BENEFICIOS FRENTE A COSTES EN LA MONEDA ÚNICA Guillermo de la Dehesa Mi intención en este artículo es resaltar las ventajas de la moneda única a través del análisis crítico de los argumentos contrarios a ella y determinar qué argumentos "a sensu contrario" son aceptables y, por lo tanto, suponen costes y cuáles no y suponen beneficios. Tanto para analizar los beneficios como los costes de la UME la pregunta que hay que contestar es si los países miembros de la Unión Europea mejoran o empeoran su situación actual reteniendo el manejo del tipo de cambio como un instrumento de política económica, en lugar de fijarlo irrevocablemente con otras monedas en un primer paso y, adoptar finalmente una moneda única. Ciertas dudas teóricas Lo primero que hay que recordar es que el tipo de cambio es más bien una variable, resultado del comportamiento de la situación del sector exterior de una economía, que un instrumento que determina el comportamiento de dicha situación. Es decir, se devalúa la moneda porque las salidas de flujos monetarios en una economía son superiores a las entradas, o, lo que es lo mismo, la demanda de dicha moneda es inferior a su oferta. Lo segundo que hay que plantearse es si un país, mediano y abierto, como España tiene la capacidad para poder utilizar ventajosamente su tipo de cambio, o si lo más que puede hacer es reaccionar, pasivamente, a los efectos indirectos de la relación, en cada momento, entre las actuales monedas reserva: el dólar, el marzo y el yen. Asimismo, habría que preguntarse si en un entorno como el actual, de total libertad de movimientos de capital y de un alto grado de expectativas racionales de los agentes económicos, una devaluación del tipo de cambio realizada unilateralmente por un país como España puede ser efectiva. Para que pudiese serlo tendría que sorprender a los mercados exteriores y también a los agente económicos nacionales. La experiencia reciente de las crisis del mecanismo de cambios del SME muestra que las devaluaciones las anticipan y las propician los mercados financieros, y no los gobiernos, cuando observan que la política económica que realizan las autoridades económicas de un país no es compatible con el mantenimiento de su tipo de cambio. Además, es sabido que tanto los sindicatos como los empresarios reaccionan cada vez de una manera más rápida ante las devaluaciones o incluso las anticipan. La experiencia reciente ha demostrado, sin embargo, que aunque esto último ha ocurrido en nuestro país, la recesión de 1993 y el elevadísimo nivel de paro de nuestra economía, no han permitido que unos y otros eleven sus salarios y sus precios en respuesta a la devaluación. Por último, habría que recordar al lector que aunque el tipo de cambio aunque sigue siendo un instrumento válido para ganar competitividad a muy corto plazo, eso si cada vez más corto, y ajustar los desequilibrios de la balanza de pagos por cuenta corriente, sin embargo, no tiene ningún efecto a largo plazo sobre la competitividad. La competitividad a largo plazo de una economía no depende de las variables nominales de una economía, entre las que se encuentra el tipo de cambio, sino de las variables reales, es decir, de la estructura productiva de una economía y de su productividad, del nivel de desempleo, del nivel de ahorro e inversión, del sistema educativo y de la capacidad tecnológica y de innovación. Sólo mejorando estas últimas se consigue realmente ganar competitividad en una economía. Argumentos contrarios menos relevantes Dicho esto vamos a analizar los argumentos a favor de retener el tipo de cambio como instrumento de política económica. La primera justificación para retener la posibilidad de manejar el tipo de cambio es que aún existen diferenciales en los tipos de inflación entre los países miembros que necesitan ser acomodados por movimientos nominales de los tipos de cambio para no perder competitividad. Sin embargo, cuando se observan hoy las diferencias en las tasas de inflación se llega a la conclusión de que son mucho menores que hace años ya que, el mecanismo de cambios del SME ha ayudado, sin duda, a su convergencia. También ha sido un factor determinante de dicha convergencia de tasas de inflación la decisión de los países miembros de dar autonomía a sus Bancos Centrales y que estos hayan cambiado sus objetivos monetarios desde el control de la cantidad de dinero o el mantenimiento del tipo de cambio a alcanzar una determinada tasa de inflación. Por otro lado, el sistema actual de bandas anchas permite ir acomodando, por lo menos hasta el primero de enero de 1999 los pequeños diferenciales que existen en la actualidad hasta que se consiga una convergencia adecuada