Valores en la formación universitaria. Crisis de un dispositivo

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Valores en la formación universitaria. Crisis de un dispositivo cultural en la
formación del compromiso social en la educación superior de Sinaloa.
Rodrigo López Zavala
Martha Lorena Solís Aragón
Luis Anton Amaral Solís
El propósito de este trabajo tiene como objetivo poner en relieve la importancia del
valor del compromiso social en la formación universitaria. El supuesto del cual se
parte es que toda profesión no sólo ha de concebirse en su dimensión económica,
productiva y técnica, pues corremos el riesgo de dejar de lado la relevancia que
tiene la vida profesional para lograr una vida justa, pacífica y digna. Al tener esto
como punto de partida no olvidamos la tradición humanista que está contenida en
el proyecto educativo progresista en México.
La educación superior en nuestro país tiene definido filosófica y
curricularmente los fines formativos que atienden todas las dimensiones de la
profesionalidad, entre ellas la ética profesional. Este es el contexto en el que
realizamos un acercamiento crítico al discurso universitario y a las señales que se
desprenden de opiniones de estudiantes, de lo cual damos cuenta enseguida.
El compromiso social en crisis. Rasgos de una problemática universitaria
La realidad social conflictiva confirma que los fines de la universidad no se
reducen a los que tienen los talleres de capacitación de mano de obra para elevar
la productividad de la vida económica. Son mucho más que eso. Sin evadir la
responsabilidad académica para el desarrollo cognitivo y de habilidades técnicas
en la formación de profesionales, la educación superior tiene un deber moral con
su sociedad el de coadyuvar en la formación del ciudadano democrático, cuyo
propósito es el de promover cualidades éticas para que la profesionalidad que está
en ciernes contenga disposiciones hacia el compromiso con su sociedad. Cortina
(2000: 13-28) ha identificado estas cualidades como las que motivan a llevar una
vida profesional pensando no sólo en sí mismo, sino en vocaciones por ayudar a
construir una sociedad justa, pacífica y libre, buscando a través de sus actos
impedir que la deshonestidad, corrupción, tráfico de influencias e injusticias se
conviertan en los rasgos de la vida pública. El compromiso con una sociedad
basada en estos principios forma parte de los fines de las universidades
mexicanas (UNAM, 1945: 1; UAS, 2006: 3; UdeG, 2006: 1; UdeO, 2001: 2).
La formación universitaria tiene finalidades sociales definidas. En los
discursos y proyectos de instituciones de educación superior, así como en el
imaginario de los profesores identificamos propósitos formales muy coincidentes,
cuyo eje articulador es la formación de jóvenes con alto compromiso social. La
realidad cultural en los sujetos que se están formando en la universidad dista de
ser expresión fiel de tales finalidades. Apenas una delgada franja se identifica con
principios éticos que lleve a los jóvenes a disponer sus saberes profesionales para
el cuestionamiento y mejora de la sociedad, que no sólo requiere fortalece en el
ámbito económico con buenos profesionales, sino contextos y relaciones sociales
y culturales que contribuyan a lograr la felicidad de las personas y las familias, tal
y como se desprende de los principios éticos.
Lo anterior contrasta con la tendencia mayoritaria de ver a la educación
superior fundamentalmente como el espacio escolar que otorga una titulación para
el ejercicio laboral. Así mismo, se localizan posturas intermedias en las cuales
predomina la ambigüedad respecto al compromiso social que demanda toda
profesión. Tal hecho está directamente relacionado al grado de eficacia con el que
está viviéndose las prácticas curriculares en las aulas universitarias. Sin tener una
explicación determinista, ya que otros factores extrauniversitarios contribuyen a
que estos rasgos culturales se presenten, lo ineludible es identificar en los
ambientes institucionales y la acción docente algunas de las causas que están
provocando una débil formación del compromiso social en jóvenes universitarios.
