ESTUDIO SOBRE CRISTOLOGÍA ESTUDIO 4 LA OBRA REDENTORA DE CRISTO (2ª parte) Por SAMUEL PÉREZ MILLOS d) Aspecto estrictamente redentor de la obra de la cruz La palabra redención en sentido específico identifica la obra de la Cruz como operando una “redención general” que comprende muchos aspectos, y que solo algunos de ellos serán considerados. Tiene también un sentido específico de compra de un esclavo y su liberación (1 P.1:18-19). Es preciso entender también el aspecto de “rescate”. En este sentido el A.T. utiliza una amplia serie de términos. El verbo “ga’al” implica el rescate para devolver a su dueño objetos, cosas o personas (cf. Ex.6:6; Lv.25:25; Rut 4:4,6; Sal.72:14; 106:10; Is.43:1). Del término deriva “go’el” que se usa para designar al “pariente redentor”, el que por proximidad tenía los derechos para adquirir (p. ej., los parientes de Rut la moabita; Rut.4). En tal sentido Cristo se hace “pariente cercano” a los pecadores, mediante su encarnación (He.2:11-14). Él es el Redentor perfecto, por cuanto puede cumplir las demandas establecidas para ello en la ley: a) Ser pariente; b) Ser capaz de pagar el precio (Hch.20:8). C) Estar libre de la situación de quien tenía que ser rescatado (He.4:15; 7:25; Jn.8:46; 1 P.2:22). Estar en la disposición de hacerlo (He.10:5-7). El término “paraq”, que implica rescatar rompiendo las ataduras del esclavo (Sal.136:24). El sustantivo “ge’ullah” (procedente del verbo “ga’al”), tiene la idea de rescate o derecho al rescate (Lv.24:24, 26, 29, 31, 48, 51-52; Rut.4:6-7; Jer.32:7). El término “ganah”, que equivale a redimir comprando algo por precio (Is.11:11; Neh.5:8). En el N.T. aparecen algunos vocablos que expresan la idea específica de “redención”: “Agorazó” que tiene que ver con la compra de algo, generalmente en el “ágora” o mercado público (Mt.13:44; 14:15; Lc.14:18) y que aplicado a la salvación es el acto por el cual Dios, mediante el precio de la obra de Cristo, compra para sí un pueblo antes esclavo (1 Co.6:19-20; 7:22-23; 2 P.2:1). Otro término es “exagorazo”, que literalmente equivale a comprar del mercado”, implicando algo más que pagar el precio, ya que comprende también sacar del lugar de esclavos al esclavo comprado, para hacerlo libre. En relación con la salvación añade al anterior el concepto de libertad por Cristo (Gá.3:13; 5:5). También aparece “lutroö”, que tiene que ver con poner en libertad mediante rescate (Tit.2:14; 1 P.1:18). Por último la voz “peripoiësis”, que equivale a adquirir como posesión propia (Ech.20:28; 1 P.2:9). El creyente viene a ser, por redención, propiedad o posesión particular de Dios. e) La sustitución El término “sustitución” o “sustituto”, en relación con la obra de Cristo, no son en sí mismos términos bíblicos. Sin embargo la Escritura enseña con toda claridad que Cristo murió por los pecados del mundo siendo, en palabras de Juan, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). Jesús de Nazaret fue en su muerte, el sustituto de los pecadores, ya que potencialmente ocupó su lugar, como se enseña extensamente en las Escrituras. Por medio de “la muerte sustitutoria” o “vicaria”, los juicios de Dios y la condenación por el pecado fueron llevados por Cristo, desviando la ira de Dios hacia su Persona, para que los “herederos de ira” pudieran ser hechos objetos de misericordia y salvos por la obra de la Cruz. Habiendo ocupado el lugar del pecador y satisfecho totalmente las exigencias divinas para salvación, el pecador puede ser salvo reconociendo que Cristo murió por sus pecados y aceptándolo por la fe como Salvador personal. La sustitución, aunque es vital para la eficacia de la obra salvífica, no expresa