SOBRE LA FUNDAMENTACION TEORICA DE LA AUTONOMIA MORAL J. M. DELGADO OCANDO En nuestro ensayo "Prolegómenos para una Teoría de la Valoración Jurídica" sostuvimos la tesis de que la normatividad moral sólo puede salvarse si .se la. disuelve en la Religión. Tal tesis fue la consecuencia lógica de nuestra opción a favor del uoluntarismo ético, pues la normatividad, cualquiera sea, arraiga en alguna forma del querer. El primado de la voluntad en el tratamiento del problema normativo viene impuesto por la propia estructura de la norma. El mundo normativo supone la existencia de una voluntad deliberante, a la cual se puede imputar la responsabilidad de sus resultados; y es obvio que el intelectualismo ético elude el salto al cual conduce la acción, mediante una moral en la que el ajuste entre la conducta y la norma se opere sobre una base estrictamente intencional. La "desvitalización" de la ética kantiana es el producto de un intelectualismo moral llevado .a sus últimas consecuencias, pero que ignora que el orbe axiológico, en cuanto constelación estimativa válida en sí y por si, queda por fuera de la vida erigiéndose en motivo de pura contemplación mística. Por eso Kant 110 puede distinguir entre voluntad y norma, pues en todo sistema donde la vinculación normativa sea obra de la autonomía, "conocimiento y reconocimiento son el mismo acto". y aun cuando se admita la validez en sí y por sí del valor, la obligatoriedad del precepto que 10 expresa es cuestión puramente intelectual, sin relevancia alguna -en el plano de la acción. N o nos debe extrañar, entonces, que la moral kantiana parezca tan desorbitada y excesiva, porque en un sistema como el suyo la necesidad ética del querer puro es, sensu stricto, querer no vinculado. Debemos aclarar, empero, que nosotros no creemos que la opción por el voluntarismo ético sea un punto de vista filosófico sobre la estructura de la norma. Antes bien, el enfoque neutral de esa estructura nos muestra que ella no puede ser sino una modalidad del querer. La meditación relativa a la rectitud del querer sí es una cuestión filosófica, o mejor, metafísica, impuesta por los desajustes prácticos de la interacción eonativa. Se ve, por ésto, que la norma implica: a) alguna forma del querer; b) alguna forma del querer tendiente a promover la interacción de las voluntades, en base al reconocimiento de su "funcionalidad" libre; c) alguna forma del querer extrínseco o con proyección extrínseca. Esto significa que la norma es alguna forma de ea-voluntad y que, por tanto, la autonomía -del querer es impensable, a menos que se acepte la inherencia del imperativo en la propia voluntad imperada, con lo que la norma aparece como simple abstracción del querer. Para que tal inherencia no arruine la autarquía de la norma moral,' -es indispensable que el imperativo valga como imperativo y no como otra cosa. 314 SEGUNDO CONGRESO EXTRAORDINARIO INTERAMERICANO DE FILOSOFIA Ahora bien, ¿ qué significa que el imperativo debe valer como imperativo? Significa, a nuestro entender, que el imperativo es obra de la voluntad y, más propiamente, de la voluntad concreta. La estructura prospectiva de la norma apunta a la voluntad concreta, pero para que tal proyección se actualice es necesario que esa voluntad sea vista en función relacionante (por eso hemos hablado de covoluntad y, en otro lugar, de co-libertad). En cuanto al imperativo se lo ve en plan de vinculación tendiente a promover el ajuste de la interacción conatioa, el científico de la Ética suele perder su perspectiva neutral y cae, por la vía del relativismo o del dogmatismo, en la trampa del anonadamiento normativo: porque, o la vinculación conativa es obra de la opinión del querer y aun del capricho de éste; o la obligatoriedad es producto de una necesidad moral que sólo puede pensarse (ética de las intenciones) pero no obrarse. En ambos casos, la norma es la misma voluntad y, en ambos casos, el querer salta por encima de una supuesta rectitud que no encuentra, fuera del propio querer, criterio que la nutra. Por eso la autonomía es autocontradictoria y sólo el auxilio de la fe, en tanto fenómeno vital de adhesión al imperativo que vincula el querer ensimismado, puede salvar a la Etica del anonadamiento a que la tienen condenada las diversas modalidades -del intelectualismo moral. Pero veamos cómo la normativiclacl del querer (ensimismado o alterado) se salva por virtud de la positividad. En el presente tema no se tratará el problema de la normatividad jurídica sino el de la moral, aunque aquél debe serrozado en el esclarecimiento