Centro de Espiritualidad Paulina de México Pautas de Retiro para el mes de Julio 2015 NUESTRA OBEDIENCIA HOY I. La Palabra de Dios En la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, para hablar de obediencia u obedecer, se utiliza el verbo escuchar (shemà) o del griego (akòuo, oír-escuchar), porque Dios viene al encuentro del ser humano, casi siempre por medio de las palabras. Obedecer la Palabra significa escuchar con especial profundidad, con adhesión al Espíritu y abrir los oídos (Cfr. Is 50,4-5). La obediencia es la actitud atenta de la creatura para su Creador. Se obedece una norma, una ley o mandato por ser dado por Dios, por ser él quien lo propone (Cfr. Dt 27,9-10; Sal 143,10). Dios pide que se le ame con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, porque él es el único Señor a quien se le debe toda obediencia (Cfr. Dt 6,4ss; Sal 40, 7-10) y si no es así, si en cambio se le rechaza no prestando oídos a su palabra, amerita denuncia porque se es portador de un culto falso y de hipocresía ante Dios (Cfr. Is 1-11-17)1. Jesús denunciará la desobediencia que refleja el cumplimiento orgulloso de la ley, como la falta de caridad con los pobres, los enfermos y los necesitados. La palabra obediencia en el Nuevo Testamento aparece en algunos textos, como por ejemplo cuando se dice que obedecen a Jesús los vientos y las olas del mar (Cfr. Mc 4,41), entendiendo que esas fuerzas se someten al mandato de Jesús; lo mismo harán los espíritus inmundos (Cfr. Mc 1,27). En Lucas 17,6 existe una relación entre el mandar y obedecer y esto se da en el contexto de la fe: “Si ustedes tuvieran una fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería”. Así comprendemos que quien sabe escuchar, sabe obedecer; dice Jesús en Juan 18,37: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” y se debe interpretar en el sentido de escuchar con obediencia a Jesús2. La virgen María, la madre del Señor, escuchaba la palabra de Jesús y la guardaba en su corazón (Jn 2,51) como cuando le fue anunciado que sería la madre del Hijo de Dios y ella aceptó “fiat” en la fe a la palabra que escuchó (Lc 1,38). Para san Pablo el obedecer es un acto de fe, pues su apostolado tiene como finalidad el llevar a todos los hombres a la fe, a la justificación que procede de la obediencia de Cristo; obediencia que se contrapone a la desobediencia del primer hombre (Cfr. Rm 5; 6,16)3. La obediencia de Jesús es el modelo de toda obediencia. La vida de Cristo desde su nacimiento (Heb 10,5) hasta el final, con la muerte en la cruz (Cfr. Fil 2,8) es una continua obediencia al Padre: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38) y la voluntad del Padre es el alimento de su vida (Cfr. Jn 4,34). La obediencia de Cristo se presentó como amor a la voluntad del Padre4. Y Cristo fue descubriendo esa voluntad a través de los acontecimientos dolorosos y difíciles de su vida: El dirigió durante su vida terreno súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, 1 L., ALONSO SCHOKEL, Diccionario Bíblico Hebreo-Español, 774-776. Cf. Ib., II, 159. 3 Cf. BALTZ, H. − SCHNEIDER, G., ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento I, 1865-1867. 4 Cf. ANCILLI, ERMANO, Diccionario de espiritualidad, II, 710-712. 2 aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen… (Heb 5,7-9) La obediencia de Cristo es el ejemplo de obediencia para todo cristiano, porque la llamada a la salvación requiere de la escucha de la fe que mueve todas las potencias hacia Dios para realizar su voluntad, siguiendo el ejemplo de Abraham, el padre de la fe, quien, al ser llamado por Dios, se dice que obedeció en la fe y se puso en camino (Heb 11,8-16). Por tal motivo, la vida en obediencia del cristiano está llamada como dice la primera carta de Pedro “a heredar una bendición” (3,8) y no implica estar libre o protegido de todo sufrimiento, sino al contrario, orientar toda la existencia en fidelidad a Dios hasta la muerte (Cfr. Fil 2,8). II. Magisterio de la Iglesia5 La obediencia, practicada a imitación de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre, manifiesta la belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca, que es reflejo en la historia de la amorosa correspondencia propia de las tres personas divinas. Por tanto, la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada. De este modo se convierte en manifestación y signo de la Trinidad, cuyo misterio viene presentado a la Iglesia como modelo y fuente de cada forma de vida cristiana. En efecto, Jesús mismo es aquél que Dios “ungió con el Espíritu Santo y con poder” “aquél a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo”. Acogiendo la consagración del Padre, el Hijo a su vez se consagra a Él por la humanidad: su vida de virginidad, obediencia y pobreza manifiesta su filial y total adhesión al designio del Padre. Su perfecta adhesión confiere un significado de consagración a todos los acontecimientos de su existencia terrena. Él es el obediente por excelencia, bajado del cielo no para hacer su voluntad, sino la de aquél que lo ha enviado. Él pone su ser y su actuar en las manos del Padre. “Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”. Verdaderamente la vida consagrada es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador. III. Palabras del Fundador Formar al aspirante significa encaminarlo desde el principio a la pobreza, a la delicadeza y a la obediencia, a la piedad y al apostolado paulino. “Con fuerza y suavidad, extendiéndose de uno a otro confín” (Cfr. Sab 8,1), como hace una mamá que quiere que su pequeño crezca bueno y robusto6. 