EL ESPEJISMO DE LA RIQUEZA

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EL ESPEJISMO DE LA RIQUEZA.
“Sólo Dios basta”. Slawomir Biela. Pag. 42
Lo que realmente necesitamos.
A medida que Dios con su gracia penetra con más fuerza en nuestra vida, vamos viendo más
claramente, conforme al Evangelio, que no podemos conciliar servir a Dios y a las riquezas. Y no sólo
vive para ellas quien acumula egoístamente grandes riquezas, sino también aquel que las desea para
construir su sentimiento de seguridad.
A los Israelitas que peregrinaban por el desierto hacia la Tierra Prometida, no les faltaba nada de lo
necesario para vivir, no tenía que preocuparse por el mañana, ya que Dios mismo se ocupaba de
ellos. Si les sometió a pruebas de hambre y de sed no era para destruirlos. Las experiencias difíciles
liberarían al pueblo elegido de los ídolos y le enseñarían a abandonarse en el único Dios.
Algo parecido ocurre en nuestra vida. Dios no quiere que vivamos en la miseria, quiere darnos todo lo
que necesitamos. El problema está en la valoración de lo que realmente necesitamos. Tenemos
pretensiones materiales, que hacen que la idea de un nivel de vida digno se valore constantemente.
Aumentamos nuestras expectativas y, queriendo apoyarnos en los bienes materiales, sucumbimos
fácilmente a una escalada oculta de pretensiones.
Cuando, por ejemplo, podemos cambiar el automóvil por uno mejor, llegamos a la conclusión de que
tener un buen coche es algo justo. Si ya tenemos un piso grande, consideramos necesario
construirnos una casa en la playa. Y si Dios comienza a oponerse a ello y nos impide realizar nuestras
nuevas pretensiones, ya sea a través de dificultades en el trabajo, por problemas de salud, o de
cualquier otra forma, llegamos incluso a considerarnos víctimas.
Sin embargo nuestro Padre Celestial sólo está apartando lo que puede ser un obstáculo en nuestro
camino a la salvación. Él nos ama y es quien mejor conoce lo que necesitamos.
Si al abandonarnos en Dios, aceptáramos todos los despojamientos con gratitud y viéramos en ellos
un don divino, comenzarían a realizarse progresivamente en nuestra vida las palabras de Cristo,
nuestro Señor: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Acumular reservas.
Dios quiso que los Israelitas que peregrinaban hacia la Tierra Prometida recogerían el maná necesario
para cada día. Quien recogía más, podía ver rápidamente cómo sus reservas se pudrían.
¿Para qué sirven los ahorros? ¿No son acaso un “acumular maná”, un sistema ilusorio de seguridad
cuyo fin es evitar abandonarnos en Dios y en su voluntad? El que tiene reservas se apoya en ellas, así
es la naturaleza humana, que, al no querer apoyarse en la fe, busca ilusiones para vivir. En cambio al
no tener reservas, estamos obligados a vivir el día a día y por necesidad nos apoyamos más en Dios.
Entonces podemos conocer mejor cómo es su amor y su solicitud por nuestras necesidades
cotidianas. Al mismo tiempo vemos lo frágil y débil que es nuestra fe, que no es capaz de protegernos
del miedo y de la inquietud por el futuro.
Cuando poco a poco comencemos a perder los apoyos ilusorios, que hasta ahora eran nuestra
seguridad principal, nos convenceremos de que no necesitamos ni tantas cosas ni tantas reservas.
Veremos que el hombre llega a ser mucho más feliz. Pero nosotros temblamos ante la sola idea de
que por Él tengamos que disminuir nuestro nivel de vida o renunciar siquiera a una parte de lo que
poseemos.
Qué difícil es para el rico el camino hacia el Reino…
Quien desee reconocer su dependencia de Dios en todo, tendrá que aceptar inevitablemente la
pobreza material. De otra manera su dependencia será solo teórica.
¿Qué posibilidades tienen nuestros hijos de aprender a vivir el Evangelio día a día si nosotros no les
damos testimonio de esa actitud? Ninguna de nuestras palabras sobre el valor de la vida interior
tendrán efecto educativo alguno si el dinero, el alto nivel de vida y la comodidad se convierten en un
apoyo elevado al rango de ídolo.
Incluso si nuestro nivel espiritual fuera tal, que aun nadando en la abundancia y viviendo en una casa
confortable no nos apegáramos a ello, ¡quién nos garantiza que también nuestros hijos van a estar
despegados?
Si con nuestra actitud mostramos que el dinero es más importante que los bienes sobrenaturales,
nuestros hijos rechazarán cuanto les digamos sobre cómo vivir el Evangelio, a más tardar durante su
adolescencia. Y es mejor no engañarse pensando que ellos no ven cómo vivimos realmente y en qué
nos apoyamos.
El dinero no se nos da para que crezcamos en el orgullo de poseer, nos apoyemos en él y vivamos en
el lujo. El dinero no es nuestro, Dios es su único dueño, y desea que lo administremos con prudencia y
lo multipliquemos, como los talentos bíblicos. Pero a la luz de la fe eso no significa duplicar o triplicar el
estado de nuestra cuenta, sino cumplir con lo que Él planeó al ponerlo en nuestras manos. Entonces,
su verdadera multiplicación puede significar incluso repartir todo lo que tenemos.
Al ver la situación material de nuestra familia deberíamos tener siempre en cuenta la meta principal de
nuestra vida. Esta meta es la santidad: la nuestra y la de nuestros hijos. Si pensamos seriamente en la
santidad, el dinero debe convertirse para nosotros en basura, que tiene valor sólo en la medida en la
que nos servimos de él conforme a la voluntad de Dios.
Pero como esto no es fácil, sólo nos queda tratar de ponernos en la verdad delante del Señor
reconociendo nuestra esclavitud. Y después agradecer a Jesús con humildad que, precisamente
siendo como somos, nos ama y se quiere unir a nosotros.
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