en su caso. Ello puede ocasionar comportamientos y aspiraciones no previstos por el ordenamiento democrático. Es de prever que sea el Código Penal quien se ocupe de ellos subsumiéndolos en el catálogo de anomalías ilícitas. También y sobre todo puede ser que esas anomalías ilícitas se produzcan contra ella por parte del Estado, quien inevitablemente será juez y parte. Pero ampliemos el ejemplo propuesto por Lyotard y veremos que el tema se complica más y más. Porque la martinicana vamos a suponer que ha estudiado en el Liceo francés y está casada con un inglés de Dominica. Además le gustaría una unión de todas las Pequeñas Antillas ; pero no sabe si excluir a las Barbados, que en su opinión siempre serían la quinta columna de Inglaterra. Sus opiniones evidentemente no son compartidas por todos los martinicanos. Luego está el tema de la dependencia del mercado francés y de sus prestaciones de servicios ; y desde luego la preocupación por todo lo que pudiera desestabilizar políticamente la precaria situación económica en que se encuentra personalmente. Por otra parte a lo largo de años de dependencia del poder central se ha ido produciendo en la isla un imaginario político difuso bastante compartido, que reclama una mayor personalidad política de la que hasta ahora le ha asignado el poder central. 12 La salida evidentemente no se reduce a la mera reivindicación de un derecho de autodeterminación. 9 Esa reivindicación debe ser precisada o, lo que es lo mismo, debe encontrar su quién (a menudo demasiado nebuloso), su qué (la independencia nacional estatal no es necesariamente su único significado) , su cuándo (lo posible en cada momento) políticos. Nuevos actores entran en escena, nuevos contextos se forman casi constantemente (en la Euskal Herria reciente la socialización urbana de comienzos de siglo, la política cultural y administrativa de la Restauración decimonónica, la inmigración masiva del desarrollismo franquista, etc. ; por otra parte en la Unión Europea se percibe ampliamente la actuación de grupos de interés y asociaciones transnacionales así como de agrupaciones transfronterizas de partidos, a la vez que se constituyen nuevos partidos regionales y el campo se integra incluso más que la ciudad en el nuevo espacio merced a las políticas agrarias), las diferencias e identidades se reconfiguran, viejos elementos cobran una importancia hasta entonces inédita, mientras que otros, antes centrales, decaen y también las fronteras geográficas se desplazan y cobran otros matices. Toda autodeterminación implica un largo proceso constituyente social y político y, en el fondo, una constante renovación implícita, porque se trata de un proceso inacabable. Un sujeto político no está dado natural o históricamente. 10 Por de pronto la historia suele casar mal con los sujetos políticos actuales, pues siempre se presentará distinta de ellos tanto 9 “Los modelos basados en categorías generales contribuyen poco a la comprensión de una acción concreta y constructiva, ori entada al futuro : el elemento central de la acción políica son, pues, los contenidos concretos, no los principios abstractos.” (Klaus Schubert, El federalismo entre política y ciencia . En : Diálogo científico, VII (nº 1, 1988), p. 10.) 10 La historia puede servir no sólo para mitologizar reivindicaciones o para consagrar el ‘statu quo’, sino también para desmitologizarlo. En este sentido interpreto a Miguel Herrero de Miñón, Derechos históricos y Constitución (Madrid : Taurus, 1998). Por otra parte creo entender en Herrero que son las instituciones del Estado, que condensan esa historia, quienes constituyen el sujeto privilegiado de la política. El conflicto vasco se convierte en un “contencioso” que puede y debe ser resuelto mediante recurso a la historia y a los mecanismos constitucionales que la recogen. Veo demasiado Carl Schmitt en esta concepción de la democracia. 