Guía de León

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El arte surge en tierras leonesas al encuentro del viajero a cada paso con una
exquisita mezcla de estilos. Del románico al gótico y del Renacimiento al
modernismo del genial Gaudí.
En la confluencia de los ríos Torio y Bernesga, afluentes del Esla, y
en mitad de una vasta llanura poblada de arboledas, huertos y
prados, se alza la ciudad de León. El nombre le viene de haber sido
el lugar de acuartelamiento de la Legio VII Gémina romana,
compuesta por indígenas hispanos reclutados para hacer frente a
las indómitas tribus montañesas del norte peninsular. Capital del
antiguo reino de León e importante etapa del Camino de Santiago,
de su rico pasado histórico conserva tres monumentos que son
otras tantas obras maestras del arte románico –San Isidoro–,
gótico –catedral– y renacentista –San Marcos–.
El Camino de Santiago también ha determinado la riqueza
monumental de ciudades como Sahagún, Astorga y Ponferrada,
en el Bierzo, comarca que atesora dos de los parajes más
sobrecogedores de la provincia: el valle del Silencio y las minas de
oro romanas de Las Médulas.
Al norte de León, la cordillera Cantábrica ofrece una sucesión
ininterrumpida de bellísimos escenarios naturales, que se
extienden desde el valle de Valdeón –vertiente suroccidental de los
Picos de Europa– hasta los Ancares –sierra remota de la raya con
Lugo, cuyo emblema son las pallozas de techo de paja que se
conservan en los recónditos núcleos de Campo del Agua, Suárbol,
Balouta…–, pasando por las reservas nacionales de Riaño y
Mampodre, y las reservas de la biosfera de Los Argüellos, Laciana,
Alto Bernesga y Valles de Omaña y Luna.
Uno de los enclaves menos conocidos de esta franja septentrional
es Babia, comarca lindera con el parque natural asturiano de
Somiedo, tierra de nobles linajes, altas brañas, robustas yeguadas,
sabrosas cecinas y arroyos que son las primeras fuentes del Sil.
Ciudad de León
Consagrada a la Virgen de la Regla, la catedral leonesa, conocida
como la Pulchra Leonina, está considerada como una de las obras
cumbres del gótico. Las obras de la misma comenzaron a
principios del siglo XII sobre lo que antes fueron termas romanas y
palacios de Ordoño II, y se concluyeron, en lo básico, un siglo
después, pero la búsqueda de ligereza, altura y luminosidad se hizo
sacrificando la solidez de la fábrica, por lo que en el siglo XIX hubo
que acometer una profunda remodelación para evitar que se
desplomase.
Destaca por su elegancia la fachada principal (siglo XIII), con tres
portadas magníficamente esculpidas y enmarcadas por dos
poderosas torres y un rosetón central. Dentro, 2.000 metros
cuadrados de vidrieras inundan de luz las altísimas naves, y a
medida que se avanza por ese espacio rematado por los haces de
nervaduras que surgen de las columnas, se van presentando el
coro, con sitiales góticos de nogal; la capilla Mayor, rodeada por
una verja plateresca; la capilla de la Virgen del Camino, con
preciosas vidrieras; y el claustro, iniciado en el siglo XIV, del que
parte una escalinata que lleva al Museo Catedralicio, custodio de
bellas esculturas románicas. En el exterior del claustro arrancan los
restos de la muralla medieval, en cuyo entorno hay palacios de los
siglos XIV al XVII.
Dentro del recinto amurallado se levanta la basílica de San
Isidoro, la segunda gran joya de la ciudad. Iniciada en 1056, su
interior románico alberga obras tan notables como la capilla
Mayor, de Juan de Badajoz, y un retablo en que se guardan las
cenizas del santo. El Panteón Real –cripta funeraria de los reyes de
León que ya existía antes de que se erigiese la iglesia, conocida
como la capilla sixtina del arte románico– consta de tres naves y
bóvedas decoradas con murales del siglo XII en un admirable estado
de conservación.
En el museo pueden contemplarse manuscritos tan valiosos como
una Biblia mozárabe de 960 y, según el estudio Los Reyes del Grial
elaborado por los historiadores Margarita Torres y José Miguel
Ortega del Río-, el Santo Grial. Para ambos no hay duda de que el
cáliz de Doña Urraca de San Isidoro corresponde al usado en la
Última Cena, antes de la crucifixión de Jesucristo.
