DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO COORDINACIÓN Y EDICIÓN FELIPE CASTRO Y MARCELA TERRAZAS UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO MÉXICO 2003 Primera edición: 2003 DR © 2003, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, 04510. México, D. F. INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS Impreso y hecho en México ISBN 970-32-1263-8 RECONOCIMIENTOS La investigación que originó este libro se benefició del financiamiento del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM. Asimismo, la Dra. Virginia Guedea, directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM dio generosamente su respaldo a esta propuesta desde sus inicios. Claudia Agostoni, Elías Palti, Erika Pani, Leticia Reina, Carmen Vázquez Mantecón y Juan Pedro Viqueira participaron en distintos momentos en nuestras actividades y, bajo diferentes modalidades, contribuyeron con sus comentarios y sugerencias al buen fin de esta investigación. Vaya para todos estos colegas e instituciones nuestro agradecimiento. Los coordinadores LA INTRODUCCIÓN DE LOS DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO1 FELIPE CASTRO GUTIÉRREZ Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM Este libro nació de una preocupación compartida por varios investigadores que, partiendo desde diferentes épocas y temáticas, encontramos personas y grupos que se oponían a las autoridades, transgredían las normas existentes y se adentraban en conductas y actitudes consideradas inconvenientes, indeseables y dignas de reprobación o castigo. En conjunto, nos resultaba difícil definir a estos hombres y mujeres con las categorías usuales de interpretación histórica. No eran exactamente respetables súbditos o ciudadanos que aceptaran las reglas de la legalidad para defender sus puntos de vista, pero tampoco fueron rebeldes o revolucionarios. El nombre de disidentes parecía convenir a este heterogéneo colectivo que se encontraba en el impreciso y ambiguo terreno entre el disenso aceptable y la completa ruptura con el orden social. Lo que procuramos en discusiones realizadas en un seminario, y posteriormente en un coloquio, fue pasar de la función adjetiva a la sustantiva; o, en otras palabras, introducir en nuestro análisis una categoría analítica que podría ser estudiada y comparada en diferentes contextos sociales, geográficos y temporales. Salvando las distancias, la idea y el procedimiento fue similar a la introducción en la discusión historiográfica de ciertos personajes colectivos, como los “bandidos sociales” propuestos hace varias décadas por Eric Hobsbawm.2 1 Estas reflexiones preliminares deben obviamente mucho a los trabajos de los autores aquí publicados, así como a los comentarios de otros colegas participantes en las reuniones previas de este grupo de trabajo. Con ellos compartí muchas concordancias y, asimismo, algunas divergencias. La responsabilidad sobre las propuestas e hipótesis aquí presentadas es, desde luego, individual. 2 Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976; una puesta al día y revisión crítica de su propuesta se encuentra en Gilbert M. Joseph, “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance” en Patterns of Contention in Mexican History, Irvine, University of California, 1992. 8 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO En primera instancia, nuestro objetivo parecía ser metodológicamente sencillo, porque los disidentes abundan en la historia de México. Nuestra historiografía les ha confiado un papel privilegiado en la formación de la conciencia nacional y la memoria compartida de nuestro pasado; dan nombres a calles, ciudades, sindicatos, centros comerciales y escuelas, sus estatuas se levantan en las plazas principales de ciudades y sus nombres a veces alcanzan la gloria de ser representados en letras de oro en la Cámara de Diputados. Podíamos por tanto proceder a ubicar, identificar y reconstruir la disidencia un poco a la manera en que un arqueólogo excava y une los muchos fragmentos de una delicada vasija de arcilla. Se trataba, sin duda, de un propósito complejo pero que reducía el problema al nivel de la búsqueda documental y las generalizaciones de mediano rango que resultan conocidas y confortables para los historiadores. Sin embargo, prontamente arribamos a problemas que pusieron en cuestión nuestra inocencia metodológica. Un primer paso nos llevó a buscar los rasgos comunes de la disidencia, esto es, a considerar que los disidentes tenían ciertas características o comportamientos intrínsecos que los definían y apartaban de su opuesto lógico, los buenos súbditos o ciudadanos de moralidad irreprochable, fieles creyentes y cumplidos contribuyentes fiscales. Y efectivamente, en distintas épocas y circunstancias encontramos personas o grupos que se apartaban, rechazaban o quebrantaban las leyes y convenciones aceptables. Sin embargo, cuando consideramos el tema en una perspectiva amplia, resulta que el transgresor de hoy puede muy bien ser el gobernante autoritario o el censor de las costumbres del mañana; las normas cambian, los espacios de tolerancia se amplían o colapsan, la transgresión se convierte en norma, y lo que en algún tiempo pudo ser motivo de sanción o escándalo pasa más adelante a ser conducta aceptada o, al menos, considerada con indiferencia. Así, examinada con cuidado, la disidencia parece originarse en una transgresión, en un comportamiento concreto que se aleja del orden establecido, pero esta conducta sólo se convierte en una disidencia cuando es considerada como tal desde alguna posición de autoridad. En casos extremos, puede ocurrir que un comportamiento en principio ilegal pase a ser de hecho parte del juego político cotidiano; y a la inversa, desde posiciones de poder puede ser conveniente considerar como peligrosos transgresores a personas o grupos respetuosos de la ley, que tienen propósitos reformistas y moderados. Por estas razones, llegamos a la conclusión de que la figura del disidente es esencialmente ambivalente y su definición depende del contexto concreto de sus INTRODUCCIÓN 9 relaciones con la autoridad, como esperamos demostrar en los trabajos que reúne este volumen. Esta conclusión provisional nos llevó a considerar la etimología del término “disidencia” tal como lo fija la Real Academia Española: el disidente es quien no respeta las normas, aquel que se separa de la común doctrina, creencia y conducta.3 Esta era, en términos generales, la opinión que sostenía Durkheim, uno de los primeros pensadores sistemáticos sobre el tema, cuando escribía que el delito es lo que ofende los “sentimientos colectivos”, es decir, la totalidad de creencias y sentimientos comunes a la media de los miembros de una misma sociedad.4 El problema de esta definición de confortable sabor estadístico es que la “común doctrina, creencia y conducta” no resulta siempre clara y evidente. Para empezar, definir las normas prevalecientes en una sociedad no es algo tan sencillo. Las leyes solamente establecen el “deber ser”, y resultaría vano el intento de comprender una realidad sin considerar cuidadosamente las normas no escritas que regulan el proceso político, el procedimiento legislativo, la vida económica o las relaciones sociales. Estas normas informales pueden incluso estar en contravención con la ley; el ejemplo de la corrupción, frecuentemente denostada pero ampliamente tolerada, viene bien al caso. Esto es aún más evidente en los sistemas políticos donde el “uso y costumbre” y la “tradición inmemorial” se consideraban como normas válidas aplicables, como en el caso novohispano. El desobedecimiento creaba aquí una tradición que con el tiempo se transformaba en costumbre de la que los individuos tenían “uso y posesión”. En las sociedades regidas en parte o enteramente por el derecho consuetudinario, la transgresión genera su propia legalidad. El quebrantamiento de la norma también conlleva diferentes grados de castigo. Hay normas que son compulsivas y cuya violación produce indignación o sentimientos de culpabilidad porque ataca elementos que son considerados fundamentales para la convivencia y el orden social. Hay otras reglas que caben dentro de ámbitos más específicos y corresponden a las necesidades o responsabilidades de la autoridad —como el pago de impuestos o los reglamentos de tránsito— que son obedecidas ya sea porque parecen adecuadas o por el temor a la sanción, pero que son moralmente neutras. Y en fin, hay normas que son consideradas “recomendables”, como las de cortesía y preser- 3 4 Diccionario de la lengua española, 18a. ed., Madrid, Real Academia Española, 1956, p. 32. Emile Durkheim, El suicidio, México, Premiá, 1986, p. 160-64. 10 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO vación de los papeles aceptados para el propio género, condición social, profesión y edad, cuyo cumplimiento es más o menos voluntario y cuya transgresión conlleva una sanción que no va más allá de la ridiculización o el aislamiento social. La diferencia podría establecerse en la distinción entre ley, reglamento y costumbre. Esta consideración sobre la variedad de las normas nos lleva a su vez al punto de que los individuos rara vez las respetan íntegramente. Si así fuera, los conflictos sociales no existirían y viviríamos en un curioso mundo donde el cambio social y desde luego la historia —como disciplina dedicada al estudio de la innovación y la ruptura— no tendría razón de ser. Entre la norma y la conducta hay un “área gris” de tolerancia que se cierra o expande según las circunstancias, las conveniencias y el contexto cultural. En todo espacio normativo existe, pues, este espacio de variable flexibilidad jurídica y moral que resulta de particular interés porque es frecuentemente el escenario de los conflictos sociales. Debe tenerse en cuenta, asimismo, que la transgresión ocasional es parte de cualquier sociedad y no pone necesariamente en riesgo su integridad y supervivencia. De hecho, cierto grado y ciertas modalidades manejables de transgresión —como también lo mencionó Durkheim en su momento— pueden ser convenientes, dado que el aislamiento, castigo y reincorporación del transgresor proporcionan un medio muy didáctico de señalar los límites que, desde la visión de la autoridad, no pueden ser violados impunemente.5 Se construye así, como señala Antonio Ibarra, una sintaxis de la culpabilización (y de su contraparte, el arrepentimiento) que permite construir la figura retórica del delito. Un caso extremo es el analizado en este volumen por Juan Manuel Romero, donde se pone en evidencia que la continua existencia de un grupo considerado como transgresor, en condición marginal y reprimida, es benéfica para la preservación del orden social. En conjunto, bien puede sostenerse que la autoridad no se ejerce realmente exigiendo el cumplimiento de la norma, sino delimitando y administrando el margen aceptable de la transgresión. Por otro lado, una expedición en búsqueda de las personas que quebrantan las normas nos lleva hacia un universo demasiado heterogéneo, que va desde los criminales habituales o los transgresores ocasionales, pasando por las minorías culturales, hasta los rebeldes y revolucionarios. La amplitud y diversidad de la transgresión convierte esta categoría en tan inclusiva como de dudosa utilidad analítica. Así, dentro de este gran universo de conductas y comportamientos encontramos que 5 Ibidem, 317. INTRODUCCIÓN 11 parecía pertinente diferenciar un subconjunto particular que podíamos identificar como el espacio propio y distintivo de la disidencia. En otros términos, concluimos que aunque el disidente podía ser razonablemente definido como un transgresor, no todo transgresor parecía ser un disidente. Las perplejidades de esta búsqueda nos llevaron en su momento a recurrir al cómodo artilugio retórico de la definición por negación, en particular respecto de la relación entre criminalidad, transgresión cotidiana y disidencia. En efecto, aunque desde el poder frecuentemente se define al disidente como un criminal, resulta adecuado excluir a los criminales habituales u ocasionales de nuestro objeto de interés. Los delincuentes quebrantan ocasional o permanentemente las normas, pero no ponen en cuestión su legitimidad; simplemente encuentran conveniente o necesario correr los riesgos que implica su violación. Lo mismo se aplica a quienes de manera incidental o accidental pasan por encima de leyes, reglamentos o costumbres —lo cual, desde luego, abarcaría en algún momento de su vida a prácticamente todos los miembros de una sociedad. Lo que distingue al disidente es que su condición no es pasajera; llega incluso a ser parte de su condición social y su identidad personal. Este procedimiento de exclusión nos condujo poco a poco hacia una generalización: la disidencia no implica sólo el desobedecimiento de las normas, sino el cuestionamiento implícito o explícito de su misma utilidad o legitimidad. La disidencia se vincula con ideas contrapuestas acerca de lo que es justo e injusto, moral o inmoral en un contexto dado; de alguna manera pone en cuestión la legitimidad de las instituciones y personas que habitualmente se reservan el derecho de establecer la diferencia entre lo aceptable y lo inaceptable. Por estas razones, la disidencia suele inducir un discurso moralizante en todos los actores involucrados y la manifestación de encendidas emociones: reprobación, cólera, adhesión o entusiasmo. Algo que distingue al disidente es, precisamente, que rara vez puede ser visto con indiferencia o imparcialidad por sus coetáneos o, incluso, por los historiadores que tiempo después se ocuparán de su vida y hechos. La disidencia expresa, pues, un conflicto subyacente o explícito sobre los valores que dan sustento a las normas. Incluso cuando se trata de un disidente solitario, aparentemente aislado, que se planta frente al poder, una institución o una costumbre para decir su verdad, el elemento que lo identifica como tal es que encuentra un eco en las necesidades y las simpatías de un conjunto más amplio de personas. De hecho, no es raro que la disidencia se alimente de valores muy antiguos y arraigados, o que un grupo ha desarrollado a partir de su expe- 12 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO riencia histórica. Dicho de otra manera, quien para algunos es un disidente, para otros es alguien que defiende los recursos, las tradiciones y los derechos colectivos frente a una amenaza que viene desde fuera y desde arriba del orden social. Así, no es extraño comprobar que uno de los contextos reiterativos de la disidencia se deriva del proceso de centralización del Estado en perjuicio del espacio propio de los grupos indígenas o de la autonomía de las oligarquías regionales, como puede apreciarse en las contribuciones de Felipe Castro y Marcela Terrazas. De lo anterior se desprende una conclusión del mayor interés: en sociedades donde el proceso político pasa por corporaciones, gremios y linajes, la participación individual en un movimiento de disidencia puede ser no tanto un acto de desafío como una manifestación de obediencia a la autoridad inmediata. La adhesión a los profundos vínculos del parentesco, la vecindad y el matrimonio, como ha propuesto Eric van Young 6 y argumenta aquí María José Garrido, puede tener los mismos resultados. Como quiera que sea, la vieja fantasía conservadora de que los disidentes son personas marginales o “no integradas” simplemente no se sostiene. Este postulado nos remite a las construcciones ideales de los padres de la sociología del siglo XIX, que veían sociedades culturalmente coherentes, con valores compartidos y vigilados por un Estado-nación imparcial y paternalista. En la práctica, lo más parecido que podemos encontrar a un orden normativo uniforme son las instituciones “totales”, como las aldeas campesinas anteriores a la penetración del capitalismo donde generación tras generación se regía por un conjunto de ideas y reglas que organizaba la vida de las personas desde la mañana hasta la noche y desde el nacimiento hasta la muerte. Aquí realmente podría hablarse de un universo de valores compartidos y de un mundo que, según se vea, era de una confortable armonía vital o de una claustrofóbica intolerancia, pero aun así, estas aldeas campesinas no existieron en un vacío ideal, sino que formaban parte de un sistema político y social más amplio. Y la amplia bibliografía contemporánea sobre la “economía moral” o la “conciencia de clase” del campesinado muestra a las claras que en las sociedades agrarias existían diferentes conjuntos de normas, de valores, y que un campesino elogiado por los señores de la tierra podía ser despreciado o ridiculizado por sus vecinos en el ámbito local.7 6 Eric van Young, The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology, and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford, Stanford University Press, 2001, p. 91-110. 7 Véanse sobre estos temas James C. Scott, The Moral Economy of the Peasant. Rebellion and Subsistence in Southeast Asia, Westford, Yale University Press, 1976, y George Rudé, Re- INTRODUCCIÓN 13 Este contexto característico de conflicto de valores propio de la disidencia cobra particular intensidad en momentos de transición o, mejor aún, de crisis. Puede tratarse, como lo muestra en este volumen María Teresa Álvarez Icaza Longoria, de la secularización de un pueblo de misiones, o bien, como señala Margarita Guevara, de la irrupción de empresarios capitalistas en el espacio de una sociedad tradicional. En todos estos casos, más allá de conflictos concretos sobre tierras o derechos parroquiales, puede encontrarse detrás un choque entre diferentes maneras de organizar y comprender la sociedad. Esta disonancia normativa lleva en ocasiones a los disidentes a plantear —a veces de manera explícita, en otras de forma más confusa y contradictoria— ideas y proyectos alternativos acerca de las relaciones entre las personas, entre la población y el gobierno o bien de todo el conjunto social con lo sobrenatural. El disidente típicamente no se considera un transgresor; encuentra una razón para su conducta que en ocasiones puede no ir más allá de una justificación o racionalización momentánea, pero que en otras evoluciona hacia un conjunto más o menos sistemático de ideas, una “ideología”. Un buen ejemplo de estos frecuentemente ambiguos y erráticos pasos aparece en los liberales plebeyos de que se ocupa Luis Fernando Granados. Hay en estas justificaciones algo que puede reconocerse como una evolución histórica que separaría a los disidentes “tradicionales” de los “modernos”. En una primera etapa, los disidentes niegan ser tal cosa, y sus propósitos implícitos o explícitos están dominados más por la “restauración” que por la “revolución”. Como aparece en el caso de los torpes conspiradores estudiados por Alfredo Ávila, desde su punto de vista la verdadera disidencia se hallaba en sus enemigos; ellos defendían las buenas y justas normas del pasado. Esto tiene su razón de ser, porque si se examina la historia de México en perspectiva es posible sostener que los gobiernos han sido los principales factores de subversión del orden tradicional de las cosas. Muchos de los grandes movimientos sociales han tenido como propósito restaurar y defender privilegios, acuerdos y libertades que, con razón o sin ella, se creían amenazados desde arriba. En estas sociedades, el imaginario colectivo estaba dominado por el concepto de bien común, la “libertad” era vuelta popular y conciencia de clase, Barcelona, Crítica, 1981. Una revisión crítica general puede consultarse en Scott Guggenheim y Robert P. Weller, “Introductions: Moral Economy, Capitalism, and State Power in Rural Protest”, en Weller y Guggenheim, Power and Protest in the Countryside. Studies of Rural Unrest in Asia, Europe, and Latin America, Durham, Duke University Press, 1982. Para el caso mexicano: Eric van Young, “To see Someone not Seeing: Historical Studies of Peasants and Politics in Mexico”, en Mexican Studies, Irvine, University of California Press, 6, no. 1, 1990. 14 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO un riesgo y no una promesa, la idea de progreso no existía y el cambio era visto como una preocupante degradación del pasado. En este universo moral, la promoción de los intereses particulares de un grupo era considerada inconveniente y facciosa. Desde luego, no es imposible que estos movimientos restauradores acabaran por destruir los cimientos del viejo orden, o que en su propio seno maduraran propuestas radicales. Es muy representativo al respecto el movimiento encabezado por Miguel Hidalgo, que como ha argumentado recientemente Marco Landavazo, siempre se pronunció en público por la restauración de Fernando VII y nunca se manifestó a favor de la independencia; por el contrario, insistió en que eran sus enemigos los que pretendían oponerse “a la común doctrina” y entregar el reino a los franceses.8 Que años después se asumiera explícitamente un proyecto de nación independiente es algo que en buena medida se deriva de la experiencia previa de una fase legitimista. Es sólo posteriormente, y aun así con mucha lentitud, con vacilaciones y de manera incompleta que se acepta que la existencia de “partidos” —es decir, de los representantes y promotores de las conveniencias de una “parte” de la sociedad— es legal y legítima. La evolución coincide de manera significativa con la aparición de ideas y principios que proponen una sociedad futura regida por normas distintas y mejores a la del pasado, como puede apreciarse en este volumen en los trabajos de Pedro Salmerón y Lucrecia Infante. Esto nos acerca a una disidencia “moderna”, vinculada con la idea de progreso, con la secularización de la vida política (que supone a los hombres creadores de su propio destino), la difusión del anarquismo, el socialismo o el feminismo, y la progresiva legitimación del faccionalismo partidario como algo no solamente inevitable sino necesario.9 Sin embargo, el imaginario consensual, de la nación o la sociedad (en su encarnación reciente de la “sociedad civil”) vista como un todo orgánico con intereses necesariamente comunes, no ha desaparecido enteramente del discurso político; así puede apreciarse en cualquier revisión superficial de los discursos oficiales o los editoriales de la prensa contemporánea. Hemos establecido que en gran medida el disidente se define —o mejor, es definido— por sus relaciones con la autoridad. Para los gobernantes y los grupos privilegiados siempre resulta excelente difun8 Marco A. Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en una época de crisis. Nueva España, 1808-1822, México, El Colegio de México-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán, 2001. 9 Véanse al respecto las pertinentes reflexiones de Elías Palti, “Introducción”, en La política del disenso. La “polémica en torno al monarquismo” (México, 1848-50) y las aporías del liberalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 52-58. INTRODUCCIÓN 15 dir e imponer la convicción de que el descontento o la protesta no son problemas políticos o sociales, sino de orden público. Y ha sido la actitud intolerante de las autoridades la que con frecuencia ha conducido hacia el radicalismo a movimientos que tuvieron en sus inicios propósitos moderados o fines puramente religiosos o morales. Hay, reconocidamente, gobiernos y grupos gobernantes que son intolerantes frente al desacuerdo y la protesta, y otros que son flexibles e incluso consideran que la crítica y la oposición son inevitables y prefieren la cooptación antes que la represión. La diferencia entre unas y otras actitudes no se halla solamente en inclinaciones personales. Existen sistemas de autoridad que tienen una estructura que acepta, permite e incluso estimula cierto margen de conflicto y protesta, mientras otros resultan más cerrados y excluyentes. William Taylor describió y comentó con minuciosidad como los tumultos de los indígenas —que legalmente eran delitos graves— acabaron por ser tolerados como parte casi normal del proceso político.10 En contraste, las agitaciones agrarias indígenas del siglo XIX fueron casi invariablemente etiquetadas como “guerras de castas” por la prensa y el gobierno.11 Asimismo, existen coyunturas en las cuales los gobernantes se sienten amenazados o consideran necesario reforzar la obediencia con algunos castigos ejemplarizantes; recurren entonces súbitamente a la represión frente a actitudes anteriormente toleradas, como puede muy bien apreciarse en los trabajos de Gerardo Lara y Antonio Ibarra. Ciertamente puede reconocerse en estas situaciones una evolución histórica, pero que no parece seguir necesariamente un inevitable progreso hacia una sociedad más respetuosa de las diversidades y las diferencias. Y, desde luego, no puede hablarse de la actitud de los gobiernos frente a la disidencia en abstracto, como si sus diversas instituciones y miembros actuaran siempre de manera homogénea y concertada. Como demuestra Elisa Speckman, entre la norma legal y la actuación concreta de jueces y jefes de policía existe un ámbito de variables prejuicios, intereses locales y adecuaciones que puede tener consecuencias muy dignas de detenida consideración. Por otro lado, si la relación más obvia y llamativa del disidente es la que establece con el gobierno, no es menos interesante la creada con la población en general. Existe un reconocimiento social de la disidencia, aunque sea difuso, no del todo consciente y difícilmente pre10 William B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1987. 11 Friedrich Katz, “Introducción: Las revueltas rurales en México”, en Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, México, Era, 1988, v. 1. 16 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO visible. El disidente puede atraer sobre sí la indignación de la mayoría moral de la sociedad, o bien servir de catalizador a los temores y resentimientos que resulta demasiado riesgoso manifestar en público. También ocurre que en él se proyecta el resentimiento difuso contra quienes gozan de poder e influencia y tienen la capacidad de exigir respeto y obediencia en la vida cotidiana. El disidente es quien se atreve a vivir a su manera, crear sus propias normas y está dispuesto a desafiar las consecuencias. Por ello, es reverenciado o detestado, pero rara vez visto o recordado con indiferencia. En ambos casos —la visión de los grupos en el poder o desde la sociedad— la disidencia es una percepción, una “construcción” que parte de una realidad, pero no se limita a ella. El disidente puede tener la intención de desafiar el orden establecido, pero en otros casos sus fines personales pueden ser mucho más confusos, inmediatos o puramente particulares. Sin embargo, esta “construcción social” puede crear su propia realidad. En la medida que ocurre lo que los teóricos del derecho han llamado un “etiquetamiento” en el cual se adjudican —con razón o sin ella— ciertas conductas o actitudes a una persona o a un grupo social, las respuestas de la población, del gobierno y del mismo disidente tenderán a responder a esta percepción.12 A la larga, esto deriva en la formación de un estereotipo. Así, hay personas o grupos que son definidos como “delincuentes” o “revoltosos”, que se asumen como tales y que actúan en consecuencia. La memoria histórica de un grupo humano se construye con el recuerdo del pasado; pero este recuerdo no solamente es selectivo, sino que está asimismo influido por ideas colectivas que dictan lo que ese pasado significa. En varias ocasiones me he referido a que cada sociedad y cada momento histórico tienen formas distintivas y características de disidencia. En efecto, las expresiones concretas de oposición no son aleatorias o arbitrarias; obedecen siempre a un contexto histórico y cultural. Las formas inéditas de disidencia se recogen de la experiencia previa y, también, reciben ejemplos e influencias externas. Una protesta, antes de ser llevada a cabo, debe imaginarse, incluirse entre las opciones de la conducta posible. Desde este punto de vista, la disidencia es de interés en sí misma, pero también porque nos dice mucho acerca de la sociedad que les da origen. Es bueno cerrar estas propuestas preliminares con un comentario sobre el papel de la disidencia en la evolución de una sociedad. En cier12 Véase a este respecto Howard S. Becker (especialmente el capítulo 10, “Labelling Theory Reconsidered”), Outsiders. Studies in the Sociology of Deviance, New York, The Free Press, 1973. INTRODUCCIÓN 17 tos casos, los movimientos de disidencia han conducido a grandes conmociones y dramáticos cambios en la distribución del poder, en la constitución de las leyes y las reglas aceptadas para la producción, la vida política y la moralidad cotidiana. En otros, sus efectos han sido más limitados e incluso han pasado casi inadvertidos. Sin embargo, en todos los ejemplos puede apreciarse que la disidencia provoca directa o indirectamente ciertas transformaciones en la sociedad y la cultura. Tanto su éxito como su fracaso crean instituciones, leyes, ideas y costumbres; el “retorno a la normalidad” no es exactamente la vuelta al punto de partida. La derrota de los disidentes puede reforzar las estructuras represivas o bien resultar en una serie de reformas destinadas a evitar su reaparición. Asimismo, cuando una disidencia alcanza cierta perdurabilidad e institucionalidad, acaba inevitablemente por generar su propio conjunto de normas y reglas cuyo obedecimiento suele exigirse —aunque parezca paradójico— con particular intolerancia. Las consecuencias últimas de la actividad de los disidentes no son obvias ni previsibles, y no siempre resultan ser las que sus simpatizantes y opositores desearon y tuvieron en mente. Una de las consecuencias de largo plazo de la actividad de los disidentes nos regresa a nuestro punto de partida. Muchos de estos personajes y grupos han alcanzado un lugar privilegiado y celebrado en nuestra conciencia del pasado. Desde posiciones aparentemente divergentes, la historiografía liberal y la radical han coincidido en ver la historia de México como un devenir difícil, pero inevitable, hacia los ideales de libertad, independencia y justicia social. Esta interpretación finalista de la disidencia, sin embargo, se sostiene sólo si hacemos abstracción de los muchos movimientos similares al de los “colorados” orozquistas de que se ocupa Pedro Salmerón, que acabaron por quedar en el “lado equivocado” de la historia. No quiero decir con esto que no pueda apreciarse una evolución de larga duración en el carácter de la disidencia. Más bien quiero sostener que esta evolución no sigue un rumbo previsible, no es rectilínea ni sus ritmos corresponden con la realización de algún ideal abstracto. Por otro lado, la disidencia tiene en México un prestigio y un espacio historiográfico que no alcanzan los creadores de leyes e instituciones, los empresarios innovadores, los obreros satisfechos, los creyentes ortodoxos o los puntuales contribuyentes fiscales que, al cabo, constituyen la mayor parte de la población de cualquier sociedad. Nuestra visión del pretérito mexicano ha estado en gran medida guiada por una búsqueda romántica de lo excepcional, de la transgresión y la protesta. Las razones para que esto así sea deberían, en sí, ser razón y motivo de reflexión. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO: MAGIA DAÑINA Y DISIDENCIA ENTRE LOS NAHUAS PREHISPÁNICOS JUAN MANUEL ROMERO GARCÍA Facultad de Filosofía y Letras, UNAM El mundo sagrado y las distintas vías de acceso Según la cosmovisión de los antiguos nahuas,1 la realidad estaba dividida en dos grandes ámbitos íntimamente relacionados. Nosotros solemos llamarlos “sagrado” y “profano” o “natural” y “sobrenatural”. Para algunos esa denominación es impropia por originarse en investigaciones ajenas a la cultura en cuestión. Sin embargo, diversos estudios confirman su presencia en Mesoamérica, asociada con una gama extensa de seres “sobrenaturales”.2 El grado y tipo de sacralidad, propio de cada ser del universo, determinaba su esencia.3 Ésta fue la base de la concepción misma de la materia, que ha sido denominada materia “ligera” y materia “pesada”, según se refiere a lo sagrado o a lo profano, respectivamente.4 El ámbito sagrado estaba constituido por fuerzas formadas por pura materia ligera y concentradas principalmente en los cielos y los inframundos, con la continua capacidad de ingresar en el 1 “La cosmovisión puede definirse como un hecho histórico de producción de pensamiento social inmerso en decursos de larga duración; hecho complejo integrado como un conjunto estructurado y relativamente congruente por los diversos sistemas ideológicos con los que una entidad social, en un tiempo histórico dado, pretende aprehender el universo.” Alfredo López Austin, “La cosmovisión mesoamericana”, en Sonia Lombardo y Enrique Nalda (coordinadores), Temas mesoamericanos, México, Instituto Nacional de Antropología, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Colección Obra Diversa), p. 471-500; p. 471. 2 “Empecemos por reconocer que más allá de la concepción de los seres que estrictamente han sido llamados dioses, fueron imaginados otros que participaban de algunas de sus cualidades. Hay una gran distancia entre el dios supremo, ubicuo, dueño de todo lo existente, frecuentemente llamado Único, y los dioses menores, enanos guardianes de las fuentes o conductores de cántaros de agua entre las nubes.” En Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990, p. 158. 3 Sobre la división dicotómica del universo y la constitución de todos los seres véase Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, 2 v., México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1984. 4 López Austin, Los mitos del tlacuache..., p. 179-184. 20 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO tiempo y el espacio terrenal. El ser mundano, en cambio, era en lo externo materia pesada, pero en su interior poseía materia ligera que le daba tanto su forma como sus características.5 La explicación se cifró en una antigua creencia: el mundo había sido creado por fuerzas sagradas cuyos fragmentos quedaron atrapados en la profanidad al culminar su empresa incoativa. Los rayos del Sol primigenio —símbolo del inicio de los tiempos terrenales— formaron una especie de cáscara exterior que impidió la reintegración de las esencias sobrenaturales, obligándolas a permanecer en el mundo natural.6 Lo puramente sagrado también tenía presencia cotidiana en el mundo, en virtud de los flujos sobrenaturales que tanto del cielo como de los inframundos arribaban periódicamente al plano terrestre, siguiendo un riguroso ritmo calendárico. Cuando las fuentes se refieren a los cielos y a los inframundos se está describiendo ese ámbito exclusivo de dioses y demás númenes. En cambio, el sector profano era el de la superficie de la tierra, lugar donde se desenvolvía la vida del hombre y de los demás seres naturales bajo el gobierno de lo sobrenatural. Los hombres —máximos representantes del mundo profano— buscaban influir en los procesos sagrados, con el propósito de orientarlos en beneficio de la vida diaria. Todo suceso, benéfico o perjudicial, dimanaba de los dioses, quienes eran concebidos como sujetos con defectos y virtudes, capaces de conmiseración pero también de deseos de venganza y envidia. Para los seres profanos, lo sagrado o sobrenatural era oculto y misterioso. Con frecuencia imponía un acceso difícil rodeado de constante peligro en virtud de su fuerza intrínseca. Los dioses tenían el poder para brindar los bienes anhelados por los hombres, como la reproducción humana, el amor, la salud, la fortaleza, la fertilidad de la tierra, la alegría y el placer. Sin embargo, quienes desearan obtenerlos debían esforzarse y correr riesgos. En las ceremonias nahuas prehispánicas encontramos puntuales preparativos y secuencias perfectamente cuidadas. Todo ello nos habla de la precaución indispensable para el contacto con lo sagrado. Cuando algo fallaba debía corregirse de inmediato. Así aparece, por ejemplo, en cierto rito peculiar, propio de la fiesta de etzalcualliztli,7 5 Mercedes de la Garza llama materia sutil a la sagrada y materia corpórea a la mundana, en Mercedes de la Garza, Sueño y alucinación en el mundo náhuatl y maya, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Mayas, 1990, p. 16. 6 Al respecto véanse de López Austin, “De la naturaleza de los dioses I”, en Los mitos del tlacuache..., p. 147-170, y “Ofrenda y comunicación en la tradición religiosa mesoamericana”, en Xavier Noguez y Alfredo López Austin (coordinadores), De hombres y dioses, México, El Colegio de Michoacán - El Colegio Mexiquense, 1997, p. 209-227; p. 214-217. 7 Según Sahagún, sexta veinte del calendario de 365 días o xíhuitl, en la que se comía un guisado llamado etzalli, hecho con maíz y frijol. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 21 donde los sacerdotes bisoños que habían cometido algún error de secuencia u omisión ritual, recibían severos castigos: Desta manera los llevaban hasta la orilla del agua donde los habían de zabulir [zambullir], la cual llamaban Totecco. Allegados a la orilla del agua, el sátrapa y los otros ministros quemaban papel en sacrificio, y las formas de copal que llevaban y las imágenes de ulli, y echaban encienso en el fuego. Y otro derramaban alrededor, sobre las esteras de juncia con que estaba ordenado aquel lugar. Juntamente con esto, los que llevaban los culpados arrojábanlos en el agua, cuyos golpes hacían gran estruendo en el agua, y alzaban el agua echándole en alto, por razón de los que caían en ella. Y los que salían arriba, tornábanlos a zabulir. Y algunos que sabían nadar iban por debaxo del agua, a sumorgujo [somorgujo], y salía lexos, y así se escapaban. Pero los que no sabían nadar, de tal manera los fatigaban que los dexaban por muertos a la orilla del agua. Allí los tomaban sus parientes y los colgaban de los pies para que echasen fuera el agua que habían bebido, por las narices y por la boca.8 La importancia atribuida al cuidado en las formas de contacto con lo sagrado bien pudo ser la razón de su arraigo hasta nuestros días. Los nahuas actuales denominan a lo sagrado “delicado”. Según William Madsen, en el pueblo de San Francisco Tecospa hay tres imágenes del santo patrón: San Francisco de Peregrinación, imagen cargada por la montaña, en una jornada de cuatro días para presentarla ante el Señor de Chalma; San Francisco de las Cinco Llagas y, la más importante, San Francisco El Patrón, que sólo puede ser tocada por los sacerdotes y ocupa el lugar principal en el altar de la Iglesia. 9 A pesar de los constantes obstáculos e interdicciones para el contacto con lo sobrenatural, los entes sagrados eran accesibles y, en cierto sentido, vulnerables, pues estaban determinados por un rígido orden cósmico, producido en el momento mismo de la creación del universo. Ciertas reglas de tiempo y espacio hacían de los dioses y demás seres del “otro” mundo esencias limitadas y diferenciadas en cuanto a 8 Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España. Primer versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice Florentino, 3a. ed., 3 v., estudio introductorio, paleografía, glosario y notas por Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Editorial Patria-Alianza Editorial Mexicana, 2000 (Cien de México); lib. II, cap. XXV, p. 205. 9 “Only the priest may touch this image, which occupies the place of honor above the altar”, William Madsen, The Virgin’s Children. Life in an Aztec Village Today, Austin, University of Texas Press, 1960, p. 141. Sobre la expresión y manejo de lo sagrado y lo profano entre los nahuas actuales puede verse también Enzo Segre, Metamorfosis de lo sagrado y de lo profano: narrativa náhuatl de la Sierra Norte de Puebla, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1990. 22 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO calidades y poder, incluso de distinta concentración en determinados momentos y lugares. Por tanto, con frecuencia se recurrió a procedimientos como la súplica, el ofrecimiento de bienes y las promesas con el propósito de “merecer” sus bienes. Aunque también se pretendió obtener el don sagrado a través de la amenaza, el insulto y hasta el intento de coerción con base en sofisticadas técnicas. Algunos han considerado este último el escenario propio de la magia. Religión y magia: ¿dos caras de una misma moneda? No hay unanimidad acerca del concepto de magia. Un caudal de criterios antropológicos, históricos, filosóficos y religiosos han producido una maleza teórica casi imposible de abarcar. Si a ello le sumamos prejuicios etnocentristas y cronocentristas, el problema crece considerablemente. Algunos de los representantes de estos “ismos” se consolidaron a lo largo del siglo XIX, cuando, por cierto, crecía el interés por el estudio de las sociedades no occidentales al amparo de la colonización. Entonces se acuñaron ideas tales como “pueblos primitivos” e “infancia de la humanidad”.10 Dentro del influyente cauce de la antropología evolucionista británica, James George Frazer ha sido uno de los más famosos y sus postulados aparecen en un sinnúmero de libros de texto. A pesar de ello, muchas de sus tesis parecen insostenibles. Frazer definió la magia como un conjunto de técnicas orientadas a controlar las fuerzas sobrenaturales.11 El proceso se desata a partir de dos secuencias. La primera es la similaridad: “lo semejante produce semejanza”. La segunda es la contigüidad: las cosas que han estado en contacto continúan afectándose mutuamente. Ambos principios constituyen la llamada magia simpática. Para Frazer, la magia es una taxonomía del mundo, la primera, cuya mecánica se mueve en los límites de la necesidad y la causalidad: ciertos actos producen ineludiblemente determinadas consecuencias y todos los seres involucrados, sagrados y profanos, responden a esta legalidad. Sin embargo, representa sólo una etapa en la evolución de 10 Son buenos ejemplos Edward Burnett Tylor, Primitive Culture: Researches into the Development of Mythology, Philosophy, Religion, Language, Art and Custom, 2 v., New York, Gordon, 1977, y Lewis Henry Morgan, Ancient Society, Cambridge, Belknap Press of Harvard University, 1964. 11 Para ver una síntesis de sus razonamientos véase James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión, traducción de Elizabeth y Tadeo I. Campuzano, México, Fondo de Cultura Económica, 1951. La segunda edición de La rama dorada... se publicó en 1990. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 23 la conciencia humana. Es primitiva y propia de hombres “simples”, que han llegado al nivel de la relación causal, pero han equivocado el procedimiento. Con el tiempo, nos dice, y al mostrar su falibilidad contrastada con un pensamiento más evolucionado, será reemplazada por la religión, segundo nivel clasificatorio donde los seres sobrenaturales no están sometidos a causalidad alguna. La religión implica la ayuda deliberada de un ser sagrado al que se conmueve con súplicas, ofrendas y conductas apropiadas. Mas la evolución del pensamiento humano también sustituirá la religión por la ciencia, cuya naturaleza se rige por la causalidad, pero ahora de tipo experimental. A decir de María Rosa Palazón, el positivismo evolucionista encabezado por Frazer llamó “salvajes” a quienes a través de “supersticiosas” técnicas intentaron controlar el mundo. Partían, según el estudioso británico, de bases asociativas correctas pero llegaban a conclusiones falsas, construyendo “sistemas espurios de leyes”. Ahora bien, aquellas “ingenuas tentativas” no fueron criticadas del todo, pues aún en la “fase infantil” del pensamiento humano, iniciaron la observación de los fenómenos en su desarrollo natural, lo que redundaría a mediano plazo en una orientación en favor de la “verdadera” ciencia.12 Diez años después, Marcel Mauss hizo una severa crítica al pensamiento evolucionista de Frazer.13 En ésta reconoce importantes logros de su predecesor, más intenta puntualizar sus excesos. Según el etnólogo francés, los hechos simpáticos pueden formar parte de la magia, pero su presencia no la define, pues también hay simpatía en la religión. No sólo hay ritos mágicos que no son simpáticos, sino que la simpatía no es especial de la magia, ya que hay también actos simpáticos en la religión. Cuando el gran sacerdote en el templo de Jerusalén, en la fiesta de Souccoth, deja caer el agua sobre el altar, mientras levanta al cielo los brazos, es evidente que está realizando un rito simpático destinado a provocar la lluvia. Cuando el oficiante hindú, durante un sacrificio solemne, alarga o acorta, según su deseo, la vida del sacrificado, según el trayecto que hace seguir a la libación, su rito es también eminentemente simpático. Tanto en uno como en otro, los símbolos son claros, el rito parece actuar por sí mismo y, sin embargo, en ambos casos, es eminentemente religioso. Los agentes que lo llevan a cabo, el lugar y los dioses que se invocan, la solemnidad de los actos, la intención de quienes asisten al cul- 12 Sobre la concepción positivista de la magia véase María Rosa Palazón M., “¿Qué es la magia? Un análisis filológico y filosófico”, Anales de Antropología, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México, v. 32, 1995, v. 35, p. 257-265, p. 258. 13 El estudio apareció en 1902 con el nombre de Esquisse d’une théorie générale de la Magie. 24 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO to, no ofrecen ninguna duda. Por lo tanto, los ritos simpáticos pueden ser tanto mágicos como religiosos.14 En efecto, tiempo después, Ferdinand Saussure mostró tales principios como propios del lenguaje humano y no exclusivos de la magia. Al establecer la relación entre metáfora y sintagma señaló los dos ejes básicos de la comunicación humana: la analogía y la relación. Al respecto, Palazón explica: Saussure visualizó estas asociaciones como una coordenada cartesiana: el eje paradigmático, la línea vertical, correspondiente a la sincronía, es la asociación por semejanza, es decir, el reemplazo analógico o reacción sustitutiva (relaciones virtuales entre unidades susceptibles de conmutación), cuya forma más breve es la metáfora (o “ley” de semejanza, para Frazer). Y el eje sintagmático, la línea horizontal, correspondiente a la diacronía, que es la asociación por contigüidad, complemento sintagmático o reacción predicativa (relaciones que mantienen las unidades en la cadena hablada), cuya forma más breve es la metonimia (o ley de contacto, para Frazer).15 Mauss no concordó tampoco con la distinción entre magia y religión basada en el tipo de contacto. Frazer supuso que la coerción era propia del rito mágico, mientras que la abnegada adoración y súplica correspondía al homenaje religioso. Sobre ello, el etnólogo francés sentenció: Esta distinción, sin embargo, tampoco es suficiente, ya que con frecuencia el rito religioso obliga también, puesto que Dios, en la mayoría de las religiones antiguas, no era capaz de sustraerse al rito realizado sin vicio de forma. Por otra parte, tampoco es exacto, como luego veremos, que todos los ritos mágicos hayan tenido una acción directa, ya que dentro de la magia hay espíritus, e incluso, a veces, están presentes los dioses. Por último, el espíritu, ya sea dios o diablo, no obedece siempre fatalmente las órdenes del mago, el cual acaba por rogarle.16 Podría unirme a las críticas contra Frazer cuestionando también la concepción evolutiva entre magia, religión y ciencia; es evidente la ligereza del supuesto “reemplazo” de estas instituciones a lo largo de la historia cuando estudios seculares apuntan a su coexistencia. 14 Marcel Mauss, “Esbozo de una teoría general de la magia”, en Sociología y antropología, introducción de Claude Levi-Strauss, traducción de Teresa Rubio de Martín-Retortillo, Madrid, Tecnos, 1979, p. 43-157; p. 52. 15 Palazón, op. cit., p. 261. 16 Mauss, op. cit., p. 52 DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 25 Para definir y distinguir la magia de la religión es indispensable, como bien señala Mauss, atender el marco general donde se desenvuelven ambas instituciones. Éstas no conforman estancos puros; quien practica la magia, dice Mauss, reconoce la existencia de un sustrato común, sagrado, donde opera también la religión. Así que ambas constituyen partes de un mismo conjunto. En un extremo del espectro, los ritos religiosos son típicamente solemnes, públicos, obligatorios y regulares. En el otro cabo están los ritos mágicos de corte privado, prohibido, oculto y punible; casos típicos son los maleficios. Pero cuidado, también hay ritos maléficos de carácter religioso, y éstos aparecen cuando la promoción del daño no contiene prohibiciones; son ritos religiosos maléficos las imprecaciones contra los enemigos, contra quienes violan un juramento o una sepultura. Es entonces la interdicción lo que señala el antagonismo en los extremos del espectro magia-religión. En medio de los polos hay una pluralidad de prácticas y preceptos cuyo carácter no se define fácilmente. Por ejemplo, muchos actos no son prohibidos ni prescritos; además, hay actos religiosos individuales y magia lícita. ...unos son los actos ocasionales del culto individual y los otros las prácticas mágicas asociadas a la técnica, como, por ejemplo, la medicina. El campesino francés que exorciza a los ratones de sus tierras, el indio que prepara sus medicinas de guerra, el finlandés que encanta su arma de caza, persigue fines lícitos y llevan a cabo actos que están permitidos. El parentesco entre la magia y el culto doméstico es tal que en Melanesia la magia se ejecuta en la serie de actos que tienen por objeto los antepasados. Lejos, pues, de negar la posibilidad de confundirlos, debemos insistir en ello aunque dejemos la explicación para más tarde. Por el momento, aceptaremos la definición de Grimm, casi en su totalidad, definición que considera la magia como “una especie de religión creada para las necesidades inferiores de la vida doméstica”.17 Otro factor por considerar es el de los actores protagónicos de los dos tipos de ritos. El mago, asegura Mauss, tiende a ser un especialista, carece de un cuerpo abiertamente organizado y claramente jerárquico de culto; sus facultades personales determinan su poder. Muchas veces depende de una relación personal con cierta fuerza sagrada. El sacerdote, en cambio, forma parte de una institución explícita, jerárquica y oficial, que trabaja en estrecha relación con los demás miembros de su grupo. Además, el acto mágico y el religioso se realizan, en sus expresiones extremas y típicas, en lugares diferenciados. La magia 17 Ibid., p. 53-54. 26 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO habita bosques, encrucijadas solitarias, y aún siendo lícita y realizándose delante de la gente, procura cierto aislamiento y confidencialidad. En cambio, el acto religioso clásico se realiza en templos, ante fieles partícipes del proceso. En resumen, la práctica religiosa es abiertamente jerárquica, se lleva a cabo en lugares de acceso público, está prevista y prescrita, y forma parte de un culto oficial reconocido como tal por la comunidad; el tributo a las divinidades, el sacrificio y el homenaje, son todos actos regulares, obligatorios y necesarios. En cambio, el rito mágico, aunque sea en ocasiones periódico —como en el caso de la agricultura—, se considera irregular, restringido, apartado, y no en pocas ocasiones desestimable según el discurso oficial. Los ritos médicos, por útiles y lícitos que se imaginen, no tienen ni la solemnidad ni el sentimiento de deber cumplido del sacrificio expiatorio ni de la promesa hecha a la divinidad curativa. Se recurre al hombre médico, al propietario de un fetiche o de un espíritu, al curandero o al mago por necesidad y no por obligación moral.18 Estas consideraciones que relacionan la definición de la magia con la percepción dominante serán fundamentales para la caracterización de la práctica mágica de los nahuas prehispánicos y coloniales. Los magos nahuas Como hemos dicho, para los antiguos nahuas el contacto con lo sagrado era indispensable y, al mismo tiempo, peligroso. A través de un conocimiento profundo, los hombres buscaron influirlo y así obtener los bienes necesarios para reproducir adecuadamente la vida diaria. Los ritos mágicos y religiosos jugaron un papel sobresaliente como vías privilegiadas de contacto y comunicación entre el mundo profano y el sagrado. Quizá las fuentes privilegian la práctica religiosa en detrimento de la magia, pero es clara la presencia de ésta en todos los espacios de la vida cotidiana. Estaba presente en la sementera, la cacería, la recolecta de miel, la defensa contra los ataques animales a cultivos y a los bienes personales, contra la enfermedad y hasta para la seducción. Según Hernando Ruiz de Alarcón, los antiguos nahuas usaron la magia incluso para aplacar el enojo.19 Ibid., p. 54-55. Hernando Ruiz de Alarcón, “Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que oy viven entre los indios naturales de esta Nueva España, escrito en México, año de 18 19 DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 27 El término genérico con el que las fuentes se referían a los magos era nahualli. Significa “brujo”, “mago”, “hechicero”.20 En su expresión abstracta se usó el término nauallotl que se traduce como “magia”, “nigromancia”, “sortilegio”, “hechicería”.21 Su raíz está asociada con la noción de “oculto”, “reservado”,22 rasgo propio de la práctica mágica náhuatl. Lo otro advierto la denominación y significación del nombre nahualli, que puede derivarse de una de tres raíces que significan: la primera, mandar; la segunda, hablar con imperio; la tercera, ocultarse o revocarse. Y aunque hay conveniencias para que se acomoden las dos primeras significaciones, me cuadra más la tercera que es del verbo nahualtia que es esconderse cubriéndose con algo, que viene a ser lo mesmo que revocarse, y así, nahualli dirá revocado, o disfrazado debajo de la apariencia del tal animal, como ellos comúnmente lo creen.23 La palabra nahualmictia, por ejemplo, compuesta de la raíz nahual más el verbo mictia, “matar”, significa “matar cautelosamente u ocultamente”. Ello explica por qué los discursos de los magos reciben el nombre de nahuallatolli, o “lenguaje oculto”,24 propio de verdaderos especialistas. Muchas referencias dan cuenta de toda una criptología en el discurso mágico. Jacinto de la Serna lo afirma al describir los conjuros del granicero, quien pronunciaba palabras incomprensibles para la gente común: Otro conjuraba con una culebra viva revuelta en un palo, y esgrimía con ella hacia la parte de los nublados, y tempestades con soplos y acciones de cabeza, y palabras, que nunca se podían entender.25 1629”, en Jacinto de la Serna y otros, Tratado de las idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicerías y otras costumbres gentílicas de las razas aborígenes, 2 v., notas, comentario y estudio de Francisco del Paso y Troncoso, México, Fuente Cultural, 1953; t. II, p. 107-109. 20 Rémi Siméon, Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, traducción de Josefina Oliva de Coll, México, Siglo Veintiuno Editores, 1991, p. 304. 21 Ibid. 22 Deriva del verbo nahualtia, “esconderse”, “ocultarse”. 23 Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 28. 24 La palabra se integra con la raíz nahual, el infijo indeterminado de cosa tli, más el verbo itoa, “hablar”. 25 Jacinto de la Serna, “Manual de ministros de indios para el conocimiento de sus idolatrías, y extirpación de ellas”, en Tratado de las idolatrías, supersticiones, dioses, ritos, hechicerías y otras costumbres gentílicas de las razas aborígenes, 2 v., notas, comentario y estudio de Francisco del Paso y Troncoso, México, Fuente Cultural, 1953, t. I, p. 78. 28 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO El término “nagual”26 también define al sujeto capaz de exteriorizar una de sus entidades anímicas para penetrar personas, animales o cosas. En el conocido relato sobre el regreso a Aztlan, consignado por fray Diego Durán, los enviados por Moctecuhzoma I y Tlacaélel se valieron de facultades mágicas: Así, en aquel cerro invocaron al demonio, al cual le suplicaron les mostrase aquel lugar donde sus antepasados vivieron. El demonio, forzado por aquellos conjuros y ruegos, y ellos, volviéndose en forma de aves unos, y otros, en forma de bestias fieras, de leones, tigres, adives, gatos espantosos, llevólos el demonio a ellos y a todo lo que llevaban a aquel lugar donde sus antepasados habían habitado.27 La fuente es muy clara al respecto: sólo los magos —o mejor aún, cierto tipo de magos— tenían esta facultad. La exclusividad pudo ser la razón de asociar la magia con el nagualismo al grado de terminar siendo sinónimos. Los dioses también podían penetrar sustancias al fragmentar sus esencias. Es más, ésta es la vía para su estancia en el ámbito mundano, pues dada su naturaleza, “ligera” o “delicada” —dirían los nahuas actuales—, requerían de un continente terreno, por sutil que fuera, verbigracia el viento. Por tanto, la presencia periódica de las fuerzas alternantes en los ciclos calendáricos se realizaba a través de la posesión sagrada. Tanto magos como dioses podían ocupar objetos o personas sólo en correspondencia con su calidad cósmica. Así, el granicero tenía influencia sobre ciertos fenómenos gracias a su proximidad con las fuerzas acuosas, femeninas, frías; fuera de ese radio era un hombre tan vulnerable como cualquier otro. Además de nahualli, los magos prehispánicos recibieron otros nombres genéricos. Según Ruiz de Alarcón, también los llaman texoxqui, teyolloquani o tetlachihuiani.28 Texoxqui significa “el que encanta a la gente”.29 Teyolloquani se traduce como “el que come el corazón de la gente”.30 Y, por último tetlachihuiani se traduce por “hechicero”, Es la forma castellana de nahualli. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, edición paleográfica del manuscrito autógrafo de Madrid, con introducciones, 2 v., notas y vocabulario de palabras indígenas y arcaicas por Ángel María Garibay K., México, Porrúa, 1976, ils. (Biblioteca Porrúa 36 y 37); t. II, p. 217. 28 Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 27, 110. 29 Se deriva del verbo xoxa: “hechizar”, “encantar”, en Alonso de Molina, Vocabulario en Lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, 2a. ed., estudio preliminar de Miguel León Portilla, México, Editorial Porrúa, 1977, p. 161v; Siméon, op. cit., p. 781. 30 Se compone del sustantivo yóllotl, “corazón”, más el verbo cua, “comer”. 26 27 DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 29 “mago”, “brujo”, “encantador”;31 deriva del verbo tlachihuia que, según Molina, significa “hechizar o aojar a otro”, mientras que Siméon lo traduce como “fascinar, encantar, embrujar a alguien”.32 Aunque las fuentes son en exceso parcas al describir las actividades de los magos, sí dan elementos para establecer al menos algunos de sus orígenes. Uno fue la predisposición según la fecha de nacimiento. Eran proclives a convertirse en magos quienes nacían bajo el influjo de los días ce ehécatl y ce quiáhuitl.33 Pero la determinación no era entendida como un fatalismo inamovible. La influencia de los días podría trocarse cambiando la fecha de bautizo y sujetando la conducta a los preceptos de la moral oficial. Otra vía fue el proceso de aprendizaje, como el caso de la hechicera Malinalxóchitl —madre del brujo Copil—, quien durante la migración mexica fue abandonada por practicar la hechicería y fundó el pueblo de Malinalco, formando una comunidad de magos.34 Un tercer camino, según parece típico de los curanderos, era contar con algún defecto físico congénito, con el que se vinculaban al dios Xólotl, “señor de los monstruos y de los brujos”, o bien, haber estado en el límite de la muerte, ya por enfermedad ya por accidente de rayo, ahogamiento, etcétera. Los magos nahuas, a diferencia de los sacerdotes, ejercían ritos orientados a la adivinación y la hechicería. Entre sus fines estaban producir lluvia; desviar el granizo; promover la curación de los enfermos; adivinar lo oculto del pasado, presente y futuro; encontrar cosas perdidas; seducir; provocar desgracias materiales, y herir o enfermar personas hasta matarlas.35 Es digno de mención que los textos hacen poca referencia al poder intrínseco del sacerdote, el cual necesariamente existió, pues de otra manera sería imposible el manejo de tan delicadas obligaciones. Empero, la insistencia es hacia las facultades extraordinarias del mago. Nuevamente, el relato sobre el regreso a Aztlan es digno de señalamiento. Moctecuhzoma I, interesado en saber dónde estaba Aztlan, comenMolina, op. cit., p. 107v; Siméon, op. cit., p. 521. Molina, op. cit., p. 117v; Siméon, op. cit., p. 569. 33 Sahagún, op. cit., lib. IV, cap. XXXI, t- I, p. 1405-1407; y lib. IV, cap. XI, t. I, p. 371. 34 Al respecto véase Códice Ramírez. Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias”, en Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicana, anotada por Manuel Orozco y Berra, México, Porrúa, 1980 (Biblioteca Porrúa, 61), p. 26; y Durán, op. cit., t. II, p. 30-32. 35 Para un catálogo pormenorizado de magos nahuas prehispánicos son indispensables los textos de López Austin, “Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. VII, p. 87-117 y “Los temacpalitotique: brujos, profanadores, ladrones y violadores”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. VI, 1965, p. 97-117. 31 32 30 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO tó a Tlacaélel, su cihuacóatl, la intención de enviar soldados en busca del lugar de origen. Su sabio consejero le respondió: Has de saber, gran señor, que esto que quieres hacer y determinar, no es para hombres de fuerza, ni valentía, ni depende de destreza en armas, para que envíes gente de guerra ni capitanes, con estruendo ni aparato de guerra, pues no van a conquistar, sino a saber y ver dónde habitaron y moraron nuestros padres y antepasados, y el lugar donde nació nuestro dios Huitzilopochtli. Y para esto, antes habías de buscar brujos o encantadores y hechiceros, que con sus encantamientos y hechicerías, descubriesen estos lugares porque, según nuestras historias cuentan, ya aquel lugar esta ciego con grandes jarales, muy espinosos y espesos, y con grandes breñas, y que todo está cubierto de espesos carrizales y cañaverales, que será imposible hallarla si no por gran ventura.36 Aztlan es tierra sagrada; está protegida por interdicciones; sólo hombres muy poderosos, especialistas en el contacto con lo sobrenatural, podrían, no sin riesgo, descubrirlo y trasladarse. Y así, mandó luego que llamasen y buscasen por todas las provincias a todos los encantadores y hechiceros que pudiesen hallar. Y fueron traídos ante él sesenta hombres que sabían de aquella arte mágica, ya gente anciana.37 Nótese, ni soldados ni sacerdotes podrían acceder al lugar de los orígenes, cargado de una fuerza colosal, sólo resistible por magos de edad avanzada. 38 Los tlatlacatecolo o magos dañinos Si quisiéramos clasificar los tipos de magos podríamos hacerlo con base en sus especialidades. Sin embargo, aunque las fuentes ponen atención en ellas su interés se concentra en otro lado: los catalogan según los beneficios o perjuicios derivados de sus técnicas. Y tal clasificación podría descalificarse por su aparente liga con la religiosidad europea, obsesionada en encontrar magia “blanca” y magia “negra”. Sin 36 Durán, op. cit., t. II, p. 215-216. Ibid., t. II, p. 217. 38 En el México prehispánico se entiende por anciano a la persona que cuenta con 52 años o más. Son múltiples las referencias a la adquisición de poderes especiales de todos los viejos; es la razón por la cual podían beber pulque sin riesgos. 37 DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 31 embargo, si somos atentos veremos que hay términos nahuas claramente asociados al daño producido por efecto de la magia. El nombre genérico para designar al mago dañino era tlacatecólotl.39 Su significado literal es hombre-búho. Es cierto que el búho era concebido como un animal asociado con lo funesto, con la muerte,40 pero, con independencia de ello, Alfredo López Austin ha mostrado que el término mismo hace referencia al daño. La palabra se integra con el prefijo indefinido de persona te, más el verbo coloa, cuyo significado es “dañar”; luego, “tecolote” significa “el que daña gente”. Tlacatecólotl además se nutre con el sustantivo tlacatl, “persona”.41 Tenemos entonces: “persona que daña a la gente” o “dañador de gente”. Los procedimientos y poderes de magos benéficos y dañinos suelen ser comunes; dato importante para no cometer el error de suponer que por el tipo de facultad podríamos saber si eran benéficos o dañinos. Había, por igual, viajeros anímicos o naguales, lectores de los destinos o tonapouhque, graniceros y promotores de lluvia. Otra distinción digna de considerar es la disposición de acceso a los portentos mágicos. Muchos magos dañinos habían nacido en días de influjo nefasto o por un adiestramiento especial. Según parece, no hay magos benéficos nacidos en fechas aciagas ni dañinos asociados de nacimiento con el dios Xólotl, numen vinculado con la medicina curativa. Entonces, el condicionamiento congénito y el adiestramiento definían, al menos en muchos casos, tanto las especialidades como los resultados perjudiciales o benéficos. Como referencia, podemos tomar algunos procesos juzgados por la inquisición apostólica contra indios acusados de hechicería, en tiempos de fray Juan de Zumárraga. Uno particularmente interesante es el de Andrés Mixcóatl, indio de Tetzcoco. En una ocasión, Andrés se fue al pueblo de Copilla y pidió a los lugareños que le diesen papel, copal y hule con el propósito de detener la abundante lluvia que, desde varios días atrás, destruía los maizales y algodonales de la comarca. Los indios le proporcionaron todo, excepto el papel porque no tenían. El susodicho granicero fracasó en su empresa; la lluvia pertinaz continuó. 