(2006): "Envejecimiento y pensiones"

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Envejecimiento y pensiones
Julio López Díaz
Profesor Titular de Fundamentos del Análisis Económico. Universidad de Valladolid
En los últimos años se asiste en España a un intenso debate1 sobre el futuro del sistema público
de pensiones contributivas motivado, en gran parte, por el acusado proceso de envejecimiento
demográfico de la sociedad española, fruto de un escenario caracterizado por el incremento de la
longevidad y por la existencia de unas muy bajas tasas de fecundidad.
En efecto, una de las causas del envejecimiento de la sociedad española es la mayor longevidad
de los individuos que la conforman, siendo la esperanza de vida al nacer su indicador más
utilizado2. En este contexto, según datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística
(INE), la esperanza de vida al nacimiento en España se ha incrementado en más de 7 años en las
últimas tres décadas, alcanzando en 2004 la cifra de 77,2 años para los varones y de 83,8 años
para las mujeres, las más elevadas de entre los 25 países de la Unión europea. En cuanto al
futuro, las expectativas que el mismo INE maneja en sus proyecciones son muy optimistas,
estimando que en el 2060 la esperanza de vida al nacer aumente hasta los 81,0 años para los
varones y hasta los 87,0 para las mujeres. Desde un punto de vista estructural, el segundo factor
que explica el envejecimiento de la población española es el progresivo descenso en términos
relativos del número de nacimientos, lo que se traduce en disminuciones de la denominada tasa
de fecundidad (número medio de hijos por mujer). En este contexto, la tasa de fecundidad se ha
reducido en España desde el 2,803 existente en 1975 hasta el 1,329 de 2004 (de las más bajas de
la Unión Europea a 25). Las proyecciones futuras del INE para esta variable son de un ligero
repunte hasta los 1,51 hijos por mujer en 2016 para, a partir de ese instante, mantenerse estable
hasta los 1,53 hijos por mujer de 2060.
El incremento de la longevidad y el descenso de la natalidad desembocan en un proceso de
acusado envejecimiento de la población española, el cual es previsible se acentúe en un futuro
cercano. Así, según datos del padrón municipal, en 2005 un total de 7,3 millones de personas
tenían 65 años o más en España, lo que suponía el 17,0 por ciento del total, un porcentaje que se
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Son muy numerosas las aportaciones que por su repercusión deberían mencionarse. A este respecto, en Balmaseda et
al. (2006) “Las reformas necesarias en el sistema de pensiones contributivas en España” Documento de Trabajo del
Servicio de Estudios del BBVA, se revisa la evolución del debate académico al respecto a lo largo de la última década.
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Si bien es cierto que no es la variable más apropiada para medir los efectos del envejecimiento sobre el sistema de
pensiones, ya que la esperanza de vida al nacer también depende de factores tales como la mortalidad infantil o, en
general, de la mortalidad anterior a la vida laboral, los cuales no influyen sobre la viabilidad financiera de los sistemas de
pensiones de reparto. En este sentido, en García et. al (2004) “La reforma de las pensiones. El papel de los mercados
financieros” Fundación Caixa Galicia, se proporcionan indicadores alternativos de longevidad más apropiados.
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incrementará hasta alcanzar unos registros que oscilarán en torno al 30 por ciento en el año 2060,
según los diferentes escenarios elaborados por el INE para dicho año. En el mismo sentido, el
incremento del grado de sobreenvejecimiento de la población es más que acusado, estimándose
un aumento del peso de la población con más de 85 años del 1,8 por ciento de 2005 hasta valores
que oscilan en torno al 8 por ciento de 2060, según el escenario considerado.
Vistas las causas del envejecimiento, pasemos a estudiar sus vías de influencia sobre la
sostenibilidad del sistema de seguridad social. En este contexto, nuestro actual sistema de
pensiones públicas está basado en el principio del reparto, de forma que, si se encuentra
equilibrado, en cada instante de tiempo las pensiones de los jubilados se deberían financiar
mediante las cotizaciones de los trabajadores coexistentes con ellos, siendo por tanto un
mecanismo de transferencia intergeneracional de recursos. Por ser un sistema de seguridad social
de reparto, es inmediato observar que su salud financiera, cuantificable mediante la evolución de
la ratio entre los gastos en pensiones (producto entre la pensión media y el número de pensiones
en vigor) y los ingresos (producto de la cotización media por el número de cotizantes), es fruto del
producto de tres factores, estando los tres afectados negativamente por el envejecimiento:
Gastos
(pension media) x (nº pensiones)
=
Ingresos (cotización media) x (nº cotizantes)
nº pensiones
población en edad de trabajar pensión media
=
x
x
población en edad de trabajar
nº cotizantes
cotización media
El primer y más importante factor de incidencia negativa del envejecimiento sobre la viabilidad del
sistema de pensiones es el incremento que genera sobre la ratio entre el número de pensiones y
la población en edad de trabajar. En este sentido, dicha ratio depende tanto de la normativa de
acceso a la pensión como de la evolución demográfica. Si suponemos constantes los requisitos
para que los individuos puedan obtener la prestación, esta relación evoluciona de manera muy
similar a la que existe entre la población que puede acceder a la pensión de jubilación (los
mayores de 65 años) y la población en edad de trabajar (los comprendidos entre los 16 y los 64
años), una relación conocida como tasa de dependencia. En este contexto, es obvio que el
envejecimiento demográfico aumenta dicha tasa y, por tanto, el esfuerzo económico necesario
para mantener la pensión de los jubilados a un determinado nivel. Así, en 2005 la tasa de
dependencia fue en España de 24,4 (por cada persona con más de 65 años había cuatro en edad
de trabajar), estimándose que la situación empeorará notablemente a partir del 2025, año en el
que la generación del baby boom comenzará a jubilarse, para finalmente oscilar entre 52,2 y 57,5
en 2060, según el escenario considerado, es decir, por cada persona con más de 65 años habrá
menos de dos personas en edad de trabajar.
