La inseminación artificial. Dentro de la agricultura actual de carácter intensivo, basada en los abonos sintéticos, la importación de semillas y el uso indiscriminado de plaguicidas, hallamos la ganadería intensiva, en la que se cría a los animales en espacios reducidos, sobrealimentándolos a través de piensos concentrados y sometiéndolos a una medicación intensiva tanto de carácter preventivo como sintomático. En este marco, la selección genética tradicional a base de cruzamientos entre distintas razas de una misma especie ha sido transformada enormemente en los últimos decenios por las técnicas de inseminación artificial, que hacen innecesario el apareamiento sexual y consisten en la eyaculación artificial del esperma de un semental y su posterior pipeteado en hembras con capacidad gestante. Un buen semental, escogido en función de sus cualidades, puede proporcionar hasta 40.000 cargas de semen por año; y como el esperma se congela y puede trasladarse incluso internacionalmente, cualquier campesino tiene hoy la oportunidad de «mejorar» genéticamente su ganado por muy aislado que se halle. En algunos países de la Comunidad Económica Europea, existen no más de 5.000 sementales de vacuno, frente a unos cinco millones de vacas. Los criterios selectivos que intervienen en la inseminación artificial se basan prioritariamente en el aumento de la productividad, esencialmente del aspecto cuantitativo de la misma, descuidándose el cualitativo. La inseminación artificial ha hecho posible la existencia de razas de porcino con demesuradas patas traseras, apropiadas para convertirse en onerosos jamones; o de las llamadas terneras belgas, de enormes lomos y pecheros que en las carnicerías son verdaderos generadores de filetes, aunque debido a su gran peso nacen con cesárea; o de los pavos de pecho de bronce norteamericanos, híbridos todo pechuga e incapaces de reproducirse por sí mismos. La transferencia de embriones. En los últimos años, en los países de la Comunidad Económica Europea, la inseminación artificial se combina y potencia con una nueva técnica conocida como transferencia embrional. En el Estado español, mientras la inseminación artificial es algo común, la transferencia embrional solo se practica de momento en contadas explotaciones ganaderas del norte de la Península. Hoy se aplica prioritariamente al ganado vacuno y consiste en administrar preparados hormonales a las vacas seleccionadas por sus cualidades genéticas, que originan en sus organismos una superovulación: en vez de un solo óvulo fecundable (que es lo normal), generan varios. Por medio de la inseminación artificial estos óvulos son fecundados con esperma de seminales también de élite, esperma que puede traerse de cualquier parte de la tierra. Unos siete días después de la fecundación artificial, los embriones generados por los óvulos son extraídos de la matriz de la vaca por medio de una sonda y posteriormente implantados en el útero de otra vaca nodriza, que será la que desarrolle el embarazo y dé a luz al superternero. Esta segunda madre adoptiva, que previamente a efectos de recepción del embrión ha sido también tratada con hormonas («sincronizada»), suele ser un animal de escasa calidad genética, cuya única misión consiste en llevar a término la maternidad, siendo generalmente sacrificada tras el parto. A pesar de su sofisticación y del instrumental que se precisa, la transferencia de embriones se está extendiendo en la Comunidad Económica Europea porque aparentemente eleva la rentabilidad de las explotaciones. Aparte de la posibilidad de obtener mejoras genéticas muy concretas, dado que los embriones también pueden congelarse y exportarse, su venta proporciona ganancias adicionales a los agricultores. Los expertos auguran para dentro de cinco años un elevado tráfico de embriones en Europa. Otra técnica que empieza a ser de práctica usual en algunas escuelas de capacitación agraria de los países de la Comunidad Económica Europea, y a la que se augura un gran futuro, es la llamada división de embriones. Consiste en extraer un embrión de una hembra fecundada y dividirlo en dos, o incluso tres o cuatro, en el laboratorio con instrumental