39 El plural es tlatlacatecolo. Véase, por ejemplo, Códice Laud, Graz, México, Akademische Druckund VerlagsanstaltFondo de Cultura Económica, 1994, p. 25. En ella aparece el búho asociado con el señor Mictlantecuhtli quien recibe ofrendas, a lo que comentan los editores: “Ofrendas para encerrar el tlacatecólotl, la fuerza mala, en una jaula”, Ferdinand, Maarten Anders, Jansen y Luis Reyes, La pintura de la muerte y de los destinos. Libro explicativo del llamado Códice Laud, contribución de Alejandra Cruz Ortiz, México, Sociedad Estatal Quinto Centenario, Akademische Druckund Verlagsanstalt y Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 161. 41 López Austin, “Cuarenta clases de magos...”, p. 88. 40 32 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Y dijo el que depone [Juan, cacique de Xinatepec] que aunque el sobredicho Miscoatle [Mixcóatl] hizo las dichas ceremonias, no dexó por eso de llover.42 Después, el mismo Andrés fue a otro pueblo donde fue aprehendido. Se le preguntó quién era y para qué hacía aquellas cosas. Se supo entonces que era hermano de otro mago, Martín Ucelo —Océlotl— a quien la gente “tenían por dios del viento, sobre el que tenía poderes destructivos”. Andrés mismo gozaba de facultades semejantes y así lo demostró cuando, en el pueblo de Cupinala, castigó a quienes le negaron comida, provocando la perdición de los maizales con ayuda del viento: “E a la sazón aconteció que hizo una gran tempestad que se los destruyó; y luego todos creyeron que el dicho Tláloc había mandado al viento que los destruyese, y así le dieron crédito, y tuvieron por cierto que él lo hacía”.43 En otra ocasión amenazó a los del pueblo de Cupitla, quienes no cumplieron sus exigencias y recibieron desgracias: La tempestad fue hecha, con temor vieron los de dicho pueblo donde a cierto días acaeció el dicho Miscoatle pasar cerca de aquel pueblo y enviólos a llamar a que viniesen a verse con él, con amenazas, que si no viniesen que les haría constreñiría, y ellos, con temor que tenían del dicho su hermano de los vientos y a este le tenían por señor de la piedra y granizo, y por eso vinieron luego y le traxeron mantas y miel, y de lo que tenían.44 Hasta aquí quedaría confirmado el hecho de que Andrés Mixcóatl era un tlacatecólotl, porque habría mostrado incapacidad para beneficiar y grandes facultades para generar perjuicio. Sin embargo, en el pueblo de Metepec logró la lluvia después de la sequía: “El dicho Andrés pidióles copal y papel para ofrecer y hacer sus encantamientos, y luego se lo dieron, y acabando de arder el copal, que fué de noche, luego a otro día, a medio día, llovió mucho, por lo cual creyeron en él.”45 Así fue que la gente de otros tres pueblos —Zacatepec, Apipiluasco y Atliztaca— le hicieron su casa en Atliztaca, como muestra de reverencia. Este pasaje parece mostrar la capacidad de un mago de dañar o producir el bien, pero bajo amenazas de promover desgracia si la gen- 42 “Proceso del Santo Oficio contra Mixcóatl y Papalotl, indios, por hechiceros”, en Publicaciones del Archivo General de la Nación. Procesos de indios idólatras y hechiceros, México, Tipografía Guerrero Hermanos, 1912, v. 3, p. 53-78; p. 53. 43 Ibid., p. 54. 44 Ibid. 45 Ibid., p. 56. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 33 te no le daba los bienes que exigía, incluido el reconocimiento exclusivo de ser el puente entre lo mundano y la sacralidad. Me explico: en el pueblo de Tepehualco había un “papa” y no llovía. Andrés hizo llover y el pueblo sacrificó al religioso: En Tepehualco, habrá cuatro años, que estaba allí un papa y no llovía, y este dicho Andrés, pasando por el dicho pueblo hizo sus encantamientos, en que hizo arder copal y papel, y esto era de noche, y otro día, en medio día, llovió mucho, por lo cual le tuvieron por dios, y luego mataron al dicho papa que tenían allí, porque decían que por él no quería llover; esto confesó el dicho Andrés, y en su nombre de indio Mixcóatl.46 Lo anterior mueve a pensar que cierto tipo de magia podría ser ejercida tanto en beneficio como en perjuicio de la gente, pero esa magia coexistió con otro tipo de hechicería necesariamente perjudicial. Las fuentes permiten consignar nombres de diversos tipos de magos cuyas prácticas no dejan duda en cuanto a su orientación. Tal es el caso del mago llamado tepan mizoni. Su nombre significa “sangrador de gente”. Era descrito como asesino y destructor. Derramaba su sangre perniciosa sobre las personas o las cosas, provocando la muerte y la destrucción. Otro era conocido como tetlepanquetzqui, “el que prepara el fuego para la gente”. Para cometer sus maldades adornaba un palo con papel mortuorio al que ofrecía alimentos funerarios durante cuatro noches seguidas. Terminaba su ceremonia con la incineración de una efigie de la víctima. A la mañana siguiente convidaba a la persona que habría de matar. Quizá los más sorprendentes fueron los temacpalitotique, nombre que significa “los que hacen danzar a la gente en la palma de la mano”.47 Trabajaban en grupo y por la noche. Eran profanadores de tumbas, en virtud de su vínculo calendárico con las cihuateteo, mujeres muertas en el primer parto a quienes debían arrancarles el brazo izquierdo y así obtener el instrumento para inmovilizar a sus víctimas y poderlas robar y violar. Estos casos no permiten la consideración de magia eventualmente benéfica; los iniciados realizaban sus actos en fechas y lugares abominables, y sus ligas con las fuerzas sagradas sólo permitían el perjuicio de la gente. 46 47 Ibid. López Austin, “Cuarenta clases de magos”..., p. 94. 34 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Lo que nos puede decir el diablo colonial del Tlacatecólotl Seguramente no fue gratuito el relevo que a mediados del siglo XVI se hizo entre los términos “diablo” y “tlacatecólotl”. Jorge Klor de Alva hizo notar que en los primeros documentos coloniales en lengua náhuatl no se traducía el nombre “diablo”.48 En los más tempranos la palabra aparece asociada con sufijos y prefijos propios del náhuatl, con objeto de integrar la voz castellana al discurso indígena, pero en la década de los cincuenta comenzó la sustitución precisamente por el término “tlacatecólotl”.49 Fray Andrés de Olmos pudo ser uno de los artífices. En 1553 escribió su Tratado de las hechicerías y sortilegios cuyo propósito fue educar a los indígenas en la abominación de las fuerzas malignas. El documento está escrito en forma de exhortaciones: Vosotros habéis de saber que este hombre-búho [tlacateculotl] se nombra, se llama verdaderamente por una multitud de nombres: mal ángel, Diablo, Demonio, Satán. Acaso os han contado a menudo que fue arrojado del cielo por la grandísima falta que cometió porque era vanidoso, orgulloso, presuntuoso, él no quería en ningún modo obedecer al único... Mucho deseaba la divinidad, el poder, la gloria, la fama. Cerca de Él, muy cerquita de Él, de Dios, hubiera querido situarse el Diablo, sobre su estera sobre su sitial, porque quería rivalizar con Él.50 Nótese que en el pasaje antes citado hay típicas reiteraciones propias de la sintaxis náhuatl, además de un difrasismo de origen prehispanico.51 El texto parece un documento indígena. Ante esto, surge la pregunta: ¿qué pretendía Olmos al escribir un tratado sobre hechicería como si fuera una exhortación antigua o huehuetlahtolli? 52 La duda cala más hondo cuando vemos en el diablo de Olmos un típico personaje prehispánico, una divinidad autóctona, como lo afirma Georges Baudot: 48 Jorge Klor de Alva, “La historicidad de los coloquios de Sahagún”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. XV, 1982, p. 147-184. 49 Véase los textos de Georges Baudot, “Fray Andrés de Olmos y su Tratado de los pecados mortales en lengua náhuatl”, Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. XII, 1976, p. 33-59; y México y los albores del discurso colonial, México, Nueva Imagen, 1996. 50 Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicería y sortilegios, paleografía del texto náhuatl, versión española, introducción y notas de Georges Baudot, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990, p. 13. 51 El difrasismo aparece en la frase yn ipetl yn icpac, que Olmos traduce como “su estera su sitial”, y significaba “gobierno”, “autoridad”. 52 Josefina García Quintana consideró como auténticos huehuetlahtolli los documentos coloniales en forma de exhortación que imitaban la forma prehispánica; los denominó DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 35 Su aparición es entonces, siempre, la de un señor de la nobleza aborigen de la época precolombina, vestido con la indumentaria propia tal y como aparece en los códices, con las galas y vestiduras de tiempos anteriores a la llegada de los españoles, y que reclama cultos, ritos y ofrendas desterradas por los conquistadores.53 Todo parece apuntar hacia una estrategia, una bien pensada “política” de colonización religiosa. Fray Andrés conocía puntualmente las tradiciones prehispánicas, de lo contrario no hubiera sido capaz de reproducir una especie de neo-huehuetlahtolli —si se me permite el exceso—. Y en esta obra decide reemplazar ocasionalmente el término “diablo” por tlacatecólotl. Resulta por demás interesante la postura de Sahagún acerca del término en cuestión: Este vocablo tlacatecólotl propiamente quiere decir nigromántico o brujo: impropiamente se usa por diablo.54 Esta política evangelizadora aprovechó una vieja tradición, la del rechazo y el temor hacia el tradicional tlacatecólotl, con objeto de construir la nueva figura del mal absoluto, del diablo indígena novohispano. Olmos hizo uso de un término inscrito en una larga tradición denotativa y connotativa, claramente asociada con el mal, rasgos que quiso aprovechar para caracterizar el mal por excelencia, cifrado en un ser opuesto a las “buenas costumbres”. Después fue frecuente integrar el nombre a todos los dioses prehispánicos. Tlatlacatecolo y disidencia: los límites de la violencia moral y legalmente aceptada Los tlatlacatecolo fueron disidentes, en primer lugar, porque realizaban actos en contra de la normatividad oficial, ejerciendo una violencia inaceptable según los criterios hegemónicos. El discurso público, expresado en infinidad de fuentes, demandaba a la sociedad alejarse de las prácticas del hombre-búho, subrayando su condición de “enemigo” de la gente: huehuetlahtolli cristianos. Al respecto véase “El huehuetlahtolli —antigua palabra— como fuente para la historia sociocultural de los nahuas”, en Estudios de Cultura Náhuatl, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, t. II, 1976, p. 61-71, p. 70. 53 Georges Baudot, “Introducción”, en Olmos, op. cit., p. XXV-XXVI. 54 Sahagún, op. cit., libro IV, cap. XI, t. I, p. 371. El subrayado es mío. 36 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Hombre nocturno que anda de noche gimiendo y espantando; hombre nocturno espantoso, hombre enemigo.55 Los efectos propios de su actuar se señalaban como perniciosos para todos; no sólo en las relaciones humanas, trastocadas por la violencia interna con inspiración privada y egoísta, sino también por el deterioro en el vínculo de los hombres con los dioses, quienes, en reciprocidad a los actos nefastos de los tlatlacatecolo, enviaban desgracias al pueblo. Por tanto, los tlatlacatecolo eran considerados “delincuentes” y eran ejecutados precisamente en fechas asociadas con la magia dañina, y que los textos califican de nefastas.56 Ahora bien, los tlatlacatecolo no fueron los únicos responsables de ejercer la violencia e infligir daños. Los sacerdotes con frecuencia actuaban como promotores de perjuicios y no merecían sanción alguna ni rechazo social. Y no sólo en lo referente al sacrificio humano y sus concomitancias, también a multitud de actos cargados de perjuicio. Un buen ejemplo lo encontramos en los preparativos para los ritos de la fiesta etzalcualiztli, en la cual se acostumbraba que los sacerdotes fueran a Temilco57 por juncos, con objeto de adornar los templos. De camino, ellos golpeaban y saqueaban a cuanto transeúnte se les cruzara: Por donde el camino donde venían nadie parecía; todos los caminantes se abscondían de miedo dellos, y si con alguno encontraban, tomábanle cuanto traía, hasta dexalle en pelo, y si se defendía maltratábanle de tal manera que le dexaban por muerto. Y aunque llevase el tributo para Motecuzoma se lo tomaban. Y por esto ninguna pena les daban, porque por ser ministros de los ídolos tenían libertad para hacer estas cosas y otras peores, sin pena ninguna.58 El texto es muy claro: sin importar el valor de lo arrebatado, los sacerdotes agredían hasta el límite, pero en ese contexto era “válido”, pues se realizaba dentro de la normatividad ritual pública reconocida 55 Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria cuanto a las cualidades, dispusiciones, descripción, cielo y suelo destas tierras, y condiciones naturales, policías, repúblicas, manera de vivir e costumbres de las gentes destas Indias Occidentales y Meridionales, cuyo imperio soberano pertenece a los Reyes de Castilla, 2 v., edición preparada por Edmundo O’Gorman, con un estudio preliminar, apéndice y un índice de materias, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1967, t. II, p. 79. 56 El día ce quiáhuitl, “uno lluvia” era la fecha de diversos tipos de “hechiceros”. Y precisamente en ella se ejecutaban a los condenados a muerte por “pecado criminal”, Sahagún, op. cit., lib. IV, cap. XI, p. 371. 57 Manantial del Citlaltépec en el que crecen cañas que los sacerdotes cortaban para la celebración, Siméon, op. cit., p. 470. 58 Sahagún, op. cit., lib. II, cap. VI, p. 145. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 37 y respetada. No era condenable el ejercicio de la violencia en sí, sino su presencia fuera del marco de las distintas normatividades oficialmente aprobadas. Podríamos decir, con Mauss, que los sacerdotes o tlamacazque ejercían violencia —justificada por el discurso oficial— como parte de un ritual público, necesario y promovido, supuestamente, para el “bien común”. En cambio, los magos eran exhibidos como ejecutores de violencia para fines personales o de un grupo no reconocido abiertamente por la sociedad.59 El tlacatecólotl era además de un disidente de múltiples normas legales, un disidente social. Por lo menos eso se colige de las fuentes que los califican de “pestíferos”, “infelices”, “harapientos”, “solitarios” “faltos de afecto” y condenados a morir violentamente.60 Los huehuetlatolli aconsejaban frecuentemente alejarse de las prácticas del hombre búho so pena de sufrir graves daños: El hombre que tiene pacto con el Demonio se transfigura en diversos animales, y por odio desea muerte a los otros, usando hechicerías y muchos maleficios contra ellos, por lo cual él viene a mucha pobreza, y tanta que no alcanza tras qué parar, ni un pan qué comer en su casa; al fin, que en él se junta toda la pobreza y miseria, que anda siempre lacerado y mal aventurado.61 El asunto de la pobreza que reiteran las fuentes debe ser tomado con reservas. Justamente Martín Ucelo —Océlotl—, el hermano de Andrés Mixcóatl, fue juzgado por la inquisición apostólica en 1536 y llama mucho la atención la cantidad de bienes que, por efecto de la condena, le fueron confiscados; contaba con varias casas, monedas de oro y diversas joyas. Unas casas con cuatro cuartos, todas ataviadas al modo de ellos muy bien. A la entrada del patio, a mano izquierda, está un oratorio con su arco de cantería y un tabernáculo, en el cual está pintado a una parte San Francisco y a otra San Gerónimo y en medio San Luis, todo nuevamente hecho; y las dichas casas todas son nuevas.62 59 El grupo sacerdotal actuaba muchas veces en beneficio propio sin exhibir abiertamente los beneficios recibidos. Piénsese, sólo por citar un caso, en la llamada Guerra Florida. Los beneficios de ésta casi nunca recaían en la gente común y, sin embargo, ésta debía guerrear ante las amonestaciones del grupo sacerdotal. 60 Sahagún, op. cit., lib. X, cap. IX, t. II, p. 597; véase también Gonzalo Aguirre Beltrán, Medicina y magia. El proceso de aculturación en la estructura colonial, comentario preliminar de Carlos Viesca Treviño, México, Universidad Veracruzana-Instituto Nacional Indigenista-Gobierno del Estado de Veracruz-Fondo de Cultura Económica, 1992. 61 Sahagún, op. cit., lib. X, cap. IX, p. 877. 62 Ibid., p. 37. 38 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Aun siendo conscientes de que la fuente refiere una relación poshispánica y que mezcla elementos de tradición católica —como la presencia de pinturas de santos católicos—, podemos suponer que muchos magos dañinos hicieron fortuna a través del robo y las amenazas. Por tanto, hemos de ser cuidadosos con respecto de lo que debiéramos entender por “pobreza”, pues bien podría ser propia no de la vida del tlacatecólotl, sino más bien de su desenlace final, irremediablemente desdichado según el discurso oficial. Con todo lo poderoso que pudiera haber sido, el hombre-búho se enfrentaba con las formas socialmente típicas: vivía desarraigado tanto por sus prácticas como por el temor que en la gente producía y no realizaba las faenas tradicionales. Sin el apoyo social estaba condenado a la segregación y corría el peligro de morir ejecutado o padecer graves desgracias de origen divino, producto de sus fechorías. Las personas procuraban evitarlo y buscaban la manera de apartar a sus hijos de su influencia, cambiando las fechas de bautizo, si era necesario, y escondiéndolos en días aciagos. Y a pesar del rechazo generalizado hacia los magos maléficos, la gente común era su razón de ser. Las apetencias personales, motivadas por la venganza, la lujuria y la ambición, fueron el acicate por el cual el mago realizaba su trabajo. La insistencia de los discursos oficiales por descalificar ese tipo de prácticas hace pensar que su actividad fue prolija y capaz de poner en entredicho la autoridad y el poder sacerdotal. La disidencia vista por los otros: la visión sacerdotal del tlacatecólotl Sin duda, fue el ámbito religioso desde donde más claramente se subrayó la postura disidente del tlacatecólotl. No sólo contravenía sistemáticamente las normas de conducta impuestas por el ritual religioso, también violaba las restricciones calendáricas al romper las abstinencias que prohibían la realización de actividades rituales nocturnas los días dominados por el influjo de la magia perjudicial. Era imposible no entrar en franca oposición con las interdicciones promovidas por el cuerpo sacerdotal si sólo esos días se podían realizar los maleficios. Los magos eligieron hasta cierto punto su lugar en el marco de las relaciones con lo sagrado, obteniendo un fabuloso poder pero al mismo tiempo corriendo graves riesgos. La vía sacerdotal típica, mostraba un camino diametralmente opuesto: la obediencia a las normas religiosas, la súplica y el merecimiento a través de ofrendas. Solamente recuérdese que la palabra genérica de sacerdote era tlamacazqui que significa “el que ofrece cosas” u “oferente”. DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 39 Para comprender mejor la oposición entre religión y magia dañina es necesario renunciar a la idea de que una eficaz relación con lo sagrado demanda una moral positiva. En nuestra tradición cultural la fuerza divina es absolutamente buena y no hay posibilidad de obtener favores de Dios a través de actos inmorales, pero ése parece no haber sido el caso en la religión prehispánica. Los dioses no eran benéficos o perjudiciales en sí mismos, sino con base en complejas relaciones cósmicas. Y el acto propiciatorio o el fin perseguido podían ser inmorales, mas no por eso ineficaces. Cabía entonces la posibilidad de contravenir las “buenas costumbres”, con la consabida respuesta en reciprocidad que implicaba tener que restituir lo recibido, generalmente con un futuro desdichado. Lo anterior significa que si los magos lograban sus cometidos era porque fuerzas sagradas los estaban respaldando. El dios patrono por excelencia de los tlatlacatecolo era precisamente Tezcatlipoca. Basta ver algunos de los rezos propios de los tlatlacatecolo, consignados en las obras de Hernando Ruiz de Alarcón y Jacinto de la Serna para advertir que quien está hablando con la voz y el cuerpo del mago es justamente Tezcatlipoca. Pongamos un ejemplo: Ruiz de Alarcón refiere el rezo de los temacpalitotique o profanadores, ladrones y violadores. En él se afirma que para encantar e inmovilizar con la intención de dañar —“en especial siendo como siempre es dirigido a alguna obra mortal, como hurto o adulterio”—, se pronunciaba el siguiente conjuro: Yo mismo, cuyo nombre es tinieblas, para que yo para que de nueve partes para entonces ven ya sueño encantador, para cuando fui a traer a mi hermana nueve veces. Yo sacerdote (o demonio, fábula de la antigüedad), cuya hermana es la diosa Xochiquetzal, aunque mucho la guardaban los sacerdotes y el resto del pueblo, el príncipe y los más poderosos, con que era imposible entrar, para lo cual invoqué a voces al sueño, y con eso se fueron todos a los nueve profundos (y las guardas quedaron dormidas profundamente). Porque soy yo el mancebo, yo a quien crujen las coyunturas, y que disparatadamente grito a todas partes... yo que soy la misma guerra, para quien todo es burla, y que ya dispongo burlas de todos, convirtiéndolos en otros, haciéndoles quedar insensibles, yo que soy la misma guerra, burlador de todos, que los quiero ya entregar para que queden borrachos perdidos en tinieblas de sueño.63 Este pasaje nos aproxima al mago, pero sólo tangencialmente porque el rezo describe al dios que invoca y aparece: Tezcatlipoca. Es él quien habla a través del hombre; es él quien se nombra hermano de la 63 Ruiz de Alarcón, op. cit., t. II, p. 63-64. 40 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO diosa y de la misma guerra, quien se burla de todos y los somete. Debemos recordar que según un mito, Xochiquetzal vivía hilando y tejiendo en Tamoanchan, hasta que un día Tezcatlipoca la sedujo. Así, el dios poderoso, de quien somos juguetes en la palma de su mano, se convierte en el medio a través del cual el mago violador lograba su cometido y el dios mismo ejerce a través de su poseso. La fuerte liga con Tezcatlipoca debió darles a ciertos magos mucho poder. Según Henry Nicholson, Tezcatlipoca era el dios supremo en el momento de la conquista.64 Su nombre significa “Espejo Humeante” y está asociado con lo oculto o difícil de conocer. Se caracteriza por su poderío y omnipresencia. Todas las criaturas son impotentes ante él. Le llamaban Titlacahuan, “de quien somos todos esclavos”; Yáotl,65 “enemigo”; Moyocoyotzin, “dios caprichoso”. En el texto de la Historia de los mexicanos por sus pinturas se dice: Y de estos cuatro hijos de Tonacatecutli y Tonacacihuatl el Tezcatlipuca era el que sabía todos los pensamientos y estaba en todo lugar y conocía los corazones, y por esto le llamaban Moyocoya (ni), que quiere decir que es todopoderoso, o que hace todas las cosas sin que nadie le vaya a la mano.66 Era el gran mago ligado con la oscuridad y la noche; su animal asociado era el jaguar, que estaba relacionado con la hechicería y sus practicantes. La liga de los tlatlacatecolo con el numen bien pudo provocar luchas por el control de lo sagrado entre los sacerdotes y los magos, muy semejante a como sucedió entre los gobernantes de corte territorial, como los tlatoque, quienes combatieron a esos personajes encarnados en el hombre-dios. El hombre-dios era un personaje con la virtud de ser recipiente de divinidades y así servir de puente comunicativo entre las personas y sus patronos divinos. Esa facultad le daba la autoridad de gobierno que comenzó a decrecer en virtud de su sustitución por los gobernantes, amparados en un linaje y en la jerarquía sacerdotal.67 64 Henry B. Nicholson, “Religion in Pre-Hispanic Central Mexico”, en Robert Wauchope (editor), Handbook of Middle American Indians, t. X, Austin, University of Texas Press, 1971, p. 395-446. 65 Yáotl: “enemigo”, en Molina, op. cit., p. 31. Sin embargo, parece que la raíz yao tiene que ver con la guerra. 66 “Historia de los mexicanos por sus pinturas”, en Ángel María Garibay K. (editor), Teogonía e historia de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI, México, Porrúa, 1985 (Sepan cuántos..., 37), p. 24. 67 Al respecto resulta indispensable el texto de Alfredo López Austin, Hombre-Dios, p. 125-127 y 175-180; para identificar un ejemplo en la historia de la migración de los DIVERSIDAD EN LOS CAMINOS A LO SAGRADO 41 Desde el ascenso de Itzcóatl (1427-1440) los grupos del nuevo poder atacaron a estos personajes, pertenecientes a los más diversos sectores sociales, para sustituirlos por los tlatoque. Los sacerdotes construyeron entonces la imagen de sus rivales: los magos en general y los dañinos en particular, a quienes catalogaron de “falsos”, “enemigos” “delincuentes” y “promotores de desgracias”, siendo que en muchos casos éstos habrían sido producto del contacto y de la tutela del mismísimo señor omnipresente, Tezcatlipoca. mexicas, véase Federico Navarrete, “Los hombres y los dioses”, en Cristóbal del Castillo, Historia de la venida de los pueblos mexicanos y otros pueblos e historia de la conquista, p. 51-60. LOS DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA, SIGLO XVIII MARÍA TERESA ÁLVAREZ ICAZA LONGORIA Facultad de Filosofía y Letras, UNAM “El término disidencia es equívoco. Abarca muchas sectas, muchas tendencias intelectuales y teológicas en conflicto, tropieza con muchas formas diferentes en medios sociales distintos.” E. P. Thompson La formación de la clase obrera en Inglaterra Las misiones: un orden creado para desaparecer El establecimiento de misiones en las zonas de frontera de la Nueva España fue una labor emprendida por el clero regular, fundamentalmente por los franciscanos y los jesuitas, con variaciones en el ritmo de avance en los tres siglos del período colonial. Esta institución se constituyó como el mecanismo para reducir a los indios a la vida en “policía” según los cánones de los colonizadores: se buscaba lograr que los indios estuvieran asentados en forma permanente y concentrada en un poblado, dedicados a cultivar para su sustento y a la realización de diversas actividades productivas y de comercialización, adecuadamente doctrinados, recibiendo los sacramentos con regularidad, y gobernados por oficiales de república indígenas, entre otros objetivos.1 Al conseguir que en alguna región ocurriera todo lo anterior, los misioneros debían partir hacia donde se requiriera de su labor dejando a los indios doctrinados bajo la tutela del clero secular. Estaba pues previsto que el orden creado por ellos sería sólo temporal. En teoría se consideraba suficiente un lapso de diez años para que se completaran 1 Sobre las funciones y objetivos de las misiones en las zonas fronterizas, sigue siendo de interés revisar el viejo texto de Herbert Bolton, “La misión como institución de frontera en el septentrión de Nueva España”, en David J. Weber, El México perdido. Ensayos escogidos sobre el antiguo norte de México (1540-1821), México, SEPSETENTAS, 1976; p. 45. 44 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO las metas enunciadas. Sin embargo, es claro que en las áreas periféricas las dificultades de abasto, la actitud de mayor resistencia al avance colonial de los grupos indígenas, las presiones de los pobladores civiles, entre otros factores, hacían que las condiciones distaran de ser las ideales para lograr la estabilidad material y espiritual de las misiones; por tanto, frecuentemente, los religiosos prolongaban su estancia por muchos años más. Los misioneros deben haber experimentado la sensación de un agricultor que hacía todos los preparativos para la siembra, desyerbaba, luchaba contra las plagas, vigilaba el crecimiento de las plantas y se retiraba para que otros recogieran el fruto de la cosecha. Lo más difícil de aceptar era que inevitablemente el cuidado cosmos creado por ellos para los indios desaparecía con su partida. El nuevo orden establecido con la llegada del clero secular implicaba para los indios salir de un estado de excepción e incorporarse como contribuyentes al Estado y a la Iglesia. La misión pasaba a ser un pueblo de indios regido por la normatividad general aplicada a éstos en la Nueva España. Para los miembros del clero regular el cambio jurisdiccional conllevaba aflojar las riendas, especialmente en el terreno religioso, por el establecimiento de una rutina menos exigente para los feligreses. Según los religiosos, el clero secular no se sentía atraído por los proyectos ambiciosos de expansión de la fe, se conformaba con administrar sacramentos y predicar sermones, preferentemente en los centros urbanos, y no mostraba particular interés por los indios. Visto así, resulta natural entender la reticencia de los misioneros a la secularización y su búsqueda de que el paréntesis en la vida de los indios se prolongara todo lo posible. En contraste, otros habitantes de las zonas fronterizas esperaban ansiosamente la salida de los misioneros; ese era usualmente el caso de los colonos. Muchos de ellos habían llegado como soldados y se habían asentado después como pobladores, involucrándose en actividades lucrativas. Para esos fines anhelaban ejercer, sin estorbos, un control más amplio sobre los recursos naturales y humanos. Las misiones les resultaban incómodas pues poseían tierras, defendidas tenazmente, y porque los indios de la zona se instalaban y trabajaban en ellas. Respecto de la actitud de los indios asentados en las misiones resulta más difícil generalizar. Por un lado, la presencia de los frailes entrañaba vivir bajo una estrecha disciplina, por el otro, posibilitaba estar exentos de contribuir económicamente al erario y a la Iglesia, protegidos de los abusos y despojos de los colonizadores. Puede observarse esta ambigüedad en un episodio protagonizado en la Sierra Gorda entre 1761 y 1762 cuando un grupo de indios pames, apoyados por algunos colonos, buscaron promover la secularización de las misiones estable- DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 45 cidas allí con el fin de acabar con las restricciones que traía consigo la vida misional, mientras otros se negaban a la salida de los misioneros, considerando no estar listos para el pago de diezmos y tributos. Este trabajo se ocupará del estudio de ese caso. En él se intentará seguir los postulados de la “nueva historia misional”,2 la cual se centra en los indígenas que vivieron en contacto con las misiones y busca entender el impacto de éstas en las sociedades indígenas, reconociendo tanto factores restrictivos como oportunidades positivas; asimismo, se interesa por las diversas formas de resistencia sostenidas por los indios. Esta propuesta coincide con la nueva historia cultural en su interés por estudiar los sectores subalternos y sus intentos por deconstruir formaciones hegemónicas. Ambas, igualmente, ponen acento en la necesidad de realizar estudios etnohistóricos.3 La gestación del conflicto Las misiones de indios pames de la parte nororiental de la Sierra Gorda —Jalpan, Concá, Landa, Tilaco y Tancoyol— se habían establecido, en 1744, en un esfuerzo concertado de los religiosos del Colegio de Propaganda Fide de San Fernando de México y de José de Escandón, teniente de capitán general de las misiones, presidios y fronteras de la Sierra Gorda.4 Basado en la experiencia de los fernandinos en la región entre los indómitos jonaces y en la mayor docilidad de los pames, Es2 Eric Langer y Robert H. Jackson (editores), The New Latin American Mission History, University of Nebraska Press, 1995, Latin American Studies. Véanse la introducción de Robert Jackson, p. VI-XVIII y el artículo de David Sweet, “The Ibero American Frontier Mission in Native American History”, p. 1-48. 3 Eric van Young hace especial énfasis sobre estos aspectos en “The New Cultural History Comes to Old Mexico”, Hispanic American Historical Review, 79-2, may 1999, Duke University Press, Durham; p. 211-247. También se encuentran reflexiones de interés en la introducción de Lynn Hunt (editor), The New Cultural History, Berkeley-Los Ángeles-Londres, 1989, University of Califonia Press, p. 1-22. Véanse, igualmente, Peter Burke “Obertura: la nueva historia, su pasado y su futuro”, p. 11-37, y Jim Sharpe, “Historia desde abajo”, p. 38-58, ambos en Peter Burke (editor), Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza, 1993. 4 Patricia Osante, incansable seguidora de las huellas de Escandón, manifiesta reticencias sobre la cordialidad de las relaciones entre éste y los fernandinos. Creo que sus reservas son válidas para las circunstancias concretas de la colonización del Nuevo Santander, como lo demuestra en sus obras. Véanse Orígenes del Nuevo Santander (1748-1772), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1997, 300 p. y “Presencia misional en Nuevo Santander en la segunda mitad del siglo XVIII. Memorias de un infortunio”, en Estudios de Historia Novohispana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 17, 1997, p. 107-145. Sin embargo, en la Sierra Gorda, aunque hubo quejas motivadas por su impulso de la colonización civil, los frailes siguieron pidiendo su intervención en situaciones de conflicto. 46 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO candón confiaba en que las misiones, a las cuales describía como “sostenidas por el brazo divino” 5 podrían pasar a manos del clero secular en un corto lapso de ocho años. En la realidad sus palabras no pasaron de ser buenos deseos, pues los primeros años estuvieron llenos de dificultades. Mientras lograban que los indios sembraran lo suficiente, los religiosos debían permitirles salir de las misiones para recolectar diversos productos con objeto de garantizar su subsistencia; igualmente les dejaban ir a cultivar sus rozas en los cerros. Este ir y venir permitió a los pames conservar un margen considerable de libertad, muy a pesar de los frailes. Aún estaba por fraguar la disciplina misional. Los frailes sabían que la permanencia de los indios en los cerros estaba asociada a las costumbres gentiles, pues allí estaban los adoratorios de los antiguos dioses. La distancia y el medio se prestaban para continuar con prácticas idólatras lejos de la mirada de los misioneros. Éstos estaban conscientes de que sólo podrían transformar significativamente la vida de los indios si lograban asentarlos de modo definitivo en las misiones, donde podrían controlar su trabajo y su asistencia a la doctrina, entre otros muchos asuntos; para ello se esforzaban por alcanzar lo antes posible el bienestar temporal. Transcurridos los primeros ocho años ya se contaba con cosechas y ganado en cantidad considerable; sin embargo, todavía había deserciones por hambre y el pronóstico de Escandón parecía lejos de cumplirse. Antes de la llegada de los fernandinos ya vivía “gente de razón”6 en la Sierra Gorda. Durante los primeros años la relación de los frailes con los colonos del área parecía ir por buen camino. En general en las misiones se reconocía la utilidad de los soldados para lograr el resguardo de la paz, la protección en caso de ataques y la búsqueda de los indios huidos. No obstante, el mismo Escandón sembró el germen de la discordia, pues, con la idea de consolidar la colonización en la zona, promovió el establecimiento de más hombres de armas a quienes ofreció tierras para atraerlos. En un primer momento se permitió que algunos lugares fueran asignados en común a los indios y la gente de razón;7 la competencia por los recursos provocó el surgimiento de los roces. Conforme la obra de los misioneros iba tomando más forma, fue evidente que los intereses de ellos y de los colonos divergían. Aunque se logró una ansiada estabilidad, tras la llegada de un nuevo grupo de Archivo General de la Nación (en lo sucesivo AGN), Californias, v. 60, f. 111. Término utilizado en la documentación para referirse a los españoles, mestizos, mulatos, es decir, los que entraban dentro de la república de los españoles. 7 AGN, Californias, v. 60, f. 81. 5 6 DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 47 entusiastas fernandinos encabezados por fray Junípero Serra, la situación se tensó. En 1751 los frailes, esgrimiendo en su apoyo las Leyes de Indias,8 obligaron a los colonos a salir de las misiones y éstos se establecieron en el cercano valle de Tancama, donde fundaron la villa de Nuestra Señora del Mar de Herrera.9 Los pobladores se enemistaron con los religiosos por desalojarlos de la tierra de que gozaban y llegaron a quejarse de acoso. Los frailes se opusieron al paraje elegido y propusieron otros, pero los colonos insistieron en su propósito. Las desavenencias continuaron por las dificultades para seguir aprovechando los frutales y otros recursos que tenían allí las misiones y por los daños ocasionados por el ganado sobre sus siembras. Los religiosos, además, acusaban a los colonos de aprovecharse de los indígenas, comprándoles el maíz a precios muy bajos, y de presionarlos para quejarse ante Escandón y el virrey. Sin lugar a dudas los misioneros se habían constituido en intermediarios obligados entre los colonos y los indios. Como planeaban seguir desempeñando ese rol, y para evitar suspicacias por las protestas de los colonos, argumentaron: “… [era] contra el instituto de los expresados religiosos misioneros el perseverar en los pueblos más tiempo del necesario para la reducción y enseñanza de los indios…” 10 La aclaración era pertinente, pues a diez años de establecidas las misiones en Sierra Gorda los fernandinos pidieron quedarse por otra década para entregar los indios bien preparados a los curas y reiteraban que al obtener la estabilidad material y espiritual ellos pasarían a otros lugares. La propuesta parecía factible pues ya se habían conseguido logros considerables, se contaba con suficientes tierras sembradas y pocos años después había también los animales necesarios. Además, todos los indios de las misiones recibían los sacramentos como estaba prescrito. Sin embargo, los religiosos se mostraban temerosos de la fragilidad de lo conseguido, en especial les preocupaba la huida de los indios de las misiones. Algunos indios todavía “vagueaban”; como eso ya no era preciso para el sustento, según los frailes, sólo hacían esto los “viciosos” que buscaban evadirse de la disciplina misional, para entonces en pleno funcionamiento. Los huidos fallaban a sus obligaciones cristianas, volvían “a sus antiguos vicios y detestables costumbres” 8 Éstas prohibían expresamente que la gente de razón tuviera sus habitaciones en los pueblos de indios. 9 AGN, Californias, v. 60, f. 87. 10 AGN, Colección de Documentos para la Historia de México (en lo sucesivo CDHM), 2a. serie, t. II (v. 8), f. 111. 48 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO y además, decían, se dedicaban a robar y a otras fechorías. Las acusaciones, más allá de mostrar la necesidad de los frailes de tipificar a los fugitivos como delincuentes, evidenciaban que para algunos indios la vida en las misiones resultaba intolerable y por ello preferían una existencia marginal en los cerros o mudarse a un lugar donde existieran menores exigencias laborales y religiosas. Se intentó acabar con el problema castigando a los que se habían “remontado”, cuando se les capturaba, y amenazando con mandar a un obraje por tres años a los oficiales de república de otros pueblos si se les sorprendía encubriendo a los culpables; sin embargo, la repetición de estas acciones revela el escaso éxito obtenido. Los frailes vinculaban estrechamente la existencia de este problema con su necesidad de permanecer por más tiempo en la zona y advertían que si no se encontraba una solución “…les sería imposible el entregar jamás aquellas reducciones al ordinario en la forma que debe, viéndose precisados a conservar en ellas diez ministros que desocupados podían emplearse en la reducción de otros infieles y propagar nuestra santa fe…” 11 Los colonos mudaron su poblado a Saucillo hacia 1754, pero el conflicto con los frailes se recrudeció cuando el número de vecinos se incrementó y volvieron a enfrentarse por asuntos de tierras. El desarrollo de unos y otros parecía contraponerse. La situación era bastante complicada, ya que para entonces los misioneros decían no tener claro cuáles terrenos les habían sido asignados al momento de su establecimiento y la mayor parte de las mojoneras había desaparecido, lo cual se prestaba a mayores enfrentamientos futuros. Más enterado de los avances en las misiones que de sus problemas, en 1760 el colector del diezmo de Ixmiquilpan quiso cobrarlo a los indios asentados en ellas. La oposición de los misioneros fue contundente. Reconocían, como no podían dejar de hacerlo, su disposición a entregar las misiones cuando los indios estuvieran catequizados y reducidos a la vida cristiana y política, pero, sostenían, el momento no era indicado para el cobro de diezmos. Todavía se justificaba su presencia, pues las misiones permanecían en estado de conversión viva al seguir llegando neófitos. Igualmente alegaron la miseria de los indios; admitían obtener buenas cosechas algunos años, aunque, explicaban, en otros todavía había hambre y todos los recursos excedentes se precisaban para la edificación de las iglesias y la atención de las necesidades de los indios. Argumentaron estar amparados por la cos- 11 Ibid., f. 75v. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 49 tumbre, pues los indios no habían pagado ningún gravamen antes y no debían hacerlo sino hasta ser administrados por el clero secular. En este contexto los religiosos afirmaron que sabían de la existencia de una campaña de desprestigio encabezada por los colonos del área: …hay personas que llaman de razón y también de carácter que viendo el infatigable cuidado con que los padres cuidan los indios no sólo en lo espiritual sino también en el fomento y aumento de lo temporal dicen que los padres de las misiones son codiciosos y que están ricos pero esto nace de una diabólica envidia y los ciega para no querer ver nuestro desinteresado modo de proceder y de una rabia infernal que reina en sus corazones al experimentar que por la vigilancia de los padres no tienen lugar para desollar a los pobres indios… aprovechándose de sus bienes y frutos como lo hacían antes…12 De las inquietudes y alborotos en las misiones Era un recurso común en la documentación emitida con motivo del establecimiento de una misión poner en boca de los indios peticiones compatibles con las decisiones tomadas por las autoridades encargadas de la gestión. Así, por ejemplo, se consignaba cómo el capitán13 de Tilaco, al momento de la fundación de esa misión, expresó su deseo de que fueran los fernandinos quienes se asentaran allí para que “…les moviesen a que trabajasen para sí en sus siembras y granjerías” pues, decía, “los ánimos de los indios estaban dispuestos para ello”.14 Decir que estaban complaciendo a los indios al elegir a un determinado grupo de religiosos sonaba como si se les atendiese cuidadosamente y finalmente “coincidía” con lo recomendado por Escandón, quien casualmente iba acompañado sólo de los fernandinos en su visita de inspección a la Sierra Gorda. Sin embargo, años después, la expresión de los deseos de un grupo de indios para que los fernandinos salieran de la Sierra Gorda obtuvo una respuesta diametralmente opuesta. A fines de 1761 e inicios de 1762 se hablaba “nuevamente” de inquietudes y alborotos en las misiones, especialmente en Jalpan y Concá. Sin embargo, esta situación Ibid., f. 114. Aunque no tengo datos precisos de cuándo le fue otorgado el cargo de capitán a este personaje, sí sabemos que fue un nombramiento anterior a la llegada de los fernandinos. El título parece implicar responsabilidades de orden y protección sobre su comunidad. En documentos posteriores no volví a encontrar ese cargo mencionado. 14 AGN, Californias, v. 60, f. 59v. 12 13 50 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO presentaba diferencias importantes con las dificultades enfrentadas hasta entonces por los misioneros frente a los indios de la zona, pues lo que estaba en marcha ya no eran iniciativas aisladas de resistencia, como las huidas anteriores, sino un plan concertado que ponía en peligro su obra. Según el expediente todo empezó así: “…amaneció Agustín Pérez en la cárcel porque se entró una noche no con el traje que acostumbraba a la casa del gobernador don Diego Francisco queriendo forzar a una depositada que había allí y no consintiendo la dicha a su intento dio voces y arrancó para afuera…”15 Por ello se originó un alboroto y Pérez fue a parar a la cárcel de donde pudo escapar con ayuda del alcalde Luis de la Cruz y de un herrero, dejó la misión y se refugió en los cerros cercanos a Pisquintla, una de las rancherías concentradas en Jalpan. Poco después de este suceso el fugitivo se reunió con dos colonos de Saucillo, Mariano Lobatón y Juan Márquez, quienes elaboraron una carta para pedir un cura; la misiva debía ser llevada a México junto con una nómina de los indios de acuerdo con la secularización para respaldar la petición. El grupo de indios y colonos inconformes con los frailes trató de convencer a los demás indios por medios diversos para conseguir “aliados”.16 Por ejemplo, intentaron provocar su temor: “por ruines y cobardes vosotros hacen los padres lo que quieren y sino mirad dos padres han estado siempre en esta misión, ahora hay tres y breve habrá diez o doce y no será menester que vengan de México cuando alguno muera sino que de estos mismos se repartirán en las demás misiones y sucederá lo que en Texas que los padres tienen obrajes y cuarenta años ha que los mantiene el Rey, que esperáis que suceda lo mismo con vosotros por cobardes…”17 El miedo a los duros trabajos forzados de los obrajes quizá pudo haber convencido a más de uno. También pretendieron desvanecer la posible gratitud de los indios a los frailes: “no hay más remedio que pedir cura porque vuestro trabajo es mucho y lo que os dan los padres no os lo dan de balde sino que sale de vuestras costillas.” Pérez particularmente pretendió conseguir adeptos prometiendo a los indios que al administrarlos los curas vivirían “menos sujetos y en su libertad en los cerros” como estaban antes de que llegaran los misioneros, cuando, aseguraba, “la vida era buena”. En realidad él mismo no pretendía reconstruir en su totalidad el mundo de los pames tal como era previamente al establecimiento de los fernandinos; más bien 15 16 17 AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 116. Se llamaba a los conjurados los “aliados”. AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 117v. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 51 intentaba evocar la imagen de un pasado idílico, pero útil para despertar entusiasmos. No aludía a su gentilidad, sino a la época cuando los administraban los agustinos, pues entonces la presencia de los religiosos era mucho más esporádica y el control sobre la vida de los indios bastante menos rígido. En sus afanes propagandísticos, los quejosos describían un panorama desolador de la vida en las misiones; decían que estaban “como los más abatidos esclavos y aun con más infelicidad porque éstos a más de la comida les dan sus amos el vestuario lo que no logran los indios”.18 Además, sostenían, pagar tributo y diezmo implicaría una mejoría respecto de su situación: “se hacen el juicio que por mayores que fueran los gravámenes y contribuciones a que se sujetaren sería incomparablemente más suave este vasallaje que el que tienen con los padres.” 19 Pero, más allá de las exageraciones, Pérez hizo una serie realmente abundante de denuncias contra el orden misional, convirtiéndose en el portavoz de varios indios disidentes, quienes vivían bajo las normas establecidas por los frailes pero estaban a disgusto con éstas, pues se oponían a sus intereses particulares; esto último, cabe subrayar, también justificaba el apoyo de los colonos a la iniciativa. En referencia a los asuntos laborales, se describía cómo hacían trabajar a los indios en los cultivos largas jornadas sin descanso. A cambio de ello, los misioneros les daban a diario una ración de maíz a los indios de cada misión; sin embargo, según los quejosos, ésta era escasa, “insuficiente aun para las gallinas”. De generalizarse esta percepción los efectos serían catastróficos para la empresa misional, pues se había determinado la entrega de raciones justamente como un mecanismo para mantener a los indios asentados en forma estable, temerosos de su huida, tanto si contaban con mucho maíz como si carecían de él. Seguramente los indios debían dedicar más tiempo que antes a la realización de labores agrícolas, pues se pretendía prescindir de la recolección, a cambio de lo cual contaban con mayor seguridad en recibir alimentos. No obstante, no deben haber sido muy abundantes, pues los propios misioneros, incluso ya pasados los años duros, hablaban de la necesidad de cuidar lo que había: “…para que esto dure todo el año [el maíz y el frijol] es menester andar con mucha economía en la distribución diaria de la ración que se da a cada familia y por más cuidado que se ponga rara vez sobra alguno para venderse y con su producto vestir a los indios…” 20 Ibid., f. 130. Ibid., f. 131. 20 Ibid., f. 106. 18 19 52 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Al parecer, en efecto no había granos como para repartirlos a manos llenas. Los indios no gustaban de guardar para después lo que podían consumir o vender en el momento, lo cual llegó a producir episodios de escasez. Sin embargo, había cierto alarmismo en el tono de los religiosos, pues sí era común el logro de un excedente. El comercio existente desde antes del establecimiento de los fernandinos se intensificó con la mayor producción agrícola y por la elaboración de nuevos productos como el piloncillo; todo ello se expendía en Zimapán y la Huasteca. Igualmente se denunciaban las dificultades enfrentadas por los indios cuando buscaban obtener licencia para ir a vender sus productos. La primera consistía en que debían pagar por ella y la segunda en el poco tiempo concedido para dedicarse a sus ventas, por lo cual, se lamentaban, acababan malbaratando sus productos. Respecto de las cuestiones espirituales, también se mostraban molestos porque los hacían rezar mucho. Los religiosos, siguiendo las instrucciones aplicadas en otras misiones, habían determinado que los adultos acudieran a la doctrina una vez al día, hasta saber las oraciones básicas,21 los mandamientos y los misterios de la fe. Asimismo, como parte de la enseñanza, se les exhortaba a la obediencia y el respeto hacia los misioneros. Los niños y los reacios al aprendizaje iban tanto por la mañana como por la tarde. Todos debían asistir a misa y participar en las festividades religiosas realizadas durante el año. Con este ejercicio continuo los religiosos esperaban enraizar con firmeza la fe en sus feligreses. El programa ciertamente era intenso, en gran contraste con los pocos requerimientos impuestos por los agustinos, sus antiguos misioneros. Quienes habían vivido bajo el orden anterior no podían dejar de resentir el cambio. Pérez y sus adeptos se quejaban de la intervención de los frailes en el ámbito político y afirmaban no poder realizar la elección de sus autoridades en libertad; así, los gobernadores designados resultaban ser siempre aliados de ellos. Esta acusación resulta contradictoria, pues es cierto que los misioneros “supervisaban” quienes habían sido elegidos con el fin de corroborar que fueran personas idóneas para servir como ejemplo a los otros indios y buscaban que ejercieran los cargos los indígenas de “mejores costumbres y más acertadas conductas”. Sin embargo, en este episodio algunos oficiales de república, tanto en funciones como de gobiernos anteriores, actuaron con cierta autonomía. Una de las denuncias más graves hacia los frailes consistía en describirlos como “azotadores y corajudos”. Se hablaba de un trato áspero y de la aplicación de castigos crueles si por alguna causa faltaban al 21 Eran cuatro: Padre Nuestro, Ave María, Credo y Salve. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 53 trabajo. Aunque era inherente a la labor de los frailes el ejercicio de la persuasión, es innegable el uso de coerción en las misiones. Testimonios diversos hacen referencia a los azotes administrados a los indios cuando se evadían de ellas, tras regresarlos por la fuerza; además, había cárceles y se menciona la existencia de esposas y grillos. Los misioneros, como la autoridad inmediata de los indios, consideraban necesario demostrar mano firme para mantener el control, pero no deja de ser paradójico que los seguidores de San Francisco de Asís utilizaran la violencia en el proceso de conversión. Podría pensarse de lo anterior que las quejas de los inconformes se originaban sólo por abusos y estrecheces sufridos en las misiones —los cuales podrían moderarse y corregirse— más que contra las misiones mismas, pero, debe subrayarse, los inconformes no pedían la enmienda de la situación por parte de los misioneros, sino su salida de la zona. Es cierto que los pames ya habían efectuado cambios en sus usos y costumbres en épocas anteriores por la presencia de otros religiosos y colonos, pero echar a andar un proyecto misional en toda forma, como lo estaban haciendo los fernandinos, dejaba pocos resquicios para conductas mal vistas e implicaba una serie de transformaciones significativas en ámbitos muy diversos de la vida de los indios. En primer lugar, al establecerse en la misión los indios tuvieron que dejar sus anteriores lugares de residencia, las rancherías, donde estaban asentados de manera más bien dispersa, para mudarse permanentemente a un poblado erigido en torno a la misión, siguiendo un patrón concentrado. Ello implicaba no sólo vivir en un espacio físico diferente, sino alejarse de los montes donde tenían sus rozas y sus zonas de recolección y cacería. Para los hombres esto significó dejar atrás los roles tradicionales de su sexo, vinculados sobre todo a la cacería y a la guerra, para dedicarse de manera prioritaria a las labores agrícolas y después al aprendizaje y ejercicio de nuevos oficios: albañilería, carpintería y herrería, entre otros. Las mujeres, tradicionalmente recolectoras, también debieron ocuparse de nuevos deberes, ayudando en algunas tareas agrícolas y aprendiendo las labores que los misioneros consideraban propias de su sexo, como tejer, coser e hilar; asimismo, se abocaron a la elaboración de objetos de ixtle y cerámica para venderlos. Todas las actividades anteriores conllevaron el uso de instrumentos e implementos occidentales. Asimismo, se hizo mucha insistencia en vestir a los pames a la usanza de los indios “más racionales”, tanto por cubrir sus cuerpos como por darles una apariencia más arreglada y próspera. La tarea principal del misionero era convertir gentiles; por ello vivir en las misiones suponía recibir una instrucción religiosa intensiva. 54 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Los franciscanos intentaron mostrar una religión atractiva y por ello dieron gran importancia a la realización de fiestas en las misiones, que incluían música, escenificaciones y procesiones semanales. Cuando alcanzaron la estabilidad material habían conseguido la asistencia diaria de los indios a la doctrina, pero los documentos reflejan gran diversidad de opiniones en torno a los alcances de su comprensión del cristianismo. Éstas iban desde los más optimistas que hablaban de la perfecta inteligencia de los indios, hasta los que se lamentaban de su corta capacidad. Tampoco la aceptación de los indios de la religión cristiana era homogénea. Algunos habían mostrado resistencia a la congregación pero no a la cristianización; en contraste, otros asociaban su gentilidad con la abundancia de tierras y su vida posterior al bautizo con carencias. Los religiosos eran conscientes de las dificultades del proceso de conversión y de las amenazas que podían hacerlo tambalear: “…ya grandes y después de acostumbrados a sus vicios e idolatrías, como a éstos les es insoportable la asistencia diaria a la explicación de la doctrina y durísimo el vivir como cristianos. Dejando sus vicios y depravadas costumbres, al menos pensar se huyen a los cerros, ya con sus familias, ya dejándolas desamparadas…” 22 Los religiosos tenían razones para preocuparse, pues a su llegada a la Sierra Gorda los pames todavía reconocían al sol por dios. No fueron suficientes las prédicas de los frailes ni la seguridad en el abasto ofrecida por las misiones para acabar con las antiguas creencias. En plena época de consolidación de las misiones se encontró en lo alto de un cerro el adoratorio de Cachum, identificada como madre del sol.23 Su sacerdote era un indio viejo a quien los indios acudían para que intercediera ante la diosa y ésta les concediera agua para sus siembras, curación en sus enfermedades, éxito en sus viajes y mujer para casarse; a cambio le ofrecían votos y obsequios.24 Asimismo, cerca del adoratorio se encontraron los sepulcros de varios indios principales que habían pedido ser enterrados allí.25 El episodio denota las persistencias de la religión anterior, pero simultáneamente muestra cómo empezaban a dar fruto los afanes de los frailes, pues la existencia de la diosa 22 AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 103. La diosa se representó a través de una escultura de la cara de una mujer tallada en piedra; se consigna que también se hallaron otros idolillos. 24 Francisco de Palou, Fray Junípero Serra y su obra, México, SEP, [s. f.], p. 51. 25 Se trata de una permanencia interesante de costumbres antiguas; Kirchhoff menciona que los pames hacían templos en los cerros y cerca de ellos sepultaban a sus principales. Paul Kirchhoff, “La unidad básica de la cultura de los recolectores-cazadores del norte de México”, en El norte de México y el sur de Estados Unidos, México, Sociedad Mexicana de Antropología, 1944, p. 133-144. 23 DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 55 fue revelada por los propios indios, lo cual permitió acabar con su culto y enviar la imagen al colegio de San Fernando como prueba del triunfo de la fe cristiana. Aún así, algunos años después, tenemos noticias de que persistía la creencia de los pames en hechiceros; éstos por supuesto, debían actuar en secreto y amenazaban con hacer daño a quien los delatara ante los religiosos.26 Un asunto que resulta clave es el de las modificaciones introducidas en el aspecto político. Según los usos y costumbres de los pames la opinión del miembro más viejo de la familia era clave para tomar decisiones importantes como matrimonios, entierros, trabajo y venta de bienes, entre otros asuntos.27 Sin embargo, al avanzar la colonización en la zona empezaron a introducirse otros mecanismos para el ejercicio del poder y desde el siglo XVII los pames habían empezado a elegir sus autoridades locales. Los misioneros, siguiendo las Leyes de Indias, reconocían el autogobierno indígena en las misiones, aunque elemental y limitado. En general se buscaba respetar la estructura social existente, nombrando a los indios más prestigiados,28 pero los cambios en el grupo de la elite eran inevitables; los frailes buscaban aliados para su labor y no todos los principales resultaban igualmente útiles para esa función. Se esperaba de los oficiales de república colaboración decidida para el triunfo de la causa misional; se les pedía, por ejemplo, controlar las fugas y revisar los padrones. No obstante, muchos oficiales elegidos no sabían ni firmar; de ello resultaba un amplio margen de dependencia de los religiosos; ahora ellos mandaban y quienes antes ocupaban un status más alto entre los indígenas debían subordinárseles. En conjunto puede observarse cómo el establecimiento de las misiones había trastocado drásticamente la vida de los pames. Ante los nuevos modelos de conducta, trabajo y religiosidad creo posible hablar de un efecto de desorientación cultural, complejo y heterogéneo 26 Así lo consigna fray Juan Guadalupe Soriano, religioso franciscano descalzo de la provincia de San Diego, en su “Prólogo historial”, en el cual incluye interesantes noticias sobre las prácticas de hechicería vigentes entre los pames asentados en las misiones del colegio de San Francisco de Pachuca en la zona de Zimapán. Véase “Prólogo historial de fray Juan Guadalupe Soriano (Jiliapan, Zimapán, 1767)”, en Héctor Samperio Gutiérrez, Historiografía hidalguense II, Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas, 1978-1979 (Anuario de la Revista Teotlalpan, números 10, 11 y 12), p. 149-151. No tenemos detalles tan específicos sobre actividades de hechicería realizadas por los pames de las misiones fernandinas, sin embargo, las persistencias religiosas consignadas y el contacto continuo con Zimapán permiten inferir que éstas podrían haber tenido importancia, a pesar del control ejercido por los misioneros. 27 Heidi Chemin Bässler, Los pames, [s. l.] CONACULTA-Culturas Populares Unidad Regional Querétaro, 1997, p. 155. 28 Bolton, op. cit., p. 51-52. 56 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO como lo era la respuesta de los indios a las normas obligatorias establecidas por los misioneros. El proceso de aculturación iniciado con la incorporación de algunos elementos de la cultura de los dominadores había dado paso a una desestructuración radical de su antigua forma de vida.29 Al lograr el anhelado bienestar material los religiosos habían conseguido tener a los indios a su alcance y vigilar estrechamente su comportamiento. Muchos aceptaron el dilatado poder ejercido sobre ellos, pero otros buscaron vías para demostrar su inconformidad, como lo hicieron Agustín Pérez y sus seguidores, quienes con sus acciones hicieron evidente su afán de acabar con el orden misional. Los religiosos debieron resentir la gravedad del asunto al no contar con posibilidades de controlarlo, pues su ámbito de acción eficaz era sólo al interior de las misiones. Como los conspiradores se habían evadido de ellas fue necesario pedir el apoyo de las autoridades civiles para castigar a los disidentes y acabar con la amenaza de la propagación generalizada de su propuesta. Aquí entra en juego una interesante articulación entre los misioneros y otras instancias de poder más generales. Es importante saber qué ofrecía Pérez a quienes se sumaran a su iniciativa. La respuesta es sugerente: les aseguraba tendrían tierras abundantes, alimento, dinero, libertad para comerciar y mayor soltura. A cambio, decía, pagarían únicamente un corto tributo, el cual sería fácil de cubrir, pues tendrían mucho maíz. Debe señalarse que Pérez incluía en su oferta beneficios derivados de la permanencia de las misiones; en los hechos, de salir los frailes de la zona, sólo la promesa referente a la mayor soltura resulta creíble. Es necesario subrayar que Pérez no se mostraba opuesto a la religión cristiana, sino sólo al régimen disciplinario de los fernandinos. Proponía que desde sus rozas los indios bajarían a oír misa y a rezar, pero solamente quienes quisieran, pudiendo dar prioridad a la atención a sus milpas. En otro momento les ofreció construirles una iglesia o la posibilidad de ir a la de Escanela o Ahuacatlán; incluso el cura de Escanela, Tiburcio de Salazar, se entrevistó con los alzados; éste aseguraba que si los indios quedaban a cargo suyo no los haría trabajar tanto como los misioneros. De todo esto se deduce que Pérez y sus seguidores no se 29 Para la reflexión sobre el proceso de aculturación se retomaron ideas de Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio sociocultural en México, México, Fondo de Cultura Económica-Universidad Veracruzana-Instituto Nacional Indigenista-Gobierno del Estado de Veracruz, 1992, 238 p. (Obra Antropológica, v. 6); de Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, 311 p.; y de Nathan Wachtel, “La aculturación”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la historia. I. Nuevos problemas, Barcelona, Laia, 1985, p. 135-156. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 57 rehusaban a estar sometidos, pero pedían un control más laxo. Los ofrecimientos referentes al cuidado espiritual evidencian cómo la religión cristiana ya ocupaba un lugar importante en la vida de los pames. El movimiento contra los religiosos estaba lleno de contradicciones; los inconformes sólo conseguirían la secularización argumentando que los indios de las misiones vivían en muy buenas condiciones, listos para vivir sin tutela; en razón de ello describían a los pames como “muy racionales y ladinos”. Hablaban con insistencia de las muchas familias asentadas, de la abundancia de tierras fértiles, de los avances en la instrucción religiosa y en la vida política, de las iglesias bien edificadas, todo lo cual de alguna manera significaba un reconocimiento a la labor de los misioneros. Como otra prueba de su preparación decían que muchos indios hablaban castellano, otomí o mexicano. No obstante, aun el propio vocabulario pame reflejaba una cultura mestiza, en la cual el contacto prolongado con los colonizadores había dejado huella.30 Un aspecto muy relevante de este movimiento es la búsqueda de una acción concertada por parte de los inconformes. Pérez primero buscó adeptos para su petición de curas entre los habitantes de Jalpan, con quienes se reunía en secreto, a solas, preferentemente de noche, pidiéndoles actuaran con disimulo mientras el asunto caminaba; asimismo, afirmaba contar con un espía dentro de la misión para avisarle de todo lo necesario. En particular buscaba evitar se enteraran del asunto los oficiales de república, pues se lo harían saber a los padres, a quienes se ocultaba la iniciativa. Varios de los indios involucrados tenían algún oficio: se menciona un herrero, un carpintero y un albañil. El aprendizaje de estas actividades probablemente estuvo vinculado a la construcción de las iglesias e irónicamente, tras haberse formado junto a los padres, buscaban su sustitución. Poco más adelante entre varios indios de Concá, encabezados por Lorenzo de la Cruz, fiscal e intérprete de su misión, también se empezó a planear traer un cura. En este caso los indios pasaron directamente a la acción, pero sin tener una idea clara de con quién acudir para conseguir su propósito. Primero fueron a Valladolid a llevarle su solicitud escrita al obispo; allí los mandaron a Querétaro, al convento de San Francisco, pero los frailes dijeron que las misiones no dependían de ellos. Fueron luego a Cadereita ante el capitán Juan de Rivera Maldonado, teniente de capitán general de las fronteras de Sierra Gorda, sus presidios y misiones, quien los instó a volver y les dio cartas 30 Leonardo Manrique Castañeda, “Análisis preliminar del vocabulario pame de fray Juan Guadalupe Soriano”, en Anales de Antropología, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, v. XII, 1975, p. 324. 58 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO para evitar fueran azotados. Sin embargo, al regresar a la región encontraron un mensaje para reunirse con Pérez, por lo cual no entraron a su misión. Los frailes enviaron a algunos indios a seguir a los huidos, pero éstos se sumaron a la confabulación. Luego los de Concá vieron a Juan Márquez y Mariano Lobatón; ellos los instaron a perseverar y les ofrecieron darles cartas para un conocido en México, quien los pondría en contacto con el arzobispo para conseguir su objetivo. Les decían que si conseguían cura podrían tratar directamente con los españoles, trabajar en las minas y comerciar; por cierto no les mencionaban las desventajas de ello. En ambas misiones existía un líder local promotor de la iniciativa de secularización; sin embargo, los dos buscaron sumar fuerzas. Lorenzo de la Cruz reconoció implícitamente el mando de Pérez, quien vería aumentada su influencia más allá de su propia misión. Los dos jefes eran hombres ligados a la elite indígena, como se ha señalado antes, en tiempos pasados más poderosa y entonces sometida a los misioneros. Pérez tenía varios motivos de resentimiento hacia los misioneros: “…siendo como es el nominado Agustín Pérez, tan sedi[ci]oso, osado y vicioso por todos términos que habiéndole puesto de gobernador, de dicha misión de Jalpan luego que se concluyó su congregación, fueron tales sus excesos, que se vio precisado a despacharle a un obraje, de donde, porque pretextó la enmienda le sacó, y en lugar de ella, vuelto a dicha misión repitió la sedición e inquietud…”31 Respecto de las razones de Lorenzo de la Cruz para buscar la salida de los misioneros, la información es bastante difusa. En el caso de Pérez se había manifestado una fractura entre un miembro de la elite y los misioneros. Sin embargo, eso no ocurrió con otros indios identificados como principales. Algunos fueron capaces de crear alianzas con ellos; ese fue el caso de Baltazar Coronel, cuya historia puede contraponerse a la de Pérez. Coronel había sido gobernador en Jalpan en 1737; un año después hubo quejas por excesos en el cobro de derramas y diversas crueldades cometidas por él, pues con el apoyo del fraile agustino encargado del lugar había logrado quedar como escribano y se aprovechaba de que el gobernador electo era iletrado para excederse en sus funciones. Tras la denuncia fue encarcelado por un tiempo.32 Sin embargo, a la llegada de los misioneros, Coronel, descendiente de indios pames y mexicanos, resultó pieza clave como intérprete en las diligencias de fundación de las cinco misiones, pues 31 32 AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 403. AGN, Indios, v. 54, exp. 301, f. 275. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 59 sabía castellano y las lenguas de la región; los misioneros agradecidos le concedieron título de cacique, tierras y lo señalaban como ejemplo de lealtad.33 Resulta notable que él fue quien sustituyó a Agustín Pérez como gobernador en la primera elección realizada tras el establecimiento de las misiones. Puede observarse que las concesiones de los misioneros reforzaban el status de algunos miembros del gobierno indígena; en cambio, se desplazaba a otros de la posibilidad de seguir ejerciendo su anterior influencia. De cualquier manera Pérez había sacado lecciones provechosas de su contacto con el mundo español; mostró tener una idea bastante clara de las redes de la estructura institucional novohispana y promovió que llevaran un escrito a México al juez de tributos, ofreciendo incorporarse como contribuyentes si eran secularizadas las misiones. La iniciativa era interesante, pues sonaba factible la aceptación de tal oferta. Pero no quedaba allí la búsqueda de apoyo; pretendía presentar su petición ante el propio virrey, expresando su confianza de ser bien recibido por él.34 Pérez, como queda en evidencia, no se manifestó inconforme con las estructuras de dominación colonial y reconoció la legitimidad de las autoridades generales de la Nueva España. Resulta necesario reflexionar sobre el papel desempeñado por la gente de razón involucrada en los alborotos. El personaje más activo de éstos fue Mariano Lobatón, teniente de alcalde mayor del real de Escanela. Llaman la atención varios datos sobre él: era mestizo, había sido soldado en Jalpan y tuvo conflictos por los cuales había sido castigado en el pasado: “…es de color quebrado, casado con india de dicha misión de Jalpan, de la que era soldado poblador, y por torpes excesos lo tuvo su señoría en esta capital desterrado de dicha misión más de año y medio…” 35 Lobatón realizaba reuniones de los inconformes en su casa y les ofrecía fondos. Además, se comprometió a ver al cura de Escanela y al alcalde mayor de Cadereita con objeto de pedirles apoyo para la secularización; sin embargo, se mostró renuente a realizar él mismo un escrito pidiendo cura, seguramente pensando en eventuales escarmientos. Manifestó actuar preocupado por el bienestar de sus cu- Baltazar Coronel siguió desempeñando un papel clave más adelante, pues se menciona que fue el maestro de pame de fray Junípero Serra. Maynard J. Geiger, The Life and Times of Junípero Serra, O.F.M., or The Man who Never Turned Back (1713-1784), Washington, Academy of Franciscan History, 1959, v. I, p. 111. 34 Taylor comenta que en los últimos años del dominio español se presentó una avalancha de litigantes indígenas ante el virrey, a quien aceptaban como autoridad y árbitro legítimo. William Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 243. 35 AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 404. 33 60 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ñados, indios de la misión de Jalpan, pero, obviamente esperaba recibir algo a cambio de sus gestiones: pedía un pedazo de tierra cuando se consumaran los planes y también se menciona que le daban zacate para su caballo cuando se reunían con él. Por desgracia no contamos con información equivalente respecto de Juan Márquez. De los Saldívar y los De la Rama, ambas familias de colonos bastante conocidas, se decía que contribuirían económicamente al buen éxito del asunto; también se esperaba juntar dinero entre los españoles de Saucillo, el Sabino y otros ranchos. La historia de la relación entre la familia De la Rama y los misioneros ilustra con claridad cómo se había deteriorado la situación entre los colonos influyentes y los frailes. Gaspar Fernández de la Rama, propietario de trapiches en una hacienda cercana a Concá y minero en Escanela, recibió a los misioneros a su llegada en su propia casa y fue su síndico; sin embargo, pronto estalló un conflicto entre ellos por las tierras asignadas a la misión de Concá.36 El escenario se complicó cuando la misión de Concá estableció un trapiche y empezó a comercializar piloncillo, producto antes monopolizado por De la Rama. Éste se mostraba disgustado de que los religiosos se salieran de “la sagrada predicación, educación y conquista de las almas [pues al instalar el trapiche referido] se ha trascendido a lo mundano y temporal”,37 por ello pidió la mudanza de la misión y la restitución de sus tierras; además, exigió que los religiosos no se metieran en su pleito con los indígenas. Éstos se habían quejado, pues De la Rama los hacía lazar y amarrar y los obligaba a trabajar aun de noche, sin pagarles con dinero sino con productos vendidos a precio excesivo. El enfrentamiento se hizo frontal: “ha divulgado que ha de quitar las misiones aunque se quede sin camisa”.38 Los religiosos contestaban en el mismo tono; decían que habían tratado de convencer a los indios de que trabajaran para De la Rama, pero ellos “aborrecen tanto el de la labranza y peculiar tráfico del referido capitán que primero quieren perecer de hambre que ir con él...” 39 La enemistad continuó todavía tras la muerte de Gaspar Fernández De la Rama, pues los que buscaban la secularización se reunieron algunas ocasiones en Guasquilico, la hacienda de fundición de su hijo Cristóbal de la Rama. Los Saldívar también estaban resentidos con los fernandinos por asuntos de tierras: “todos los Saldívares decían que le ayudarían porque 36 37 38 39 AGN, AGN, AGN, AGN, Indios, v. 54, exp. 221, f. 208. CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 62v. Indios, v. 54, exp. 221, f. 208v. CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8) f. 71. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 61 todavía sentían que por causa de los padres se habían mudado de la tierra…” 40 Varios colonos habían seguido incitando a los indios de las misiones a huir a los cerros, con el argumento de que allí tenían mejores siembras y no trabajaban tanto ni los azotaban. Además, según se afirmaba, los inducían a la displicencia, así como al odio a los misioneros y a la doctrina cristiana. Resulta fundamental saber cuál fue la reacción tanto de los misioneros como de las autoridades civiles de la región ante los disturbios. En la denuncia de los hechos los misioneros pasaron a ser parte agraviada. El presidente de las misiones, fray Juan Ramos de Lora, acusó a los inconformes de querer desacreditar a los misioneros por medio de calumnias, causándoles gran pesar: “han procurado al mismo tiempo los mencionados cabecillas, con falsas imposturas, y conocidas calumnias, desacreditar la buena conducta de los padres ministros, vulnerándoles su crédito, y denigrándoles su ajustado proceder procurando obscurecer la verdad, y esparciendo voces siniestras y ajenas de ella…”41 Las averiguaciones se establecieron como un medio de acabar con las inquietudes en las misiones. No se llegó a plantear el apoyo a la iniciativa de secularización, a pesar de que las diligencias fueron encomendadas específicamente a las autoridades civiles de la zona, en específico a don Joaquín Alejo Rubio, teniente de capitán protector del presidio y poblado de Nuestra Señora del Mar de Herrera, quien en última instancia era también un colono y podía ver con agrado la salida de los frailes. Rubio, a su vez, rendía informes a don Juan de Rivera Maldonado, teniente de capitán general de las fronteras de Sierra Gorda, sus presidios y misiones; este último en varias ocasiones había reconocido el buen estado de las misiones gracias a la labor de los religiosos. Como medida de precaución se pidió a los capitanes de los contornos que estuvieran con las armas listas para lo que se ofreciera. Rivera Maldonado consultó al virrey sobre cómo apaciguar las inquietudes de los indios; éste le respondió que debía castigarse a los cabecillas después de que Rubio hiciera las averiguaciones pertinentes. El procedimiento fue interrogar a un abundante número de indígenas de Jalpan, Concá y Tancoyol por medio de un intérprete, pues la mayoría se expresaron en idioma pame. Es interesante que varios de los interrogados eran jóvenes y en su testimonio afirmaron no recordar cómo había sido la vida antes de la llegada de los misioneros, pues eran niños entonces; sin embargo, aceptaban “la autoridad de los ma- 40 41 Ibid., f. 117v. Ibid., f. 113. 62 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO yores”, como Pérez, quien además había sido gobernador, cuando les decía que era mejor estar sujetos a un cura.42 ¿Cuál fue la respuesta de la comunidad de las misiones a la iniciativa de Pérez, De la Cruz y demás confabulados? Varios de los involucrados empezaron a hablar de la necesidad de esperar otra ocasión más propicia y acabaron por desistir del intento. Luis de la Cruz pidió perdón a los frailes por instrucción de Silvestre Coronel, aunque ambos habían participado de las inquietudes. Tras algunos titubeos la mayoría de los indios eligió el camino más seguro y optaron por seguir apoyando a los misioneros, pues reconocían que con ellos tenían garantizadas sus necesidades básicas. A cambio de esto se mostraban dispuestos a soportar el orden misional con todo y sus inconvenientes; querían acabar con el asunto y regresar a la “normalidad”. Uno de los indios interrogados lo expresó así: “aunque trabajaba en su misión tenía seguro con los reverendos padres maíz y frijol y carne cuando la había”.43 En Jalpan los oficiales de república en funciones y muchos de los anteriores, incluyendo a algunos de los que habían estado en contacto con los alborotadores, se dirigieron a Rubio para decir que no querían cura; según ellos los pocos que habían dado su nombre a Pérez lo habían hecho por miedo. La razón de su decisión era clara: decían no tener lo suficiente para sus familias, de lo cual se derivaba su imposibilidad de pagar cura y tributo. Según expresaban, los desórdenes les habían acarreado incluso el disgusto divino: Dios los había castigado con enfermedades y mortandad por andar en tales enredos. Se mostraban preocupados de que llegaran religiosos desconocidos, quizá no mejores, a hacerse cargo de las misiones: “no está bueno que nos quiten nuestros padres y que vengan otros padres a quienes no conocemos ni podemos mantener.”44 Finalmente acusaron a Pérez de buscar mujeres para pecar y de no querer a los padres, pues éstos lo castigaban por sus líos de faldas.45 Ellos también pedían se enviara un escrito al virrey y el castigo de los alborotadores, desterrándolos de las misiones. 42 E. P. Thompson postula que cada generación está en relación de aprendiz con sus mayores, lo cual constituye el mecanismo para la transmisión de las tradiciones, perpetuadas por transmisión oral con un determinado repertorio de anécdotas y ejemplos narrativos. E. P. Thompson, “La sociedad inglesa del siglo XVIII ¿lucha de clases sin clases?”, en Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona, Crítica, 1984, p. 43. 43 AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 119v. 44 Ibid., f. 124v. 45 Según la Relación de Querétaro entre los otomíes sólo los principales podían tener varias mujeres, lo cual daba a la poligamia un rasgo de status social que algunos buscarían conservar. René Acuña (editor), Relaciones Geográficas del siglo XVI: Michoacán, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1987, p. 207-248. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 63 Los indios principales de Concá, incluso también varios de los implicados, igualmente presentaron un texto en el cual manifestaron estar tristes porque Lorenzo de la Cruz y Pérez habían pedido curas a quienes debían alimentar y pagar por las misas y sacramentos. Dijeron no estar listos para ello “todavía” y de igual forma se mostraron renuentes a la llegada de padres desconocidos. Señalaban que De la Cruz buscaba libertad para hacer sus embustes y quería otros padres para librarse de nuevos escarmientos: “los padres lo han castigado porque es mala gente y dicen muchos que es hechicero y que anda siempre enredando a la gente…”46 No hay más referencia a sus actividades de hechicería; probablemente se buscaban más argumentos para reforzar su petición de que fuera castigado y no pudiera regresar a la misión. ¿Cómo actuaron los fernandinos en su calidad de autoridades inmediatas, al mismo tiempo que de agraviados? Se consigna que perdonaron a quienes regresaron a las misiones mostrándose arrepentidos. A su pesar, los cabecillas se les fueron de las manos y todavía buscaron quien los representara y defendiera.47 Pérez y De la Cruz acusaron a los religiosos por haber tomado presas a la mujer e hija del primero y por confiscarle sus animales; también, denunciaron, habían encarcelado a otros indios involucrados y a Juan Márquez. Lobatón sí había logrado evadirse. Incansables, ambos indios volvieron a presentar sus argumentos para solicitar curas y pidieron la libertad de los presos mencionados. Las aguas siguieron agitadas. Pocos meses después del episodio en cuestión, fray Juan Ramos de Lora se dirigió a Escandón pidiéndole visitara la zona, entre otros objetivos para que acabara con las inquietudes posteriores al movimiento de Agustín Pérez y Lorenzo de la Cruz. Entonces narró cómo los inconformes habían seguido en plena actividad. Agustín Pérez logró presentarse ante el arzobispo. No obtuvo su apoyo para la secularización y éste lo reconvino acremente, amenazándolo con enviarlo a un presidio si volvía a meterse en alborotos, pero le dio una carta para que pudiera volver a su misión sin que lo molestaran, tras lo cual regresó a ésta, de donde poco después volvió a huir. Siguieron entonces las gestiones de Pérez: dejando otra vez tal revolución en Jalpan que ya estaba todo medio sosegado, que no fue esta segunda revolución inferior a la primera, y habien- 46 AGN, CDHM, 2a. serie, t. II (v. 8), f. 124v. Era común, según Taylor, la aplicación de castigos poco severos a los cabecillas indígenas, quienes con frecuencia salían antes del término de la sentencia, op. cit., p. 183. 47 64 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO do enfermado en su fuga se fue al colegio de San Fernando enfermo en donde pidió perdón de lo pasado y suplicó encarecidamente le permitiesen mudarse a vivir con su familia a la misión de Tancoyol, porque ya no le convenía estar en Jalpan; y habiéndolo allí curado por haberse visto muy malo ya convalecido lo enviaron con cartas para que no se molestase y lo dejasen venir a Tancoyol…48 Habiendo visto frustrado su intento, Pérez buscaba evitar las represalias y se movió con mucha habilidad para salirse con la suya. Él y sus compañeros de avatares no obtuvieron entonces la secularización; quizá les quedaba el consuelo de saberla inevitable. Finalmente, Agustín decidió no regresar a las misiones, sino que se quedó en Zimapán junto con otros indios fugitivos haciendo carbón para vender; allí también se encontró con su viejo conocido Mariano Lobatón. Desde ese lugar seguían en contacto con los indios de las misiones que acudían todos los domingos al tianguis. Juan Márquez, mientras tanto, ya se encontraba libre en Cadereita. El presidente de las misiones serragordanas se quejaba de que no había habido resultado de las anteriores diligencias practicadas por Rubio y había razones para maliciar de su falta de empeño. Según fray Juan Ramos de Lora, por la falta de castigo no se acababan de sosegar los indios de las misiones: “pues con el ningún miedo que cobran a vista de los otros se alientan muchos a poner en ejecución cualquier desacato o maldad…”49 Esto resultaba particularmente delicado, pues podía incitar a la huida de los indios y a nuevos episodios de oposición a los frailes. Escandón decidió tomar cartas en el asunto. Se dirigió a fray Joaquín Osorio, ministro de Concá, para pedirle su opinión sobre la situación en las misiones. A él explicó cómo había seguido pendiente de la situación de Sierra Gorda: “No habiéndome permitido el continuo tráfago de la expedición de esta costa del Seno Mexicano, pasar a visitar las misiones de la Sierra Gorda, para darles la última mano (lo que he deseado mucho) di orden al capitán comandante, don Juan de Ribera Maldonado, mi lugarteniente en ella, lo hiciese, en las de Jalpan, Landa, Tilaco, Tancoyol y Concá….” 50 Tras recibir los informes solicitados Escandón decidió actuar; se refirió a los culpados como “cuatro zánganos viles” y ordenó fueran castigados. Pidió a Juan de Valverde, vecino comerciante de Zimapán, 48 49 50 AGN, Provincias Internas, v. 249, f. 398-399. Ibid., f. 399v. Ibid., f. 407 DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 65 que sin tardanza llevara presos a Agustín y sus secuaces 51 ante el virrey y le autorizó a pedir ayuda de otros soldados si la necesitaba, amenazando con castigar a quien se negara. Sobre Lorenzo de la Cruz, quien estaba en Santa María del Río, de donde era su mujer, se determinó que se quedara allí sin poder ir a las misiones, bajo pena de pasar tres años en un obraje o presidio. Valverde debía notificarle a Mariano Lobatón el destierro por diez años de 40 leguas de las misiones, a cumplirse en un plazo de tres días desde la notificación; de lo contrario éste se verificaría en un presidio ultramarino. A Juan Márquez sí se le ordenó pasar por diez años a ultramar. Se advertía a los demás pobladores que de continuar los alborotos se les aplicaría la misma pena. Poco después de los sucesos narrados Vicente Posadas, vecino de Río Verde, comisionado por Escandón, visitó las misiones. En sus comentarios traslucía su desacuerdo con que en ese tiempo se pusieran curas: “…por propensión natural inclinados dichos indios a la deserción y vida brutal de los montes en que se hallaban connaturalizados no estando bien radicados aún todavía [sic] en lo católico hallándose como se hallan en las cercanías muchos bárbaros que los inducirían a la deserción que será indubitable faltando el celoso cuidado de los ministros que los están criando y conteniendo con conocimiento práctico que es difícil hallar en un cura…” 52 También decía que las cortas obvenciones a obtener harían imposible poner un sacerdote secular en cada misión y mencionaba con inquietud el caso de la misión de Ahuacatlán, que se encontraba en buen estado pero se despobló en cuanto se agregó al curato de Escanela. A la postre las cinco misiones serragordanas fueron secularizadas en 1770. Los temores de Posadas se cumplieron: sólo se establecieron curas de fijo en Jalpan y Landa; los otros tres pueblos quedaron con el status de visitas. Según los documentos fueron los propios indios quienes pidieron seculares; 53 esta vez, como en el momento de las fundaciones, su petición era coincidente con otras circunstancias, lo cual “permitía concedérselas”. Entonces los misioneros dijeron ya no considerar necesaria su presencia en la zona, y se manifestaron “prontísimos” a entregar sin tardanza las misiones, pues ellos debían partir a California donde eran indispensables para continuar la labor de los jesuitas, recientemente expulsados. tres. 51 Sólo se identifica a Silvestre ¿Coronel? y a Cruz su sobrino, aunque se dice que eran 52 Ibid., f. 415v. AGN, Archivo Histórico de Hacienda, v. 623, s. f. 53 66 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO En este contexto se hizo el repartimiento de las tierras entre los indios con la emisión de la documentación pertinente para evitar futuras discordias y despojos.54 Las autoridades indígenas desempeñaron un papel importante, pues ellos recibían las tierras, así como las construcciones y herramientas poseídas en común. Se les recomendó siguieran con la práctica de entregar raciones; lo cierto es que las precauciones eran vanas, la prosperidad lograda desaparecería con la ausencia de los misioneros y lo mismo ocurriría con la coraza protectora que mantenía a raya a la gente de razón. Los siguientes años hubo continuas quejas contra los colonos, quienes invadían tierras y se llevaban el ganado. A consecuencia de los continuos abusos, muchos indios acabaron metidos en bosques y barrancos, dedicados a sus antiguas actividades de recolección, como antes de la fundación de las misiones. Aun así tenemos noticia de que los indios de Concá no se quedaron cruzados de brazos y nombraron a un apoderado para que defendiera sus intereses en la ciudad de México. Tras la secularización, las deserciones de los indios de sus pueblos se incrementó, pese a proseguir en funciones los soldados de Saucillo, quienes, por cierto, reanudaron su solicitud de tierras. En 1780, a diez años de la salida de los misioneros, era necesario exhortar a los indios a que sembraran para sostener a su vicario. En 1790 se presentaron quejas por el precio excesivo de maíz, lo grave era que se acusaba al propio cura de tener maíz encerrado y provocar carestía. Los indios vivían una problemática diferente, al parecer más difícil que en los tiempos de las misiones. Consideraciones finales Las acciones encabezadas por Agustín Pérez, Lorenzo de la Cruz y su grupo de aliados en desafío al orden misional presentan varios rasgos dignos de subrayarse, tanto desde la perspectiva de la historia misional como para reflexionar en torno a las variantes de los movimientos disidentes. Los intereses de quienes se movían dentro de las misiones o en torno a ellas no siempre eran coincidentes con los de los misioneros; del intento por hacer prevalecer los de cada grupo podía surgir el conflicto. 54 En 1765 se habían hecho algunas diligencias encaminadas a la realización de un repartimiento de tierras en Sierra Gorda; entonces los colonos no presentaron contradicción, seguramente en espera de ocasión más propicia: la salida de los misioneros. DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 67 El episodio estudiado nos permite acercarnos al tipo de enfrentamientos que tenían lugar al desarrollarse un proyecto misional determinado. No fue ésta la única ocasión en la cual se presentaron disputas en las misiones fernandinas de la Sierra Gorda; sin embargo, debe insistirse, los involucrados en este caso intentaron llegar bastante lejos; buscaron de plano la salida de los misioneros y el fin del orden material y espiritual creado por ellos. Un aspecto que considero relevante es que el grupo de inconformes con las misiones logró una acción concertada, la cual se hizo presente a varios niveles. El líder de cada una de las misiones donde se presentaron alborotos consiguió seguidores inicialmente entre la comunidad local, pero este límite se trascendió pues se sumaron las fuerzas de los dirigentes y adeptos de dos misiones distintas; además, se contó con ayuda desde afuera proporcionada por algunos colonos interesados en la salida de los misioneros. No obstante, la alianza fue coyuntural; unos y otros pretendían obtener beneficios particulares, a la larga contradictorios, de su participación en el pronunciamiento contra los misioneros. Las motivaciones específicas de los dos líderes indígenas resultan de interés. Dada su renuencia a aceptar las implicaciones de la vida en las misiones, ambos habían sido castigados en el pasado y habían ido acumulando resentimientos contra los misioneros. Es sugerente reflexionar sobre cuál era la fuente de autoridad de Agustín Pérez y Lorenzo de la Cruz. Como miembros de la elite indígena, aunque de la desplazada por los frailes, demostraron que gozaban de un prestigio muy útil para conseguir simpatizantes para su iniciativa. Además, como pudo observarse, Pérez era un hombre informado y audaz, se movía con gran soltura en el mundo de los españoles, supo bien a cuáles autoridades religiosas y civiles acudir para promover sus intereses y eludir castigos. De la Cruz no demostró el mismo conocimiento del ámbito legal hispano, lo cual pudo ser una razón para que reconociera el mandato general de Pérez sobre el movimiento. En el caso de los colonos, los problemas entre ellos y los misioneros se habían presentado desde épocas muy tempranas; por ello no fue nada raro su apoyo a una iniciativa cuyo propósito era el fin del control ejercido por los fernandinos sobre los hombres y los bienes del noreste de la Sierra Gorda. Los colonos, por otro lado, fueron también los comisionados para poner orden tras los disturbios. Evidentemente les convenía fingir diligencia y tardarse en cumplir este mandato. La falta de empeño de las autoridades locales quedó en evidencia, a pesar de los lamentos de los misioneros y de las órdenes emitidas por autoridades regionales de mayor jerarquía y por el propio José de Escandón, 68 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO quien demostró estar todavía muy involucrado en la problemática de la zona. De cualquier modo, por muchas dilaciones y disimulos que hubiera en el asunto, los promotores de la salida de los misioneros tenían perdida la batalla legal. La secularización de las misiones serragordanas era un hecho inevitable, pero sólo se haría cuando las autoridades del virreinato lo juzgaran conveniente y así lo ordenaran. Las quejas presentadas por los líderes inconformes con el sistema misional eran de índole muy diversa; incluían asuntos como la escasez de alimentos, las extenuantes jornadas laborales, las exigencias doctrinales, los castigos, las injerencias de los frailes en el ámbito político, entre otras. A mi juicio el aspecto político revistió especial relevancia, pues era la cuestión que había afectado más directamente a algunos de los miembros de las elites indígenas, como Pérez y De la Cruz. Sin embargo, sus adeptos bien pudieron sumarse por estar contra el conjunto de las normas o sólo contra una parte de ellas. No es difícil imaginar las motivaciones que tendrían los indios del común para sumarse al movimiento; el establecimiento de las misiones había conllevado transformaciones drásticas en su forma de vida, actividades y costumbres. Pero no todos los cambios eran negativos; la mayoría de los pames encontró en las misiones fernandinas de la Sierra Gorda una alternativa viable de vida a la que pudieron adaptarse. No eran desdeñables la seguridad en el abasto y la protección ofrecida por los misioneros. Yo creo que esto explica el fracaso de la batalla social que libraron Agustín Pérez y Lorenzo de la Cruz para conseguir el consenso entre sus comunidades para la iniciativa secularizadora. Incluso fue fácil la reconciliación con los frailes; éstos deseaban fervientemente que las aguas regresaran a su cauce y lo mostraron otorgando el perdón a quienes se habían sumado a los alborotos. No sabemos a ciencia cierta si los hechos de 1761-1762 de alguna manera pudieron crear un precedente que incidiera luego en que la secularización efectivamente ocurriera. Lo que sí quedó claro es que ésta tuvo consecuencias no mencionadas en el intento encabezado por Pérez y De la Cruz. El contrasentido de esta historia es que el éxito posterior del proyecto impulsado por los disidentes para terminar con el orden misional acabó por perjudicar a los indios al dejarlos indefensos. El resultado de la secularización no fue el esperado, pero de cualquier modo el paréntesis se cerró. Por último, me gustaría destacar que los hechos analizados nos invitan a repensar la idea de que la disidencia está necesariamente asociada a períodos de crisis. En el caso estudiado el conflicto se presentó cuando se había conseguido la estabilidad material de las misiones y DESAFÍOS AL ORDEN MISIONAL EN LA SIERRA GORDA 69 el sistema parecía funcionar mejor según las intenciones de sus impulsores. Sin embargo, todas las exigencias y presiones que conllevaba acabaron por poner en peligro de crisis al propio sistema misional. No resulta extraño terminar esta narración con una paradoja. SOBRE LA RELATIVIDAD DE LA DISIDENCIA O LA DISIDENCIA COMO CONSTRUCCIÓN DEL PODER: DISIDENCIA Y DISIDENTES INDÍGENAS EN SIERRA GORDA, SIGLO XVIII GERARDO LARA CISNEROS Facultad de Filosofía y Letras, UNAM ¿Disidencia desde dónde? Tal vez uno de los asuntos que plantea mayores problemas para la investigación histórica es el manejo y delimitación de ciertas categorías conceptuales que por su amplitud pueden resultar demasiado escurridizas. Un ejemplo de esto es el de disidencia. En este sentido, algunas de las preguntas básicas que podrían hacerse son: ¿qué es la disidencia? ¿quién puede llegar a convertirse en disidente? ¿por qué se da ese paso? Desde la perspectiva histórica, las respuestas pueden ser muy diversas y polémicas. En el caso concreto de la historia de México es una categoría que no ha gozado de tanta fortuna como otras, por ejemplo las de rebeldía, revolución, o incluso resistencia, por mencionar quizás a las más recurrentes. El asunto es complejo, y puede ser abordado desde la perspectiva de distintas disciplinas como la sociológica o la política, pero ¿cómo puede abordarlo un historiador? ¿qué utilidad puede tener dentro del amplio campo de la historia? La disidencia es un fenómeno recurrente en la historia mexicana, y sus manifestaciones son diversas, pues van desde los grandes movimientos revolucionarios hasta la oposición cotidiana encubierta o velada. Esta constante resulta de importancia, pues en muchos casos la disidencia ha sido el motor generador de movimientos de transformación regional o nacional. En el caso mexicano es posible encontrar una amplia gama de tipos de disidencia; esto sugiere que las posibilidades de establecer un modelo acorde con las múltiples épocas y regiones sea una tarea compleja. Algunas pistas para rastrear las respuestas a éstas y otras preguntas pueden ser encontradas a través del camino clásico del historiador: el estudio de casos concretos. Por ello, estas páginas pretenden contribuir a la discusión sobre el problema de la disidencia de los pue- 72 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO blos de indios en zonas marginales de la Nueva España durante el siglo XVIII. Este trabajo debe entenderse como una oportunidad para poner sobre la mesa de debates la pertinencia del empleo de una categoría conceptual como la disidencia en la historia de México. No es, ni aspira a ser una explicación de la disidencia en general o en términos teóricos. Este ensayo pretende apuntar algunas observaciones respecto de la disidencia política en los pueblos de indios del siglo XVIII en la Sierra Gorda. Los conflictos políticos en el mundo indígena colonial han sido tema de trabajo de múltiples autores. Los casos que aquí trataré bordan en el terreno político a partir de la identidad y religiosidad étnica local. Los personajes fueron líderes de comunidades pequeñas y apartadas; individuos que expresaron inquietudes, ideas y sentimientos construidos durante años por sociedades marginales con respecto de las poblaciones y regiones centrales de la Nueva España. Líderes que fueron manifestación de tendencias calladas y subterráneas, las cuales dominaron el ambiente de pueblos apartados y marginados. En cierta forma fueron la expresión de construcciones culturales creadas y alimentadas por grupos a los que con frecuencia las fuentes históricas tradicionales ignoran o tocan de manera sesgada. Es también una historia de la “disidencia” que se construye a jirones, a retazos y de manera fragmentada. Parte de su importancia histórica radica en su “pequeñez”, tal vez un estudio más amplio —en el sentido de ocuparse de una muestra más numerosa y de mayores alcances geográficos— pueda demostrar la suposición de que la repetición de este tipo de sucesos no fue escasa, y de que a la larga, ha trascendido más de lo que puede parecer en la historia rural e indígena de México. Algunos de estos movimientos son visibles gracias a la documentación que los procesos judiciales seguidos a sus líderes produjeron. Así es como hemos podido identificar a indígenas acusados por las autoridades de rebeldes y hechiceros. Se trata de indios que habían estado sometidos a un largo proceso de aculturación y que tras de sí nos dejan ver —aunque sea de manera tangencial— un mundo en el que las disidencias vinculadas con el sentido de pertenencia a un grupo que defiende sus usos y costumbres eran cotidianas. La documentación objeto de este estudio se debe a la pluma de las autoridades coloniales que se encargaron de reprimir los casos aquí expuestos. Se trata de fuentes que se refieren a la población indígena, aunque sus autores no fueron indígenas sino españoles o mestizos, quienes les imprimieron una perspectiva oficialista; condición que no las invalida aunque sí nos alerta para emplearlas con cuidado. No obs- DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 73 tante su matiz español, estos documentos son valiosas fuentes para dilucidar diversos aspectos acerca de las culturas indígenas; en suma, parte de su riqueza radica en que nos aportan información desde las perspectivas hispana e indígena a la vez. Este artículo tiene como objetivo analizar la disidencia desde dos puntos de vista: el de los indios acusados, y el de las autoridades que deciden reprimirlos, captarlos o controlarlos de alguna manera. Es decir, desde la óptica del impugnador y del impugnado. Se puede afirmar que los archivos de la disidencia pocas veces nos reflejan de manera directa a quien se separa de la común doctrina, sino que más bien nos dibujan lo que las autoridades consideraban condenable, pues casi toda la documentación fue elaborada por ellos. Escasos son en realidad los documentos en los que la autoría recae en los acusados o los perseguidos. Las fuentes casi siempre son autos legales en los que es común encontrar que las declaraciones de los implicados parecen ajustarse a ciertos modelos o patrones y en pocas ocasiones se nota libertad en el declarante. A pesar de ello siempre existe la posibilidad de encontrar ventanas al pensamiento del procesado, por ejemplo mediante la interpretación de sus giros lingüísticos o de sus acciones. Por otro lado, las características que guardan estos textos van determinando qué es lo que en cada caso era considerado condenable por las autoridades. Desde la perspectiva documental, el investigador puede encontrar en la repetición de casos y asuntos que se persiguen y castigan, el trazo delineado del perfil de lo que se consideraba disidencia en cada época. Los casos que aquí se presentan tratan sobre algunos líderes indígenas que habitaron, y en su momento gobernaron, uno de esos apartados pueblos de una de las tantas serranías mexicanas que han participado de forma marginal dentro de los grandes procesos nacionales: San Juan Bautista de Xichú de Indios, Sierra Gorda. Una de esas regiones en donde el tiempo histórico lleva un ritmo diferente al de las grandes ciudades y de los centros del poder político, económico, religioso o cultural. La Sierra Gorda y el pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios Sierra Gorda es el nombre con el que se conoce a una serranía enclavada en el centro del territorio actual de México. Es una derivación de la Sierra Madre Oriental que se extiende por varios estados: el sur de San Luis Potosí, el oeste de Hidalgo, el norte de Querétaro y el noreste de Guanajuato. Desde la época prehispánica, la Sierra Gorda fue un territorio de confluencia de diferentes tradiciones culturales. Una 74 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO región fronteriza de aculturación,1 habitado por un variado espectro étnico que dotó a estos cerros de una faz pluriétnica y pluricultural.2 Ante los ojos hispanos la Sierra Gorda fue una región de contrastes geográficos y humanos cuya integración al resto de la colonia resultaba un verdadero reto. El proceso de dominación colonial de la Sierra Gorda fue lento y estuvo plagado de dificultades, avances y retrocesos.3 Religiosos, militares y colonos se toparon con obstáculos que representaban complicadas adversidades ante las que poco éxito inicial lograron. A lo largo de los siglos XVI y XVII buena parte de este espacio geográfico permaneció prácticamente insumiso, y a pesar de los repetidos intentos de agustinos, dominicos y franciscanos por incorporar a su población al “mundo cristiano”, la comarca se mantuvo así durante décadas. Poderosas razones atraían la atención de evangelizadores y colonos para aventurarse en tierra tan hostil. Para unos, el interés estaba en el control espiritual y material de un importante volumen poblacional; para otros, en la esperanza de explotar tierras, minas y mano de obra nativa. La Sierra Gorda colonial se caracterizó por ser una región que mantuvo una autonomía relativa respecto del gobierno central —civil o eclesiástico— de la Nueva España. Los múltiples obstáculos para concretizar un programa de incorporación colonial de la comarca al reino novohispano generaron las estructuras que dieron a la serranía la característica 1 Sobre el concepto de “aculturación” ha corrido mucha tinta y las posiciones teóricas aún son encontradas. Sin embargo, es posible señalar que para que este complejo proceso se realice hay ciertas condiciones que deben cumplirse. Me refiero a la heterogeneidad cultural, al contacto y al cambio cultural. Además de éstas, existen otras condiciones que no siempre se presentan con claridad, tal es el caso del dominio. Algunos autores se han preocupado por establecer tipos de aculturación, por ejemplo Nathan Wachtel quien ha hablado de una aculturación estratégica como táctica de transformación cultural. Véase Gonzalo Aguirre Beltrán, El proceso de aculturación y el cambio socio-cultural en México (Obra antropológica de Gonzalo Aguirre Beltrán: VI), Gobierno del Estado de Veracruz-INI-Universidad de Veracruz-Fondo de Cultura Económica, 1992, 238 p. (Sección de Obras de Antropología); Nathan Wachtel, “La aculturación”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (coordinadores), Hacer la historia, traducción de Jem Canabes, 2a. ed., 3 v., Barcelona, Editorial Laia, 1985 (I. Nuevos problemas), p. 135-156; Ignacio del Río, “Una propuesta de principios metodológicos para el estudio de los procesos de aculturación”, en Alain Breton, Jean Pierre Berthe y Sylvie Lecoin (editores), Vingt études sur le Mexique et le Guatemala. Réunies à la mémoire de Nicole Percheron, Toulouse, Francia, Université de Toulouse-Le Mirail, 1992 (Collection Hespérides), p. 369-377; Mario Humberto Ruz, “Los rostros de la resistencia. Los mayas ante el dominio hispano”, en María del Carmen León, Mario Humberto Ruz y José Alejos García, Del katún al siglo. Tiempos de colonialismo y resistencia entre los mayas, México, CONACULTA, 1992 (Regiones); cap. 3, p. 85-162. 2 Sobre la cuestión de grupos étnicos y sus fronteras, véase Fredrik Barth (compilador), Los grupos étnicos y sus fronteras. La organización social de las diferencias culturales, traducción de Sergio Lugo Rendón, México, Fondo de Cultura Económica, 1976 (Sección de Obras de Antropología). DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 75 de marginalidad respecto del centro del país. Esto facilitó las condiciones autonomistas a través de las cuales la población indígena de la zona se acostumbró a vivir con una presencia casi inexistente de las autoridades civiles y eclesiásticas. Durante buena parte de la época colonial mexicana estos grupos étnicos lograron mantener márgenes de libertad e independencia comparables a los de otras regiones marginales, como la Sierra del Nayar, la selva chiapaneca, algunas zonas de la Mixteca, y buena parte de las sierras del sur y del norte del país. Los continuados intentos de colonización y evangelización propiciaron una fuerte transformación de los procesos originales y resultaron a la larga en una aculturación de diferentes grados entre los indígenas. Por ello, para el siglo XVIII, era posible encontrar pueblos en la zona con una historia de más de 200 años, en tanto que había otros que apenas estaban en el proceso de su formación definitiva. El arribo de los españoles a la comarca acentuó su carácter de frontera cultural, pues junto con ellos llegaron nuevos grupos otomíes y nahuas, además de negros y otras castas. Esta zona marginal fue incluso “escondite” de portugueses que luego fueron acusados de judaizantes. Eran montes donde la presencia de las instituciones coloniales era débil y la autonomía indígena evidente. Para lograr su incorporación definitiva al sistema colonial, durante el siglo XVIII fue necesaria una intensa doble campaña, evangélica y militar a la vez, en la que la intervención del coronel José de Escandón y del franciscano fernandino fray Junípero Serra hicieron posible la exitosa congregación de importantes núcleos de pames. Sus mayores logros se concretaron en la zona de Jalpan, donde refundaron definitivamente cinco misiones (Jalpan, Landa, Tancoyol, Tilaco y Concá).4 La segunda mitad del siglo XVIII representó un periodo de intensos cambios y constantes enfrentamientos entre los pobladores indígenas y españoles de la Sierra Gorda. Fue un tiempo de profundas transformaciones y del establecimiento de un nuevo mapa demográfico, económico y cultural en la comarca. Entre los indios que habitaban la región era posible encontrar familias enteras que se negaban a reducirse en las congregaciones y se apegaban a vivir de acuerdo con sus modelos tradicionales de asentamientos dispersos, en tanto que por otro lado era factible localizar 3 Una descripción de este proceso puede verse en Gerardo Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión en la Sierra Gorda durante el siglo XVIII. El Cristo Viejo de Xichú”, México (tesis de licenciatura en Historia); UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, México, 1995, caps. 2, 3 y 4. 4 Véase Lino Gómez Canedo, Sierra Gorda. Un típico enclave misional en el centro de México, Pachuca, Centro Hidalguense de Investigaciones Históricas, 1976 (Colección Ortega Falkowska, 2). 76 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO indígenas que sabían leer y escribir, y además formaban parte de familias que tenían por tradición gobernar a sus comunidades con base en los modelos de los cabildos impuestos por los españoles. Diferentes tradiciones culturales se entremezclaban en esta zona, mesoamericanos, aridoamericanos, europeos y africanos hacían de ésta una región en donde los procesos de aculturación se caracterizaron por su extrema longevidad y su alto grado de complejidad.5 En esta región hubo diversos momentos en los que el control colonial fue cuestionado por los habitantes indígenas; la oposición de los indios a la presencia española se reflejó en los conflictos con los hacendados y comerciantes que se establecieron en la zona. Uno de los fenómenos más interesantes es que este contacto prolongado entre las tradiciones indígena y española propició un proceso de aculturación, en el cual los indios terminaron haciendo sus propias interpretaciones de la cultura española. Como se verá más adelante, algunos líderes indígenas terminaron conociendo tan bien el sistema legal novohispano que fueron capaces de emplear estratagemas y argucias legales en contra de sus, “en teoría”, dominadores para defender lo que ante los ojos de algunas autoridades podían ser manifestaciones de disidencia política y social. La historia de estos cerros también encierra pasajes desconocidos que se alejan de la espectacularidad que rodea a los grandes personajes. Tal es el caso del pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios (hoy Victoria, Guanajuato) en el occidente de Sierra Gorda. La historia de este pueblo conserva particularidades que nos invitan a reflexionar sobre el proceso de evangelización en los pueblos fronterizos y el comportamiento de la cultura indígena en una zona marginal ante la imposición del orden colonial. Aparte de estos, otros factores —como la aridez del paisaje y lo malo y peligroso de los caminos— incidieron para hacer del occidente de Sierra Gorda uno de esos puntos de la Nueva España donde el control imperial era bastante laxo. Es factible que la falta de recursos para controlar a los indígenas del lugar no le dejaba más remedio a la Corona que permitirles ciertas libertades que en otras circunstancias o en otro lugar tal vez no se hubieran concedido. A mediados del siglo XVIII San Juan Bautista de Xichú de Indios era un pueblo poco atractivo para los colonos, pues aunque había algunas minas cercanas no eran lo suficientemente ricas para atraer numerosos pobladores. Su tierra y clima en general eran demasiado áridos 5 Véase Gerardo Lara Cisneros, El cristianismo en el espejo indígena. Religiosidad en el Occidente de Sierra Gorda. Siglo XVIII, México, Archivo General de la Nación-Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001 (en prensa). DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 77 para representar un negocio rentable y atractivo a los ojos de los colonos. Era un poblado indígena dentro de una zona marginal que, en 1790, fue descrito como “muy infeliz”.6 Este “olvido” incidió en que Xichú fuera un espacio donde al menos hasta mediados del siglo XVIII, los indígenas vivieron con gran autonomía. Algunos acontecimientos apuntan en este sentido: el primero fue el motín en San Luis de la Paz a raíz de la expulsión de los jesuitas;7 el segundo fue la aparición de una religiosidad indígena basada en el culto de “hombres-dioses” en Xichú y San Luis de la Paz.8 Sobre la expulsión de los jesuitas es conveniente señalar que el levantamiento que se generó en San Luis de la Paz con tal motivo fue uno entre la serie de motines populares en los que también destacaron los escenificados en San Luis Potosí, Valladolid, Pátzcuaro, Uruapan y Papantla.9 Estos disturbios populares propiciaron que las autoridades coloniales tuvieran temores de una revuelta de mayores dimensiones, razón por la que el visitador José de Gálvez, personaje principal en dichos acontecimientos, tomó la decisión de reprimir con gran severidad cualquier desobediencia, delito o intento de subversión. El temor de las autoridades ante una rebelión de grandes dimensiones se materializó en la orden de perseguir y castigar de manera ejemplar y severa a cualquier cabecilla o delincuente que fuera detectado en el reino; en especial si se localizaba cerca de alguna de las poblaciones en las que se escenificaron los motines populares. La distancia entre Xichú de Indios y San Luis de la Paz resultó ser lo suficientemente corta como para que las medidas represivas afecta- 6 Aunque anónima, esta descripción posiblemente sea el borrador de un informe elaborado por el brigadier Pedro Ruiz Dávalos durante la inspección que realizó a las milicias de Sierra Gorda por órdenes del virrey Revillagigedo entre 1787 y 1792. El documento fue publicado por Lino Gómez Canedo, “La Sierra Gorda a fines del siglo XVIII. Diario de un viaje de inspección a sus milicias”, en Historia Mexicana, El Colegio de México, v. XXVI, n. 1, julio-septiembre de 1976, p. 148. 7 Véase Biblioteca Nacional de México (en adelante BNM), Fondo de origen, manuscritos, v. 1031. Descripción y consideraciones sobre este asunto se pueden encontrar en Luis Navarro García, “El virrey de Croix”, en José Antonio Calderón Quijano (dirección y estudio preliminar), Los virreyes de la Nueva España en el reinado de Carlos III, 2 v., Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1967 (Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla), v. 1, p. 159-382 —en particular capítulo VI—. El asunto también ha sido trabajado en Lara Cisneros, El cristianismo..., caps. III y IV. 8 Véase Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión...”, cap. 6, y El cristianismo..., caps. IV y V. 9 Véase Navarro García, op. cit. Estudios más recientes se deben a la pluma de Felipe Castro Gutiérrez; véase Movimientos populares en Nueva España. Michoacán, 1766-1767, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990 (Serie Historia Novohispana, 44), y Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, El Colegio de Michoacán-Universidad Nacional Autónoma de México, 1996. 78 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ran de manera considerable los ritmos de vida en el pequeño poblado de indios. Así fue como los ojos de la burocracia estatal y sus mecanismos represivos posaron la mirada en el hasta entonces casi olvidado Xichú de Indios. Estas condiciones influyeron en el endurecimiento de las normas aplicadas a los indios de Sierra Gorda, en especial en las cercanías de San Luis de la Paz; al mismo tiempo, es posible afirmar que dichas razones inflamaron el espíritu interventor del Estado borbónico en Sierra Gorda y, por ende, fueron algunas de las causas por las que la relativa estabilidad en que Xichú de Indios vivió durante décadas se rompió en la segunda mitad del siglo XVIII. La paranoica búsqueda de culpables que emprendió Gálvez en las zonas cercanas a los focos de los levantamientos de 1767 trajo como resultado una buena cantidad de procesos criminales. Sucesos que nos hacen un trazo de perfil de lo que a la autoridad reformista le preocupaba reprimir, y por ende un dibujo de lo que en esos momentos el gobierno novohispano, como parte del Estado borbónico español, consideraba disidencia y a quién y por qué se les podía considerar o acusar de disidentes. Es así que en la documentación producto de las pesquisas judiciales salieron a la luz delincuentes comunes, líderes autonomistas y personajes carismáticos, que la Corona se preocupó de someter. De esta manera, la existencia de una religiosidad heterodoxa entre los habitantes indígenas de Xichú de Indios se hizo visible. Al poner en práctica sus afanes controladores, las autoridades coloniales se percataron de que los indígenas de Xichú practicaban una versión muy poco ortodoxa del cristianismo. La religiosidad practicada por los indígenas de Xichú de Indios fue considerada herética y sus líderes y practicantes fueron perseguidos y reprimidos. El castigo del líder —quien se hacía llamar el “Cristo Viejo”— y de sus adeptos fue otro de los factores que rompió la relativa estabilidad reinante entre los vecinos del occidente de Sierra Gorda en la segunda mitad del siglo XVIII. Por lo mismo es posible afirmar que el descubrimiento de la herejía entre los habitantes de Xichú de Indios fue una de las causas que motivaron la intervención estatal en la vida del remoto pueblo serragordano. Estos sucesos sugieren que hasta antes del motín de San Luis de la Paz, en 1767, a las autoridades novohispanas no les preocupaba demasiado ejercer un control estricto sobre regiones que tal vez les parecieran muy pobres o lejanas, como podía ser el caso de Sierra Gorda o de Xichú de Indios en particular. Por otro lado, tal vez las autoridades novohispanas pensaran que invertir recursos para controlar regiones inhóspitas y poco productivas como Sierra Gorda era un gasto excesivo que no estaban dispuestas a mantener, o bien que quizás no tenían DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 79 la capacidad material de hacerlo. Hasta mediados del siglo XVIII, al gobierno español le resultaba más rentable mantener a esas zonas en condiciones de marginalidad ya que, al fin y al cabo, si no eran capaces de generar grandes ganancias a la Corona tampoco le ocasionarían gastos fuertes. Es decir, era preferible un estancamiento u “olvido” prolongado que una zona bien controlada a costa de onerosas inversiones económicas. El impulso represor y controlador del Estado borbónico propició no sólo la aparición pública de manifestaciones culturales subterráneas, como el cristianismo heterodoxo del “Cristo Viejo de Xichú”, sino que además sacó a la luz las actividades subversivas de líderes políticos disidentes indígenas. El primer caso fue el de Felipe González, un líder antiespañol y autonomista de la década de 1760; el segundo, el del caudillo Leonardo Ramírez a fines de la década de 1770. Este trabajo se ocupará de ambos. Felipe González: la disidencia como construcción del poder En 1767-1769 los disturbios que se habían desarrollado durante 40 años en Xichú de Indios llegaron a su punto más alto. La población presenció las diligencias judiciales que el alcalde mayor de San Luis de la Paz, Juan Antonio de la Barreda, efectuó a raíz de las denuncias del cura y juez eclesiástico de Xichú, Joseph Diana.10 El 21 de julio de 1768, el bachiller Joseph Diana acusó a sus feligreses indígenas de cometer múltiples ofensas entre las que se contaban insultos y agresiones en contra de él y otros vecinos españoles; además, decía que se oponían a cualquier cambio material en el templo —como la pintura y arreglo de techos y bóvedas— y, en especial, a la renovación de imágenes. Diana los acusaba de negarse a pagar los aranceles parroquiales promovidos por el arzobispo Lorenzana en 1767,11 y aun de agredir física y verbalmente a las autoridades eclesiásticas y civiles. Se hacía hincapié en la poca disposición de los indios para colaborar con cualquier autoridad que no emanara de entre ellos mismos. La queja se presentó en el momento en que la atención de las autoridades estaba puesta en la zona, pues los indígenas de San Luis de Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Criminal, v. 305, exp. 27, f. 70r-72v. AGN, Bandos, v. 6, exp. 32, f. 82, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; Bandos, v. 6, exp. 77, f. 265-274, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; y Bandos, v. 6, exp. 87, f. 391, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México. 10 11 80 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO la Paz habían escenificado un motín al intentar impedir la expulsión jesuita. El visitador Gálvez dispuso atender con rapidez y severidad cualquier desorden que se presentara en la comarca, y dictó órdenes para que Felipe González fuera procesado. Por eso, De la Barreda inició una indagatoria expedita en la que ordenaba capturar al cabecilla del motín de San Luis de la Paz: Juan Ignacio de Aguilar,12 y junto con dicha disposición ordenó la captura de González y sus secuaces a la brevedad posible.13 Sin el motín de San Luis de la Paz difícilmente se hubieran preocupado las autoridades coloniales por perseguir con el mismo ahínco y celeridad a personajes como Felipe González. Desde el principio, la investigación hizo evidente que los indígenas de Xichú venían protagonizando ataques contra sus escasos vecinos españoles desde años antes. Su principal blanco fueron los representantes de la Iglesia, primero frailes franciscanos y desde 1751 curas seculares. Estos conflictos se desarrollaron por una doble vía: un movimiento antiespañol, encabezado por varios de los principales del pueblo agrupados en torno del cabildo indígena; y por otro, una herejía que condujo a la formación de una ritualidad opuesta a la oficial, en la que destacaba la participación de un grupo de mujeres. Felipe González tenía cierta influencia sobre la población xichuense, pues no sólo era el gobernador del cabildo, sino que fue escribano y había enviado a las autoridades algunos escritos en contra de los curas del lugar. Al parecer, González era heredero de una tradición familiar de rebeldía, pues los testigos declararon que desde años antes su padre —Pascual González— había protagonizado varios incidentes violentos parecidos a los que ahora llevaba a cabo su hijo.14 El blanco de sus ataques eran los españoles avecindados en el pueblo, especialmente si éstos eran prósperos comerciantes, hacendados o curas. Incluso llegó a humillar públicamente a las autoridades que intentaron poner fin a sus prácticas. Es claro que González no estaba solo, ni era el iniciador del movimiento. Más bien era continuador de una tradición entre las familias notables de Xichú, quienes agrupadas en el cabildo habían logrado manejarse con relativa autonomía ante las autoridades españolas. Ejemplos de estos ataques abundan, como el caso en contra de fray Blas de Aguilar, quien al tratar de proteger a una vecina española de 12 Juan Ignacio Aguilar y Morales fue identificado como uno de los principales cabecillas de la revuelta de 1767 en San Luis de la Paz. La información sobre su proceso judicial puede ser consultada en la BNM, Fondo de origen, manuscritos, v. 1031. 13 AGN, Criminal, v. 305, exp. 27, “Carta del visitador general de la Nueva España, don José de Gálvez al alcalde de San Luis de la Paz, Juan Antonio de la Barreda”, 5 de marzo de 1768, f. 76v. 14 AGN, Criminal, v. 305, exp. 27. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 81 los ataques de los indios, él mismo fue objeto de la furia de los naturales. Fray Blas de Aguilar sufrió el embate de Pascual González —padre del gobernador indígena Felipe González—, quién intentó darle de garrotazos. Aguilar se salvó de mayores contratiempos gracias a que el español Carlos García lo protegió con un sable en la mano.15 Fray Joseph María, quien era ayudante de fray Blas de Aguilar, también fue objeto de maltratos que lo obligaron a abandonar el pueblo junto con su superior.16 Episodios como éste le tocaron vivir a fray Juan Chirinos, sucesor de Aguilar, quien tuvo que soportar una turba de mujeres que le arañaron y estuvieron a punto de estrangularlo.17 Luego de la secularización, el turno correspondió al padre Mariano Rodríguez;18 lo peor fue contra don Miguel de los Ángeles, a quien acusaron de vivir amancebado19 y por lo cual intentaron quemar las casas curales.20 Este sacerdote inició un proceso penal contra sus agresores y pidió que fueran conducidos a un obraje de castigo. Para lograr su cometido se trasladó a la ciudad de México, donde finalmente murió sin lograr su objetivo.21 Las mujeres tuvieron una destacada participación en estos procesos. Al parecer fueron ellas las que comenzaban los ataques, arañaban y agredían a los clérigos. Su combatividad era una constante en las declaraciones de los testigos interrogados en la investigación emprendida por De la Barreda. Destacó la participación de un grupo al que por sus vínculos familiares con el escribano de república Antonio Chamorro —uno de los principales cabecillas— se les llamó “las chamorras”.22 Los ataques en contra de Joseph Diana se presentaron cuando éste intentó hacer lo que él consideró mejoras materiales al templo; sin embargo, la opinión de los indios era contraria. El padre Diana había levantado a su costa un colateral con la advocación de Nuestra Señora de la Luz, además había blanqueado y pintado el templo, y había mandado a hacer, y vestir, una imagen de Nuestra Señora de los Dolores al igual que unas tallas de siete ángeles y una urna para el Santo Entierro de Cristo.23 También criticaba a las imágenes que había en el tem- 15 Ibidem, “Declaración de don Carlos García, español”, f. 84-84v. En este documento se narran los ataques en contra del franciscano. 16 Ibidem, f. 82v. 17 Ibidem, f. 94v. 18 Ibidem, f. 97v. 19 AGN, Bienes Nacionales, exp. 11, 14 y 88. 20 AGN, Criminal, v. 305, exp. 27, f. 85. 21 Ibidem, f. 97. 22 Ibidem, f. 77v. 23 Ibidem, f. 78-78v. 82 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO plo por considerar que eran “santos antiguos [que causaban] irrisión y muchísima irreverencia y ninguna devoción.” 24 Es posible que el padre emprendiera las modificaciones sin consultar entre los indios, por lo que Diana sufrió los embates indígenas cuando intentó sustituir la imagen de Nuestra Señora de los Dolores porque decía que causaba mucha “irreverencia”, y en 1768 se vio precisado a ceder ante las exigencias o demandas indígenas.25 Así, en el domingo de Pascua de Resurrección se levantó un alboroto de “indios e indias y el gobernador”, que tenía como intención evitar la sustitución de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores. En dicho evento por poco asesinan al cura pues fueron las mujeres quienes le arañaron y casi le ahorcaron, “arañándole sin causa, y metiéndole casi los dedos por los ojos, tratándole con mil vituperios”; al final el cura argumentó que la sustitución de la virgen era necesaria por “la ninguna devoción que causaban, por ser como son a la verdad muy extraños y ridículos”.26 El agravamiento de esta situación se presentó al intentar imponer el cobro de los nuevos aranceles eclesiásticos impulsados por el arzobispo Lorenzana en 1767.27 La desconfianza que los xichuenses tenían contra sus clérigos fue expresada por el gobernador Agustín del Prado así: “todos los curas pasados y el presente [Joseph Diana], eran amigos de arañar haciendo señas con las manos y dedos con grande [a]vilantés.”28 El hostigamiento no sólo se dirigía en contra de los curas párrocos tanto regulares como seculares, sino también de los vecinos españoles, en especial si éstos eran prósperos comerciantes o terratenientes. Cuando los indios intentaban expulsar a algún español de su pueblo o de sus inmediaciones, empezaban por insultarlo y agredirlo físicamente. Entonces, el insulto más frecuente era el de “perro negro mulato”. Además, se hacía mención específica de que el pueblo de Xichú de Indios era precisamente de indios y no de españoles, por lo que éstos no eran bien 24 Ibidem. Ibidem, f. 85-85v. 26 Ibidem. 