EDAD DEL HIERRO El hierro en forma natural abunda en la naturaleza, pero no es tan fácil convertirlo en metal para fabricar armas o herramientas, pues se exigen unos conocimientos técnicos para ello. Los hititas, en el interior de Anatolia, controlaron la producción del hierro entorno al 1.200 a.C., extendiéndose su uso posteriormente por todo occidente. Los colonos fenicios y griegos fueron los grandes difusores de esta técnica. Pese a que alrededor del 1.000 a.C. ya se habían asentado en la península pueblos que conocían la técnica del hierro, no será hasta el siglo VIII a.C. cuando su difusión sea generalizada. COLONIZACIÓN FENICIA: SIGLO VIII a.C Los fenicios vivían en la zona del actual Líbano, siendo Tiro su ciudad más destacada. Carecían de materias primas y su producción agraria era insuficiente para una población en auge, por lo que su economía se basaba en el comercio de madera con los Imperios egipcio y Mesopotámico. En el siglo VIII a.C. decidieron explorar y colonizar el Mediterráneo occidental en busca de oro, plata, cobre y estaño (con la aleación de estos dos últimos se consigue bronce). En el 814 a.C. fundaron Cartago (en actual Túnez) y durante las siguiente décadas crearon en la costa sur peninsular diferentes enclaves, desde Cádiz hasta Almería, siendo el de Gadir (actual Cádiz) el más antiguo e importante. La llegada de los fenicios influyó enormemente en las poblaciones indígenas con la asimilación de numerosos avances: metalurgia del hierro, técnicas de navegación, torno de alfarero, nuevas técnicas agrícolas y nuevos cultivos (vid y olivo), introducción del alfabeto o nuevas creencias religiosas. Con la conquista de Tiro en el siglo VI a.C. por el rey asirio Nabucodonosor, el peso comercial del Mediterráneo occidental recayó en Cartago. COLONIZACIÓN GRIEGA: SIGLOS VII-VI a.C. La cultura y civilización griega se extendía por la península balcánica, las islas del Mar Egeo y las costas de Anatolia, en la actual Turquía. No se trataba de un imperio o reino unificado, sino de diversas ciudades-estado (polis), como Esparta, Atenas, Delfos o Mileto, cada una de las cuales exploraba las costas fundando colonias a lo largo de todo el espacio mediterráneo, de Asia Menor y del Mar Negro (en las costas de la actual Rumania la polis de Mileto fundó Calatis y Tomis). Estas colonias, enclaves aislados en territorios habitados por indígenas, se convirtieron en polis políticamente independientes de su metrópolis correspondiente, pero mantuvieron con ella estrechos vínculos religiosos, económicos y culturales. Los comerciantes griegos –de la polis Focea- aparecen en la península a finales del siglo VII a.C., movidos, como ocurriera con los fenicios, por el deseo de encontrar metales. La primera colonia que fundaron fue Emporion (en griego significa “mercado”, en la actual Ampurias), entorno al 600 a.C., en un territorio rico en productos agrícolas, sal y esparto. Al principio, Ampurias era tan sólo un lugar de descanso y de aprovisionamiento de agua y víveres, para facilitar la apertura de un nuevo mercado en las costas de la península ibérica. Durante los siguientes dos siglos los griegos fundaron a lo largo de la costa oriental y sur de la península diferentes colonias, en competencia con los fenicios para la obtención de metales procedentes de Sierra Morena. Los enfrentamientos entre cartagineses y griegos se saldaron con la victoria de Cartago, que consiguió el dominio del estrecho de Gibraltar y de la ruta de los metales. A fines del siglo III a.C. Cartago dominaba más de la mitad de la península; por ello, la colonización griega quedaría reducida al nordeste de la península. TARTESSOS El origen de dicho pueblo es aun hoy un misterio, pues no son similares al resto de pueblos indígenas peninsulares aunque tampoco se puede trazar un recorrido de su posible llegada desde el Mediterráneo oriental; otra posible explicación sería la rápida aculturación de un pueblo indígena gracias a la influencia fenicia o incluso que fuesen un pueblo de origen indoeuropeo. Parece que era una sociedad monárquica, con