de éste. En el mismo ensayo mencionado arriba, la solución del problema religioso fue voluntarista, pues el carácter normativo de la ley divina no depende de su valiosidad intrínseca sino de su "postura" por la autoridad de Dios. Pero como la autoridad de Dios necesita ser reconocida, resulta que la problemática de la norrnatividad religiosa se replantea respecto de la "creencia" en dicha autoridad. Aparentemente, entonces, la positividad se muestra insuficiente para explicar la obligatoriedad de la norma religiosa, pues ésta obliga no por su positividad, sino por la adhesión de la voluntad vinculada a la potestad divina; con lo que se cae, en última instancia, en una nueva modalidad del intelectualismo ético. Se trata, por consiguiente, de explicar por qué una positividad derivada (en la hipótesis de que lo sea) puede garantizar la obligatoriedad del precepto religioso. Obsérvese, en primer lugar, que en la norma religiosa se habla de una positividad derivada. Esta expresión indica que la problemática de la normatividad religiosa se replantea, según dijimos antes, en la "creencia" en la potestad divina. Tal "creencia", obviamente no puede ser impuesta, por 10 menos en el sentido de que la "creencia" implica un estado de conciencia de adhesión espontánea al objeto de nuestra fe. No interesa para los fines de este tema, hasta qué punto ese estado de conciencia pueda ser fabricado, como ocurre en todo proceso de aprendizaje ideológico destinado al encubrimiento de la compulsión,' porque de lo que se trata ahora es de "desvelar" el hecho puro y simple de la adhesión, sin detenernos en el mecanismo psico-sociológico de su génesis. De no adoptar este punto de vista, la problemática de la normatividad se retrotraería a un nivel extraño para ella, con lo que quedaría gravemente comprometido el principio metodológico de su tratamiento. O dicho con otro giro: la etiología de ese estado de conciencia dogmático es una cuestión ultra-teórica. Se desprende de lo dicho que el fundamento teórico de la potestad divina es nuestra "creencia" en ella, "creencia" que pone como trascendente el principio de su propia vocación vinculante, aunque la logique du coeur que la nutre; 22 - 26 JULIO 1961 - SAN JOSE - COSTA RICA 315· intuya, en cuanto realidad realísima, la existencia de esa potestad. Para un científico de la Etica, la potestad divina sólo puede ser, por consiguiente, una crea-ción de nuestra voluntad, sin que ello implique, como es obvio, un juicio de exis-tencia sobre Dios. Y así como Dios es tratado en el sistema kantiano en tanto que postulado de la razón práctica, asimismo para la Etica científica, la "creencia"¿ que es un dato irreductible de nuestra conciencia, aparece en su calidad de ser constitutivo de la realidad divina. Hemos dicho que la "creencia" fundamenta la potestad divina, por lo menos en el plano estrictamente teorético, y es esta fundamentación la que convierte la positividad religiosa en una positividad derivada. Es aquí, por obra de la naturaleza del querer ensimismado, donde vuelve a advertirse la necesidad de reconsiderar el problema de la autonomía; y no porque haga crisis el principio volun-tarista de fundamentación, sino porque la obligatoriedad del precepto religioso supone la existencia de una comunidad de fieles que, con su fe, sustituyen como dice Gilson, la debilitas rationis en la que consiste la inquietud del espíritu, por un proyecto sistematizado y adherido de calma íntima. La "creencia", en cuanto voluntad movida por la emoción, es objetivante, y Dios es la obra de un ser inquieto que actualiza, a través de su incompletez angustiosa, su vocación deeternidad. Por eso el Cristianismo se ha hecho cargo de este fenómeno vital de la "creencia" con todas sus implicaciones heurísticas: porque, según 10 ha dicho luminosamente Leclercq, el Cristianismo es la "irrupción de Dios en la vida del hombre". La autonomía arraiga, pues, en este adherir, en cuanto miembro de un cuerpo de fieles, a la "alienación" que el querer hace de su vocación de eternidad, vale decir, de su conatus vinculante (1). Por esta vía, la "creencia", en tanto y en cuanto creación del querer emocionado, da cuenta asimismo de la fe "intelectualizada" de la religión natural; si bien en este caso la fe es incapaz de producir la calma íntima, porque impide el sosiego propio de la paz compartida: desde esta perspectiva, es correcto que no hay salvación fuera de la comunidad religiosa, pues la fe intelectualizada del ag-nóstico es una apelación a la autosuficiencia del querer en su momento de