AMÉRICA LATINA: INTENTANDO GIRAR EL RUMBO Ariela Ruiz Caro* Los procesos electorales que llevaron a la presidencia a Luis Inácio Lula da Silva en Brasil, al Coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador, y el apoyo de la población a los cambios políticos y económicos que intenta realizar Néstor Kirchner en Argentina constituyen las muestras más contundentes del resquebrajamiento del modelo delineado en el Consenso de Washington que se instrumentó en América Latina, en mayor o en menor grado, durante la década de los noventa. El rechazo a las políticas neoliberales y la exigencia de políticas que den prioridad a los aspectos sociales e incluyan mecanismos de redistribución de los recursos generados, no sólo se vienen manifestando en las ánforas electorales. En el Perú, el estallido generalizado de protestas sociales en todo el país obligó al gobierno a decretar el estado de emergencia, generando serios problemas de gobernabilidad que han derivado en la renovación del gabinete ministerial. Y, en julio del año pasado, los desórdenes y manifestaciones públicas en el país, así como en Paraguay, impidieron la privatización de algunas empresas estatales del sector eléctrico decidida por los respectivos gobiernos. En Bolivia, en febrero pasado, el estallido social motivado por el frustrado intento del gobierno de aplicar un impuesto a los salarios para cubrir las cuentas fiscales causó la muerte de treinta personas y dejó al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en medio de una seria crisis de gobernabilidad que amenaza su continuidad en el poder. La mayoría de sectores políticos exige la reorientación de la política económica. Para muchos, la pacificación del país pasa por la renuncia del primer mandatario y un cambio estructural que significa -según el Movimiento Al Socialismo (MAS), segunda fuerza política en el país que lidera el dirigente cocalero Evo Morales- recuperar el gas para los bolivianos y revisar los contratos de las empresas privatizadas, entre otros puntos. Dificultades en el cambio de rumbo de la política económica Los cambios en la política económica interna de los países en los que han resultado electos mandatarios con un discurso crítico del modelo neoliberal no son visibles todavía. En Ecuador, el coronel Lucio Gutiérrez parece haberse alejado de los sectores sociales que lo llevaron al poder. Los términos de la Carta de Intención suscrita con el FMI a las pocas semanas de asumir el gobierno están lejos de coincidir con las propuestas de campaña de Gutiérrez, quien había ofrecido buscar un nuevo rumbo para la economía «que le ahorrara al país dolorosos ajustes». Prevalece un creciente descontento social, manifiesto en la prolongada huelga general de maestros de mayo, paro de los trabajadores petroleros y separaciones de funcionarios del gobierno. A mediados de junio la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) entregó al presidente un documento en el que le recuerda sus compromisos electorales y le exige la reorientación de la política económica, mayor participación de la sociedad civil, la no intervención en el Plan Colombia, moratoria de la deuda externa, entre otros. En Brasil, la situación es sumamente compleja. Son crecientes los sectores del oficialista PT, y otros actores sociales, disconformes con el rumbo ortodoxo de la política económica. Para el ministro brasileño José Dirceu, la caída sensible de la actividad económica es atribuible al enorme ajuste fiscal impuesto por el FMI, que no permite al gobierno realizar sus objetivos. Lo cierto es que las medidas tomadas en sus primeros seis meses de gestión de hecho están provocando una dura oposición en las bases tradicionales del PT, algunos de cuyos dirigentes han sido expulsados del partido. Es probable que, en el momento en que fue electo, Lula no tuviera otra alternativa que seguir, por lo menos al inicio, con una política económica ortodoxa para tranquilizar a los mercados. La vulnerabilidad externa de la economía brasileña y los efectos de la campaña organizada por los medios de comunicación y por los «mercados» para evitar que Lula asumiera la presidencia, obligó al gobierno a aplicar un «shock» de credibilidad. Es así que el gobierno ha mostrado, en la práctica, que su 2 principal preocupación es controlar las variables macroeconómicas y asegurar las condiciones internas que hagan atractiva las inversiones productivas nacionales e internacionales. Los 2400 puntos de «riesgo país», registrados al principio de su mandato, se han reducido a 700. Y la inflación estimada entre 2 y 3% mensual, heredada del gobierno anterior, ha podido controlarla a costa de incrementar las tasas de interés (26,5% anual) que están generando una parálisis en la economía y un incremento del desempleo a los niveles más altos de los últimos diecisiete años. El problema es que a pesar de la bendición de los países industrializados y de los organismos financieros multilaterales, las mayores empresas norteamericanas con inversiones directas en Brasil tienen una evaluación negativa de las perspectivas del país, y se muestran reticentes a ampliar sus operaciones. La gestión de Lula no sólo suscita críticas en sectores radicales del PT, sino en algunos de la Iglesia, que le critican demasiado «pragmatismo», así como en el empresariado, que ve mucho ajuste (el superávit fiscal de enero-abril superó las expectativas del propio FMI), prioridad de lo financiero sobre lo productivo, e ineficiencia en los programas sociales. No obstante, la figura carismática de Lula da lugar a que aún mantenga altos índices de