Sanas y limpias Leonardo Gabriel Pitlevnik 1.- Dos reflexiónes previas. a.- Puede sonar extraño pensar en reformar la Constitución que fue modificada hace tan solo dieciséis años. El poco tiempo transcurrido pareciera desaconsejar un nuevo cambio. Las constituciones establecen un marco de actuación en una comunidad fijando las reglas mínimas, el punto de partida más atrás del cual no se puede retroceder o el horizonte hacia el cual nos pretendemos expandir. En lapsos tan breves, en principio, no debiera someterse el texto constitucional a nuevas modificaciones que, además de atentar contra su estabilidad, afirman el fracaso de la reforma anterior. Pero más extraño sería dejar de pensar, plantear y discutir una constitución mejor, omitir la propuesta de los cambios que parezcan necesarios, al menos, como una forma de ir descubriendo qué es lo que nos falta. Incluso es una buena alternativa para encontrar en la constitución tal cual está hoy escrita, los nuevos significados que puedan extender los espacios de justicia, equidad, libertad, y respeto por el otro. Basta solo con pensar que algunas de las propuestas que ahora se discuten, puedan incorporarse a nuestra vida sin necesidad de una nueva formulación constitucional; que sean incluidas por la ley o por prácticas efectivas consolidadas en el tiempo. Puede incluso resultar menos relevante que figuren en la constitución escrita pues ya lo estarían en la constitución real. Yendo más específicamente a los puntos aquí analizados, si la concepción de cárceles sanas y limpias tal cual las califica el art. 18 incluyera esquemas que impidan la superpoblación o el maltrato en las previsiones legislativas destinadas a hacer cumplir la manda constitucional; el camino de la discusión sobre constitución 2020, habría sido recorrido con éxito. b.- Otra cuestión a destacar es el complejo enramado normativo que trajo aparejada la reforma de 1994 con la incorporación de los tratados al art. 75 inc. 22. Gracias a ello el avance en la defensa de los derechos de los imputados y penados se fue ampliando y fortaleciendo a paso más o menos firme (lo que puede verificarse en la cantidad de fallos de la Corte Federal y los demás tribunales del país que toman a esos instrumentos internacionales como ejes de interpretación). Más allá de lo dicho, lo cierto es que esa inclusión quebró la idea de un texto simple y abarcador que funcionara como matriz. En materia penal, por ejemplo, se incluyeron tratados que fijan derechos y garantías sobre las mismas cuestiones a través de numerosas reglas, muchas veces repetidas de manera idéntica y otras con formulaciones algo diferentes. Esas reglas, a su vez, se entrecruzan con otros cuerpos normativos también aplicables a los mismos casos, formando un enramado mucho más complejo. El tema elegido para este comentario no es quizás el que presenta mayor profusión de normas (como ocurre, por ejemplo, con ciertas garantías procesales) pero puede observarse que a la breve alusión a las cárceles contenida en la parte final del art. 18 de la CN y al ahora agregado hábeas corpus correctivo del art. 43 último párrafo, se han sumado las previsiones de los arts. 5.6 y 10.3 de la Convención Americana de los Derechos Humanos y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. También se agregó la Convención contra la Tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. A su vez se acude para la determinación de los derechos diferentes manifestaciones de las Cortes, comisiones y comités creados por esos instrumentos internacionales ya sea en casos contenciosos, opiniones consultivas, informes, etc., de dispar valor regulatorio o interpretativo. A ello se agrega que dichos tribunales internacionales a veces abren mediante su jurisprudencia la interpretación brindada por otros organismos internacionales (por ejemplo, la Corte Interamericana incluye como guía interpretativa, a las decisiones de la Corte Europea en todo aquello que la Convención Europea sea igual al contenido de la Convención Americana).1 De manera que en muchos casos al contenido de un derecho o garantía no se lo encuentra en una fórmula que haga la vez de cauce, sino que obliga al intérprete a salir de expedición por