La tercera perla de León, el hospital-convento de San Marcos (siglo
XVI), fue una antigua posesión de la orden de Santiago y hoy es
Parador de Turismo. Su fachada plateresca, con pilastras y
columnas enmarcando las ventanas, es una de las más bellas del
Renacimiento español. En el interior destacan el coro, la sacristía
Mayor, el claustro y la sala capitular, de bello artesonado.
Varias dependencias están ocupadas por el Museo de León, que
exhibe, entre otras piezas, la soberbia talla del Cristo de Carrizo, y
que tiene una segunda sede en el edificio Pallarés, y un anexo
arqueológico: la villa romana de Navatejera, en el municipio de
Villaquilambre.
La arquitectura civil tiene sus mejores exponentes en el palacio de
los Guzmanes, del siglo XVI; la casa de Botines, de Gaudí; el
palacio de los Condes de Luna, con fachada del siglo XIV, y la
espléndida plaza Mayor.
El colorista Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León o
MUSAC es la excusa perfecta que tienen los amantes del arte
contemporáneo para visitar León. El icónico edificio fue reconocido
internacionalmente en 2007 con el Premio Mies van der Rohe de
Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea. Su colección
actual alcanza más de 1.650 obras de más de 400 artistas nacionales
e internacionales, además de contar con un interesante programa
expositivo.
La animación leonesa se concentra en el b arrio de San Martín,
conocido como el barrio húmedo por reunirse en él gran número de
bares, tascas y tabernas. El centro de la vida urbana, por su parte, se
desarrolla en el triángulo que forman las calles Burgo Nuevo,
Ordoño II y Gran Vía. En los alrededores de la capital, por último,
merecen sendas visitas el santuario de la Virgen del Camino (a 6
km), patrona de los leoneses, y San Miguel de la Escalada (a 27 km),
basílica mozárabe del siglo X.
Sahagún
A 67 km al sureste de la capital se alza esta pequeña ciudad de la
Tierra de Campos leonesa, final de etapa del Camino de Santiago,
que contó con uno de los monasterios más importantes de la
España medieval. De aquella poderosa abadía cluniacense, que fue
sede de la orden benedictina en nuestro país, hoy solo perduran un
arco renacentista y un montón de ruinas, pero Sahagún puede
vanagloriarse de seguir conservando un valioso elenco de iglesias
románico-mudéjares. Todas ellas tienen en común el estar hechas
de ladrillo, como es habitual en este estilo, y elementos
arquitectónicos como las arcadas ciegas sobre los ábsides y el
campanario de planta cuadrada. La más bella es la de San Lorenzo
(siglos XII-XIII); la más antigua, la de San Tirso (siglo XII). Ya a las
afueras, el santuario de la Peregrina (siglo XIII) exhibe también
yeserías mudéjares.
Algo más al sur, a 40 km de León, nos encontramos con Valencia de
Don Juan, donde, a la vera del Esla, se eleva el castillo de Coyanza,
mandado construir en el siglo XIV por el infante Juan de Portugal y
modelo de la arquitectura gótico-militar. Y al Oeste, a mitad de
camino entre León y Astorga, el puente de Paso Honroso de
Hospital de Órbigo nos recuerda la gesta del caballero leonés don
Suero de Quiñones, que libró en el año jacobeo de 1434 una justa
durante un mes con todos los caballeros que cruzaban el puente,
como prueba de amor a su dama doña Leonor de Tovar.
Astorga
Situada en la encrucijada del Camino de Santiago con la Vía de la
Plata, Astorga mantiene en su casco histórico –al que abraza una
muralla del siglo IV– la configuración de la vieja ciudad romana con
las reformas medievales. Sede de una de las diócesis episcopales
más antiguas de España, la ciudad se vertebra en torno a la
catedral, un grandioso templo cuya construcción se inició en 1471,
a partir de una obra románica, y se prolongó hasta el siglo XVIII, de
ahí que sobre un esquema general gótico flamígero, evidente en el
ábside, se sucedan elementos renacentistas, platerescos y barrocos,
estilo este último al que corresponde la fachada principal, de
abigarrada decoración.
