ESTUDIO: HOMBRE Y MUJER EN EL PLAN DE DIOS ESTUDIO 1

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ESTUDIO: HOMBRE Y MUJER EN EL PLAN DE DIOS
ESTUDIO 1
VARÓN Y MUJER EN CRISTO
Por DAVID F. BURT
Hace unos años, asistí a un debate evangélico sobre “el papel de la mujer” en el que los
participantes parecían desvivirse por demostrar que ciertos textos bíblicos que versan sobre el tema
significan en realidad justo lo contrario de lo que parecen decir y concluían que, a estas alturas, es
prácticamente imposible dilucidar qué enseñanzas son de validez actual y cuáles no, o aún
determinar cuál era su sentido original. Hacia finales del debate, un pastor veterano (ahora está con
el Señor) pidió la palabra, se puso en pie y con voz entrecortada dijo: Hermanos, siempre he
pensado que, si hay una enseñanza del Nuevo Testamento que no se presta a malentendidos, sino
que es diáfana y clara en su significado, ésa es la enseñanza sobre la mujer; y no se ha dicho nada
en el debate de hoy que me haga cambiar de opinión. Estuve de acuerdo con él y sigo estándolo. El
problema no reside en una supuesta falta de claridad en lo que la Biblia dice, sino en el afán de
muchos de hacer que la Biblia diga lo que piensan que debería decir o lo que claramente no dice¹.
El debate sobre las enseñanzas novotestamentarias acerca de la mujer y sobre su relevancia para
los creyentes de hoy se centra en gran medida en la siguiente cuestión: ¿reflejan estas enseñanzas
la voluntad permanente de Dios desde el momento de la creación, o son la consecuencia de nuestra
caída en el pecado? Está claro que, según la narración de Génesis, Dios creó al hombre y a la mujer
por separado y con diferencias fisiológicas, no a la vez ni de la misma manera; y, por tanto, cabe la
posibilidad de que los creara con diferentes funciones. Es igualmente evidente que la relación entre
el hombre y la mujer sufrió un grave deterioro como consecuencia de la caída en el pecado y que, a
partir de aquel momento, la relación se ha vuelto frecuentemente injusta, tensa y conflictiva.
También es evidente que el evangelio de Jesucristo debe eliminar la injustica, la violencia y el
deterioro de las relaciones y restaurarlas a sus hermosas cualidades anteriores. Pero ¿cuáles son
éstas? ¿Cuáles son las características procedentes del pecado que deben ser eliminadas y cuáles son
las que corresponden a la creación y que, por tanto, deben ser respetadas y practicadas por todo
cristiano como voluntad de Dios?
Ante tales preguntas, se ve enseguida que es muy importante establecer hasta qué punto las
enseñanzas del Nuevo Testamento se remontan a la creación (Génesis 1 y 2) y hasta que punto sólo
se remontan hasta la caída (Génesis 3). Si solo reflejan la voluntad de Dios a partir de la caída,
pueden ser interpretadas como superables en el nuevo orden de cosas introducidas por Cristo, en
cuyo caso es posible tratarlas como meras concesiones o recomendaciones dadas por los apóstoles a
fin de mantener un buen testimonio en determinadas situaciones sociales. Así, cuando piden que la
mujer se someta a su marido y se calle en la congregación, es solo porque actuar de otra manera
habría resultado escandaloso en las culturas judía y gentil del siglo primero, no porque esto
corresponde a la voluntad permanente de Dios para el hombre y la mujer. En cambio, si estas
enseñanzas se remontan hasta la creación, son de validez universal y no se prestan a ser revocadas
por el evangelio.
Por eso, para entender adecuadamente el enfoque bíblico del tema de la mujer, debemos estudiar
cuidadosamente los primeros capítulos del Génesis, tomando especialmente en consideración las
referencias a los mismos que encontramos en el Nuevo Testamento.