La educación superior tiene al mundo del trabajo como uno de sus
referentes para valorar el nivel de calidad en la formación profesional que se está
logrando en las universidades. Sin embargo, esto es sólo un ángulo de la
problemática formativa en estas instituciones, pues tienen, además, el deber de
dar cumplimiento a funciones que la sociedad le ha asignado y que superan el
ámbito de los saberes académicos, como son el desarrollo de voluntades y
vocaciones por coadyuvar con la cultura profesional que han aprendido, tendiente
a lograr el entendimiento de los problemas que afectan a su comunidad, así como
participar junto a su gremio en la medida que la realidad social se lo permita,
presentando alternativas para la construcción de una sociedad más justa,
responsable y pacífica.
Esta concepción ética de lo que se espera de la educación superior, es una
norma dominante en el discurso jurídico-académico de las universidades
mexicanas, donde el valor del compromiso social es un elemento axiológico
importante. Está presente en las leyes orgánicas (UAS, 2006) como en lo
particular en los objetivos de de los Planes y Programas de Estudio (FDC/UAS,
2012; FCA/UAS, 2012). La pregunta necesaria es si acaso esta visión se
encuentra en el curriculum vivida durante la enseñanza universitaria y, más
específicamente, si en el imaginario profesional de los estudiantes está presente.
Aquí se localiza, quizá, uno de los principales desencuentros entre el discurso y
las prácticas en educación superior.
Si sostenemos que la Universidad debe formar profesionales para el trabajo
y también para su circunstancia, este principio nos lleva a observar detenidamente
cuál es la realidad social que la formación universitaria debe de tomar en cuenta.
Distanciados de una lógica dominantemente técnica y productivista identificamos
algunos rasgos problemáticos que el curriculum universitario y los profesores
requieren tener en cuenta al construir el objeto de estudio en las aulas.
Una anotación al respecto es que encontramos que el estado de Sinaloa
está considerado como una de las 10 entidades más corruptas de México, lo cual
alarma si observamos que en una década tuvo un crecimiento crítico, pues de
acuerdo al último reporte del Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, en
2001 las acciones corruptas de los sinaloenses tuvieron un índice de 7.8,
elevándose para 2010 al 9.9, colocándose así en el rango de la media nacional
cuestionable (Transparencia Mexicana, 2010). Anótese que en el ámbito de
servicios donde esto se presenta, los protagonistas que toman decisiones y son
partícipes de la corrupción, portan credenciales de profesional y presumen de su
título universitario.
A
lo
anterior
agreguemos
lo
siguiente:
se
afirma
que
se
han
“profesionalizado” las instituciones públicas encargadas de administrar la justicia
penal y la seguridad en Sinaloa; sin embargo, altas autoridades y la clase política
de la entidad admiten que el principal problema de la administración pública es la
corrupción (Aguilar, 2010, López-Valdez, 2012). Un amplio y creciente segmento
de profesionales de diversos campos laborales han entrado al mercado de tráfico
de influencias, concesiones y operaciones ilícitas, de acuerdo al reconocimiento
sobre este hecho por la misma cúpula de autoridades ejecutivas.
Identificamos como problemático el que en la realidad social los saberes
profesionales y las credenciales universitarias sean utilizados para delinquir,
alejados del principio de tomar a la profesión como plataforma para lograr una vida
buena y feliz en el grupo familiar. Así mismo, también alejados de corresponder a
la sociedad que le creo condiciones para la formación profesional, también
renuncian a su compromiso social de coadyuvar a lograr una vida civil honrada,
justa y pacífica en su comunidad. Aspirar a tener profesionales con una visión y
compromiso ético no es una ilusión, es la finalidad de la universidad y para esto se
asiste a sus aulas, pues esto forma parte de los discursos curriculares en todas las
carreras universitarias.
Para encontrar explicaciones a este fenómeno que pone en crisis la ética
profesional de quienes se refugian en estas prácticas, no sólo hay que analizar a
las universidades pues el problema es provocado por múltiples factores; sin
embargo, nuestro propósito es identificar algunos hechos que en el ámbito de la
institución educativa se está fallando, al contribuir para que en la cultura de los
profesionales se ponga en riesgo la identidad ética con los principios de su
profesión.