diferentes fuentes que van Menciona Courtis, comentando el fallo Verbitsky, por ejemplo, que la Corte allí cita fuentes de diverso origen como tratados de diferente jerarquía, instrumentos no obligatorios, sentencias de tribunales internacionales de sistemas de los que la Argentina participa y otros de los que no forma parte, opiniones consultivas de la Corte Interamericana, observaciones de Comités del sistema universal y sentencias extranjeras (en El caso “Verbitsky: ¿nuevos rumbos en el control judicial de la actividad de los poderes políticos? en Colapso del Sistema Carcelario siglo XXI, Bs. As. 2005, pag 109). También Filipini menciona en el caso de la Corte Nacional en el fallo Derecho, que por un lado los votos se asientan en profusa cita de material extranjero pero, por otro lado, omite sin explicación alguna la mención sentencias del sistema americano que eran relevantes en la decisión (en La definición de los crímenes contra la humanidad en el fallo “René Jesús Derecho” de la Corte Suprema, publicado en Jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, vol 4, Hammurabi, Bs. As., 2008 pag. 335 y sigs) 1 aportando especificaciones y particularidades con distinta fuerza vinculante. 2.- Las cárceles del art. 18 En una de las tiras de Mafalda aparece Guille recostado en la vereda viendo los autos que pasan por la calle. Piensa: “a que el próximo en cruzar es azul”. El cuadro siguiente muestra a un automóvil pasando junto a él que en el último cuadrito de la tira razona “¡cómo puede la realidad equivocarse tanto!”. Algo parecido ocurre con la situación de los presos en la República Argentina, frente a la manda del art. 18 de la CN que la propia Corte Nacional ha identificado como una cláusula de contenido operativo, “aunque la realidad se empeña muchas veces en desmentirlo”.2 Las normas operativas (autosuficientes o autoaplicativas) serían aquellas que permiten su aplicación directa, no requieren de reglamentación para su 3 funcionamiento. Pero la realidad, como el tráfico en la tira de Mafalda, se obstina en oponerse a su vigencia. Ahora bien, que la realidad difiera de las normas destinadas a regularla no es en sí mismo un defecto, sino desde otra perspectiva, una necesidad. Si la constitución se limitara a reproducir lo que existe, de poco serviría. El constituyente, entre otras finalidades, fija marcos y traza horizontes cuya consecución permitirá la conformación de aquella sociedad que aspiramos ser y que aún no somos (aunque esa aspiración y las dificultades para hacerla realidad sean también parte de nuestra identidad de hoy). Lo cierto es que cuando las distancias son abismales y el recorrido para unir ambos extremos es tan difícil, las frases bonitas se vuelven una mueca difícil de digerir. La sostenida crítica al sistema carcelario desde el inicio de los textos especializados que se dedicaron a estudiarlo, pone en evidencia que hasta hoy en la gran mayoría de los casos no nos ha salido nada bien convertir a las prisiones en lugares sanos y limpios. En los últimos veinte años, por ejemplo, se multiplican los motines que en diferentes unidades o comisarías del país provocan decenas de detenidos muertos (Olmos en 1990, Sierra Chica en 1996, Coronda y Magdalena en 2005, Santiago del Estero en 2007). Se trata de De Fallos: 318:2002, ratificado con cita textual en Verbitsky. Tan poco operativo parece el art. 18 que en dicho fallo la intervención de la Corte se dio luego de que un tribunal casación y una corte provincial rechazaran intervenir para modificar aquello que debiera ser operativo. 3 Extraído de Bidart Campos, Tratado Elemental de Derecho Constitucional Argentino, T1, Ediar, Bs. As., 1995, pag. 110. 2 manifestaciones violentas que llegan repentinamente al conocimiento público y representan aquello que ocurre de manera crónica en muchas de las cárceles argentinas y de la que dan cuentas periódicos informes de organismos estatales y ONGs en los que se describen condiciones de maltrato, abuso, hacinamiento por las que ningún ser humano debería pasar.4 3.