LA CREACIÓN Y LA CAÍDA
Un estudio cuidadoso de los textos del Génesis y de las epístolas del Nuevo Testamento establece
con claridad las siguientes ideas:
 Que la autoridad de Adán como cabeza de su matrimonio, hogar y familia se establece antes
de la caída, no como resultado de ella.
 Que su liderazgo no fue el resultado del pecado, sino que correspondía a la intención de Dios
desde el principio.
 Y que este orden, desfigurado y distorsionado como resultado del pecado, es restaurado en
Cristo, no anulado.
Consideremos, pues, los textos bíblicos. Y, en primer lugar, los que narran la creación y la caída del
hombre. A ese respecto, es importante tomar buena nota de los diez puntos siguientes:
1. El orden de la creación.
Al principio del libro de Génesis, encontramos dos narraciones de la creación del hombre. La primera
(1:27-29) es escueta. Establece el comienzo de la raza humana como culminación de la obra
creadora de Dios y enfatiza la plena igualdad de varón y mujer en dignidad dentro de la
administración divina. Ambos son obra de Dios. Ambos son creados a su imagen. Ambos reciben la
bendición divina. Ambos deben asumir el encargo de procrear hijos. Ambos tienen autorización de
domar la tierra y ejercer en ella su señorío y mayordomía. Y a ambos Dios les da instrucciones en
cuanto a su comida.
Sin embargo, aunque el énfasis recae sobre la igualdad, hay ciertos pequeños detalles aquí que
anuncian una diferenciación. Aunque el proceso de la procreación de hijos es cosa de dos, la función
de ambos dentro del proceso es claramente diferente. Dios podría haber creado al hombre como un
solo sexo indivisible, capaz de procrear sin necesidad de juntarse con otro. Pero eligió crear dos
sexos diferentes, cada uno con un papel diferente en el proceso de la formación de hijos². Aún la
pequeña frase, varón y hembra los creó, sugiere diferenciación. No dice: varón y varón… ni
tampoco: hembra y hembra… Aunque son iguales en dignidad delante de Dios, son suficientemente
diferentes como para requerir dos nombres distintos. En otras palabras, la diferencia entre hombre y
mujer no es algo trivial o superficial, sino algo intrínseco; no es una cuestión solamente de dos
diferentes órganos reproductivos, sino de dos creaciones diferentes dentro de una misma especie. El
hombre no es una mujer; y la mujer no es un varón. Esto puede parecer pedante, pero subyace en
la enseñanza bíblica acerca de la homosexualidad (la confusión de identidades sexuales no es una
opción válida, como cree nuestra generación, sino una negación del orden establecido por Dios en la
creación) o acerca de las diferentes maneras de vestirse de hombres y mujeres: el hombre no debe
vestirse como mujer, ni viceversa, porque son diferentes ante los ojos de Dios y Dios quiere que
reconozcan y mantengan esa diferenciación (ver Deuteronomio 22:5; 1 Corintios 11:14-15).
Esta misma frase también sugiere otra idea. Notemos bien el orden. No dice: Hembra y varón los
creó. Nuevamente, esto puedo parecer un detalle insignificante y, sin duda, si ésta fuera la única
narración de la creación del hombre, no nos atreveríamos a darle mayor importancia. Pero, a la luz
de la segunda narración (2:1-25) no deja de llamar nuestra atención; porque allí vemos claramente
que el orden de la creación es: primero el varón; después la mujer.
La segunda narración es mucho más extensa y viene a ser una ampliación detallada de la primera.
Pero ahora el énfasis recae no sobre la igualdad de hombre y mujer, sino sobre sus diferencias:
fueron creados en diferentes momentos, por medio de distintos métodos y con distintas “materias
primas” (el polvo de la tierra en el caso de Adán; el costado de Adán en el caso de Eva), y recibieron
diferentes instrucciones por parte de Dios (Adán muchas, Eva ninguna). Adán es hecho un ser
espiritual por recibir directamente el soplo del aliento de Dios; Eva, por derivar su vida de la de
Adán.