13 micrológica -v. g. en unidades lingüísticas, políticas, étnicas menores, incluso irreductiblemente fragmentadas- , como macrológicamente (antiguos reinos y señoríos, alianzas y sumisiones cambiantes, incluso formas de organización territorial nuevas como la Unión Europea). Parece por tanto que “autodeterminación” puede servir más bien para designar un proyecto de mínimo daño que para insinuar sujetos substanciales a través de la historia. Hace referencia a una pluralidad constitutiva que sólo puede cristalizar políticamente por un delicado tantear de las sinergias, conflictos, interacciones de todo tipo que supone un organismo social plural y complejo, de difusos bordes internos y externos. En cambio su matiz “autista”, que en la Ilustración sirvió para legitimar un derecho no reconocido, hoy obscurece que el proceso a que alude es un proceso de entendimiento, compromiso, negociación, en definitiva de “reconocimiento”, por marcarlo con una noción hegeliana posterior a Kant y más bien antagónica con él. Jacques Derrida ha insistido en que la autodeterminación no sólo “termina”, es decir, pone término y frontera, sino que también “des-termina”, hace imposible el cierre absoluto sobre uno mismo. Según la dialéctica hegeliana no hay nada que no se defina por su contrario, todo“autos” es un “héteros”. Derrida sigue más lejos el fondo de esta argumentación, pues son los pares mismos de conceptos posibles los que son producidos en un flujo sin la consistencia en último término escolástica con que Hegel trató de estabilizarla. Derrida percibe ese flujo pluralizado en singularidades irreductibles incluso a la noción de individuo, tan querida por la especulación anglosajona. La exigencia que Derrida plantea a los nacionalismos de ser “indiferentes a la diferencia particular” precisamente por ser “singularidades infinitamente diferentes”, es algo muy perceptible en la mentalidad internacionalista con que la izquierda vasca sigue los movimientos de liberación en otros lugares tanto de España como del mundo. Ciertamente hay en esa izquierda, como en otros nacionalismos periféricos, elementos de “sangre y suelo”. También por eso el acento político de Derrida -un judío perseguido en su infancia- parece hallarse más cerca de la retórica ilustrada de la universalidad, aunque una universalidad en la que se reconocerían las diferencias. 11 11 Jacques Derrida, Políticas de la amistad. Madrid : Trotta, 1998. 127. 14 “Autodeterminación”, lejos de ser equivalente a autismo e independencia, debería designar más bien el dominio de lo político sobre la imposición de la fuerza. Es la negativa del ‘statu quo’, del poder constituido, al libre juego de lo político lo que más fácilmente puede conferir al proceso constituyente rasgos de “in(dependencia)”. De hecho también la historia del nacionalismo vasco muestra un debilitamiento de la referencia étnica e histórica en favor de la construcción política de un marco consensuado. Y, si bien este nuevo marco político resulta deseado desde la exclusión y subordinación resultantes del actual marco constitucional, sin embargo está siendo pensado sobre todo en función de tareas económicas, sindicales, sociales y políticas precisas, que hacen que los sindicatos vascos se hayan constituido en impulsores protagonistas de la autodeterminación. En definitiva la noción ilustrada de autodeterminación no puede ser restaurada en el presente con la falsa inocencia que traslada los términos ilustrados al uso mediático actual. Es preciso reflexionar qué estamos diciendo y haciendo , cuando los usamos en contextos realmente muy diferentes de aquéllos en que surgieron esos términos. “Autodeterminación” en el siglo XVIII reclamaba el derecho a librarse del privilegio y la rutina ; pero también insinuaba la nueva construcción política de homogeneidades rigurosas, destructivas con la diversidad lingüística, presocial y cultural europea. Hoy es la crueldad, pobreza e inutlidad de ese corsé lo que salta a la vista en un contexto que -en parte por los mismos éxitos de la Ilustraciónparece permitir otras soluciones, otros proyectos. Seguramente se puede decir que la autodeterminacion no es sino otro nombre para democracia ; democracia designaría el modo de funcionamiento de lo político, autodeterminación se referiría a su momento constituyente, un momento que en realidad es permanente, porque se refiere al contenido mismo que da 15 realidad a las reglas de juego democráticas. Y este contenido no es ni ideológico ni universal, sino -una vez más repitiendo la situación de la Ilustración- la realidad socio/étnico/lingüística en cuanto capaz de constituirse políticamente y no constituida previamente bien en la historia, la etnia o . . . el Estado, que es