fractura. disipante: como negación de la funcionalidad libre en la que consiste el querer, es decir, como disolución y anonadamiento de la co-uoluntad . Mas, sea como fuere, la opción por el voluntarismo (voluntarismo del ser con destino míst-ico común o del ser con vocación mística solitaria-perdido y angustiado en la frac-(1) El concepto de "alienación" no es entendido en este trabajo en el sentido en que aparece, por ej.: en el "humanismo materialista" de Feuerbach o en el "mate-rialismo histórico" de Marx; pues aquí la extraversión del querer tiene un alcance puramente normativo, el cual viene impuesto por la propia vocación vinculanteque es inherente a la voluntad. Mientras en Feuerbach o en Marx la "alienación" es denunciada como hipóstasis, en nuestro tema, la "alienación" es ingrediente esen-cial del querer, en tanto y en cuanto tal "alienación" es su modo de ser auténtico. Más cerca estaríamos de Hegel, aunque la lógica dialéctica de éste tiene implicaciones ultra-teóricas que no podemos aceptar aquí. Por otra parte, cuando de-o. rimas que la "alienación" es un ingrediente esencial del querer, no queremos decir con esto que el querer ensimismado o alterado sea, radicalmente, un querer quieto. Un querer quieto no sería un querer "alienado", sino un querer "cosificado", vale decir, no-querer. En el tránsito permanente hacia la vinculación.; el querer se "aliena" y vive la existencia auténtica del ser que está por hacerse. Un querer sosegado por la "alienación", en cambio, conserva su posibilidad de extravertirse, o, mejor, su posibilidad de -ser proyecto. Es innecesario aclarar quetoda metafísica, y, muy especialmente, la metafísica del Derecho, al postular una, normatividad válida per se, incurre en esta cosificación del querer "alienado". 316 SEGUNDO CONGRESO EXTRAORDINARIO INTERAMERICANO DE FILOSOFIA tura de su co-querer con los otros y en su rechazo óntico al co-querer con Dios, es decir, en su reencuentro imposible con su voluntad objetiva-) es una exigencia de la incompletez de nuestro ser, abierto, por el camino de la vinculación normativa, a la perennidad que se avizora en el tiempo que lo constituye y que 10 penetra con su sentido de eticidad sosegante. La autonomía es, pues, siempre .obra de la voluntad, o, más propiamente: es la voluntad "alienada", puesta fuera de su ser abierto, cosificada y quieta, autolegisladora por virtud del proyectado .aunque frustrado reencuentro con su propio destino. La obligatoriedad del precepto religioso depende, por tanto, del querer emocionado; y, sin embargo, su objetividad es indubitable. El conaius vinculante -de ese querer no puede ser explicado nonnativamente, porque la emoción que "aliena" el empeño de la conciencia moral está dado de antemano en la conciencia -misma , Cualquier esfuerzo por explicar este "élan" que nos convierte en seres .segregados, dentro de la abertura inmanente que nos inquieta, se pierde en el misterio de la "presencia de la eternidad en el tiempo", por eso la solución del problema metafísico es religiosa; objetividad inmanente de la fe que nos pone frente a la voluntad "alienada", para salvamos del anonadamiento. Religión y Derecho van, por consiguiente, de la mano: la primera, como .autocompulsión que calma y cosifica el espíritu; el segundo, como heteronomía que . nos vuelve mostrencos y alterados, petrificando en el ser fugitivo de la existencia .auténtica, la dimensión impersonal que nos hace buenos para los demás. N o sé en cuál de los dos casos nuestra vida es más apócrifa, pero sea como fuere, la compensación es justa. Con razón se dice que la felicidad consiste en estar en paz consigo mismo y con los otros, aunque el precio comprometa la autenticidad del espíritu. FUENTES CHlLDE, V. GORDON: Sociedad y Conocimiento, de Josefina B. de Frondizi) . Buenos Aires, Galatea, .DELGADO-OCANDO, J. M.: Prolegómenos para una Teoría rídica, Maracaibo, Universidad del Zulia, 1958 . 1958 (Trad. de la Valoración ..GILSON, E.: Las Metamorfosis de la Ciudad de Dios, Buenos (Trad. de Benjamín Agüero). Aires, Troquel, JASPERS, K.: Filosofía, I, Madrid, Ediciones de la Universidad (Trad. de Fernando Vela) . de Puerto .J<]ANT, E.: Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, . Ateneo, 1951. (Trad. de M. García Morente). ,KlERKEGAARD, S.: Miguel Velloso). Mi punto 4e vista, Buenos Aires, Aguilar, LACROlX, J.: Marxisme, de France, 1955. ,'LAlN ENTRALGO, P.: Exlstentiallsme, La Empresa Personnalisme, de ser Hombre, 1959. (Trad. Madrid, Taurus, 1954. Rico, 1958. 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