Veremos a continuación algunas de las implicaciones de esta diferenciación, pero notemos de
inmediato lo que ya hemos dicho: que no fueron creados en el mismo momento; Adán fue creado
primero, y Eva después (Génesis 2:7, 18-23). No sabemos cuánto tiempo intervino entre la creación
del varón y la de la mujer, pero lo suficiente para que Dios plantara el huerto de Edén (2:8), con sus
árboles y sus ríos (2:9-14), constituyera a Adán como su labrador y guardador (2:15), le diera
instrucciones acerca de su alimentación (2:16-17) y le trajera todos los animales para nombrarlos y
para ver si alguno de ellos pudiera servirle de ayuda idónea (2:19-20).
Este hecho de los “dos momentos” tiene muchas posibles implicaciones. Podría significar que la
verdadera corona y culminación de la creación sea la mujer, no el varón. El poeta Milton dijo: “¿Qué
dios, después de crear lo bueno, luego crearía algo inferior? La mujer es la pieza final de la creación,
la máxima expresión de la bondad creativa de Dios”. Por eso, el varón creyente siempre ha tenido a
la mujer como la obra maestra de Dios, su joya más preciada, su corona de gloria, el objeto legítimo
de su amor y su deseo, el ser a favor del cual vale la pena vivir y sacrificarse.
Pero la cuestión de orden tiene otras implicaciones también. Antes de la creación de Eva ocurrieron
cosas de importancia en torno a las cuales Dios dio instrucciones a Adán (y solo a Adán): la
residencia de Adán en el huerto (2:8-9); el comienzo de su trabajo como agricultor (2:15);
instrucciones sobre su alimentación (2:16); la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y
del mal (2:17); y el nombramiento de los animales (2:19-20).
Puede parecernos que la cuestión del orden de la creación es de poca monta, o incluso de
interpretación ambivalente: a fin de cuentas, los animales fueron creados antes de Adán (1:24-26;
aunque ver también 2:19) y no por eso ejercen liderazgo sobre él, sino todo lo contrario. Si solo
fuera cuestión de orden cronológico, ¿no tendríamos que suponer que la última persona creada –
Eva- debe ser la preeminente? Pero el texto bíblico es claro: Eva, aunque la culminación de la
creación, no fue creada para dominar sobre Adán, sino para ser su ayuda idónea (2:18; ver punto 3
en próximo estudio). Por eso, Pablo es contundente al respecto:
No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, (…) porque Adán fue formado
primero, después Eva (1 Timoteo 2:12-13).
El apóstol indica aquí que la relación entre varón y mujer en la iglesia viene condicionada por el
orden de la creación. Podemos discrepar de él, decir que no entendemos la lógica de sus
argumentos, afirmar que sus razonamientos delatan la influencia (o distorsión) de los prejuicios
culturales de su época, etc.; pero no podemos decir que sus conclusiones no sean claras. Tampoco
podemos cuestionar estas conclusiones y, a la vez, afirmar que sus escritos pertenecen al canon de
las Escrituras y llevan el sello de la inspiración divina.
NOTAS
1. Algunos teólogos feministas no-evangélicos parecen entender esto muy bien. Dice uno de ellos
(Rosemary Ruether en Womanguides: Readings toward a Feminist Theology. 1985. Boston): La
teología feminista debe crear una nueva base textual, un Nuevo canon… La teología feminista no
puede elaborarse desde la base existente de la biblia Cristiana. Son los feministas evangélicos los
que caen en la contradicción de intentar construir una doctrina que niega diferencias entre varón y
mujer sobre la base de un texto que claramente las proclama.
2. Comenta Raymond C. Ortlund (en Gender, Worth and Equality, 1990, The Council on Biblical
Manhood and Womanhood; Wheaton, Illinois), pag.16: Esta distinción, profunda y Hermosa (entre
los sexos), a la que algunos califican como una “mera cuestión de anatomía”, no es una trivialidad ni
un accidente biológico. Es Dios mismo quien quiere que el hombre sea hombre y que la mujer sea
mujer.
DAVID F. BURT
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Septiembre – Octubre 2009. Nº 240. Época X.
Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y
autor.)
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