absoluta y definitivamente todo lo que se llevó a cabo en la muerte de Cristo. Sin embargo representa un elemento esencial en la obra de la cruz. En ocasiones se utiliza también el término “expiación” para referirse a la plenitud de la obra salvífica, sin embargo no aparece en ningún lugar del N.T. utilizándose, tal vez, en el sentido de cubrir o tapar el pecado, para aplicarlo a la obra que Cristo llevó a cabo en Su muerte. Será bueno prestar atención al hecho de la muerte vicaria o sustitutoria de Cristo, como esencial para la obra de redención. Dos preposiciones griegas definen la sustitución. Por un lado “anti” que define sin ningún tipo de duda el aspecto sustitutorio, en el sentido de ocupar el lugar de otro. Por otro “huper”, que en ocasiones expresa la manifestación de un beneficio y que cuando se relaciona con la obra de Cristo, indica que Su muerte se produjo “hacia”, esto es, “en favor” o “en beneficio” de los pecadores. Otras veces se utiliza como sinónimo de “anti”, enfatizando el aspecto sustitutorio de Su obra. Si la preposición “anti” no ofrece duda, el sentido amplio de “huper” exige aplicar las reglas de la hermenéutica para definir, por el “entorno textual” (N.A.- Equivalente a “contexto próximo”.), el significado en cada caso. En ese sentido, a la preposición “huper” se le reconoce el significado amplio de algo hecho “en favor de”, salvo en aquellos lugares donde el sentido de la frase exige que se le asigne el significado y fuerza de “anti”, como ocurre en algunos pasajes (Lc.22:19-20; Jn.10:15; Ro.5:8; Gá.3:13; 1 Ti.2:6; Tit.2:14; He.2:9; 1 P.2:21; 3:18; 4:1). En otras ocasiones la preposición “huper” no es equivalente a “anti” como es evidente (cf. Mt.5:44; Jn.13:37; 1 Ti.2:1). Sin embargo la discriminación de las preposiciones no es base suficiente para establecer la verdad de la muerte vicaria de Jesucristo. Por otro lado la preposición “huper” tiene en muchas ocasiones la amplitud del doble significado, que Cristo murió en lugar y a favor de los pecadores. Con todo, la enseñanza de la sustitución puede probarse. Primero por la profecía (Is.53:46). La idea de sustitución en el texto profético queda establecida a la luz del N.T. (Mt.20:28). Otro complemento aclaratorio aparece en el primer escrito de Pablo a Timoteo, en donde dice que Jesucristo se dio a sí mismo “en rescate”, seguido de la preposición “huper” que expresa tanto “en lugar de” como “en favor de”. La sustitución con relación al juicio del pecado es una enseñanza del N.T. (cf. 1 Co.15:3; 1 P.2:24; 2 Co.5:21; Gá.3:13). Tal sustitución presenta la muerte de Cristo como la “propiciación por el pecado”. La palabra “propiciatorio” (“hilastërion”) se usa en relación con la plancha de oro puesta sobre la tapa del arca de la alianza en donde se extendía la sangre del sacrificio de expiación (He.9:5; lev.16:14ss). En base al mismo, el pecado del pueblo era “cubierto” y “pasado por alto”, en espera de la obra de Cristo. Por esa causa el pecador más perdido podía invocar el favor y la misericordia de Dios (Lc.18:13). De modo perfecto y definitivo, el sacrificio de Cristo cambia el lugar de juicio por un trono de misericordia (He.9:11-15). Por otro lado la palabra “hilasmos”, alude al acto de la propiciación (1 Jn.2:2; 4:10), Cristo al morir en la cruz, satisfizo todas las demandas de Dios en cuanto al juicio por el pecado, en cuya obra queda satisfecha la demanda pendiente por los pecados pasados anteriormente por alto (Ro.3:2526). Los pecados anteriores a la cruz fueron perdonados sobre la base de la obra que Cristo haría en ella. A diferencia del sacrificio propiciatorio que “cubría” el pecado y que había de ser repetido