que, de acuerdo con el Tratado de Maastricht, se fija en una inflación de 1,5 puntos por encima de la de los tres miembros con menor inflación. Los países que no hayan alcanzado dicha convergencia no podrán pasar a la tercera fase de la UME hasta que lo consigan en una fecha posterior. El segundo argumento que se maneja, relacionado con el anterior, es el derivado de la Curva de Phillips, en el sentido de que existe una cierta relación inversa entre la inflación y el desempleo y, por tanto, para un país como España reducir la inflación puede costar varios puntos de aumento de un nivel de desempleo excesivamente alto. Sin embargo, la reciente experiencia de los 1 años ochenta ha echado por tierra la posibilidad de conseguir una mejora del desempleo con una mayor tasa de inflación, ya que los países con mayor inflación han tenido mayor desempleo que los países con menor inflación. Esta experiencia, junto con diversos estudios que han demostrado que, a largo plazo, se consigue crear mayor crecimiento y menor paro con un entorno macroeconómico más estable y menos inflacionista, han cambiado la prioridad de la política económica hacia un mayor control de la inflación. La moderna teoría de la relación entre paro e inflación viene determinada no por los niveles de inflación como mide la Curva de Phillips sino por sus tasas de crecimiento. A partir de unos niveles determinados, son las desaceleraciones o desaceleraciones las que tienen cierto efecto las unas sobre las otras. Existe, por tanto, un nivel de desempleo en toda economía que no genera tensiones inflacionistas denominado NAIRU (Non Accelerating Rate of Inflation Unemployment). Es decir, en cada país hay un nivel de paro, que en algunos países como en España es muy alto, que es lo suficientemente alto para no generar inflación. Este nivel de paro está más determinado por causas estructurales (paro clásico) que por causas coyunturales o de falta de demanda agregada (paro keynesiano) y, por tanto, debe de ser combatido con medidas estructurales, ya que no tiene ninguna relación con la tasa de inflación. Además, la moderna teoría del desempleo señala que dicho NAIRU tiende a ser más elevado y a acercase a la tasa de paro actual conforme el nivel de paro es más elevado. Es el fenómeno que se denomina "histéresis" o "autoalimentación", que viene determinado por causas fundamentalmente estructurales que tienden a provocar un desajuste entre la oferta y la demanda de empleo, tales como la desacumulación de capital físico por falta de inversión, la desacumulación de capital humano en los parados de larga duración o en los desanimados, el poder de los "insiders" u "ocupados" que son los que fijan los salarios frente a los "outsiders" o "parados" que no tienen poder para reducir los salarios y encontrar empleo, la falta de movilidad de la mano de obra, etc. El tercer argumento, relacionado también con los anteriores, en favor de retener el manejo del tipo de cambio, viene determinado por la existencia de diferentes tasas de crecimiento y de capacidad productiva entre los países miembros de la UE. Si un país como España, por factores demográficos, es decir, por un mayor crecimiento de su población activa o por factores económicos, es decir, tener un nivel de desarrollo mucho más bajo que, por ejemplo, Alemania, necesita crecer más rápido que esta última, lo lógico es que su tipo de cambio se deprecie frente al del marco alemán o éste se aprecie frente al de la peseta para que España pueda crecer más rápidamente vía exportaciones. Es decir, puesto que el país que necesita crecer más rápido tiene por definición que invertir más de lo que ahorra tiende a tener un déficit por cuenta corriente mientras que el país que crece más lentamente tiende a tener un superávit y ambos desequilibrios inducen respectivamente a una depreciación o apreciación relativa de sus tipos de cambio nominales y reales (deducida la tasa de inflación). Sin embargo, los modelos econométricos más recientes han demostrado que no existe una clara correlación a corto plazo entre 1 las tendencias de los tipos de cambio reales y la tasas de crecimiento de las economías, especialmente en Europa, en donde el patrón de comercio es intraindustrial o intrafirma y no interindustrial. Es decir, que la mayor parte del comercio entre los países miembros de la UE viene determinado por razones de economías de escala y de diferenciación de los productos y no tanto por las ventajas comparativas de especialización en un determinado sector industrial, en un determinado recurso natural o en los diferenciales de costes laborales o de capital. Por otro lado, la libertad de movimientos de capital está haciendo