Destaca en su interior el retablo del altar mayor (siglo XVI), obra en
madera polícroma de Gaspar Becerra. En la misma plaza, compite
en majestuosidad con la catedral el palacio Episcopal, una
fantástica obra de recreación gótica iniciada por Gaudí a finales del
siglo XIX, en cuyas dependencias se halla instalado el Museo de los
Caminos. La visita a Astorga se completa con la Ergástula (cárcel
romana) y el Ayuntamiento, que posee una magnífica fachada
barroca.
Al sur de Astorga se extiende la Maragatería, comarca antaño
famosa por sus arrieros, los cuales alcanzaron una maestría tan
indiscutida en el desempeño de su oficio que acabaron haciendo
grandes fortunas, sólidas como las casas de piedra que
construyeron con ellas. Así puede apreciarse en Castrillo de los
Polvazares (a 5 km de Astorga), pueblo declarado conjunto
histórico artístico, y en Santiagomillas (a 15 km de Astorga), donde
se conservan imponentes casonas con portalones en arco –como la
casa-palacio del Maragato Cordero–, además de una iglesia
románica.
La gastronomía de la zona depara momentos de felicidad como el
cocido maragato, que se come empezando por las carnes y
acabando con la sopa –“si sobra algo, que sobre el caldo”, se dice
con razón–, los pescados al ajoarriero –especialmente, el congrio– y
las celebérrimas mantecadas de Astorga.
Desde Castrillo de los Polvazares, el Camino de Santiago transita
por uno de sus itinerarios más pintorescos: Santa Colomba de
Somoza, Rabanal del Camino y la Cruz de Hierro, un poste de
madera coronado por una cruz donde los peregrinos depositan una
piedra traída desde su lugar de origen. Pasado El Acebo, merece la
pena desviarse para visitar la herrería medieval de Compludo,
que constituye un ejemplo único de la ferrería preindustrial, con su
enorme mazo movido por una rueda hidráulica, declarada
monumento nacional en 1968.
El camino desciende hasta encontrarse con la llanura en
Molinaseca, un pueblo de entrañable sabor jacobeo. Nos hallamos
en El Bierzo, una fértil región que impresionó al mismísimo George
Borrow, un viajero inglés del siglo XIX que vino a España a difundir
el Nuevo Testamento, quien dejó escrito en su obra La Biblia en
España, un libro clásico de viajes cuya edición española prologó
Manuel Azaña: “Acaso no se encuentre, aun buscándolo por todo el
mundo, un lugar cuyas ventajas naturales rivalicen con los de esta
llanura”. Una comarca en la que el escritor Juan Benet situó
Región, su territorio imaginario, como la Yoknapatawpha de su
maestro Faulkner o el Macondo de García Márquez. En ese mundo,
que Benet ubica en las últimas estribaciones de los Montes
Aquilianos, se desarrollan Volverás a Región y Herrumbrosas lanzas.
Ponferrada
A la pons ferrata o pasarela de hierro que construyó el obispo
Osmundo en el siglo XI para facilitar el paso de los peregrinos
jacobeos sobre el río Sil, debe su nombre la capital administrativa
del Bierzo, ciudad industrial y populosa que se alza a 110
kilómetros al oeste de León y que conserva en su casco antiguo,
pequeño y recoleto, todas las esencias de su pasado.
Para conocerlo hay que llegar hasta la plaza Mayor, a la que se
accede por el arco del Reloj, viejo paso de la desaparecida muralla.
Allí, o en su entorno, quedan el consistorio, barroco; la basílica
renacentista de la Virgen de la Encina y la iglesia de Santo
Tomás de las Ollas, a las afueras, que reúne elementos románicos,
mozárabes y barrocos.
El magnífico castillo de los Templarios (de finales del siglo XII,
románico con añadidos posteriores), y en particular su espectacular
entrada entre hermosos torreones, es la imagen más bella y
reconocible de Ponferrada. Otros monumentos sobresalientes son
el convento de las Concepcionistas (siglo XVI) y la iglesia barroca
de San Andrés.
A un tiro de piedra de Ponferrada se encuentran el monasterio de
Santa María de Carracedo, fundado hacia el año 990 por Bermudo
II, rey de León y de Galicia, arrasado por los árabes y reconstruido
por el emperador Alfonso VI en 1138; Cacabelos, en la ribera del
Cua, lugar ideal para emprender la Ruta del Vino de Denominación
Bierzo; el palacio-fortaleza de los marqueses de Villafranca en
Corullón, y Villafranca del Bierzo, capital histórica de la comarca.