popularidad que se expresan en un nivel de aprobación a su gestión de más de 75%. Las autoridades norteamericanas están muy entusiasmadas con las políticas de combate a la corrupción, baja inflación y disciplina fiscal, así como con el programa contra el hambre. El FMI utiliza ahora a Brasil como el ejemplo que los países, y Argentina en particular, deberían imitar. El organismo le exige a Argentina un superávit fiscal primario que garantice la reanudación de pagos del servicio de la deuda. Pero el gobierno tiene proyectado destinar la mayor parte del esfuerzo fiscal a la reactivación económica para poder estar en condiciones de renegociarla y pagarla, como resultado del crecimiento económico. Si, como exige el organismo, el esfuerzo fiscal se destinara a atender su pago -aunque se acordaran reducciones significativas-, sería muy difícil, por no decir imposible, 3 cumplir con los objetivos que se ha planteado el gobierno. Al analizar las variables de endeudamiento externo (relación del saldo total de la deuda con el PBI, servicio de la deuda con exportaciones, entre otros) se observa que Argentina representa el caso más fácil para demostrar que ésta es impagable, por lo menos en el corto e, inclusive, mediano plazo. La relativa contención social y la modesta recuperación de la economía -que está empezando a encontrar sus límites por la ausencia de créditos, revaluación de la moneda y contracción económica de Brasil, a donde se dirige más de un 20% de sus exportaciones- se deben, en gran parte, a que sólo se está atendiendo el servicio de la deuda con los organismos internacionales y al congelamiento de las tarifas de los servicios públicos. Estos dos temas aparecen como los de más difícil solución. Es natural que el presidente argentino genere, por el momento, desconfianza en el «establishment», debido a su disposición a aplicar una política más heterodoxa, con una mayor intervención del Estado, en sintonía con las ofrecidas por los mandatarios de Brasil y Ecuador durante sus campañas electorales, que han abandonado luego de llegar al poder. Una muestra de ello es la reciente adopción del gobierno de medidas tales como impedir el libre flujo de capitales al multarlos si éstos salen del país antes de 180 días. Esta medida, que para algunos podría ser la primera de una lista de medidas de control de la economía, ha generado el rechazo de las autoridades norteamericanas, que empiezan a ser presionadas por los sectores más conservadores del Partido Republicano para no apoyar un acuerdo de ese país con el FMI. El gobierno argentino sostiene que los llamados capitales golondrinas perjudican la estabilidad cambiaria y, consecuentemente, el programa económico. El gobierno tiene motivos para preocuparse; la reducción de las tasas de interés en los países industrializados -especialmente en Estados Unidos, que se encuentran en el nivel más bajo en cincuenta años- determina esta atracción de los capitales hacia plazas donde los intereses son más altos. En una demostración de que «la codicia puede vencer al temor», sólo durante el primer trimestre del año han ingresado al país 615 millones de dólares. 4 Kirchner es una sorpresa para los propios argentinos. La atención focalizada en la invasión a Irak no dio tiempo al gobierno norteamericano de encender las luces de alerta para organizar las campañas de desprestigio a los líderes políticos que tienen un discurso que se opone al orden deseado, como ha sucedido siempre, y como viene ocurriendo actualmente en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional encabeza los sondeos para los comicios de marzo del 2004 sobre el oficialista ARENA. Como ocurrirá muy probablemente con el Frente Amplio en las elecciones presidenciales de Uruguay, en octubre de ese año. Por otro lado, Argentina carece de un proyecto «fourierista» como el de «Hambre Cero» en Brasil, ya que considera que «los problemas de la pobreza deben solucionarse desde las políticas económicas y no desde las políticas sociales». El gobierno intenta «conformar un capitalismo nacional» donde el Estado se incorpore «urgentemente como sujeto económico activo», apuntando a la realización de obras públicas, lo cual permitirá «desmontar, con hechos, el discurso único del neoliberalismo que las estigmatizó como gasto público improductivo». Precisamente, la creación del Ministerio de Planificación, Inversiones y Servicios obedece a una nueva forma de ordenamiento que tiende a revitalizar las obras públicas y la creación de empleos. Probablemente la extrema realidad argentina constituya la fuerza impulsora de la firmeza con la que se han instrumentado las primeras medidas y se enfrenten las presiones que ya empiezan a asomar. Ha pasado a retiro a más de la mitad de los altos mandos de las Fuerzas Armadas para hacer a un lado a quienes, de alguna manera, se dice, estuvieron vinculados con la dictadura militar, y se ha enfrentado a la desprestigiada Corte Suprema del Poder Judicial, provocando la renuncia de su presidente, y exigiendo que los representantes del Congreso activen los juicios políticos pendientes de varios de sus miembros, que fueron nombrados por el ex presidente Ménem. Éste, al igual que el presidente de la Corte Suprema, pasaron a la antihistoria al renunciar a ser juzgados en el ballottage, en un caso, y en el juicio político, en el otro. 5 La preocupación inicial de comenzar el gobierno con sólo 22% de los votos logrados en la primera vuelta ha quedado atrás. Según el escritor Tomás Eloy Martínez, ningún presidente antes de él pudo construir en tan pocos días una imagen tan positiva (que