que, al contrario de lo que primaba hasta ahora, la cuenta corriente no determina la cuenta de capital si no al revés. Como, por definición, la suma de las dos cuentas de la balanza de pagos tiende a ser cero, es la cuenta de capital la que determina, según sea superavitaria o deficitaria, que la cuenta corriente sea respectivamente deficitaria o superavitaria y no al revés. El proceso para que esto ocurra es el siguiente: una fuerte entrada de capitales tiende a provocar un mayor gasto en el sector de bienes no comerciables (es decir, que no se exportan o no compiten con la importación) con lo que su precio tenderá a aumentar, la inflación aumentará y el tipo de cambio real se apreciará con lo que se perderá competitividad y los recursos tenderán a desplazarse al sector de bienes y servicios no comerciables, con lo que el sector de bienes exportables o que compiten con las exportaciones será más pequeño y se producirá, finalmente un déficit por cuenta corriente. Es decir, las fuertes entradas de capital tienden a producir un déficit por cuenta corriente para poder facilitar la transferencia o importación de bienes y servicios que son la contrapartida material de dichos flujos de entrada monetarios. La cuenta de capital viene determinada a su vez por la credibilidad de las políticas económicas ante los mercados financieros, por el nivel relativo de tipos de interés y sus expectativas a corto plazo y por las expectativas sobre los tipos de cambio y no tanto por las tasas de crecimiento a medio plazo. Otro argumento manejado, indirectamente, en pro del mantenimiento del manejo del tipo de cambio, ha sido el que ciertos países, acostumbrados a tasas elevadas de inflación durante muchos años, han ido financiando parte de su gasto público con ingresos provenientes del señoriaje (o impuesto inflacionista) derivado de las altas tasas de inflación. Señoriaje son todos lo ingresos que se obtienen por los gobiernos cuando estos venden a los ciudadanos activos que no devengan intereses, por ejemplo, los billetes y monedas en circulación o también los coeficientes de caja o de reserva no remunerados que se imponen a los bancos comerciales. Cuanto mayor es la inflación mayor es el impuesto inflacionista puesto que el margen de beneficio es mayor. La pérdida de los ingresos por señoriaje, al reducir las tasas de inflación, no es fácilmente compensable con un aumento de impuestos o una reducción de gastos. Sin embargo, el señoriaje que llegó a ser muy elevado en los años 75 al 85 en países como Italia, España, Portugal y Grecia, ha ido descendiendo y en la actualidad es prácticamente insignificante. En Italia y España no alcanza medio punto del PIB, 1 y en Grecia y Portugal no supera el punto de PIB. La independencia de los Bancos Centrales y el proceso desinflacionista reciente han contribuido a ello, por lo que ahora no plantea ningún problema. Otro argumento es que unas monedas, especialmente las de reserva, como es el marco alemán, tienen una mayor aceptabilidad internacional que otras y, por tanto, su demanda es siempre mayor que las de las monedas de otros miembros de la UE, por lo que los realineamientos de los tipos de cambio deben de ser necesariamente recurrentes. La experiencia ha demostrado que cada vez que los capitales internacionales se han movido desde el dólar o el yen hacia el marco se han producido fortísimas tensiones en el mecanismo de cambios del SME, especialmente por mostrarse reacio el gobierno alemán a apreciar el marco, interviniendo en su contra. Ahora bien, la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, especialmente, la adopción de una moneda única, acaban con este problema en lugar de empeorarlo, ya que el Euro será la moneda reserva de toda Europa y no planteará ninguna tensión dentro de la Unión Europea. Al revés, Europa, en su conjunto, se beneficiará de mayores entradas de capital porque al haber una nueva moneda de reserva tan importante como el dólar se dará inmediatamente una diversificación de las carteras hacia el Euro que implicará una reducción de los tipos de interés en la Unión Europea. En definitiva, en un mundo como el actual con libertad total de movimientos de capital y con un elevado grado de racionalidad en las expectativas de los agentes económicos, los gobiernos que quieren retener la libertad de realinear su tipo de cambio pagan un cierto precio por ello. Los agentes económicos nacionales y extranjeros siempre pensarán que tal libertad se mantiene para ser utilizada, empezarán a sospechar en mayor medida de dicho país y tenderán, para no ser cogidos desprevenidamente, a aumentar más rápidamente los costes y los precios del país bajo sospecha de devaluación