Guarda Villafranca innumerables tesoros, como la iglesia románica
de Santiago, en la que ganaban el jubileo los peregrinos enfermos,
incapaces de llegar a Santiago; la Colegiata, construida en el siglo
XVI a instancias de don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles, sobre la
base de un antiguo monasterio benedictino, y la calle del Agua,
con sus blasonadas casonas y palacios.
Cualquier época del año es idónea para visitar el Bierzo: la
primavera, durante la floración de los cerezos y los almendros; el
otoño, cuando el paisaje muda de color con los amarillos, rojos y
ocres de los viñedos, los chopos y los castaños; o el invierno, época
de la matanza, para disfrutar de un suculento botillo o de su
hermana pobre, la andolla (o androlla), emparentada a su vez con
la andruillette de Lyon, Troyes o Cambrai. Por el Camino de
Santiago circulaba todo tipo de saber, también el gastronómico.
Obvio es que el botillo merece ser acompañado de un
aterciopelado vino de mencía.
Las Médulas
Tomando la carretera N-536 en dirección Orense, se atraviesa la
localidad de Santalla, desde cuyo mirador se contempla una vista
espectacular de la hoya del Bierzo. Un poco más adelante nos
encontramos con el castillo de Cornatel, construido en lo alto de un
promontorio rocoso, y el enigmático lago de Carucedo, formado
artificialmente por el agua estancada empleada para explotar Las
Médulas, en cuyo fondo se halla, según la leyenda, Durandarte o
Durandal, la célebre espada de Roldán, paladín y sobrino de
Carlomagno muerto en la batalla de Roncesvalles.
A 4 kilómetros de Carucedo, en la vertiente noroeste de los montes
Aquilianos, se halla el antiguo yacimiento aurífero de Las Médulas.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997, este
alucinante paraje de rojos picachos arcillosos, más propio de Marte
que del Bierzo, es el resultado del expeditivo método empleado
durante siglos por los romanos para extraer el oro, el ruina montium,
consistente en traer las aguas desde lo más alto de la sierra hasta
los embalses del yacimiento a través de una red de canales de 300
km de longitud y liberarlas de golpe en el interior de las galerías
hasta que el monte elegido se derrumbaba.
Los romanos empezaron a explotar el yacimiento en la época del
emperador Octavio Augusto. Según el historiador Plinio el Viejo, que
fue administrador de las minas en su juventud, cada año se extraían
20.000 libras de oro, lo que habría supuesto 5.000.000 de libras a lo
largo de 250 años, cantidad que los arqueólogos modernos rebajan
a 1.500.000.
El mejor lugar para contemplar este mágico paisaje es el mirador de
Orellán, que dista un kilómetro y medio del pueblecito del mismo
nombre. También es una experiencia memorable adentrarse por la
carreterilla que desde el pueblo de Las Médulas conduce al corazón
del yacimiento, entre bosques de castaños bravos. Allí, al final del
asfalto, la cueva de la Encantada y la Cuevona, dos bocaminas de
una misma galería, de casi 30 metros de altura, bostezan su sueño
bimilenario.
En Carucedo se puede tomar también un desvío a la derecha, hacia
la N-120. Desde lo alto del puertecillo, la vista del valle del Selmo es
magnífica. Durante la Segunda Guerra Mundial se desató en este
valle una violenta guerra que ha sido narrada por Raúl Guerra
Garrido en su novela El año del wólfram. Una batalla que enfrentó a
los ejércitos aliados y al III Reich por el control de este mineral,
utilizado para el blindaje de los carros de combate. El Bierzo
ocultaba uno de los filones de wólfram más ricos del mundo, lo que
atrajo a toda clase de aventureros, que se disputaban a tiros o se
jugaban a las chapas los pozos y los cargamentos. En la Peña de la
Seo se mantienen aún en pie los restos del poblado de la antigua
explotación minera.
Uno de los valles más desconocidos de León es el del Cabrera. Da
comienzo en Puente de Domingo Flórez, por donde cruza el
Camino de Invierno que utilizaban muchos peregrinos en su viaje a
Santiago de Compostela para evitar las cumbres nevadas del
Cebreiro. La ruta atraviesa una larga lista de pueblecitos negros de
pizarra muy pintorescos como Castroquilame, Pombriego,
Santalavilla y Llamas, hasta llegar a La Baña, desde donde se
puede acceder al lago de origen graciar, declarado Monumento
Natural por la Junta de Castilla y León en 1990.
