Manuela Sáenz, imposible callar

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Manuela Sáenz, imposible callar
Texto:Judith Nieto*
Manuela Sáenz será para la historia posterior a su tiempo una
figura que vive un periodo de transición en el orden político
y cultural. Es propio de estos periodos que quien haga parte
de ellos —aunque su obrar esté al margen de lo establecido
por los mismos— corra el riesgo de que su representación
sea alterada, como bien ha ocurrido con la patriota quiteña de quien aún se
modifica su imagen
en la ficción, como si
se tratase de la obediencia a un mandato
todavía inalterable, el
imperativo que estuvo marcado por un
periodo histórico y su
respectivo carácter de
crisis: el tiempo que
anunciaba la independencia de los territorios dominados
por la Corona española.
Sí, el caso de Manuela Sáenz, quien Judith Nieto / Fotografìa: Natalia Botero Oliver
hace dos siglos y en un territorio digno de leyenda por su
particular “obediencia” a los mandatos religiosos y culturales
de la época, rompió con los imperativos que obligaban al so-
metimiento femenino a las disposiciones patriarcales. Es esta
quizá la principal razón por la cual la historia oficial se ha
encargado de mostrarla levemente, mejor, de opacarla. Dicho
discurso desconoce, entonces, cómo esta circunstancia ha
sido capitalizada por la ficción literaria y novelística. Se trata
de una singular mujer que la historia nacional prefiere no recordar, no obstante, estas
páginas y la ocasión que
aquí nos reúne convocan
a su evocación.
Pero ¿cómo fue el
nacimiento de esta mujer objeto de ficción más
que de historia? Joaquina, mujer soltera, la hija
menor de Mateo José de
Aizpuru —un vasco de
noble cuna quien llegó
América a rehacer su fortuna—, trajo al mundo a
Manuela Sáenz. ¿Su lugar
y fecha de nacimiento?
San Francisco de Quito,
28 de diciembre de 1795.
Por las características civiles de la madre, la niña será conocida en la historia como hija ilegítima de un noble español,
don Simón Sáenz y Vergara, capitán de la milicia del Rey y
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recaudador de los diezmos del reino de Quito, pueblo que
durante el periodo colonial estuvo conformado por una singular aglomeración de castas y clases sociales nunca vistas en
otra comunidad.
La niñez y la adolescencia de Manuela Sáenz transcurrieron en medio de una particular historia familiar y en la
víspera y desarrollo del fuego de una revolución continental
levantada en procura de la independencia de las colonias todavía conservadas por España en América. No obstante, estos
no fueron motivos para aplacar el recio carácter de quien más
tarde fuera una inquietante mujer capaz de impulsos temerarios como de lealtades que iban hasta extremos que lindaban
con el sacrificio. De esta vida, y de su encuentro con el Libertador Simón Bolívar a lo largo de ocho años, queda toda una
historia por contar, por hacer brillar a partir del levantamiento de la página del olvido.
Circunstancias de vida como las destacadas de esta singular mujer han llevado a que diferentes expresiones artísticas
se ocupen de levantar las huellas persistentes de la memoria,
procurada en la representación de un personaje “omitido”
por el recuerdo; logro obtenido a sabiendas de que el peso
de la escasa recordación que hay sobre él mismo no lo hace
menos vivo, sino que, por el contrario, su recreación convida
a la comprensión del mismo. De ahí que además de históricos, los relatos en torno a tal figura estén, sobre todo, animados por la ficción, definido territorio en donde narración y
personaje son convocados por la comprensión de quien los
recrea, de quien los ha convertido en protagonistas a causa
de su grandeza.
Develar un acontecer opacado por el tiempo, como es el
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relatado por los hechos independentistas a partir de la ficción
narrativa, es un logro artístico y literario que ha contribuido
a representar a un personaje como lo es Manuela Sáenz, y con
éste a toda una memoria promotora del rescate de los comportamientos culturales, base de la explicación de acercamientos y de distanciamientos comunes a los conflictos aún
vividos por las naciones liberadas hace dos siglos por Simón
Bolívar. Esta afirmación es posible de constatar una vez se lee
el conjunto de novelas históricas en las que son capitales el
nombre y la figura de esta mujer acompañante del Libertador.
Es el caso de cómo una dispuesta actitud de recepción permite hallar en los relatos hechos en el presente, pero ubicados
en un pasado que remite a las primeras décadas del siglo XIX,
a Manuela Sáenz, personaje central de una particular ficción,
convertida en novelas históricas, y quien es representada con
la fuerza de la censura demandada por la época, debido a un
acto cometido por ella, un acto de amor llevado a cabo por
quien se atrevió a hacer público su amor por Simón Bolívar.