por esta causa, el de Cristo “quita” el pecado, habiendo llevado sobre sí el juicio del pecado. La sustitución no puede realizarse al margen de la cruz que es la expresión suprema de la fidelidad y soberanía de Dios. La cruz es la realización del plan eterno de redención, establecido por Dios desde antes de la fundación del mundo (2 Ti. 1:9); el altar en que Dios mismo coloca a su Hijo, como “Cordero que quita el pecado del mundo” (Jn.1:29). La crucifixión no fue un accidente casual en la vida de Cristo, sino el cumplimiento preciso de lo que Dios había preparado anticipadamente (Hch.2:23). Pablo tiene presente la cruz en toda la dimensión de su teología vinculándola con la obra de sustitución (2 Co.5:14-15), en la que Cristo ocupa el lugar de los pecadores: “uno murió por todos”. Como se consideró antes, en la cruz Cristo no solo muere en beneficio de los pecadores, sino ocupando su lugar. Tal profundidad es difícil de comprender: “El Justo por nosotros los injustos”. Sin embargo, esa obra da expresión al eterno programa salvífico de Dios (1 P.1:1820). Cuando llegó el “cumplimiento del tiempo”, el Cordero de Dios fue cargado con el pecado del mundo. La sustitución debe entenderse desde el plano de la muerte. La muerte es una realidad en el mundo recogida en la Escritura (Ro.5:12). A la luz de la Biblia ofrece dos aspectos. (1) Muerte espiritual que es la separación espiritual de Dios a causa del pecado. (2) Muerte física que es la separación del espíritu y del cuerpo, y que es la consecuencia de la muerte espiritual. El estado de muerte obedece a la consecuencia del quebrantamiento de lo dispuesto por Dios (Gn.2:17). Cuando el hombre transgredió el mandamiento, en ese mismo instante murió espiritualmente, quiere decir que fue separado de Dios (Gn.3:24). La evidencia de la muerte espiritual se manifiesta en que “todos mueren”. La muerte espiritual produce efectos en el hombre: (1) Ausencia de comunión con Dios. (2) Manifestación del poder del pecado. (3) Incapacidad para superarlo (Ro.8:7). La pena del pecado es la eterna separación de Dios y la entrada a ese estado definitivo se produce en la muerte física del pecador no regenerado. A este estado la Biblia le llama “la muerte segunda” (Ap.20:14). Con su muerte Cristo es el sustituto del hombre en relación con la muerte ya que “Él gustó la muerte por todos” (He.2:9). En la cruz se produce la muerte vicaria de Cristo por los pecadores. El aspecto sustitutorio requería la muerte tanto física como espiritual. La muerte espiritual en la experiencia de la sustitución es una verdad sumamente profunda y difícil de entender. En la cruz Cristo, sin pecado, es el portador del pecado de los pecadores (2 Co.5:21). La consecuencia suprema de tal obra es haber sido hecho maldición al ocupar el lugar del pecador (Gá.3:13). La experiencia de la separación del Padre entra de lleno en la obra de la sustitución y quedó expresada por el mismo Señor en la cruz (Mt.27:45). La infinita dimensión de ese estado excede a toda comprensión humana. La ira de Dios por el pecado es desviada del pecador hacia el inocente, que la recibe en toda su dimensión. El Padre lo había llevado al polvo de la muerte, donde el Santo entra en la experiencia espiritual del condenado (Sal.22:14-15): (1) Los sufrimientos físicos y morales. (2) La entrada en las tinieblas (Lc.23:44-45). (3) La sed (Jn.19:28), que aunque producida por su condición física, es el aspecto del tormento propio del que está en el infierno (Lc.16:23-24). (4) La ira divina sobre Él (Sal.42:7). La agonía del Salvador en Getsemaní y su oración están relacionadas con la muerte espiritual (He.5:7). A esa oración se le han dado