adecuado. Estos embriones así «clonados», pueden ser implantados de nuevo en 1 el útero de otro animal, dando a luz mellizos, trillizos o cuatrillizos. Esta técnica resulta atractiva para los que tratan de obtener animales prácticamente idénticos entre sí y «racionalizar» al máximo la producción. El último grito de la manipulación genética es la «construcción» de animales que no existen en la naturaleza. Los científicos que los han creado han tenido que recurrir al monstruo de la mitología griega para bautizarlos: la quimera, un agregado de diversos animales conocidos. En 1985 se creó la primera quimera en los laboratorios de la Universidad de Cambridge. Los aprendices del Doctor Frankestein fueron los fisiólogos Steen Willadsen y Carol Fehilly. El nuevo ser fue obtenido por la técnica llamada agregación embrional, que consistió en fundir mecánicamente embriones de cabras y de oveja, implantando luego este agregado en el útero de una oveja. La extraña criatura nació y fue bautizada como «Cabroveja». En Alemania Federal se han realizado experiencias parecidas. El catedrático Joachim Hahn, de la Escuela Veterinaria de Hannover, especialista en transferencia embrional, se sirvió de los modernos laboratorios del Instituto de Tecnología Genética de la ciudad de Kiel para realizar un experimento similar. Agregó dos embriones pertenecientes a razas muy distantes de ganado vacuno. Así obtuvo una tercera que era una mezcla extraña de los caracteres más productivamente relevantes del vacuno. Hahn bautizó al animal como la «Ternera−Quimera n°. 9643041». Los animales transgénicos. Inseminación artificial, transferencia embrional y construcción de quimeras son, según los científicos, métodos toscos y rudimentarios de manipulación genética. En estos momentos se aspira a la manipulación directa del mismo ADN, con objeto de obtener el animal transgénico, elaborado en principio según las necesidades de la producción ganadera. Sin embargo, a diferencia de la manipulación genética en el mundo vegetal en el mundo animal existen algunos obstáculos que retrasan la «hazaña». Dado que el genoma que el genoma de los animales es mucho más complejo que el de los vegetales, existe todavía gran escasez de información en torno a sus estructuras. Además, la implantación de un nuevo gen en el genoma animal presenta diversos riesgos: cualquier inserción debe realizarse con un conocimiento muy exacto del gen que se va a reemplazar y de las relaciones estructurales de ese nicho genético con el genoma en conjunto, o se corre el riesgo de neutralizar genes quizá básicos para el crecimiento o que acarreen la muerte del embrión. En 1983, en la Universidad de Washington y Pensilvania se consiguió insertar con éxito un gen de la hormona del crecimiento humano en el genoma de un embrión de ratón. Los ratones que surgieron de esta manipulación tenían el doble del tamaño normal. En 1985, en la Universidad de Ohio se implantaron genes de la hormona del crecimiento de un conejo en embriones de ratones; también en este caso surgieron ratones gigantes. Debido a estos éxitos, el Ministerio de Agricultura de Estados Unidos subvencionó otra serie de experimentos en microgenética en los que se insertaron genes de la hormona humana del crecimiento en embriones de cerdos y corderos; sin embargo los resultados no fueron demasiado alentadores: en los pocos ejemplares que sobrevivieron a la implantación se apreciaban graves deformaciones óseas en su crecimiento, así como dolencias reumáticas en las extremidades y defectos oculares como el estrabismo. En los laboratorios europeos la manipulación genética se orienta hacia el mundo piscícola, habiéndose conseguido en este campo algunos resultados notables. Hace un año, el veterinario Gottfried Brem, de la República Federal Alemana, puso en una probeta con unos huevos fecundados de perca una solución de ADN que contenía el gen de la hormona del crecimiento humano, así como el gen del ratón conocido como Metalotionoino, cuya misión es activar la acción del nuevo gen recién injertado. Muchas de las crías de perca objeto del experimento habían incorporado los genes 2 humanos y del roedor a su propia sustancia hereditaria. En