La razón de dicho repudio puede explicarse así: se trata de
una mujer que, para su tiempo de obediencia femenina, rompió los límites conventuales y de orden patriarcal. En acto de
rebelión, abandonó las disposiciones por ella no elegidas (el
convento y el hogar), para atender el llamado de un deseo que
la identificó durante toda la historia como una insubordinada y, más aún, como transgresora. Deseo demandado por la
marca del amor hacia el Libertador, al que ella siguió durante
ocho años desde su encuentro de miradas en Quito; el mismo
deseo que conservó hasta su muerte en Paita, en esa tierra
dedicada a la pasividad, donde como cartas en baúles, ella,
antes de morir, guardó lo mejor de sus días pasados.
En consecuencia, Manuela Sáenz, siempre estuvo en espacio ajeno, pues careció de lugar: su patria le fue negada y su
tumba está extraviada en territorio ajeno…Una Mujer para
quien parece reservado el territorio de la exclusión, rasgo al
que la condenó su más firme decisión de amor ilegítimo, en
el que nació y bajo el que también murió. Su vida, por efectos de la fábula, ha pasado a ser un acontecimiento que va
de la realidad a la escandalosa fantasía, lo que se convierte
en una demostración más para comprender que a las guerras de emancipación en América les sucedió la persistencia
de difíciles acuerdos de convivencia y tolerancia, insistencia
vigente, como lo atestiguan ciertos hechos culturales propios
de este lado del continente, que confirman que el otro es pensado como el excluido, el desconocido, el que carece de voz
dentro del discurso social.
Es oportuno en este momento evocar sus palabras, pronunciadas con el sentimiento que la caracterizó, al someterse
al destierro: “Yo amé al Libertador; muerto lo venero. Y para
el Libertador que amó y veneró siempre tuvo palabras que
decir; unas llevadas a la letra, dispuestas en el papel que imposibilita el olvido.
No olvida Manuela Sáenz que la causa mayor de su derrota viene del amor que profesó a Bolívar a quien si hoy estuviera viva, quizás, así le escribiría:
Es por el recuerdo que hablo*; mejor, que escribo. Es el
recuerdo el que me empuja a decir lo que tengo que decirle a usted, Simón. Cómo fueron mis últimos años, esos tan
largos luego de su partida y de su muerte, como un presentimiento que le impidió dirigirme una última palabra; perdón,
iba a decir, una última mirada. Sigo echando de menos las
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dos cosas. Aquí, bajo tierra, donde estoy desde hace ya no sé
cuántos años, no dejo de pensar en su partida, enfermo y en
silencio. Yo sabía de su no regreso; hay miradas finales que se
evitan, pues tras ellas va el irremediable y silencioso secreto
con el que mueren los amantes. Es por esto que, ahora que
contemplo a distancia el gesto imaginado de su mano, me resisto a creer en la señal del adiós y entiendo que los asuntos de
su vida, y también los de su muerte, pasaron inevitablemente
por el corazón de los dos.
Ahora recuerdo que de usted, Simón, solo supe de su
único sueño que estaba puesto en la libertad de los países del
sur de América, y de mí solo tuve claro que mi sueño era usted, puesto que del matrimonio arreglado por mi padre en
Panamá, con un hombre de apellido Thorne, en una boda celebrada y festejada en Lima, solo quedaban las constancias en
los documentos oficiales.
Sí, todo sucedió así, mi padre en un mismo día realizó
una compra y una venta, las dos para mí: me compró dos
esclavas para que me cuidaran y me vendió a un marido, a
quien tuve que decir sí, sin más. No fui elegida, fui vendida
luego de convenios adelantados entre Thorne —como siempre lo he llamado— y mi padre. Fui tomada bajo juramento
de matrimonio, yo sé que más para vigilarme que para amarme. Cuando el amor se tiene que pasar por el papel como
prueba de obligación corre el riesgo de arrugarse o de acabarse; el mío se terminó.
No sé para qué he despertado ahora, después de tantos
años de soportar el peso de esta tierra sobre mi esqueleto, lo
que queda de mi cuerpo, desvencijada cárcel de mis ausentes remordimientos. Me remonto al pretérito; no sé por qué
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lo hago a partir de este estado de muerte, pero siento que la
oportunidad opera contra los aplazamientos. Imposible postergar para el olvido la época aquella cuando contaba con escasos años que anunciaban mi juventud, levantada sobre un
pasado de reproches inaugurados con mi nacimiento como
hija de padres imposibles de nombrar, reconvenciones que no
se suspendieron hasta mis más postreras horas. Eran los años
en que se comenzaban a vivir los precipitados y poco prometedores acontecimientos que indicaban la Independencia de
las colonias de España, en el sur de América.
El tiempo se hacía urgente para usted, Simón, y para mí;
la espera empezaba a marcar en mi piel el andamio de mi
testaruda esperanza. El tiempo lleva la fuerza helada del pasado y la memoria en este día de momentánea resurrección
me convida a volver atrás, a ese comienzo marcado por 1822,
fecha que, pensé, indicaba el norte de la gloria, pero que desembocó, y por una razón de amor, en el terror que contra mí
sembraron las que quizá hoy sean capitales: Lima, Quito y,
muy especialmente, Bogotá.