5 6 JUAN PABLO II, Vita Consecrata, Exhortación Apostólica postsinodal. Cfr. ALBERIONE Santiago, Ut perfectus sit homo Dei (UPS), San Pablo, Roma 1998, I, 44. 2 Obediencia, no divisiones7. Hay que tener amor en la obediencia y obediencia en el amor. Las divisiones internas en un Instituto llevan a las más graves consecuencias: divisiones de pensamiento, de orientación, de carácter, de doctrina, de obras, etc. destruyen en la base y en la vida el espíritu del Instituto. La unión es un bien tal que por él deben sacrificarse bienes y pareceres particulares. Es pésima la división entre los Superiores mayores, el Consejo general y los Superiores provinciales. En cambio, un entendimiento cordial es de gran edificación. Grave es también la división en los Consejos provinciales, mientras que la unión fraterna fortalece y consolida toda la vida religiosa y apostólica. Menos grave, pero causa siempre de mucha pena, es la división en el Consejo local, mientras que la armonía alivia el esfuerzo cotidiano y conduce a una convivencia feliz. Del mismo modo, la unión de espíritu y de fuerzas entre sacerdotes y discípulos de una misma casa favorece las vocaciones y el progreso en cada una de sus cuatro partes. En las reuniones del Consejo, cada uno es libre y tiene el deber de expresar humildemente, al tiempo que claramente, su opinión, pero cuando se llega a las conclusiones, el parecer debe ser único y nadie puede contar fuera que en el Consejo ha defendido esta o aquella opinión. Por el voto de obediencia el religioso se obliga a obedecer al precepto del legítimo Superior, en todas aquellas cosas que afectan directa o indirectamente a la vida de la Sociedad. El individuo viola el voto de obediencia sólo cuando no observa aquellas cosas que manda expresamente el legítimo Superior en virtud de santa obediencia. Se debe obediencia no sólo a los Superiores, sino también a todos los hermanos que ocupan algún cargo en la comunidad o en la Sociedad, y por cierto a causa de la autoridad que les puede competer ya por parte de las Constituciones ya por legítimo mandato de los Superiores8. La obediencia religiosa ha de ser no sólo efectiva, sino también afectiva, que se extienda a todos los preceptos legítimos, sin tener en cuenta el propio juicio o la persona que manda, sino mirando a Dios solo a quien se obedece únicamente en la persona del que manda. La obediencia es el camino más seguro y breve para alcanzar el amor de Dios y la perfección del alma. El obediente siempre se somete a la voluntad de Dios y de este modo puede llegar más segura y prontamente a aquella forma y grado de santidad a que ha sido llamado por Dios; además, con la obediencia se confirma el lazo de unión de los miembros que debe afianzar a la Sociedad para poder incrementar más eficazmente las obras de apostolado9. “Emitir el voto de obediencia solamente para ejecutar órdenes no es suficiente. El decreto PC pide ‘obediencia activa y responsable’. En nuestros días se aprecia cada vez más el espíritu de iniciativa y dedicación generosa y se aspira a una responsabilidad comunitaria. La conciencia comunitaria tiende cada vez más claramente hacia una mayor participación de todos los miembros en las consultas y decisiones y hacia una responsabilidad personal más amplia a la hora de ponerlas en práctica; se desea aplicar en toda su extensión el principio de subsidiariedad. Relaciones de franca y leal colaboración deben inspirar las relaciones de subordinación. 7 UPS I, 191. Cfr. UPS II, 26 - 27. 9 Cfr. UPS II, 55 - 56. 8 3 La responsabilidad en una comunidad se apoya en el presupuesto de que todos los miembros puedan aportar su precioso contributo al bien común. Implica el reconocimiento de cada una de las personas, con sus capacidades naturales y dones sobrenaturales, su intuición y su empeño por el bien de la comunidad, y da lugar a una libertad que se pone al servicio del bien común y a un desarrollo ordenado de cada personalidad”10. Fidelidad al Magisterio de la Iglesia11. Pablo VI, en la audiencia concedida a la FP, el 28 de junio de 1969, nos decía: “La adhesión a las orientaciones directivas de la autoridad eclesiástica responsable conferirá a nuestro trabajo no sólo mayor crédito, sino también un mérito mayor”. Esta adhesión de que habla el papa corresponde a la comunión jerárquica, que es la primera expresión concreta de nuestra comunión eclesial. No es solamente la búsqueda de una seguridad en la “columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3,15), sino