la Universidad británica de Southampton, diversos científicos trabajan en la obtención de un pez transgénico: la super−trucha. La trucha tiene demanda en el mercado y su cría en piscifactorías es fácil, aunque uno de los pocos problemas que tiene se relaciona con la pureza de las aguas, ya que es muy sensible a cualquier contaminación. En Southampton se está tratando de insertar en el ADN de la trucha un gen proveniente del ratón de campo para prestarle cierta inmunidad contra la toxicidad de los metales pesados. Al mismo tiempo se le injertará un gen de rana para que su organismo produzca globina, y así sea capaz de vivir en estanques y charcas con poco oxígeno. Esta trucha−ratón−rana, podría ser criada perfectamente en ríos y estanques contaminados, en los que hoy es imposible su explotación. ¡He aquí cómo la ingeniería genética soluciona los problemas ambientales!. Laboratorios estatales y privados de países como Estados Unidos, Canadá y Noruega −estados tradicionalmente pesqueros− se hallan enfrascados en una febril carrera hacia la manipulación genética de la fauna piscícola marina. Se especula sobre la posibilidad de aislar el gen que permite que la merluza viva en aguas muy frías y trasladarlo al salmón, lo que permitiría al salmón tener una mayor actividad metabólica en invierno, aumentando así su volumen y peso. Lo único que impide que la investigación marche a pasos agigantados es la falta de información sobre las secuencias de bases del ADN de los animales. Pero la suma total de las secuencias conocidas en animales superiores, no excede de 900 millones de letras, y los últimos modelos de computadoras especializadas en «leer» las bases de los genes, que los japoneses han puesto a la venta, escriben al día la secuencia de unas 300.000 bases, por lo cual se espera que en pocos años se pueda tener una información respetable sobre la mayoría de los ADN de los animales superiores. Desde que en abril de 1987 la Oficina de Patentes de los Estados Unidos declaró que los animales manipulados genéticamente podían ser patentados libremente, ha empezado en todos los laboratorios públicos y privados del mundo que se dedican a la investigación genética una verdadera búsqueda, caza y captura del «gen» animal, lo cual no presagia nada bueno. Leche y hormona del crecimiento. Si la manipulación genética de los animales superiores se halla todavía en sus prolegómenos, en organismos sencillos como bacterias presenta muchos menos problemas y se domina con cierta soltura. Esto ha llevado a que la revolución genética en las explotaciones ganaderas no esté empezando a través de los animales transgénicos sino por medio de bacterias transformadas que influyen decisivamente en el metabolismo del animal. El máximo exponente es el caso de las hormonas del crecimiento del ganado vacuno, que ahora empieza a discutirse en Europa. Existe un preparado con bacterias a las que su código genético se le ha insertado el gen de la hormona del crecimiento en el ganado bovino BGH, por lo que en cuanto estas bacterias son inyectadas en el organismo del animal, éste desarrolla una gran actividad endocrina que a su vez aumenta la producción de leche entre el 20 y el 40%. Este preparado hormonal que puede trastornar la política de las cuotas de producción de leche, ha sido desarrollado en exclusiva por cuatro multinacionales agro−químicas estadounidenses: Monsanto, Eli Lily, Upjohn y Cyanamid, y en Estados Unidos ya existe luz verde oficial para comercializarlo. En Bruselas, las Comisiones de la Comunidad Económica Europea discuten la conveniencia de permitir este preparado en la ganadería europea. En Inglaterra y el Estado francés empresas filiales de las estadounidenses ya han presentado proyectos de fábricas de estas hormonas a los respectivos gobiernos, y si no ocurre algo imprevisto, todo parece indicar que la era de la manipulación genética en la ganadería europea se iniciará con 3 la mencionada BGH. Riesgos ecológicos y dietéticos de la manipulación. A nivel estrictamente técnico, la inseminación artificial, tan en boga en nuestro estado, puede presentar graves problemas debido a la centralización de la selección. Un caso histórico