Psicomotricidad en el aula La psicomotricidad se refiere a un punto de vista global, abarcando lo físico, psíquico, social y cognitivo, a diferencia del deporte, que suele acentuar la parte motora, su medida y la consecuente superación. El juego, ya sea libre o dirigido, se convierte en el conductor principal del aprendizaje, que sitúa al niño no sólo frente a situaciones de equilibrio muy variadas, diferentes coordinaciones y habilidades gimnásticas, multitud de posiciones de apoyo y posibilidades de desplazamiento, sino que además le permite aprender estrategias de resolución de problemas, favorece la toma de decisiones, le permite adquirir el concepto de disciplina e incrementa su capacidad para superar las situaciones adversas a través del control de las emociones y su correcta utilización como medio de expresión. Por tanto, la psicomotricidad es la disciplina que, considerando al niño en su totalidad, pretende desarrollar al máximo sus capacidades individuales, valiéndose de la observación, experimentación y ejercitación del propio cuerpo para conseguir un mayor conocimiento de sus posibilidades en relación consigo mismo y con el medio en que se desenvuelve. Si favorecemos las actividades que les son agradables y les inducimos a que realicen tareas completamente nuevas para su experiencia, en las que el objetivo esté próximo a sus capacidades, adquirirán experiencias nuevas con las que irán adquiriendo soltura y mayor rapidez en sus movimientos gradualmente, lo que incrementará su confianza en sus propias aptitudes y en su valía personal, dando como resultado mayor identificación con sus iguales y un mejor comportamiento social, favoreciendo entre otros la estimulación temprana y una mayor autonomía. Una práctica correcta ayuda al infante, desde los primeros momentos de su vida, a que su desarrollo se complete de la manera más adecuada. Diversos aspectos entre los que cabe destacar el esquema e imagen corporal, la lateralización o predominancia del lado izquierdo o derecho, el control de la musculatura implicada en cada movimiento, el equilibrio, el grado de tensión muscular, la coordinación visomotora, la orientación y estructuración espacial y temporal y el control respiratorio. Su medición se procura mediante la observación y ejercitación de los parámetros psicomotores, como el tono o grado normal de tensión muscular, en el que se sustenta el gesto y la postura; el espacio y su organización, como la imagen corporal y la coordinación; el ritmo, orgánico, psicológico o social; y la relación. Utilizando este último a modo de ejemplo, la relación con el entorno es fundamental para su desarrollo a todos los niveles. Prestar atención a cómo el niño utiliza los objetos, tanto de manera individual como cuando se relaciona con otras personas, es altamente informativo sobre su manera de ser. Nos muestra si los juguetes que utiliza están de acuerdo o no a su edad, si son adecuados al juego que realiza, cuáles son sus preferidos y por qué y su forma de manipularlos con mayor o menor habilidad motriz. Descubrirlos, utilizarlos y categorizarlos influye positivamente en su conocimiento de la realidad circundante; mediante manipulaciones, construcciones, desplazamientos, comparaciones, agrupamientos y asociaciones, así como la percepción de las múltiples cualidades físicas: color, tamaño, forma, peso, textura y volumen… Experimenta con el medio y amplía sus capacidades. Al entablar relaciones afectivas, movido por sus necesidades, ya sean de seguridad o de autonomía, se produce la maduración evolutiva necesaria. Inicialmente establece fuertes vínculos de apego con sus padres, cuidadores y familia cercana; posteriormente, con otros niños, aunque a un nivel primario puesto que aún desconoce el juego social y prefiere el paralelo; y finalmente aprende a interiorizar el juego reglado, desarrolla la empatía y aprende valores de solidaridad y colaboración. Es también fundamental el lenguaje, ya sea verbal o no verbal, que facilita o entorpece su comunicación, posibilitándole profundizar en el contacto con iguales y adultos, alcanzar nuevos niveles de interacción y mejorar la expresión emocional. Podemos observar si es posesivo o solidario; si prefiere mantenerse al margen o por el contrario experimentar de manera directa; si decide ignorarlos y buscar un juego alternativo o lanzarlos lejos; si los utiliza con cuidado y los comparte o por el contrario los arranca de las manos de sus compañeros y agrede con ellos; si los entrega cuando se lo piden para guardarlos o no quiere soltarlos. Por todo ello es tan importante la actitud ante el juego: si lo hace libremente, de manera aislada; si prefiere grupos pequeños y a ser posible en un entorno tranquilo y controlado; si participa en todas las actividades indistintamente o se niega a hacerlo y entorpece las de otros compañeros; si propone ideas y los demás le siguen o prefiere seguir a otros. O bien, si opta por buscar al adulto y llamar su atención para obtener su aprobación; parece molesto por su presencia; le aparta de las actividades; o desacata su autoridad. Servicio de Psicología