Intervención del Presidente del Consejo Silvio Berlusconi con ocasión del acto de firma "Una Constitución para Europa" (Roma, 29 de octubre de 2004) Excelentísimos señores, estimados colegas, estimadas amigas, estimados amigos: Dos fechas. Roma, 25 de marzo de 1957. Roma, 29 de octubre de 2004. Ha transcurrido casi medio siglo. La sala en que dentro de poco firmaremos el Tratado constitucional es la misma en que los seis países precursores firmaron los Tratados de Roma. Europa estaba partida en dos. Nuestros pueblos todavía estaban divididos, precisaban ayuda exterior, tenían ante sí una difícil reconstrucción económica y política que se dilataría años. Y, sin embargo, algunos ya empezaban a pensar con previsión y valentía en la Europa de mañana, a sentar las bases para la reunificación. El proceso de integración europea, nacido con estas premisas, entre muchos escepticismos y reservas, ha resultado por el contrario la más provechosa y duradera utopía de la segunda posguerra. Esa idea era, para decirlo con Erasmo de Rótterdam, una "locura visionaria generosa". La aparente locura de nuestros padres fundadores se ha convertido, por el contrario, en una maravillosa realidad, que se enriquece hoy con un nuevo capítulo fundamental. Entre estas dos fechas, 1957-2004, corre el hilo de nuestras identidades, primero dispersas, oprimidas y pisoteadas en muchos países por un odioso totalitarismo, hoy finalmente reunidas entorno a un ideal común de libertad, democracia, justicia y prosperidad. La Europa que estrecha sus vínculos en el plano de las instituciones ha alcanzado esta meta a través de avances sucesivos, realizados con paciencia y tenacidad, sin haber abandonado nunca el método del consenso: un espacio económico sin barreras interiores, la moneda única, una política de libertad y seguridad, una proyección cada vez más compartida en las relaciones exteriores y en la política exterior. El 4 de octubre de 2003, también aquí en Roma, inauguramos la Conferencia intergubernamental. Era un momento de grandes esperanzas, pero también de grandes incertidumbres. Estábamos asumiendo responsabilidades relevantes frente a nuestros ciudadanos. No podíamos, no debíamos fallar. Dije entonces que teníamos que realizar, más que un acto de fe, un acto de voluntad. Que aquélla debía ser la Conferencia de la voluntad europea. Hoy, poco más de un año después de aquel solemne momento, hemos alcanzado nuestro objetivo y mantenido la fe en nuestro empeño. Nunca se había visto en la historia un ejemplo de naciones que deciden voluntariamente ejercer juntas sus poderes soberanos, en interés exclusivo de sus pueblos, superando motivos seculares de rivalidad y desconfianza. Nunca en la historia los valores fundamentales de la libertad y la democracia han tenido un papel tan importante en la vinculación del destino de cientos de millones de personas. El evento de hoy marca pues una fecha histórica: Europa se dota finalmente de una Constitución, basada en el doble e inseparable consenso de los ciudadanos y los Estados miembros. Al proceder a la firma de esta Constitución debemos tener muy presente que ninguna constitución, ninguna institución política, ninguna institución jurídica, vive por sí misma. El momento constitucional de la Europa unida estará, pues, siempre ligado a la continua afirmación de las voluntades de los pueblos y naciones europeos de integrarse cada vez más en los planos político, social y económico, y de actuar juntos en una serie de ámbitos vitales para su futuro. La Constitución que hoy firmamos deberá pues sostenerse en la voluntad continuamente renovada tanto de sus ciudadanos como de sus Gobiernos. La Europa unida es, y lo será cada vez más, un plebiscito cotidiano. Estimadas amigas, estimados amigos: A partir de hoy se inicia el proceso de ratificación del Tratado constitucional por parte de los Estados miembros. Nos esforzaremos en que Italia ratifique en breve el nuevo Tratado. El sentimiento europeísta forma parte de nuestra historia de italianos, es sólido, es entusiasta, y espero pueda ser también contagioso. Es mi firme convicción, antes incluso que mi gran deseo, que todos los pueblos, los parlamentos y los Gobierno de los Estados miembros darán su consenso porque están íntimamente convencidos de que su destino de libertad, paz y prosperidad se identifica con el de la Europa unida, esa Europa que en esta "urbs urbium", en esta "ciudad de ciudades", da hoy un histórico paso adelante.