De La Baña era el protagonista de la novela-biografía Antonio B, el
Ruso, de Ramiro Pinilla, uno de los relatos más crudos que se han
escrito sobre la posguerra de 1936.
Peñalba de Santiago
En lo más fragoso de los montes Aquilianos, se esconde el
monasterio de San Pedro de Montes, fundado hacia el año 635
por San Fructuoso, que se encuentra en un estado ruinoso. Monte
arriba, se llega a Peñalba de Santiago, con su peculiar
arquitectura de pizarra y su iglesia mozárabe, único resto del
monasterio fundado por San Genadio en el siglo X. Destacan la
portada con doble arco de herradura enmarcado por un alfiz y las
vistas que se obtienen desde el campanario, observatorio perfecto
de este valle que llaman del Silencio pese a su belleza
estrepitosa.
Se cuenta que un día San Genadio se encontraba meditando en su
cueva, pero el murmullo del arroyo que corre unos metros más
abajo no le permitía concentrarse; enfurecido, gritó: "¡cállate!", y el
arroyo se introdujo bajo la tierra a su paso por la cueva y dejó de
hacer ruido. De ahí le viene el nombre al valle. Aún hoy se puede
ver cómo el arroyo asoma y desaparece, temeroso de que resucite
el iracundo cenobita.
Nos encontramos en la Tebaida leonesa, así llamada porque, por
sus condiciones agrestes y su aislamiento, se convirtió, durante los
siglos IX y X, en lugar de retiro espiritual de los ermitaños
cristianos, que buscaban la soledad en estas montañas, a
semejanza de los que se habían establecido en desiertos como el
de La Tebaida, en Egipto. Acudieron anacoretas de los centros más
importantes del mundo visigodo como Toledo, Mérida y la Bética y
convirtieron el valle en un importante núcleo cultural.
Peñalba es punto de partida para excursiones inolvidables, como
la ascensión a Cabeza de la Yegua (5 horas, ida y vuelta,
superando un desnivel de cerca de 1.000 metros) o el paseo mucho
más sencillo hasta la cueva de San Genadio (una hora y media, ida
y vuelta).
Reservas de la Biosfera
La provincia de León reúne la mayor concentración de reservas de
la biosfera del mundo: siete en total. En todos los casos la Unesco
reconoció la relación armoniosa que existe en estos territorios
entre el hombre y la naturaleza, lo que ha permitido tanto el
desarrollo humano como la conservación de flora y fauna. Estos
espacios son: Picos de Europa, Valle de Laciana, los Argüellos,
Valles de Omaña y Luna, Alto Bernesga, Ancares Leoneses y Babia.
El Parque Nacional Picos de Europa, de más de 67.000 hectáreas,
está situado a caballo entre Asturias, Cantabria y Castilla y León. Es
el segundo parque más visitado de España, después del Nacional
del Teide, y constituye uno de los espacios naturales más
interesantes de la Península Ibérica.
En su vertiente leonesa se extiende por los valles de Sajambre y
Valdeón. Dentro del parque se encuentran aldeas y municipios
como Boñar, Caín y Posada de Valdeón, de donde parte la senda
más conocida de los Picos: la ruta del Cares, que discurre por la
garganta del río Cares hasta alcanzar Puente Poncebos, en
Asturias.
El valle de Laciana, al noroeste de León, está escoltado por un
circo de cumbres cercanas a los 2.000 metros. Con una fuerte
tradición trashumante, conserva numerosos testimonios de una
arquitectura rural de cabañas de cubierta vegetal y una densa red
de senderos y caminos ganaderos, hoy utilizados por los
aficionados al senderismo.
Las cumbres de más de 2.000 metros definen también los
Argüellos, situada en la montaña central leonesa. En esta reserva,
los pinares y hayedos cubren las zonas más elevadas; los robles
ocupan el fondo de los valles y el oso se refugia en sus bosques
durante el invierno. Uno de sus rasgos más atractivos son los
geomorfológicos, con bellísimas cuevas como las de Valporquero,
donde las corrientes fluviales subterráneas han excavado galerías
con lagos interiores, estalactitas y estalagmitas. El turista puede
visitar la cueva y completar uno de los dos recorridos habilitados;
el primero, de 2,5 km ida y vuelta, recorre siete salas; el segundo,
de 1,6 km, discurre hasta el inicio de la quinta sala.
