1 Envejecimiento y pensiones Julio López Díaz Profesor Titular de Fundamentos del Análisis Económico. Universidad de Valladolid En los últimos años se asiste en España a un intenso debate1 sobre el futuro del sistema público de pensiones contributivas motivado, en gran parte, por el acusado proceso de envejecimiento demográfico de la sociedad española, fruto de un escenario caracterizado por el incremento de la longevidad y por la existencia de unas muy bajas tasas de fecundidad. En efecto, una de las causas del envejecimiento de la sociedad española es la mayor longevidad de los individuos que la conforman, siendo la esperanza de vida al nacer su indicador más utilizado2. En este contexto, según datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la esperanza de vida al nacimiento en España se ha incrementado en más de 7 años en las últimas tres décadas, alcanzando en 2004 la cifra de 77,2 años para los varones y de 83,8 años para las mujeres, las más elevadas de entre los 25 países de la Unión europea. En cuanto al futuro, las expectativas que el mismo INE maneja en sus proyecciones son muy optimistas, estimando que en el 2060 la esperanza de vida al nacer aumente hasta los 81,0 años para los varones y hasta los 87,0 para las mujeres. Desde un punto de vista estructural, el segundo factor que explica el envejecimiento de la población española es el progresivo descenso en términos relativos del número de nacimientos, lo que se traduce en disminuciones de la denominada tasa de fecundidad (número medio de hijos por mujer). En este contexto, la tasa de fecundidad se ha reducido en España desde el 2,803 existente en 1975 hasta el 1,329 de 2004 (de las más bajas de la Unión Europea a 25). Las proyecciones futuras del INE para esta variable son de un ligero repunte hasta los 1,51 hijos por mujer en 2016 para, a partir de ese instante, mantenerse estable hasta los 1,53 hijos por mujer de 2060. El incremento de la longevidad y el descenso de la natalidad desembocan en un proceso de acusado envejecimiento de la población española, el cual es previsible se acentúe en un futuro cercano. Así, según datos del padrón municipal, en 2005 un total de 7,3 millones de personas tenían 65 años o más en España, lo que suponía el 17,0 por ciento del total, un porcentaje que se 1 Son muy numerosas las aportaciones que por su repercusión deberían mencionarse. A este respecto, en Balmaseda et al. (2006) “Las reformas necesarias en el sistema de pensiones contributivas en España” Documento de Trabajo del Servicio de Estudios del BBVA, se revisa la evolución del debate académico al respecto a lo largo de la última década. 2 Si bien es cierto que no es la variable más apropiada para medir los efectos del envejecimiento sobre el sistema de pensiones, ya que la esperanza de vida al nacer también depende de factores tales como la mortalidad infantil o, en general, de la mortalidad anterior a la vida laboral, los cuales no influyen sobre la viabilidad financiera de los sistemas de pensiones de reparto. En este sentido, en García et. al (2004) “La reforma de las pensiones. El papel de los mercados financieros” Fundación Caixa Galicia, se proporcionan indicadores alternativos de longevidad más apropiados. 2 incrementará hasta alcanzar unos registros que oscilarán en torno al 30 por ciento en el año 2060, según los diferentes escenarios elaborados por el INE para dicho año. En el mismo sentido, el incremento del grado de sobreenvejecimiento de la población es más que acusado, estimándose un aumento del peso de la población con más de 85 años del 1,8 por ciento de 2005 hasta valores que oscilan en torno al 8 por ciento de 2060, según el escenario considerado. Vistas las causas del envejecimiento, pasemos a estudiar sus vías de influencia sobre la sostenibilidad del sistema de seguridad social. En este contexto, nuestro actual sistema de pensiones públicas está basado en el principio del reparto, de forma que, si se encuentra equilibrado, en cada instante de tiempo las pensiones de los jubilados se deberían financiar mediante las cotizaciones de los trabajadores coexistentes con ellos, siendo por tanto un mecanismo de transferencia intergeneracional de recursos. Por ser un sistema de seguridad social de reparto, es inmediato observar que su salud financiera, cuantificable mediante la evolución de la ratio entre los gastos en pensiones (producto entre la pensión media y el número de pensiones en vigor) y los ingresos (producto de la cotización media por el número de cotizantes), es fruto del producto de tres factores, estando los tres afectados negativamente por el envejecimiento: Gastos (pension media) x (nº pensiones) = Ingresos (cotización media) x (nº cotizantes) nº pensiones población en edad de trabajar pensión media = x x población en edad de trabajar nº cotizantes cotización media El primer y más importante factor de incidencia negativa del envejecimiento sobre la viabilidad del sistema de pensiones es el incremento