TEATRO Del príncipe abajo ninguno JUANJO GUERENABARRENA * * Salinas (Asturias), 1957. Li-enciado en Filosofía y Letras. H AMLET, en español, se di-J. M~ ce José Luis Gómez. Y quien así lo ha llamado, quien le ha dado las palabras precisas, ha sido Vicente Molina Foix. Uno con la erudición y el buen pulso poético, el otro con la inteligencia y la carne de los buenos actores, han permitido que el primer trabajo de José Carlos Plaza al frente del Centro Dramático Nacional se convirtiera en un éxito: las taquillas cerraron repletas muchos días antes de la última representación en Madrid. Entre el público del María Guerrero había mucho prejuicio, gente culta que hacía tiempo se había construido una imagen del príncipe de Dinamarca, ora influidos por su memoria literaria, ora por un recuerdo fugaz del escenario o del celuloide. Hasta éstos salieron convencidos del trabajo de Gómez. Todos agradecieron el regalo que el actor, generosamente, puso en manos del respetable. José Luis Gómez y José Carlos Plaza entendieron que Hamlet era un hombre de acción. Acción es su obligación de las armas, pero acción también, aunque acción dilatoria, es la reflexión; profundo y agotador ejercicio de la inteligencia, el deseo, la política y el senti miento. Acción es también el reconocimiento de la madre traido- José Luis Gómez. ra por silenciosa —y por lo tanto aquiescente^ y acción es el verdadero amor por Ofelia. Plaza ha concebido la obra como una estructura piramidal, en cuya cúspide está Hamlet/Gómez asumiendo todas las tensiones, penetrado por todos los conflictos, rozado por todas las relaciones. De ahí hacia abajo, los personajes se diluyen muy poco a poco, ya desde Shakespeare, hasta ser sólo retazos en las generalidades de la base También esta estructura tienen los resultados obtenidos por la puesta en escena. José Luis Gómez, ya está dicho, es un regalo para el aficionado. Detrás, bien resueltos, con el perjuicio de ser personajes mucho más débilmente diseñados, es preciso colocar el excelente trabajo de Chema Muñoz y Ana Belén. Más abajo, sin perder el buen tono general en casi ningún caso, se van Colocando los demás. También detrás, en esa misma zona desvaída, la escenografía (por muy monumental que sea), la música, el vestuario y la luz. Pero tal vez habría sido todo en vano si no hubieran contado, unos y otros, con un texto de excepción. Vicente Molina Foix ha encontrado en Hamlet una libertad erudita impecable, unos versos que mantienen todo el poder del tránsito dramático y no pocas aclaraciones de situaciones oscuras. Al margen de pequeñas cosas (aquí algún catalanismo perfectamente corregible al que se le ha querido dar una importancia desmesurada), el texto de Molina Foix ha sido un vehículo exquisito en el que los actores se han subido para alcanzar envidiables velocidades de crucero. Incluso la pequeña sorpresa que causó la traducción del archiconocido «To be or not to be...» por «Ser o no ser, he ahí la opción» es una elección correcta. ¿No es acaso más exacto hablar de opción, puesto que de elegir entre dos cosas se trata? Texto, pues, y actor han sido las bazas fundamentales de José Carlos Plaza en su primer trabajo como director del C. D. N.; son, sin duda, lo mejor del espectáculo. Pero hay más escena en Madrid, aunque bien se puede decir que del príncipe abajo, ninguno. Después de lo visto en el María Guerrero, y que quizá se pueda ver en algunas otras provincias del Estado, poco ha habido en los escenarios del foro. Pendencias, sí, como siempre... que ya estamos habituados a que la máxima tensión del teatro se desarrolle fuera de los escenarios. Pendencias y malos modos han habido en el relevo accidentadísimo de la dirección del Teatro Español. Cuando se tranquilicen las aguas, Pérez Puig, que no es más nepotis-ta que Miguel Narros (¿o es que hemos perdido la memoria?), quizá nos sorprenda con ese ciclo de autores españoles del siglo XX, toda vez que no nos ha sorprendido con el inicio de su programación, un Príncipe constante, de Calderón, montado sin pena ni gloria por González Vergel. Mientras esperamos, excluyendo un par de estrenos que se acaban de producir y que comentamos a continuación, sólo cabe saludar el anuncio del sólido Festival Internacional de Teatro de Madrid, cuya décima edición comienza el próximo 6 de marzo. A estas horas no se ha hecho pública la programación, pero se habla de primerísimas figuras mundiales y de algún autor español —creemos que Francisco Nieva— que debería representarse sin interrupción. En el Cincuentenario de la muerte de Manuel Azaña, José Luis Gómez repite su montaje/homenaje Azaña, una pasión española, y lo repite en el María Guerrero, justo después de que Lúea Ronconi, el afamado director italiano, nos deleitara (y también durmiera un poco) con su trabajo sobre Las tres hermanas, de Chejov. Ronconi ha realizado un buen trabajo de investigación, un magnífico ejercicio al que quizá le falte una puesta a punto que justifique el interés que se ha puesto en el empeño. Pero como él dice, «hago teatro para los que se quedan», cuando se le recuerda que la mitad de los espectadores de sus obras acostumbran a marcharse en el entreacto. Con todos los peros que se le puedan poner, Las tres hermanas, en este trabajo de Ronconi, ha sido un oasis en medio del desierto panorama teatral madrileño, una vez que Hamlet se bajó de la cartelera. Estrenos ha habido, sí. Se estrenó El león en invierno,dz Goldman, en el Infanta Isabel. Agustín González y María Asquerino, los protagonistas, logran algunos segundos interesantes sobre el escenario, sin duda muchos menos que los que sugiere el texto; suena a teatro antiguo, pero seguramente a muchos espectadores les sonará bien. Tres cuartos de lo mismo su- cede con el estreno de la última obra de Ignacio Amestoy, Duran-go, un sueño. 1439, montado por el grupo Geroa. Los vascos de Ge-roa han dado muchos buenos momentos al teatro en España. Mil veces se ha hablado de su profesio-nalidad y alta calidad artística. Esta vez, sin embargo, no alcanzan el nivel acostumbrado. El texto de Amestoy, si bien algo tumultuoso y lento, está lleno de sugerencias, de belleza, de interesantes posibilidades para cientos de lecturas. Geroa, creemos, no ha sabido aprovecharlas y se ha detenido en los hallazgos inmediatos de un permanente aquelarre con el que cubren la propuesta temporal de la obra, situada en una noche de carnaval. El aquelarre continuado va perdiendo fuerza hasta que casi desaparece. El público esperará con razón el próximo trabajo de este excelente grupo vas- co, entre cuyas virtudes está la libertad de creación, que empieza a ser poco habitual en el teatro español de los últimos tiempos, sometido al relumbrón de los nacionales. Justo detrás de Amestoy, llega a la sala Olimpia el último trabajo de Sergi Belbel, joven autor catalán, premio Marqués de Bradomín 1985 y premio Ignasi Iglesias 1987. La obra que obtuvo este último galardón es la que ahora se presenta en Madrid: Elsa Schneider. El montaje está producido por el Centre Dramatic de la Generalitat de Catalunya. Belbel, el autor joven más importante de la escena española, parte del cuento de Schnitzler, Elsa, y se mezcla con la historia real de la que fue gran actriz Romy Schneider, para convulsionarse en la calidad del tiempo y complicarse en los ritmos del cine y la televisión «versus» el teatro.