y a establecer una mayor prima de riesgo sobre el rendimiento de sus activos financieros, con lo que las expectativas inflacionistas serán mayores y tenderán a aumentar su inflación y sus tipos de interés nominales deteriorando la situación macroeconómica de dicho país aunque no haya devaluado aún. También los mercados pueden optar por atacar a la moneda nacional y pueden hacer que se provoque una devaluación ya que es el tipo de cambio donde en mayor medida se da la teoría del autocumplimiento de las expectativas. Si, finalmente, la moneda se devalúa los agentes que han apostado por ella harán un beneficio a costa del Banco Central del país afectado y su Gobierno perderá credibilidad y su reputación antiinflacionista será más difícil de mantener en el futuro. Al final, la única forma que tiene dicho gobierno de volver a ganar reputación y conseguir reducir la inflación y los tipos nominales de interés es mediante una fijación irrevocable de su tipo de cambio para dejar bien claro a los mercados que su compromiso de estabilidad es irrevocable. Ahora bien, aún cuando esto es una condición necesaria no significa que sea siempre suficiente, ya que también pagan un precio los países cuyo compromiso de mantener 1 su tipo de cambio fijo es percibido como no sostenible por los mercados financieros y es sometido a sospecha, como la reciente experiencia de la crisis del SME nos ha enseñado. Hemos visto a lo largo de la historia reciente como tipos de cambio irrevocablemente fijos se han terminado por romper. A pesar de utilizar el término irrevocable para darle mayor credibilidad, ésta no depende exclusivamente de decidir políticamente fijar el tipo de cambio, sino además de que dicha fijación sea percibida como sostenible a juicio de los mercados. Si el país tiene aún un diferencial alto de inflación o una tasa diferencial de paro muy elevada respecto de la moneda o monedas con las que fija su tipo de cambio, los mercados pueden percibir que no va a ser posible mantener el tipo de cambio fijo y seguirán manteniendo una prima de riesgo que hará más difícil sostener la fijación y, finalmente, puede que se tenga que dar marcha atrás. Ante esta situación existen dos opciones: la primera es deshacer la fijación irrevocable lo que trae consigo una pérdida de credibilidad aún mayor que, dada la larga memoria que tienen los mercados, hará más difícil recuperar la reputación antiinflacionista y, por tanto, la prima de riesgo se mantendrá muy alta dificultando mantener los equilibrios macroeconómicos y un crecimiento elevado y estable. La segunda opción, mucho más eficaz, es dar el paso adelante en el proceso de Unión Monetaria adoptando una moneda única. Desde el momento en que se adopta una moneda única, tal como está previsto en el Tratado de la Unión Europea, desaparece totalmente la mala reputación de la moneda ante los mercados ya que las monedas débiles de los países con problemas de inflación desaparecen con toda su historia pasada y la nueva moneda es la que fija las condiciones de credibilidad, que en el caso de la UME está avalada por un Banco Central Europeo independiente y con una reputación muy alta, sino tan alta, como la que puede tener hoy el Bundesbank. Es decir, la fijación irrevocable de los tipos de cambio nunca es realmente irrevocable y hay que considerarla como un paso transitorio dentro del proceso de Unión Monetaria ya que las ventajas de ésta sólo se consolidan realmente con la adopción de una moneda única. En resumen, sólo con una moneda única se consigue realmente una situación de estabilidad y se evita estar sometido permanentemente a la censura de los mercados y a los ataques especulativos sobre los tipos de cambio de los países miembros de la UE. Es decir, la moneda única es, sin duda, la solución menos mala a la situación de transición e interinidad actual que siempre estará sujeta a incertidumbre y a falta de credibilidad por parte de dichos mercados, como ha demostrado la experiencia reciente de la crisis del SME. Argumentos contrarios más relevantes Algunas de las críticas a la moneda única tienen una base sólida 1 y pueden plantear costes importantes en el futuro, especialmente una vez que ésta esté funcionando. En general estos argumentos se refieren a las condiciones que debe de tener un área monetaria óptima para que una Unión Monetaria sea factible y duradera. La primera condición es que entre los países que forman dicha moneda única exista un elevado nivel de integración comercial y de movilidad de factores de producción. La realidad es que esta condición aún no se da en Europa. La interpenetración comercial aún es baja en algunos países como España, Francia y Alemania y