OBRAS FAMOSAS CÓDIGO DE MANÚ …la verdad les había sido enseñada por Manú, a quien Dios mismo la había revelado. BOURNOUF Los arios fueron los primeros invasores de la India. Su origen es oscuro; se sabe tan solo que se establecieron en el valle del Ganges, arrojando de allí a los turanios, hace la bagatela de 70 siglos -5 000 años antes de J. C., y libraron luchas titánicas para imponerse a las razas que vivían en esa región. Parece haber sido un pueblo noble y sabio, y sobre todo, enormemente religioso. Sus primeros ensayos literarios, los Vedas, serie de himnos sacros que se trasmitían de generación en generación por la tradición oral, atestiguan una religión sencilla, basada en la adoración de las fuerzas naturales; el agua, el fuego, las nubes, etc. Pasaron siglos, y el número de sus dioses aumentó; de 33 llegó a la suma aplastante de 44 millones. El mito rudimentario del origen, concluyó por transformarse después de variaciones sucesivas en el complicado brahmanismo, y la sociedad aria se volvió una oligarquía perfectamente organizada, donde imperaban los sacerdotes. En esta época se calcula que se formó el Código. Según los brahmanes, fue compuesto por Manú; especie de legendario regenerador de la humanidad, que después del diluvio, les dio las enseñanzas sagradas que había recibido directamente de Brahma, el dios supremo de la teología hindú. Esta recopilación de leyes, la más completa que nos ha legado el antiguo Oriente, está dividido en seis grandes partes, llenas de preceptos filosóficos, políticos, judiciales y morales, que son documentos preciosos, pues permiten reconstruir la vida de un pueblo poseedor de indiscutibles méritos, y de quien no conservamos ningún dato rigurosamente histórico. Según el Código de Manú, el estado social de los arios-indios, era verdaderamente curioso por su sistema de castas. En primer término se hallaban los brahmanes, sacerdotes y jueces; entre estos, aunque sin ningún poder sobre ellos, estaba el rey. Bajando la escala social, se encontraban los guerreros, luego los mercaderes o vaisyas; y al fin considerados al igual que los perros, los sudras o labriegos. No hay ni que nombrar aquí a los parias, el “non plus ultra” de la ignominia, frutos de las uniones ilícitas de elementos de diferentes castas. En esta sociedad, el brahmán tenía todos los derechos posibles; podía apoderarse de los bienes de los inferiores, juzgar y castigar; pero en cambio, ¡que se atreviese un vaisía o un sudra a atentar en hechos o palabras contra su divina persona! “Si un sudra designa a un brahmán por su nombre o por su clase de un modo injurioso, un estilete de hierro de diez dedos de largo será hundido ardiente en su boca”. “Que el rey haga verter aceite hirviendo en su boca y su oído, si tiene la osadía de dar a los brahmanes consejos relativos a sus deberes.”. Otras víctimas de su legislación, eran las mujeres. Aunque el esposo se entregara a otros amores, o fuera desprovisto de buenas cualidades, “la mujer debe permanecer virtuosa y seguir reverenciando a su marido como si fuese un dios”. No le era prohibido a la viuda el volverse a casar, pero esto se consideraba como un acto vergonzoso. ¡Y si era adúltera! “el rey debe hacerla devorar por los perros en una plaza pública; el hombre cómplice de la mujer adúltera será condenado al fuego, que sufrirá tendido en un lecho calentado al rojo, por una lumbre de bambúes secos”. Aunque la ley tenía estos rigores, admitía la falibilidad de sus jueces, y dejaba en los casos difíciles el fallo en manos de la divinidad, dando lugar a algo parecido a los juicios de Dios de la Edad Media. “Según la gravedad del caso, que se haga tomar fuego con la mano al que quiera probar, o que se ordene que la introduzca en agua. Aquel a quien la llama no queme la mano, a quien el agua no la haga sobrenadar, al que no sobrevenga prontamente una desgracia, debe ser aceptado como verídico su juramento”. Todas las faltas que no han sido castigadas en la tierra, serán expiadas en el más allá, durante el período de las transmigraciones del alma, donde hay algo más de igualdad, pues: “El matador de un brahmán pasa al cuerpo de un perro, de un jabalí, de un camello, de un paria, según la gravedad del crimen”, pero también “el brahmán que ha robado oro, pasará mil veces a los cuerpos de arañas, serpientes, camaleones, de animales acuáticos y de malhechores vampiros”. Al lado de estos detalles, puramente pintorescos y de gran curiosidad bajo el punto de vista histórico, hay páginas verdaderamente sorprendentes en el Código, por el adelanto de sus conceptos filosóficos: son intuiciones algo torpes, pero no menos maravillosas. En un párrafo desarrolla todos los rudimentos del panteísmo al hablar del dios “que envolviéndolo todo en un cuerpo formado por cinco elementos, puede ser adorado en el fuego elemental, en el aire puro, como en el eterno Brahma”. Y para concluir, citaré un fragmento de Manú, que es sin duda su más espléndida intuición. Después de decir que la Vida salió del cieno; “pasó sucesivamente por los vegetales, los gusanos, los insectos, las serpientes, las tortugas, las bestias y los animales salvajes, hasta llegar al hombre. Los seres adquieren las cualidades de los que los preceden, de tal modo que mientras más está un ser alejado en la serie, más cualidades posee”. Ante esta tosca teoría, cómo no exclamar como Maeterlinck: ¿No es esto toda la evolución darwiniana confirmada por la geología, prevista hace seis mil años?... Alejo F. CARPENTIER La Discusión 12 de diciembre de 1922 [p. 9]