27 AGN, Bandos, v. 6, exp. 32, f. 82, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; Bandos, v. 6, exp. 77, f. 265-274, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; y Bandos, v. 6, exp. 87, f. 391, “Bando para el cobro de aranceles”, Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, arzobispo de México; además Criminal, v. 305, exp. 21, f. 5; f. 8282v. Comentarios interesantes con respecto del arancel de 1767 se pueden encontrar en William B. Taylor, Ministros de lo sagrado. Sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII, 2 v., trad. de Óscar Mazín y Paul Kersey, México, El Colegio de México-Secretaría de Gobernación-El Colegio de Michoacán, 1999 (Colección Investigaciones), v. 2, p. 634-643. 28 Ibidem, f. 82v. 25 DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 83 vistos ni recibidos y que debían abandonar el pueblo.29 Felipe González era el cabecilla principal, por lo que fue el primer blanco de la represión.30 Durante la investigación resultó que ya existía una orden de aprehensión girada en contra de González, y que éste ya era considerado fugitivo.31 González se había desempeñado como maestro de primeras letras en Santa María Amealco, pueblo otomí cercano a San Juan del Río.32 Un testigo señaló que González era el autor de diversos escritos en contra de los clérigos de Xichú que habían sido dirigidos al arzobispo de México.33 También se decía que intentaba atraer a los indios de los cercanos poblados de Tierra Blanca, Santa Catarina y Cieneguilla.34 Era un hombre astuto que tenía contactos en una parte importante de Sierra Gorda y aun fuera de ella, pues sus redes se extendían incluso hasta San Juan del Río, en la zona del Bajío. Una condición hacía diferente a González: sabía leer y escribir. Al estar alfabetizado, poseía un conocimiento que le debió haber conferido un importante prestigio social, controlar un saber especial le otorgaba una condición de iniciado pues al mismo tiempo que compartía los valores y estructuras de pensamiento indígenas también tenía cercanía con los valores y estructuras de pensamiento hispanas, o por lo menos mestizas. Su condición de maestro (un agente de modificación cultural) favorecía su control sobre la población, en particular sobre los niños, y le vindicaba como un importante puente de aculturación y transformación cultural. La preparación de González lo hacía un mediador cultural, su capacidad de leer y escribir, su pertenencia a una familia principal, y formar parte de los órganos de gobierno locales fueron elementos que le proporcionaron la seguridad suficiente como para atreverse a encabezar un movimiento autonomista.35 La pretendida autonomía que González quería para el pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios consistía en la libertad de elegir a sus autoridades civiles sin injerencia alguna de gente que no fuera de la localidad, ade- Ibidem, f. 101v. Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión...”, p. 216. 31 AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, “Declaración de don Juan de Sotomayor”, f. 80. 32 Ibidem, f. 114. 33 Ibidem, f. 80. 34 Ibidem, f. 86. 35 Sobre el asunto de los impulsos autonomistas de las comunidades rurales en Nueva España puede consultarse: Eric van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza, 1992 (Raíces y razones); William B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1987 (Sección de obras de historia). 29 30 84 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO más de intervenir de forma directa en las decisiones que afectaran al templo, y de forma especial en la construcción de una versión de cristianismo propia. En su discurso y su acción González empleaba recursos y argumentos aprendidos de los españoles; él, como muchos otros indios, sabía que para enfrentar de manera exitosa a los hispanos tenía que usar su misma lógica. El contacto que este líder indio había tenido con la cultura occidental le habían llevado a conocer y emplear sus valores, pero atacó abiertamente sus jerarquías, es decir que aceptó sus valores mas no sus roles sociales. Esta condición fortaleció su papel de puente cultural y al mismo tiempo definió su actitud disidente ante los ojos del poder novohispano. Para los españoles González mantenía una actitud políticamente subversiva, una actitud disidente. En contraste, ante la mirada de los indios, González era un líder de opinión y de conciencia pues era depositario de la tradicional autonomía xichuense. Este episodio fue resultado de los renovados impulsos del mundo occidental por irrumpir en la tradición local de Xichú. Podría pensarse que González tan sólo era la cabeza visible de una tradición autonomista sostenida por las familias de principales en Xichú, quienes por generaciones controlaron el cabildo local.36 Era un movimiento guiado por las personas que detentaban el poder en el pueblo, un grupo de notables que se rotaba los puestos políticos locales. Dentro de este marco disidente hay que recordar la existencia de una religiosidad herética en Xichú. En sus ceremonias, los indios de Xichú celebraban misas en las que oficiaba un personaje que se hacía llamar “El Cristo Viejo”, quien era un indio de nombre Francisco Andrés y se le atribuían poderes sobrenaturales. Al oficiar sus misas, Andrés empleaba tortillas en lugar de hostias y en lugar de vino usaba el agua de los baños rituales a los que se sometía con frecuencia. Sus seguidoras eran mujeres y de Andrés se decía que se creía Dios.37 Francisco Andrés concentraba el poder del sentimiento religioso local, actitud que le hizo competir con los diferentes representantes de la Iglesia católica, primero con los misioneros franciscanos y con los curas seculares después. El “Cristo Viejo” era el vínculo entre el poder divino y lo humano. Era un hombre-dios que personificaba a Cristo y al Dios Viejo al mismo tiempo. El “Cristo Viejo” era la cara 36 Entre estos personajes se encontraban: Felipe González, Francisco Andrés, Eugenio García, Joseph Ignacio Santos, Pedro de Doña María, Agustín del Prado, Antonio Chamorro, Bernardo de la Cruz, Ramón Domingo Ramírez y Antonio Justo. 37 El caso del “Cristo Viejo” de Xichú ha sido estudiado a detalle en Lara Cisneros, “Resistencia y rebelión...”, cap. 6; un análisis general de la religiosidad indígena en Sierra Gorda puede consultarse en Lara Cisneros, El cristianismo... DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 85 religiosa de una disidencia que tendría en el indio Felipe González su expresión política y social. Ambos líderes participaron de un mismo asunto aunque a través de vías diferentes. Como líder espiritual, el “Cristo Viejo” equilibraba el balance del poder político de González. Es posible que cuando las investigaciones comenzaron, el movimiento de González estuviera en vías de formar una organización que rebasara el nivel inmediato. Varios testigos declararon que González aprovechaba su cargo para recabar fondos y promover la rebeldía entre las comunidades cercanas y/o dependientes de Xichú de Indios. Resulta plausible especular que las condiciones de periferia y marginalidad que privaron en Xichú durante muchos años fueron el medio propicio para que González y su grupo fermentaran la idea de mayor autonomía ante el gobierno virreinal. ¿Aspiraba Felipe González a construir una organización regional cuya finalidad era invertir los roles sociales? Esta es una pregunta cuya respuesta parece afirmativa; no resulta lejana la posibilidad de que González formara parte de una nueva clase de notables indígenas que, gracias a las políticas borbónicas —entre las que se incluía la instrucción escolar— habían tenido la oportunidad de acercarse y ver desde adentro la cultura occidental gracias a la educación recibida. Según Gruzinski, eran una nueva clase de notables indígenas “ilustrados”.38 El discurso disidente de González y seguidores se oponía a la intervención de autoridades civiles y eclesiásticas foráneas en los asuntos locales; no se negaba la validez de las instituciones, sino de los individuos que ellos consideraban ajenos. En contraste, se apuntaba a la idea de que los indios de la localidad detentaran el poder político, religioso y económico. Al pretender que los indios ocuparan el lugar de los españoles y que éstos pasaran a desempeñar el lugar de los indios sugería una inversión de la jerarquía social. Era una especie de utopía de lo inverso: una inversión de roles. Es decir, indios notables que intentaron presentar una respuesta alternativa ante la dominación colonial, indios notables que al “occidentalizarse” pretendieron “obligar a los españoles a reconocer la supremacía indígena y a someterse a la manera en que esos indios conciben la divinidad, las relaciones sociales y políticas, el espacio y el sentido de la historia”.39 Felipe González no fue el inventor de tales quimeras, pero sí fue miembro de una gene- 38 Serge Gruzinski, “La segunda aculturación: el estado ilustrado y la religiosidad indígena en Nueva España (1775-1800)”, en Estudios de Historia Novohispana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, v. VIII, 1985, p. 175-201. 39 Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglo XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991; p. 256. 86 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ración que recogió el sentir de muchas generaciones precedentes y que a través de su función de maestro intentó amalgamar el sentir de sus padres y abuelos para transmitirlo a las nuevas generaciones. A principios de septiembre de 1768, y con la finalidad de detener a González, al “Cristo Viejo” y a sus allegados, el alcalde mayor De la Barreda reunió a un grupo de militares entre los que destacaba el teniente Galván. Así, reunidos en la hacienda de Pozos —localizada muy cerca de San Luis de la Paz—, De la Barreda y Galván fraguaron un proyecto para atrapar a los acusados. El plan consistía en reunir a los miembros del cabildo de Xichú en la casa de Galván —quien vivía en Xichú— bajo el pretexto de tomar cuentas al comisario y allí prenderlos a todos por sorpresa. Para alcanzar el éxito contaron con el apoyo de unos treinta hombres armados que se reunieron en la hacienda de Palmillas y luego, ya en Xichú, se escondieron en lugares estratégicos alrededor de la casa de Galván y en su interior cuidando puertas, ventanas y el corral. Para evitar algún imprevisto, el 2 de septiembre De la Barreda juntó a sus capitanes y les mandó vigilar los caminos que comunicaban al pueblo.40 Aunque el plan funcionó de manera exitosa, no fue el golpe maestro que se esperaba, pues los dos líderes principales no cayeron en la trampa. El “Cristo Viejo” se dirigía a la cita y extrañamente, de manera repentina, decidió alejarse del lugar; tal vez alguien le dio aviso del engaño o quizás alguna extraña premonición le advirtió sobre la celada. La verdad tal vez nunca la conoceremos. Hasta donde sabemos, el “Cristo Viejo” nunca fue capturado.41 Felipe González, el otro líder principal, tampoco fue aprehendido, aunque eso no se debió a algún golpe de suerte o a su sagacidad, sino a que en esos días se encontraba en el pueblo otomí de Santa María Amealco, donde trabajaba, como se ha señalado antes, como maestro de escuela. Desde el 2 de septiembre De la Barreda sabía eso y giró instrucciones para capturarlo antes de que se enterara de lo que pasaría con sus compañeros. Así despachó a don Rafael Galván con las instrucciones y documentación pertinente para tomar prisionero a González. Galván se dirigió a Querétaro, Santa María Amealco y San Juan del Río. El arresto de González lo llevaron a cabo las autoridades de San Juan del Río, quienes, cumpliendo con el encargo de De la Barreda, condujeron al prisionero hasta Xichú de Indios. Al final, los prisioneros principales —Felipe González, Eugenio García y Antonio Chamorro— fueron enviados con colleras de madera 40 41 AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, f. 109v-110r. Ibidem, f. 109r-112r. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 87 al destierro y condenados a practicar trabajos forzados en la lejana fortaleza de San Blas.42 A otros —Pedro de Doña María, Bernardo de la Cruz, Ramón Domingo Ramírez y Antonio Justo— se les condenó al destierro perpetuo en distancia de 20 leguas, con la advertencia que de romperlo serían enviados a servicio forzoso en San Blas por diez años.43 Aunque el “Cristo Viejo” nunca fue capturado, fue calificado de enfermo mental y condenado en ausencia a asistir por dos años al hospital para dementes de San Hipólito, en la ciudad de México. La recomendación fue observar su conducta a fin de evaluar su estado mental y determinar si merecía o no la libertad o, en su caso si era necesario tomar alguna otra providencia.44 A pesar de que González tenía varios años practicando sus ataques en contra de autoridades y vecinos españoles, no fue sino hasta después de los disturbios de 1767 que la paranoia gubernamental decidió reprimirlo, porque entonces le consideraron peligroso, disidente. Fueron dichas circunstancias las que propiciaron que quienes representaban el poder político novohispano se sintieran amenazados y decidieran que González no podía ser tolerado: ese es un ejemplo de cómo la disidencia se construye desde el poder. Leonardo Ramírez: la relatividad de la disidencia Después del episodio de Felipe González y del “Cristo Viejo”, el pueblo de Xichú y su comarca siguieron siendo escenario de disturbios y agitaciones sociales. Aunque a finales de la década de 1760 los líderes indígenas de Xichú fueron reprimidos, las precondiciones que hicieron factible su surgimiento se mantuvieron y produjeron nuevos pasajes de agitaciones. Ejemplo de esta continuidad en las disidencias fue el caso de Leonardo Ramírez, caudillo de las tres congregaciones pames de San José de Linares, San Fernando de Linares de Arroyo Zarco, y de San Gabriel de Linares de Corral de Piedras, dependientes del pueblo de San Juan Bautista de Xichú de Indios. 42 Ibidem, f. 117r. Sobre la fortaleza de San Blas se puede decir que formaba parte del sistema de fortificaciones de defensa que el propio visitador José de Gálvez impulsó como parte importante en su programa de reformas. Véase José Antonio Calderón Quijano, Las fortificaciones españolas en América y Filipinas, prólogo de Ramón María Serrera, Madrid, Editorial MAPFRE, 1996 (Colección Armas y América), p. 141-145; así como Historia de las fortificaciones en Nueva España, prólogo de Diego Angulo Íñiguez, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1953 (Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, LX). 43 AGN, Criminal, v. 305, exp. 47, f. 107r-107v. 44 Ibidem, f. 106r-106v. 88 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO A fines de la década de 1770 cayó una verdadera cascada de acusaciones sobre el caudillo Leonardo Ramírez. Los agravios que se le imputaban eran de múltiples tipos y diversa gravedad, iban del terreno moral al político y judicial; se le señalaba como responsable de: imponer su voluntad en la designación de los miembros del cabildo; de confrontar la autoridad del capitán protector de indios Lorenzo de Lara; de estar coludido con ladrones locales; de cobrar contribuciones a los indios con la finalidad de un “beneficio común”; de aprovecharse de su autoridad para abusar de las jóvenes próximas a casarse y que eran “depositadas” en su casa; de imponer su voluntad sobre las decisiones de la población de su comunidad; de incitar al motín y de imponer su autoridad por la fuerza haciendo uso de la violencia en contra de quien se opusiera a sus decisiones.45 Las actividades disidentes que se le atribuían a Leonardo Ramírez hacían ver a su antecesor —tal vez maestro— Felipe González casi como un principiante en lo referente al manejo de los ámbitos burocráticos de la Nueva España. Sin embargo, una diferencia entre ambos era evidente: el discurso de González tenía claros matices antiespañoles y autonomistas, en tanto que en el caso de Ramírez existían los dos elementos, pero los tintes eran más autonomistas que antiespañoles. Otro elemento diferente era que con Ramírez no había el sentimiento anticlerical que guió a González; además, en el caso de 1781 no se tiene conocimiento de un líder carismático con características similares a las del “Cristo Viejo”. Por otro lado —y de mayor trascendencia que las diferencias— se pueden encontrar ciertas continuidades. En primer lugar, es conveniente señalar que el actuar de González tal vez representó un periodo de aprendizaje para Ramírez y los suyos. Al analizar el obrar de unos y otros pueden reconocerse ciertos paralelismos, como el respaldo en la comunidad, el empleo de recursos legales en su argumentación de defensa, o su vinculación con los cabildos locales. Asimismo, no hay que olvidar que los dos líderes formaron parte de las familias más importantes de la localidad. En ambos casos están implicados familiares directos de los líderes: junto con González se menciona a su padre, y en el caso de Ramírez a su hijo. La vinculación entre los dos movimientos es clara, tanto que en los interrogatorios realizados durante el proceso de Ramírez varios testigos mencionaron como referencia los disturbios 45 AGN, Provincias Internas, v. 130, exp. 2, 1781, “Autos sobre capítulos formados por los indios de San Juan Bautista de Xichú contra Leonardo Ramírez”; y AGN, Provincias Internas, v. 129, exp. 4, 11 de noviembre de 1785, “Instancia de Leonardo Ramírez, cabo de las misiones del Xichú. Sobre que se le conceda su retiro”. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 89 en los que participó González o alguno de sus hombres. Al final queda la impresión de que Ramírez aprovechó la experiencia de González para tratar de eliminar sus errores y perfeccionar o evitar sus fallos. En cierto sentido fue un proceso de mejoramiento en la tradición de autonomía, y ya para esas alturas el perfeccionamiento de una tradición de disidencia política en el que el elemento religioso resultaba estorboso. El 12 de enero de 1779 el capitán protector de indios46 de Sierra Gorda con residencia en Xichú de Indios, don Lorenzo de Lara, denunció al caudillo Leonardo Ramírez, por diversas razones. Las más sobresalientes eran que impedía las elecciones del cabildo local al imponer a quien él deseaba en los cargos importantes, así como las agresiones que profería en contra del propio capitán protector. En su denuncia, Lara hacía recuento de los agravios que desde tiempo atrás el caudillo venía protagonizando en la población. En su escrito, Lara decía ser de edad avanzada y encontrarse enfermo, razones que le impedían ejercer acciones legales en contra del acusado; por esta causa el teniente de capitán don Joseph de Cos fue comisionado para efectuar las indagatorias pertinentes. En primera instancia el virrey Bucareli y Ursúa dispuso que Lara procediera a nombrar un nuevo caudillo y que pronto se pusiera a resguardo al indio Leonardo Ramírez. Para ello Lara mandó llamar a Ramírez, pero éste se negó a responder en repetidas ocasiones. Ramírez estaba dispuesto a dar la batalla en el terreno legal o en el que fuera, y una de sus primeras acciones fue nombrar un nuevo cabildo e informar de ello mediante carta al capitán Lara; aunque Ramírez no sabía leer ni escribir —otra diferencia con respecto de González— tenía conocimiento de que para que el nuevo cabildo fuera legítimo debía seguir el procedimiento legal que incluía contar con la aprobación del capitán protector de indios. La respuesta fue una orden para realizar nuevas elecciones bajo la supervisión de uno de los hombres de confianza de Lara, el teniente Cos. Ante el temor de una insurrección de mayores proporciones, otro funcionario había tomado cartas en el asunto; se trataba del subteniente de capitán Francisco Barbero, co46 El cargo de “capitán protector de indios” en realidad era un puesto para controlar todo lo vinculado a las necesidades, estabilidad y seguridad de las zonas donde había congregaciones indígenas. En realidad la labor de los capitanes protectores de indios muchas veces resultaron nefastas para la población indígena, pues los detentadores de dichos cargos con frecuencia abusaban de su posición para enriquecerse a costa de los recursos naturales propiedad de sus “protegidos indios”, o bien a costa de la mano de obra de los naturales. En todo caso, la labor de estos personajes también fue la de agentes de aculturación, pues al igual que los maestros fueron agentes del cambio cultural. 90 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO mandante de las compañías de caballería miliciana en la Sierra Gorda y sus presidios y fronteras, quien residía en la población de Cadereyta (hoy Estado de Querétaro), y cuya autoridad estaba por arriba de la de Lara. La participación de Barbero sería determinante pues, como se verá a continuación, él fue quien se encargó de ordenar las investigaciones finales y además era una autoridad real que mediaba en el conflicto entre una autoridad indígena, el caudillo Ramírez, y otra autoridad real, el capitán Lara. Con la llegada de Cos a Xichú, Ramírez buscó refugio en el interior de las casas curales, razón por la que Cos solicitó apoyo militar. Para evitar una confrontación mayor el cura párroco fungió como mediador y se realizó una junta en el edificio que servía de refugio al acusado. En la reunión, Ramírez negó todas las acusaciones y se mostró muy violento, aunque mediante la intervención del cura terminó ofreciendo disculpas y diciendo estar arrepentido de sus actos, por ello el capitán Lara otorgó su perdón y aceptó las elecciones que el caudillo había presidido.47 Hasta aquí, todo pareciera ser un asunto menor; sin embargo, el 7 de abril de 1779 se acumuló una nueva acusación contra Ramírez, en esta ocasión fue por los escándalos que protagonizó durante las fiestas de Semana Santa. Ahora se le culpaba de golpear al indio Martín de Mata. Esto sólo fue el pretexto para que emergieran de nuevo las acusaciones en contra de Ramírez. Entre los nuevos cargos, se decía que se apropiaba de las rentas de las tierras de las misiones, se aprovechaba de las muchachas que eran depositadas en su casa, y de cobrar el trabajo que los indios de las misiones hacían en las haciendas cercanas. Se pedía además la destitución del caudillo y la imposición de uno nuevo.48 El resultado fue que Barbero emitió una nueva orden de aprehensión en contra de Ramírez, tarea que le tocó cumplir al capitán Joseph de Cos.49 Al mismo tiempo se presentó una nueva acusación en la que se le culpaba de proteger a unos salteadores de caminos que operaban en las inmediaciones de Xichú, así como de oponerse a la entrada de gente que no fuera del poblado.50 Sin embargo, al momento de querer tomar preso al caudillo Ramírez, éste amenazó con organizar un motín y levantar a la gente en contra de los oficiales que lo buscaban, para luego refugiarse de nueva cuenta en las casas curales.51 47 AGN, Provincias Internas, v. 130, exp. 2, 1781, “Autos sobre capítulos formados por los indios de San Juan Bautista de Xichú contra Leonardo Ramírez”: f. 88r-90v. 48 Ibidem, f. 92r-94r. 49 Ibidem, f. 94v-95r. 50 Ibidem, f. 96r-97v. 51 Ibidem, f. 105r-105v. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 91 La nueva investigación conducida por Barbero arrojó testimonios en los que se vinculaba a Ramírez con los disturbios que años antes se habían escenificado en contra de los representantes de la Iglesia en el pueblo, en especial en contra de fray Antonio Chirinos. Ahora se acusaba al caudillo de llegar incluso a abofetear al capitán Lara y de manotearle en la cara al cura párroco. Los intentos de aprehenderlo fueron en vano pues Lara y sus hombres no contaban con los soldados suficientes para llevar a cabo su cometido con seguridad. Ante la imposibilidad de capturarlo optaron, aunque fuera momentáneamente, por tolerar su impunidad, concretándose tan sólo con removerlo de su nombramiento de caudillo.52 Para apresar a Ramírez, el capitán Barbero ideó un ingenioso plan. Primero le hizo creer que sus alegatos habían surtido efecto y que era declarado inocente. Luego esperó un tiempo para que tomara confianza, y como hacía poco una epidemia de viruela había azotado la región, le solicitó un censo de las congregaciones. Una vez terminado el censo le pidió que se lo llevara hasta Cadereyta, lugar en el que Barbero residía. Rodríguez cayó en la trampa y fue hecho prisionero en aquel pueblo, lejos de la protección de su gente.53 Como siempre, en su declaración, el caudillo negó todos los cargos.54 Entonces comenzó un juicio en el que Rodríguez nombró como su defensor a don José Joaquín Santana,55 un español que resultó ser un extraordinario abogado, el cual, a través de argucias legales, ganó tiempo para preparar la defensa y luego alegó parcialidad en la investigación previa. Pidió citar a nuevos testigos y logró que el proceso regresara a Xichú, donde podrían ejercer mayor presión para liberar a su defendido.56 Allá los testigos todos fueron favorables a Rodríguez, incluso el testimonio del cura local. Uno a uno fue invalidando las acusaciones de sus oponentes, y nunca hubo un fiscal o parte acusadora que se le opusiera.57 Una vez terminadas las indagatorias el expediente fue enviado a Cadereyta, donde el capitán Barbero recibió el expediente y a su vez lo envió a sus superiores en la ciudad de México. El resultado final fue la libertad del reo, y no sólo eso, sino la reprimenda en contra de sus acusadores. Incluso se obligó al capitán Lara a pagar todos los costos Ibidem, f. 106v-112v. Ibidem, f. 127v-129r. 54 Ibidem, f. 129r-132r. 55 Ibidem, f. 132v. 56 Ibidem, f. 133r-143r. 57 Ibidem, f. 143r-154r. 52 53 92 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO del juicio. A los demás que le acusaron se les amonestó que de reincidir en sus propósitos serían desterrados.58 Así, el acusado terminó siendo acusador y de perseguido pasó a perseguidor porque además el mismo virrey mandó su reinstalación en su puesto y de hecho su prestigio se vio aumentado.59 Ramírez triunfó: era la relatividad de la disidencia. Ramírez logró dar una vuelta de 180° a un proceso en el que todo se veía en su contra. La estrategia central fue trasladar el proceso judicial al pueblo de Xichú; ahí la intimidación que los soldados podían ejercer sobre los testigos no era de peso y sus testimonios siempre terminaban siendo favorables a Ramírez. La principal fuerza del caudillo radicaba en su espacio inmediato, en refugiarse en su terruño, en su espacio vital. Esto era evidente a juzgar por las muchas ocasiones en que se refugió en el templo, un espacio que los indios de Xichú debieron sentir propio, un sitio en el que la fuerza de la comunidad se concentraba. Las declaraciones de los interrogados en Xichú fueron totalmente favorables a Ramírez. Estar dentro de su pueblo, su terreno natural, ayudaba a Ramírez a tener el apoyo de la comunidad sobre la que ejercía el liderazgo que le daba el ser heredero de la tradición disidente de Felipe González y el “Cristo Viejo”. Ramírez se valió con éxito de los recursos legales y de las herramientas jurídicas que, en principio, habían sido usadas en su contra, y además pudo manejar el juicio a su voluntad y en su provecho. De nueva cuenta parecía que el gobierno novohispano prefería evitar enfrentamientos directos en zonas marginales; el recuerdo de la insurrección de San Luis de la Paz y de Felipe González ahora parecía lejano. No obstante las diferencias entre Felipe González y Leonardo Ramírez compartieron una serie de elementos, como su pertenencia a familias notables, su buen prestigio entre la población local, su liga con el cabildo del pueblo, la defensa de su tradición autonomista y el manejo de fondos comunitarios. Entre sus diferencias encontramos que González tenía un fuerte rechazo a las autoridades eclesiásticas y un estrecho vínculo con el movimiento herético del “Cristo Viejo”, además de que sabía leer y escribir. En contraste, Ramírez tenía un fuerte apego al cura párroco y su educación era pobre, pues era analfabeta. Pareciera que sus semejanzas los hicieron compartir el papel de disidentes, en tanto que sus diferencias los alejaron de ese rol, eso es lo que nos presenta un mayor radicalismo en González que en Ramírez: esta era también la relatividad de la disidencia. 58 59 Ibidem, f. 157r-213r. Ibidem, f. 213v-233r. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 93 La identidad comunitaria de la población de Xichú descansaba en elementos como la representatividad étnica de las tradiciones y herencias culturales. Tal vez por ello los españoles avecindados que lograban alcanzar alguna prosperidad material eran blancos de ataques y debieron haber sido vistos como intrusos y competidores desleales. Además, la comunidad reconoció los espacios comunes como parte esencial de su identidad, tal es el caso del control de la iglesia. Probablemente los seguidores de González, Andrés y Ramírez —en especial las mujeres—, vieron el templo del pueblo como un punto central de la comunidad. Simbólicamente el templo representaba uno de los centros de poder, uno de los ombligos del pequeño universo de Xichú, y por lo mismo no podía estar bajo el dominio de miembros ajenos a la comunidad. El pueblo mismo era atravesado por procesiones que marcaban los espacios de concentración simbólica del poder. Lugares que al ser considerados bienes comunes frecuentemente estaban resguardados por mujeres; quizás esa es una de las razones por las que casi siempre fueron ellas quienes comenzaban las agresiones.60 Las razones que llevaron a González y Ramírez a la disidencia también pueden estar en la tradición de autonomía en que la gente de Xichú se acostumbró a vivir durante décadas. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII, el pueblo de Xichú se había desarrollado como una localidad marginal y apartada de casi todo el resto de la Nueva España. Tampoco se trataba de una ínsula, sino de un lugar en el que la influencia de las autoridades novohispanas no siempre era tan clara. Sus contactos con el resto de la colonia no eran tan intensos aunque tampoco fueron inexistentes; por ejemplo, siempre hubo un intercambio comercial o un paso de viajeros con destino al cercano Real de Minas de Xichú o Xichú de Españoles, como también se le conoció. Estas circunstancias incidieron en el desarrollo de la autonomía indígena de Xichú. Sus habitantes se acostumbraron a vivir con la presencia de los religiosos y de algunos españoles, pero en esencia su cotidianidad transcurrió en el marco de una relativa libertad que en otros ámbitos resultaba impensable. Tal vez esta tradición de vivir en libertad influyó en la construcción de la disidencia de González, Ramírez y sus seguidores. Los líderes del pueblo de Xichú de Indios eran disidentes porque aceptaron un estado de cosas en el que habían vivido durante décadas y que les permitió gozar de una autonomía relativa dentro de su ámbi- 60 nismo... Para una explicación más detallada sobre este asunto, véase Lara Cisneros, El cristia- 94 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO to, o sea su pueblo, pero cuando sintieron que sus “usos y costumbres”, es decir su tradición, se alteraba, entonces “protestaron”: su “protesta” fue hacer lo que hasta entonces habían hecho cotidianamente, sólo que ahora las autoridades veían esas actividades como algo censurable. El “desacuerdo” de los indígenas no era en sí contra las estructuras o instituciones coloniales, como la Iglesia o el Cabildo, sino más bien contra lo que empezaron a percibir como una nueva intromisión en su forma de vida tradicional.61 Ante la mirada de las autoridades novohispanas estos indígenas aparecían como subversivos o disidentes, cuando en el sentir indígena seguramente se creía que no estaban haciendo otra cosa más que defender lo que siempre habían considerado suyo, es decir, sus tradiciones, sus espacios. Los vecinos de Xichú trataron de mantener viva su tradición de autonomía, como siempre lo habían hecho. Fue un choque entre la tradición indígena local y las innovaciones políticas de la modernidad ilustrada de las reformas borbónicas. Fue también la defensa de una elite local que vio amenazados sus intereses por la intromisión de las disposiciones de otra elite mucho más poderosa, un conflicto de desigualdad. Las elites locales creyeron perder su hegemonía y privilegios, las nuevas disposiciones de la autoridad seguramente fueron interpretadas por ellos como un atentado en contra de su identidad. Entonces surgieron líderes que enfocaron el descontento a través de los componentes étnicos y religiosos como puntos de cohesión social. El discurso de los líderes disidentes se nutrió de la tradición, pero al mismo tiempo incorporó elementos propios del discurso de las autoridades borbónicas: la legalidad jurídica. La lucha se centró en el control del cabildo local y el blanco de ataques fueron autoridades y clérigos, en especial si eran españoles. ¿Porqué calificar a González y Ramírez como disidentes? Según el Diccionario de la Lengua Española, disidencia es la “acción y efecto de disidir”, y también “un “grave desacuerdo de opiniones”.62 Y sobre el término disidir apunta que es “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”.63 Al nacer, el disidente reconoce la validez del sistema económico, social, político, religioso o cultural del que forma parte y se asume como integrante del mismo. Sin embargo, al identificar una serie de intereses propios, diferentes a los del sector dominante, se con- 61 Respecto de estos sentimientos autonomistas, véase Eric van Young, La crisis..., y Taylor, Embriaguez... 62 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 6 v., Madrid, Espasa-Calpe, 1970, v. 3, p. 489. 63 Ibidem. DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 95 vierte en su opositor y ataca las jerarquías, las estructuras, las instituciones o alguna otra parte del sistema o grupo al que en ese momento adjudica el papel de rival o antagonista. Es decir, el disidente es tal porque se opone al grupo que domina la sociedad de la que surgió y su oposición es reconocida, perseguida y reprimida por el grupo que detenta el poder. Más allá de lo que identificó o diferenció a las disidencias de González y Ramírez, es curioso percatarse que ambos movimientos tuvieron finales muy distintos. González fue condenado al exilio con trabajos forzados, en tanto que Ramírez fue liberado, reinstalado en su puesto y sus acusadores castigados. Hegemonía y disidencia, tolerancia y represión: los valores de la disidencia Muchos fueron los momentos en los que la hegemonía española se vio cuestionada por los indígenas en Sierra Gorda. Para la segunda mitad del siglo XVIII las etnias que habitaron esta región estaban formadas por individuos que heredaron tradiciones que, a esas alturas, tenían dos siglos de estar sometidas a un proceso de aculturación, de manera que algunos indios de Sierra Gorda podían hablar español, eran cristianos, sabían leer y escribir y conocían los vericuetos burocráticos del sistema legal novohispano. Se trataba de indios cuyas estructuras mentales habían incorporado, al menos en parte, algunos de los esquemas occidentales hispanos. Ese cambio no fue una mera sustitución o superposición de valores, sino una recodificación de estructuras, esquemas y valores españoles a partir de las estructuras, esquemas y valores de las tradiciones indígenas. El comportamiento de estos individuos fue resultado de un intenso proceso de transformación cultural. No fue el común de la población, por lo general eran personajes que pertenecían a familias de principales que habían acumulado privilegios y prerrogativas; controlaban los cabildos; eran reconocidos y tratados como autoridad y ejercían influencia entre importantes grupos de la población indígena. Además, fueron depositarios, portadores y transmisores de principios autonomistas que de cuando en cuando manifestaban su abierta oposición al poder económico y político que los colonos ejercían en sus localidades. En repetidas ocasiones enfrentaron al poder colonial, personificado en la figura de los sacerdotes seculares y religiosos y en otras ocasiones a las autoridades civiles representadas por los alcaldes mayores, capitanes protectores y otros funcionarios. Su oposición al or- 96 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO den establecido les llevó a construir su propia versión de cristianismo, vinculándose así con manifestaciones de herejías religiosas. Ellos tenían la conciencia y el orgullo de ser indios, y defendían su derecho a serlo; conocían y aprovechaban los privilegios que la ley les otorgaba por su condición indígena. En ciertas ocasiones, quizás las más extremas, como en el episodio de Felipe González, enarbolaron la idea de un mundo en el que el orden de cosas debía ser exactamente a la inversa de como era entonces; pensaban que los indios debían estar en la parte superior de la jerarquía económica, social, política y religiosa, en tanto que los españoles debían situarse en la parte baja. En sus confrontaciones con la hegemonía hispana —civil y religiosa— se valieron de los argumentos, métodos y herramientas reconocidas como válidas por las autoridades, en especial la letra escrita y los procedimientos y alegatos legales. Fue una elite indígena defendiendo el status que la dinámica social serragordana les había dado. Su disidencia apareció no con su tradición autonomista, sino con la intolerancia del nuevo gobierno Borbón que tenía la intención de ejercer un mayor control sobre sus súbditos. Factor importante en este viraje fueron los motines de San Luis de la Paz.64 Hay que recordar que fue eso lo que desencadenó la paranoica persecución del visitador Gálvez contra los que consideraba disidentes. Esto marcó el cambio en la percepción de lo permitido y lo perseguido y representó un claro indicador de la reducción en los límites de la tolerancia oficial. En este sentido fue que la disidencia de González estaba en relación con la percepción que de ella tuvieron sus perseguidores. ¿Por qué durante varias décadas no se reprimió a los indios de Xichú que agredían a los representantes de la Iglesia Católica y autoridades civiles con gran frecuencia? ¿Por qué no se castigó a los que participaron en actos violentos como los que incendiaron las casas curales? ¿Por qué fue hasta 1769 que se inició la represión siendo que los disturbios tenían varias décadas de realizarse? Tal vez porque para las autoridades estos sucesos no afectaban el bien común y estabilidad del reino; en otras palabras, no había peligro de que se extendieran a otras zonas. Por el contrario, es posible que pensaran que si se intentaba reprimirlos entonces sí se corría el riesgo de que los disturbios se extendieran, y para reprimirlos requerían tropas de las que no disponían y que de instalarlas hubieran representado un gasto excesivo que no se contemplaba hacer, y que no se hizo quizás porque 64 Es importante recordar que la serie de motines por la expulsión de los jesuitas puso en alerta máxima al gobierno virreinal. Véase Castro Gutiérrez, Movimientos populares... y Nueva ley y nuevo rey... DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 97 la Sierra Gorda no producía tantos beneficios materiales como para hacer un gasto de esa índole. Después de los motines de 1767 la percepción de disturbios como los de Xichú fue completamente diferente; el acuerdo de reciprocidad moral de la sociedad se vio amenazado y el antiguo equilibrio se tambaleó.65 Los antecedentes de la región y las políticas de la administración borbónica propiciaron que —al menos durante un tiempo— cualquier inestabilidad social en esa zona fuera interpretada como disidencia y por lo tanto había motivos para promover su represión: era la disidencia construida desde el poder. El disidir de los líderes indígenas de Xichú puede ser visto de diferentes maneras; así, desde la perspectiva india fue una protesta en defensa de sus tradiciones, de sus formas de vida; en tanto que desde el punto de vista de las autoridades coloniales fue interpretada como una actitud subversiva ya que atentaba contra la estabilidad y hegemonía coloniales en la zona. No obstante, la actitud de las autoridades ante esta situación no siempre fue la misma. Sabemos de las actividades y actitudes “indisciplinadas” de los vecinos de Xichú por lo menos desde la década de 1730, sin embargo no fue sino hasta después del motín de San Luis de la Paz, en 1767, que emprendieron campañas represoras en contra de las acciones que antes habían tolerado entre esos mismos indígenas. La represión no se dio tanto por las actividades “subversivas” de los naturales de Xichú como por la nueva intolerancia y el temor a perder el control de las autoridades españolas. En ese sentido se puede concluir que la disidencia de la segunda mitad del siglo XVIII en Xichú fue construida desde el poder, pues el punto de referencia, el común denominador en ambas situaciones, fue el poder: los indios tratando de defender sus privilegios y de obtener una posición más ventajosa, y las autoridades tratando de consolidar su posición dominante. ¿Por qué las autoridades coloniales mantuvieron diferentes grados de tolerancia ante las disidencias de Felipe González y de Leonardo Ramírez? ¿Por qué la autoridad colonial en Xichú transitó de una tolerancia amplia entre 1730 y 1767, a una muy intolerante entre 1767-1770, y de nuevo volvió a ser laxa hacia finales de ese siglo? La respuesta a estas preguntas puede ser un movimiento de campana en el que el Estado novohispano apretó el control y el rigor de su autoridad en la medida en que se sintió amenazado. Después de pasada la emergencia provocada por el temor de levantamientos sociales la actitud tolerante 65 Sobre el asunto del agravio moral remito al lector a Barrington Moore, La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, 1989. 98 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO de la Corona volvió, aunque en menor grado. De nuevo, los líderes indios aculturados de Xichú, como Leonardo Ramírez, pudieron practicar sus argucias legales que les permitieron enfrentar exitosamente los impulsos represores de las autoridades coloniales. La estabilidad estaba de vuelta, aunque por poco tiempo. El contraste entre la laxitud inicial, la severidad posterior y de nuevo la laxitud es evidente. Parece que el concepto de disidencia se alteró un tanto con el cambio de condiciones y sobre todo a partir de la intervención del visitador José de Gálvez. Signo de la mutación de los límites en la tolerancia oficial para con las comunidades indias, o de los afanes estatales de normar y controlar aun los rincones más alejados dentro del extenso imperio. La disidencia perseguida por las autoridades fue la interpretación que ellas mismas hicieron de la práctica cotidiana de las tradiciones autonomistas de los naturales de Xichú. Las disidencias de Felipe González y Leonardo Ramírez descansaron en un sentir compartido por los miembros de sus comunidades, es decir, sobre una base social. Se trató de movimientos sociales promovidos como defensa de una forma de vida; de tradiciones que peligraron al cambiar las condiciones de la dinámica social. Fueron respuestas ante la ruptura del “pacto social” establecido con los españoles y sus instituciones; fueron reacciones en contra de lo que debió considerarse una asimetría o desequilibrio social. Los disidentes de Xichú de Indios compartieron un sentimiento de injusticia y la reivindicación de una tradición o herencia de legitimidad histórica. Por esta razón, González, el “Cristo Viejo”, y sus adeptos formularon la idea retórica de un mundo que subsanaría las deficiencias —o al menos parte de ellas— de la sociedad en la que vivían. Su retórica consistía en proponer un mundo de jerarquías invertidas y una religión sin españoles; era obviamente una propuesta inviable, aunque muy atrayente para el común de los naturales del pueblo de Xichú de Indios. Fue una clara actividad de grupo y la aparición de los líderes sólo se explica por la existencia del grupo de sus adeptos. Tanto González como Ramírez aceptaban los valores reconocidos por la sociedad dominante (cristianismo, legalidad, etcétera), y a partir de esa condición, fueron dando mayor peso a sus intereses y valores inmediatos, es decir locales, para terminar navegando a contraflujo del poder establecido. Sus disidencias fueron expresión de un sentimiento social local de inequidad, de injusticia y “agravio moral”. El liderazgo de González y Ramírez fue factor importante en el comportamiento, tipo y grado de sus respectivas disidencias. Fue resultado y motor de sus movimientos disidentes, una especie de catali- DISIDENCIA INDÍGENA EN LA SIERRA GORDA 99 zador social y político de los desacuerdos sociales o de los “agravios morales”. La mayor o menor virulencia de los discursos de González y Ramírez les llevó a consolidar disidencias que se atrevieron a proponer cambios más radicales. Así, puede identificarse a González como un personaje que encabezó una disidencia más radical y estructurada que la de Ramírez. En cierta forma se podría pensar que la disidencia de Ramírez fue, en parte, un eco del movimiento de González y el “Cristo Viejo”. ¿Por qué, a pesar de haber cometido muchas faltas similares la justicia juzgó de manera tan diferente a González y Ramírez? El comportamiento cambiante del Estado español nos invita a pensar en la disidencia como una categoría analítica de carácter relacional; es decir, la disidencia como un concepto en el que los valores determinantes están en relación directa con el poder, ya sea considerado desde el punto de vista de quien lo detenta como de quien protesta. Se puede afirmar que la categoría de disidencia es escurridiza por su carácter relacional, pues ser disidente no depende necesariamente de que el “disidente” se considere a sí mismo como tal, sino de que sea visto en esos términos por alguien más, especialmente por quien detenta el poder y se siente amenazado o contrariado por el otro. En otras palabras, la categoría de disidente deriva de la relación que los diferentes partidos o bandos mantienen con respecto del poder. La disidencia resulta una categoría analítica relacional de amplio espectro y de gran ductilidad. Relativa aunque diferente a las de resistencia, delincuencia, reforma o revolución y, desde mi perspectiva, más cercana a la de rebeldía y rebelión. LOS “INDIOS CAVILOSOS” DE ACUITZIO. DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN COLONIAL FELIPE CASTRO GUTIÉRREZ Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM Acuitzio del Canje (“el lugar de las serpientes”) es hoy día una tranquila población, con su correspondiente multicolor mercado, su antigua iglesia, y una mezcla de tradición y modernidad que incluye arrieros que bajan con carbón y vigas de la sierra, fotocopiadoras y vendedores “ambulantes” dedicados a comercializar tanto las artesanías tradicionales como teléfonos celulares chinos. Si se pregunta a la gente por el pasado, siempre aludirán a un acontecimiento epónimo: en 1865, durante la guerra de Intervención, imperialistas y liberales acordaron reunirse en Acuitzio para intercambiar prisioneros de guerra. Sin embargo, Acuitzio tiene un largo, larguísimo pasado, y es un pretérito que coloca a los pacíficos acuitzeños en una terca tradición de protesta y de disidencia que tiene pocos paralelos en la sierra michoacana. Poco sabemos de San Nicolás Acuitzio en los primeros años de la conquista. La mayor parte de las referencias aluden a la cercana Tiripetío, donde los agustinos edificaron el primer convento de la provincia. Aquí tuvo sus sesiones la primera escuela de altos estudios del Nuevo Mundo, donde brillaron las luces del filósofo novohispano fray Alonso de la Veracruz. Acuitzio resultó opacado por sus celebrados vecinos, lo cual probablemente debió parecerles favorable a los más bien huraños acuitzeños. No pudieron, sin embargo, escaparse durante demasiado tiempo de los trastornos y reacomodos que expresa o inadvertidamente provocó la imposición del orden colonial. Decía el corregidor de Tiripetío en 1580 que En la jurisdicción deste pueblo hay ciertos pueblos que el día de hoy, y desde que fue este pueblo encomendado en Juan de Alvarado, obedecen a esta cabecera y es jurisdicción suya; porque antes en su gentilidad, cada uno tenía su principal, y todos puestos por el rey de Mechoacan, o irecha en su lengua. Después el marqués del Valle, cuando repartió esta tierra dando encomiendas a los conquistadores, señalaba un pueblo por cabece- 102 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ra, que era chico y adjudicábale o acompañábale de otros pueblezuelos, y hacía una buena encomienda.1 Así, Acuitzio acabó como sujeto gubernativo y religioso de Tiripetío. Las repercusiones, como veremos, serían amargas y duraderas. A fines de siglo varios sujetos de Tiripetío iban a ser congregados en la cercana Huiramba, pero finalmente Acuitzio fue escogido como lugar más a propósito. De esta manera, recibió en sí a Tamangueo, Petatzécuaro, Guajumbo, Omécuaro, Atiquiucario, Haratzeo y Tararameo, por mandamientos del virrey conde de Monterrey en 5 de agosto de 1602 y de su sucesor, el marqués de Montesclaros en 31 de marzo de 1605.2 Esto le permitió acrecentar sus tierras y su población: en 1619 contaba con 150 indios casados, mientras Tiripetío no reunía más que 50.3 El asunto tendría sus consecuencias porque sobre esta base las autoridades de Acuitzio reclamarían que en el partido había dos “cabeceras”, esto es, dos gobiernos indígenas con iguales derechos y jerarquía. Historias de desamor: Acuitzio y Tiripetío En 1658 los oficiales de la “república” o gobierno indígena local de Acuitzio argumentaron que los de Tiripetío se habían congregado con ellos, acordando elegir gobernador alternativamente cada dos años. Se quejaban de que cuando les tocaba, les obligaban a irse a vivir a Tiripetío, con lo cual dejaban su hogar y familia; cuando volvían, encontraban sus casas y tierras menoscabadas y quedaban pobres por no poderlas cultivar. Se agraviaban, además, de que los de Tiripetío les causaban perjuicios y obligaban a dar servicios personales y pensiones. Por esta razón, y por tener más de 80 tributarios, con muchos sembradíos, casas, iglesia con ornamentos y que antiguamente habían sido cabecera principal y sitio de congregación, pidieron licencia para elegir por sí mismos gobernador y oficiales de república. El virrey se limitó de momento a mandar vagamente que se guardase la costumbre, y que la justicia no consintiera que el gobernador de Tiripetío les hiciera agravios.4 1 René Acuña (editor), Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán, México, UNAM, 1987, p. 352. 2 Archivo de Notarías de Morelia, Tierras y Aguas (en adelante AN), leg. 1-2, f. 66-74, 1714. 3 “Relación del obispo Covarrubias”, en Ernesto Lemoine (editor), Valladolid-Morelia. 450 años. Documentos para su historia (1537-1828), Morelia, Editorial Morevallado, 1993, 262 p. 4 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Indios, v. 23, no. 44, f. 33ar. DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 103 Al mismo tiempo, Acuitzio la emprendió contra los doctrineros agustinos del convento de Tiripetío. Esto no era inusual porque una parte fundamental de los servicios personales que daba un sujeto a su cabecera eran para beneficio de la iglesia y de los párrocos. Por lo mismo, las pretensiones secesionistas de los sujetos con frecuencia derivaban en acusaciones de abusos, malos tratos o deficiente atención parroquial en contra de sus doctrineros o clérigos. Al mismo tiempo, una parroquia separada era frecuentemente el sustento o el preámbulo de una agitación separatista. Así, casi inevitablemente los curas párrocos se veían arrastrados hacia pleitos de los que en sentido estricto no eran culpables y cuyos orígenes no comprendían del todo. El mismo día que Acuitzio reclamó su autonomía política se quejó también de que al retornar de oír misa en Tiripetío (situado a media jornada a pie), encontraban sus casas robadas y por esta razón había quienes se quedaban sin atención espiritual. Además, muchos morían sin recibir los sacramentos y las criaturas sin bautismo. Pedían que se les pusiera un clérigo que supiera su lengua —esto es, que se creara una parroquia secular separada— argumentando que tenían suficientes pobladores y una iglesia con retablos, altares y ermitas donde se celebraba la fiesta titular de San Nicolás y otras conmemoraciones religiosas. El virrey dispuso por lo pronto que el obispo averiguara el asunto e informara para que, en su caso, se hicieran las diligencias conducentes a la posible creación de un curato. La solicitud provocó de inmediato la respuesta airada de los agustinos, que nunca se echaban para atrás cuando se trataba de defender sus recursos y privilegios. El prior de Tiripetío dijo que la petición era en descrédito de los religiosos, cuando era público que atendían a los indios con caridad y amor, que ambos pueblos estaban “casi a sonido de campana” y que los religiosos habían acudido cada vez que se les solicitaba, sin pedirles más contribución que lo muy poco que era costumbre. Consideraba que la petición se debía a que los acuitzeños eran maliciosos y amigos de novedades. Los de Acuitzio no se midieron en su respuesta y entregaron lo que probablemente es la queja más enconada y violenta de los indios michoacanos en contra de sus padres espirituales. Declaraban que andaban “como perros” porque los religiosos los trataban muy mal, les pedían hasta 14 indios de servicio sin que les pagaran ni dieran de comer y la desatención que sufrían era tal que permanecían hasta un año sin oír misa. Además, los frailes les decían que eran unos indios cabrones, infieles, judíos y perros, y que ojalá les cayera un rayo que los quemara con sus hijos. Se indignaban por este trato, diciendo que ellos no eran esclavos, sino súbditos del rey a quien daban tributo; in- 104 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO sistían en que se les pusiera un clérigo, y advertían que si les obligaban a ir a Tiripetío abandonarían su pueblo para irse donde fueran bien tratados.5 La petición de separación de parroquias no prosperó ante el obispo Ramírez del Prado, quien aunque había tenido sus roces con los agustinos difícilmente hubiera condescendido en darles tal afrenta pública.6 El enfrentamiento con los frailes continuó, pero ahora en relación a unas tierras que los de Acuitzio consideraban propias y donde los agustinos habían metido un arrendatario. El pleito finalmente se sentenció a favor del pueblo en 1661.7 La secesión de gobiernos, sin embargo, corrió con mejor suerte, porque en 1660 Acuitzio eligió gobernadores y oficiales de república, y así continuaron haciéndolo al menos hasta 1688.8 Fuese por esta u otras causas, Acuitzio parece haber gozado en esta época de cierta prosperidad. Estaba no muy lejos de Valladolid y consta que producía trigo, becerros, quesos y gallinas seguramente destinados al gran mercado urbano y a los pasajeros que transitaban hacia tierra caliente. El hospital del pueblo tenía en 1632 una milpa de trigo donde recogía unas 200 fanegas9 y hacia 1666 estos cultivos habían proporcionado los recursos para proceder a fabricar un molino, contratando para ello a un maestro carpintero.10 En 1716 dicha “labor” se había convertido en un rancho ganadero.11 Esta amplia producción de mercancías con valor en el mercado motivó incluso el interés y las ambiciones del recaudador de diezmos del Obispado, con quien los indígenas siguieron un pleito quejándose de “extorsiones y molestias” hasta que consiguieron que se ordenara guardar la costumbre y que la recaudación se hiciera según un “concierto” o transacción que se haría en la puerta de la iglesia.12 5 AGN, Indios, v. 23, n. 43, f. 32a-32v; n. 69, f. 57v-60. Sobre este obispo y sus relaciones con los agustinos, véase Jorge Traslosheros Hernández, La reforma de la Iglesia del antiguo Michoacán. La gestión episcopal de fray Marcos Ramírez del Prado, 1640-1666, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1995, X-294 p. 7 AGN, Indios, v. 19, n. 253, f. 141ar; AN, leg. 1-2, exp. 6, f. 66-74. 8 AGN, Indios, v. 29, n. 24, f. 31a-33a. De hecho, no consta que existiera un mandamiento virreinal autorizándolos a separarse de Tiripetío. No es imposible que fuera una situación de hecho que —por falta de denuncia— escapara a la supervisión virreinal. 9 Ramón López Lara (editor), El obispado de Michoacán en el siglo XVII, Morelia, Fimax, 1973, p. 207. 10 Archivo Histórico del Ayuntamiento de Pátzcuaro, caja 14, exp. 2, 1 f., 1666 11 AN, leg. 9-32, f. 372. 12 AGN, Indios, v. 29, n. 24, f. 31a-33a. 6 DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 105 Los indios “cavilosos”, los vecinos “de razón” y los conflictos “de clase” Acuitzio prácticamente desaparece de los registros documentales durante casi un siglo. Tal parece que los indígenas se dieron por satisfechos, y ni los oficiales de república de Tiripetío ni los agustinos tuvieron interés o ánimos para volver sobre el litigio. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII las fricciones retornaron con particular violencia. Como podrá apreciarse, varios de los incidentes y conflictos tendrían como protagonistas o víctimas a la acrecentada población de los “vecinos” españoles y castas. Se trata de una línea de fractura social que obedecía a tensiones distintas de las que oponían a la cabecera indígena y su sujeto, pero que vino a entremezclarse y complicar la preservación del orden. Curiosamente, los oficiales de república de Tiripetío se vieron en el caso de apoyar las quejas de los “vecinos” no indígenas de Acuitzio para reforzar su propia autoridad. Un episodio de las agitaciones ocurridas en el contexto de las reformas borbónicas puede dar una idea del número, cohesión y determinación de estos vecinos en la defensa de sus intereses.13 En octubre de 1766 el mayor Felipe de Neve, encargado de levantar los batallones de milicias provinciales, llegó a Tiripetío y mandó se reunieran los españoles y “castas” de la región. En respuesta, arribaron al lugar 120 hombres a caballo, algunos de ellos armados, que dijeron ser vecinos de Acuitzio. Manifestaron que no querían sufrir tropelías, que los oficiales y cabos debían ser criollos, y que entre ellos mismos nombrarían a los que habrían de servir. Neve salió del paso replicando que el alistamiento no les traería perjuicios y que los vecinos ocuparían algunos cargos menores. Con esto consiguió que se retiraran dando vivas al rey y haciendo disparos al aire.14 No tenemos información circunstanciada de la composición social de este nutrido y belicoso grupo. De distintas declaraciones judiciales de algunos de ellos se aprecia que eran de modesta condición social; se trataba de rancheros, arrendatarios de las haciendas cercanas, o fun13 Sobre estas reformas, véase Josefina Zoraida Vázquez (coordinadores), Interpretaciones del siglo XVIII mexicano: el impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992, 215 p. 14 La desconfianza de los vecinos respecto de las milicias provenía de una pésima experiencia previa, cuando en 1762, en ocasión de la guerra con Inglaterra, las alarmadas autoridades recurrieron a métodos en extremo coercitivos para poner el puerto de Veracruz en estado de defenderse contra un hipotético desembarco enemigo. Véase Felipe Castro Gutiérrez, Movimientos populares en la Nueva España: Michoacán, 1766-1767, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990, p. 99. 106 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO cionarios de diversas instancias gubernamentales y eclesiásticas, como recaudadores de diezmos, de la renta de tabacos y la alcabala. En el ámbito de los pueblos, sin embargo, debían pasar por personas más o menos prósperas e influyentes. Es posible que existiera entre ellos cierto desequilibrio demográfico entre géneros, porque varios estaban amancebados con mujeres indígenas. Esto puede haber sido algo más que un chisme pueblerino, pues como veremos un subdelegado llegó a sostener que en Acuitzio los indios no eran tales, sino mestizos y mulatos. En 1761 los integrantes del “común” de Acuitzio se presentaron ante el alcalde mayor quejándose contra los vecinos españoles Pedro de Alexandre y Juan Francisco Viveros. Decían que Alexandre se había avecindado sólo por su conveniencia y era de ningún provecho al pueblo; estaba amancebado escandalosamente con una mujer casada, causaba inquietudes y discordias, no respetaba a los oficiales de república, había maltratado a un alcalde y a un “viejo” (esto es, a uno de los “notables” indígenas) y quería “predominar sobre todos”. Respecto de Viveros, tenía “ilícito comercio” con una viuda, causaba discordias y maltrataba a los naturales. Pedían que ambos fuesen expulsados del pueblo. Estas acusaciones tenían sustento legal, dado que las leyes prohibían que los españoles, mestizos o mulatos vivieran en pueblos de indios. Sin embargo, muchos de estos “vecinos” no indígenas permanecían en los pueblos durante décadas sin mayor oposición y en ocasiones eran convenientes cuando se necesitaban testigos “de razón” para informaciones judiciales o bien para obtener pequeñas sumas en préstamo cuando la república pasaba por apuros para pagar los tributos y obvenciones parroquiales. Como puede verse, la acusación contra Alexandre es que no les era “útil”; al parecer los indígenas estaban dispuestos a aceptar a los “vecinos” españoles y castas siempre y cuando colaboraran de alguna manera al bienestar común. También es evidente en las quejas algo que es una constante en otros lugares: los indígenas consideran que las mujeres del pueblo eran parte de los “recursos propios” que, como la tierra y las aguas, debían quedar reservados a los lugareños. En todo esto, en realidad, no hay mayor novedad; forma parte de un patrón de conducta y de un discurso moralizante habitual en las repúblicas indígenas, sobre todo desde mediados del XVIII, cuando el crecimiento económico y las comunicaciones más frecuentes hicieron que aumentara el número de “vecinos” en los pueblos de indios. Sin embargo, la apelación de uno de los acusados presenta un contexto que no es el usual. Viveros presentó varios descargos en su favor: que aunque había descalabrado a un indio lo había hecho en legítima defensa y en una discusión sobre los favores de la viuda; que vivía en el DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 107 pueblo porque era recaudador de los diezmos, e insistió en que era “útil” porque arrendaba tierras a los indios, les pagaba por adelantado y les daba para solventar sus fiestas, los tributos del rey y los parandis, o sea las contribuciones y presentes que daban a su párroco. Pero lo que más nos interesa es su dicho de que la acusación era resultado de la “cavilosidad” de los indios. Decía que querían exasperar a los vecinos “de razón” para que desamparasen el distrito (“que esta pretensión siempre han tenido”) y se quedaran sin quien les reprendiera sus malas costumbres; que a varios vecinos ya los conminaban a irse y otros vivían bajo amenazas. Mencionó que en 1740 los indios se habían atumultuado contra el párroco fray Juan Marques porque los compelía a asistir a la doctrina; le cerraron la puerta de la iglesia y acaudillados por la mujer del escribano de república (quien gritaba “que lo matasen”) se le echaron encima y le desgarraron el hábito. Lo hubieran de hecho llevado a cabo si no hubieran acudido los vecinos de razón armados a rescatarlo, que permanecieron de guardia en la puerta del templo mientras se celebraba la misa y después lo escoltaron hasta el convento de Tiripetío. Posteriormente hubo dos intentos de tumulto contra los párrocos que se frustraron tan sólo por la vigilancia que siempre mantenían los vecinos de razón. Mencionaba que hacía siete años la violencia se había dirigido contra los mismos vecinos durante una fiesta, y que en todos los tumultos los indios habían estado ebrios con charape y otros brebajes prohibidos que acostumbraban consumir. Agregó Viveros una acusación que da un sorprendente giro a la naturaleza del conflicto: un martes de carnaval, hacía cinco o seis años, los indios se habían puesto los sagrados ornamentos reservados a los sacerdotes y el capitán de los cantores se había montado sobre un burro fingiendo ser el padre prior y los criollos que lo acompañaban, y por burla y con mucha algarabía habían hecho la parodia de un casamiento y otras ceremonias sacrílegas. Con la misma intención habían tratado de quedarse con la llave de la sacristía para echarle azúcar al vino de consagrar;15 no querían acudir a la doctrina y tenían continuamente atrevimientos con los curas y vicarios. Todo esto podría descartarse como una invención o una malintencionada maniobra judicial, pero otros testimonios posteriores de los oficiales de república de Tiripetío y de vecinos españoles confirman lo acontecido en lo que llegó a conocerse como la “mascarada de carnaval”. 