nobleza y artesanos especializados (orfebres, broncistas, alfareros), que formaban un estrato superior al del pueblo llano, que se dedicaba a la minería, la agricultura y la ganadería. Vivían en el bajo Guadalquivir y la zona de Huelva, el área minera peninsular más importante para controlar la extracción de estaño, clave para la fabricación de instrumentos de bronce, y producían metales. Intercambiaban minerales y metales con fenicios y griegos, quienes, a su vez, los exportaban a Oriente. La agricultura y la ganadería fueron también importantes y fabricaron instrumentos agrícolas de hierro. Del contacto con fenicios y griegos aprendieron a incorporar a su dieta el vino y el aceite de oliva. En las expresiones artísticas de Tartessos aparece la orfebrería y la cerámica elaborada con torno, ambas importaciones culturales fenicias. Tartessos desaparece de la historia repentinamente en el siglo VI a.C., siendo varias las hipótesis de su repentina desaparición: El enfrentamiento y derrota contra fenicios les hizo perder el monopolio de la producción de estaño. El agotamiento de las vetas de minerales provocó su colapso económico. Llegada de pueblos celtas. Desastre natural (se habla incluso de un posible tsunami que podría haber sepultado la capital, aun hoy día sin ubicación precisa) CELTAS: 500-50 a.C. Eran pueblos centroeuropeos que durante el siglo VI a.C. llegaron a península ibérica. Habitaban poblados situados en montículos de fácil defensa, llamados castros, con viviendas de forma circular. Su economía era básicamente ganadera, aunque poseían una agricultura también desarrollada basada en los cereales (trigo, avena, mijo, centeno o cebada, de la que elaboraban cerveza) y las leguminosas. Para fabricar tejidos cultivaban cáñamo. La sociedad estaba jerarquizada clase sacerdotal, nobles, comerciantes y campesinos. A fines del siglo IV a.C. comenzaron a elaborar moneda propia, que irá sustituyendo al sistema de trueque en los intercambios comerciales. La religión celta poseía múltiples dioses y repetía con frecuencia la figura del caballo con cabeza humana. PUEBLOS IBEROS Los iberos son un conjunto de pueblos que habitaron la península ibérica y el sur de Francia antes de la llegada de las grandes colonizaciones a partir del siglo VIII a.C. Algunos de dichos pueblos son: Turdetanos: en amplias zonas del Guadalquivir. Oretanos: al norte de las Sierras Béticas. Bastetanos: entorno a Baza y sierra Nevada. Edetanos: al norte de Valencia y al sur del río Ebro. Carpetanos: gran parte de la sub-meseta sur. Lusitanos: gran parte de actual Portugal. Vacceos: en la sub-meseta norte. Astures: en actuales Asturias y León. Layetanos: entorno al río Llobregat. Vascones: en actual País Vasco. Dichas poblaciones tal vez hablasen una misma lengua, con variantes dialectales, pues desarrollaron una cultura material y un desarrollo socio-cultural similar. El hábitat ibero característico era el oppidum, o ciudad-fortaleza, es decir, núcleos amurallados sobre una colina o en llano. Esos poblados se relacionan con el trabajo del metal, especialmente la fundición de hierro. La minería era, por tanto, muy importante. Estaban situados en vías comerciales o cerca de yacimientos de materias primas (mineral de hierro, arenas auríferas, sal) y eran el centro económico de un territorio, del que constituían el principal mercado. La economía ibera, lógicamente, además de la minería, incluía la agricultura y la ganadería. Avances técnicos como el regadío, el arado y el uso del hierro, permitieron el desarrollo y mejora de la agricultura. Cultivaban trigo, cebada, vid y olivo. La ganadería permitía, además de la alimentación humana, el desarrollo de la producción textil. La caza y la pesca tuvieron un papel secundario. Las necrópolis ibéricas que se conservan testimonian un notable sentimiento religioso. Se practicaba la cremación, sobre la tierra o en hoyos; las cenizas se depositaban en urnas o vasos cerámicos junto al ajuar del difunto y se recubrían formando pequeños montículos. Una serie de enterramientos de este tipo se denomina “campos de urnas”. La religión ibera, de la que tenemos pocos datos, tenía un sustrato naturalista, relacionado con la fecundidad y la vida en sus más variados aspectos. Existen numerosos santuarios en cuevas, abrigos rocosos o en espacios abiertos relacionados con el agua. La escultórica ibérica representa uno de los aspectos más sobresalientes del arte ibérico. En una primera etapa “arcaica” (siglos VI -V a.C.) predomina la temática zoomorfa, de influencia fenicia (Bicha de Balazote, en Albacete). La fase “clásica” de la escultura ibérica (siglo V a.C. hasta el III a.C.) coincide con la consolidación del poder aristocrático, y por eso se encuentran grandes tumbas principescas. De esta época son la Dama de Elche y la Dama de Baza (Granada), que sirvieron para contener las cenizas de altos personajes. Entre las esculturas iberas se encuentran figurillas o exvotos, que indican la preocupación por asegurar la propia salud y la de los animales; abundan las representaciones femeninas ricamente ataviadas. Un buen ejemplo son las damas oferentes, de estilo hierático, en pie, frontales, que sostienen con ambas manos vasos de ofrendas. COLONIZACIÓN CARTAGINENSE Tras su fundación en el 814 a.C., Cartago se desarrolló rápidamente y comenzó a orientar su política hacia la extensión de sus dominios. A mediados del siglo VII a.C. (posiblemente en el 654 a.C.) crearon en las islas Baleares la colonia de Ebusus (Ibiza), como un punto adelantado en el Mediterráneo occidental desde el que poder competir con las colonias griegas en el comercio peninsular y desde donde extender más adelante su influencia. El dirigente cartaginés Amílcar Barca, quien sometió pacíficamente (sólo utilizó la fuerza en contadas ocasiones) numerosos puntos de la península ibérica, hubo inevitablemente que luchar contra la otra potencia del Mediterráneo occidental, Roma. Ello se produjo durante la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), en la que se disputó –y perdió- el control de Sicilia. Tras la derrota siciliana, Asdrúbal “el Bello” intensificó aún más su interés por las tierras de la península ibérica. Como principal puntal del poder cartaginés en la península se fundó la ciudad de Cartago Nova (actual Cartagena) en el 227 a.C. En el 226 a.C., ante el temor a la excesiva expansión de Cartago, las principales ciudades griegas (entre ellas Ampurias) pidieron la intervención en su favor de Roma. Roma acordó con Cartago el “Tratado del Ebro”, por el que se limitaba la influencia de Cartago al sur de dicho río. Tras el asesinato de Asdrúbal “el Bello” en el 221 a.C., el ejército cartaginés en Iberia quedó al mando de Aníbal, quien decidió consolidar el poder cartaginés en todo el territorio al sur del Ebro (como indicaba el tratado con Roma, zona de influencia de Cartago). La ciudad de Sagunto, situada al sur del Ebro, acababa de firmar un acuerdo con Roma que vulneraba el Tratado del Ebro, por lo que Aníbal decidió atacarla –y destruirla tras un asedio que duró ocho meses- en el 219 a.C. El ataque de Aníbal a un aliado romano provocó el inicio de la Segunda Guerra Púnica. En la primavera del 218 a.C. Aníbal partió con más de 100.000 soldados (la mayoría de ellos mercenarios ibéricos) a la conquista de Roma. Tras numerosas deserciones y problemas, con sólo 30.000 soldados venció a un ejército romano de 80.000 en la batalla de Cannas (216 a.C.). Pero la conquista de Roma, con poderosas murallas y un constante aprovisionamiento por mar, era una quimera. Al mismo tiempo, un ejército romano al mando de Publio Cornelio Escipión “el Africano” sometía los territorios cartagineses de la península ibérica (desembarcaron en el 218 a.C. en Ampurias y en el 209 a.C. toman Cartago Nova, lo que supuso el inicio de la conquista romana de Hispania) y llevaba la guerra hasta la propia Cartago. Tras acudir en socorro de Cartago, Aníbal sufrió una dura derrota ante las tropas de Escipión en la batalla de Zama (202 a.C.), poniendo fin a la Segunda Guerra Púnica, y del mismo modo al dominio de Cartago sobre cualquier territorio de la península ibérica.