quien ahora, como entonces, ‘prima dalla revolutione’, posee la fuerza para imponer lo que es; y como en los mismos ilustrados, que casi siempre consideraron al pueblo analfabeto como sujeto meramente pasivo de política. Es la realidad precisa de un pueblo no “analfabeto” la que hoy se impone como corolario de la democracia contra conservadores obscurantistas y progres ilustrados (supuestamente) a lo siglo XVIII. Es sabido que los proyectos de los imperios coloniales modernos se ensayaron primero con los propios súbditos en la metrópoli. V. La autodeterminación en el marco de la Constitución española En el caso concreto de España llama la atención el énfasis del ‘establishment’ político en el cierre indefinido del momento constituyente con el año 1978. Este énfasis, por más que pueda alegar razones de prudencia política, resulta poco convincente por tres razones. 12 La primera es el contexto de “Guerra fría” y debilidad democrática en que se generó el acuerdo constitucional ; hoy no se dan, al menos en el mismo grado, esas dos condiciones. Por ello también la segunda razón es la presión descarada con que se le impuso al país un acuerdo que en realidad se había tomado a 12 No insisto en la razón fundamental ya expuesta, que lo decisivo de la democracia no son sus procedimientos formales, sino el que éstos sirvan para mantener abierta la posibilidad de nuevos procesos de decisión colectiva. 16 puerta cerrada y que excluía minorías políticas cualificadas. La tercera razón, consecuente con las dos primeras, es que el momento constituyente siguió, sólo que en el sentido de una implementación autoritaria de las instituciones así creadas (ley electoral, reglamento del Congreso, utilización de las prerrogativas de nombramiento y de intervención regia, fusión de poderes, debilidad de un poder judicial sin embargo reconocido expresamente en la Constitución, financiación de los partidos, etc.) ; al amparo de la Constitución se ha generado un entramado institucional opaco a la democracia y que constituye tanto el mayor motivo de la falta de credibilidad democrática como seguramente la mayor dificultad para solucionar v. g. el conflicto vasco. No es la Constitución misma el principal obstáculo para resolverlo. Una segunda singladura era precisa para reconducir -o, si se quiere, completar- “la Transición”. Pese al enorme inmovilismo de la actual situación política precisamente los acuerdos de Lizarra - Garazi y la tregua de ETA pudieran apuntar en esa dirección. Mi preocupación es, primero, que se trate de reducir el proceso a una revisión de la relación institucional centroperiferia, sin llegar nunca a plantear lo que en realidad tiene que ser una segunda fase de la Transición. El contenido radicalmente democrático del principio de autodeterminación no vale sólo para las “comunidades históricas” ni por eso debe significar la (des)articulación del Estado en 17 comunidades autónomas de igual rango. Los resultados institucionales de una democracia radical y por tanto autodeterminante no pueden ser sino muy desiguales, precisamente porque responden a realidades democráticas diferenciadas, pero hasta ahora embutidas en los esquemas formalistas y vacíos que nos legó el Duque de Suárez. 17 Ni siquiera hay por qué partir necesariamente de la autodeterminación territorial como principio absoluto. 13 No se trata de substituir el centralista esquema borbónico del Estado -asumido luego por la Revolución francesa en supuesta identidad con la Razón- por el esquema territorial de los Habsburgos, de carácter patrimonial. (De todos modos en este segundo caso lo congruo sería reconocer a las entidades “históricas” personalidad política y no meramente competencial-administrativa.) Lo decisivo me parece ser más bien que el protagonismo reconocido a los ciudadanos en el Estado español y que éste garantiza contra la violación, no es aceptable por igual en el Sur representativo, sin revolución industrial, de estructura de propiedad enormemente desigual, cuyas élites mantienen estancada la sociedad para poder seguir monopolizando la personalidad política y económica; y en cierto Norte industrializado, de estructura de propiedad repartida y fuerte asociacionismo horizontal. El deseo de autodeterminación puede equivaler en ese Norte al deseo de constituirse políticamente