sólo Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Dinamarca tienen realmente unos niveles elevados. La movilidad del capital es ya bastante elevada pero la movilidad del trabajo es insignificante. De los 370 millones de habitantes que residen en Europa sólo 5 millones, el 1,3%, reside en un país distinto del que ha nacido y, si se computan sólo aquellos que trabajan en otro país diferente del de su residencia habitual, la cifra se reduce a 3,1 millones, es decir, el 0,8%. En esta bajísima movilidad de la mano de obra intervienen una multiplicidad de factores de todo tipo. Desde las barreras culturales y lingüísticas al nivel de prestaciones sociales en cada país, pasando por el enraizamiento familiar y las menores diferencia de renta. Esta escasa movilidad de algunos bienes servicios y factores de producción hace menos flexible el funcionamiento de la Unión Monetaria y puede producir problemas de desajuste entre unos países y otros. La segunda condición es que exista lo que se llama un cierto "federalismo fiscal". Es decir, al cederse la política monetaria a un Banco Central Europeo y renunciar al tipo de cambio pasa a ser muy importante, la utilización de la política fiscal como instrumento anticíclico y para hacer frente a choques de oferta o demanda bien que afecten a un país determinado (choque asimétrico) o que afecten a todos los países al mismo tiempo pero de manera diferenciada. La reunificación alemana ha sido, por ejemplo, un choque asimétrico de demanda que ha afectado primordialmente a Alemania. Las crisis energéticas de 1973 y 1979 fueron choques simétricos de oferta que afectaron de manera diferente a los países de acuerdo con su grado de dependencia energética. Para evitar que dichos choques temporales afecten en exceso a un determinado país no sólo tiene dicho país que ajustar sus niveles de renta, es decir, sus salarios reales y sus precios, sino que también tiene que ajustar su nivel de empleo, de ahí la importancia de la movilidad de la mano de obra, ya que no dispone ya del tipo de cambio como ajuste temporal a corto plazo. También tendrá que acudir a aumentar su déficit público y a endeudarse. La experiencia de Estados Unidos o Canadá, que son uniones monetarias centenarias muestra que es necesario y conveniente tener ciertos estabilizadores fiscales automáticos que operan a nivel federal por encima del esfuerzo fiscal de los estados o provincias y que permiten que el ajuste de la región, estado o provincia sea menos traumática. Es decir, teniendo un presupuesto supranacional o federal que centralice, por ejemplo, la mayor parte del impuesto 1 sobre la renta de las personas físicas y de las sociedades y de los subsidios de desempleo, se permite que el choque sea menor hasta que opera la propia flexibilidad real del estado o la región para adaptarse a dicho choque. El problema que existe en Europa es que el Presupuesto Comunitario es tan reducido que no puede hacer frente a dichos choques, en el caso en que ocurriesen, una vez que la moneda única está introducida. Beneficios macro y microeconómicos No sólo traen una unión monetaria y, especialmente, una moneda única ventajas macroeconómicas sino también microeconómicas. El beneficio macroeconómico fundamental de la moneda única va a ser la creación en Europa de una zona de estabilidad macroeconómica, es decir, de baja inflación y bajos tipos de interés. Todos los estudios económicos que han analizado la economía mundial y europea a largo plazo muestran que el crecimiento ha sido más elevado en los países con mayor estabilidad macroeconómica. La razón es muy clara. En un entorno de baja inflación la inversión privada tiene menores incertidumbres a la hora de llevar a cabo inversiones productivas y además los bajos tipos de interés no sólo incentivan la inversión privada productiva sino que, al tener menores gastos financieros, las empresas pueden dedicar un mayor volumen de recursos a la misma. Hoy en Europa más del 40% del ahorro se dedica a financiar déficit públicos. Con un entorno de tipos de interés más bajos y estables el servicio de la deuda pública será menor y el déficit público podrá controlarse mejor ya que las cargas de intereses de la deuda pública representan en nuestro país cerca del 20% del gasto presupuestado. Ello permitiría reducir el déficit público y mantenerlo dentro de los límites establecidos por la convergencia sin necesidad de recurrir para ello a reducir la inversión pública. Además, las administraciones públicas podrían endeudarse en Euros con tipos más bajos y sin riesgo de cambio, lo que reforzaría la reducción del servicio de la deuda. No sólo el Estado y los empresarios se beneficiarán de una