hoy supera el 83% de la población) «arrancando desde tal oscuridad... Es innegable que cada uno de sus movimientos dio una sensación de autoridad sin ataduras a la que no estábamos acostumbrados los argentinos». Los anuncios políticos, la actitud y la forma en que se plantea la inserción del país en la economía y política internacional han devuelto la esperanza perdida a muchos argentinos, que le han dado una nueva oportunidad a la democracia y a la institucionalidad política. Pero Kirchner sabe muy bien que este respaldo puede extinguirse vertiginosamente. De la Rúa recibió el apoyo mayoritario de la población y fracasó dos años después por mantener el mismo modelo económico de su antecesor, Ménem, aunque con un discurso que enfatizaba la lucha contra la corrupción. Por eso, si bien el gobierno necesita lograr que el FMI le otorgue la garantía de ser un «país normal» ante la comunidad internacional, no está dispuesto, hasta ahora, a continuar con el recetario tradicional del organismo. Con meridiana claridad, durante su reciente visita a Buenos Aires le ha manifestado al representante máximo de este organismo que «el país necesita un plan sustentable» pero «no por ello se pueden asumir compromisos que después no se puedan cumplir». Además, le ha reiterado que «la Argentina ha sufrido un proceso de concentración, marginación social y poca transparencia desde el poder», fruto de un «modelo que fue defendido por el FMI». Ha insistido, asimismo, en que «no se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos, generando más pobreza y aumentando la conflictividad social y que no se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento». Resultados visibles en la política exterior A pesar de lo difícil que resulta adoptar medidas que reviertan el modelo económico, prevalece un mayor énfasis en la posición de reivindicación nacional e integracionista en la política exterior de la región. Esto es claro en el caso de Brasil, 6 cuyo presidente considera que para iniciar los cambios económicos, sociales y políticos hay que cambiar la posición del país en el mundo. En este ámbito, la introducción de propuestas articuladas y presentadas por el gobierno brasileño constituye una señal concreta de la dirección tomada por la administración en las negociaciones internacionales. Su prioridad es la vinculación con los países de América del Sur, no sólo en el fortalecimiento de las relaciones económicas sino sobre todo políticas. Uno de sus gestos más visibles fue las gestiones realizadas para la conformación de un grupo de «países amigos» de Venezuela con el fin de contribuir a preservar la estabilidad democrática de ese país durante la huelga de dos meses que trataba de derrocar al presidente Chávez. La importancia que atribuye Brasil a sus vínculos con la región no es nueva. El país es uno de los pocos que tiene políticas de Estado, especialmente en lo que se refiere a su vinculación con el exterior. Su estrategia de desarrollo apunta a un patrón de especialización diversificado, y el país no está dispuesto a que las negociaciones comerciales tengan como consecuencia un cambio en su perfil productivo que implique un regreso a especializaciones más primarias. Su antecesor, F.H. Cardoso, ha sido un crítico agudo del ALCA y uno de los propulsores de la Asociación de Libre Comercio Sudamericana (ALCSA) como un primer paso para establecer una zona de libre comercio con Estados Unidos. En coincidencia con Lula, el gobierno argentino ha anunciado también que privilegiará las relaciones con la región, a partir del fortalecimiento del MERCOSUR, propiciándose la conformación de un espacio fundamentalmente político, sin excluir a ningún país latinoamericano. Así, los presidentes de Argentina y Cuba se han comprometido a restablecer las relaciones diplomáticas a nivel de embajadores, interrumpidas durante el gobierno de De la Rúa. El canciller Bielsa ha manifestado, parafraseando a Borges, haber comprendido su destino latinoamericano «más por el espanto que por el amor». Pero es consciente de la influencia de los Estados Unidos en organismos claves, como el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). 7 La consolidación de esta línea de la política exterior no será neutra en el escenario regional. Brasil y Argentina pueden tener, conjuntamente, una influencia importante en la región, facilitando el ejercicio de una política más soberana a países de menor tamaño, en un momento histórico en el que la injerencia y prepotencia del poder internacional, especialmente de Estados Unidos, son sumamente complejas de enfrentar. Para ir delimitando el tablero político regional y evitar las malas interpretaciones que pudieran derivarse de las deferencias que tuvo Kirchner con Hugo Chávez y Fidel Castro en Buenos Aires durante la asunción del mando, el presidente argentino ha sido invitado junto con Lula y Lagos a la Cumbre de Presidentes Progresistas que tendrá como anfitrión a Tony Blair, socio principal de Estados Unidos en la invasión a Irak. En cualquier caso, el nuevo gobierno argentino podría constituirse en pieza clave de la corriente que revierta la onda neoliberal en la región. Asimismo, representa la posibilidad de profundizar la coordinación política regional en distintas instancias internacionales, en las que necesariamente deberán establecerse algunas acciones concertadas para el tratamiento de la deuda externa, convertida nuevamente en uno de los grandes obstáculos para el crecimiento de la región. ------------- Economista. Consultora de la CEPAL. desco / Revista Quehacer Nro. 142 / May. – Jun. 2003 8