diversas interpretaciones al texto. Algunos opinan que Jesús oraba para que el Padre lo librara de morir antes de ir a la cruz, en razón de la angustia intensa que estaba soportando. Otros piensan que Jesús oró a causa del miedo que tenía a la experiencia de la cruz. Hay quienes piensan que Jesús oró y fue oído en la segunda parte de la oración de Getsemaní: “no se haga mi voluntad”. Todas esas posibilidades pueden argumentarse sin violentar el contexto general de la Palabra, pero ninguna satisface plenamente la dimensión del texto. La pena del pecado es la muerte eterna para quien estando muerto espiritualmente entra en la experiencia de la muerte física. La experiencia del hombre perfecto ante esa dimensión de muerte le lleva a orar en agonía. Cristo ora para que Dios aceptara su muerte como pago total del pecado de los pecadores y lo levantara, restaurándolo a la vida. Tal oración fue oída, en el sentido de atendida por Dios, conforme a la enseñanza del texto. El desamparo de la cruz, en cuyo tiempo Jesús guardó silencio, es entendido por el Salvador como una acción necesaria en la ejecución de la justicia de Dios. En ese sentido la expresión posterior al tiempo de tinieblas se dirige a Dios como tal (Mt.27:46). Esa situación de desamparo da paso a la restauración plena de la comunión con Dios antes de entrar en la experiencia de la muerte física, dirigiéndose a Él con el habitual título de Padre (Jn.19:30). Después de ello entró voluntariamente en la experiencia de la muerte física (Jn.10:18), mediante la entrega de su espíritu al Padre (Lc.23:46). En ese momento la oración no se dirigía a Dios que había tenido que desampararle por ser el Cordero que llevaba sobre sí el pecado del mundo, sino al Padre, que restauró nuevamente la plena comunión con el que había soportado sobre sí el juicio por el pecado, manifestando con ello la plena aceptación del sacrificio del Redentor. Jesús había “gustado la muerte por todos”, tanto en el sentido físico como en el espiritual. Para restaurar al pecador a la vida, Cristo ofreció al Padre su único y eterno modo de vida. Todo ello rodeado de obediencia (Fil.2:8). En relación con la sustitución debe ser considerado también el alcance y naturaleza de la sustitución. En esto debe hablarse de un doble aspecto de la sustitución; por un lado está la sustitución “potencial” y por otro la sustitución “virtual”. Por sustitución “potencial” se expresa el alcance universal de la obra del Calvario por la que Dios hace “salvables” a todos los hombres. Por sustitución “virtual” se expresa la eficacia de la obra del Calvario, sólo en aquellos que creen. Algunos llaman también “sustitución global” y “formal”. En relación con esto, escribe Lacueva: “¿Qué se entiende por sustitución virtual o global? Sencillamente, lo siguiente: Cristo no me sustituyó personalmente en el Calvario, ni expió actualmente mis pecados, ni los tuyos ni los de nadie (de lo contrario, naceríamos ya justificados, puesto que nuestros pecados estarían ya borrados), sino que proveyó una salvación abundante para todos, propiciando a Dios globalmente por el pecado del mundo, de tal modo que, satisfecha la justicia divina, el amor de Dios se desbordase sobre un mundo perdido, cambiando contractualmente (en general) la posición del mundo respecto de Dios… Ahora bien, cuando una persona se apropia personalmente, por fe y arrepentimiento (Mr.1:15), la obra del Calvario, es entonces cuando tiene en Jesús un sustituto formal; por eso, sólo a los creyentes se aplica en plural la sustitución por sus pecados (1 P.2:24-25)”. (N.A.