-Humildísima propuesta a debatir La reforma de aquella parte de la Constitución que sigue incumplida sería un paso, que indefectiblemente necesita de la implementación de prácticas que aseguren la consecución de objetivos propuestos. De nada sirve la mejor carta de navegación de un viaje que nunca se hará.5 Acordar en un valor que define un piso por debajo del cual no estamos dispuestos a descender requiere de mecanismos institucionales que posibiliten su concreción y el compromiso de que aquello que se deja por escrito será luego sostenido mediante políticas públicas adecuadas. Una aclaración. Pasaré por alto la innegable necesidad de que la Constitución prevea una norma clara y precisa en cuanto a la utilización de la cárcel como último recurso. Dicho principio debe regir tanto para las medidas de coerción, como para imaginar formas diferentes de respuesta en caso de condena por la comisión de un ilícito. Difícilmente, al menos en lo discursivo, alguien se oponga a una regla de estas características. La propuesta que aquí desarrollo se focaliza en una alternativa que pueda incidir en la generalizada utilización de la cárcel por parte del estado, a pesar de que incluso hoy existen reglas que imponen, por ejemplo, la utilización de la prisión preventiva exclusivamente para casos extraordinarios.6 La Constitución de 1853 solo excepcionalmente establecía una suerte de sanción o algún mecanismo de imputación en caso de que se infrinja una de sus previsiones. La libertad para asociarse, no vino acompañada de una amenaza para quien intentara coartarla. Tampoco a la Por todos ver, “AAVV, Colapso del sistema carcelario”, ob. Cit.. También, los informes anuales del CELS o de la Comisión provincial por la Memoria, en el caso de la provincia de Buenos Aires, que pueden leerse en sus respectivas páginas web. 5 Abuso en este texto de las diversas variantes de la idea de carta de navegación que menciona Nino recordando a Alberdi (Fundamentos de Derecho Constitucional, Astrea, Bs As, 2002. Pag. 1 y sigs.). 6 La jurisprudencia de la Corte IDH, los informes de la CIDH y los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ya establecen que la prisión preventiva es una media de carácter extraordinario, lo que no se compadece con lo que muchas veces ocurre en la realidad. 4 proclama de la libre navegación de los ríos se le adosaba una amenaza que asegurara su efectividad. En escasísimos supuestos el constituyente necesitó reforzar la repulsa a determinada situación intolerable con algún tipo de advertencia. El más famoso es, quizás, el calificativo de infame traidor a la patria y la previsión de la condigna pena para quien consienta, formule o firme la concesión de la suma del poder público a una persona. En el caso de la esclavitud, el art. 15 define como crimen a todo contrato de compra y venta de personas y hace responsables a quienes lo celebren, y el escribano o funcionario que lo autorice. El tercero de los pocos casos que aquí me interesa resaltar (y que además tiende a esfumarse de la lectura del texto, como si desapareciera de la atención del lector) es el de la imputación a los jueces por permitir medidas que bajo pretexto de precaución conduzcan a mortificar a los detenidos más allá de la seguridad que justifica el encarcelamiento.7 En otras palabras, ya se había tratado de incluir algún acicate, alguna fórmula que intentaba garantizar el derecho de un detenido a no padecer más allá de lo que la seguridad exigía. El constituyente tuvo la intuición de que no iba a alcanzar con la sola expresión inicial. Y no alcanzó. Las cifras de detenidos, los muertos en comisarías y unidades carcelarias, las pésimas condiciones de alojamiento que vuelven inhabitables espacios ínfimos donde las personas pueden estar detenidas durante meses o años no ha traído aparejada imputación alguna a los jueces que las permiten. Incluso suele ocurrir que la demanda a esos mismos jueces de parte de ciertos sectores sociales (a veces mayoritarios, a veces sostenidos en fuertes grupos de presión) corre en sentido opuesto: más gente presa por más tiempo. La pregunta es, entonces, si es posible adoptar alguna previsión que deje de ser una mera expresión de deseos y que brinde herramientas eficientes para actuar sobre lo que ocurre. En caso de que ello sea posible, queda por pensar cómo hacer para no convertir a esa previsión en un detallado