que es una necesidad, un modo vital, orgánico, de ser Iglesia y de “construir la Iglesia” (1Cor 14,4). Nosotros manifestamos formalmente la fidelidad al magisterio de la Iglesia mediante el voto de fidelidad al papa, entendido como ‘obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento’ a su magisterio auténtico, “aún cuando no hable ex cathedra” (LG 25a). En el ejercicio de nuestra misión específica, este voto constituye ante todo una garantía de nuestra fe católica y de la prudencia orientadora del apostolado; pero debe concretarse, muy positivamente, en acoger y difundir la enseñanza y las orientaciones pastorales del magisterio eclesiástico. “En el apostolado –insiste el Primer Maestro–, sintámonos siempre junto al papa, para repetir lo que él enseña con los medios que el Señor nos ha dado (…) Sintámonos junto a la acción del papa y a su servicio, sintámonos junto a los obispos y a los sacerdotes; es decir, al servicio y en dependencia y colaboración con la Iglesia”. IV. Actualización Habiendo ya presentado en las Pautas los tres votos, podemos preguntarnos: ¿Cuál de ellos te resulta más importante? ¿O quizá más oneroso? La respuesta puede variar según la percepción y las experiencias de cada paulino o paulina. Mientras para alguien es la pobreza lo más importante o difícil, para alguien más puede ser la castidad o tal vez la obediencia; y en el caso de paulinos quizá el cuarto voto. Lo cierto es que los tres consejos evangélicos, testimoniados por Jesús, se nos proponen como virtudes cristianas a todos los bautizados y luego se han radicalizado hasta integrarse en un modo de vida y tomar la forma de votos para un camino de perfección. Cuando Jesús dice “sean perfectos como lo es el Padre”, no sólo se refiere a estas tres incipientes virtudes y luego votos, sino a todo el estilo de vida del “hombre nuevo” enunciado por san Pablo. En esa novedad Cristo va por delante cumpliendo en todo la voluntad de su Padre. 10 11 Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Ediciones Paulinas, Madrid 1980, N° 343. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Ediciones Paulinas, Madrid 1980, N° 177. 4 Desde los primeros años de discipulado, inicialmente los apóstoles, y luego los convertidos, tomaron como patrón de vida lo oído de Jesús y visto a la vez en la vivencia del Enviado del Padre. La bondad de los consejos evangélicos se percibe nítida en el testimonio de vida de tantos bautizados que con ellos accedieron a la santidad; pero también en los frutos que a manos llenas ha derramado el Espíritu Santo sobre las diversas comunidades cristianas a través de los “consagrados y consagradas” de todos los tiempos y latitudes. La ponderación que tanto el Magisterio eclesial, como las meditaciones del Beato Alberione, han hecho de los consejos evangélicos, nos lleva a valorarlos y asumirlos con más empeño. Para nosotros, paulinos y paulinas, vale la pena volver una y otra vez, con ojos y voluntad bien dispuestos, a descubrir siempre más las riquezas de los votos que dan forma a nuestra vida consagrada. Recordemos que no sólo se nos propone un estilo de vida, o una estructura para el servicio (según cada carisma congregacional) a los hermanos y hermanas de este mundo, se nos está proponiendo un camino de santidad es decir, de transformación crística (donec formetur) para granjearnos el Amor del Padre y cercanía a su santo Espíritu de Amor, un poco aquí pero eternamente allá, en las divinas moradas. La grandeza y la riqueza de los votos, vistas a contraluz de la pequeñez y fragilidad humanas, nos llevan necesariamente a pedir a la Trinidad santísima la autenticidad y la perseverancia en la forma de vida que el Padre tuvo a bien participarnos, sin mérito nuestro mas por la liberal bondad de su Amor. V. Oración Jesús, Maestro divino, te doy gracias y bendigo tu Sagrado Corazón por haber instituido la Vida Religiosa. Tanto en el cielo como en la tierra son muchas las moradas. Tú eliges a tus hijos e hijas predilectos, llamándolos a la perfección evangélica, y eres para ellos ejemplo, ayuda y premio. Corazón divino, multiplica las vocaciones a la vida consagrada; sé su sostén en la fiel observancia de los consejos evangélicos; que constituyan los jardines más perfumados de la Iglesia; que sean quienes más te complacen, oran y extienden tu reino con las más variadas formas de apostolado. Amén. (5º punto de la Coronita al Sagrado Corazón). VI. Bibliografía 1. Sagrada Biblia 2. ANCILLI, ERMANO, Diccionario de espiritualidad, II, Herder, Barcelona 1987. 3. BALTZ, H. − SCHNEIDER, G., ed., Diccionario Exegético del Nuevo Testamento I, Salamanca 20053. 4. L., ALONSO SCHOKEL, Diccionario Biblico Hebreo-Español, Trotta, 2008. 5. Papa Francisco, Escrutad. II Carta a los consagrados y consagradas en el camino por los signos de los tiempos, San Pablo, México 2014. 6. ALBERIONE Santiago, Ut perfectus sit homo Dei (UPS), San Pablo, Roma 1998. 7. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Ed. Paulinas, Madrid 1980. 5