- F. Lacueva, o.c. pág. 331). La distinción universal y personal de la sustitución aparece claramente en el mensaje profético del A.T. (Is.53:4-6). En el versículo 6 se aprecia la universal ya que Dios carga sobre Cristo “El” (singular) pecado de todos los hombres, lo que concuerda plenamente con la enseñanza del N.T. (Jn.3:16). Por otro lado en los versículos 4 y 5 se aprecia la sustitución personal, donde no es la masa de pecado de todos, sino las enfermedades, dolores y rebeliones (plural). En este segundo aspecto, Cristo sustituye en su pecado y transgresión personal al pecador que cree, obrando para él la eficacia de la salvación, lo que también concuerda plenamente con la enseñanza del N.T. (1 Jn.2:2; 1 Ti.4:10). Deben entenderse desde la perspectiva de la “sustitución potencial” los pasajes bíblicos que expresan un alcance universal de la salvación: (1) Pasajes que declaran una obra salvífica de alcance universal, extensiva a todos los hombres (Jn.3:16; 2 Co.5:19; He.2:9; 1 Jn.2:2). (2) Pasajes que son inclusivos en su finalidad y que hace necesaria para su correcta aplicación una obra que comprenda a todos los pecadores (2 Co.5:14; 1 Ti.2:6; 4:10; Tit.2:11; Ro.5:6). (3) Pasajes que ofrecen la salvación a todos los hombres y que sólo son posibles en un llamamiento a salvación de “bona fide”, si la muerte de Cristo alcanza salvíficamente a todos los hombres (Jn.3:16; Hch.10:43; Ap.22:17). f) Otros aspectos de la obra redentora La muerte de Cristo debe ser entendida también en su aspecto expiatorio. En tal sentido Cristo fue el sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía el pecador (Lv.16:21; Is.53:6; Lc.22:37; Mt.20:28; Jn.10:11; Ro.5:6-8; 1 P.3:18). Como sacrificio por el pecado, tiene que morir en la cruz y sufre el juicio del pecado del mundo (1 Co.15:3-4; 2 Co.5:19-21; 1 P.1:18-19). Pero no solo es el sacrificio, sino que es también el Sumo Sacerdote que lo oficia (He.7:25-27). Jesús ofreció su vida en la cruz, como sacrificio por el pecado (He.10:1-10). La pena del pecado puede ser remitida por el carácter expiatorio del sacrificio de Cristo. En la antigua dispensación, el pecador era perdonado cuando presentaba un sacrificio cruento para la expiación, que era tipo de la muerte del Señor en la cruz (Lv.4:20, 26, 31, 35; 5:10, 13, 16, 18; 6:7; 19:22; Nm.15:25-26, 28). La misma verdad prevalece en relación con la sangre derramada en el Calvario, como base de perdón para todo pecador (Col.1:14; Ef.1:7). El pecador puede ser perdonado, porque el juicio por su pecado cayó con todo rigor sobre el Salvador en la cruz (1 P.2:24; 3:18). En razón del sacrificio expiatorio de Cristo, Dios está en libertad de manifestar su gracia a quienes no tienen mérito alguno, salvándolos (Ro.5:8; Ef.2:7-10). Toda condenación es retirada para siempre en razón del sacrificio y los méritos del Hijo de Dios (Jn.3:18-5:24; Ro.8:1; 1 Co.11:31-32). La obra de la cruz tiene también el aspecto de la paz con Dios. La reconciliación tiene que ver con el restablecimiento de relaciones entre quienes estaban en enemistad. Para alcanzar esta situación en relación con Dios, han de superarse primeramente los obstáculos que impiden una correcta relación. La palabra “reconciliación” proviene de la voz griega “katallassö” y se vincula con un cambio positivo de una relación negativa (de “allassö”, “cambiar”). Por tanto el significado de “reconciliación” es “cambiar completamente”. En el sentido de reconciliar aparece en el N.T. en dos modos. (1) Referido a la reconciliación entre personas enemistadas (1 Co.7:11), (2) Como expresión de la restauración de relaciones entre el hombre y Dios (Ro.5:10; 2 Co.5:18-20). El sujeto de la reconciliación aparece claramente manifestado en la enseñanza del N.T. (2 