15 Por razones rituales el vino de consagrar debía ser puro, sin adulteraciones como la muy común de agregarle azúcar o frutas para aumentar su grado alcohólico y darle un sabor más al gusto de los consumidores novohispanos. Un sacerdote podía incluso negarse a dar misa si tenía “escrúpulos” porque el vino era demasiado dulce. 108 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Los naturales, por su lado, insistieron en sus quejas contra Alexandre y Viveros y en una frase muy reveladora alegaron que los vecinos de razón eran “de una misma clase, y contrarios a nosotros”. Estaban dispuestos a devolver la renta que les había pagado por adelantado Viveros con tal de que se fuese del pueblo. Respecto de Alexandre, ya había abandonado el pueblo sin presentar escritos a su favor. La causa se mandó recibir a prueba y no consta la sentencia final.16 En agosto de 1764 se presentó en Tiripetío, ante el teniente de alcalde Vicente Sánchez, un “español” que arrendaba tierras en Acuitzio. Se quejó de que estando en este pueblo, en casa de un indígena donde vivía, sin motivo alguno el alcalde y otros oficiales de la república lo habían prendido y llevado a golpes y empellones hasta las casas reales, donde lo amarraron y azotaron; pedía que fuesen castigados por la injuria “tanto a su persona como a su calidad”. Lo que denunciaba Sánchez era una verdadera subversión del orden jurídico, porque los funcionarios indios no tenían potestades para detener y mucho menos condenar a azotes a un español, pero, además, el denunciante narraba una situación de agitación general, de tumultos, poco o ningún respeto a los justicias españoles y curas párrocos, mofa y desprecio de la fe, grandísimo desprecio de Dios y “total antipatía” a la gente de razón. Creía que solamente ayudados del demonio podían haber salido impunes durante tanto tiempo de semejantes maldades.17 Por estas mismas fechas, en 1763, el pleito entre cabecera y sujetos resurgió cuando los oficiales de república de Acuitzio dijeron que el gobernador y naturales de Tiripetío los obligaban a llevar materiales y a trabajar en la fábrica de las casas reales, siendo que ellos tenían en su pueblo sus propias casas parroquiales y hospital, celebraban sus funciones religiosas “y que somos y estamos desde la antigüedad separados del dicho pueblo de Tiripetío, como cabecera que es el dicho nuestro de aquellos [pueblos] que a él se congregaron”. Pedían que no les molestaran pidiéndoles servicios personales. En su favor presentaron actas de elecciones de gobernadores y oficiales de 1660 y 1664, sin que los de Tiripetío contradijeran entonces; dijeron que si bien después dejaron de realizar elecciones, esto había sido por descuido de sus mayores e ignorancia de sus títulos y privilegios. El gobernador y oficiales de Tiripetío replicaron diciendo que los de Acuitzio pretendían liberarse de sus obligaciones como sujeto; pedían que se les ratificara como cabecera y se obligara a los acuitzeños 16 Archivo Histórico Municipal de Morelia (en adelante AHMM), t. I, 4. 1, caja 51, exp. 31, 14 f. 17 AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 2, 9 f. DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 109 a acudir con trabajo y materiales como hacían todos los pueblos sufragáneos con sus “metrópolis”. Argumentaban que Acuitzio no era realmente pueblo sino un barrio, y aun admitiendo que fuese pueblo eso no les quitaba la subordinación que siempre habían tenido.18 Decían que el verdadero motivo de la demanda de los acuitzeños era disfrutar de mayor libertad para sus varios y abominables vicios, entre los que destacaban la embriaguez y que “este como sea vicio capital o raíz o principio de la lujuria la ha producido en ellos con tanta eficacia que no se acomodan en su uso a la naturaleza sino que van directamente contra ella, perpetrando la sodomía”. Un tal Balthasar había sido castigado por este delito y otro reo había muerto oculto en los montes, como se ofrecían a demostrar jurídicamente. Agregaron posteriormente que aun habiendo tenido sus contrarios alguna “despótica jurisdicción” se debía volver a reducirlos por su altivez y soberbia, porque habían cometido innumerables tumultos particularmente en contra de sus párrocos y los tenientes de alcaldes españoles. Los alcaldes indios de Acuitzio habían, además, “divorciado” a dos indígenas a los que no permitían vivir juntos, poniéndolos bajo vigilancia de los padrinos; y aunque el párroco había tratado de remediarlo no lo había logrado por temor de sufrir un atropello. Llegaba a tanta su audacia que tenían atemorizados a los vecinos de razón y no les permitían enterrar a los muertos en el cementerio. Su poca religiosidad se hacía evidente en que la iglesia de Acuitzio estaba tan descuidada que se metían los puercos al camposanto y desenterraban los cadáveres. El teniente de alcalde español se había ido de Acuitzio porque las casas reales estaban gravemente deterioradas y por el temor a sus inquietudes y audacias. En resumen, eran de “notoria flojedad, acrisolada infidelidad y pública audacia y licenciosa vida”.19 Los de Acuitzio no tardaron en replicar que los abultados vicios que les achacaban no venían al caso de lo que se litigaba. No negaban el de la embriaguez, pero decían que también lo padecían sus contrarios; de los “demás” vicios sólo referían discretamente que se había castigado a los culpables. Los otros argumentos de sus contrarios eran “temeridad”; los entierros de los españoles eran asunto del cura párro- 18 Los pueblos de indios tenían derecho a tener sus propios oficiales de república y poseer tierras de comunidad. Los barrios, en cambio, sólo tenían un mandón o alguacil y no poseían más tierras que las que les concedía la cabecera. La distinción no era siempre muy clara, y con frecuencia daba lugar a muchos litigios. Véase Francisco G. Hermosillo, “Indios en cabildo: historia de una historiografía sobre la Nueva España”, en Historias, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, abr.-sep., 1991, núm. 26, p. 25-63. 19 AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, f 6a-9r. 110 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO co, la iglesia del hospital estaba en construcción y de las casas reales no debían responder ellos, sino el teniente de alcalde español. Como el litigio se alargara, con representaciones y alegatos de una y otra parte, los oficiales indígenas de Tiripetío dijeron que para evitar mortificaciones y un costoso litigio se desistían y pedían que el alcalde mayor absolviera a Acuitzio de su obligación de prestar servicios personales “por ahora”.20 La transacción podía parecer salomónica, pero desde luego no era definitiva. Los funcionarios españoles y los indios que antes eran candorosos En su etapa final, el conflicto entre cabecera y sujeto derivó en buena medida en contra de las autoridades españolas residentes en Tiripetío. Esto era en cierto modo inevitable, porque la actuación de los funcionarios como recaudadores de tributo, servicio personal y administradores de justicia los llevaba a coincidir con el papel directriz de la cabecera. Pero, por otro lado, las nuevas quejas probablemente reflejan la mayor influencia de los funcionarios locales en el contexto borbónico. Hay que tener en cuenta que en 1767 una expedición dirigida por el visitador José de Gálvez había caído sobre la provincia: realizó severos castigos con decenas de reos y sentenciados a pena capital, decretó la disolución de varias repúblicas (aunque esto no afectó a Tiripetío) y en gran medida restableció la supremacía del poder laico sobre el episcopal.21 Y en 1786 la nueva Ordenanza de Intendentes creó funcionarios provinciales con amplias facultades, que se apoyaban localmente en subdelegados que tenían potestades para supervisar más estrechamente a los oficiales de república e incluso intervenir directamente en su nombramiento. La Ordenanza, además, prácticamente confiscó los bienes de comunidad de las repúblicas indígenas, que pasaron a ser administrados por el intendente supuestamente en beneficio de los pueblos.22 Tenemos un buen ejemplo de estas fricciones en 1778, cuando el común de Acuitzio se quejó ante la Real Audiencia porque el teniente de alcalde español había pasado a radicar en su pueblo y los obligaba a darle un topil al que no le pagaba cosa alguna, metía a los naturales AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, 13 f. Castro Gutiérrez, op. cit., p. 131-139. 22 Martha Terán, ¡Muera el mal gobierno! Las reformas borbónicas en los pueblos michoacanos y el levantamiento indígena de 1810 (tesis), México, El Colegio de México, 1995, cap. I: “Fin del régimen particular de los indios”, p. 1-31 20 21 DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 111 a la cárcel, les cobraba cuatro reales de carcelaje y se entrometía en certificar testamentos de los indios que, tradicionalmente, se hacían en papel simple ante sus alcaldes o gobernadores. El día de la fiesta titular les había quitado al recurso de cobrar un derecho a quienes llegaban para poner puestos “movedizos”; además, se quedaba con las maderas que los indios traían para cercar la plaza principal, de manera que pudieran lidiarse toros. El virrey Bucareli mandó que el teniente residiera en Tiripetío y que no cometiera los abusos denunciados. 23 La alusión a los testamentos nos lleva a una situación particularmente delicada, que nos permite asomarnos a los conflictos internos, usualmente muy poco visibles, de la sociedad indígena. En estos años Acuitzio padecía una visible tendencia hacia la privatización de hecho de las parcelas comunitarias. La posesión de la tierra, que había sido anteriormente una consecuencia de la pertenencia a un “común”, se convertía poco a poco en una mercancía que podía ser objeto de herencia, venta y arrendamiento.24 Esta transición amenazaba la integridad de la organización social indígena, porque tendía a introducir una jerarquía social que ya no se basaba en el linaje y en el prestigio que daba ocupar cargos para el servicio a la “república”, sino en la acumulación de tierras y riquezas. Asimismo, la privatización creaba un contexto en el cual las normas aplicables eran confusas. Veamos un caso concreto: un propietario indígena tuvo dos matrimonios, y del primero tuvo una hija y del segundo tres. Como falleció sin testamento, su padre decidió (a la manera tradicional, donde el patriarca decidía sobre las herencias) que la hija del primer matrimonio recibiría la mitad de los bienes, y sus tres medios hermanos la fracción restante. Como en el interin la viuda se había vuelto a casar, el padrastro de los tres hermanos protestó ante el alcalde indígena de Acuitzio. Cuando su queja tropezó con una negativa (el alcalde le dijo “que se callara la boca”), acudió ante el subdelegado español de Tiripetío. Este determinó que los bienes se repartieran en partes iguales, lo cual provocó la apelación del marido de la ahora perjudicada hija del primer matrimonio. El subdelegado mandó al al- 23 AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 19, 20 f. En tarasco el verbo “poseer la tierra”, literalmente significa “emparentar con la tierra”. La tierra es el fundamento de las relaciones sociales y familiares. En la época prehispánica, al conceder un señor la tierra a un grupo establecía un lazo que era a la vez de parentesco y de dependencia. Puede verse esto muy bien en el “título de Cherán”, donde se dice que “de esta tierra señalada hablaré en cuanto emparenté (minguare)”, y más adelante: “Aquellos que antiguamente eran reyes cuando hicieron por todos lados cada yacata, la tierra habiendo sido emparentada (“mincuarenca”) en los pueblos.” Agradezco a Cristina Monzón la interpretación lingüística. 24 112 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO calde de Acuitzio que entregara la causa, pero éste solamente cumplió a medias y no entregó el testamento.25 El pueblo había dejado de ser un ámbito socialmente cerrado, homogéneo y solidario, y las autoridades indígenas y españolas entraban en conflicto por los servicios personales, los recursos comunales, la administración de justicia y, desde luego, por el derecho a decidir en asuntos de tierras. En el fondo, lo que estaba en cuestión era la subsistencia de un espacio jurisdiccional indígena que anteriormente había decidido sobre la adjudicación de la tierra y otros recursos sin interferencia de los magistrados españoles. Vista de esta manera, la persistente pretensión de Acuitzio de conseguir un gobierno “de por sí”, con un gobernador poseedor de mayores facultades, cobra su pleno sentido. En 1795 Acuitzio pidió al intendente Díaz de Ortega que se le diera licencia para elegir gobernador el año siguiente, amparándose en su crecido número y varios documentos que acreditaban que habían sido cabecera juntamente con Tiripetío; los acuitzeños dijeron que si habían dejado de elegirlos había sido por descuido de sus antecesores. Los oficiales de república de Tiripetío, por su lado, se quejaron de que los de Acuitzio pretendían hacer elección de gobernador y que aun llegaban a querer subyugar a su cabecera. Consideraban que la pretensión tenía por fin la independencia, “que nadie duda es origen de las disoluciones, de los escándalos y de otras funestas resultas de tan feo o peor semblante”. Mencionaban que siempre sus contrarios habían acudido a Tiripetío a confirmar las elecciones de su alcalde y oficiales, de modo que la novedad pretendida era extravagante, sediciosa, “turbativa” del buen gobierno y contraria a la armonía de la “sociedad civil de gentes”. El intendente pidió informes al subdelegado de Tiripetío, quien representó que ni siquiera los viejos tenían memoria de que hubiera habido gobernadores en Acuitzio. Finalmente, la petición fue rechazada.26 En 1804 los de Acuitzio volvieron a presentar sus anteriores argumentos para negarse a dar servicio personal al subdelegado residente en Tiripetío, una exención de la cual decían tener “inmemorial posesión o cuasi posesión”. Este funcionario español, Valentín Hernández, contestó diciendo que la representación nacía “por la enemiga [sic] que tiene un pueblo con otro, a causa de que el de Acuitzio quiere que sea cabecera y lleva a mal el que lo sea Tiripetío”. Hernández tenía una pésima impresión del pueblo de Acuitzio, del que decía que “está po- 25 26 AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 21, f. 22r. (1804) AHMM, t. I, 3.1, caja 13, exp. 21, 44 f. DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 113 seído de todos los vicios, de manera que no se encuentra en él más [que] estupros, amancebamientos, adulterios, incestos, robos, heridores y embriagueces.” Añadía que era inconveniente que por sus privilegios vivieran “en un total despotismo” y que “estiman en más la libertad que los intereses”. Reconocía que había reservado para sí parte de los permisos que se cobraban a los marchantes que llegaban para la fiesta, pero argumentaba que esto era porque en las festividades tenía que trasladarse a Acuitzio para mantener el orden y aunque los naturales hacían grandes gastos en comida y bebidas alcohólicas, no le ayudaban para los suyos. Opinaba que aunque las leyes protectoras de los indios habían tenido su razón de ser, los indios ahora ya no tenían el “candor o sencillez” del pasado, por estar ahora “poseídos enteramente de malicia y que con pleno conocimiento cometen los delitos porque en la realidad ya no son indios puros sino mezclados con todas las demás castas” y que “aunque ellos para mover a compasión se presentan ante los magistrados con la mayor sumisión, haciéndose que ni entienden lo que se les dice, yo apreciaría los observasen en sus pueblos, y hallarían ser al contrario de las exterioridades que representan en los tribunales, y por consiguiente ser acreedores a tratarse con todo el rigor de las leyes”. El alcalde de Acuitzio había llegado al extremo de ordenar que bajo pena de azotes las causas judiciales se presentaran ante él, y no con el subdelegado, y de hecho había comenzado a sentenciar diferentes causas de tierras según unas “leyes nuevas” que decía tener; y había dado en usar un bastón de mando con borlas negras, como los intendentes. Los indios se negaban a dar alojamiento o asistencia a los funcionarios españoles de visita, llegaban a no quitarse el sombrero en su presencia y omitían darles un lugar preferente en la iglesia. Otros vecinos españoles, citados para este fin, confirmaron las acusaciones.27 El expediente se prolongó durante varios años, hasta que en 1807 se hizo saber a los de Acuitzio que estaban obligados a prestar servicios personales a las obras públicas de la cabecera, y que su gobierno local debía entenderse sólo en su régimen económico.28 En otras palabras, que los litigios entre cabeceras y sujetos eran cosa del pasado porque los privilegios de los pueblos habían quedado generalmente abrogados por el nuevo orden borbónico. 27 AHMM, t. I, 3.9., caja 48, exp. 15, 13 f. Ibidem., f. 36-44. Las incendiarias acusaciones de Hernández y otros españoles en contra de Acuitzio encontraron la indiferencia de las autoridades virreinales. Es posible que el hecho de que reconociera haber cobrado contribuciones prohibidas debilitara sus alegatos. 28 114 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Del conflicto a la disidencia: Acuitzio contra el mundo El caso de los seculares pleitos de Acuitzio tiene varios aspectos interesantes. Estas agitaciones no son, ciertamente, casos de “resistencia étnica” (a no ser que se quiera restringir la etnicidad al espacio de un pueblo). Los de Acuitzio seguramente conocían que compartían una lengua y un pasado con la cabecera indígena de Tiripetío, pero esta común herencia cultural no impidió que ambas poblaciones se enzarzaran durante décadas en una enredada pugna: no había aprecio ni solidaridad entre ellos. Este es un caso en el cual un pueblo se enfrenta y rechaza todo el mundo inmediato circundante. Los acuitzeños veían a su alrededor un entorno uniformemente hostil, donde se movían actores, instituciones y personalidades —poco importaba que fuesen laicos o religiosos, indios o españoles— que coincidían en meterse en sus asuntos, en querer apropiarse de sus recursos colectivos y exigir tributos y servicios indebidos. La pretensión —podríamos decir, incluso, la utopía— de este pueblo se acercaba a un comunalismo, a una búsqueda y preservación de un espacio propio, aislado, dentro del contexto colonial. No hay aquí, al menos formalmente, ninguna alusión o comportamiento que pudiera señalar alguna nostalgia por el mundo anterior a la llegada de los españoles. Por el contrario, los momentos fundacionales del pueblo, que son la fuente de su identidad y reivindicaciones, se remiten con claridad a las congregaciones realizadas por la Corona a principios del siglo XVII. No existe siquiera —como ocurre en otras repúblicas, como por ejemplo la cercana Tzintzuntzan— un intento de justificar sus privilegios con derechos concedidos por los señores “de la gentilidad”.29 Tampoco, hasta donde llegan mis conocimientos, se aprecia una supervivencia de la vieja religión o formas heterodoxas de sincretismo. Es notable como los agustinos, que no tenían especial aprecio por los acuitzeños, nunca alegaron la existencia de “supersticiones” o “idolatrías”. Incluso, bien mirados, los elementos culturales presentes en la famosa “mascarada de carnaval” tienen muy poco de mesoamericanos y se parecen más bien a las “fiestas de locos” y a los rituales de inversión social del medioevo europeo.30 En otras palabras, 29 Felipe Castro Gutiérrez, “Tzintzuntzan: la autonomía indígena y el orden político en Nueva España”, en Carlos Paredes (coordinador), El gobierno indígena en Nueva España, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo (en prensa). 30 Jacques Heers, Fêtes de fous et Carnavals, Paris, Fayard, 1983, p. 177-189, describe procesiones satíricas no muy diferentes a las de Acuitzio. Faltaría saber si se trata de una DEL CONFLICTO A LA DISIDENCIA EN MICHOACÁN 115 lo que presenciamos en Acuitzio es la aculturación de las formas de disidencia —un resultado paradójico del éxito de la implantación de los valores y normas culturales españolas. Por otro lado, la forma en que este conflicto se desarrolla es peculiar y característica del régimen colonial novohispano. Sus orígenes se hallan en la subyugación (real o supuesta, poco importa) de Acuitzio en favor de Tiripetío, por conveniencias y necesidades gubernativas y religiosas de la Corona. El desarrollo del litigio es típico de una sociedad cuyas jerarquías económica, social y política estaban estrechamente entrelazadas. Lo que inicia como un enfrentamiento jurisdiccional con la cabecera indígena deriva en un cuestionamiento de la autoridad de los misioneros agustinos de Tiripetío; éstos, a su vez, son grandes propietarios de tierras que son objeto de pleitos. La hostilidad contra los propietarios “de razón” en su conjunto lleva a un enfrentamiento con los tenientes de alcaldes y subdelegados. Y los “vecinos”, como es lógico, protegen a los eclesiásticos y convenientemente dan la razón en sus declaraciones judiciales a las denuncias de la cabecera indígena de Tiripetío en contra de su desobediente sujeto. Podríamos suponer que en una sociedad con la estructura propia de la novohispana, los conflictos específicos que no alcanzaban una pronta resolución tendían a extenderse y diseminarse hacia otros ámbitos. Desde luego, es preciso considerar otros casos con detenimiento antes de arribar a generalizaciones válidas. Este entrelazamiento de los conflictos lleva consigo, asimismo, una progresiva escalada, que va de modalidades aceptadas y aceptables para las autoridades hacia una progresiva radicalización. Las reivindicaciones de Acuitzio comienzan como una cuestión jurisdiccional a mediados del siglo XVII, pero después evolucionan hacia la ridiculización de los frailes y de la religión, una usurpación de facultades legales por parte de las autoridades indígenas, un desafío a las órdenes de los funcionarios españoles de la cabecera y una especie de inversión simbólica de la conquista: los españoles son excluidos de la convivencia conyugal, acaban expulsados de sus tierras y sometidos a la vigilancia y la coerción disciplinaria de los alcaldes indios. Esta creciente radicalización puede adscribirse a dos procesos convergentes. Lo que discuten inicialmente los acuitzeños es una cuestión de conveniencia: manejar por sí mismos los tributos y servicios personales obligatorios, contar con su propio curato y no depender de otros similitud que se deriva de un contexto similar, o de un préstamo cultural cuyo origen habría que dilucidar. 116 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO para cuestiones de orden público. Dos siglos después, lo que está en cuestión es la supervivencia: la presencia cada vez mayor de los “vecinos” españoles y castas juntamente con la privatización de las parcelas familiares amenaza el control corporativo sobre las tierras, que es el fundamento mismo de la existencia comunitaria. La mención del “total despotismo” que pretendían los alcaldes de Acuitzio tiene su razón de ser, porque la aparición entre los indígenas de un grupo “modernizador” que prefería o encontraba conveniente acudir ante los funcionarios españoles de la cabecera en cuestiones que antes se decidían localmente ponía en grave riesgo la autonomía comunitaria y la autoridad de los oficiales de república. Aun así, los indígenas siguen reconociendo la legitimidad de los altos funcionarios de la ciudad de México y continúan luchando por obtener mandamientos favorables para su causa. De hecho, se presentaban a sí mismos como defensores de la costumbre y la legalidad. Desde su punto de vista, lo que hacían era defender las viejas y buenas normas del pasado y una y otra vez negaron que pudiera considerárseles como rebeldes. Son, paradójicamente, sus adversarios —los oficiales de república de la cabecera, las autoridades españolas locales, los “vecinos” de razón— quienes insisten en que son irremediablemente viciosos, carentes de toda moralidad, desobedientes a las autoridades civiles y religiosas y, en fin, subversivos del buen ordenamiento social. La prolongada movilización de los indios de Acuitzio se ubica, como puede apreciarse, en un ámbito intermedio entre el conflicto rutinario y la rebelión abierta y formal, pleno de ambigüedades y contradicciones, que es el propio y característico de la disidencia. LA PERSECUCIÓN INSTITUCIONAL DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA: PATRONES DE INCULPACIÓN Y TEMORES POLÍTICOS DE UNA ÉPOCA1 ANTONIO IBARRA Posgrado de Economía, UNAM La conspiración y el desenlace contrafactual La noche del 15 de septiembre de 1794, de cumplirse los delirantes planes de Juan Guerrero y socios, el gobierno español en la ciudad de México hubiera sido depuesto, el aparato virreinal paralizado, el arzobispo hecho cautivo, así como los principales comerciantes y hombres ricos de la capital capturados. Eventualmente se hubieran abierto los puertos al comercio libre, fortalecido las entradas del reino para impedir su reconquista y una misión diplomática hacia las “Colonias Americanas” hubiera conseguido un aliado valiosísimo para enfrentar la respuesta del imperio. La bandera de la libertad habría ondeado en el palacio virreinal.2 En ausencia de una fuerza regular, capaz de impedir que por el ánimo de la plebe y sus dirigentes “se alzaran con el reino”, se cortarían vínculos con la península, el contador Guerrero y sus socios tomarían los haberes en las Cajas reales de la Casa de Moneda y suprimirían la salida de caudales que tanta penuria causaban en la Nueva España. Tales despropósitos, de haber sido llevados a cabo, hubieran hecho impensables dos hechos futuros, igualmente descabellados si los pensamos desde el año de 1794: primero, la conspiración de los hombres poderosos del reino contra la autoridad del virrey, en aquel caso Iturrigaray; segundo, el levantamiento de los criollos y la plebe novohispana 1 Agradezco a Felipe Castro y a Alfredo Ávila su invitación al Coloquio que dio origen a este trabajo. A Eric van Young le reconozco sus estimulantes orientaciones y criticas, así como su hospitalidad académica. Las condiciones favorables para la elaboración de este ensayo las debo al Center for U.S.-Mexican Studies de la Universidad de California en San Diego y a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM. 2 Un tratamiento anterior de esta conspiración puede verse en un trabajo previo: Antonio Ibarra, “Conspiración, desobediencia social y marginalidad en la Nueva España: la aventura de Juan de la Vara”, en Historia Mexicana, México, XLVII: 183, 1997, p. 5-31. 118 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO en el modesto pueblo de Dolores que desataría una insurrección general en el reino. En esta comunicación trataremos de mostrar algunos elementos de la trama institucional orientada a indagar, perseguir y penalizar las formas políticas de desobediencia y deslealtad que podríamos interpretar como formas primitivas de “disidencia”, así como sus respuestas simbólicas de “obediencia” que en conjunto definen el discurso de la transgresión política de la época. Nos interesa explorar algunos aspectos retóricos de la calificación de los delitos políticos, tanto a luz de los temores del poder que juzga y penaliza como en los términos en que los delatores, testigos de cargo, implicados y ocasionales actores presenciales conjuntaron un lenguaje del imaginario político popular.3 Es importante para nuestra exploración advertir que no nos interesa saber si efectivamente la verdad judicial consigna los “hechos”, sino establecer como la factualidad del crimen político depende de la interpretación de la ecuación obediencia-disidencia. Los casos aquí mostrados, por tanto, son apenas indicativos de una lucha simbólica de la época que, pese al sigilo en que se libró esta batalla, constituía una “caja de resonancia” de las estridencias políticas que flotaban en el ambiente de la época y sobre las cuales no tenemos sino fragmentos testimoniales.4 Contornos de una época de miedos políticos Dado que España estaba en guerra contra la Francia revolucionaria, los temores de una invasión parecían fundados: el costoso mantenimiento de la Luisiana no garantizaba la seguridad del vulnerable y cosmopolita puerto de Nuevo Orleáns, donde la presencia angloamericana y francesa era preocupante; 5 además, la relativa porosidad de las fron3 Sobre el tema de la retórica en el conocimiento histórico véase el estupendo trabajo de Ginzburg, quien constituye una fundada crítica a la retórica tan en boga en la historiografía reciente. Carlo Ginzburg, History, Rethoric, and Proof, Brandeis Hannover & London, University Press-Historical Society of Israel, 1999, p. 1-37. 4 Una aguda discusión sobre la estrategia interpretativa de la subjetividad durante la insurgencia a través de los testimonios judiciales, puede verse en el trabajo de Van Young. Eric van Young, “Confesión, interioridad y subjetividad: sujeto, acción y narración en los inicios del siglo XIX”, en Signos, México, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 2002 (en prensa). Agradezco al autor la copia de su trabajo. En otros aspectos, referidos a las transgresiones políticas, su libro será una referencia obligada. Eric van Young The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology, and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford, Stanford University Press, 2001, p. 111-124. 5 Ya Revillagigedo había llamado la atención sobre este peligro, en cartas al duque de Alcudia, a don Diego Gardoqui y a don Antonio Valdés, ministros reales: “La guerra con los PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 119 teras y costas del reino hacían posible una operación de desembarco exitosa sobre todo por la costa noreste del reino, probablemente entre Tampico y Tejas.6 Sin embargo, las señales interiores resultaban más preocupantes aún, por insistentes. El temor al contagio político que inspiraba la revolución francesa supuso un peligro mayor: el debilitamiento de las bases de la obediencia política en el reino, largamente edificadas, que se desvanecían ante el reformismo de la nueva casa gobernante. Razones adicionales había para pensar en un relajamiento que podría quebrantar la lealtad: los recuerdos y desórdenes que dejó la hambruna de 1785-1786, el hacinamiento que asfixiaba a la capital y los trastornos que ya se hacían sentir en la economía novohispana, cada vez más lejos de la imagen de prosperidad que sus minas podrían hacer creer a los contemporáneos y que aún hoy fascinan a los historiadores.7 La Nueva España era rica pero los novohispanos pobres, como nos lo ha recordado Romano recientemente.8 Las razones de la desigualdad de la época no eran sólo preocupación de los hombres ilustrados que miraron desde una exterioridad cultural y analítica el fenómeno, como el barón Alexander von Humboldt, sino también para los ojos de penetrantes testigos agobiados por un eventual estallido social, como el futuro obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, así también para quienes tenían a su cargo la seguridad del reino e impartían justicia desde la Audiencia y los tribunales criminales, y percibían esa fermentación de animosidades.9 franceses exige, según mis conceptos, precauciones prudentes [sic] en la Provincia de la Luisiana, porque la mayor parte de sus vecindarios se componen de familias de aquella nación...”, Revillagigedo al duque de Alcudia, 30 de abril de 1793, en Nicolás Rangel, Los precursores ideológicos de la Guerra de Independencia, 1789-1794. La revolución francesa, una de las causas externas del movimiento insurgente, Publicaciones del Archivo General de la Nación, XIII, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929, p. 111. 6 “Esta colonia se halla poblada de franceses que reconocen el dominio español de pocos años a esta parte, y por consecuencia no ofrecen seguridades de lealtad y amor al Rey... [...] Los Estados Unidos Americanos son hoy receptáculo de otros muchos franceses trasladados de Europa y de las Islas que poseían inmediatas a este continente ... [por otra parte, concluye, AI] de suerte que si los colonos americanos intentan y logran el dominio de Nuevo Orleáns, pueden aspirar a otras empresas por mar y tierra contra la Nueva España.”, Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794, en ibidem, p. 160-161. 7 Eric van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza Editorial Mexicana, 1992, p. 51-123. 8 Ruggiero Romano, Monedas, seudomonedas y circulación monetaria, México, Fondo de Cultura Económica-Fideicomiso Historia de las Américas, 1999. 9 Abad y Queipo dio testimonio del temor de un sector moderado, agraviado por la política borbónica, especialmente por la Cédula de Consolidación de Vales Reales, en su Representación a nombre de los labradores y comerciantes de Valladolid... del 24 de octubre de 1805. 120 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO La persecución de síntomas de descontento, de infiltración de “ideas perversas” venidas de la revolucionada Francia o de manifestaciones populares de desafección al monarca, la religión y las autoridades virreinales, empezaron a inquietar a quienes con perspicacia interpretaban el descontento social como una alerta de peligrosidad política.10 El ilustrado virrey conde de Revillagigedo, por su parte, había hecho notar el poder del nuevo régimen entre las elites, fomentando luchas corporativas entre los ricos del reino para sacar partido pecuniario en favor de la Real Hacienda.11 El caso de las manifestaciones de lealtad del Consulado de comercio de México destaca cómo el intercambio de privilegios y favores estimuló a los comerciantes a invertir en préstamos graciosos procurando revocar la decisión real de crear nuevos consulados provinciales en Veracruz y Guadalajara, hasta exigir su extinción.12 Cuando reveló su autoría años más tarde, en 1813, sentenció que “...es bien cierto que ha tenido [la citada Cédula, AI] bastante influjo en la insurrección que actualmente nos aflige. [...] Previendo yo estas consecuencias procuré demostrarlas con la claridad y energía posible, pero sin faltar al decoro y respeto que son debidos al gobierno. [...] Sin embargo, uno de los señores fiscales de México pidió que se averiguase el autor de este escrito por los suscriptores y que se formase causa de Estado como a un revolucionario. La ignorancia o la lisonja cegaron a este señor ministro, para no ver que él sólo era en el caso un perturbador público y no el autor del escrito, como se lo hubiera probado en juicio, si me hubieran reconvenido”. Masae Sugawara (editor), La deuda pública de España y la economía novohispana, 1804-1809, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia 1976 (Colección científica, 28), p. 59-74 [cursivas nuestras, AI]. 10 Desde diciembre de 1783 don José de Gálvez había enviado a nombre del rey una prevención sobre “segura noticia que una potencia extranjera trata de enviar a nuestras Indias comisarios disfrazados, con el pérfido fin de sublevar a sus naturales y habitantes ... [recomendando expresamente, AI] ... para desempeñar completamente este gravísimo encargo y mantener todo evento la subordinación y fidelidad de los pueblos y vasallos que le tienen confiados, sin causar para ello gastos extraordinarios, ni tomar providencias que causen novedad en el publico, ínterin no se adviertan movimientos que las hagan indispensables, pues en este caso deberá V. E. ocurrir con la mayor celeridad a sofocar y extinguir el fuego en los principios, escarmentando prontamente a los autores y cómplices de semejantes excesos”. Gálvez al virrey Revillagigedo, 1 de diciembre, 1783. Rangel, op. cit., p. 151. 11 “...en el discurso de un año y poco más de cinco meses —escribió Revillagigedo al ministro de Hacienda— tendré la satisfacción de haber remitido trece millones doscientos cincuenta y dos mil ochocientos noventa y ocho pesos, pertenecientes al Rey, para que disponga de ellos a su soberano arbitrio, y trece millones ciento ochenta y un mil setecientos setenta y siete pesos de sus fieles vasallos, cuyas contribuciones y las que deben resultar de sus comercios y giros progresivos, aumentarán los ingresos de ese y este Erario, proporcionando nuevos recursos para socorrer las urgencias del día”, Revillagigedo a Gardoqui, 31 de marzo de 1794. Rangel, op. cit., p. 138. Para una visión exhaustiva de la política financiera del imperio y el monto de las exacciones extraordinarias, véase el libro de Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato, Nueva España y las finanzas del imperio español, 1780-1810, México, Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 1999. 12 Guillermina del Valle Pavón, “Antagonismo entre el Consulado de México y el virrey Revillagigedo por la apertura comercial de Nueva España, 1789-1794”, en Estudios de PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 121 A nivel popular, el esmero correctivo se tradujo en un espectáculo penalizador que marcaba una nueva política de policía y buen gobierno. La ciudad de México fue testigo, entonces, de una serie de célebres ejecuciones, como la de los asesinos del rico comerciante don Domingo Dongo, y se convirtió en rutina la peregrinación de supliciados por sus calles, así como la instalación de cepos y cadalsos en las principales plazas de la ciudad.13 A la renovación ilustrada de la vida urbana, sobrevino una serie de medidas disciplinarias que habrían de lesionar el sensible tejido social: ahora con una matanza de perros, ahora con una reglamentación al expendio callejero, ahora con el control sobre la vida nocturna o la expulsión extramuros de cientos de vagabundos que pernoctaban en las calles de la ciudad. La iluminación, centinelas y serenos, el aseo público y el frenético esfuerzo reglamentador de los nuevos funcionarios borbónicos hizo evidente a los novohispanos la fuerza del cambio de una época.14 El sucesor de Revillagigedo, marqués de Branciforte, interesado en hacer notar las omisiones y desidias de su antecesor fue más lejos en sus esfuerzos retóricos por mostrar su eficacia persecutoria, al enfatizar la permisividad con que se toleró a los franceses, “a la sombra de un disimulo indulgente”, a pesar de que eran para el nuevo virrey emblema de la disidencia y un peligro latente del contagio de ideas perversas.15 La rudeza de una rivalidad entre ambos virreyes, traducida en represión política, llevó a los calabozos a muchos sospechosos de transgresiones políticas, desde nuestros conspiradores hasta varios extranjeros que presuntamente sembraban desconfianza e influían en el ánimo popular con sus comentarios aprobatorios a la Asamblea Nacional y el regicidio ejecutado por aquélla. En este contexto, hasta al Historia Novohispana, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, n. 24, 2001, p. 111-137. 13 Para una apreciación cotidiana y pormenorizada merece consultarse el Diario del alabardero José Gómez, quien muestra la modificación del espectáculo punitivo en la vida urbana, por el cual demuestra conocimiento y simpatía. José Gómez, Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794), ed. de Ignacio González-Polo, México, Universidad Nacional Autónona de México, 1986. 14 Enrique Florescano, “El embate de la ilustración”, en Margarita Menegus (coordinadora), Dos décadas de investigación en historia económica comparada en América Latina: homenaje a Carlos Sempat Assadourian, México, CIESAS-UNAM-El Colegio de México-Instituto Mora, 1999. 15 “Advertí desde luego que se había tratado con indolencia y que los franceses establecidos en esta capital vivían libres a la sombra de un disimulo indulgente, diametralmente opuesto a las sabias justas y saludables deliberaciones que se tomaron en España contra estos hombres fanáticos y seductores.” Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Rangel, op. cit., p. 157. 122 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO propio cocinero del virrey Revillagigedo y algunos peluqueros de la ciudad fueron puestos en bartolinas.16 La relevancia de estos hechos está, desde luego, no sólo en las disputas camarales de los virreyes, sino también en el hecho de que a partir de entonces la persecución de delitos políticos se convirtió en una empresa delicada que pretendió penetrar en los ánimos populares y explicar el descontento novohispano a la luz de la trama política de la época revolucionaria vivida en Europa. Una época de miedos y represión se abriría entre 1794, año de los procesos reseñados, y la erección de la Junta de Seguridad y Buen Orden, en 1809, cuando se estableció un control institucional sistemático para perseguir y procesar delitos políticos, paradójicamente en la víspera de la insurgencia. Mientras la Junta perseguía las voces anónimas de una espectral disidencia, ignoraba el desenlace que se preparaba en el levantamiento insurgente. La batalla institucional de inteligencia política parecía irónicamente perdida, toda vez que se hizo manifiesta su incapacidad de previsión, pero los “hechos” daban cierta cuota de razón a los temores del poder, aunque estuviesen “fuera de foco”. El miedo al contagio de ideas perversas: la cruzada de Branciforte17 Al llegar a la capital, en julio de 1794, el nuevo virrey, Branciforte, hizo saber a la población, por bando público, que debía denunciar a los enemigos de la religión y la Corona, quienes bajo la bandera de la Francia revolucionaria se escondían entre los leales súbditos novohispanos.18 Para ello, convocaba a audiencias con el objeto de conocer las denuncias y prometía observar sigilo en su persecución. La respuesta que alarmaría a los cuerpos de orden y seguridad vendría por una cédula 16 Testimonio de los autos formados por el señor don Pedro Jacinto Valenzuela, del Consejo de su Majestad, sobre la libertad y desacato con que varios individuos de la Nación francesa y otros se producen en tertulias y conversaciones, apoyando los procedimientos de la Asamblea, dando por bien ejecutada la muerte de los reyes, por ser opresivo y tirano su gobierno. Ibid., p. 200-254. 17 Miguel La Grúa y Talamanca, marqués de Branciforte, es el caso más notable de encumbramiento militar y burocrático gracias a sus vínculos familiares con la política palaciega. Cuñado del Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, entre 1791 y 1793 coleccionó un catálogo de cargos y condecoraciones, hasta llegar al virreinato novohispano. Fue nombrado por Real acuerdo de 2 de enero de 1793, embarcó a Veracruz el 29 de abril de 1794 y llegó a México el 12 de julio. Javier Ortiz de la Tabla, “Comercio neutral y redes familiares a fines de la época colonial”, en Enriqueta Vila Vilar y Allan J. Kuethe (editores), Relaciones de poder y comercio colonial: nuevas perspectivas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos-Texas University, 1999, p. 165-166. 18 Decreto de Branciforte, 14 de julio de 1794, Gazeta de México, VI, 400-404. PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 123 anónima puesta coincidentemente en las narices del nuevo virrey, en la esquina del palacio virreinal, que rezaba: Los más sabios Son los franceses El seguirlos en sus Dictámenes, no es absurdo Por mucho que hagan la Leyes Nunca podrán sofocar los gritos Que inspira Naturaleza19 La ocasión le permitió ratificar sus sospechas, expandir su política persecutoria y buscar el apoyo de otras instituciones encargadas de la justicia criminal y de conciencia, como el Santo Oficio, estableciendo una red de vigilancia que habría de crear el clima de persecución política descrito como una lucha por preservar la obediencia del reino.20 Resultado de este propósito, llevado adelante en forma de cruzada política, el virrey Branciforte envió al duque de Alcudia una relación de los casos más señalados de conspiración acaecidos en el reino, magnificando su impacto y destacando la celeridad con que se desempeñó frente a tales asechanzas. Los documentos judiciales de esta jornada de persecución política constituyen valiosos testimonios de la acción punitiva del poder, de la gramática de sus temores y de las medidas tomadas para infundir a la sociedad un amor patriótico nacido de la disuasión y los castigos ejemplares.21 Nuestros conjurados que tramaron la conspiración de la Alameda, el contador Juan Guerrero,22 el presbítero Juan de la Vara23 y el pelu19 Pasquín que amaneció fijado el 24 de agosto de 1794 en la esquina de Palacio que llaman de Provincia, en la del Portal de Mercaderes y en el sitio que la hace a la calle primera de los Plateros para ir a la de San Francisco. Rangel, op. cit., p. 151. 20 “...estuve prevenido y vigilante para ocurrir al pronto remedio de cualquier novedad que pudiese perturbar el sosiego público, y porque con singular complacencia vi resplandecer los afectos más tiernos y piadosos de religión, lealtad y amor al Rey en el muy reverendo Arzobispo, venerable Cabildo de esta Santa Iglesia, Tribunales de la Inquisición, Real Audiencia y de más Magistrados, Jefes militares, vasallos nobles y familias decentes, cuyo ejemplo influía en los corazones de la gente de la ínfima plebe.” Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Ibid., p. 159. 21 Los documentos provienen del AGN, Infidencias, v. 8, 20 y 139. La compilación impresa, a que hemos recurrido en este ensayo, se encuentra en el citado texto de Rangel. 22 Español, natural de la villa de Estepona, costa de Granada, soltero según declaró y que era oficial supernumerario de la Contaduría de la Real Hacienda de Filipinas, y le nombraron contador de la fragata San Andrés, última nao que llegó al reino en el año 1791. Primera declaración de D. Juan Guerrero, 19 de septiembre de 1794. Rangel, op. cit., p. 176. 23 Español, natural del reino de Galicia, presbítero de 32 años y “su modo de hablar es apresurado”. AGN, Infidencias, tomo 139. 124 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO quero José Rodríguez Valencia,24 por azares de este giro político, cayeron en las redes de este nuevo entramado institucional, amplificándose su caso por ser la primera evidencia incontestable de los ánimos de fermentación que había en el reino y que habrían llevado a españoles peninsulares a semejante despropósito, sólo por “verse arrancados” en la pobreza. Su tratamiento judicial expresa, por otra parte, los contornos de esta búsqueda sigilosa y sistemática de una nueva culpabilidad que hiciera evidente que los agentes de la revolución francesa habrían pisado suelo americano y conspiraban con súbditos desleales. Proteger la salud política del reino obligaba, entonces, a una suerte de “acordonamiento sanitario” de ideas y valores políticos que garantizaran reconocer la discordia, el propósito sedicioso y la transgresión política. En esta nueva trama de obediencia y disidencia, los procesos judiciales habrían de crear una nueva cultura de la persecución, de la delación, de la culpa política y de la penalización ejemplar.25 En la búsqueda de las más profundas raíces de las conjuras no se escatimaron recursos de inculpamiento, echando a andar toda una economía de la persecución en la cual el más mínimo detalle de desviación moral suponía una evidencia de la corrupción de la obediencia política.26 A los despropósitos, maledicencias o revanchas de “malquerientes” habría que asignarles un estatuto de credibilidad que hiciera posible su persecución, que mostrara el visible espíritu de sedición que permeaba a la época, permitiendo a las autoridades virreinales destacar su audacia persecutoria y celosa lealtad. El discurso persecutorio, en su expresión judicial de interrogatorio, constituye una glosa elocuente de los temores políticos de una época: al esfuerzo sistemático de inculpación acompañaba una convicción institucional de que la disidencia rondaba por todos los rincones del reino quebrantando voluntades, conjurando malicias y rencores, para hacer de la paz del reino un valor muerto. El discurso de interpelación política, en este nivel, constituye una evidencia de esa búsqueda y esos temores.27 24 Español, natural de la villa de Cartami y vecino de esta ciudad de México, soltero, de oficio peluquero, que vive en la calle de las Escalerillas, junto a una fonda. Declaración de [José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Rangel, op. cit., p. 171. 25 Antonio Ibarra, “Crímenes y castigos políticos en la Nueva España, 1809-1816: una aproximación cuantitativa al perfil social de la disidencia política colonial”, Ibero-Amerikanisches Archiv, 26: 1-2, Berlín, 2000, p. 165-172. 26 Seguimos en esto la conocida reflexión de Foucault sobre la economía del castigo. Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo Veintiuno Editores, 1978. 27 Hemos hecho un análisis en esta dirección, usando distintos testimonios judiciales, particularmente de la Junta de Seguridad y Buen Orden, para buscar en las razones de quien persigue los temores del orden político que representa. Antonio Ibarra, “Crímenes y casti- PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 125 La profesionalización del interrogatorio político se convirtió en una misión relevante, desprendiéndose de la justicia regular para adquirir progresivamente un estatuto propio. Los personajes que llevaron a cabo esa empresa habrían de adquirir una importancia singular, toda vez que serían ellos quienes crearían un discurso de la inculpación y habrían de encontrar el lenguaje que hiciera evidente que entre el universo de incoherencias populares sobre la política de la época, había un razonado decálogo de delitos y normas de obediencia. En efecto, don Pedro Jacinto Valenzuela,28 alcalde ordinario de la Real Sala del Crimen de la Audiencia de México, y don Ambrosio Sagarzurieta, antiguo fiscal de la Audiencia de Guadalajara,29 fueron dos personajes significativos en esta cruzada contra la disidencia política y artífices de un discurso de la obediencia, desprendido de los fragmentos luminosos de las “palabras sediciosas” que rondaban los ánimos populares.30 De esta manera, nuestro examen de la construcción y dinámica de discursos de obediencia y disidencia parten de una consideración simple: los “hechos” de disidencia forman parte del imaginario de la obediencia. Esto es, sólo a partir de una sintaxis de culpabilización es posible entender cómo los despropósitos políticos pueden adquirir coherencia y reputarse como delitos. Dicho de otra manera, en la construcción del delito se definen los contornos que limitan la obediencia de la disidencia y se pueden advertir en momentos retóricos definidos, a saber: en la denuncia, en el interrogatorio y en la construcción judicial de la culpa. Empecemos al revés, si se nos permite: esto es, con la construcción judicial de la culpa. La evidencia revelada: disidencia individual y convergencia sediciosa En su balance de los procesos seguidos a los sediciosos españoles y franceses, el fiscal don Pedro Jacinto Valenzuela informaba al virrey Branciforte, con enfática convicción, acerca de los delitos imputables gos políticos en la Nueva España borbónica: patrones de obediencia y disidencia, 1809 1816”, en José Antonio Serrano y Marta Terán (editores), Las guerras de independencia en la América española, México, El Colegio de Michoacán-INAH-UMSNH, 2002, p. 255-272. 28 Alcalde ordinario de la Sala del Crimen de la Real Audiencia de México. 29 Felipe Castro, “Ambrosio de Sagarzurieta: un reformista ilustrado en la crisis de la colonia”, en Amaya Garritz (coordinadora), Los vascos en las regiones de México, México, UNAMGobierno del País Vasco, 1999, v. IV, p. 331-350. 30 Se antoja necesaria una recuperación sistemática de los pareceres judiciales de ambos personajes, así como reconocer las estrategias de interpelación que desarrollaron en sus interrogatorios para la Junta de Seguridad y Buen Orden. 126 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO a los mismos. De su convencimiento sobre la culpabilidad de aquéllos nacía una calificación moral de los sujetos, una representación de los “hechos” y una valoración de la subjetividad de los mismos que probaban no sólo su torpeza o extravío, sino también una perversidad y quebranto moral que se traducía en convicciones sediciosas. Según el puño y letra del fiscal: El Contador D. Juan Guerrero, en el estado presente del proceso, está confeso y convicto de haber formado el execrable proyecto de levantarse con este Reino, aunque se excepciona que no fue su ánimo ponerlo en ejecución, y sólo descubrir por este medio cierto particular que le acomodaba saber, pero lo cierto es que él lo formó y propuso, hallándose perdido por haber gastado sus propios intereses, y los que trajo por comisión de Manila, sobre cuyo cobro hay autos pendientes en el Superior Gobierno; y también es cierto que le aprehendí entre sus papeles la lista de sujetos que componían parte de su proyecto, y la hace de cuerpo del delito, y estoy averiguando en lo extrajudicial y reservado, cierta especie que dijo, la cual si se justifica le agrava demasiado, y hasta apurarla he suspendido concluir su confesión por hacerle en ella ese mayor cargo...31 Pero, además, los “hechos” convergen en favor de las evidencias de “verdad” que las suposiciones judiciales levantan sobre un perfil moral del acusado, una suerte de expedita interpretación de su subjetividad política y de la previsible colusión de ánimos y propósitos que lo unían a los franceses sediciosos, aun cuando no existiera evidencia alguna que lo afirmara, sino tan sólo el haber sido procesado por delitos convergentes en un punto de peligrosidad política distinguido por el fiscal. A saber: ...De un hombre disipador de lo suyo y lo ajeno, como lo es D. Juan Guerrero, habiéndole faltado qué gastar, y estando enjuiciado por sus acreedores, no hay que admirar cualquier especie sediciosa, especialmente si lleva por objeto el tener a la mano caudales que disipar, ostentando vanidades con ellos: pudo muy bien haber quedado convencido de la temeridad de su proyecto por las razones que le expusieron los dos sujetos con quienes lo comunicó [De la Vara y Rodríguez Valencia]; pero también pudo esperar mejor ocasión y buscar sujetos a propósito, para hacerlo ejecutar, y no sería extraño que encontrase con Durrey, Mexanes y Fournier, con los demás enjuiciados por mí y por el Alcalde Ordinario D. Joaquín Romero Caamaño, que en realidad todos ellos no son pocos para dar a esta ciudad un sentimiento general, si acaso no se extendía éste a otras partes del Reino. 31 Valenzuela a Branciforte, 1 de octubre de 1794. Rangel, op. cit., p. 163-165. (Cursivas nuestras en lo sucesivo). PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 127 Por su parte, los franceses procesados estaban “convencidos de seductores y partidarios de la más abominable Asamblea”32 que había llegado al regicidio, según convicción del virrey fundada en el testimonio de Valenzuela. El registro del fiscal es igualmente elocuente: Don Juan Durrey está convencido perfectamente, en el actual estado de su causa, de ser un seductor de la plebe, inclinándola con razones capciosas a que adoptasen el partido de los franceses de la Revolución o Asamblea, procurando infundir en sus corazones el odio para con todos los Reyes, hablando pésimamente de éstos y extendiendo su atrevimiento hasta nuestros católicos Monarcas, llevando a tanto grado, que procuraba juntar gente para que auxiliasen a los franceses cuando vinieran a este Reino, como él daba por seguro, declaran varios testigos y más por menos especifica Don José Joaquín Vargas Machuca, hacendero de Zapotlán el Grande, jurisdicción de Guadalajara. De una manera transparente, los “inquietadores de la plebe” expresan la malicia y el encono que subyace a la admiración de la Asamblea y, simultáneamente, al desprecio por la figura del monarca y los españoles: Don Armando Mexanes resulta asimismo inquietador de la plebe, con sus proposiciones sediciosas a favor de la asamblea, y en contra de los españoles; y con mayor grado de malicia y delito D. Juan Fournier, pues no sólo presentaba en sus conversaciones alicientes para la unión con la Asamblea, y sí que también intentaba inclinar a algunos soldados nuestros para que la sirvieran. De una forma genérica, entonces, la convergencia de delitos y la claridad de las convicciones que pretenden infundir en corazones políticamente inocentes se revelan en la prístina traducción de los valores modernos de la igualdad y libertad. Una vez perseguida la evidencia del influjo de la revolución francesa, tanto como premisa de la búsqueda como evidencia que resulta de los “hechos” descubiertos, el círculo de la persecución se cierra simbólicamente con una precisión admirable. En palabras del fiscal Valenzuela: Todos los otros están convencidos de esparcir en sus conversaciones la tiranía del gobierno de los reyes y las ventajas del de la Asamblea, como más conforme a la natural libertad del hombre, y a la igualdad de todos, que han 32 Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Ibid., p. 158. 128 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO sido los principios sediciosos que han puesto a la Francia en el lastimoso estado que se halla...33 Sin embargo, los propios testimonios judiciales nada prueban de esta conclusión política, antes bien, son elocuentes evidencias de la construcción del delito político nacido de los temores del poder y la malicia, devenidos de una cultura de la delación promovida desde el poder. En un sentido sustantivo, sin embargo, resulta evidente que la pluralidad de motivos que llevaron a los “conjurados”, “sediciosos” e “inquietadores de la plebe” se reducen a encontrar la evidencia del temor perseguido: los valores políticos de libertad e igualdad. Son estos testimonios, pues, resultado de una verdad sabida que nace del temor del poder y que se supone encuentra, en la perversidad de ciertos hombres, como un “sentimiento general” de peligrosas consecuencias. El virrey Branciforte podía escribir, no sin jactancia: “...yo me he hecho cargo de este mando en los tiempos más turbulentos”, sin embargo, el peligro estaba conjurado “porque mis providencias oportunas y prudentemente mañosas han descubierto todos los proyectos perniciosos, desvaneciendo sus funestas resultas”.34 Un optimismo lejano a lo que efectivamente ocurría en el reino. La verdad salida de la obediencia: delación y exculpación. Cuando el presbítero De la Vara decidió delatar a Juan Guerrero como autor de la conspiración, bajo juramento in verbo sacerdotis tacto pectore et corona, probablemente no llegó a estimar la virulencia de la respuesta institucional: sus argumentos, cargados de retórica condenatoria, habrían de ser tomados por verdad y la persecución de esta certeza habría de envolverlo a él y a los presuntos implicados. Guerrero, Rodríguez Valencia y el propio De la Vara habrían de experimentar la expresión viva de los temores políticos de la época ya que sus desmedidos planes fueron puestos en la balanza de la geopolítica del momento, por más extraviados que pareciesen. Es nuestro interés, más allá de concluir sobre la veracidad de tales despropósitos, advertir cómo se construyó una verdad inculpatoria que cobró vida propia con independencia de las inconsistentes evidencias y contradictorios testimonios de los implicados. Es aún más relevante 33 34 Valenzuela a Branciforte, 1 de octubre de 1794. Ibid., p. 163-165. Branciforte al duque de Alcudia, 3 de octubre de 1794. Ibid., p. 159-160. PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 129 examinar el diálogo entre el actor inculpatorio y el sujeto inculpado, así como sus estrategias retóricas de interlocución.35 Para el caso que nos ocupa, hemos diseñado una suerte de rutina metodológica que busca llegar a ciertas hipótesis sobre la construcción de una verdad salida de los miedos políticos de una época y su capacidad de expresarlos. Un primer elemento, relevante para la explicación de los ánimos de los actores, se produce en la delación misma al momento de hacer verosímil cualquier acusación. La intimidad de los sentimientos arrancados por la espontaneidad adquiere, por tanto, una dimensión retórica importante. En su caso, De la Vara hizo descansar la veracidad de su testimonio en la confianza que generó en el acusado para que con transparencia revelara sus propósitos. Según consignó en su declaración: ...le estimuló a que se declarase con el declarante, y asegurándose que le guardase secreto, le confiaría sus sentimientos, los que se dirigían a una sublevación y levantarse con el Reino, para lo cual tenía tiradas las más acertadas líneas y formados planes...36 Enseguida, la explicación detallada de la trama conspirativa, expresada con acuciosa puntualidad por el delator, pretendía reflejar los más recónditos propósitos del sedicente Guerrero, como criterio de verdad, y limpiar de sospecha alguna al delator. Empero, el testimonio complementario de Rodríguez Valencia comprometió la neutralidad del presbítero y reveló una extraña colusión entre los tres insensatos conjurados que habría de ser un objetivo primordial de los interrogatorios. Según testificó el peluquero don José Rodríguez Valencia, las revelaciones de la conjura resultaron de una secuencia incidental de encuentros, conversaciones triviales y la afirmación de una amistad que les llevaría a compartir altos riesgos políticos en la disidencia. A saber: ...habiendo tomado comunicación en casa de Don Antonio Caamaño con un clérigo presbítero llamado, según se acuerda, Don Juan [de la] Vara, y “ The world of legal and royal documents had in it stories that were claimed to be true —sostiene Natalie Zemon Davies—, had been ratified as true, and had been used as a basis for social reconciliation. Yet we have seen them often surrounded by doubt and challenge. That authors and readers found piquancy in uncertainty about truth in literary works and perhaps fed by the inescapable uncertainty about truth in document relied on for order in a monarchial state.” Natalie Zemon Davies, Fiction in Archives. Pardon Tales and their Tellers in Sixteenth-Century France, Stanford, Stanford University Press, 1987, p. 113. 36 Declaración del presbítero [Juan] de la Vara, 12 de septiembre de 1794, Rangel, op. cit., p.167. 35 130 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO frecuentándola muchos días, le dijo el padre en uno de ellos, tratándole el declarante de lo escaso que andaba de dinero: pues amigo, si hubiera conocido a usted ahora poco tiempo hace, hubiéramos hecho un proyecto, que no se hizo por faltar uno así de valor, porque no estábamos más de dos... Que lastima, respondió el que declara, que no nos hubiéramos conocido. Que con estas conversaciones tomaron estrechez, y que le comunicó que tenía un amigo hábil y hombre de valor, que junto con él podrían hacer algo; [...] le hizo el clérigo un panegírico de los talentos y valor de dicho Guerrero. Que habiéndose incorporado los tres, dijo el Padre al Contador: puede usted hablar con toda confianza, que este es un amigo de valor y que se halla también escaso de reales [...] habiéndole el Padre instado a que descubriese el proyecto para que lo había citado, dijo el Contador que estaba aguardando a obispo, para que entrase también, por conocerlo mozo de espíritu, a lo que el clérigo y declarante contestaron, diciéndole: ¿Es proyecto de alguna cantidad grande de dinero, donde nos podamos habilitar?, a que le replicó el Contador, eso no sirve, porque como saben que estamos arrancados, en viéndonos con dinero, nos averiguan la vida; mi proyecto es levantarnos con el Reino; ... eso es un empeño escandaloso, dijo el que declara, se necesitaba mucho dinero y mucha gente, pues habemos [sic] visto ejemplares de la América inglesa, de la Francia y de otras partes, a que el Contador respondió: no dificulte usted nada hasta que usted me haya oído...37 Si bien la contundencia de los propósitos insurreccionales contrasta con la ingenuidad sobre los medios a su alcance, no deja de ser notorio el vínculo retórico que se establece con un momento de incertidumbre política que, pese a todo, hacía entendible semejante insensatez. Sin embargo, dado el espacio de interlocución del testimonio, es decir el interrogatorio judicial, resulta más relevante que la precisión de los hechos la retórica de entendimiento del proyecto. Para De la Vara, sin duda más hábil en el manejo de conceptos políticos, la iniciativa era un “monstruoso y bárbaro proyecto” nacido de “su perverso pensamiento”, fundado en “horribles máximas” y en “el impío proceder que pensaba”. Siendo un “depravado intento”, el complot debía ser considerado como “el horrendo y enorme delito en que se halla constituido por vil exasperación”. Las adjetivaciones, convenientemente ajustadas a la retórica condenatoria de quien juzga, pudieron haber supuesto para De la Vara una cuota adicional de veracidad y una elocuente distancia respecto de sus pensamientos, justificando con ello su delación “en descargo de su conciencia”. Para Rodríguez Valencia, por contraste, simplemente era un “disparate” y en caso extremo solamente “pensarlo es delito de muerte”. 