¡Cómo fui censurada! ¡Cómo me fue de adversa esa lluviosa y siempre gris ciudad! No podía esperar más. ¿A qué
atenerme?, ¿qué hacer si nací y viví en una América caótica,
desquiciada y adherida a una sola causa: la de liberarse del
peso representado por la Corona española? Inevitable pasar por alto la memoria que conservo de estas tres ciudades.
¡Cuántas veces quise que de los hechos ocurridos en ocho
años se hiciera el olvido! Pero imposible; el recuerdo, esa especie de llama helada, se empina sobre las ruinas de las ciudades y sobre las que quedan de hombres y mujeres.
Es lo que conservo en la difícil memoria de tantas bata-
llas que sellaron cinco independencias. Su recuerdo permanece adherido a la tela del tiempo, todavía tibio por la cercanía de mis perros, y cuya calidez se mantiene pese a la lejanía
impuesta por la disposición firmada con la huella del odio de
Rocafuerte.
Así fue; vine a Paita porque Quito me negó la entrada
y porque en este puerto podía instalarme siempre y cuando
permaneciera sin moverme. Hay ciertas formas de prisión a
las que uno termina por plegarse y aceptar. Nunca pensé que
después de la reclusión padecida en la cárcel de mujeres, curiosamente denominada Divorcio, me acogieran, sin ninguna
resistencia, en el encierro definitivo, aunque abierto, en Paita.
El Pacífico y este puerto fétido fueron mi sepultura antes de
que sobre mi cuerpo se abatieran furiosas las llamas incineradoras del mal que tiene principio en la garganta, nombrado
por algunos como la difteria.
(…)
Mi final en Paita lo marcaron unos días previos en Bogotá, de los que sé que usted no tuvo conocimiento, pues la
enfermedad, la lejanía, el sabor a fracaso que cada vez le marchitaban los labios se lo impidieron. La partida de esa capital
de cielos pesados transcurrió en medio de diferentes batallas
anteriores a la vecindad del océano. Paita estuvo precedida
por el destierro ordenado y firmado por Santander, en Bogotá. Aunque ya me habían desterrado de tantas partes, pues
nací sin lugar, este nuevo desalojo no dejó de de afectarme,
dado que estaba sola, y anhelé con un grito encerrado en la
garganta que el General estuviera conmigo, que me abrazara bajo el tropel de nubes que corrían sobre la sabana y que
avanzaban por dentro, hondo, en mi corazón.
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Todo se volvió pérdida, hasta la helada mirada de los
elevados Andes por donde no hice más que seguirlo a usted,
ir detrás de sus pasos, pero acabé convencida de que mi paso
había que detenerlo, y sola. Cuesta comprender que nos hacemos pedazos, no sin antes optar por la ceguera, primer sentido que se pierde en todo apuro de amor.
Nunca pensé que tuviera que pasar por un final como
el que me correspondió. Sin embargo, después de mi partida
definitiva me empeñé en la tarea de escribir estas páginas con
la guía del recuerdo, de este recuerdo que consigo, porque mi
propio espectro me permite escribir, solo por un día, gracias
a esta salida momentánea del polvo y la ceniza a los que estoy
reducida. Lo hago sin otra esperanza que llevar el relato de
mi vida y de mi amor por Simón Bolívar hasta el fin, hasta el
punto donde el recuerdo se oscurezca y, entonces, hacerles
saber a quienes lean mis páginas que la apuesta hecha en mi
vida fue por su amor, y que de eso no estoy arrepentida.
(…)
Otra vez, recordado Simón, me despido como hace casi
dos siglos.
Su amiga,
Manuela
Judith Nieto / Fotografìa: Natalia Botero Oliver
Referencia
Nieto, Judith (2011). “El recuerdo en una “nueva” misiva
de Manuela Sáenz a Simón Bolívar”, Pluma derrotada, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, pp. 23- 28.
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Agradecimientos Al grupo de egresados que asume este proyecto
Huellas y voces fue editado en los 15 años del
editorial como un servicio social educativo, que
Programa de Egresados de la Universidad de
divulga la producción académica, científica y
Antioquia. Se imprimió en marzo del 2012, en los
cultural de los egresados.
talleres litográficos de Masterpress S.A. Se utilizó
A la doctora Margarita María Berrío de Ramos,
papel Propalmate C2S 150 gramos y Propalcote
vicerrectora de Extensión (2007-2009), y al
C2S 300 gramos en portadas. Se emplearon los
profesor Fabio Vallejo Giraldo, ex - director de
tipos de letra: Typewriter, Minion Pro y Myriad Pro.
proyectos de BUPPE, quienes en el ejercicio de sus
Los 1.000 ejemplares de esta edición tienen fines
cargos apoyaron con convicción las actividades
académicos y serán distribuidos gratuitamente.
del Programa de Egresados.
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