El segundo factor de influencia negativa del envejecimiento sobre la sostenibilidad del sistema es
la reducción que provoca sobre el porcentaje de cotizantes con relación a la población en edad de
trabajar, en tanto que incrementa el peso de la población con edades cercanas al momento de la
jubilación (del actual 15% al 21% en 2060). Como en esas edades las tasas de inactividad y el
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desempleo son mayores que en las edades medianas del ciclo laboral, el envejecimiento
disminuye la tasa de empleo y, en consecuencia, el porcentaje de cotizantes. Así, tomando datos
de la EPA, en 2005 la tasa de empleo entre los individuos con edades comprendidas entre los 30 y
34 años fue del 78 por ciento, un porcentaje que progresiva e interrumpidamente se reduce
conforme se incrementa la edad de los individuos, hasta llegar al 52 por ciento para los de edades
comprendidas entre 55 y 59 años, y al 31 por ciento para los de entre los 60 y los 64.
Finalmente, el envejecimiento incrementa la ratio entre la pensión media y la cotización media, la
tercera vía de incidencia perjudicial sobre la viabilidad financiera del sistema, debido a las
consecuencias negativas que conlleva sobre la productividad en el desempeño de determinadas
actividades, en especial las que exigen esfuerzo físico, las que precisan un alto grado de
adaptabilidad a las nuevas tecnologías, o las que llevan implícito un elevado grado de movilidad
geográfica, lo que repercute sobre la evolución de sus ingresos laborales. Prueba de ello es que
los perfiles salariales de los individuos a lo largo de su vida suelen tener forma de U invertida o, en
cualquier caso, son más crecientes en los años iniciales del período laboral que en los finales. Así,
según descubre la encuesta de estructura salarial para España, el salario medio anual para
trabajadores con edades entre los 50 y 54 años fue de 25.444 euros en 2002, superior a los
25.198 euros del grupo de entre 55 y 59 años, y a los 23.104 euros de los de más de 60. En la
medida en que esto refleja la evolución de la productividad a lo largo del ciclo vital, y dado que el
peso de la población ocupada en edades más tardías aumentará, el efecto del envejecimiento
sobre la tasa de crecimiento de la productividad será negativo, lo que podría implicar menores
salarios promedio y, en consecuencia, una cotización media más baja, con el consiguiente efecto
negativo sobre los ingresos del sistema.
Justificada la influencia negativa que el envejecimiento ejerce sobre la viabilidad de nuestro
sistema de pensiones, varias son las propuestas para intentar paliar sus efectos, las cuales van
desde su reforma total (el paso a un sistema puro o mixto de capitalización) hasta la
implementación de cambios paramétricos, como modificaciones de la fórmula de cálculo de las
pensiones o de la edad legal de jubilación. Entre las mismas, por su efectividad, y por coherencia
con el objeto de estudio del presente trabajo, debería destacarse el retraso de la edad legal de
jubilación, una opción que igualmente compensaría el acortamiento de la vida laboral motivada por
el alargamiento del período de formación de los individuos. Como muestra, en Balmaseda et al.
(2006) se simula el efecto de un retraso de la edad de jubilación de 65 a 70 años, con carácter
obligatorio y sin gradualismos, advirtiéndose que dicha medida reduciría en 2060 la tasa de
dependencia de 0,53 a 0,39 puntos, retrasando en más de 17 años la aparición del primer déficit
del sistema. Una opción teórica a considerar, a discusión en Alemania en la actualidad, la cual
precisaría de un intenso debate entre la opinión pública española en torno a su necesidad, y una
vez asumida ésta, sobre su obligatoriedad o voluntariedad, así como sobre el gradualismo de su
implementación.
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