37 Declaración de [José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Ibid., p. 171-172. PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 131 En este punto, las valoraciones subjetivas de la conspiración requerían de argumentos factuales que hicieran ver la lealtad del delator, así como del incidental implicado, frente al extravío del acusado. En su caso, De la Vara narró su esfuerzo disuasivo sobre el animoso Guerrero con una retórica ejemplar de la obediencia: ...el declarante se apersonó con el citado Contador a los dos días, movido del mayor celo y ver asimismo la perdición de este hombre; le hizo ver su perverso pensamiento, el que dándole muestras de arrepentimiento de lo que había pasado, le prometió el prescindir enteramente de aquel error, advirtiendo que si así no lo hacía y no enmendaba sus pasos, se presentaba contra él [...] sosegado y tranquilo ya su espíritu de que había conseguido el tan deseado fin para sí, cual era el haberle desvanecido aquellas falsas e impías ideas... [sin embargo] se empezó a inquietar interiormente, reflejando para sí no se que aquel hombre hubiese aparentado su corrección por ver que ni Rodríguez Valencia, ni el declarante han querido convenir con sus depravados y facinerosos intentos. [...] en este supuesto se halla temeroso el que hayan revivido aquellas amortiguadas cenisas [sic]...38 También refiere haber hecho con Rodríguez Valencia un ejercicio de cordura, lealtad y sensatez influyendo en su ánimo a efecto de no seguir con el proyecto. Según dijo: ...se estuvo hasta las diez largas de la noche, haciéndole ver y palpar, con demostraciones evidentes, el error y precipicio en que aquel hombre se hallaba metido y quería meterlos; que con estas razones de su limitada instrucción le dictaban, hizo ver a [Rodríguez] Valencia que era este asunto de grave peso, y que era preciso tomar la más seria providencia, dando parte del pensamiento inicuo de este hombre.39 Para Rodríguez Valencia, por contraste, la disuasión supuso una valoración sobre la torpeza de los propósitos, lo inalcanzable de tal proyecto y la ironía que suponía su identidad en aquella trama. Sin embargo, no dejó de consignar sus esfuerzos disuasivos guiados por el simple sentido común. Según testificó: ...el Padre y el declarante se vinieron juntos al Café de enfrente de la Profesa, donde pidieron café y empezaron a hacer reminiscencia de todo el proyecto, considerando(se) el Padre, Arzobispo, y el declarante, Embajador, de que se rieron fuertemente; prometiéndose los dos unánimes de no pensar 38 39 Declaración del presbítero De la Vara, 12 de septiembre de 1794. Ibid., p.168. Ibidem. 132 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO semejante disparate, pues sólo el pensarlo es delito de muerte, y de ver como le quitaban el proyecto de la cabeza; que fuera el declarante a ver los planos a ver que tales están para que nos riamos y divirtamos más [sic]... [días mas tarde] le volvimos a hacer presente, el Padre y el declarante, que de ningún modo conveníamos en su proyecto, que era un gran disparate, y que nos dejáramos de todo esto; [...] el siguiente día en casa de dicho Contador, tomó en su compañía chocolate; y tratándole del proyecto, lo encontró muy diferente de los días anteriores, pues de él mismo salió que era un gran disparate y que no se podía dar paso sin tener mucho dinero; que mudaron a otras conversaciones muy diferentes y se despidió el declarante de él y no ha vuelto a verlo...40 De esta manera, tanto las “amortiguadas cenizas” de la subjetividad de Guerrero como la peligrosidad de soslayar el hecho serían, a fin de cuentas, un valioso argumento para recurrir a los tribunales, formular el argumento adecuado a los propósitos de persecución y favorecerse de ello, haciendo notar su lealtad. Y así declaró que: ...vive persuadido que con sus razones y temor que hay un Dios, a quien debemos dirigir todas nuestras acciones, [por ello] lo convenció de sus falsas y monstruosas impías máximas, que tan horrendas y denigrativas eran al Estado y la Patria, y últimamente a lo que nos debe sorprender como católicos, y principalmente al declarante como Ministro del Altísimo, el dar el buen ejemplo con sus tratos y conversaciones a todos aquellos que viese se partan del verdadero camino de la salvación, y siendo que el fin depravado de este hombre nos acarrearía funestas consecuencias, y que puede servir de alguna instrucción esta declaración...41 De esta manera, habiéndose conformado un acervo factual de evidencias, junto con una descripción valorativa cargada de adjetivos condenatorios de la disidencia y expresiones retóricas de obediencia, la construcción de la verdad sediciosa adquiere una autonomía que depende de quien culpabiliza, toda vez que éste la crea conceptualmente. Valga decir que de los quince “hechos” que fueron referidos como parte del estructurado proyecto conspirativo, tanto en la delación del presbítero De la Vara como del testimonio de Rodríguez Valencia y la expresa narración de cargo que hiciera el fiscal Valenzuela, sólo cuatro de ellos son compartidos por quienes le señalan a Guerrero la autoría del complot. A saber: (1) tomar las cárceles y liberar los presos; (2) confiscar los caudales de la Casa de Moneda y/o las Cajas rea- 40 41 Declaración de [José Rodríguez] Valencia, 13 de septiembre de 1794. Ibid., p. 173-174. Declaración del presbítero [Juan] de la Vara, 12 de septiembre de 1794. Ibid., p. 170. PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 133 les para auxiliar el movimiento y corromper a la plebe; (3) tomar el palacio y capturar al virrey; y (4) colocar la bandera de la Libertad en el mismo. Sin embargo, los hechos y su correspondencia a un principio sistemático de realidad, dejan su lugar a un factor aún más determinante: la exploración de los motivos profundos que subyacen al proyecto de sedición. En un segundo momento, en el interrogatorio, se produce entonces la transformación de la subjetividad de los implicados de acusadores en sospechosos de lo que condenan, toda vez que estando en cautiverio, tanto delatores como delatados, están técnicamente en la misma condición de subordinación respecto de quien elabora la culpa, a quien juzga. La verdad nacida del miedo: confesión y culpabilización Cuando Juan Guerrero fue sometido a interrogatorio, “bajo juramento que hizo por Dios Nuestro Señor y la señal de la Santa Cruz, a cuyo cargo prometió decir la verdad...”42 la trama conspirativa estaba detalladamente asumida por sus acusadores y convertida en evidencia de la perversión política de los implicados, restando, para quienes le juzgaban, sólo dos propósitos definidos: primero, admitir la culpa por parte de los acusados, y segundo, advertir la profundidad de la trama política de la conspiración, para reconocer en ella el influjo del enemigo externo. Los sucesivos interrogatorios a Guerrero y socios, se convirtieron en la lucha entre dos estrategias discursivas que perseguían propósitos opuestos: por parte de quien juzga, acotar la culpa con evidencias y testimonios; por cuenta de quien se exculpa, construir una retórica de la obediencia que le alejara del campo magnético de la sospecha. Este juego de habilidades retóricas se tradujo en un doble discurso de culpabilización y fuga que se expresó en un duelo de argumentos, valores, condenas morales y amenazas.43 Declaración primera de [Juan] Guerrero, 19 de septiembre de 1794. Ibid., p. 176-182 . “...la bidimensionalidad de la mayor parte de los recuentos de este tipo —sostiene Van Young, al referirse a las distorsiones de los testimonios penales—, se incrementó aún más por las dos lógicas sinérgicas de las confesiones judiciales: la primera auto-exculpatoria, que obedece a la necesidad del actor de evadir la autoridad del estado y el castigo, y la segunda discursiva. Esta segunda lógica de confesión, o de narrativa judicial formuláica [sic], en este caso, constituiría lo que el científico político James Scott ha llamado la ‘transcripción pública’ de dominación y subordinación: una representación dialógica [sic] de lo que se espera que alguien diga, y a quién.” Eric Van Young, “Confesión...”, p. 11-12. 42 43 134 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Si tomamos la primera declaración de Guerrero, en la cual el propósito de quien juzga es establecer la autoría del proyecto insurreccional, el conocimiento y providencias que de ello tenían los implicados y el mínimo “núcleo racional” que tenía tan disparatado proyecto, podemos ya notar la expresión de esta estrategia de culpabilización. Como hemos advertido, la delación del presbítero De la Vara y el testimonio incriminatorio de Rodríguez Valencia, convienen en que el autor del proyecto era el andaluz Guerrero. Convergen, también, en el hecho de que, al haberles solicitado su participación, éste les ofreció también ventajas que les sacarían de su estrechez económica: al primero nombrándolo arzobispo y al segundo encomendándole la misión diplomática de buscar el respaldo de los colonos angloamericanos del Norte. En su caso, la secrecía del proyecto determinaba una suerte de complicidad colectiva, en tanto que su difusión implicaba riesgos, por lo cual aunque advirtiesen con escándalo su perverso fin (De la Vara) o con irónica desconfianza su realización (Rodríguez Valencia), para quien juzga y culpabiliza todos estaban técnicamente implicados. En su estrategia discursiva, Guerrero estableció un principio de fuga frente a los acotamientos del interrogatorio que se movieron en esta tenue percepción de la culpa colectiva. Su declaración, por tanto, es un claro ejemplo de la estrategia retórica de inculpamiento del poder y de los recursos de fuga de quien no asume la culpa, aunque implícitamente acepte el conocimiento del proyecto por el cual se le juzga, ya sea matizando la retórica de la culpabilización o bien corrigiendo los “hechos” imputados, pero también recurriendo a una estrategia retórica inteligente que persigue implicar a los acusadores. De esta manera, el itinerario del interrogatorio expresa una secuencia de acotamientos de quien culpabiliza, con criterios fácticos que hacen referencia a “hechos” previamente establecidos por delación o testimonio; pero también, de un acotamiento fincado en criterios morales, que mediante valoraciones condenatorias de los hechos procuran apremiar la subjetividad del acusado, propiciando una suerte de tormento emocional; y, finalmente, bajo criterios de implicación política que persiguen establecer el efecto que los “hechos” o los “dichos” tienen sobre la obediencia política de los súbditos. En conjunto, esta combinación de acotaciones procura establecer la aceptación discursiva de la culpa, la expiación moral subjetiva mediante la revelación de su perversidad y la implicación delictiva a otros actores no reconocidos por los testimonios recabados. La suma de todo ello, visible en los interrogatorios, nos permite advertir el proceso de acotamiento emocional de los acusados, ence- PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 135 rrándolos en una suerte de laberinto discursivo en el cual la salida es la interiorización de la culpa, mediante la aceptación del delito o a través de la desesperada implicación de terceros. En cualquier caso, las respuestas defensivas a este discurso de la culpabilización generan un texto paralelo que replica puntualmente a los distintos tipos de acotamiento inculpatorio, algunas veces elaborando una expiación fundada en la ignorancia, la estupidez o la risa, o bien en otras ocasiones reinterpretando las aristas inculpatorias del interrogatorio en un discurso de la obediencia. De esta manera, por ejemplo, cuando a Guerrero se le cuestionó directamente su autoría del proyecto de “levantarse con el Reino”, acotándole un hecho, su estrategia de fuga se reduce a mostrar un fatal desengaño sobre la “perfidia” de quien le ha hecho autor de su inspiración, en este caso implicando a De la Vara. El recurso de fuga moral, en este particular, le lleva a declarar a Guerrero que “si Dios no le tuviera a uno de su mano” probablemente idearía proyectos más perversos, pero por implicación del axioma moral y religioso estaría muy lejos de tales despropósitos. En otro sentido, cuando se le acota a explicar por qué propuso a Rodríguez Valencia ir a concitar el favor de las Colonias Americanas del Norte como embajador de la conspiración, el recurso de fuga se aparta de toda consideración política para situarse en el terreno de la trivialidad, asumido como una “gran broma y chacotería” pero endosando al propio Rodríguez Valencia la autoría; por tanto, el cargo se sustentara sobre el propio testimonio. Así también, cuando se le expone lo riesgoso del proyecto y lo catastrófico de los principios políticos que lo animan, como se muestra en el caso de “los primeros inventores de Francia”, recurre a suprimir toda interlocución política aduciendo que no “recayeron sobre él estas expresiones”. En su segunda declaración, mediada por varios careos, el “foco” de las estrategias discursivas está en procurar establecer un vínculo fáctico o ideológico entre los conspiradores del reino y la trama política internacional. Como hemos señalado, en este punto crítico la persecución de un proyecto tan disparatado, como el de Guerrero y socios, adquiere relevancia para estimar los miedos del poder. De esta manera, la lectura de los aspectos centrales de este interrogatorio acaso nos permite concluir cerrando el círculo de nuestra búsqueda: la profunda trama política que alimentaba a la conspiración. De la textualidad del interrogatorio se desprenden algunas consideraciones relevantes: primero, que en este punto se llegó al clímax del acotamiento discursivo para pasar a las amenazas explícitas de “tormento”; segundo, que la perseguida complejidad de la trama conspi- 136 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ratoria y sus nexos con los enemigos externos, se desvanece ante la trivialización de los motivos de su autor cuando afirma que “fue sólo imaginación que se (le) ocurrió”; y tercero, que los vínculos políticos e identidad ideológica con los enemigos externos se degradan a un hecho incidental, ya que Rodríguez Valencia sería el embajador de los conspirados sólo por estar “en posesión del idioma”. La estrategia de inculpación parece, entonces, haber fracasado pese a que el discurso de la obediencia construyó toda una interpretación de la peligrosidad política de la trama. De esta manera, las “providencias oportunas y prudentemente mañosas” del virrey Branciforte acaso no son sino otro recurso retórico de los medios que agobiaron al poder virreinal frente a una trama disidente que no logró comprender, pero que diseñó de acuerdo con los temores políticos de una época de revolución. A modo de conclusión Como advertimos antes, el examen de las estrategias retóricas no constituye un elemento de prueba de los “hechos” realmente ocurridos, ni una prueba sistemática que nos permita narrar los hechos para luego interpretarlos. Antes bien, aquí los “hechos” son los propios discursos, su gramática constituye los matices relevantes del pensamiento que subyace al discurso formalizado, y los vínculos discursivos entre las dos estrategias de inculpación y exculpación, la materia sustantiva de este discurso político de la obediencia y la disidencia, considerados como una unidad. Este ejercicio es apenas un ensayo de una nueva lectura que procuramos intentar sobre viejos testimonios que nos dieron elementos de prueba de “hechos” que ahora juzgamos secundarios. Ciertamente estos testimonios tienen sus enormes limitaciones, básicamente de carácter textual e interpretativo porque están hechos bajo un formato judicial, en tanto evidencias de la verdad perseguida, y también porque media entre los interlocutores la traducción sistemática a un discurso implicatorio. Pese a ello, lo relevante de los testimonios está, justamente, en establecer una estrategia de interpretación que nos permita trascender su rigidez discursiva y nos muestre las estructuras profundas del pensamiento disidente y las formas codificadas del discurso de la obediencia. Hemos examinado, por tanto, la retórica de una estrategia discursiva que buscaba interpretar distintas señales de desobediencia como una amplia y compleja trama conspirativa urdida tanto por los enemigos externos, particularmente los franceses, como por súbditos desafec- PERSECUCIÓN DE LA DISIDENCIA NOVOHISPANA 137 tos a los valores políticos dominantes. La calificación de los disidentes, en el discurso del virrey Branciforte, expresa la combinación de una lógica de persecución y un discurso de culpabilización. La investigación habría de mostrar, a medida que se penetraba en el imaginario político de los conspirados, las evidencias de una verdad sabida —la trama conspiratoria internacional— ajustándola a los discursos exculpatorios de los implicados. En resumen, la causa criminal habría de conformar una textualidad de los miedos políticos y formas de obediencia defensivas que señalan otras tantas formas estereotipadas de lealtad. La información judicial nos revela, finalmente, la existencia de estrategias retóricas definidas que permiten explicar la construcción de un discurso político de la disidencia, así como una retórica de la obediencia nacida del miedo, más allá de la “veracidad” de los hechos. En síntesis, las estrategias retóricas advertidas en este tipo de testimonios nos permitió hacer un ejercicio interpretativo sobre la construcción del discurso inculpatorio de la disidencia, advertir las estrategias de fuga de la retórica de la obediencia y de esta manera acercarnos al imaginario político de la época. Esperamos haber logrado persuadir a nuestros lectores de su importancia. ¿CÓMO SER INFIDENTE SIN SERLO? EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809* ALFREDO ÁVILA Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM Para Isabel y Elías Palti Proclama: = Habitantes de la América: los esforzados y valientes soldados españoles no han podido resistir a las fuerzas superiores del tirano Napoleón, que según las últimas noticias estaban en las cercanías de Madrid. La España toda por fatal desgracia, va a gemir ya bajo su yugo. Abrid los ojos y conoced los terribles males que os amenazan, si no os preparáis desde ahora contra ellos. Ea, olvidad todo lo pasado: uníos estrechamente: haced un solo cuerpo y mostrad que sois fieles al rey y verdaderos defensores de la santa religión y de la patria. Proclamad la independencia de Nueva España, para conservarla a nuestro augusto y amado Fernando Séptimo, y para mantener pura e ilesa nuestra fe. Téngase por traidor y por enemigo de la religión, de la patria y del rey a cualquiera que pretenda directa o indirectamente nuestra sujeción a aquel tirano: muera en el momento. Sí, muera semejante traidor. = Virtuoso y justo Garibay, sabios oidores y alcaldes, celosos y patriotas regidores, convocad a todos los representantes de todas las provincias y formad una junta que represente a la nación, y en ella al soberano. Ya no es tiempo de disputar sobre los derechos de los pueblos: ya se rompió el velo que los cubría: ya nadie ignora que en las actuales circunstancias, reside la soberanía en * Pese a ser un artículo tan breve, he recibido la orientación de muchas personas que lo han leído y con quienes estoy muy agradecido, en especial con mi lingüista de cabecera Dinorah Pesqueira, con Elías José Palti (con quien tengo una deuda intelectual más grande de lo que él imagina), y con los miembros del Seminario de Historia Intelectual Latinoamericana de El Colegio de México; aunque mi mayor reconocimiento es para los autores de este libro y en especial para los participantes en el Seminario de Disidencia y Disidentes en la Historia de México. 140 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO los pueblos. Así lo enseñan infinitos impresos que nos vienen de la Península. Sí, ya ésta es una verdad confesada y reconocida. Clero respetable e ilustrado, sacerdotes del altísimo, juiciosos y esclarecidos letrados, contribuid con vuestras luces y consejos a tan heroica obra. Nobleza americana, hombres ricos y beneméritos, estimables artesanos, honrados labradores, y vosotros, valerosos militares, soldados intrépidos, concurrid con vuestros votos y auxilios a la libertad de la América. = No se oiga de vuestros labios más voz que la independencia. = Así seremos verdaderos defensores de nuestra santa religión y fieles vasallos del amado y deseado Fernando Séptimo, y no esclavos del tirano de Europa. Introducción Este artículo es un ensayo de historia intelectual que pone atención a la cultura política y al programa propuesto por un grupo de conspiradores que, en 1809, pretendía hacer independiente al virreinato de Nueva España. De aspectos como la organización y las redes de los conjurados me ocuparé poco, tan sólo para poner en antecedentes al lector. Los documentos pertinentes se hallan en el ramo Infidencias del Archivo General de la Nación de México,1 y fueron publicados (incompletos) en 1910 por Genaro García, como parte de la inconclusa colección para la conmemoración del centenario de la independencia. Los procesos a los que haré referencia se encuentran en el volumen primero, junto con la traducción de la causa que se siguió en Estados Unidos contra James Workman y Lewis Kerr en 1807 y el proceso abierto a los conspiradores de Valladolid en 1809. Sospecho que Genaro García imaginaba que todas las causas de infidencia incluidas en el mencionado volumen (salvo la de Workman y Kerr), se vinculaban de alguna manera. Las autoridades encargadas de perseguir a estos infidentes también creían que los diversos casos estaban relacionados, si bien sólo consiguieron demostrar la existencia de nexos entre el del licenciado Julián de Castillejos y el del marqués de San Juan de Rayas, y no pudieron comprobar que estuvieran ligados con las especies sediciosas expresadas por el franciscano Miguel Zugasti [o Zugástegui] ni con la célebre conspiración de Valladolid. 1 “Testimonios de la causa seguida contra el licenciado don Julián de Castillejos”, México, 1809, en el Archivo General de la Nación, México, Infidencias, v. 6, exp. 11, cuadernos 1, 2, 3, 5, 6 y 7, 147 f. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 141 Creo que sus sospechas eran fundadas, aunque de momento sólo puedo adelantar, a título de hipótesis, que tras la captura del virrey José de Iturrigaray, algunos individuos, entre quienes destacaba el marqués de San Juan de Rayas (muy comprometido con el virrey depuesto), procuraron llevar a cabo las propuestas del Ayuntamiento de la ciudad de México en 1808, a saber, constituir una Junta Provisional que gobernara el reino en nombre de Fernando VII, mientras durara su ausencia. Según una misiva anónima (que resultó ser del capitán José María Falces) enviada al oidor Guillermo de Aguirre y Viana a principios de 1809, en casa del marqués de Rayas se tramaba una conspiración que tenía por objeto asesinar al magistrado.2 Poco después se averiguó que había un grupo muy nutrido de participantes en las reuniones de la casa del marqués, entre quienes descollaban varios militares y otras personas de representación, como se decía por entonces, como José María Fagoaga y el licenciado Julián de Castillejos. Como he dicho, las autoridades sospechaban que fray Miguel de Zugasti también estaba involucrado en esos conciliábulos, pues —imprudente— había dicho a un conocido que tenía ganados a algunos oficiales y a un grupo capaz de revolver el reino contra las autoridades que habían dado el golpe de mano en septiembre de 1808.3 El motivo explícito de estos conspiradores era que las autoridades establecidas tenían un origen espurio, si bien puede adivinarse que en el caso de Rayas había una razón más inmediata: su relación (no muy clara) con José de Iturrigaray. En 1803, cuando éste se encargó del virreinato, Rayas encabezó un grupo de mineros de Guanajuato para darle una recepción de gala, en la cual consiguieron que se les enviara la mitad del mercurio adjudicado para todas las minas de esa ciudad, aunque sólo produjeran el 20 % del total de la plata.4 Las relaciones entre estos dos personajes no siempre fueron buenas, como cuando el virrey implementó la famosa ley de consolidación de vales reales. El más perjudicado por la consolidación sería el marqués de Aguayo, 2 “Carta recibida el trece de febrero [de 1809] con sello de México”, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos. Obra conmemorativa del primer centenario de la Independencia de México, 7 v., México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1910, v. I, p. 229-231. 3 “Exposición por escrito de D. Hilario Michel y Loredo”, México, 11 de febrero de 1809, ibid., v. I, p. 185-186. 4 Doris Ladd, La nobleza mexicana en la época de la independencia, 1780-1826, traducción de Marita Martínez del Río de Redo, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 133; “Extracto de la representación que la junta de diputados y electores de la minería de Guanajuato hizo sobre la conducta del virrey Iturrigaray”, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la independencia de México de 1808 a 1821, 6 v., México, José María Sandoval impresor, 1877, v. 1, doc. 253, p. 638-640. 142 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO quien debía casi medio millón de pesos; lo seguían Gabriel de Yermo y el mariscal de Castilla, que adeudaban poco menos de 200 000 cada uno; mientras que Rayas debía casi ciento 150 000 pesos. Los hermanos Fagoaga, a quienes se vincularía con la conjura de la casa del marqués, debían juntos poco más de 100 000.5 Es verdad que ninguno de estos grandes propietarios pagó las enormes cantidades que adeudaban. De seguro, las buenas relaciones que tenían con el virrey los ayudaron. Rayas, por ejemplo, sólo cubrió 2 900 pesos, pero aun así el descontento por estas medidas se hizo manifiesto. Aguayo fue el encargado de elaborar una representación (que incluía la firma de un apoderado de Rayas), en la cual exponía las quejas por la consolidación y que enfureció a las autoridades del virreinato. Muchos años después, una persona que fue de las fuentes empleadas por Lucas Alamán para escribir su Historia de Méjico afirmaría que “el primer pensamiento de la independencia mejicana, ocurrió a los propietarios tenedores de los capitales usurpados a un objeto por la famosa ley de consolidación”.6 Lo cierto es que las relaciones entre el virrey y algunos de estos personajes, como Rayas, eran muy comprometedoras. Éste es, quizá, uno de los motivos más importantes para explicar la participación conjunta entre Iturrigaray y los criollos que proponían una Junta Provisional en 1808. No debe olvidarse que el propio marqués elaboró un proyecto para la reunión de una junta de autoridades del reino. No resulta extraño entonces que, tras los acontecimientos de septiembre de 1808, Rayas asumiera la defensa del depuesto virrey y se dedicara a conspirar: veía en peligro su posición, amén de haber perdido los privilegios que tenía bajo el corrupto gobierno de Iturrigaray. En su casa se reunían los individuos ya mencionados para tratar acerca de la ilegitimidad del nuevo gobierno y de la necesidad de actuar con la suficiente rapidez y fuerza para derrocarlo. Uno de los asistentes era el licenciado Julián de Castillejos y, por lo que se apreciará más adelante, fue el encargado de difundir las ideas de aquel heterogéneo grupúsculo. Las líneas que siguen están dedicadas al pensamiento de Castillejos desde la perspectiva de la historia intelectual, en la que se apreciará mi deuda con las propuestas de Quentin Skinner, en especial, en cuanto a la importancia de la contextualización de las ideas y el giro lingüístico.7 No obstante, debo fijar mi posición. Muchos académicos han Doris Ladd, op. cit., p. 146-147. Fray Manuel de San Juan Crisóstomo a Lucas Alamán, Guadalajara, 17 de abril de 1849, en Alamán, Obras de Don Lucas Alamán XIII. Documentos diversos (inéditos y muy raros), v. 4, compilación de Rafael Aguayo Spencer, México, Jus, 1947, p. 60-65, la cita en la p. 61. 7 Como afirma Quentin Skinner, parece claro que las condiciones religiosas, económicas y políticas, entre otras, determinan el significado de los textos o, en otras palabras, que 5 6 EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 143 restado méritos a las ideas en la historia y debo reconocer que han tenido razones justificadas. En buena medida, esto ha sido culpa de quienes las estudian como si su desarrollo fuera autónomo. Durante mucho tiempo, los historiadores dedicados al estudio de las ideas limitaron sus objetivos a averiguar cómo algunos libros (los llamados clásicos) han influido en otros, en los “grandes hombres” o en la construcción de las naciones. En la mayoría de los casos, no se hace explícita esta filiación de las ideas con los hechos, de modo que no se responden preguntas como por qué, en muchas ocasiones, los actos de los personajes, en especial los políticos, parecen contradecir las ideas con las que se supone comulgan. En la búsqueda de mejores explicaciones para estos fenómenos, la historiografía marxiana consideró que ideas y creencias no eran más que una superestructura dependiente de factores materiales, sin ningún peso en la transformación de éstos. Muchos otros, como Lewis Namier y sus numerosos seguidores, las han reducido a un mero papel justificador de actos originados en intereses particulares.8 No obstante, quienes nos dedicamos a la historia intelectual consideramos que las ideas son capaces de generar cambios,9 aunque para las ideas no están en un topus uranus sin relación con el contexto que las produjo (Skinner, “Meaning and Understanding in the History of Ideas”, en Meaning and Context. Quentin Skinner and his Critics, James Tully (editor), Cambridge, Cambridge University Press, 1988, p. 29-67), aunque esto no pretende restar originalidad al pensamiento y reducirlo al papel de una mera superestructura (John Patrick Diggins, “La ostra y la perla: el problema del contextualismo en la historia intelectual”, Historias, n. 19, oct.-mar., 1987, p. 57-62). En un sentido amplio, el giro lingüístico propone basar nuestro conocimiento de la realidad (en este caso histórica) en el lenguaje, en su uso, comprensión y significado. Es posible estudiar un problema, si se analiza cómo se producen, reproducen y trasmiten las palabras en distintos periodos y contextos. Elías José Palti, Giro lingüístico e historia intelectual, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1998, p. 25-27. 8 En términos generales, a partir de la década de 1970 la historia social desplazó de un modo evidente a la historia de ideas. Para el caso de los Estados Unidos, véanse John Higham, “The Study of the Intellectual History of the United States since Parrington”, en Memoria del Primer Congreso de Historiadores de México y los Estados Unidos / Proceedings of the First Congress of Historians from Mexico and the United States, México, Editorial Cultvra, 1950, p. 297-312, y Robert Darnton, “Intellectual and Cultural History”, en The Past Before Us. Contemporary Historical Writing in the United States, ed. de Michael Kammen, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1980, p. 327-353. En México, la historia de ideas parece que goza de buena salud (véase Henry C. Schmidt, “The History of Mexican Ideas 1968-1988”, en Memorias del Simposio de Historiografía Mexicanista, México, Comité Mexicano de Ciencias Históricas-Gobierno del Estado de MorelosUniversidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990, p. 301-319), aunque durante mucho tiempo estuvo dirigida más por preocupaciones ideológicas y políticas que académicas; véase, como ejemplo, Leopoldo Zea, “La Historia Intelectual en Hispanoamérica”, en Memoria... / Proceedings..., p. 312-320. 9 Norman J. Wilson, History in Crisis? Recent Directions in Historiography, Upper Saddle River, NJ, Prentice Hall, 1999, p. 73. 144 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ello debemos tratar de hacer explícita la manera como se relacionan con otros acontecimientos. Una forma de hacer esto, es rechazar que los discursos pertenezcan a un nivel diferente del de los hechos históricos.10 Esto ha propiciado que centremos nuestra atención no tanto en las ideas aisladas sino en el modo como fueron producidas y expresadas y en el significado que esto tuvo para quienes las conocieron. En este ensayo, me acercaré a las ideas de algunos individuos que favorecían la independencia en 1809. Primero, estudiaré el discurso en el que se proponía la separación política entre Nueva España y la península, y después cómo fue expresado. Por cierto, si la primera parte resulta ser muy analítica, en la segunda no he podido renunciar al relato ofrecido por las pesquisas hechas por las autoridades encargadas de perseguir a los conspiradores. A través de esa narración y del contraste con otros discursos (en el tercer apartado), procuraré mostrar cómo las ideas producidas en el virreinato ante la crisis ocasionada por la intervención francesa en España tenían un significado diferente, dependiendo de cómo fueron expresadas. En última instancia, me propongo probar que las autoridades calificaron de sediciosas unas ideas por las propuestas prácticas que sus autores hacían, por las consecuencias que esperaban y, sobre todo, por la manera como lo hacían. Unir para separar Cinco copias de la proclama que sirve de epígrafe a este artículo se hallaban anejas a una carta que recibió en Puebla, a principios de 1809, el licenciado Tomás Mariano de Bustamante. La remitía un individuo llamado Justo Patricio Paiserón, de la ciudad de México, quien sin presentarse siquiera, aseguraba que algunos amigos le habían informado que Bustamante era un hombre de “bien conocidas luces y eficacia”, lo cual lo adecuaba para la misión que deseaba encomendarle. Ésta se reducía a enviar copias de la proclama a los oidores Guillermo de Aguirre, Miguel Bataller, Tomás Foncerrada, José Arias Villafañe y el 10 Se puede aceptar que las ideas son hechos históricos cuando fueron expresadas, pues las ideas profundas o no manifiestas de los personajes son irrelevantes para los propósitos de la investigación histórica. Uno de los primeros autores en señalar esta característica fue John Austin, quien señaló que las locuciones son actos de habla (speech-acts) por el sólo hecho de ser enunciados (acto ilocucionario), pero sobre todo por los efectos que provocan (perlocución). Hay, además, algunas oraciones y verbos que son performativos, pues al mismo tiempo que se expresan realizan lo que enuncian, como el caso de las frases “yo digo” o “yo declaro” o “yo proclamo”. En las páginas siguientes seguiré la terminología de Austin para analizar el discurso de la independencia en 1809: How to do Things With Words, 2a. ed., edición de J. O. Urmson y Marina Sbisa, Londres, Oxford University Press, 1976. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 145 alcalde de corte Juan Collado. También le pedía que la extendiera a “todos aquellos que puedan ser útiles”, amén de recomendarle que sería “bueno que usted esparza [sic] copias, aun fuera de esa ciudad”.11 Por el contenido de la mencionada proclama podía apreciarse que, no obstante la petición de enviarla a los miembros de la Audiencia, en realidad iba dirigida a un público más amplio. De hecho, ya habían aparecido copias suyas en las ciudades de México, Querétaro, Oaxaca y hasta en la lejana Zacatecas. Puede inferirse que Paiserón había enviado cartas similares a otros individuos en esos lugares, quienes tal vez también le eran desconocidos. Si no temía ser delatado era porque, como señaló a Bustamante: “no creo que un americano ilustrado deje de concurrir con cuantos auxilios pueda a la libertad de su patria.”12 Mostraba así su convicción de la universalidad de la razón: cualquier persona ilustrada (es decir, ajena de prejuicios) nacida en esta tierra, estaría persuadida de que, ante la terrible situación por la que atravesaba la monarquía española, lo más conveniente sería la independencia del virreinato. La fe en la diosa razón no sólo le servía como garantía para depositar su confianza en personas desconocidas, sino también como argumento de legitimidad para sus planes. En efecto, así podía mostrar que su propuesta de alcanzar la independencia de Nueva España no estaba fundada en su propio interés sino en la evaluación de los sucesos de la península que, una vez conocidos por todos, provocarían la misma respuesta. La razón era tan universal que el principio de la soberanía de los pueblos había sido aprendido de los propios españoles europeos, pues “así lo enseñan infinitos impresos que nos vienen de la Península” y que habían tenido la virtud de ilustrar a la población de Nueva España, de desterrar la ignorancia casi trisecular. No obstante, por si acaso la razón no había arraigado en todos los habitantes de América, Paiserón pedía la colaboración de ciertos grupos o clases que gozaban de prestigio. Entre los más importantes estaban quienes ocupaban los altos cargos gubernativos de Nueva España como el “virtuoso y justo Garibay” y los “sabios oidores y alcaldes”. Es verdad que el virrey y los miembros de la Audiencia eran los candidatos menos idóneos para encabezar el proyecto de formación de un gobierno independiente, dada su actuación en contra de la propuesta juntista del Ayuntamiento mexicano y de Iturrigaray en 1808; pero la descripción (que también era una valoración) hecha por Paiserón de 11 Justo Patricio Paiserón a Bustamante, México, 5 de febrero de 1809, en García, op. cit., v. I, p. 101-102. 12 Ibid. 146 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO los acontecimientos de la península, en la cual dibujaba un panorama catastrófico, parecía ser suficiente para convencer a las autoridades de que no tenían más alternativa que independizar el virreinato o entregarlo a los franceses.13 Los otros hombres de representación a quienes se dirigía eran aquellos que por su formación tenían las luces que a otros podían faltar, y cuya misión era aportar su saber para la consecución de tan “heroica obra”. Contaba, sobre todo, a ciertas profesiones, como el “clero respetable e ilustrado, [los] sacerdotes del altísimo [y los] juiciosos y esclarecidos letrados”. Por supuesto, debido al tipo de aventura que pretendía emprender, Paiserón invitaba también a los “valerosos militares”; pero de la misma manera deseaba ganarse a aquellos que no necesitaron de la educación formal en las aulas para comprender que los intereses del reino eran los propios: las clases trabajadoras, tales como los nobles, “hombres ricos y beneméritos”, los artesanos y los “honrados labradores”. Debe resaltarse que Paiserón apeló a los argumentos de la razón en la parte final de su proclama, como si no les tuviera mucha confianza. Antes había resaltado su lealtad al monarca preso, como una mejor prueba de que su proyecto no pretendía ser sedicioso. La legislación fundamental hispánica había establecido que una de las obligaciones más importantes de los súbditos era la defensa de los territorios de su señor.14 Paiserón no pretendía introducir ninguna novedad, desde este punto de vista, al proponer la independencia de una parte de la monarquía: sólo estaba guardando el patrimonio del Deseado Fernando. Por si fuera poco, también incluía la defensa de la religión amenazada como un motivo más para proclamar la independencia. Si Europa gemía bajo el yugo del “tirano Napoleón”, heredero de la Revolución Francesa, como conviene recordar, había que cortar los lazos entre los dos continentes para que América se preservara de la irreligiosidad. La defensa del rey y de la religión se complementaban con la de la patria. Esta tríada formaba un tópico que habría de repetirse como 13 Quentin Skinner, a partir de las tesis de C. L. Stevenson (Facts and Values, New Haven, Yale University Press, 1963), propone la superación de la división positivista entre enunciados descriptivos y evaluativos: de hecho, cualquier descripción es una evaluación (Skinner, “Some Problems in the Analysis of Political Thought and Action”, en Meaning and Context..., p. 97-118, en especial p. 111). En el caso de la descripción de los sucesos de España, Paiserón quiso hacer creer que la que él hacía era objetiva y la valoración que se hiciera de ella dependía del lector, aunque él la inducía. 14 Segunda Partida, título XIX, ley IX, Las Siete Partidas del Rey Alfonso el Sabio, glosadas por el Sr. D. Gregorio López, reimpreso por el Dr. Don Joseph Berní y Catalá, 4 v., Valencia, Imprenta de Benito Monfort, 1767, v. I, p. 162. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 147 argumento de legitimidad durante los años siguientes y que suponía un punto de acuerdo, un lugar común.15 Empero, si no había problemas en definir al rey y a la religión, en cambio ‘patria’ era una palabra ambigua que lo mismo hacía referencia al lugar, ciudad o país en donde se había nacido16 y que, en el contexto de 1809 podía significar toda la monarquía española, todas las posesiones americanas, el virreinato o, incluso, sólo una provincia. Por supuesto, al proclamar la independencia de Nueva España y dirigir copias de su proclama a varias ciudades novohispanas, Paiserón estaba delimitando, de alguna manera, el tamaño de su patria; pero siempre se podía aducir que ‘patria’ también podía referirse a todos los territorios que estaban bajo la soberanía de Fernando VII. Está claro que Paiserón había redactado su proclama con mucho cuidado, tanto para evitar que lo pusieran de inmediato del lado de los disidentes, como para convencer a sus paisanos de la necesidad de la independencia con un lenguaje que fuera aceptado por todos. Incluso, el nombre con el que firmó la carta a Bustamante era significativo. Justo Patricio era eso: un justo (correcto, bueno) patricio (padre de su patria). No se llamó a sí mismo “patriota”, pues en esa época era casi sinónimo de revolucionario. En la carta dirigida a Bustamante empleaba el término “americanos”, que en el contexto posterior a 1808 tenía alguna carga política, pues se entendía como sinónimo de criollo, opuesto al gachupín. Tal vez por esto, en la proclama prefirió dirigirse a los “habitantes de América”, con lo que evitaba hacer referencia tanto al lugar de origen como a la posición política de su público. 17 También procuró dar a su proclama un orden que mostrara la necesidad de su propuesta. Es cierto que no debemos esperar en el pen15 Herón Pérez Martínez, “Hacia una tópica del discurso político mexicano del siglo XIX”, en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coordinadores), La cons- trucción de la legitimidad política en México, Zamora y México, El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana-El Colegio de México-UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1999, p. 351-383, en especial p. 355-359. Acerca de la tríada “Religión, Rey y Patria”, véase Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en una época de crisis. Nueva España, 1808-1822, México-Morelia-Zamora, El Colegio de México-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-El Colegio de Michoacán, 2001; p. 209-221. 16 Entrada de “Patria” en Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, edición facsimilar, 3 v., Madrid, Gredos, 1990, v. III, p. 165. 17 Ciertos individuos nacidos en Europa, como José María Fagoaga, eran considerados “americanos”, por su posición política; mientras que algunos nacidos en el virreinato eran considerados “europeos”, por ser partidarios de la dependencia. Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1992, p. 146-147. También agradezco los comentarios que Virginia Guedea me ha hecho al respecto, en varias conversaciones. 148 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO samiento de otras épocas la racionalidad empleada en la nuestra, pero esto no significa que en todos los casos nos hallemos frente a ideas “irracionales”.18 La proclama tenía su propia lógica. En su primer párrafo, exponía la situación imperante en Europa, la pintaba con colores sombríos que no auguraban nada bueno si se mantenía la dependencia con el viejo continente. Acto seguido, recurría a argumentos bien aceptados por su público, como la unión y la lealtad, para terminar proponiendo la independencia y la muerte de quienes se empecinaran en mantener la unión con la península. Si quería tener buen éxito, Paiserón no podía ir contra corriente, en una época en la que se exaltaba como uno de los valores más importantes el de la unión.19 Las palabras de la proclama tenían un orden que no es, en definitiva, arbitrario. El caso de los adjetivos es muy significativo. Incluía no menos de cuarenta calificativos, de un modo mayoritario en el segundo párrafo. Por supuesto, casi todos hacían referencia a virtudes de los “habitantes de América”, aunque reservó algunos improperios para Napoleón —El Tirano por antonomasia— y sus seguidores. Sin embargo, quiero llamar aquí la atención acerca de la forma como estaban dispuestos, cómo estaba construido el discurso. Al dirigirse a las autoridades, Paiserón escribió: “Virtuoso y justo Garibay, sabios oidores y alcaldes, celosos y patriotas regidores.” En esta construcción hallamos una figura retórica llamada quiasmo (de la letra griega xi) que consiste en presentar elementos cruzados. En el ejemplo citado, se enumeran tres entidades: el virrey, los oidores junto con los alcaldes, y los regidores. Como puede apreciarse a continuación, el autor buscaba equilibrar todos los elementos, dejando dos adjetivos para el primer sujeto, un adjetivo para los siguientes dos sustantivos y, de nuevo, dos calificativos para el último sustantivo: Virtuoso y Justo Garibay, Sabios oidores y alcaldes, Adjetivo Adj. Sustantivo Adj. Sust. Sust. celosos y patriotas regidores Adj. Adj. Sust. 18 Agradezco los comentarios que en este sentido me hicieron mis compañeros del Seminario de Historia Intelectual de El Colegio de México. 19 Quentin Skinner ha señalado que cualquier ideólogo, “por más revolucionario que pretenda ser, una vez que ha aceptado la necesidad de legitimar su conducta, debe mostrar que algo del rango existente de términos evaluativo-descriptivos favorables puede de alguna manera aplicarse en la descripción de sus propias acciones aparentemente criticables.” Skinner, “Some Problems...”, p. 112. 149 EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 La misma figura vuelve a presentarse en las siguientes enumeraciones, donde es más evidente el equilibrio conseguido por el cruce de elementos: Clero Sust. Juiciosos y respetable e ilustrado, sacerdotes del Altísimo, Adj. Adj. Sust. esclarecidos letrados Adj. Sust. Adj. Nobleza Sust. estimables Adj. americana, hombres ricos y Adj. Sust. Adj. beneméritos, artesanos, honrados labradores Sust. Adj. Sust. Adj. Incluso, Paiserón no podía sólo decir “valientes militares” o (para adecuarse más a la sintaxis española) “militares valientes”, sino que buscaba el quiasmo: Valerosos militares, soldados intrépidos Adjetivo Sustantivo Sustantivo Adjetivo No pretendo sacar de aquí conclusiones relativas a un posible sentido críptico en la proclama. No se me da la sobreinterpretación de textos ni la tortura de documentos,20 pero resulta claro que el autor sabía dónde poner las palabras. Estaba familiarizado con la elocuencia y la preceptiva del lenguaje. Sin duda, había realizado estudios en alguna de las instituciones educativas novohispanas, donde se enseñaba la disciplina del buen hablar. Conviene recordar que la retórica no se reducía al arte de expresarse con propiedad y elegancia pues, ante todo, tenía una finalidad persuasiva.21 Paiserón sabía que al hacer su descripción de la situación política imperante en España, estaba también tomando una posición política, pues la proclama es un tipo de do- 20 Sigo las prevenciones de Umberto Eco en Interpretación y sobreinterpretación, 2a. ed., traducción de Juan Gabriel López Guix, Madrid, Cambridge University Press, 1997, p. 56-79. 21 Véanse Blanca Rodríguez, “Antonio de Campany y Montpalau: Filosofía de la elocuencia”, en Jorge Ruedas de la Serna (coordinador), De la perfecta expresión. Preceptistas iberoamericanos del siglo XIX, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1998, p. 35-45, en especial p. 41, y Rosaura Hernández Monroy, “Catecismo de retórica de Manuel Moreno y Jove: el arte de enseñar de viva voz”, ibid., p. 59-71, y en particular p. 60-63. 150 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO cumento que no tiene sólo un aspecto locucionario sino performativo. No importaba que las autoridades novohispanas pudieran alegar que aún había un gobierno libre del dominio francés en la península. Una de las características más importantes de los enunciados performativos es que no se puede evaluar si son verdaderos o falsos. Su carácter constatativo no tiene relevancia. En el caso, no tenía sentido discutir si las condiciones que señalaba Paiserón se habían cumplido (si los franceses ocuparían toda la península y, por lo tanto, no quedaría un gobierno fernandista al cual obedecer), el peligro radicaba en que declaraba la independencia. Esto resultaba todavía más grave si se considera que el tipo de enunciado que engloba la proclama y la declaración, el ejercitativo (como lo llamaba John Austin) es un acto de decisión que, entre otras cosas, manifiesta un ejercicio de poder,22 amenazante para quienes decían ser la autoridad constituida. En la proclama de Paiserón, después de los calificativos, abundaban los verbos, que no eran menos de treinta. Casi la mitad de ellos, eran imperativos que, para colmo, tenían una carga semántica constructiva: “conoced”, “mostrad”, “haced”, “formad”, “convocad”, “proclamad”, “uníos”, “contribuid”, etcétera. El autor tuvo mucho cuidado de no emplear imperativos que pudieran parecer agresivos, salvo la condena hecha a los tercos que se empeñaban en mantener la unión con Europa. El empleo de la retórica se hace más evidente aún con el uso de otras figuras y con ciertos tropos, de modo señalado aquellos que se refieren a la razón: metonimia en “abrid los ojos” por razonar o pensar, y metáfora en “el velo” por la ignorancia que la cubre. No obstante, son más importantes las figuras de significado: la antítesis que aparece al principio de la proclama hace que su descripción de los sucesos en la metrópoli parezcan fatales: “los esforzados y valientes soldados españoles no han podido resistir las fuerzas superiores del tirano Napoleón.” Las hipérboles tampoco son gratuitas: “la España toda por fatal desgracia” caería en manos de los franceses, tal como señalaban los “infinitos impresos” que llegaban de la península. De estas afirmaciones se desprendería la pregunta, ¿si los españoles valientes no pueden triunfar, qué hacer entonces? La respuesta sobraba: la única forma como los novohispanos evitarían caer en manos del Tirano sería declarando la independencia, oxímoron presente en el discurso: la mejor manera de conservar lo español (religión, patria y rey) era romper con España. La palabra ‘independencia’ era, por supuesto, peligrosa. Aparecía dos veces en la proclama de Paiserón, pero bien enmarcada por manifestaciones de fidelidad y lealtad al soberano que no dejaban de ser 22 J. L. Austin, op. cit., p. 155-156. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 151 ambiguas. La mayoría de los historiadores ha estado de acuerdo en que documentos como el que vengo analizando se referían a la independencia de la nación mexicana. Sin embargo, esto implica una petición de principio: supone que dicha nación existía, así fuera de modo embrionario, antes de 1821. Esta afirmación, por supuesto, es teleológica e injustificada. De entrada, Paiserón nunca se refiere a la independencia de México como el país que después fue (en 1809, México hacía referencia a la ciudad) sino a la de Nueva España, un reino incorporado a la corona de Castilla. En 1808, el mercedario Melchor de Talamantes había elaborado algunos documentos en los que se refería a la independencia del virreinato, aunque resulta significativo que no los dio a conocer de manera pública, sino que los distribuyó entre sus amigos. Incluso para él, la palabra ‘independencia’ resultaba muy fuerte: en un impreso en el que proponía la reunión de un Congreso no la utilizó,23 pese a que sus propuestas fueron las más radicales que se expresaron en 1808. En los documentos que le fueron recogidos se afirmaba que las colonias podían separarse de sus metrópolis, aunque prefiriera decir que los virreinatos en América eran independientes entre sí. Según afirmó Lucas Alamán, fue en una carta dirigida al virrey donde Talamantes lo calificaba como “primer rey de la Nueva España hecha independiente.”24 Desde hace unos cuantos años, algunos historiadores han sugerido que se aplique la palabra ‘autonomía’ para la propuesta de estos criollos. Jaime Rodríguez la ha definido como la capacidad de autogobierno y la prioridad regional sobre los asuntos de la metrópoli, fundada en los principios políticos y legales hispánicos, y manteniendo los vínculos con la monarquía española. Inclusive, ha propuesto que cuando leamos la palabra ‘independencia’ en los documentos de esa época, debemos entender autonomía.25 Según puede apreciarse en la pro- 23 Talamantes, “Apuntes para el plan de independencia, por el P. Fr. Melchor de Talamantes” (Impreso), en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., v. 1, doc. 206, p. 494. Acerca de que no dio a conocer sus ideas al público sino sólo a algunas personas, como Jacobo de Villaurrutia o Iturrigaray, véase Lucas Alamán, Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 v., Méjico, Imprenta de J. M. Lara, 1849; v. I, p. 182 y 214. 24 Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 184; Talamantes, “Idea del Congreso Nacional de Nueva España. Individuos que deben componerlo y asuntos de sus sesiones”, en Genaro García, op. cit., v. VII, p. 359, y “Representación nacional de las colonias. Discurso filosófico”, ibid., p. 385. 25 Jaime E. Rodríguez O., The Independence of Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press, 1998; p. 2. Resulta significativo que, al citar a Calleja cuando afirma que los habitantes de América estaban convencidos de las ventajas de “un gobierno independiente”, Rodríguez ponga entre corchetes la palabra “autónomo” (p. 164). 152 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO clama firmada por Paiserón, éste entendía la independencia en el sentido explicado por Jaime Rodríguez, salvo porque suponía que la metrópoli ya no existía, al haber caído en manos de Napoleón. Su propuesta es bastante clara: la independencia de Nueva España implicaba la separación de Europa y el mantenimiento del orden hispánico simbolizado por la tríada de Religión, Rey y Patria. En la proclama, se solicitaba a las autoridades que convocaran a “los representantes de todas las provincias [para formar] una junta que represente a la nación, y en ella al soberano”. En estas cuantas palabras, se hacía referencia a un gobierno para la nación, identificada con el soberano, es decir, el rey. Sin embargo, ese mismo gobierno representante de la nación lo sería también de las provincias, con lo cual se establecía una equivalencia entre éstas y aquélla. Según puede interpretarse, para el autor la nación resultante de su proclama de independencia sería la reunión de las provincias y del rey. Para apoyar este aserto, puede observarse que líneas después se afirmaba que “infinitos impresos” enseñaban que la soberanía radica en los pueblos. Vale la pena señalar aquí dos cosas: primero, tanto en esta referencia como en la anterior relativa a las provincias, el plural es muy significativo; el autor no estaba aludiendo a una entidad abstracta (el pueblo) sino a unidades político-administrativas muy concretas; y, segundo, parece incoherente decir que la soberanía reside en los pueblos justo después de reconocer al rey como soberano. Acerca de este último punto, la aparente contradicción puede solucionarse si recurrimos a algunas vetustas tesis de la escolástica tardía española, que señalaban que la potestad de los monarcas provenía de Dios, pero a través del pueblo: potestas a Deo per populi. En efecto, como puede apreciarse, las ideas expresadas por Paiserón estaban muy lejos del liberalismo y se hallaban arraigadas en un pensamiento más tradicional, que si bien es anterior a las ideas liberales también tenía una idea clara de los derechos y libertades.26 Sin embargo, no creo que la mencionada teoría neoescolástica sea necesaria para explicar por qué, en un momento, la proclama se refería al soberano (el rey) y poco después afirmaba que la soberanía (no la potestad) residía en los pueblos. Me parece, más bien, que se estaba refiriendo a dos cosas distintas. Si hacemos caso de la etimología de soberano (super omnia, el que está sobre todos) podemos entender que aludía al monarca. Esta acep26 Sobre el pensamiento de la escolástica tardía en España y las ideas acerca de la libertad antes del liberalismo, véanse Annabel S. Brett, Liberty, Right and Nature. Individual Rights in Later Scholastic Thought, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, y Quentin Skinner, Liberty before Liberalism, Cambridge, Cambridge University Press, 2001. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 153 ción era la más usual en la época.27 En cambio, el término ‘soberanía’ no aparecía en los diccionarios de la época, lo que vuelve su definición más difícil. Por fortuna, me parece que el propio Paiserón nos dio las suficientes pistas en su proclama para conocer cuál era el significado que atribuía a esa palabra, cuando escribió: “no es tiempo de disputar sobre los derechos de los pueblos [...], ya nadie ignora que [...] reside la soberanía” en ellos; o en otros términos, la soberanía de los pueblos son sus derechos, los privilegios de los cuales gozaban. Para fortalecer esta hipótesis, señalaré que uno de los tropos empleado por el autor era la sinécdoque, presente, por ejemplo, cuando decía América para referirse a Nueva España. Esta figura también apareció en la enumeración de los grupos señalados (artesanos, nobles, clero, alcaldes, regidores, etcétera) por toda la población del virreinato. La sociedad novohispana no estaba integrada por individuos, sino por grupos. Las metáforas relativas a esa misma sociedad como “un solo cuerpo” indican la lógica corporativa propia del Antiguo Régimen.28 El reino al cual se refería (y al que buscaba hacer independiente) era uno en el que el monarca había otorgado privilegios a las corporaciones integrantes de la sociedad, y de modo señalado a los pueblos. Como François-Xavier Guerra ha hecho notar, en la América de la época de las revoluciones hispánicas, la nación podía hacer referencia al conjunto de la monarquía, pero también a esas unidades políticas semiautónomas que eran las repúblicas, tanto de españoles como de indios que —como recordara Joaquín Escriche— gozaban de privilegios.29 27 Véanse las entradas de “soberano” en el Diccionario de Autoridades, v. III, p. 124. Es interesante señalar que la definición de esta palabra en el siglo XVII aún aludía a la divinidad: “el Altísimo y poderosísimo que está sobre todos”, Sebastián de Cobarruvias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española (1610), Madrid, Turner, 1984, p. 941. 28 Acerca de la cultura política corporativa del Antiguo Régimen véase Beatriz Rojas, “Repúblicas de españoles: antiguo régimen y privilegios”, Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, n. 53, mayo-agosto de 2002, p. 7-47; y Alfredo Ávila, En nombre de la nación. La formación del gobierno representativo en México, México, Centro de Investigación y Docencia Económicas-Taurus, 2002; p. 21-54. 29 “Las repúblicas, esto es, las ciudades, villas, lugares, concejos o comunes, gozan de los privilegios de los pupilos”, Escriche, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense, con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, facsímil de la edición de 1837, edición y estudio introductorio de María del Refugio González, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1993; p. 620. François Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, MAPFRE-Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 338-341; Rojas, op. cit. Annick Lempérière define la república hispánica del Antiguo Régimen como “la comunidad del pueblo unida por vínculos morales, religiosos y jurídicos e, idealmente, autosuficiente tanto desde el punto de vista espiritual como político y material”, Lempérière, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)”, en Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII y XIX, introducción de François-Xavier Guerra y Annick Lempérière, México, 154 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO “La libertad de la América” planteada por Paiserón implicaba, pues, el cumplimiento por parte del rey de los privilegios de los cuales gozaban las repúblicas y demás corporaciones, pero, además, no depender de cualquier órgano peninsular, pues ninguno contaba con la legitimidad del rey. Bien vista, la propuesta de la proclama de Justo Patricio Paiserón se parecía mucho a la de los criollos del ayuntamiento mexicano del año anterior. No podía ser de otra manera, dado que ante la crisis de la monarquía, predominó un solo tipo de discurso. La diferencia más importante se hallaba en que ni Juan Francisco de Azcárate, ni Francisco Primo de Verdad y Ramos se habían atrevido a sugerir siquiera el rompimiento parcial con la metrópoli ni, mucho menos, el establecimiento de un orden diferente al tradicional. Pese a que no han sido pocos los historiadores que han atribuido a los capitulares de 1808 ideas como la formación de una nación soberana fundada en la voluntad popular,30 su pensamiento estaba más cercano a las propuestas tradicionales del pactismo y del derecho español. Pretendían que mientras el rey no estuviera en libertad de ejercer su poder soberano, serían las autoridades constituidas las que lo ejecutarían por medio de una junta.31 El problema que presentaba esta propuesta para la alta burocracia virreinal, en especial los peninsulares de la Real Audiencia, era que una junta en Nueva España no tendría por qué subordinarse a alguna de las que se habían establecido en la península, con lo que —de facto— se estaba rompiendo la dependencia. Para agravar las intenciones de los juntistas, quienes afirmaban que su propuesta sólo se pondría en práctica mientras durara la cautividad de Fernando VII, a mediados de 1808 muy pocas personas podían confiar en que Napoleón sería derrotado y, por lo tanto, que los reyes españoles pudieran regresar a su trono.32 Fondo de Cultura Económica-Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1998; p. 56. 30 Es muy frecuente hallar esta tesis, entre otros en Enrique Lafuente Ferrari, El virrey Iturrigaray y los orígenes de la independencia de Méjico, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1941, p. 102. Ha sido rebatida por Virginia Guedea, quien demostró que los argumentos esgrimidos en 1808 eran tradicionales y fundados en la legislación hispánica, Virginia Guedea, “Criollos y peninsulares. Dos puntos de vista sobre lo español”, tesis de licenciatura en Historia, Universidad Iberoamericana, 1964; p. 45 y siguientes. 31 Véase el discurso de Primo de Verdad del 9 de agosto de 1808, en Hugh Hamill, “Un discurso formado con angustia”, Historia Mexicana 28: 3, julio-septiembre de 1979, p. 439474. También “Relación formada por la Audiencia, de las ocurrencias habidas en las juntas generales promovidas por el señor Iturrigaray”, en Juan E. Hernández y Dávalos (editor), op. cit., v. 1, doc. 248, p. 618. 