El compromiso social en estudiantes universitarios
La cultura profesional que está desarrollándose en los estudiantes universitarios,
requiere dotarse de aprendizajes y competencias para el desempeño de la buena
profesionalidad; sin embargo, también requiere de la construcción de un
imaginario que se compone por visiones, voluntades e identidades, las cuales se
han de traducir en actitudes y acciones que, de acuerdo a nuestro concepto, no
se detiene en la fortaleza técnica que responde a su esfera laboral, sino que
necesita el desarrollo del ethos profesional lo cual posibilita a concebir la profesión
no sólo para el beneficio de sí mismo, sino para ayudar a otros a lograr una vida
digna (Cortina, 2000; López Zavala, 2011), cuyo valor por excelencia para lograrlo
es el compromiso social, Esto es más necesario ante una realidad marcada por
desigualdades, injusticias, contaminaciones ambientales, corrupción de las
instituciones públicas y privadas, todo ello como parte de un amplio listado de
problemáticas vinculadas a cada una de las profesiones.
Teniendo como eje analítico lo anterior nos dispusimos a identificar las
disposiciones que ya estaban configuradas en las expectativas de los jóvenes
como futuros profesionales, colocando como referente los resultados de
investigaciones llevadas a cabo en períodos y espacios universitarios distintos,
con el objeto de apreciar si las señales críticas de la formación profesional nos
permitía confirmar la existencia de una problemática que pone en cuestión la base
ética de la educación universitaria.
En una investigación realizada durante 2008 entre jóvenes de la UAS que
se formaban como profesionales en el campo del derecho y la administración y
estudios internacionales (López Zavala, 2009: 28-35), se logró identificar su
escasa identidad con valores como su compromiso profesional ante problemáticas
sociales que están asociadas con sus campos académicos. En tal estudio el 58%
de los estudiantes manifestaron preferencias por el éxito individual aún cuando
esto los aleje de las muestras de colaboración para ayudar desde sus saberes
profesionales, a la solución de problemas que aquejan la comunidad. Una señal
crítica de la debilidad ética en la formación universitaria es evidente en esta
expresión cultural de los jóvenes beneficiarios de la educación superior.
Lo anterior se confirma al encontrar que en el mismo estudio entre
estudiantes de alto promedio sólo el 4% declaró enfáticamente su aspiración por
ser un profesional comprometido, ya sea para mejorar su vida familiar como
ayudar a la comunidad con sus competencias profesionales a crear alternativas
para la solución de problemas, tales como la corrupción en empresas públicas y
privadas, tráfico de influencias y violación a normas ambientales.
La obtención de un título universitario debe cumplir el objetivo de contribuir
al bienestar de los individuos que logran terminar la educación universitaria; sin
embargo, cuando esto se convierte en un fin absoluto, la sociedad se ve afectada
al no tener retribución del profesional, al olvidar que el bien educativo recibido no
es resultado de su único esfuerzo de aprendizaje, sino que es producto del
desarrollo social y cultural que lo llevó a las aulas de la universidad.
La alarma se prendió al obtener estas respuestas, las cuales forman parte
de una investigación más amplia de la temática aquí abordada. Alguna búsqueda
en la subjetividad de los estudiantes debía hacerse para entender tales posturas
que, evidentemente, riñen con las finalidades sociomorales que están contenidas
en el curriculum universitario. Así que en un tiempo relajado, incluso en charlas
informales posteriores a la obtención de estos resultados y buscando la
espontaneidad de las opiniones estudiantiles, se procedió a registrar las
explicaciones vertidas por jóvenes destacados con buenas notas en las carreras
de administración y derecho de la UAS. La alarma no bajó de tono; más bien
acentuó las señales críticas de lo que sucede en los procesos de formación
profesional.