es el del semental europeo Hoyager, que a través de su esperma transmitió a gran parte de la población de vaca roja danesa el gen responsable de una grave enfermedad de las extremidades inferiores. La virulencia del gen apareció además años después de las primeras inseminaciones, cuando por otra parte Hoyager ya había desaparecido. Las pérdidas económicas fueron enormes. El punto clave de la crítica se centra en la filosofía global que subyace a la inseminación artificial, que responde prioritariamente a criterios cuantitativos de producción. Con la política genética de recurrir a sementales foráneos y exóticos para mejorar supuestamente nuestro ganado, están desapareciendo razas autóctonas de ovino, porcino y vacuno, menos productivas en carne y leche, pero resultado de cientos de años de adaptación al clima, tierras y flora, y que nos proporcionaban alimentos de alta calidad. A diferencia de las actuales, aquellas razas eran muy resistentes a las enfermedades y consumían forraje proveniente de los propios campos, lo que evitaba importar costosos cargamentos de grano y piensos controlados por multinacionales estadounidenses, responsables a su vez del hambre que azota algunas zonas del Tercer Mundo. Por lo que respecta a la transferencia embrional, diversas investigaciones apuntan que los embriones que se obtienen en la superovulación no poseen la misma vitalidad y calidad biológica que el embrión único que aparece con una fecundación normal, por lo que es posible que los super−terneros así obtenidos tengan menos defensas ante las enfermedades que los normales. Además, la enorme cantidad de medicamentos y preparados hormonales que se emplean pueden repercutir en los alimentos. La carne que ya hoy llega al consumidor con cierta cantidad de residuos de fármacos contendrá todavía más sustancias químicas, cuyo impacto sobre la salud del ciudadano se desconoce por completo. El Doctor David Kronfeld, veterinario numerario de la Universidad de Filadelfia, explica en diversos artículos que las vacas inyectadas con bacterias productoras de BGH para aumentar la productividad lechera sufren frecuentes problemas de metabolismo, descenso de la fecundidad y disminución de defensas de su sistema inmunitario. También la lecha que producen estas vacas es de menor calidad que las convencionales. En lo concerniente a los riesgos de los posibles animales transgénicos, hay que tener una imaginación científica al estilo de Ray Bradbury o Isaac Asimov para adivinar cuál puede ser su impacto ecológico sobre la naturaleza. Lo cierto es que en la actualidad ya existe el riesgo de que cualquier laboratorio experimental legue a la naturaleza una especie totalmente desconocida de roedor, insecto o pez, que, descontrolado, cause estragos en los ecosistemas. Para orientarnos en este tema quizá sea de interés recordar algunos casos históricos. Leopoldo Trouvelot era un biólogo francés que en 1860 decidió traer al Nuevo Mundo, concretamente a Massachusetts, la diminuta polilla europea llamada lagarta o bicha del castaño (Lymantria dispar). La intención de Trouvelot era cruzarla genéticamente con la rentable araña de seda americana y obtener así una araña mucho más fuerte y resistente a las enfermedades. El destino quiso sin embargo que algunos ejemplares escapasen del laboratorio del biólogo galo. Puesto que para estos insectos en el Nuevo Mundo casi no existían depredadores, se extendieron vertiginosamente. Desde entonces, en ciclos de diez años, aparecen por el noroeste de los Estados Unidos verdaderas plagas de orugas que destruyen todo el follaje que hallan a su paso (en 1981 defoliaron más de cuatro millones de hectáreas). No existen medios eficaces de lucha contra esta plaga cíclica, a pesar de que la misma NASA vigiló la última plaga por medio de satélites artificiales. 