Crisis epidémica Esta crisis económica no es un terremoto sino una epidemia. El terremoto o maremoto se extingue tras varias sacudidas y repeticiones pero las epidemias duraban más de un año y se extendían por todo un continente. La crisis se declaró con la rapidez de una catástrofe en los círculos financieros, aunque no en Parlamentos y Gobiernos. La crisis es como la peste con su efecto acumulativo porque van cayendo empresa tras empresa y empresario tras empresario. Las víctimas de un maremoto caen todas de golpe y perecen a la vez, aunque la contemplación del horror continúe. En esta crisis de cuatro años los afectados van multiplicándose con el paso de los días. Pronto los parados van a ser más que los empleados, lo que querrá decir que habrán muerto más empresas que las que aún quedan vivas. Todos somos testigos de esta mortandad que nos cae de cerca con un parado o un embargado. ¿Dónde está el causante de esta crisis? Está oculto, nadie lo ve, por ningún lado se le puede atacar. Unos señalan como causante a Cajas y Bancos; otros, al loco sobreendeudamiento de personas y familias; por fin, acusan a los mercados como enemigo silencioso que arremete inesperadamente, cuando quiere y en cualquier lugar. A los parados ya no les queda fuerza ni para llorar. Cada familia ayuda al moribundo como puede y a su manera. Ya no se teme a Dios ni a Ley humana porque hay que huir de la epidemia. Los que han sobrevivido se conmiseran con los caídos y moribundos pensando que a ellos no les va a tocar. En la crisis, como en la epidemia, se aboca a una muerte colectiva. La masa de parados espera poder recibir 400 euros mensuales. Esos 400 euros hace igual un ingeniero a un peón albañil. La epidemia mata a través de un poder desconocido y la crisis mata mediante demonios conocidos como son la lujuria, el egoísmo, la avaricia, el derroche, que se ha contagiado no por contacto físico sino virtual. En una epidemia se aíslan los enfermos, se encalan las paredes, pero en esta crisis no es posible tal aislamiento. Para salir de ella no podemos mantenernos a distancia pues la esperanza de vivir reside en el esfuerzo común. Ni siquiera el capital puede enajenarse y distanciarse en off‐ shore porque hasta allí ha llegado la crisis de la deuda soberana. En la epidemia te puedes salvar si te aíslas pero en esta crisis nos salvaremos si somos gavillas o racimos. Nadie puede pensar que es invulnerable a esta crisis. La cola de parados en las oficinas del INEM ejercen una fuerte atracción. No quisiéramos vernos haciendo cola en ellas. Se asemejan a una peregrinación a la desesperanza ¿Qué piensa el que está en la cola del paro? ¿Cómo sobrevive, a qué se dedica? Ese es el peor síntoma de esta epidemia. Cuando contemplamos la cola reparamos en el tiempo que pueden llevar en la espera. Ese cómputo del tiempo de desempleo que se agota tiene para el desempleado un significado profundo y angustioso. Hay que crear el ánimo para salir de esa cola y a esa salida tenemos que ayudar todos cambiando nuestro modo de pensar y volviendo a la honradez, a la austeridad, al ascetismo, a la solidaridad y al mutualismo. Ese cambio debe estar en las leyes y en las personas que gobiernan las instituciones. José Javier Rodríguez Alcaide Catedrático Emérito de la Universidad de Córdoba