inflación y unos tipos de interés más bajos, sino también las familias. La reducción de la inflación favorecerá a los pensionistas y a las personas con rentas más bajas. Con unos tipos hipotecarios más bajos y una mayor competencia bancaria, muchas más familias tendrán acceso a vivienda propia. Lo mismo se puede decir de la compra de bienes de consumo, que se verá también relanzada. Entre los beneficios microeonómicos destaca, en primer lugar, la reducción de los costes de transacción entre los países, derivados de la existencia de diferentes tipos de cambio que es total cuando se alcanza una moneda única ya que no es necesario cambiar una moneda por otra para cualquier tipo de transacción entre 1 países. Los cálculos que se hicieron en 1988 demostraban que el ahorro anual sería de unos 4.000 millones de Ecus, es decir, unos 5,2 billones de pesetas, un 0,5% del PIB de la UE de 12 miembros. Naturalmente, los bancos de la UE que obtienen un 5% de sus ingresos a través del cambio de moneda tendrán que recolocar todo el personal que lleva a cabo este tipo de actividad para que dicho ahorro sea realmente neto. La desaparición de estos costes de transacción traerán consigo un relanzamiento de la inversión y del comercio entre los países de la UE, ya que actualmente existe una cierta barrera psicológica que impulsa a muchos agentes económicos a no invertir en monedas distintas de la propia. Más importante aún es el ahorro que supondrá eliminar los costes de información derivados de la existencia de muchas monedas que dan lugar en la UE a distorsiones y discriminaciones de precios a veces muy importantes, especialmente en los bienes de consumo. Como muchos consumidores no conocen bien los tipos de cambio que prevalecen en el mercado no les es fácil calcular los precios en su propia moneda para hacer una comparación adecuada entre los precios en ambas monedas. Estos costes de información permiten a las empresas cargar precios diferentes en diversos mercados a costa de los consumidores. Estos costes de información y la política de discriminación de precios desaparecen con una moneda única suponiendo un ahorro importante para los consumidores a costa del mayor beneficio de las empresas. El cálculo que se ha hecho de estos costes sería de cerca de un 2% del PIB de la UE de 12 miembros, es decir, cerca de 20.000 millones de Ecus, es decir, unos 26 billones de pesetas al año. La tercera ventaja microeconómica viene determinada por el hecho que la volatilidad de los tipos de cambio supone un coste añadido para el comercio entre los países de la UE. Este efecto es mayor desde que la libertad de movimientos de capital se ha introducido en el mercado único. A pesar de que el SME ha logrado reducir notablemente dicha volatilidad aún pueden obtenerse beneficios de su reducción con una moneda única, ya que las empresas reducirían el coste de las operaciones financieras de cobertura de dicha volatilidad. Conclusiones Ante las actuales circunstancias tanto en términos de avance de la integración económica y especialmente de libertad demovimientos de capital así como el hecho de haber suscrito y ratificado el Tratado de Maastricht, parece claro que la moneda única es la mejor o la menos mala de las opciones disponibles, ya que es la única que hace realmente compatible la libertad de movimientos de capital con la estabilidad cambiaria. Existe otra opción también compatible que es la flexibilidad total de tipos de cambio, pero que en este momento se considera totalmente fuera de lugar para Europa ya que supondría dar marcha atrás en el proceso de integración. Las restantes opciones como la del SME o incluso la de la fijación irrevocable de los tipos de cambio son muy 1 inferiores en términos de coste-beneficio y de bienestar para Europa y además no pueden ser más que transitorias. Una vez que se haya conseguido una moneda única es obvio que deberá haber un sistema fiscal centralizado o un fondo especial que, de alguna manera, haga frente a los choques asimétricos que pueden afectar a algunas regiones o países de Europa en momentos determinados. Dicho sistema o fondo no tiene que confundirse con el de los actuales fondos estructurales o de cohesión que buscan otro tipo de objetivos económicos, como es la solidaridad con las regiones con un menor nivel de desarrollo de la U.E. y la búsqueda de una mayor cohesión económica y social en una Europa integrada. Por último, es de enorme importancia buscar mecanismos y políticas que desde hoy se apliquen para aumentar el grado de movilidad de la mano de obra europea, ya que su actual ausencia puede acarrear problemas de ajuste para algunas economías integradas en una moneda única. 1