4 En torno a 1960, un puñado de monitores ingleses pertenecientes a organizaciones de ayuda a los países en vías de desarrollo, tuvieron la feliz idea de trasladar algunos ejemplares de la perca del Nilo (Lates niloticus), al lago más grande de África, el Victoria. Los hombres de ciencia ingleses pensaban que la aclimatación de la perca en el lago −de dos metros de longitud y 300 kg. de peso− iba a significar una fuente adicional de proteínas para las tribus pesqueras de Uganda, Tanzania y Kenia. La viabilidad del proyecto parecía tan asegurada que incluso la FAO financió parte de la expedición. Veinticinco años después, la aclimatación de la perca gigante ha resultado una sorpresa negativa: ha aniquilado prácticamente la fauna piscícola autóctona; la población piscícola del lago ha quedado hoy reducida a una quinta parte y se han producido graves daños en todo el ecosistema lacustre. Los pueblos pescadores que viven en las orillas ven amenazada ahora su subsistencia por el descenso de capturas; por otro lado, con sus rudimentarias redes les es casi imposible atrapar a la perca, por lo que las capturas de esta especie no compensan en modo alguno las pérdidas que hoy tienen. Ambos ejemplos documentan cómo acciones realizadas por científicos llenos de buena voluntad pueden acabar en catástrofes ecológicas de gran magnitud. Por esta razón hay que ver con mucha prudencia las declaraciones «científicas» sobre la inocuidad ambiental de los animales transgénicos. Los riesgos sociales y económicos. Para aplicar la técnica de transferencia embrional, el campesino debe transformar su establo en una sala de operaciones, debe dominar sofisticados métodos y pertrecharse con un aluvión de instrumentos y fármacos que gravarán su presupuesto. Es muy probable que el argumento de la ganancia adicional para el ganadero, proveniente de la venta de los embriones congelados sobrantes, solo sea real en grandes empresas ganaderas, en las que una técnica tan costosa puede abaratarse por medio del elevado número de aplicaciones. En lo concerniente a los futuros animales transgénicos y a la introducción de las bacterias con hormonas productoras de leche, todos los estudios acxtuales críticos coinciden en afirmar −empleando el mercado estadounidense como parámetro− que de aquí al año 2000 las granjas quedarán reducidas a un tercio de las actuales, y que las familiares no sobrevivirán. La ética ecologista. ¿Satisface una ganadería intensiva como la actual el fin primordial de la cría de animales domésticos, que es el de producir alimentos de alta calidad para el ser humano de forma que éste se alimente y potencie su energía y su salud con ellos?. El panorama de residuos de metales pesados, hormonas, anabolizantes, antibióticos y tranquilizantes en las carnes de consumofruto de un criterio de producción deformado, basado prioritariamente en la cantidad y no en la calidad, responde negativamente a esta pregunta. Existen datos escalofriantes sobre el fetichismo por la productividad que posee nuestra sociedad, y sobre sus consecuencias para los animales. Toda la leche que se producía en Alemania Federal y Suiza en los años cincuenta pueden darla en la actualidad solo la mitad de las vacas de entonces. Hoy, al cabo de tres o cuatro años una ternera suele estar ya «agotada», es decir, madura para el matadero, porque se halla plagada de enfermedades crónicas y con escasa capacidad reproductiva. Hace treinta años las vacas alcanzaban en buena salud los 7 años, es decir que su longevidad abarcaba como mínimo el doble de la actual. Es de sentido común que en animales enfermos, saturados de estrés, con alimentación encaminada a buscar la proteína y con los mecanismos de autorregulación biológica alterados por la medicación, no se pueden hallar alimentos sanos para el ser humano. En ese estado límite de la ganadería actual, la ingeniería genética y sus técnicas suplementarias no aparecen en escena con el fin de replantearse las causas profundas de esta crisis, sino al contrario: se dirigen esencialmente, desde la misma filosofía de la producción acelerada, a minimizar y mitigar los síntomas 5 reveladores de la problemática. El que la ingeniería genética venga a apoyar a la agricultura intensiva actual es algo perfectamente coherente, pues no en vano surge de los mismos círculos de poder y tecnocráticos que en su día introdujeron la explotación intensiva y la mecanización de la ganadería. Desde esta óptica, es normal que la ingeniría genética haya sido desarrollada en función de no preocuparse por las