que genera sobre la ratio entre el número de pensiones y la población en edad de trabajar. En este sentido, dicha ratio depende tanto de la normativa de acceso a la pensión como de la evolución demográfica. Si suponemos constantes los requisitos para que los individuos puedan obtener la prestación, esta relación evoluciona de manera muy similar a la que existe entre la población que puede acceder a la pensión de jubilación (los mayores de 65 años) y la población en edad de trabajar (los comprendidos entre los 16 y los 64 años), una relación conocida como tasa de dependencia. En este contexto, es obvio que el envejecimiento demográfico aumenta dicha tasa y, por tanto, el esfuerzo económico necesario para mantener la pensión de los jubilados a un determinado nivel. Así, en 2005 la tasa de dependencia fue en España de 24,4 (por cada persona con más de 65 años había cuatro en edad de trabajar), estimándose que la situación empeorará notablemente a partir del 2025, año en el que la generación del baby boom comenzará a jubilarse, para finalmente oscilar entre 52,2 y 57,5 en 2060, según el escenario considerado, es decir, por cada persona con más de 65 años habrá menos de dos personas en edad de trabajar. El segundo factor de influencia negativa del envejecimiento sobre la sostenibilidad del sistema es la reducción que provoca sobre el porcentaje de cotizantes con relación a la población en edad de trabajar, en tanto que incrementa el peso de la población con edades cercanas al momento de la jubilación (del actual 15% al 21% en 2060). Como en esas edades las tasas de inactividad y el 3 desempleo son mayores que en las edades medianas del ciclo laboral, el envejecimiento disminuye la tasa de empleo y, en consecuencia, el porcentaje de cotizantes. Así, tomando datos de la EPA, en 2005 la tasa de empleo entre los individuos con edades comprendidas entre los 30 y 34 años fue del 78 por ciento, un porcentaje que progresiva e interrumpidamente se reduce conforme se incrementa la edad de los individuos, hasta llegar al 52 por ciento para los de edades comprendidas entre 55 y 59 años, y al 31 por ciento para los de entre los 60 y los 64. Finalmente, el envejecimiento incrementa la ratio entre la pensión media y la cotización media, la tercera vía de incidencia perjudicial sobre la viabilidad financiera del sistema, debido a las consecuencias negativas que conlleva sobre la productividad en el desempeño de determinadas actividades, en especial las que exigen esfuerzo físico, las que precisan un alto grado de adaptabilidad a las nuevas tecnologías, o las que llevan implícito un elevado grado de movilidad geográfica, lo que repercute sobre la evolución de sus ingresos laborales. Prueba de ello es que los perfiles salariales de los individuos a lo largo de su vida suelen tener forma de U invertida o, en cualquier caso, son más crecientes en los años iniciales del período laboral que en los finales. Así, según descubre la encuesta de estructura salarial para España, el salario medio anual para trabajadores con edades entre los 50 y 54 años fue de 25.444 euros en 2002, superior a los 25.198 euros del grupo de entre 55 y 59 años, y a los 23.104 euros de los de más de 60. En la medida en que esto refleja la evolución de la productividad a lo largo del ciclo vital, y dado que el peso de la población ocupada en edades más tardías aumentará, el efecto del envejecimiento sobre la tasa de crecimiento de la productividad será negativo, lo que podría implicar menores salarios promedio y, en consecuencia, una cotización media más baja, con el consiguiente efecto negativo sobre los ingresos del sistema. Justificada la influencia negativa que el envejecimiento ejerce sobre la viabilidad de nuestro sistema de pensiones, varias son las propuestas para intentar paliar sus efectos, las cuales van desde su reforma total (el paso a un sistema puro o mixto de capitalización) hasta la implementación de cambios paramétricos, como modificaciones de la fórmula de cálculo de las pensiones o de la edad legal de jubilación. Entre las mismas, por su efectividad, y por coherencia con el objeto de estudio del presente trabajo, debería destacarse el retraso de la edad legal de jubilación, una opción que igualmente compensaría el acortamiento de la vida laboral motivada por el alargamiento del período de formación de los individuos. Como muestra, en Balmaseda et al. (2006) se simula el efecto de un retraso de la edad de jubilación de 65 a 70 años, con carácter obligatorio y sin gradualismos, advirtiéndose que dicha medida reduciría en 2060 la tasa de dependencia de 0,53 a 0,39 puntos, retrasando en más de 17 años la aparición del primer déficit del sistema. Una opción teórica a considerar, a discusión en Alemania en la actualidad, la cual precisaría de un intenso debate entre la opinión pública española en torno a su necesidad, y una vez asumida ésta, sobre su obligatoriedad o voluntariedad, así como sobre el gradualismo de su implementación.