Los estudiantes reconocen que hay saberes académicos contenidos en los
programas de estudio, no obstante el uso de estos en la configuración valoral no
llega a suceder, pues sólo es información validada como aprendizaje por medio de
exámenes objetivos, sin que los profesores imaginen situaciones sociales que
provoque actitudes de los aprendices tendientes a desarrollar compromisos con
una vida digna, honrada y justa. Todo se convierte en calificaciones numéricas
que reflejen el dominio del contenido académico. La racionalidad técnico-cognitiva
se impone por encima de la necesidad del desarrollo de la moralidad.
Al conversar con estudiantes de las carreras mencionadas en espacios
informales, éstos liberan con facilidad su apreciación acerca de lo que están
recibiendo del profesorado. Manifiestan señales que los han condicionado a
memorizar leyes, normas y reglas que hacen del escenario social y público más
civilizado; sin embargo, estos aprendizajes no se expresan en el razonamiento
que hacen acerca de la vida profesional y el ámbito social en el que esta se lleva a
cabo. Consideran que todo es “puro rollo” pues consideran que el mundo del
trabajo tiene otras reglas, las cuales “hay que cumplirlas para poder librarla,
acomodarse y ganar bien”. Es decir, desde su rol estudiantil ya están imaginando
como hay que “pasarla y negociar” para tener éxito en su futuro profesional.
Los jóvenes hacen ponderaciones a principios éticos y reglas de su
profesión de acuerdo a la posibilidad de abrir su camino. Han incorporado el
mensaje implícito que los profesores les envían o, cuando menos, no lo
reflexionan, de que en la universidad hay que sacar calificaciones aprobatorias
dominando la información académica recibida para superar este tramo de vida y,
ya fuera de la institución y con el título universitario en mano, cada quien
construirá su camino aún cuando éste pueda reñir con la ética profesional.
Conclusión
La Universidad es una agencia social más en la formación sociomoral de las
personas. Existen otros factores y circunstancias que no se localizan en la
educación superior que están influyendo en el distanciamiento ético que práctica
una franja de profesionales. Por lo tanto, la Universidad no es culpable, pero si se
observa que está fallando en su proyecto filosófico expresado en su legislación y
en los fines del curriculum, cuando en distintos niveles del discurso de estas
instituciones se dice que no sólo formarán profesionales competentes, sino
también con cualidades morales que se expresen en compromiso con la sociedad.
El reconocimiento de los estudiantes de cómo viven la relación educativa y
el énfasis academicista de los profesores, no es suficiente para hacer un juicio
absoluto de la docencia universitaria; sin embargo, si pone en cuestión las
limitaciones técnicas y conservadoras como se está llevando a cabo. Lo menos
que se aprecia es que la acción del profesorado no está en plena correspondencia
con las finalidad éticas de la formación universitaria, pues no obstante que haya
empeño docente por lograr que los aprendices dominen bien el conocimiento
programado, lo importante que hay que resaltar es que se deja ir la oportunidad de
la relación educativa para coadyuvar al desarrollo de cualidades sociomorales,
tendiendo puentes culturales y reflexivos entre los saberes académicos y los
problemas cotidianos de una sociedad como la nuestra, donde la corrupción, la
injusticia y la violencia forman parte de la realidad en la que se inscribe el trabajo
de los profesionales.
La educación superior debe formar profesionales para su tiempo pues de no
ser así resulta insulsa e ineficaz. La legislación universitaria y el curriculum de las
carreras profesionales como elementos que constituyen el dispositivo cultural de la
institución en su propósito de formar buenos profesionales, ha sido puesto en
cuestión por los propios aprendices. La excelencia y las notas de diez en la vida
de estudiantes no son suficientes si estás no se traducen en llevar a cabo una
profesionalidad moral. Ante esta problemática la Universidad aún tiene mucho por
hacer.
BIBLIOGRAFÍA
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enhttp://www.transparenciamexicana.org.mx/documentos/INCBG/2010/2_INCBG_
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