n Y AHORA ¿QUE? Guillermo de la Dehesa Vicepresidente del CEPR Centre for Economic Policy Research España, como Italia y Portugal, ha sido capaz de cumplir los criterios de convergencia en un tiempo récord y de entrar en el grupo de cabeza de la tercera y última fase de la Unión Monetaria. Creo que es un gran éxito que debe de dar moral a todos los españoles en general y al gobierno en particular. Sin quitarle mérito a nadie la verdad es que la suerte ha estado de nuestro lado. Todo ha ayudado. Por un lado, las tímidas pero creíbles reformas gubernamentales, la aceleración de las privatizaciones, la moderación salarial, el consenso y ambiente pactista en el mundo laboral y la política monetaria "afinada" del Banco de España. Por otro lado, la consolidación del ciclo expansivo de la economía europea y la recuperación rápida del crecimiento en España. Finalmente, la firme determinación política de los líderes europeos y españoles que ha permitido una creciente credibilidad en el proyecto "moneda única" por parte de los mercados financieros. Todo ello ha hecho que, paradójicamente, los países menos "virtuosos", entre ellos el nuestro, sean los que más se han beneficiado de este proceso. La determinación política de cumplir una ortodoxia monetaria y fiscal ha terminado ganando la credibilidad de los mercados financieros y estos han permitido caídas espectaculares de tipos de interés que han inducido a su vez menor déficit público, más inversión y consumo y un mayor crecimiento. En definitiva, se ha pasado de un "círculo vicioso" macroeconómico a otro "virtuoso" y todo ello en el corto espacio de poco más de tres años. Muy bien, felicitémonos todos y el gobierno el primero, pero, ahora ¿qué?. Ahora falta lo más difícil y lo que más cuesta a los españoles: la constancia. Alguien decía que el español es capaz de arriesgar su vida en un minuto pero es incapaz de arriesgar cada minuto de su vida. Ni hemos entrado en el paraíso ni es el momento del "reposo del guerrero". Hemos llegado al purgatorio y la "purga", nunca mejor dicho, no ha hecho más que empezar. No va a haber mucho tiempo para tomar un respiro. La experiencia muestra que en todo proceso de unificación económica, hay, a largo plazo, ganadores netos y perdedores netos y hay que evitar estar entre estos últimos. Hagamos un recuento de los peligros que nos acechan en el futuro: En primer lugar, entramos en la UEM con una economía en rápida expansión, yo calculo que este año creceremos cerca del 4%. No hay que olvidar que estamos con tipos de interés real del 2% y aún nos queda por reducir los tipos de interés de intervención entre 0,75 y 1 punto. Esta reducción necesaria, si no se administra bien y no se intenta retrasar todo lo posible, puede hacer que entremos en 1999 como mayores tensiones inflacionistas que otros miembros de la UEM, lo que puede afectar negativamente a nuestra competitividad. Esto significa que la política fiscal tendría que ser aún más restrictiva para compensar el carácter procíclico de la política monetaria. Es decir, que España debería de reducir en mayor medida el déficit público en 1998 y el previsto para 1999. En segundo lugar, hemos entrado gracias no sólo a reducciones importantes de gastos sino también a algunas decisiones presupuestarias que sólo se pueden tomar una vez en la vida. Me refiero a las rápidas y voluminosas privatizaciones, al recorte de la inversión pública, a un "felpudo" en el que se ha dejado en todas las administraciones públicas aún algo de "polvo" (algo de sanidad, algo de infraestructuras, algo de televisiones públicas, etc.) que habrá que terminar de aflorar. Estas decisiones no van a poder repetirse y, aunque el crecimiento va a ayudar, habrá que cumplir el Pacto de Estabilidad que nos obligará a ir a un déficit público cero en un par de años, para que el ratio de deuda sobre PIB descienda lentamente hacia el 60%, sin poder recortar más inversión pública, que nos hipoteca el crecimiento futuro y sin poder generar grandes ingresos futuros por privatizaciones. Es decir, habrá que hacer reformas estructurales importantes en el sector público, en las administraciones central y periféricas, en la seguridad social, en el mercado laboral, en el suelo, etc., que pueden coincidir, además, con períodos preelectorales, pero que no pueden retrasarse por más tiempo. En tercer lugar, todos los agentes económicos, incluido el Estado, tienen que comprender y aceptar que el futuro ya no es el que era. Que la peseta desaparece y con ella toda nuestra larga historia de devaluaciones y desequilibrios macroeconómicos. Ya no se podrán encubrir, temporalmente, nuestros aún graves problemas estructurales echando mano de la manipulación del tipo de cambio, como ha sido nuestra inveterada costumbre. A partir de ahora tendremos que compensar la falta de flexibilidad del tipo de cambio nominal con una mayor flexibilidad de precios y salarios si es que no queremos perder competitivdad a corto y medio plazo. No va a ser nada fácil conseguirlo. En el último estudio comparativo que se hizo sobre rigidez de los salarios reales, en 1993, España era el país de la Unión Europea con mayor rigidez, exactamente un 40% superior a la media europea. En el futuro los ajustes tendrán que ser reales y no podrán ser monetarios, es decir, se tendrá que acudir a una deflación en lugar de una devaluación, o, lo que es lo mismo, se tendrá que admitir una reducción negociada o voluntaria de los salarios reales de los trabajadores y de los beneficios empresariales ante una situación de pérdida de competitividad o de precios relativos adversos. En cuarto lugar, entramos en la UEM con una tasa de desempleo "real" de cerca del 18%, es decir, teniendo en cuenta las reducciones que se derivan de la comparación entre los datos de la EPA, los datos de altas de la seguridad social y los de la Contabilidad Nacional. Hay mucha discusión sobre nuestra