de otro modo, de desplazar, si se quiere, la frontera entre violación y daño, para que corresponda a su realidad social. La misma España, o recupera algo más que retóricamente el nivel de sus “perdedores” de siempre, los exclu idos, la “antiespaña”, sus entidades políticas aplastadas, la pluralidad mora, judía, protestante, india, burguesa, revolucionaria, exterminadas o anuladas cada una en su momento, o arrastrará su creciente caudal histórico de daño hasta convertirse de piel de toro en el jirón más grande de un pellejo en la basura. La identidad compacta a la “Isabel y Barandiarán o a lo Sabino Arana- enmascara “violación”/“daño” de Lyotard, al que Jacques (“grief”). El perjuicio, la queja, la reclamación 13 Fernando” -pero también a lo Padre un problema más allá incluso del par Derrida 14 ha aludido como “perjuicio” imposible de satisfacer puebla el fondo de “Desde la perspectiva de la mediación de intereses a través de ‘redes políticas’ la dimensión territorial no es sino uno de tantos aspectos”. (Klaus Schubert, op. cit., 20.) 14 En Le monolinguisme de l’autre. Paris : Galilée, 1996. P. 89. 18 toda “autodeterminación”. Si la identidad plena con “uno” mismo, si incluso la constitución del “uno” sin fisuras es ya imposible, entonces la reclamación de autodeterminación, lo mismo que la del Estado-Nación uno e indivisible en la Constitución de 1978, puede -y lo hará también- tratar de cerrar en lo político una brecha abierta que ni siquiera la identidad lingüística y cultural aparentemente más compacta podrá superar. En último término todo “auto” se halla implicado en un “héteros” que no controla ni en el espacio ni en el tiempo. La autodeterminación no es un supuesto ontológico. Es una posibilidad limitada y precisamente por eso puede ser y es un derecho. Una identidad a la vez tan perdurable y tan permeada e integrada como la vasca puede buscar v. g. en la independencia una afirmación enfática sin fisuras, la misma locura. La autodeterminación como proyecto político e identitario no excluye la independencia ; pero en cualquier caso lo que puede es aspirar a vivir mejor con la propia pluralidad constitutiva, no a eliminarla. En segundo lugar me preocupa que se vuelva a tomar “con gran responsabilidad” el modelo de la negociación a puerta cerrada que caracterizó la Transición. Por de pronto esto obscurece ciertas tensiones internas que conlleva desde sus orígenes ilustrados el principio abstracto de autodeterminación. El sujeto autodeterminante se halla atravesado por oposiciones de clase y diferencias de todo tipo. En Euskal Herria -a diferencia de Cataluña- la clase dirigente, ella misma dividida, no ha conseguido integrar el país ; y “la gente” reclama la participación política que la Transición redujo al protagonismo, más integrador que representativo, de los partidos. De no intervenir un sujeto político amplio en el proceso constituyente vasco -o en un eventual proceso canario, andaluz, etc.- , el resultado -caso de que se llegara a alguno- volvería a ser incluso lo contrario de la autodeterminación, es decir, la heterodeterminación, sólo que interna (por una élite política local, cuando no caciquil) y, previsiblemente, la continuación bajo otras formas de la heterodeterminación externa. Ya la toma de posiciones previas que ha venido tomando el capital tanto en el proceso irlandés como en un posible proceso vasco incitan a la cautela sobre los sujetos reales de la política. 19 En tercer lugar, la concepción del Estado en Europa está cambiando ; el binomio Estado - individualismo liberal cede el paso a articulaciones más realistas, en las que el Estado se flexibiliza tanto hacia unidades más amplias (Unión Europea) como hacia sus constituyentes colectivos (caso paradigmático el Reino Unido de Tony Blair ; España podría ofrecer articulaciones históricas semejantes) o más elementales (como está ocurriendo con el protagonismo creciente de los municipios). El derecho de autodeterminación, incluida la opción independentista, tendrá que pensar sus posibilidades en un contexto nuevo y fluido, con algunas luces y bastantes sombras, como el posible blindaje de las competencias políticas “fuertes”, antes asequibles, por precariamente que fuera, a través del Estado. La coyuntura europea en este neobismarckiana. 20 momento es aplastantemente