mecanismo propio de una ley; pues de otro modo se convertiría en una suerte de código de ejecución penal. El art. 18 de la CN prevé que las cárceles son para seguridad y no para castigo, lo que llevó a parte de la doctrina pensar que allí se centraba el modelo reeducativo de un sistema carcelario. Se dijo también que en realidad un criterio interpretativo histórico literal permitía reconocer se hablaba de la cárcel como coerción pero no como pena, pero que un criterio histórico dinámico permite entender a la previsión del art. 18 como el deber de evitar castigos adicionales o innecesarios los condenados. Para un mayor desarrollo y cita de bibliografía ver Pitlevnik, Menard y la Interpretación, en La Cultura Penal. Homenaje al Prof. E. Hendler, Anitua y Tedesco, compiladores, Ed. Del puerto, Bs. As. 2009, pag. 523 y sigs. 7 ¿Qué debería decir una constitución para incidir sobre la realidad en el caso de las prisiones? Posiblemente, se puedan establecer estándares que no hagan depender la finalización del hacinamiento y mal trato de la nula voluntad de los circunstanciales operadores. Una posibilidad es la de fijar una suerte de cupo, determinar cuáles serían los parámetros que primeramente puedan ser tenidos en cuenta para operar como válvula de descompresión del sistema carcelario (gravedad de los hechos imputados o condenados, cercanía en el tiempo para la obtención de la libertad; gravedad de las penas por las que han sido condenados; condición de procesado). La norma a discutir podría formularse del siguiente modo: “Una ley indicará los parámetros para disponer la libertad de las personas detenidas en causas penales en caso de que las condiciones de alojamiento puedan importar un trato cruel, inhumano o degradante. En ausencia de dicha ley los jueces a cuyo cargo se encuentran deberán disponer el cese del encarcelamiento de quienes se hallen padeciendo una privación de libertad en las condiciones mencionadas”. La constitución prevería así lo que en principio podría ser la formulación de una ley que debiera incluir, en caso de que corresponda poner fin a un encarcelamiento fuera de las razones procesales, extremos que hoy, incluso, ya están incluidos en algunas leyes y previstos en instrumentos internacionales como las Reglas Mínimas para el tratamiento de Reclusos de las Naciones Unidas. Me refiero a la fijación de la superficie y cubaje mínimos necesarios para la vida de una persona detenida, aireación, iluminación, calefacción suficiente, sanitarios y duchas, camas aisladas del suelo, privacidad, contacto con el aire libre, posibilidad de desplazamiento, acceso a un servicio de salud, educación, trabajo, alimentación, visitas, cercanía del lugar de detención con el de residencia de la persona detenida o del domicilio familiar. También una ley debería indicar cuál de los parámetros es definitorio para que se disponga una libertad, en qué medida, bajo qué circunstancias. En ausencia de la ley, la constitución impondría a los jueces la obligación de hacer cesar una detención de quien se encuentra a su disposición si por las condiciones en que se lleva adelante, puede significar un trato cruel, inhumano o degradante. Cierto es que en esta propuesta la Constitución, operaría solo como límite. No se trata de una fórmula que activamente establezca un camino para construir una respuesta penal menos salvaje, pero operaría como extremo más allá del cual un encarcelamiento no pueda ser sostenido. 4.- Reflexión final Puede ocurrir que no importa cuánto reescribamos la constitución pues sigan incumplidos los derechos afirmados en el papel desde hace más de cien años. Si así fuera, al menos sería útil para sincerarnos y descorrer el velo que nuestras declaraciones rimbombantes tienden a ocultar. Quizás nos daríamos cuenta de que, a pesar de nuestras frases de ocasión, no nos importa que determinadas personas vivan en condiciones deplorables o les sean infringidos padecimientos innecesarios so pretexto de que la seguridad (y no el castigo) lo justifica. Llegaríamos a la conclusión de que nada de eso nos quita el sueño y que poco importan las estrategias discursivas destinadas a terminar con una realidad que no estamos interesados en modificar.