tasa de paro, pero la realmente relevante es nuestra tasa de "no empleo", que con un paro real del 18%, dada nuestra bajísima tasa de participación (la más baja de la Unión Europea), da como resultado 1 que todavía están sin trabajo en nuestro país 48 de cada 100 personas en edad de trabajar. Si queremos reducir dicha tasa y acercarnos a la media europea, lo que es absolutamente necesario si queremos que nuestra renta per capita se acerque a la media europea y podamos conseguir la deseada convergencia real, tendremos que crecer a un ritmo sostenido del 4% anual como mínimo, lo que no va a ser nada fácil ya que el crecimiento medio español de los dos últimos 30 años ha sido del 3%. Dicho crecimiento es aún más difícil de conseguir dentro de la UEM por dos razones sencillas. La primera es que la política monetaria del Banco Central Europeo tendrá como guía el crecimiento medio y la inflación media ponderada de los Países miembros de la Unión Monetaria y no la de los países que necesitan crecer más rápido. La segunda es que el Pacto de Estabilidad permite poca flexibilidad de la política fiscal y presupuestaria hasta que no se haya reducido el déficit público a cero. El mayor crecimiento sólo puede venir, a medio plazo, por el desarrollo activo de políticas de oferta, de reformas estructurales que mejoren nuestra productividad y que reduzcan nuestra tasa de desempleo. Habrá que profundizar en la reforma laboral, en la reforma del suelo, de los servicios de transporte, energía, telecomunicaciones, y en la reforma del sector público. Con ellas, se liberarán recursos para aumentar suficientemente la inversión pública y privada para que permitan aumentar el techo de nuestro desarrollo potencial. Por otro lado, nuestra elevada tasa de desempleo, no sólo es un "handicap" para la convergencia real, ya que, dado que nuestros niveles de productividad por persona empleada están muy cerca de la media europea, la única forma de aumentar la renta y el crecimiento es consiguiendo que trabajen más parados actuales y potenciales, sino también un impedimento para cumplir el Pacto de Estabilidad ya que supone menores contribuciones a la seguridad social y a los ingresos presupuestarios y mayores gastos por prestaciones contributivas, asistenciales, de formación y de reciclaje. En quinto lugar, en una Unión Monetaria, aunque desaparece la posibilidad de utilizar el tipo de cambio nominal, el tipo de cambio real sigue existiendo y seguirá operando a través de cambios en los precios relativos. Los países que crezcan más rápido y tengan un mayor crecimiento de la productividad a largo plazo sufrirán una apreciación del tipo de cambio, a través de una mayor tasa de inflación. Si España crece más rápido en los próximos años que el resto de los países miembros o que la media europea, sus tasas de inflación tendrán que ser superiores a la media europea para permitir la apreciación del tipo de cambio real a través del juego de los precios relativos. Dicha mayor tasa de inflación afectará, fundamentalmente, a los precios de los bienes y servicios no comerciables, ya que los comerciables estarán expuestos a una competencia mucho mayor y sus precios antes de impuestos serán bastante similares en toda la UEM, siempre que sean homogéneos y excluyendo los costes de transporte. Serán, los precios de la mayor parte de los servicios, de los activos fijos y de los bienes inmobiliarios los que aumentarán más rápidamente incrementando los costes de producción de los bienes y servicios comerciables. Esto 1 hará que aumenten los salarios en el sector de no comerciables por una mayor demanda y que, al final, se traslade el aumento al sector de los comerciables, dada la estructura de la negociación salarial en nuestro país, que es poco descentralizada. Esto hará que los países que hacen más rápidamente tenderán a perder competitividad y les será difícil aumentar su convergencial real. Esto es lo que se llama el efecto Balassa-Samuelson. El problema añadido de estar en la Unión monetaria es que el Banco Central Europeo hará una política monetaria teniendo como referencia la inflación media de la UEM, y no la de los países con mayor inflación, con lo que la política monetaria del BCE no va a ser lo suficientemente restrictiva para los países con tendencia a tener mayores tasas de inflación, igual que no será lo suficientemente expansiva para los países que tengan una inflación muy por debajo de la media. Es decir, que habrá que utilizar medidas reales para reducirla como hemos señalado anteriormente. Por último, la UEM no está bien preparada para la posibilidad de que se origine un choque o perturbación asimétrica, es decir, que afecte a un solo país. Aunque la probabilidad de que esto ocurra es, en principio, menor que en Estados Unidos o Canadá ya que el comercio intraindustrial es más elevado en Europa y las economías de cada país están más diversificadas, no es descartable que se de una recesión en un país determinado por perturbaciones de demanda o de oferta. En Canadá y Estados Unidos existe, para estas perturbaciones, un mayor "federalismo fiscal" que permite a sus Provincias o Estados miembros disponer de mayores transferencias y de menores pagos al Presupuesto Federal, aspecto que en la UEM se deja a los presupuestos de los Estados Nacionales y al endeudamiento en los mercados financieros, lo que puede representar un riesgo añadido para un país, como el nuestro, con menor flexibilidad, menor movilidad de la mano de obra y endeudamiento más caro. En resumen, el día 1 de enero de 1999 no es el "fin de la Historia" en el sentido de Fukuyama, sino el principio de una nueva etapa más estable, sin duda, pero con nuevos retos de política económica nada fáciles de superar y que requerirán mayores dosis de reformas estructurales,que siempre son las más difíciles de llevar a cabo, especialmente cuando se avecinan períodos electorales. 1