Babia
Cerrado al norte por las abruptas estribaciones de la cordillera
Cantábrica y al sur por el complejo sistema montañoso que
conforma la comarca de las Omañas, el valle de Babia es un
mundo verde y aparte que hace que el viajero comprenda el
significado feliz del modismo “estar en Babia”, frase proverbial que
al parecer tuvo su origen en las frecuentes cacerías que aquí solían
celebrar los reyes leoneses y que era utilizada por extensión
siempre que estaban ausentes o distraídos. Para descubrirlo,
puede efectuarse una ruta en coche de alrededor de 120 kilómetros
(solo ida), siguiendo desde León la N-630 hasta La Robla y tomando
aquí la carretera C-626 hacia Otero de las Dueñas. Acompañada
desde este punto por el cauce del río Luna, la ruta bordea el bello
pantano de Los Barrios de Luna, en cuyo fondo yace una docena
larga de pueblos, sacrificados en su día por la construcción de este
embalse de 15 kilómetros de longitud.
Ocho kilómetros después de Los Barrios de Luna, la carretera cruza
el embalse a través del espectacular viaducto Carlos Fernández
Casado, que es la puerta modernísima que da entrada al muy
tradicional valle de Babia, con caseríos tan bien conservados como
el cercano de Sena de Luna. Al poco de rebasar este, hay que
desviarse a la diestra en busca de Torrebarrio. En el siglo XV,
Gonzalo Bernaldo de Quirós fue acusado de tiranizar al obispo de
Oviedo desde su castillo de Torre de Barrio, y de robar a los viajeros
en Pola de Lena. Es localidad típica de montaña, de economía
ganadera, con buenas muestras de arquitectura popular. Desde
este pueblecito se puede ascender a pie hasta Peña Ubiña,
imponente mole caliza que, con sus 2.417 metros, es el techo de la
comarca. Es una marcha dura (4 horas, solo la subida), con un
desnivel superior a los 1.000 metros.
Más arriba, hacia el puerto de la Ventana, se ha de tomar la
desviación a Torrestío para gozar de esta aldehuela situada a
1.360 metros de altura, completamente rodeada de montañas, que
conserva numerosos hórreos.
De vuelta en la carretera que recorre el fondo del valle, el siguiente
hito de la ruta es Villasecino, que posee un palacio del siglo XVIII,
donde se alojó Jovellanos durante su viaje a Babia, así como un
mesón donde se sirven típicos platos babianos. En toda la comarca
se elaboran buenos asados de vaca y cordero. Bocados
tradicionales son también el hornazo –hogaza rellena de chorizo,
panceta y carne magra– y la cecina.
Las brañas de Babia han sido lugar tradicional de pasto para los
rebaños de merinas que vienen de Extremadura. Pero Babia es
famosa, sobre todo, por sus yeguadas. En un pastizal del siguiente
pueblo de esta ruta, Huergas de Babia, dice la leyenda que se crio
Babieca, el caballo del Cid, que fue elegido por la bravura que
demostró al enfrentarse a una tormenta de nieve y que habría de
llevar siempre a su tierra en el nombre.
El vecino pueblo de Riolago de Babia, declarado conjunto
histórico artístico, alberga el palacio de los Quiñones, una soberbia
obra del siglo XVI. Existe otro palacio derruido al sur de la
población, con su capilla y un santuario dedicado al Cristo del
Puente. Pero todo el lugar destaca, en general, por su arquitectura
tradicional de piedra de sillería. Desde Riolago, se puede ascender
a pie hacia el sur hasta los lagos Bustagil y Chao, de origen glaciar,
desde donde se contempla un hermoso paisaje de montaña.
En Piedrafita de Babia se encuentran las fuentes del Luna y las del
Sil, ríos que pertenecen a vertientes distintas (Duero y Miño,
respectivamente). Aquí arranca, con dirección norte, la carretera
que conduce al puerto de Somiedo y al parque natural del mismo
nombre, ofreciendo a quien la sigue un espectacular cambio de
escenario, pues en muy pocos kilómetros las despejadas brañas
babianas se transforman en espesos hayedos y robledales. Pero
esto ya es otra región, Asturias, y el final de nuestra ruta.
(Foto de portada: Catedral de León. David Jiménez Llanes)
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