Co.5:18-19). La gran diferencia en el concepto de reconciliación en el N.T. con relación al mundo profano, es que el sujeto de la reconciliación no es el hombre sino Dios. La reconciliación obrada por Dios es la consecuencia de una obra cumplida en la Cruz (Ro.5:10), que precede y excluye toda obra humana, ya que no es una actuación del hombre lo que provoca la reconciliación con Dios, sino al revés, esto es, Dios hace la obra y llama al hombre a responder a ella aceptándola por fe. La reconciliación tiene lugar por medio de la obra de Cristo (Ro.5:10s.). Esa obra permite a Dios declarar justificado a todo aquel que cree (Ro.5:1). La reconciliación es un don de Dios dirigido al pecador (Ro.5:10-11; 2 Co.5:18). A este regalo corresponde la fe del hombre en aceptación. Tal es el significado de la exhortación de Pablo: “reconciliaos con Dios” (2 Co.5:20) con el significado de “dejaos reconciliar con Dios”. Esta exhortación es un modo de pronunciar la exigencia de fe, en oposición a cualquier obra humana que pretenda justificarse a sí mismo (Ro.3:21ss; Gá.3:4). El evangelio es el “mensaje de la reconciliación” (2 Co.5:19) colocando Dios a los suyos como ministros que proclamen la reconciliación (2 Co.5:18). El resultado de la reconciliación es evidente: pone fin a un estado de enemistad entre Dios y el hombre (Ro.5:10). La base de la reconciliación es la muerte de Cristo, que “cancela la deuda de los delitos humanos”, rehabilitando al pecador (2 Co.5:19), y elimina todo impedimento legal y moral en la mente de Dios para salvar al pecador. Dios está satisfecho y el hombre ha sido reconciliado. El pecador que acepta la obra de reconciliación viene a estar en paz con Dios (Ro.5:1). La reconciliación es “potencial” en cuanto a que alcanza a todo el mundo y permite el mensaje de salvación en gracia, y es “virtual” para quienes creen y son salvos de la ira (Ro.5:10-11). Como dice Chafer: “no puede discutirse el hecho de que hay dos clases de reconciliación: una, llevada a cabo por Dios para todos, en Su amor hacia el mundo; la otra, llevada a cabo en el creyente individual en el momento en que cree”. (N.A.- Chafer, o.c. pág. 906). Todos los aspectos y bendiciones de la obra redentora de Cristo, debieran producir en cada creyente un compromiso de servicio y entrega incondicional al Señor. El mensaje que estimula a esta decisión no es el legalista de las normas y santidad externa, sino el impactante del amor de Cristo, como Pablo dice: “El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co.5:14-15). Este es el mensaje que la iglesia debe recuperar para llenar el púlpito cristiano. BIBLIOGRAFÍA Los títulos que se relacionan han sido consultados, en alguna medida, en la preparación de estas notas y son una valiosa ayuda para un estudio más detallado de los múltiples subtemas que incluyen. Evangélicos en castellano Alonso, Horacio A. Jesucristo, Sumo Sacerdote. Buenos Aires, 1990. Alonso, Horacio A. La identificación con Cristo. Buenos Aires, 1986. Brancoft Emery H. Fundamentos de Teología Bíblica. Grand Rapids, 1986. Berkhof L. Teología Sistemática. London, 1967. Bonnet L. y Schroeder A. Comentario del Nuevo Testamento. CNP, 1971. Buswell, Oliver (Jr.) Jesucristo y el Plan de Salvación. Miami, 1983. Calvino, Juan, Institución de la Religión Cristiana. Rijswijk (Z. H.), 1967. Charfer y Walvoord, Grandes Temas Bíblicos. Grand Rapids, 1976. Chafer, L. S., Teología Sistemática. Dalto, Georgia, 1974. Clarke, Adam, Comentario de la Santa Biblia. Missouri, 1974. Finney, Charles, El juicio del pecado. Terrasa, 1984. Gordon, H. Girod, Palabras y portentos de la Cruz. 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