causas de la crisis, sino para intentar ocultarlas. La ingeniería genética aplicada a la ganadería aporta así muchos más riesgos que ventajas. La construcción de quimeras y los futuros animales transgénicos implican la robotización absoluta del animal doméstico en función de criterios unilaterales productivistas y significan la degradación del animal que pasa a ser un mero objeto de explotación y manipulación. ¿Podrá existir un animal que no necesite ya del contacto con la naturaleza para desarrollarse? Pero por encima de los riesgos para el medio, y del impacto de la ingeniería genética sobre la salud del consumidor, puesto que aquí estamos tratando con seres vivos emparentados con el ser humano, se plantea además una cuestión de responsabilidad ética que no debería ser descuidada. Para otras culturas el animal es un compañero que proporciona alimentos a cambio de un mínimo de trato digno. Nuestra cultura es la primera que trata al animal como medio de producción, olvidando que como ser vivo merece respeto. En la actualidad, el animal sometido a una explotación intensiva a duras penas puede vivir. Elementos tan básicos como un mínimo espacio, el apareamiento, el contacto con sus congéneres o un alimento apetitoso se les niegan inexorablemente. Nuestros animales domésticos, encerrados y tratados con numerosos preparados, viven una vida de tensión y tortura en la que la muerte es casi una liberación. El paso a la manipulación genética y las técnicas de transferencia de embriones conllevaría el exacerbamiento de esta situación sobre nuestros animales. Incluso para una ética tan antropocéntrica como es la cristiana, el negar al animal su propia realización es injustificable. La ganadería ecológica como alternativa. Como ya apuntábamos en el anterior artículo, la crisis en que se halla sumida la agricultura actual puede ser superada a través de la agricultura ecológica. En una ganadería basada en estos criterios, los animales domésticos son una parte importante de los ciclos de la finca y contribuyen a fertilizar las tierras con su estiércol a través del compost. Su alimentación se halla estrechamente relacionada con la obtención de diversas plantas forrajeras en la propia finca, que a su vez desempeñan un papel decisivo en el ciclo de rotaciones de cultivos que tiene lugar en esta clase de agricultura. En la ganadería ecológica, los animales domésticos ingieren un alimento no solo pensado para aumentar su productividad cuantitativa, sino un función de su salud individual y de la especie; poseen el espacio necesario para el ejercicio y tienen la oportunidad de ejercitar una vida social digna con sus congéneres. En este marco, las posibles enfermedades y su tratamiento se basan en métodos veterinarios alternativos (homeopatía, aromaterapia, fitoterapia, etc.) y sobre todo en un análisis de las condiciones de la producción. La selección genética que persiguen la ingeniería genética y sus técnicas asociadas conduce a una total uniformidad de las razas y a la génesis de animales débiles y dependientes de todo un sistema veterinario en manos de la industria farmacéutica. La ganadería ecológica potencia por el contrario el cruzamiento tradicional en razas esencialmente autóctonas, con el fin de mantener la diversidad genética y sobre todo unos ejemplares sanos y fuertes aunque su producción de leche o carne no suele ser tan alta como la de especies manipuladas. La nueva filosofía que subyace a la selección genética ecológica no implica un retorno a la Edad Media, sino asumir un concepto de producción que tenga en cuenta lo cualitativo y potencie una evolución lo más armónica posible de los seres y los ecosistemas del planeta. La hormona del crecimiento bovino (en inglés Bovines Growth Hormone, BGH) pertenece al grupo de hormonas del crecimiento conocidas como somatotropinas, que junto con la hormona insulina, forma parte del 6 espectro de las hormonas proteinicas. En la actualidad existe una campaña crítica contra la comercialización de estas hormonas en Europa, organizada por la «Iniciativa de Consumidores contra la difusión y comercialización de hormonas». P. O. Box 1746, 5300 Bonn 1. República Federal Alemana. 7