32 Por esos días apareció un pasquín con los siguientes versos: “Fernando Séptimo a España ya no vuelve / no por éste pelean los gachupines / Sí por de Indias el mando y sus domines”, apud Alfredo Ávila, “Principio y fin de siglo: 1701 y 1808 en Nueva España”, en EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 155 En ese caso, la junta provisional gubernativa sería permanente, lo cual significaba el establecimiento de un gobierno independiente. El propio virrey José de Iturrigaray (a quien sus enemigos acusaban de querer convertirse en José I) aseguró, cuando se percató de que en la vieja España no podía hallarse una autoridad, que fuera capaz de ordenar las varias juntas que se decían supremas: Concentrados en nosotros mismos, nada tenemos que esperar de otra potestad que de la legítima de nuestro católico monarca el señor don Fernando Séptimo: y cualesquiera juntas que en clase de supremas se establezcan para aquellos y estos reinos, no serán obedecidas si no fuesen inauguradas, creadas o formadas por Su Majestad.33 Y el problema era que, en las circunstancias por las cuales atravesaba la monarquía, Fernando no podía sancionar ninguna alternativa de gobierno: ni el establecimiento de juntas insurgentes leales a su real persona ni el mantenimiento de las autoridades tradicionales, muchas de las cuales —en la península— habían reconocido a José Bonaparte como rey de España. En pocas palabras, ninguna de las posiciones políticas que se presentaron en 1808 en Nueva España podía alegar tener más legitimidad que su contraria, merced a que ambas (la juntista del ayuntamiento y virrey, y la del mantenimiento del orden promovida por la Audiencia) decían originarse en nombre del rey preso y para conservarle sus dominios, aunque ninguna tuviera —de hecho— el respaldo del monarca en nombre de quien hablaban: ambas carecían de la legitimidad trascendente propia de las monarquías de derecho divino del Antiguo Régimen, en las cuales las opciones políticas que no contaban con la aprobación del rey podían ser consideradas como disidentes. Tras las crisis de 1808 ninguna de las alternativas contaba con esa sanción, por lo cual no puede asegurarse que alguna de ellas fuera disidente. Justo Patricio Paiserón se percató de que las circunstancias habían propiciado la aparición de varias opciones de gobierno sin que alguna de ellas pudiera considerarse auténtica por contar con la legitimación del rey y, por lo tanto, divina. Las abdicaciones de Bayona fueron el inicio de una crisis profunda, en la cual se puso en duda el origen de Carmen Yuste (coordinadora), La diversidad del siglo XVIII novohispano. Homenaje a Roberto Moreno de los Arcos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2000; p. 262. 33 José de Iturrigaray, “Proclama”, 12 de agosto de 1808, apud Juan López de Cancelada, La verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución de Nueva España comenzada en 15 de septiembre de 1810. Defensa de su fidelidad. Quaderno primero, Cádiz, Imprenta de Manuel de Quintana, 1811, p. LIX-LX. 156 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO la autoridad y se buscaron posibilidades para suplir a la deidad como garante del orden político existente. Una de las alternativas fue, como hizo Paiserón, la fundada en la racionalidad humana. Sin embargo, en la Nueva España de 1809 parecía todavía muy endeble, por lo cual se mantenía el argumento de lealtad al rey, pero esto no solucionaba nada, pues no había un rey que reconociera los actos de sus súbditos. El nuevo orden que pretendía establecer descansaba sobre las circunstancias y no sobre una base sólida y trascendente. Paiserón se percató muy bien de la accidentalidad que abría la posibilidad de la independencia de Nueva España. Cuando afirmaba que “en las actuales circunstancias, reside la soberanía en los pueblos”, no hacía más que reconocer que el principio sobre el cual fundaba su propuesta (y, si se me permite decirlo, muchos de los proyectos políticos del México independiente) dependía de la “fortuna”, en este caso, de las armas españolas en la península. La política perdía suelo. Paiserón también se daba cuenta de que el origen de las autoridades novohispanas que gobernaban en 1809 era igual de contingente que el fundamento de su proclama de independencia. Recuérdese que el nuevo virrey había llegado al poder por un golpe de estado (por la fortuna de las armas) y que, por lo tanto, no contaba con la sanción real. Por tal motivo, Paiserón no se consideraba a sí mismo como un disidente, pues (lo mismo que las autoridades) decía hablar en nombre del rey, sino que incluso se ubicaba en el lado correcto. Esto le permitía descalificar a sus oponentes como los verdaderos disidentes. Como señalaba en la proclama: “Téngase por traidor y por enemigo de nuestra religión, de la patria y del rey, a cualquiera que pretenda directa o indirectamente nuestra sujeción a aquel tirano [Napoleón]: muera en el momento. Sí, muera semejante traidor.” Por supuesto, para Paiserón semejantes traidores eran los afrancesados, de manera particular los reales y supuestos agentes napoleónicos en el virreinato, que buscaban el reconocimiento para su amo, pero también aquellos que, a sabiendas de que Napoleón se estaba adueñando de la península, seguían manteniendo con terquedad la unión de Nueva España con Europa. El problema era que quienes mantenían el reconocimiento al gobierno metropolitano —el virrey Pedro Garibay y la Audiencia— también se reconocían leales a Fernando VII y enemigos del Corso. Paiserón lo sabía y por eso había incluido sus nombres entre los patriotas de su proclama; aunque tampoco ignoraba que habían sido los “sabios oidores y alcaldes” quienes, en septiembre de 1808, habían destituido al virrey José de Iturrigaray y encarcelado a los principales líderes del ayuntamiento de la ciudad de México, por querer erigir en el reino una junta gubernativa, depositaria interina de la soberanía del rey. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 157 El proceso En su carta, Justo Patricio Paiserón prometía avisar a Bustamante de los efectos de la proclama y sólo le pedía acusar recibo. Desde que se conocieron las noticias de las abdicaciones de Bayona, habían aparecido en las principales ciudades del virreinato pasquines y volantes que arengaban a la plebe en contra de los gachupines.34 En varios lugares se había presentado, incluso, agitación popular en contra de los españoles europeos, que podía atribuirse a esos papeles sediciosos.35 Según parece, Paiserón buscaba obtener una respuesta similar cuando distribuyó su proclama. Por tal razón había pedido a sus corresponsales que la “esparcieran.” Resulta claro, como mencioné, que no iba tanto dirigida a las autoridades de la Audiencia, aunque así lo afirmara, sino a un público más amplio y susceptible, como los labradores, los nobles y los “hombres ricos”, quienes se habían visto afectados por la consolidación de vales reales y por la sequía que venía padeciendo buena parte del virreinato. Como había un terreno propicio para que fructificaran este tipo de manifestaciones, el virrey Pedro de Garibay actuó con rapidez para quitar la proclama de Paiserón de los muros de catedral, donde había aparecido, amén de ofrecer una recompensa de 2 000 pesos para quien descubriera al autor.36 El conde de la Cadena propuso al virrey, desde que se enteró de la carta dirigida a Bustamante, que se armaran varias compañías y regimientos para combatir a los sediciosos, sin importar los gastos, pues más importante era la tranquilidad del reino que todos los recursos que se pudieran invertir. También instrumentó un plan para atrapar a Paiserón. Como éste pidiera a Tomás Mariano de Bustamante un acuse de recibo, se mandó por el correo a México una nota en la que sólo se decía: “Ya está hecha la cosa”, para atraparlo en la 34 De hecho, las manifestaciones en contra de los gachupines también hallaron algún respaldo en el cúmulo de proclamas, discursos y sermones hechos por las propias autoridades en contra de los herejes afrancesados, lo cual generó un ambiente de persecución contra los recién llegados al virreinato, muchos de ellos españoles peninsulares. Véase Alfredo Ávila, “‘La escuela de Asmodeo.’ Una conspiración en Oaxaca, 1811”, ponencia presentada en el coloquio La independencia en el Sur-Sureste de México, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el auditorio del propio Instituto, 29 de octubre de 2001. 35 José María Cos a Juan Nepomuceno de Oviedo, San Cosme, Zacatecas, 29 de mayo de 1810, en Cos, Escritos Políticos, introducción, selección y notas de Ernesto Lemoine, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996; p. 7-9. 36 Lucas Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 289; José María Miquel i Vergés, Diccionario de insurgentes, México, Editorial Porrúa, 1980, p. 130. 158 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO oficina de correos cuando pasara a recogerla.37 La estratagema dio el resultado que las autoridades deseaban. El 17 de febrero fueron apresadas dos personas: José Antonio Mateos, quien fue a recoger la presunta carta dirigida a Paiserón, y Julián de Castillejos, que había permanecido un poco alejado, en un zaguán cercano.38 Según la declaración de los dos apresados, las autoridades de correos nunca les dijeron cuál era el motivo por el que quedaban bajo arresto y, antes bien, los trataron con especial rudeza. De inmediato fueron trasladados a la cárcel de la corte, donde el virrey Pedro Garibay los puso a disposición de Juan Collado, alcalde del crimen y juez de la provincia de México, quien se encargaría de llevar todo el proceso. Las primeras diligencias se realizaron en la propia casa del licenciado Castillejos, en la calle de Santa Inés número 3. El capitán de comisarios José María de Arango y el escribano José Rafael Cartami sólo pudieron descubrir una enorme cantidad de manuscritos: memoriales, cartas y otros documentos relacionados con la abogacía, profesión ejercida por Castillejos, pero que no lo inculpaban.39 Los primeros datos que señalaron a Castillejos como el autor de la carta enviada a Tomás Mariano de Bustamante y, por lo tanto, de la proclama que favorecía la independencia, provinieron de su propia declaración. El domingo 19 de febrero, José Antonio Mateos declaró ser criado de Castillejos, a quien había acompañado a la oficina de correo. Ahí, su patrón retiró una carta y, después, le mandó recoger la que estaba marcada con el número 557. Cuando cumplió la orden, fue apresado, mientras que un empleado del correo salía a llamar a su patrón.40 Julián de Castillejos ratificó todo lo dicho por su sirviente, dijo ser español natural de la villa de Tehuantepec, tener 35 años, y vivir en la ciudad de México con su mujer, Rosa Joaquina Mateos.41 Estaba matriculado en el Real Colegio de Abogados de la corte y, como ha37 El conde de la Cadena al virrey Pedro de Garibay, Puebla, 10 de febrero de 1809, en Genaro García, op. cit., I: 103-104. Un breve relato del caso en Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno:..., p. 26-29. La carta de Bustamante llegó a la oficina de correos de la ciudad de México, donde se puso el nombre de Paiserón en la lista de correos. 38 Andrés de Mendívil, administrador de correos de la ciudad de México, a Pedro de Garibay, México, 17 de febrero de 1809, en García, op. cit., v. I, p. 106. 39 José Rafael Cartami, “Reconocimiento de papeles”, en García, op. cit., p. 108-109; Garibay a Collado, México, 16 de febrero de 1808, ibid., p. 107-108. 40 José Antonio Mateos era un joven soltero de 18 años, español natural del pueblo de Calimaya, cercano a México, quien había sido primero criado del cura del real de Tesicapán, cuando estaba en Sultepec. Era sirviente de Castillejos desde noviembre de 1808 y, al parecer, ignoraba todo acerca de las actividades subversivas de su patrón. “Declaración del criado”, 19 de febrero de 1809, ibid., p. 109-111. 41 “1a. declaración del Licenciado Castillejos”, México, 19 de febrero de 1809, ibid., p. 111. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 159 bían podido constatar Arango y Cartami, llevaba un número nada despreciable de casos judiciales. Castillejos insistió en varias ocasiones en su declaración acerca de lo injusto del procedimiento con el que lo apresaron. Nadie quiso decirle cuáles eran los cargos en su contra y, al insistir en preguntar por ellos, recibió amenazas de ser llevado a prisión por la fuerza. Cuando, en el camino, consiguió que uno de los guardias le dijera que, según había oído, lo acusaban de ser reo de Estado, Castillejos se puso muy nervioso (dijo que “sería capaz de volverlo loco semejante especie”), empezó a argumentar acerca de su lealtad al monarca y hasta mostró a sus captores algunas de las cartas que acababa de recibir, entre ellas una del marqués de San Juan de Rayas, donde podía apreciarse su españolía, referida tanto a la península como a América. Esta carta fue, en efecto, incluida en el expediente del caso, aunque el comisario José María de Arango no dejó de advertir a sus superiores que Castillejos había arrancado la posdata.42 Castillejos confesó que después de haber sacado esta primera carta de la oficina de correo, envió a su criado a sacar una que estaba a nombre de Justo Parracio Palmerión, con lo que se echó la soga al cuello. Reconoció que tenía por costumbre pedir a sus corresponsales que le remitieran sus misivas bajo diversos nombres, entre los que estaban los de Justo Pascasio Partero, Julián Rivero, Julián Riverol, Julián Carbonel, Julián Escauriasa, Joaquín Rivero, Joaquín Riverol “y otros de que no hace memoria”.43 No admitió que entre todos estos alias estuviera el de Palmerión, pero como esperaba alguna otra carta dirigida a alguno de sus falsos nombres, la “mandó sacar por una mera curiosidad”. Curiosidad fue lo que ocasionó en las autoridades esta declaración; así que inquirieron acerca de quiénes eran los corresponsales de Castillejos, que se prestaban a esos juegos. Entre ellos se hallaban su compadre el presbítero Manuel Mayol —quien lo visitaba con alguna frecuencia, según Mateos— y el marqués de Rayas, quien también en alguna ocasión había ido a verlo a su casa, como aseguró el criado. En la segunda declaración, hecha el 20 de febrero, Castillejos reiteró que se carteaba con Rayas desde hacía tres o cuatro meses, empleando los nombres de Julián Riverol y Julián Carbonel; pero sorprendió a todos cuando aseguró que utilizaba estos seudónimos al menos desde 19 años atrás, para evitar que alguien se enterara de sus asuntos, en caso de que sacaran las cartas de la estafeta, cosa que al parecer ocurría 42 43 Arango a Juan Collado, México, 18 de febrero de 1809, ibid., p. 109. “1a. declaración”, cit. supra en la nota 41, p. 113. 160 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO con alguna frecuencia.44 El 20 de febrero, ante nuevas inquisiciones, admitió que había escrito bajo seudónimo al marqués de Rayas. Según puede apreciarse en los procesos, las autoridades no ejercieron demasiada presión sobre el acusado, pero llama la atención que Castillejos, aunque no se le hiciera alguna pregunta específica, terminó relatando muchos hechos comprometedores. Así, aseguró que en la correspondencia que mantenía con el marqués de Rayas escribió que Le tocó haber oído que se soltó en México un pasquín o proclama, en que le detalló, en general, que se incitaba a la reunión a todos los habitantes de América, para que si la Península llegaba a ser dominada del tirano Napoleón, todos proclamaran la independencia de la Nueva España para conservarla a nuestro Augusto y deseado Fernando Séptimo; y que a este efecto se convocaran por el Excelentísimo Señor Virrey, Señores Oidores, Alcaldes y demás personas de representación, a los representantes del reino, y se formara una Junta Nacional que representara al Soberano.45 En otra misiva, escribió acerca de un alboroto popular, aunque no sabía si se trataba de un movimiento de españoles o de criollos. Sin duda, podríamos aplicar a Castillejos aquello de “confesión no pedida, culpabilidad manifiesta”, salvo porque hizo todas esas declaraciones para mostrar a las autoridades que, en realidad, era un patriota. Estaría de acuerdo en separar al virreinato de la península, si ésta caía en manos del malvado Napoleón, pero —según otro relato acerca de una discusión en el juego de pelota— eso nunca ocurriría. No puedo descartar que esas declaraciones tan comprometedoras estuvieran originadas por el nerviosismo del acusado. En la declaración del 21 de febrero, Castillejos reconoció que había pedido al marqués de Rayas que escribiera en su correspondencia el nombre falso porque, entre otras cosas, trataba de “asuntos pendientes del excelentísimo señor don José de Iturrigaray”, que eran muy delicados.46 Sin embargo, se nota que también se esforzó en comprobar ante los jueces que sus móviles eran honestos y patrióticos, tal vez incluso podría convencerlos de que sus actos eran aceptables. Según me parece, Castillejos intentó hacer prosélitos hasta cuando lo estaban juzgando por infidencia. Tal vez creía que podía convencer a sus jueces de la necesidad de la independencia por la misma razón por la cual en la proclama se solicitaba al virrey y la Audiencia que reunieran una junta (pese a que esas mismas “2a. Declaración”, México, 20 de febrero de 1809, en García, op. cit., p. 114. Ibid., p. 114-115. 46 “3a. Declaración del reo”, México, 21 de febrero de 1809, ibid., p. 118-122. 44 45 EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 161 autoridades habían cerrado la posibilidad juntista el año anterior): la situación de España en 1809 no dejaba más alternativas, desde su punto de vista, que romper con la Europa napoleónica o sujetarse al tirano. El 22 de febrero, las autoridades empezaron a presionar. Preguntaron a Castillejos si conocía a Tomás Mariano de Bustamante, abogado de Puebla, y si le había escrito con seudónimo. Castillejos confesó que lo conocía desde hacía bastante tiempo, pero negó que le hubiera escrito. Para esos momentos, nuestro abogado ya sabía que se hallaba en muy serios aprietos, por lo cual procuró reforzar su imagen de patriota, lo que, en esos momentos (según me parece) sólo contribuyó a que las autoridades sospecharan todavía más de su infidencia. Aseguró que “no por sí solo ni con otras personas ha tratado jamás de la independencia de este reino” y que, antes bien, cuando se enteró de los rumores y pasquines en ese sentido, había exhortado a sus paisanos para que se mantuviesen quietos y tranquilos, sin entrar en innovaciones ni movimientos, haciéndoles ver que la divina Providencia había enviado la paz, que parece había en todo el continente de Europa, a refugiarse en estas felices regiones; y así aconsejaba a todos que no sólo se abstuvieran de todo movimiento que pudiese turbarla, sino también de toda palabra, pues en tales ocasiones eran los más sabios los que más callaban, y para más persuadirles, les pintó los funestos males de la anarquía a que precipitan semejantes convulsiones.47 No estoy muy seguro de que estas palabras tranquilizaran a los jueces. Como relataré en el siguiente apartado, esas ideas eran frecuentes en la época. No eran peligrosas para las autoridades sino en la medida en que promovían la ruptura con España, es decir, el modo como eran expuestas. En su declaración, Castillejos mencionó que buena parte de sus ideas las había publicado antes en un “Discurso” en el Diario de México del 7 de agosto de 1808 y que, entonces, no habían sido consideradas subversivas. También comentó que había distribuido copias de ese escrito por medio de algunas amistades, como José Ignacio Auricena, Juan Martín Juanmartineña y Marcelo de Anza, personajes de quienes no se podía dudar de su fidelidad. En poco tiempo, había más de cien copias del “Discurso” en Veracruz y en otras ciudades del virreinato. Esta declaración hizo que las autoridades se preocuparan por averiguar cuál era el círculo de amistades de Castillejos, que al parecer de manera tan eficiente había promovido las ideas sediciosas. 47 “4º acto de Declaración”, México, 22 de febrero de 1809, ibid., p. 124-125. 162 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Debido a su profesión, Castillejos tenía una gran cantidad de conocidos, entre quienes se contaban el conde de Regla, Nicolás Calera, Juan Bautista Raz y Guzmán, Benito José Guerra, Juan Navarro y el doctor Juan Nicolás Larragoiti, del Sagrario metropolitano. Todos estos hombres, encabezados por el marqués de San Juan de Rayas, estarían desde entonces en la mira de las autoridades. Muchos de ellos fueron llamados a declarar en este caso. Todos hablaron muy bien de Castillejos, lo cual sólo hizo sospechar a las autoridades que lo estaban encubriendo, sobre todo cuando, para desgracia del detenido, Raz y Guzmán cometió la indiscreción de afirmar que nunca había escuchado a Castillejos hablar acerca de la independencia “en términos absolutos”,48 lo cual significaba (aunque no lo dijera) que sí trató acerca de la posibilidad de la independencia en algunos otros términos. Sin embargo, las pruebas más concluyentes en contra de Julián de Castillejos fueron sus declaraciones, el hecho de haber ido a recoger la carta de Bustamante al correo y el propio pasquín, que estaba escrito con su propia letra, según el peritaje que se le hizo. Castillejos se defendió alegando que no era prueba en su contra el juicio de los peritos, pues la mayoría de los estudiantes terminaban haciendo letras muy parecidas por la escuela donde habían cursado sus primeros estudios.49 Acerca de haber ido a recoger la famosa misiva dirigida a Justo Patricio Paiserón, Castillejos insistió, de modo poco verosímil, que había leído “Justo Parracio Palmerión”, un seudónimo parecido a los que empleaba con algunos de sus corresponsales. Debe señalarse que Castillejos nunca admitió estar metido en una conjura ni ser el autor del mencionado pasquín. Los jueces no lo creyeron y, según me parece, con razón; pero en este ensayo no me importa la culpabilidad o inocencia de Castillejos. De hecho, de lo que no pudo librarse fue de sus propias declaraciones ante el tribunal. El 27 de abril de 1809, en su tercer acto de confesión, Castillejos volvió a afirmar que no favorecía “una independencia absoluta, infiel y rebelde”, pero que suscribía la idea de “una independencia hipotética y condicional, supuesta la desgracia de que el tirano Napoleón subyugase la España”.50 Con estas palabras, se estaba condenando. “[Declaración] del licenciado Guzmán”, México, 12 de abril de 1809, ibid., p. 132. “Juicio de Verazaluze”, México, 2 de abril de 1809, ibid., p. 129 y “2º acto de [confesión de Castillejos]”, México, 26 de abril de 1809, ibid., p. 144. 50 “3º acto de [confesión]”, México, 27 de abril de 1809, ibid., p. 147. 48 49 EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 163 ¿Cuándo son las ideas sediciosas? Como ya mencioné, el discurso de Julián de Castillejos recurría a tópicos y a ideas bien aceptadas por la sociedad novohispana, tales como la defensa del Rey, la Religión y la Patria, y el rechazo al malvado Napoleón. Más doloroso que las mismas abdicaciones de Bayona y la guerra en la península, fue la colaboración de muchos españoles con los invasores y con el rey José, los afrancesados; por eso, otro de los valores más exaltados durante esos años fue el de la unión y concordia en todos los medios, desde el Diario de México, dirigido por Carlos María de Bustamante (quien había mandado hacer una medalla en la cual se representaban los dos mundos de Fernando, vinculados por lazos insolubles), hasta el púlpito. Los sermones arremetían contra “la variedad de opiniones”, pues esto producía “la división de partidos [que] engendra la infidelidad”, la cual conducía a la revolución.51 Esta idea no era nueva, lo cual le daba todavía más fuerza. El discurso eclesiástico había ponderado la comunión social desde mucho tiempo antes, como uno de los primeros deberes de los fieles: “todos los que participamos de un pan formamos un mismo cuerpo, sin dejar por eso de ser muchos”, había afirmado Agustín del Río en Guadalajara, en 1789. En 1810, el obispo poblano Manuel Ignacio del Campillo pedía a sus feligreses: “amémonos todos tiernamente como hermanos que somos efectivamente y por unos vínculos más dulces y más estrechos que los de la carne y la sangre. Estamos unidos por la fe que profesamos, y componemos un cuerpo místico que es la Iglesia [y] formamos también un cuerpo civil.” 52 El impacto de estas ideas sobre la población era muy importante, pues contaban con la sanción de los eclesiásticos que las difundían en sus sermones, pero también porque se divulgaban a través de la prensa, un medio que no por poco extendido dejaba de ser importante, en especial porque —en principio— se suponía propio de personajes ilustrados. Los ayuntamientos y otras autoridades locales en todo el virreinato también se habían declarado por la unidad como la mejor arma para hacer frente al ambicioso Napoleón. Incluso, en el conflicto entre el ayuntamiento de México y la Real Audiencia, no hubo parte que no se manifestara a favor de estos ideales: unión entre españoles y america51 Antonio Pérez Martínez, Sermón predicado en la Santa Iglesia Catedral de Puebla, Puebla, sin editor, 1808, p. 5-6, apud Brian Connaughton, Dimensiones de la identidad patriótica. Religión, política y regiones en México. Siglo XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Miguel Ángel Porrúa, 2001, p. 43. 52 Connaughton, op. cit., p. 49, 76; éstos son sólo unos ejemplos entre muchos: passim. 164 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO nos, lealtad al legítimo monarca, reafirmación de la religión católica y repulsa a Napoleón.53 La perspectiva de que en Europa triunfara el Corso atormentaba las almas de los leales españoles, como la del canónigo penitenciario de Puebla, Antonio Pérez Martínez, quien en 1808 aseguraba que en ese caso se perdería “nuestra religión, nuestras leyes, nuestras costumbres y propiedades [y] antes que todo, nuestra libertad, la dichosa libertad en que los reyes de España nos mantienen”.54 Castillejos no hacía sino ver confirmados esos temores, por lo cual proponía salvar todos esos valores que, según Pérez Martínez, estaban por perderse. En el Diario de México aparecían también constantes colaboraciones de los lectores en ese sentido. El 7 de agosto de 1808, fue publicado en ese periódico un “Discurso” de Julián de Castillejos, como lo reconocería en su proceso.55 Iniciaba ese escrito con un llamado a los habitantes de Nueva España para que olvidaran sus diferencias, a fin de llegar a “la fraternidad con que debéis trataros como vasallos de un mismo rey”. Afirmaba que en la “unión de los ciudadanos consiste la fuerza invencible de las naciones”, la cual era necesaria para arrostrar al enemigo común. Recordaba, además, algunos ejemplos tomados de la historia, para mostrar cómo, cuando un pueblo se había mantenido unido, no había podido ser derrotado: “caminad pues a la unión, no haya en vosotros más que unas mismas ideas y un mismo espíritu.” Este “Discurso” no difería, pues, gran cosa de los otros impresos, sermones y publicaciones de la época, a favor de mantener la unidad para defender el reino en contra de Napoleón. Auguraba entonces, según las últimas noticias recibidas, un pronto triunfo de los “bravos soldados” ibéricos, que pondrían freno a “los progresos de aquel pérfido emperador y opondrán una barrera insuperable a su ambición”. Mientras tanto, aquende el océano, a los españoles leales “nos toca defender estas provincias en que habitamos y conservarlas íntegras a nuestros legítimos soberanos”. Esto ya resultaba en una diferencia con los demás llamados a la unión, en los cuales casi siempre se incluía la necesidad de colaborar (enviando recursos) con los españoles europeos, mientras que en el presente “Discurso” nada se decía al respecto. Se pedía unión, pero no tanto con la península, sino entre los habitantes de Nueva España: 53 Hira de Gortari Rabiela, “Julio-agosto de 1808: ‘La lealtad mexicana’”, Historia Mexicana, 39: 1, julio-septiembre de 1989; Guadalupe Nava Oteo, Cabildos de la Nueva España en 1808, México, Secretaría de Educación Pública, 1973. 54 Pérez Martínez, op. cit., p. 12. 55 “Discurso del americano J. J. de C. y C., n. de G., P. de T.”, Diario de México, IX: 1042, 7 de agosto de 1808. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 165 Rechacemos los decretos atrevidos de Napoleón, y castiguemos las osadías de sus enviados, si trataren de sujetarnos a su yugo. Mantengámonos en la independencia de toda otra dominación que no sea la de nuestros legítimos reyes.56 Castillejos empezaba a introducir algunos términos peligrosos, a los que esperaba que el público se acostumbrara y relacionara con los otros, más aceptables, de lealtad al rey, a la patria y la religión. Unos días después, envió un “Discurso segundo” a Carlos María de Bustamante, con la finalidad de que también apareciera en el Diario. Sin embargo, la censura lo alcanzó y fue detenido aun cuando ya se habían hecho las correcciones de las planas.57 En términos generales, reiteraba todos sus dichos del primer “Discurso”: la necesidad de mantener la unión, de preservar este territorio a sus legítimos reyes, oponerse a Napoleón y defender la patria y la religión. Sin embargo, el autor avanzaba en sus objetivos. Resaltaba el terrible estado de guerra que había en Europa y lo contrastaba con la paz y prosperidad de América. Castillejos pedía a sus paisanos hacer lo posible para no perder esos dones: “es necesario que os guardéis de todo motivo que pueda romper vuestra estrecha alianza. El único medio de conservarla indisoluble es el de respetar las autoridades constituidas, huir y detestar todo espíritu de innovación y reforma.” Es verdad que con estas palabras pareciera que el autor se alineaba del lado de la Audiencia, que por entonces se oponía a los empeños de José de Iturrigaray y del ayuntamiento metropolitano por establecer una junta gubernativa. Sin embargo, debemos recordar que muchos de los más destacados miembros de ese cabildo no consideraban que sus propuestas fueran innovadoras o reformistas, sino arraigadas en la secular tradición jurídica hispánica. Más bien, las innovaciones estaban llegando de España. Tanto los miembros del concejo municipal de México como los miembros de la Audiencia y los publicistas, incluido nuestro autor, estaban de acuerdo en conservar “estas fértiles provincias” para los legítimos reyes. Así, pedía que hubiera una “ciega obediencia a las autoridades” que fueron constituidas por los propios reyes antes de abdicar en Bayona, entre las que destacaba, en primer lugar, el propio virrey. Meses después, cuando ya había sido depuesto Iturrigaray, Castillejos mantenía su opinión relativa al respeto que debía Ibid. El subrayado es mío. “Discurso segundo del americano J. J. de C., n. de G. P. de T.”, facsímil de las planas con correcciones del Diario de México IX: 1047, 12 de agosto de 1808, que no se publicó, en Genaro García, op. cit., v. I, p. 157-183. 56 57 166 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO haber frente a las autoridades; de ahí su llamado a los miembros de la Audiencia y a Pedro Garibay, por más hipócrita que pueda parecer. Como puede apreciarse, las ideas expuestas en la proclama firmada por Justo Patricio Paiserón no eran tan extrañas para la época. Tal vez, lo único que las hacía diferentes a las demás muestras de patriotismo español radicaba en que lo conducía hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, en esto tampoco era el único: unos días después de iniciados los procesos contra Castillejos, el canónigo José Mariano Beristáin predicó acerca de las bondades de América y de Nueva España en particular, que se había salvado de “los pestilentes vapores que despide en Europa hacia todas partes de aquella Hidra monstruosa, que quiere tragarse los tronos de [los] ungidos y aun [el] mismo solio eternal”.58 Como reconocería tiempo después, Beristáin llegó a pensar en la posibilidad de que, ante el avance impetuoso del Corso y de la infidelidad en Europa, el papa romano y el rey español viajaran a México para forjar aquí la sede de una monarquía católica, separada de la corrupta Europa.59 Estas ideas, las de Beristáin y las de Castillejos, fueron definidas hace algún tiempo por David Brading como características del patriotismo criollo: la exaltación de la patria (fundada en el derecho natural y en los dones divinos a esta tierra) y el orgullo de ser español y súbdito del rey de España. Sin embargo, la historia de este pensamiento es la de senderos que se bifurcan. Los contextos de Beristáin y de Castillejos eran muy diferentes. En pocas palabras, los dos estaban de acuerdo en que si la península ibérica caía en manos de Napoleón sería menester la independencia; pero su práctica discursiva era muy distinta: Beristáin hablaba ante su grey y, de seguro, con la presencia de las más altas autoridades del virreinato; mientras que Castillejos promovía sus pasquines firmados con seudónimo y en la clandestinidad. Sin duda, los fiscales y jueces perseguían no sólo las ideas de Castillejos, sino la manera de promoverlas; es decir, las consideraban sediciosas también por la forma como eran expresadas. 58 José Mariano Beristáin, Discurso político-moral y cristiano que en los solemnes cultos que rinde al Santísimo Sacramento en los días del carnaval, la Real Congregación de Eclesiásticos Oblatos de México, pronunció el Dr. Joseph Mariano Beristáin de Sousa, del Orden de Carlos III. Canónigo más antiguo de la Metropolitana, y prepósito de dicha Congregación. Dedicado por ésta a la Suprema Junta Central Gubernativa de España y de sus Indias, México, en la Oficina de Doña María Fernández de Jáuregui, 1809; p. 32. 59 Según Beristáin: “Vista de la persecución que hace al pontífice romano el tirano Napoleón Bonaparte y a los reyes católicos protectores de la Iglesia de Roma, contemplo que Mégico puede ser el más seguro asilo al papa y a los monarcas españoles contra la voracidad de aquel monstruo.” [...] “Así pensaba yo el año pasado de 1809” antes de la rebelión de Miguel Hidalgo, Beristáin, Biblioteca hispano-americana septentrional, 3 v., México, Imprenta de la Calle de Sto. Domingo y esquina de Tacuba, 1816; v. I, p. 277-278. EL DISCURSO DE LA INDEPENDENCIA EN 1809 167 Epílogo (unas palabras sobre la disidencia) Julián de Castillejos nunca admitió ser el autor del pasquín subversivo, aunque en las declaraciones terminó expresando ideas tan sediciosas que las autoridades no tenían ya necesidad de probar su autoría: lo dicho ante los jueces lo inculpaba. Fue declarado culpable de sedición y condenado a destierro en la península, de donde saldría libre el 30 de noviembre de 1810 gracias al indulto general decretado por las Cortes de Cádiz. Regresó al virreinato, donde volvió a ser presa de las autoridades por haber manifestado en abril de 1811 que debía ahorcarse al virrey. En la conjura descubierta ese mismo año en la ciudad de México, había sido propuesto por los conspiradores para hacerse cargo de la Audiencia. Tiempo después, en 1812, se vería involucrado en un nuevo complot en Perote, encabezado por Vicente Vázquez Acuña, quien estaba preso ahí desde 1809.60 Las autoridades aprovecharon la información obtenida en las inquisiciones que se le hicieron para empezar a investigar al gran número de individuos relacionados con Castillejos. Jacobo de Villaurrutia, San Juan de Rayas, Juan Bautista Raz y Guzmán, Benito José Guerra, Antonio Ignacio López Matoso y José María Rebelo serían objeto de la vigilancia del gobierno virreinal. Algunos de ellos serían miembros de la sociedad secreta de los Guadalupes y, desde esa trinchera, favorecerían el establecimiento de un gobierno autónomo para la Nueva España.61 Otro implicado en la causa de Castillejos fue Manuel Peimbert, escribano de Huichapan, hermano del abogado Juan Nazario Peimbert, quien también se vería involucrado en casos de infidencia. Manuel fue acusado de repartir proclamas subversivas escritas por él y por el cura de Huichapan, Manuel Palacios. En septiembre de 1809 fue enviado a Perote junto con Vicente Vázquez Acuña, José Ignacio Rodríguez Alconedo y otros.62 De momento, no se pudo llamar al marqués de San Juan de Rayas a hacer su declaración. Al parecer, se temía que pudiera aprovechar la fuerza de sus operarios para rebelarse. De cualquier manera, las autoridades decidieron ser más precavidas, por lo cual establecieron una junta consultiva en junio de 1809, compuesta por tres oidores, para enfrentarse a los casos de infidencia. Poco tiempo después, ya bajo el 60 Anastasio Zerecero, Memorias para la historia de las revoluciones en México, estudio historiográfico de Jorge Gurría Lacroix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975; p. 276. 61 Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno:..., p. 27-28. 62 Ibid., p. 28-29. 168 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO virreinato de Francisco Xavier Lizana, se estableció la Junta de Seguridad y Buen Orden, por acuerdo del 21 de septiembre de 1809.63 Sin embargo, no podemos decir que consiguieran frenar el avance de los movimientos subversivos. En los procesos contra el marqués de Rayas, se mencionó la posibilidad de que estuviera en contacto con el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, quien promovía una conspiración junto con otras personalidades del Bajío, donde estallaría una insurrección en septiembre de 1810. Lo cierto, es que Castillejos no se consideraba disidente sino patriota, buen católico y leal a la monarquía borbónica y a Fernando VII en particular. Si las autoridades lo perseguían se debía, acaso, a que la infidelidad debía buscarse en ellas. Por supuesto, Castillejos no se hubiera atrevido a decir esto ante sus jueces, pero con su declaración de inocencia subvertía el orden. En las declaraciones hechas por algunos otros testigos y en la acusación contra el marqués de San Juan de Rayas se aseguró que, en las reuniones de estos personajes, se hablaba mal del gobierno originado en el golpe de septiembre de 1808. Miguel de Zugasti [o Zugástegui], a quien se le seguía proceso por las mismas fechas que a Castillejos (con quien las autoridades sospechaban que estaba en conchabanza), también creía que la prisión de Iturrigaray había sido ilegal e ilegítima, y que el nuevo gobierno pretendía entregar el reino a los franceses para establecer una república usurpadora de los derechos del rey y de los criollos. 64 Tal vez estos personajes se equivocaban al suponer el afrancesamiento de las autoridades; pero sabían que su insistencia en mantener la unión con Europa podía propiciar la sujeción al Tirano. De esto se dieron cuenta los propios oidores quienes estuvieron tentados a dirigirse a la hermana de Fernando VII, Carlota Joaquina, reina consorte de Portugal por entonces en el Brasil, para asumir la regencia del reino y evitar caer en manos de Napoleón.65 Esta incertidumbre no hacía sino confirmar que, en efecto, en 1809 resultaba muy difícil definir la disidencia, lo cual tal vez pueda explicar el benigno comportamiento del nuevo virrey Francisco de Lizana hacia muchos de los promotores de la independencia. 63 Alamán, Historia de Méjico..., v. I, p. 294, 315. “Exposición por escrito de D. Hilario Michel y Loredo” citada en la nota 3. 65 “Dábase por perdida la causa en España, y así lo creyeron el arzobispo y los oidores que en tres acuerdos continuos y secretos, trataron de lo que en tales circunstancias debía hacerse, habiéndose decidido a invitar a la infanta Doña Carlota Joaquina, que antes había pretendido [sin buen éxito] ser reconocida regenta por ausencia de su hermano Fernando VII, para que con esta investidura viniese a gobernar estos dominios”, lo que al final no se verificó por las nuevas de la instalación de la Regencia en la península, Alamán, Historia de Méjico... , v. I, p. 324-325. 64 ENTRE HOMBRES TE VEAS: LAS MUJERES DE PÉNJAMO Y LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA* MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ Instituto de Investigaciones José María Luis Mora María Regina Barrón, Casilda Rico, María Josefa Rico, María de Jesús López, Rafaela González, María Manuela Suasto, Petra Arellano, Manuela Gutiérrez, Luisa Lozano, Francisca Uribe y María Bribiesca, con otras varias mujeres, fueron aprehendidas los días 29 y 30 de noviembre de 1814 en sus casas y calles del pueblo de Pénjamo, Guanajuato, y de la hacienda de Barajas de la misma localidad, por el coronel Agustín de Iturbide, comandante general de las tropas del Bajío y segundo del Ejército del Norte. Con sus hijos fueron trasladadas unas a la ciudad de Guanajuato y otras a la de Irapuato.1 Sin formárseles causa fueron encarceladas en las Recogidas de cada ciudad,2 lugar donde permanecieron poco más de dos años. Tras soli* Agradezco a la maestra Lucrecia Infante Vargas las valiosas aportaciones hechas a este trabajo y a Alejandra González Bazua su importante colaboración. 1 No hay claridad sobre la cantidad de mujeres que fueron detenidas en el distrito de Pénjamo por Agustín de Iturbide. La cifra que mencionan las mujeres trasladadas a Guanajuato es de 300. El coronel realista en el parte militar informó al virrey Félix María Calleja que el día 30 de noviembre salió de Pénjamo “llevando presas todas las mujeres de insurgentes” y en una carta que envió al mismo virrey un año después afirmaba que fueron más de 100. El cura Antonio Labarrieta indicó que en Guanajuato había “treinta y tantas” mujeres detenidas. Documentos para la historia de la guerra de independencia, 1810-1821. Correspondencia y diario militar de don Agustín de Iturbide (Publicaciones del Archivo General de la Nación, IX, XI y XVI) 3 v., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1926, v. III, p. 60; Carta dirigida por varias mujeres presas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, Guanajuato, 8 de noviembre de 1816, rubricada por Francisca Uribe y María Bribiesca; Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 julio 1816, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, 7 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, v. V, p. 392 y 399, y carta del cura Antonio Labarrieta a Calleja, Guanajuato, 6 de enero de 1815, en “Notable carta del cura de Guanajuato, Dr. D. Antonio Labarrieta”, en Boletín del Archivo General de la Nación, t. 1, sep.-oct., 1930, núm. 1, p. 88-97; p. 90. 2 Las mujeres encarceladas en Irapuato fueron después trasladadas a Querétaro, sitio desde donde fueron liberadas. Con toda seguridad ahí estuvieron María Josefa Paul, Juana María Villaseñor y María Josefa Sixtos. Las autoridades realistas afirmaron que la primera era “amacia” del insurgente José Antonio Torres y que las otras dos eran parientes de José Sixtos Verduzco. En este artículo no me ocuparé de estas mujeres dado que las fuentes consultadas no me permiten seguir el caso. Cfr. Genaro García, op. cit., p. 401 a 409. 170 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO citar en varias ocasiones su libertad o que en justicia se les instruyera proceso, fueron liberadas por disposición del virrey Juan Ruiz de Apodaca en enero y julio de 1817. Su liberación fue el resultado de las gestiones que desde su encierro pudieron hacer y de las indagaciones que sobre el caso realizó el auditor de guerra, Miguel Bataller. Estas indagaciones coincidieron con las averiguaciones que el virrey Félix María Calleja inició para conocer la conducta política, militar y cristiana del coronel Iturbide. 3 Si bien se tienen documentados varios casos de mujeres a las que durante la guerra de independencia se les acusó de infidentes, a quienes se les juzgó y sentenció a ser ejecutadas, encarceladas, deportadas y privadas de sus propiedades por realizar actividades rebeldes como: seducción de la tropa, contrabando de mensajes y armas, espionaje, conspiración, abastecimiento económico; por ser soldadas, guiar a los rebeldes por los caminos, desempeñarse como enfermeras en los improvisados hospitales insurgentes, llevar agua a los soldados y enterrar a los muertos, el caso que expongo careció de los procedimientos legales comunes de la época.4 A ninguna de las vecinas de Pénjamo se le acusó ni se le formó causa. Incluso, es muy probable que varias de ellas hayan sido del todo inocentes. La escasa bibliografía que aborda el tema de la insurgencia femenina,5 se ha ocupado de demostrar que la participación de las mujeres fue complementaria e igualmente valiosa para el esfuerzo bélico y que la guerra modificó el comportamiento político de las mujeres alteran3 Las mujeres encarceladas en Guanajuato enviaron dos representaciones al coronel Agustín de Iturbide en junio de 1815 y enero de 1816; dos dirigidas a Félix María Calleja en noviembre de 1815 y junio de 1816; una al coronel José de Castro cuando era comandante general de la división de Guanajuato y una más a Juan Ruiz de Apodaca en noviembre de 1816. Cfr. Genaro García, op. cit., p. 386 a 401. 4 José María Miquel i Vergés registra en su Diccionario de insurgentes (México, Porrúa, 1969, 617 p.) 134 casos de mujeres que realizaron actividades rebeldes y/o que fueron simpatizantes de los insurgentes. De ellas, aproximadamente la mitad, 62 mujeres, fueron encarceladas y procesadas. Cuatro de ellas fueron condenadas a muerte y ejecutadas; dos más, compartieron la misma sentencia, pero por hallarse embarazadas fueron sólo encarceladas. Aurora Tovar Ramírez en Mil quinientas mujeres en nuestra conciencia colectiva. Catálogo biográfico de mujeres de México, México, Documentación y estudios de mujeres, 1996, 767 p., registra 162 casos. Según este recuento, 94 mujeres fueron encarceladas y la mayoría de ellas, procesadas; siete fusiladas y tres perdonadas por hallarse embarazadas. 5 Los primeros textos que se ocuparon de relatar la historia de las mujeres insurgentes fueron escritos en tono heroico y romántico y se concentraron en las grandes heroínas. Fue hasta los años setenta del siglo XX cuando a la luz de la historiografía feminista se trató de ir más allá del carácter anecdótico, incluso escandaloso, de algunas de las biografías mencionadas. Véanse, por ejemplo: José Joaquín Fernández de Lizardi, “Noticias biográficas de insurgentes mexicanas” (1825); Ilustres mujeres americanas (París, 1825); El cardillo de las mujeres (1827); Panorama de las señoritas (1842); Francisco Sosa, Biografías de mexicanos distinguidos MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 171 do su condición en la sociedad. En estos estudios se ha postulado que las mujeres insurgentes colaboraron sin ambiciones políticas de ninguna especie “puesto que no habían sido educadas para pensar políticamente o porque no se consideraban a sí mismas como seres políticos de la misma manera en que lo hacían los hombres”.6 Han propuesto que las causas que motivaron la participación de las mujeres en la guerra fueron los desajustes en la economía familiar provocados por las reformas borbónicas, los lazos de parentesco que las unían a los soldados insurgentes, los sentimientos patrióticos, la recompensa económica que podían obtener de sus parientes insurgentes, y/o que vieron en la guerra un mecanismo para manifestar su rebeldía contra la sociedad.7 Supongo que las mujeres de Pénjamo, o algunas de ellas, como muchas otras que durante la guerra de Independencia optaron por la insurgencia, colaboraron como integrantes de su comunidad con los insurgentes de la zona en que habitaban y que fueron los cambios sustanciales en las condiciones económicas de la región, el Bajío, las causas inmediatas que las condujeron al camino de la rebelión.8 (1884); Jacobo María Sánchez de la Barquera, La patria ilustrada (1894); Alejandro Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la independencia (1910); C. Hernández, Mujeres célebres de México (1918); Luis Rubio Siliceo, Mujeres célebres en la independencia de México (1920); Mathilde Gómez, La epopeya de la independencia mexicana a través de sus mujeres (1947). El Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología publicó entre 1910 y 1930 varios artículos de Elías Amador y de Manuel Puga Acal. En el mismo periodo aparecieron varios artículos periodísticos en El Universal, Excélsior, El Heraldo de México. En 1949 el Boletín del Archivo General de la Nación publicó el texto “Mujeres insurgentes” de María Luisa Leal. Janet Kentner se doctoró en 1975 con la tesis The Socio Political Role of Women in the Mexican Wars of Independence (1975); Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia, 1780-1830” (1985); Silvia Arrom, Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857 (1988). Además de los trabajos señalados se publicaron tres obras de tipo documental que aunque no tuvieron el objeto de recoger únicamente fuentes femeninas incluyeron una buena cantidad de ellas. Me refiero a Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México de 1808 a 1821 de Juan Enrique Hernández y Dávalos (1877-1882); Documentos históricos mexicanos de Genaro García (1910) y Diccionario de insurgentes de José María Miquel i Vergés (1969). 6 Asunción Lavrin (compiladora), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, 384 p. (Colección Tierra Firme); p. 20. 7 Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia, 1780-1830” en Asunción Lavrin (compiladora), op. cit., p. 253-270 y Silvia Marina Arrom, Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857, México, Siglo XXI, 1988, 383 p.; p. 49. 8 Creo que para intentar una comprensión sobre el tema de la participación de las mujeres en la guerra de Independencia (problema que excede los objetivos de este artículo) habría que sumar a las explicaciones mencionadas, el hecho de que la guerra y la revolución política liberal dieron lugar a una distinta cultura política que estuvo relacionada también con distintas formas de participación política. Una cultura política de la que no estuvieron exentas las mujeres aunque si formalmente excluidas. Juan Ortiz ha propuesto que asuntos como el autogobierno, la participación de la sociedad en problemas políticos y militares de 172 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO En este artículo me propongo mostrar cómo fue percibida la disidencia de las mujeres de Pénjamo por la autoridad realista que las encarceló y por la de quien abogó por su libertad, el cura de Guanajuato, Antonio Labarrieta, quien afirmaba ser vocero del sentir de los habitantes de aquella ciudad. Las razones expuestas por la autoridad para explicar la detención de las mujeres de Pénjamo hicieron referencia a su condición de “mujer”, mujer familiar de soldado o cabecilla insurgente o por sostener un vínculo emocional con ellos. Además, la autoridad calificó como prostitutas a las mujeres que se declararon por la causa insurgente. De este modo desprestigió su conducta y les negó existencia política pues sus acciones fueron valoradas en términos morales y no atendiendo a su preferencia política. La vida privada de las mujeres que optaron por la insurgencia, se convirtió durante la guerra en un asunto de seguridad política. Por su parte, quien abogó por la libertad de las mujeres de Pénjamo recluidas en la ciudad de Guanajuato, sostuvo que eran las acciones de la autoridad las que estaban motivando la disidencia en aquella región y afirmó que las mujeres carecían no sólo de interés político sino también de ideas, razones por las cuales, ni sus opiniones ni sus acciones, podían influir en los acontecimientos políticos y militares de la revolución; cuando más, eran víctimas de los errores de sus familiares, los insurgentes. Así, unos y otros, amigos y enemigos, coincidieron en negar a las mujeres de Pénjamo cualquier tipo de interés político en la revolución de independencia. Las fuentes que documentan el caso no registran de manera detallada las acciones rebeldes en que incurrieron las vecinas de Pénjamo. Tampoco permiten el análisis de las decisiones personales que cada una de esas mujeres pudo tener para adherirse a los insurgentes ni entender, a cabalidad, cómo fue percibida su disidencia por ellas mismas, pero sí permiten comprender cómo fueron vistas por los otros. 9 la comunidad, la mayor independencia del gobierno virreinal, la “democratización” de las autoridades locales, la disolución de las diferencias étnicas, la exención de gravámenes y la expulsión de los españoles, pueden explicar la rebelión de los pueblos durante la guerra. Estos temas pudieron haber sido asuntos de interés para las mujeres y otros motivos más para adherirse a la insurgencia. Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, México, Instituto Mora-El Colegio de México-Universidad Internacional de Andalucía, 1997, 256 p. (Nueva América); p. 20. 9 Se tienen documentados varios juicios seguidos a mujeres insurgentes en diversas regiones del país. En ellos se señala claramente el delito en que incurrieron y por el que fueron procesadas. Pese a que para el caso que estudio no se cuenta con el registro del juicio, porque éste no se les hizo, por el resto de la documentación y la bibliografía revisada es evidente que algunas mujeres del distrito de Pénjamo efectivamente se adhirieron a los rebeldes de la región. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 173 Estas fuentes son unas cuantas cartas que, aunque rubricadas por ellas, posiblemente fueron redactadas por el cura Antonio Labarrieta o por algún abogado que éste les facilitó. En esas cartas se recuperan, al menos en parte, la información y el sentir que estas mujeres expresaron a sus defensores sobre su detención y encarcelamiento. Las acciones de la autoridad La detención y encarcelamiento de las vecinas de Pénjamo formó parte de la campaña desplegada por el coronel Agustín de Iturbide para acabar con las gavillas de rebeldes insurgentes que asolaban a la intendencia de Guanajuato y, en particular, fue parte del plan de operaciones combinadas acordado el 28 de noviembre de 1814, en el pueblo de La Piedad por Iturbide y el brigadier Pedro Celestino Negrete, comandante general de la provincia de Nueva Galicia. Este plan, promovido por Iturbide y aprobado por el virrey Calleja “por la utilidad que de ello resulta, tanto a la provincia de Nueva Galicia y a la de Guanajuato, como a la de Valladolid, y al servicio en general”, tenía por objetivo acabar con las gavillas del “mal presbítero rebelde Torres”.10 Desde noviembre de 1813 Agustín de Iturbide había informado a las autoridades superiores que los rebeldes que operaban en el oeste y sur de la provincia de Guanajuato, en los pueblos de San Francisco del Rincón, San Pedro Piedra Gorda, Pénjamo y Valle de Santiago, no obraban ya sin relación ni principios: todos, decía, “reconocen como superior al padre Torres”.11 10 Carta de Iturbide a Calleja, Corralejo, 12 de diciembre de 1814, Documentos para la historia..., op. cit., v. II, p. 300. El cura José Antonio Torres se adhirió a la revolución desde 1810; era entonces uno de los hombres de Albino García. Después de la muerte de éste, se consolidó como líder guerrillero en la zona del Bajío. Fue vocal de la Junta de Jaujilla, la que le otorgó el grado de teniente general. Murió en 1818. Miquel i Vergés señala: “La mayor parte de los historiadores han destacado el carácter cruel de este insurgente y la desconfianza en él innata, que sin duda contribuyó mucho al fracaso de Javier Mina. Hay, en cambio, un mérito de constancia digno de señalarse, ya que constituye casi una excepción entre los jefes insurgentes que lucharon en el año de 1818”, Miquel i Vergés, op. cit., p. 571. 11 A las fuerzas de Torres se habían sumado las de otros líderes insurgentes de la región: Ramón Esparza, Fernando Salmerón, José María Contreras, Manuel Cabeza de Baca, Hermosillo, el mariscal Rodríguez, el cura Pedro Uribe, Obregón y Rosales; para mediados de 1814, contaban con 2 480 hombres, 1 090 armas largas, un cañón grande y cinco cañones pedreros. Carta de Iturbide a Calleja, Irapuato, 28 de mayo de 1813, y “Lista de las gavillas que se hallan bajo las órdenes del padre Torres, con los nombres de los cabecillas que tiene desparramados por los rumbos que abajo expreso, y número de hombres sobre poco más o menos, y gente de toda broza”, Documentos para la historia..., op. cit., v. I, p. 306 y v. II, p. 101. 174 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Además, en el norte de la provincia, en los pueblos de San Luis de la Paz y Dolores, los rebeldes contaban con una fuerza permanente de 500 hombres que bajo las órdenes de Encarnación Ortiz, Víctor Rosales y Rafael Rayón, podía aumentar “sin trabajo, cuando quieren” hasta 1 200 hombres. Iturbide afirmó que a los rebeldes de Guanajuato se podían incorporar las gavillas que operaban en las zonas fronterizas de la provincia: oeste de Valladolid y sur y poniente de Nueva Galicia y que todas esas gavillas podían “reunirse prontísimamente aumentando con muchos rancheros”.12 Iturbide aseguró que los 500 hombres de tropa de operaciones con que contaba eran insuficientes para acabar con los insurgentes y proteger a los once pueblos y a las varias haciendas de la provincia que habiéndose declarado por la causa del rey exigían la protección del gobierno. Asimismo, afirmó reiteradamente que las fuerzas de los insurgentes aumentaban con prontitud y facilidad reuniendo a los hombres de las rancherías, y que las gavillas insurgentes eran “capaces de batir a una división nuestra que no sea robusta, o que aunque lo sea le falte alguna energía”.13 Convencido de que los rebeldes de Guanajuato eran protegidos por los habitantes de los pueblos; que actuaban en colaboración con los rebeldes de las provincias fronterizas, Nueva Galicia y Valladolid; que era de vital importancia para las tres provincias recuperar el control de la margen occidental de Guanajuato (Pénjamo, San Pedro Piedra Gorda y San Francisco del Rincón) y de que el ejército regular y las milicias con que contaban los partidarios del rey no eran suficientes para derrotar a los insurgentes, Iturbide propuso en enero, abril y junio de 1814, que las fuerzas de las tres provincias actuaran de manera conjunta y rodearan a las gavillas que “infestan el territorio de Pénjamo y San Pedro Piedra Gorda”.14 Pese a sus intentos, el plan no prosperó y en noviembre de 1814 volvió a plantearlo.15 12 Esas gavillas estaban bajo las órdenes de Vargas, Arias, Navarrete, Najar, Villalongín y los novaleños. Cartas de Iturbide a Calleja, Valladolid, 16 de enero de 1814; México, 16 de febrero de 1814; Apaseo, 3 de abril de 1814, ibid., v. I, p. 306; v. II, p. 4 y 15. 13 Carta de Iturbide a Calleja, Corralejo, 10 de mayo de 1814, The Papers of Agustín de Iturbide, 1783-1824. Mexican Soldier Emperor, Personal and Oficial Correspondence, Military Diary, and Accounts, Chiefly 1812-1824, and Concerned Primarily with Iturbide’s Activities in the Military and Government: also Papers Concerning his Family and State, Washington, D.C., Library of Congress, 1972, Cartas circulares. 14 Documentos para la historia..., op. cit., v. II, p. 97. 15 Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato, Pantoja, 1 de noviembre de 1814, The Papers..., Cartas circulares, año de 1813 y 1814. Al parecer fueron las diferencias personales que existían entre Iturbide y Negrete y la falta de recursos militares las causas que impidieron que las fuerzas de las tres provincias actuaran de manera conjunta. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 175 En esa ocasión acordaron que el 13 de diciembre de 1814 las tropas al mando de Iturbide y las que estaban bajo las órdenes de Negrete debían atacar y perseguir a los insurgentes acaudillados por el padre José Antonio Torres en el cerro de los Remedios, sitio donde generalmente se fortificaba.16 En el parte que Iturbide envió a Calleja informándole acerca del resultado de estas acciones, refirió que el plan combinado no tuvo el éxito esperado porque Torres “incómodo por algunas providencias que he tomado para contener sus crímenes, y temeroso por otras [.] promovió y verificó una gran reunión de gavillas incluyendo las de fuera de su demarcación”.17 La incomodidad de Torres a que hace referencia Iturbide sin duda se debió a las decisiones que el coronel realista tomó e instrumentó en la región con la intención de restar fuerza a las gavillas insurgentes que actuaban en la provincia de Guanajuato y sus alrededores y, evitar, como señaló William Robertson, que el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 octubre de 1814, las estimulara.18 Agustín de Iturbide estaba convencido de que los habitantes de varios pueblos de la intendencia, y en particular de Pénjamo, colaboraban con los insurgentes. Desesperado y furioso porque después de meses de persecución siempre se le escapaban, determinó separar a los habitantes fieles al régimen de aquellos que de palabra o acción se habían declarado por la causa insurgente.19 Documentos para la historia..., op. cit., v. III, p. 300. El padre Torres reunió el 8 de diciembre a varios de los principales jefes insurgentes del Bajío en la hacienda de Cuerámaro. A sus fuerzas se sumaron las de Rosales, Lucas Flores, Cruz Arroyo, Obregón, Cabeza de Baca, el padre Uribe, Contreras, Hermosillo, el padre Sáenz y Liceaga. Ahí fueron sorprendidos el día 12 por Iturbide, quien los obligó a refugiarse en la falda del cerro de la hacienda, de donde huyeron después de una débil resistencia. Fue hecho prisionero el padre Sáenz a quien se fusiló en Corralejo el día 12. Ibid., v. III, p. 301, y Lucas Alamán, Historia de México. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 v., México, Jus, 1990, v. IV, p. 137. 18 William Robertson, Iturbide of Mexico, Durham, North Carolina, 1952, Duke University Press, 361 p., p.29. 19 En 1813, Agustín de Iturbide informó al virrey Calleja: “concluí la expedición a Pénjamo, paseando de una parte a otra aquel territorio, que es el que ocupa el padre Torres; y de donde saca todos sus recursos.” En una carta que dirigió a Ciriaco del Llano afirmaba: “repito, que las tropas que tengo el honor de mandar inmediatamente, no pueden imponer las gavillas del padre Torres, aun cuando se les unan las otras que existen en la provincia de Valladolid, pues las veo con sumo respeto, como se demuestra claramente por la experiencia: de continuo me paseo con 500 hombres y si no es valiéndome de muchas estratagemas, nunca logro verlas, porque jamás me presentan acción; pero esto mismo es un mal, porque con sólo los deseos no pueden ser destruidas; las sigo por una parte y huyen por mil, quedando con su misma fuerza, y en disposición de volverse a reunir.” Carta de Iturbide a Ca16 17 176 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO El 29 de octubre de 1814, una semana después de proclamada la Constitución de Apatzingán, Agustín de Iturbide ordenó la detención de las mujeres y familiares de los líderes y soldados insurgentes de la intendencia de Guanajuato y determinó lo siguiente, ...los malos deben ser segregados de los buenos [.] 1o. Que las mujeres e hijos menores de los maridos y padres que siguen el partido de los rebeldes, ya sea en clase de cabecillas, ya en la de simples insurgentes, seguirán la suerte de aquellos. [...] 3o. El que contraviniere, y fuere encontrado por las tropas de mi cargo, u otro lugar, que no sea en compañía de su marido, o padre, será castigado con todo el rigor de la ley.20 Iturbide pensó que encarcelando a las mujeres e hijos de los insurgentes los grupos quedarían definidos entre los que formaban el partido de “buenos fieles a su soberano y el de los perversos rebeldes”.21 Con esta medida evitaría que los que “andaban agavillados” volvieran a sus pueblos “fingiéndose inocentes labradores o jornaleros”,22 que los rebeldes perderían la “comunicación que nos pueda ser perjudicial”,23 es decir, el apoyo proporcionado por los habitantes de los pueblos; que sus tropas podrían, entonces, con toda libertad actuar en los pueblos de la intendencia a su cargo, organizar en ellos la contrainsurgencia y, como atinadamente señaló en su momento el cura Antonio Labarrieta, creyó que los rebeldes “...se indultarían [.] o por lo menos que reducidos a la desesperación aguardarían a pie firme una batalla abierta y decisiva”.24 Como ha señalado Juan Ortiz Escamilla, la reacción de los insurgentes a la detención y encarcelamiento de las mujeres de Pénjamo no se hizo esperar. “Enfurecidos y no convertidos”, como advirtió el cura Labarrieta, ordenaron quemar cada tres meses los campos de las haciendas y rancherías que se hallaban a tres leguas en contorno de los pueblos que estaban en poder de los partidarios del régimen; prohibie- lleja, Celaya, 17 de noviembre de 1813 y carta de Iturbide a Ciriaco del Llano, Salamanca, 15 de junio de 1814, Documentos para la historia..., op. cit., v. I, p. 306, y v. II, p. 98. 20 Bando proclamado por Agustín de Iturbide el 29 de octubre de 1814 en la hacienda de Villachuato, Guanajuato, en “Notable carta del cura...”, op. cit., p. 96. 21 Ibidem. 22 Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato, Pantoja, 1 de noviembre de 1814, The Papers..., Cartas circulares, año de 1813 y 1814. 23 Circular que envió Iturbide a todos los comandantes de la provincia de Guanajuato, San Pedro Piedra Gorda, 12 de noviembre de 1814, ibid., Cartas circulares, año de 1813 y 1814. 24 Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 89. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 177 ron, bajo amenaza de muerte, la salida de víveres de las zonas controladas por ellos, y decretaron “exterminios y muertes contra todos”.25 El 6 de enero, es decir, un mes después de sucedidos los hechos de Pénjamo, los insurgentes de la región ya habían quemado las mieses, pastos y casas de las haciendas de Temascatío, San Roque, Tomé López y San Francisco, así como las rancherías de Irapuato, la Sierra y Burras; habían aprehendido y ahorcado a los arrieros partidarios del régimen que conducían víveres a los pueblos de la zona controlados por los realistas.26 Agustín de Iturbide, enfurecido por estas acciones, ordenó incendiar Valle de Santiago y todas las poblaciones donde hubiese simpatizantes de los rebeldes y, como medida ejemplar, amenazó con fusilar a las mujeres que tenía presas en las Recogidas de Guanajuato e Irapuato y a las “que en lo sucesivo aprehendiere” cuando los insurgentes cometieran ciertos delitos. Además aseguró que, para escarmiento de todos, las cabezas de las mujeres así ejecutadas serían colgadas en el sitio donde se hubiera cometido el delito que castigaba. Las mujeres serían diezmadas cuando los insurgentes incendiaran “una sola choza”; terciadas cuando éstos asesinaran a algún individuo que prestara cualquier servicio a la causa real como introducir en las poblaciones leales víveres, leña, etcétera y, serían todas fusiladas, “sin excepción”, cuando los del partido rebelde asesinaran algún soldado que cumpliendo el servicio de correo fuera hecho prisionero en el campo y no en acción de guerra. Concluía el bando amenazando con que: si estos ejemplares y castigos terribles no fueren suficientes para contener los horrores decretados por los rebeldes [Iturbide entraría] a sangre y fuego en todo el territorio rebelde: destruiré, aniquilaré cuanto hay en posesión de los malos; Valle de Santiago, Pénjamo, Pueblo Nuevo, Piedra Gorda, Santa Cruz, dejarán de existir.27 Aunque no tengo noticia de haberse ejecutado una sola mujer como resultado de estas determinaciones, con estas medidas Agustín de Iturbide violaba, como señaló el cura Antonio Labarrieta, el reglamento para juzgar rebeldes y se atribuía facultades que no le correspondían. Al parecer, el virrey Calleja juzgó excesiva la conducta de Iturbide, pero con- Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 133 y Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 92. Ibid., p. 92. 27 Bando proclamado por Iturbide en Salamanca, [s.f.], Jesús Romero Flores, Michoacán. Páginas de su historia, México, Costa-Amic Editor, 1977, 331 p.; p. 198. 25 26 178 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO siderando necesario el castigo se inclinó por esperar y observar si este tipo de medidas podía contener a “aquellos hombres sanguinarios”.28 El cura Antonio Labarrieta afirmó que sólo unos cuantos rebeldes se indultaron para liberar a sus mujeres y juzgó del todo negativa esta manera de proceder del ejército del rey y, en concreto, de Iturbide. Labarrieta censuró esta conducta no sólo por sus implicaciones morales, sino principalmente por las repercusiones negativas que para el desarrollo de la guerra, a su juicio, tendría. En la carta que dirigió al virrey Calleja el 6 de enero de 1815, abogando por la liberación de las mujeres presas en Guanajuato, opinó que estas medidas “seguramente causarán la absoluta ruina de todas estas poblaciones”, y afirmó que lejos de contribuir a pacificar al reino habían aumentado el espíritu de los rebeldes.29 Por su parte, Agustín de Iturbide aseguró que estas medidas habían producido tan buenos efectos que contuvieron la “desatada furia” de los rebeldes, los incendios y asesinatos que entonces estaban cometiendo. Además, decía que con ellas logró que las familias de las haciendas y ranchos de la región fueran a “guarecerse” en los pueblos que estaban en poder de los partidarios del régimen. Convencido de lo acertada que había sido su disposición afirmó que si no hubiera tenido que unirse al brigadier Ciriaco del Llano en el sitio de Cóporo “puede asegurarse que por un orden común, a esta fecha estaría ya casi todo pacífico el Bajío y organizados todos o casi todos los pueblos de la provincia de Guanajuato”.30 La mirada de la autoridad En los alegatos a que dieron lugar las varias cartas que las mujeres recluidas en Guanajuato enviaron a varias autoridades, incluido el mismo Iturbide, solicitando su liberación, quedaron manifestadas las razones de la autoridad. Pese a que existían consideraciones militares que podían explicar su detención, estas razones hicieron referencia, como 28 Al parecer, Calleja censuró las medidas adoptadas por Iturbide a quien envió algunas “advertencias oportunas”; pero, convencido como lo estaba, de que en ocasiones era necesario “usar el rigor para contener a aquellos hombres sanguinarios que han despreciado y continúan despreciando los infinitos medios de que se ha servido el gobierno legítimo para volverles a su seno”, las aprobó. Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 134 y Carta de Calleja a Antonio Labarrieta, 2 de junio de 1815, en “Notable carta del cura...”, op. cit., p. 96 y 97. 29 Carta del cura Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 89 y 91. 30 Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 de julio de 1816, en Genaro García, op. cit., p. 390. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 179 mencioné ya, a su condición de “mujer”, mujer familiar de soldado o cabecilla insurgente o por sostener un vínculo emocional con ellos. El coronel Agustín de Iturbide dijo que: ...y esta clase de mujeres, en mi concepto, causan a veces mayor mal que algunos de los que andan agavillados, por más que se quieran alegar leyes en favor de este sexo, que si bien debe considerarse por su debilidad para aplicarle la pena, no puede dejarse en libertad para obrar males, y males de tanta gravedad y trascendencia: considérese el poder del bello sexo sobre el corazón del hombre, y esto sólo bastará para conocer el bien o el mal que pueden producir.31 Ratificando su posición, en una segunda carta, afirmaba que en su concepto era conveniente que estas mujeres continuaran a disposición de la autoridad, porque “indudablemente contienen el ejercicio del furor de los rebeldes en diversos casos, y principalmente aquellas que tienen sus relaciones o con algún cabecilla o con otro que sin serlo se halla con influjo en aquel partido”.32 Además afirmó que estaba enterado, por la aprehensión de un emisario de los rebeldes, que las mujeres detenidas en Guanajuato mantenían desde la prisión comunicación con los de Pénjamo y que dos de ellas, “las peores”, Francisca Uribe y María Bribiesca, tenían la audacia de seguir opinando a favor de los insurgentes.33 La situación de Francisca Uribe se agravaba porque esta mujer era hermana del padre Pedro Uribe, compañero de armas de José Antonio Torres. Antes de estos hechos Iturbide ya había dado muestra de su severidad para con las mujeres que creía eran fieles a la causa rebelde. En agosto de 1814, meses antes de la detención de las mujeres de Pénjamo, fusiló, y luego mandó colgar la cabeza, a María Tomasa Estévez de Salas quien fue juzgada por seducir a la tropa en la región de Salamanca, Guanajuato.34 De este suceso opinó Lucas Alamán: ...pero inexorable para con los prisioneros casi todos eran fusilados, sin que el sexo débil lo eximiese de esta pena, y antes bien el buen parecer fue alguna vez motivo para imponerla. En el parte que dio al virrey desde la hacienda de Villela algunos meses después, entre la multitud de personas Idem, p. 391. Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 17 de julio de 1816, ibid., v. V., p. 394. 33 Carta de Agustín de Iturbide a Calleja, 8 de julio de 1816, ibid ., v. V., p. 391. 34 José María Miquel i Vergés, op. cit., p. 190. 31 32 180 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO que avisa haber sido fusiladas en diversos puntos de la provincia, agrega haber sido también María Tomasa Estévez, comisionada para seducir la tropa, y habría sacado mucho fruto por su bella figura, a no ser tan acendrado el patriotismo de estos soldados.35 Parece innegable que la actitud de Agustín de Iturbide era excesiva para con las mujeres que creía fieles a la causa insurgente.36 Sin embargo, su opinión era compartida por otros militares realistas. Por ejemplo el subdelegado de Irapuato, el comandante José María Esquivel, aseguró que todos los habitantes del rancho de San Jacinto, Irapuato, sin distinción de sexo eran adictos a la insurrección, por lo que se ordenó que los realistas entraran a degüello en aquel rancho y que exceptuaran de la matanza a los niños y a las mujeres pese a estar persuadido de que “ellas eran aun más criminales que los hombres”.37 De los casos que tengo documentados el que tal vez revela con mayor claridad el recelo que a las mujeres les tenían los militares realistas es el de Bernarda Espinosa. A esta mujer se le acusó (Valladolid, 1815) de infidente porque demostró júbilo por una derrota realista. Juan Manuel de Azcárate, teniente graduado del regimiento de la Corona y fiscal del Consejo permanente, a quien se le encomendó formar la sumaria contra Bernarda, opinó: Lucas Alamán, op. cit., v. IV, p. 87. Vicente Rocafuerte afirmó que su actitud se debía a que saciaba “en estas víctimas miserables la rabia que no podía desahogar con los hombres”. Esta actitud era, para los detractores contemporáneos de Iturbide coherente con la conducta que como militar demostró. Solían iniciar la lista de sus crímenes y excesos morales mencionando el “salvajismo” que desde niño mostró. Por ejemplo, Rocafuerte reafirmó que “algunas personas veraces habían sabido de labios del padre de Iturbide, que éste siendo niño cortaba los dedos de los pies a las gallinas para tener el bárbaro placer de verlas andar con sólo los troncocitos de las canillas”. Jesús Romero Flores, op. cit., p. 195. Rafael Heliodoro Valle sintetiza los crímenes que el cura de Labarrieta enlistó formulando cargos concretos contra Iturbide en el memorial que envió a Calleja cuando este solicitó informes sobre la conducta política, militar y cristiana del coronel Agustín de Iturbide en junio 1816. Entre ellos se mencionan: “Si alguien se atrevía a decir la verdad, Iturbide le calumniaba llamándole “insurgente”; haber castigado sin motivo a muchas personas; tener prisioneras, sin formarles causa, a las mujeres que había capturado en Pénjamo; el saqueo de las haciendas de los realistas que han prestado distinguidos servicios; haberse dedicado al monopolio del azúcar, la lana, el aceite y los cigarros y la compra de plata a bajo precio, introduciéndola en la Casa de Moneda a nombre del caballero Mosso; tratar con desprecio y ultrajes a las corporaciones civiles sólo porque no le auxiliaban en sus comercios y porque no eran esclavos de su voluntad; haber dispuesto de los caudales públicos y de los particulares, y publicado, derogado o despreciado a su antojo las leyes; haber sacado de las cajas reales de Guanajuato cerca de 1 300 000 pesos, y a pesar de ello las tropas de hallaban en mala situación; y el despotismo, el orgullo, el espíritu de devastación para hacer su negocio.” Heliodoro Valle Rafael, Iturbide, varón de Dios, México, Ediciones Xóchitl, 1944, 185 p.; p. 28, 31 y 32. 37 Citado en Juan Ortiz Escamilla, op. cit., p. 122. 35 36 MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 181 Uno de los mayores males que hemos tenido desde el principio de esta guerra y ha asentado más la opinión de la rebeldía, son las mujeres, que fiadas en el sexo han sido el conducto para seducir a toda clase de vivientes, valiéndose de cuanto atractivo tienen. La casualidad nos presenta hoy poder hacer un público escarmiento en Bernarda Espinosa, que aunque no consta ha seducido a alguno directamente, pero si ha vertido proposiciones en favor de aquéllos.38 Azcárate deseaba que esta mujer fuera fusilada públicamente, pero atendiendo a las conveniencias militares sugirió no hacerlo así porque entonces serían asesinados los 37 soldados realistas que entonces estaban en poder de los insurgentes, y señaló que era “más apreciable una sola vida de estos infelices que la de 50 mujeres prostituidas y abandonadas como éstas”.39 Por lo que recomendó: no hay duda; debe morir pero no públicamente (lo que sería mejor para escarmiento de muchas despechadas que bajo la capa de fieles realistas viven con nosotros mismos escuchándonos y tal vez dando avisos; y algunos importantes) [.] que esparciéndose la voz de que va a las Recogidas de México por toda su vida, salga en la primera partida que se proporcione y en el camino con el mayor sigilo, previos los auxilios espirituales sea muerta, pasándola por las armas por la espalda, como a la traidora, para que no quede sin castigo.40 Al parecer fue común que los militares y, en general las autoridades realistas, acusaran de prostitutas a las mujeres que se declararon por la causa insurgente. De este modo les negaban existencia política y desprestigiaban su posición reduciendo a una condición moral su conducta. El delito de seducción fue la más frecuente de las acusaciones contra las mujeres que optaron por la insurgencia. El uso de los atributos femeninos para atraer a la causa rebelde a los soldados realistas fue para la autoridad una grave amenaza que no podía combatir. Por ello, la vida privada y la conducta sexual de las mujeres se convirtió durante la guerra de Independencia en un asunto de seguridad política. Evidentemente lo que produjo la rudeza de la autoridad contra las mujeres de Pénjamo, no fue su condición femenina, sino sus actividades rebeldes. El distrito de Pénjamo, uno “de los más fértiles y considerables de esta provincia y que por su situación entre Valladolid y Genaro García, op. cit., v. V, p. 378. Idem. 40 Idem, p. 379. 38 39 182 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Guadalajara participa con más inmediación del fuego revolucionario”,41 según informó Calleja al virrey Venegas en agosto de 1811, se insurreccionó el 15 de febrero de 1811 y como ha señalado Brian Hamnett, se convirtió en un centro de actividad rebelde duradera.42 Albino García, el padre Navarrete, Toribio Huidobro y, para el año de 1814, el padre José Antonio Torres, hicieron de él su base de operaciones. Según Juan Ortiz, Pénjamo fue uno de los partidos de la provincia de Guanajuato en la que se organizaron milicias insurgentes y para 1818 todavía no había sido controlado por los realistas. Su posición vital, frontera con las provincias de Valladolid y Nueva Galicia, convirtieron a Pénjamo en una zona estratégica para insurgentes y realistas.43 Agustín de Iturbide, como señalé ya, estaba convencido de que los habitantes de los pueblos de la zona y en particular Pénjamo, realizaban labores a favor de los rebeldes acaudillados por el padre José Antonio Torres. Su plan para recuperar el control de la región incluía el desmantelamiento de las bases de apoyo que los habitantes de los pueblos proporcionaban a los insurgentes. En una carta que Iturbide envió al comandante de armas de Irapuato, el teniente coronel José María Esquivel, expuso las razones militares referentes a la persecución que padecieron las mujeres de Pénjamo que eran o creía insurgentes. En esa carta Iturbide explicaba: 41 Parte de Calleja a Venegas, 28 de agosto de 1811, Fernando Osorno Castro, El insurgente Albino García. Episodios de la vida y campañas del general guerrillero, México, México Nuevo, 1940, 250 p.; p. 186. 42 Brian Hamnett, Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, 262 p.; p. 208. 43 Pénjamo, como otros pueblos del Bajío, padeció los cambios sustanciales en las condiciones materiales y sociales de la región desde mediados del siglo XVIII: crecimiento de la población, agricultura comercial, presión sobre la tierra, crisis de subsistencia, abusos administrativos, cargas fiscales, prácticas alteradas de trabajo, violación de derechos consuetudinarios y/o injurias al sentimiento religioso. Cambios que redundaron en un deterioro en los niveles de vida de la población y en la conciencia del agravio que padecían. Al parecer, la situación de Pénjamo fue particular porque era de las zonas menos desarrolladas de la región. En este distrito se producía principalmente maíz y era habitado por una población heterogénea de arrendatarios, no indios. Sobre las causas generales que propiciaron la guerra en los pueblos del Bajío y Guadalajara véanse William B., Taylor, “Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco, 1790-1816”, en Friedrich Katz (compilador), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, 2 v., México, Era, 1988; v. I, p. 187-224. (Col. Problemas de México); John Tutino, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940, México, Era, 1986, 372 p.; Eric van Young, “Hacia la insurrección: orígenes agrarios de la rebelión de Hidalgo en la región de Guadalajara”, en Friedrich Katz (compilador), op. cit., p. 164-186; Juan Ortiz Escamilla, op. cit.; Brian Hamnett, Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 17501824, México, Fondo de Cultura Económica, 1990; 262 p.; David Brading, Haciendas y ranchos del Bajío. León 1700-1860, México, Grijalbo, 1988, 400 p. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 183 La prescripción que hago en bando de 29 del mes próximo pasado dado en la hacienda de Villachuato, para que las mujeres e hijos de los insurgentes sigan la suerte de sus padres y maridos, tiene por objeto quitar aquella comunicación que nos pueda ser perjudicial. 44 Aunque no se tienen documentadas las características de ese apoyo, de esa “comunicación perjudicial”, es probable que consistiera en espionaje, abasto de alimentos y pertrechos militares, tareas para entorpecer las operaciones de los realistas o cuando menos en encubrir a los rebeldes cuando éstos regresaban a los pueblos, ranchos y haciendas del distrito de Pénjamo fingiéndose inocentes labradores. Encubrir a los rebeldes era una tarea de vital importancia, pues imposibilitaba que las autoridades realistas detuvieran y castigaran a aquéllos de quienes se tenían sospechas de serlo.45 Iturbide pensaba que si los insurgentes no se indultaban para recuperar a sus mujeres y familiares, por lo menos, con esta medida entorpecería su desempeño pues los rebeldes se verían obligados a cargar con ellos. Esto sin duda dificultaría sus acciones, les restaría movilidad y eventualmente los obligaría a abandonar las armas. En palabras de Iturbide, los bandos publicados tenían también la intención de “hacer que sufriendo las familias las fatigas y trabajos que son consecuentes a las continuas y repetidas fugas de los rebeldes y a su estancia en los cerros y barrancas”, se rindieran. Si no sucedía así, por lo menos, lograría que los insurgentes vivieran “mortificados [sic] y sin libertad para disfrutar tranquilos con sus familias el producto de sus robos”.46 La mirada del defensor Las cartas que las mujeres enviaron a diversas autoridades solicitando su libertad fueron rubricadas por Francisca Uribe y María Bribiesca, 44 Carta de Iturbide a José María Esquivel, San Pedro Piedra Gorda, 12 de noviembre de 1814, The Papers..., op. cit., Cartas circulares, año de 1813 y 1814. 45 En un bando proclamado por José de la Cruz se mencionan algunas de las acciones que posiblemente realizaban los habitantes de los pueblos de Guanajuato y que entorpecían el desempeño del ejército del rey. En ese bando se prohíbe, bajo amenaza de muerte, que “en los pueblos, ranchos o haciendas [...] se suministre a los rebeldes víveres, dinero, caballos, sillas, o cualquier otra cosa perteneciente a la guerra; se den noticias; tenga con ellos el menor comercio, aunque sean padres, hijos o hermanos, o parientes”. Bando de José de la Cruz, Guadalajara, 23 de febrero de 1811. Juan Enrique Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de independencia de México, de 1808 a 1821, 6 v., México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, v. I, p. 420. 46 Ibidem. 184 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO dos de las detenidas en Guanajuato y las únicas que sabían firmar. En esas cartas cuentan la historia de su caso, dan alguna información sobre su condición social y afirman su inocencia. Es muy probable que ellas hayan sido asesoradas por el cura de Guanajuato, Antonio Labarrieta. Supongo lo anterior no sólo porque el cura fue la única persona que públicamente declaró y abogó por la libertad de las mujeres; también porque los argumentos que proporcionaron ellas son muy semejantes a los que expuso el cura en la carta que envió a Calleja solicitando la libertad de las mujeres recluidas en aquella ciudad y en el informe que envió al mismo virrey dando cuenta de la conducta política, militar y cristiana de Agustín de Iturbide. 47 Son semejantes en lo que se refiere a: 1) argumentar que la condición femenina es incapaz de ser política, 2) argumentar que la condición femenina ningún influjo podía tener en los hombres y en la guerra, 3) argumentar que Agustín de Iturbide se atribuía facultades que no le correspondían y señalar las consecuencias que ello tenía para el curso de la guerra y, 4) la propuesta de solución. Las mujeres cuentan que fue tan violenta la ejecución del bando que los soldados que las detuvieron ni siquiera les permitieron recoger a sus hijos, de manera que una de ellas dejó uno abandonado a su suerte. Afirman que fueron obligadas a caminar bajo los ardores del sol 19 leguas desde Pénjamo a la congregación de Irapuato y 14 leguas desde ahí a Guanajuato en un corto periodo de tiempo; que a lo largo de todo el trayecto debían igualar el paso de la tropa de infantería para evitar los 25 azotes que Iturbide había ordenado se dieran a las mujeres que se retrasaran; que sólo se les dio de comer en dos ocasiones en todo el viaje, que sus hijos lloraban de hambre, que tuvieron que soportar los constantes insultos de los soldados y que fue para ellas una vergüenza entrar a las poblaciones como si fueran una “piara de cerdos”.48 47 En realidad son pocos los datos que se tienen del cura Antonio Labarrieta. Se sabe, por la información que él mismo proporcionó, que conocía a Iturbide desde joven y que las familias de ambos se trataban “íntimamente”. Al parecer, después de que fue tomada por las fuerzas de Hidalgo la ciudad de Guanajuato, el cura abandonó la ciudad y tuvo algún contacto con los insurgentes, razón por la que en diciembre de 1810 pidió al brigadier Calleja la gracia del indulto. Cfr. “El cura Antonio Labarrieta pide indulto concediéndosele bajo las condiciones que se expresan”, en Juan Enrique Hernández y Dávalos, op. cit., v. II, p. 371, e “Informe del Dr. Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, sobre la conducta que observó Iturbide siendo comandante general del Bajío, Guanajuato, 8 de julio de 1816”, en Documentos para la historia de la guerra de independencia, 1810-1822. Correspondencia privada de Agustín de Iturbide y otros documentos de la época, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1933 (Publicaciones del Archivo General de la Nación, v. XXIII), p. 5. 48 Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigidas a Calleja en junio de 1816; al coronel José de Castro, [s.f.] y a Juan Ruiz de Apodaca, noviembre de 1816, Genaro García, op.cit., v. V, p. 387, 393, 395. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 185 De igual manera informan de la situación que padecieron en las Recogidas de Guanajuato, al que describen como un lugar estrecho, insalubre y lleno de miseria. En él dormían en el suelo y comían sólo “una olla de atole por la mañana, una racioncilla de carne de res y un panvaso o semita, al medio día”.49 En esas cartas sostienen que siendo inocentes habían perdido sus casas, bienes, parientes, salud y libertad; que padecían hambres, desnudeces, aflicciones de “espíritu y cuerpo”; que niños y mujeres habían muerto de viruelas y que lo que más las mortificaba era que sus hijos sufrieran esa situación y el temor al diezmo.50 Poco dicen sobre su condición social, únicamente señalan que la mayoría de ellas eran “labradoras y rústicas”.51 Sobre su participación en la guerra de Independencia sostuvieron que eran del todo inocentes. Afirmaron que ellas no realizaron ninguna tarea que atentara contra la integridad del reino. Aceptaron, sí, que habían vertido opiniones favorables a la causa insurgente, pero explicaron que esto lo hicieron porque viviendo entre los rebeldes, sus familiares, no podían opinar de manera contraria. El argumento más importante que dieron para comprobar su inocencia hizo, como en la carta del cura Labarrieta, referencia a su desinterés político e incapacidad para tratar asuntos de esa naturaleza. Afirmaron que “todas en fin que ni nos encargamos de los asuntos, ni somos capaces de algún contrapeso a la revolución. Por falta de conocimiento en los asuntos serios, las leyes mismas de España dan por nulos los crímenes de palabra que cometen las mujeres”.52 Sostuvieron que las mujeres no tenían “por debilidad de nuestro sexo” ningún influjo en las opiniones de los hombres y que la pérdida de su libertad no frenaba las actividades de los rebeldes porque ellos seguramente ya las habrían sustituido.53 Finalmente decían que “si dos años escasos de prisión, agregados a tanta estrechez, a tanta tropelía, a tanto insulto, a tanta hambre, a tanto frío, a tanta infamia, y a tanta miseria, bastarían sin duda en el ánimo que no fuese de Nerón, para dar por compurgado algún delito 49 Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigida a Juan Ruiz de Apodaca, Guanajuato, 8 de noviembre de 1816, ibid., p. 395. 50 Cartas de las mujeres recluidas en Guanajuato dirigida a Calleja, [s.f.], ibid., p. 387. 51 Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, Guanajuato, 8 de noviembre de 1816, ibid., v. V, p. 389. 52 Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Calleja, [s.f.], ibid., v. V., p. 389. 53 Ibidem, p. 388. 186 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO grave a que nuestra natural flaqueza (tan considerada en las leyes) nos hubiese inducido”.54 Como lo propuso el cura Labarrieta, solicitaban ser excarceladas bajo fianza y colocadas en casas honradas de la ciudad de Guanajuato o que por lo menos se les instruyera proceso. En la última carta que enviaron al virrey Apodaca, cuando la honorabilidad de Iturbide estaba en entredicho, incluyeron una serie de reflexiones sobre las consecuencias negativas que para el desarrollo de la guerra tenía el proceder de Agustín de Iturbide. Estas reflexiones, supongo, fueron también obra del cura Labarrieta. En esa última carta, escrita en un tono acusador, las mujeres ya no sólo pedían su libertad ni trataban de comprobar su inocencia. En esta ocasión denunciaban como arbitrarias e ilegítimas las acciones de Iturbide. Afirmaban que usando un “puro derecho de represalia” había usurpado las funciones del legislador para castigar ilegalmente a unas paisanas. Sostenían que Agustín de Iturbide, siendo militar, estaba incapacitado para legislar.55 Y no sólo eso, afirmaban que el ilegítimo proceder de Iturbide había generado consecuencias negativas para el curso de la guerra, pues en lugar de frenar el espíritu de rebelión había fomentado la insurrección. Decían: “A la sombra de que hoy no valen leyes, que es el desatino común propagado por los que han eregídose en déspotas del reino, y con el que han aumentado increíblemente la insurrección, haciéndole todos los días muchos prosélitos”.56 Como he mencionado en varias ocasiones, el cura Antonio Labarrieta fue el defensor de las mujeres de Pénjamo recluidas en las Recogidas de la ciudad de Guanajuato. Al parecer habló personalmente con Agustín de Iturbide solicitándole su liberación. Ante lo inútil de sus acciones escribió al virrey Calleja una extensa carta en la que además de señalar la inocencia de las mujeres, cuestionó las acciones políticas y militares de Iturbide y afirmó que eran del todo negativas para el desarrollo de la guerra. Labarrieta aseguró que sus repercusiones eran funestas. Entre otros argumentos sostuvo que se había paralizado la actividad comercial de la ciudad de Guanajuato, pues por el temor que los arrieros leales al rey tenían a ser sorprendidos por los rebeldes en los caminos, desde hacia varios días no ingresaban productos a aquella ciudad. Esta si54 Carta de las mujeres recluidas en Guanajuato a Juan Ruiz de Apodaca, 8 de noviembre de 1816, ibid., v. V, p. 397. 55 Ibidem, p. 396. 56 Ibidem. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 187 tuación había encarecido los precios de las mercancías. Pronosticaba que si no se variaba de política la mayoría de los vecinos de Guanajuato emigraría y los que en ella se quedaran en un mes perecerían de hambre, causando con esto otros tantos males a la actividad económica de la región.57 En esa carta Labarrieta señaló lo absurda que era la política de Iturbide. Indicó que el deseo de separar a los habitantes buenos de los habitantes malos era, dado el estado de guerra, imposible de realizar y nada conveniente para el curso de la misma. No sólo porque no se podía determinar con toda seguridad quiénes eran “buenos” y quiénes “malos”; también porque aún en las poblaciones declaradas insurgentes, o en posesión de ese partido, habitaban muchas familias leales a la causa del rey. Familias que, ante el temor de los excesos del ejército realista, se veían obligadas a huir cuando éste se aproximaba.58 Señaló además que no se lograrían los fines pretendidos con tal disposición, pues a los niños, buenos por naturaleza, se les forzaba a vivir con sus “malévolos” padres. Afirmó que los niños por ser menores de edad eran del todo inocentes y que como ellos lo eran las mujeres, quienes “por falta de ideas no pueden ofender con plenitud”.59 Y no sólo eso. En esta razonada carta expuso que si la intención de Agustín de Iturbide era proscribir a todos los parientes y allegados de los insurgentes que habitaban en los pueblos leales al régimen y en los que no lo eran, entonces el partido del rey perdería la fidelidad de muchos. Labarrieta preguntaba al virrey: ¿cuántos soldados y aun oficiales del más distinguido mérito, gloriosos apoyos del trono; cuántos magistrados y patriotas de la más acendrada fidelidad deberían ser comprendidos? [...] Oh! Pues si los padres y los hijos, los parientes, paisanos, etc., se hubieran uniformado en sus opiniones en esta revolución ¡cómo habrían triunfado las armas del rey! ¿con qué tropas hemos defendido el trono de su majestad? ¿Ha venido alguna extranjera? ¿Con cuál venció V. E. en Aculco, Guanajuato, Calderón, etc., etc., etc.? 60 Además de indicar que Iturbide violaba el reglamento para juzgar rebeldes, afirmó que con estas acciones se fomentaba la ingobernabilidad 57 Tiempo después afirmó: “Por conclusión, aseguro a V. E., que toda esta provincia está aniquilada, casi para expirar, sin agricultura, sin comercio, sin minería, y lo peor de todo, sin esperanza de remedio, si las cosas siguen como hasta aquí, es decir, bajo el sistema que seguía el señor Iturbide”. Informe del Dr. Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 10. 58 Carta del cura Antonio Labarrieta, op. cit., p. 89 y 90. 59 Ibidem, p. 90. 60 Ibidem. 188 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO del reino. Estas medidas se sumaban a los argumentos de quienes sostenían que “los comandantes de provincia se han vuelto legisladores, usurpando la más alta regalía del gobierno; dirán que hemos caído en una anarquía legal”.61 Preguntaba: “¿Y qué conseguirá con esto el señor Iturbide? Nada, nada, sino hacer odioso al gobierno, enajenar los ánimos del amor debido al grande y clemente rey el señor don Fernando VII y sepultarnos en el olvido.”62 Razones todas por las que pedía se revocaran las disposiciones de Iturbide, se liberara a las mujeres y se modificara la política de la autoridad. Tiempo después afirmó que las arbitrarias e ilegítimas acciones de Agustín de Iturbide habían “hecho” más insurgentes que los que había destruido militarmente.63 Reflexión final La rudeza con que fueron tratadas las mujeres de Pénjamo y de otras regiones durante la guerra de Independencia no sólo fue una medida de fuerza para someter a los soldados insurgentes. Es decir, ellas no fueron detenidas en calidad de rehenes. En realidad, las autoridades y militares realistas estaban convencidos de que las mujeres actuaban a favor de la causa rebelde. Su plan para recuperar el control político y militar del territorio incluyó, además de la persecución militar de los insurgentes, el desmantelamiento de las bases de apoyo que los habitantes de los pueblos proporcionaban a los rebeldes. Y este apoyo era proporcionado por las mujeres que se quedaban en los pueblos. Conscientes de la amenaza que representaban, fueron recrudeciendo los castigos contra las mujeres que eran detenidas. Si las calificaron de prostitutas, si hicieron referencias al “poder del bello sexo”, fue porque de esa manera negaban a las mujeres existencia política y desprestigiaban su posición reduciendo a una condición moral su conducta. 61 Labarrieta opinaba: “la ciencia del gobierno o del mando, y de la obediencia, es muy vasta y delicada; pide muchos años de estudio, nada en ella es indiferente; una mala tanteada de un general en la promulgación de una ley, ha costado reinos enteros y ríos de sangre. De aquí es que los soberanos han visto esto con mucho escrúpulo, sin creer que la pericia militar y el triunfar de los enemigos dé habilidad para gobernar”. Idem, p. 95; y que “el arte de bien gobernar los pueblos y hacerlos felices, es lo que llamamos política, y podemos añadir que [en] las circunstancias del día, el arte de atraer los corazones a la justa causa del rey”. Informe del Dr. Antonio Labarrieta..., op. cit., p. 7. 62 Idem, p. 93. 63 “Informe del Dr. Antonio Labarrieta...”, op. cit., p. 8. MUJERES DE PÉNJAMO Y REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA 189 De gran importancia para el estudio de la disidencia de las mujeres de Pénjamo y para el estudio de la disidencia en general, es el hecho de que quienes se rebelaron, las mujeres, y de quién abogó por su libertad, el cura Antonio Labarrieta, afirmaran que la actitud de la autoridad era la que estaba contribuyendo a generar sentimientos de descontento social y obligando a que la población optara por la rebelión. El ilegítimo proceder de quien sustentaba el poder, en este caso Agustín de Iturbide, que sin sustento legal usurpaba funciones de legislador, propiciaba la pérdida del consenso político. Ni en las cartas enviadas por las mujeres a varias autoridades, ni en la defensa que de ellas hizo Labarrieta, se hicieron referencias a los desajustes económicos y sociales provocados en la región en las postrimerías del siglo XVIII, a la política centralizadora de los borbones, a los discursos independentistas de los líderes insurgentes, a la revolución política liberal gaditana, a la guerra misma, etcétera, como asuntos que explicaran la rebelión. En todos esos documentos se señala a la pérdida de la creencia en la legitimidad del que gobierna como el elemento que propiciaba la oposición al régimen. Siguiendo el razonamiento del cura Labarrieta, la ilegítima acción de quien detenta el poder es la que genera la oposición al sistema, acorralando a la población, al sector agraviado, haciéndola optar, casi contra su voluntad, por la disidencia. Es la autoridad la que conduce a la pérdida de la legitimidad y del consenso necesario para el ejercicio del poder en todos sus niveles. Es la autoridad la que crea al disidente. DIEZ TIPOS (A MEDIAS) REALES EN BUSCA DE UNO IDEAL. LIBERALES PLEBEYOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX* LUIS FERNANDO GRANADOS Juego sin reglas, sobre todo cuando de naipes, es oxímoron tan impracticable como las calles de los barrios capitalinos les parecieron a urbanistas y políticos en los primeros años del siglo antepasado. Es indispensable, entonces, hacer explícito el sentido de la fórmula que hace de título en este trabajo para evitar que alguna confusión anide en quien mira y, en especial, para que la limitada ambición de lo que sigue sea manifiesta: Pirandello y Weber, por supuesto, aunque en realidad una versión parcial, interesada, de lo que afirma la pieza teatral del italiano y la fórmula sociológica del alemán. De un lado, la certeza de que la orquestación de un argumento (como un edificio) obedece menos al deseo del arquitecto que a la voluntad de las piedras. De otra parte, la convicción de que un emblema es apenas un momento intermedio en el proceso de conocimiento, un estado parcial de cristalización y no, de ningún modo, el puerto de destino. Y entre paréntesis la atracción que me provoca el trabajo de Ginzburg, en especial en tanto que enfatiza la posibilidad de mirar a través de un objeto no obstante —y mejor: precisamente a causa de— su opacidad.1 El modo en que estos tres ejes se articulan aspira a que los diez rudimentarios naipes con los que quiero jugar —llamémosles José María Lobato, Pablo de Villavicencio, Abraham López, Juan Othón, Francisco Calapiz, Fermín Gómez Farías, Lucas Balderas, Manuel Reyes Veramendi, Francisco Próspero Pérez y Antonio Galicia— ayuden a comprender, si no la vida política plebeya en la ciudad de México de * Agradezco a Marcela Terrazas Basante, Rosario Inés Granados Salinas y Sandra Rozental, cuyas observaciones y comentarios aliviaron en algo el oscurantismo del texto —aunque menos de lo que ellas hubieran querido. 1 Dicho más simplemente, estoy pensando en los “tipos ideales” de Max Weber, en los Seis personajes en busca de autor (1921) de Luigi Pirandello y en lo que Carlo Ginzburg reelaboró de su propia obra en “Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales”, en C. Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios: Morfología e historia, traducción de Carlos Catroppi, Barcelona, Gedisa, [1986] 1999 (Serie Cla-De-Ma), p. 138-175. 192 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO principios del siglo XIX, al menos algunos de sus límites, las posibilidades que se ofrecían y que se negaban a quienes, desde la periferia del liberalismo, intentaban hacer oír sus voces o sus actos. Dicho de otra forma, lo que quiero es urdir una red con retazos y miradas indirectas e imaginar los bordes dentro de los cuales pudo hacerse la política plebeya en el tiempo en el que el viejo orden era un muerto que gozaba de cabal salud y el nuevo apenas comenzaba a respirar. En cierto modo, lo que no aparece en estas líneas es más significativo de lo que sí figura: lo implícito y apenas sugerido por los actos de este puñado de personajes a los que la historiografía ha tendido a situar en los márgenes de la trama política sin tener presente que la trama social (ahora en el otro sentido de la palabra) estaba formada también por ellos. I. La prominencia de José María Lobato en la década de 1820, su generalato y su proximidad con un prohombre liberal como Lorenzo de Zavala, pero sobre todo su papel en la rebelión de 1828, podría oscurecer lo extraño que resultan sus hechos de fama a la luz de su vida durante la segunda década del siglo. Si sólo lo miráramos formar parte de la troika que dirige el ejército imperial encargado de acabar con Antonio López de Santa Anna en 1823, o parapetándose en un cuartel de la ciudad de México en la primera asonada antiespañola en enero de 1824, parecería, en efecto, que se trata apenas de uno de los primeros militares forjados en el molde que “Quinceuñas” hizo famoso.2 Pero al parecer se trata del mismo sargento realista, originario de Zamora o de Jalapa, a quien los insurgentes toman preso en 1811 y a quien obligan a unirse a las fuerzas de Ignacio López Rayón. Se trata quizá, más aún, del mismo individuo afiliado al ejército de Morelos hacia 1813 y que durante los dos años siguientes estuvo adscrito a las fuerzas encargadas de proteger el congreso de los rebeldes.3 2 Véase Michael P. Costeloe, La primera república federal en México (1824-1835): Un estudio de los partidos políticos en el México independiente, traducción de Manuel Fernández Gasalla, México, Fondo de Cultura Económica, 1975 (Sección de Obras de Historia), p. 29-30 y 201209; Torcuato S. di Tella, National Popular Politics in Early Independent Mexico, 1820-1847, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1996 [en castellano, Política nacional y popular en México, 1820-1847, traducción de María Antonia Neira Bigorra, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 140-141. 3 Sobre su posible origen jalapeño, véase Prontuario de los insurgentes, introducción y notas de Virginia Guedea, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad-Instituto de Investigaciones doctor José María Luis Mora, 1995, p. 303; acerca de su condición de comandante de las fuerzas encargadas de proteger al congreso entre enero de 1813 y febrero de 1815, véanse Prontuario..., p. 169, 325, 511 y 525; José María Miquel i Vergés, Diccionario de insurgentes, México, Porrúa, 1969, p. 330-331, pese a que lo da por muerto en 1821. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 193 Y si más tarde se une a los guerrilleros sureños, sobrevive a la asfixia política y a la persecución realista y desfila con los trigarantes en septiembre de 1821, lo que tenemos que preguntarnos no es sólo cómo en su caso se frustró el destino de buena parte de los insurgentes —marginados por una oficialidad realista convertida en imperial— sino, todavía más, especular hasta qué punto su reasentamiento físico y político en la capital de la nueva república es a un tiempo causa y consecuencia de una fortuna excepcional. Nada al parecer lo llamaba a ser un actor capitalino y, no obstante, en ese pequeño suspiro que se extiende de enero de 1824 a diciembre de 1828, Lobato parece haber construido una base política y militar hasta cierto punto independiente de caprichos burocráticos —aunque por supuesto no ajena a éstos—, que hizo posible su actuación en la insurrección popular que acompañó la imposición presidencial de Vicente Guerrero. Si el grito de guerra de los asaltantes del Parián es “viva[n] Guerrero y Lobato y viva lo que arrebato”, quizá tengamos que considerar seriamente la causa de tal emparejamiento, pues ya sabemos que las fórmulas retóricas suelen no ser triviales, ni esclavas sólo de exigencias métricas.4 II. Imán de la política en los años tormentosos de la tercera década del siglo XIX, la ciudad de México es también espacio protector que auspicia el desarrollo del radicalismo. Más todavía que Lobato, Pablo de Villavicencio —ese “payo” de El Rosario, Sinaloa— se hace radical al mismo tiempo que capitalino: su nom de guerre, recordémoslo, reúne en un solo gesto una condición social que es en realidad un proyecto político y un origen geográfico que sólo tiene sentido por ser empleado lejos del noroeste.5 La beligerancia de su pluma y el modo en que, una y otra vez —como ha mostrado Di Tella—, empalma la xenofobia con el populismo, así como su relación íntima, sospechosamente íntima, con ciertos líderes políticos, está vinculada y respaldada por ese conglomerado de barrios a cuyos habitantes se dirige y cuya voz pretende representar.6 Sin La Merced o sin Salto del Agua, la pro4 Para una visión panorámica de su vida, véase Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, v. 2, p. 1050-1051. 5 Como ocurre con casi todas las “identidades”, la de Villavicencio debe entenderse como una acción antes que como una condición inmanente, como un gesto antes que como una característica, cuya inteligibilidad depende de que lo implícito de su contenido se empareje con lo manifiesto. La vida urbana, real o presuntamente sofisticada, se esconde en la afirmación de ser un payo —o sea un paleto, un rústico, un aldeano—, así como el altiplano central acuerpa el recuerdo de la patria chica sinaloense, y de esto resulta una afirmación en contra de las veleidades palaciegas de la metrópoli, el boato virreinal y el antiguo orden plutocrático y letrado. 6 Di Tella, op. cit., p. 9-10. 194 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO sa del Payo de El Rosario no es una en la que valga la pena detenerse; es significativa, por el contrario, por esa relación entre la cultura política de los barrios y la cultura política liberal que está emergiendo, aunque para confirmarlo debamos esperar a que los contornos precisos de aquélla se vuelvan más precisos al observador del siglo XXI.7 En la biografía del Payo, sin embargo, la ciudad de México es sólo una escala, aunque —indudablemente— sea su momento más significativo. Entre El Rosario y Toluca, los barrios que son su coro no son un destino como lo son en el caso de Lobato y de tantos otros. Al ser Toluca el punto terminal de su actuar, empero, los hechos de su vida iluminan de otra manera la centralidad de la ciudad de México en la génesis y la morfología de su práctica política. Su asesinato en el curso de la primera ola antifederalista (la revuelta encabezada por Mariano Ortiz de la Peña en la capital “mexiquense”) es menos trivial de lo que parece, porque se desvía de una norma casi nunca enfatizada por la historiografía pero que es crucial para entender la historia decimonónica: el asesinato político, no obstante Guerrero, fue menos extendido de lo que sugiere la vieja imagen del “caos” decimonónico. El Payo es víctima del frenesí militarista y la mala suerte lo ha sorprendido, digamos, fuera del espacio donde se afiló su pluma, en un descampado social que, como negativo fotográfico, acentúa los rasgos “matrióticos” del radicalismo liberal —rasgos que, aunque no son enteramente desconocidos, tampoco han recibido la atención debida—.8 III. No tenemos evidencia de que Abraham López hubiera conocido a Pablo de Villavicencio. Sólo sabemos, gracias al trabajo de María José Esparza, que el camino de López debe haberse iniciado en la misma Toluca en la que concluyó el del Payo. Pero poco importa si López fue educado directamente por el sinaloense o lo fue sólo de manera ejemplar. La ruta del editor, de Toluca a la ciudad de México, vuelve a indicarnos la relevancia política del tránsito geográfico y obliga a fijarnos, 7 Basta mirar los títulos de algunos de sus panfletos para percibir algo de ese vínculo: Serviles metan las manos que ya se desplomó el templo (1823), De coyote a perro inglés, voy al coyote ocho a tres (1823), Si el presidente sigue como va, como subió bajará (1826), Ya los gatos se mudaron al Palacio Nacional (1831), O se van los gachupines o nos cortan el pescuezo (1831). 8 En realidad, el Payo vivió en la ciudad de México menos de una década, pues llegó a ella en 1822, después —quizá— de haber participado en la insurgencia, y se marchó hacia 1830, cuando cayó el gobierno de sus correligionarios yorkinos. Para una visión un tanto esquemática de su vida, véase Humberto Musacchio y Luis Fernando Granados, Diccionario enciclopédico del Estado de México, México, Raya en el Agua, 1999, p. 488. Véase también Di Tella, op. cit., p. 9-10, 87, 91-92, 108-110, 115, 118, 122-123, 125-126, 135, 141-142, 155156, 168-169, 179-180, 220. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 195 así como en el contenido de los textos y los grabados que constituyen lo más significativo de sus calendarios, en el proceso de aclimatación socioespacial de los actores políticos secundarios.9 El espacio urbano, de nuevo, funciona como un dinamizador de la conciencia, la convicción o la verborrea; pero no es nunca un espacio abstracto o entendido sólo en términos de la cruda división entre el campo y la ciudad. Como los primeros años de la década de 1840 son esencialmente análogos a los años veinte, entre la migración del Payo y la de López las diferencias deben ser de grado antes que de clase. Instalado primero en la calle de Donceles y más tarde en la calle de Santo Domingo, o sea en una región limítrofe entre los barrios y la antigua ciudad española que ha estado asociada, desde entonces, con las artes gráficas, López practica desde ahí un oficio antiguo y venerable que todavía no hace mucho quería verse como ajeno a la práctica política popular. El género de López es quizá el que más claramente permite comprender las maneras en que la palabra escrita y los corrillos populares se articulan, pues el calendario, forma plebeya de la literatura si la hay, integra la utilidad cotidiana con una oportunidad discursiva —política idéntica a la política de altos vuelos— que es tanto verbal como plástica. Un prejuicio letrado puede llevarnos a caracterizar su escritura como demagógica o naturalista, que en el contexto presente viene casi a ser lo mismo. Pero si miramos también la factura de las imágenes, y si advertimos que López parece haberse mantenido al margen de la vida política formal o de los vínculos paternalistas que acaso dominaran la época, resulta difícil sostener la idea de que su discurso visual y literario es sólo resultado de un esfuerzo elitista de manipulación. La virulencia política, el populacherismo retórico de la prosa y el convencionalismo formal de los grabados invitan a pensar más bien en que el discurso de López, como el discurso del Payo, evidencia el conocimiento pero no el dominio de los temas y las formas del discurso liberal de las elites. En otras palabras, que sus maneras eran las maneras de quienes, sin formar parte de la clase dirigente de la ciudad y el país, estaban suficientemente embebidas de la cultura política dominante como para hacer uso de ella.10 9 Véase María José Esparza Liberal, “Los calendarios de Abraham López: Litografía, guerra y censura”, ponencia presentada en las Primeras Jornadas 2001, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, 19 de junio, 2001. 10 Véase, por ejemplo, “Segundo acto. Últimos acontecimientos de la capital de la república mexicana, [atacada] por el ejército de los Estados Unidos del Norte, hasta el 17 de septiembre de 1847”, en Décimo calendario de Abraham López para el año bisiesto de 1848, México, Imprenta de Abraham López, 1847. 196 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO IV. La escritura militante del Payo del Rosario o de Abraham López es vistosa, pero no parece haber sido la forma más efectiva de engancharse los actores políticos populares al carro de la alta política. Si Juan Othón escribió con los arrestos de aquéllos es algo que es necesario resucitar en los archivos. Su prominencia política, empero, tendría que llevarnos a creerlo un miembro más de la elite, pues parece claro que nadie o casi nadie llegó a ser diputado federal en el siglo XIX sin haberse labrado antes —o heredado, con mayor probabilidad— un patrimonio social y político que lo distinguiera del bajo pueblo. Othón es uno de los diputados federales elegidos en el muy intenso otoño de 1846, junto con el prohombre Manuel Crescencio Rejón y su viejo colaborador Ignacio del Río. Con ellos, es acaso la vanguardia del partido de Valentín Gómez Farías y está tan cerca del asediado vicepresidente que en marzo de 1847 es enviado por éste a encontrar a Santa Anna en el camino de San Luis, con el propósito —que resultara infructuoso— de inclinar al presidente en contra de los polkos sublevados.11 Lo que lo devuelve al terreno que nos interesa explorar, con todo, no es su participación en la batalla de Belén del 13 de septiembre siguiente, cuando una parte de la guardia nacional mexicana intenta revertir la victoria de los estadounidenses a las puertas mismas de la ciudad de México. Es más bien que Othón participa en ese combate al mando del batallón Matamoros, uno de los ocho o nueve organizados o controlados por los puros desde agosto de 1846, inmediatamente después de la caída del gobierno de Mariano Paredes y Arrillaga.12 Se llama guardia nacional en los años cuarenta, pero, obviamente, estamos ante la misma milicia cívica que desempeñó papel tan relevante en la política radical en los años de la primera república federal y cuya importancia fue consolidándose de nuevo desde mediados de la década, tal como lo señaló Santoni.13 Y como entonces, es imposible ignorar que las demarcaciones en las que sus miembros se reclutaban y, más, el ámbito social en los que operaban, los batallones milicianos eran instituciones enraizadas en un espacio urbano que, digámoslo de nuevo, es cualquier cosa menos homogéneo o indiferenciado. V. Una doble determinación política y geoespacial parece haber decidido la disposición de estos batallones en la coyuntura crítica de 1846. 11 Pedro Santoni, Mexicans at Arms: “Puro” Federalists and the Politics of War, 1845-1848, Fort Worth, Texas Christian University Press, 1996, p. 160-161 y 193. 12 Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días…, Barcelona-México, J.F. Parres, 1880, v. XII, p. 832. 13 Véase Pedro Santoni, “A Fear of the People: The Civic Militia of Mexico City in 1845”, en Hispanic American Historical Review, v. 68, n. 2, mayo de 1988, p. 269-288. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 197 La confluencia de pobreza y activismo radical o populista en la periferia de la ciudad desde los primeros años del siglo hizo más o menos inevitable, aunque no en todos los casos, la separación de los batallones afiliados o controlados por los puros con los nuevos batallones forjados por los moderados y los hombres de bien: de manera sugerente aunque tenue —pues las demarcaciones siguen las líneas de los cuarteles mayores—, los radicales se hicieron fuertes en la periferia, mientras que el casco antiguo de la ciudad pareció concentrar a un mayor número de los batallones que más tarde, si no de inmediato, habrían de ser conocidos como polkos. La fortuna con que los partidarios del gobierno de Mariano Salas maniobraron en octubre de 1846 para marginar a los batallones puros ha sido responsable de que esos batallones hayan prácticamente desaparecido de la memoria historiográfica.14 Francisco Calapiz, de cualquier modo, está a cargo del batallón que debe acuartelarse en el convento de La Merced. Y decir La Merced, además de evocar la pluma del Payo del Rosario, debe también hacernos pensar en los curas revoltosos que participaron en la agitación iturbidista de 1822.15 Lo que sabemos de Calapiz está limitado esencialmente a este breve dato, pero no hay duda posible respecto de lo relevante que el cuartel y su hinterland significan para la conciencia —o quizá mejor, para el inconsciente— de la ciudad: será a propósito de su usufructo que comience la guerra civil de febrero-marzo del año siguiente. Y aquí encontramos al segundo más pequeño de los actores de este relato, tan esquivo como Calapiz aunque beneficiario de un apellido que lo hace notable. Fermín Gómez Farías, además de hijo del patriarca de los radicales, es comandante del batallón Libertad a fines de febrero de 1847, cuando comienza la segunda parte del conflicto entre puros y moderados —más o menos resuelto a favor de los segundos en octubre del año anterior—.16 Si lo seguimos luego de la destitución de su padre a las lomas de Cerro Gordo y luego de regreso al valle de México, hasta verlo desaparecer (al batallón al menos) en la carnicería de Molino del Rey, comprobaremos, por una parte, la condena 14 Véase Rubén Amador Zamora, “El manejo del fusil y la espada. Los intereses partidistas en la formación de la guardia nacional en la ciudad de México, agosto-octubre, 1846”, tesina de licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1998. 15 Di Tella, op. cit., p. 87, 115 y 136. 16 Carlos María de Bustamante, Campaña sin gloria y guerra como la de los cacomixtles en las torres de las iglesias tenida en el recinto de México causada por haber persistido D. Valentín Gómez Farías, vicepresidente de la república mexicana, en llevar adelante las leyes de 11 de enero y 4 de febrero de 1847, llamadas de manos muertas, que despojan al clero de sus propiedades, con oposición casi general de la nación, México, [s. e.], 1847. 198 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO que sufren los guardias nacionales partidarios o controlados de los puros, y, por la otra, que la suerte del batallón Libertad es idéntica a la que corresponde a los subordinados de Lucas Balderas.17 VI. “Polkos de verano” les llaman a los soldados del antiguo sastre que comanda el batallón Mina.18 Polkos, pero no mucho, pues parece —o al menos a eso hace referencia la fórmula— que sólo cuando el calor relaja un poco las costumbres indumentarias de los ricos es posible confundir a los guardias del batallón Mina con quienes militan en el Hidalgo, el Independencia, el Bravo o el Victoria. Pero a tal punto su suerte ha estado unida a la de los polkos “auténticos”, al menos durante el último año de su vida, que no es sorprendente que en 1856, cuando el gobierno del moderado Ignacio Comonfort decida honrar a los héroes de la guerra de 1846-1848, los cinco batallones polkos sean igualmente homenajeados, en sendos monumentos que recuerdan, uno, la batalla de Churubusco y, otro, la de Molino del Rey, aunque en el combate del 8 de septiembre de 1847, el único de ellos involucrado fuera el de Balderas (y, por cierto, en el monumento apenas hay referencia al Libertad, también diezmado por las fuerzas de William Worth).19 Hay algo irónico en la elevación de Balderas, pues el pasado del sastre es un mentís a los valores que dicen encarnar los polkos. La patria sagrada de la hora de su muerte no es aquélla, ni de lejos, por la que Balderas se hizo célebre. Aunque nacido en el Bajío, su formación es esencialmente capitalina, al mismo tiempo como sastre y como oficial del batallón Fieles de Fernando VII.20 Desde ahí, en su doble condición de artesano y oficial de milicias, fue deslizándose hacia el campo de quienes, a principios de la década de 1820, hicieron de la xenofobia y la igualdad sus banderas principales. Protagonista, como paladín de las milicias cívicas y elector del ayuntamiento en 1826, del bienio sansculotte que precedió a la toma del poder yorkina, Balderas es la mano que guía a los artilleros milicianos que se apoderan de la Acordada el primero de diciembre de 1828, y está al lado de Lobato cuando el jefe 17 Zamacois, v. XII, p. 629-630; Ramón Alcaraz et al., Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, edición facsimilar, México, Siglo Veintiuno, [1848] 1977 (Historia), p. 127-131. 18 Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, presentación y notas de Boris Rosen Jélomer, prólogo de Fernando Curiel, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992 (Obras Completas de Guillermo Prieto, I); p. 393. 19 Véase María Elena Salas Cuesta (compiladora), Molino del Rey: Historia de un monumento, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropología e Historia, [1985] 1997 (Regiones). Ahí mismo, p. 222-229, hay una pequeña biografía de Balderas. 20 Di Tella, op. cit., p. 76. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 199 militar de la revuelta aparece victorioso en el Zócalo en la tarde del día cuatro, poco antes de que se desborde la algarabía popular y los cajones del Parián comiencen a ser saqueados.21 Como su amigo Reyes Veramendi, Balderas sobrevive a la debacle victoriosa de los yorkinos y está de vuelta en 1833, rodeado ya del aura que acompañará por siempre a los “parianistas”. Si nos dejáramos guiar por las apariencias, o insistiéramos en esencializar la historia del radicalismo liberal, la prominencia de Balderas en 1828 y su retorno en 1833, como inspector general de las milicias del Distrito Federal, debería ser visto como una mera prolongación de su furia plebeya, como evidencia de que el programa de Guerrero sobrevivió de algún modo a la reacción de 1830.22 No nos engañemos, sin embargo. No olvidemos que, al menos en las alturas de la vida política, los “radicales” de la primera reforma son en realidad viejos imparciales y novenarios, enemigos de los yorkinos en 1828 y hasta cierto punto responsables del colapso del gobierno de Guerrero: no por nada, Zavala no reaparecerá en el centro del radicalismo cuando Gómez Farías se haga cargo del poder.23 (Añadamos entre paréntesis que equívocos historiográficos de esta especie persistirán mientras nuestra posición ante el liberalismo siga siendo deductiva y, peor, mientras el liberal por antonomasia siga siendo Mora, que puede haber sido muy liberal intelectualmente, en especial visto desde los años cincuenta, pero que en términos políticos y entre fines de los años veinte y principios de los años treinta era más bien de derechas.)24 21 Ibidem, p. 206-207; Will Fowler, Tornel and Santa Anna: The Writer and the Caudillo, Mexico, 1795-1853, Westport (Conn.), Greenwood, 2000 (Contributions in Latin American Studies, 14), p. 93. Sobre el alzamiento de diciembre de 1828, véanse Costeloe, op. cit., p. 201-209, y sobre todo Silvia M. Arrom, “Popular Politics in Mexico City: The Parián Riot, 1828”, en Hispanic American Historical Review, v. 68, núm. 2, mayo de 1988, p. 245-268. 22 Miguel Á. Sánchez Lamego, “El ejército mexicano de 1821 a 1860”, en El ejército mexicano, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1979, p. 127; Richard A. Warren, Vagrans and Citizens: Politics and the Masses in Mexico City from Colony to Republic, Wilmington [Delaware], SR Books, 2001 (Latin American Slhouettes: Studies in History and Culture), p. 111. 23 La historia, por supuesto, es mucho más complicada y compleja. Lo que quiero señalar es que las discontinuidades entre el radicalismo de los años veinte y el reformismo de los años treinta son tan importantes como sus semejanzas y filiaciones genealógicas. Véase por ejemplo Costeloe, op. cit., p. 371-411. 24 Por “deductiva” quiero decir que la práctica política de los liberales decimonónicos ha tendido a verse como mera expresión de ideas y principios ideológicos los que, a su vez, constituyen un cuerpo de doctrina más o menos estable y coherente. La doctrina constituye, en esta perspectiva, una suerte de primer principio aristotélico, a partir de la cual es posible extraer una definición histórica del liberalismo. Como las ideas, sin embargo, no existen al margen de las prácticas y son, de hecho, prácticas por derecho propio, el estudio del liberalismo quizá debería centrarse menos en las palabras, en los discursos, y más en la escritura, entendida ésta como una actividad fundamentalmente política. En otras palabras, más que 200 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Algo al parecer comienza a cambiar en la vida y en el contexto de Balderas conforme la república federal se aproxima a su muerte, aunque todavía en septiembre de 1841 parece haber estado involucrado en la maniobra farisea con que Anastasio Bustamente intentó salvar a su gobierno.25 Y, trenzada como ha estado hasta ahora, su vida vuelve a encontrarse con la de Reyes Veramendi. En ambos casos, parece que asistimos a una historia de gentrification, de “adecentamiento”, que sin duda tiene que ver con el envejecimiento, pero que puede ser algo más. VII. La vida de Manuel Reyes Veramendi sigue en líneas generales la de Balderas, aunque muy pronto un rasgo más propiamente político se vuelve central en su biografía. No es que no esté vinculado a las fuerzas armadas desde muy temprano, aunque —y la distinción es importante— lo está más con el ejército que con las milicias cívicas, al menos en 1823 y 1824.26 Constructor desde entonces de ese fenómeno que Di Tella, con su habitual perspicacia, ha llamado “cesarismo popular”, Reyes Veramendi está donde debe estar cuando se consolidan las relaciones entre los radicales y las clases populares: es alcalde en el cabildo sans-culotte en 1826-1828, conspirador guerrerista en el otoño de 1828 y espectador a medias responsable del asalto al Parián. La derrota de los yorkinos al año siguiente, como a Balderas, no lo aniquila, pero al contrario que el sastre, cuando reaparece en la palestra tres años más tarde, Reyes Veramendi lo hace como vicegobernador del estado de México, segundo de Zavala, lo que sin duda manifiesta una capacidad discursiva, “política”, no vista en el de San Miguel. (En esa coyuntura, por lo demás, Reyes Veramendi es víctima, aunque sólo política, de la asonada que acaba con Villavicencio.) 27 Poco importa el modo en que se resuelve el conflicto entre Zavala y la coalición imparcial-novenaria que se apresta a gobernar a principios de 1833 (primero se le remueve de la gubernatura, más tarde se le envía como embajador a Francia). Lo que hay que mirar es a su vicegobernador acomodándose al radicalismo de nuevo cuño, siendo elegido diputado por el Distrito Federal en junio de ese año y, de este modo, enganchando su carro al de una forma de liberalismo centrado en la cuestión religiosa, quizá más vociferante pero menos subversivo en lo social, más cercana a las delicadezas de Mora que a la furia del Payo. El sutil pero crucial deslizamiento hacia la derecha, perceptible ya, sólo estudiar “el liberalismo en la época de Mora”, acaso haya que ocuparse de las personas y los gestos que crearon el liberalismo e hicieron política en su nombre. 25 Di Tella, op. cit., p. 239-240. 26 Warren, op. cit., p. 111. 27 Ibidem; Di Tella, op. cit., p. 176 y 231. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 201 irá acentuándose con los años, conforme la reacción antiliberal de 1834, el final de la república federal y el establecimiento del centralismo vayan reduciendo los espacios en que puede operar el agitador de principios de los años veinte. ¿O es una forma oculta y silenciosa preservar y aun ampliar la posición política de aquellos a quienes Reyes Veramendi —por invertir el dictum zapatista— obedece mandando? No es que haya que negar la reacción antipopular de las autoridades nacionales y, en especial, capitalinas, en la segunda mitad de los años treinta; Warren ha mostrado cómo el centralismo fue en los hechos una contrarrevolución política y electoral.28 Es simplemente preguntarse por la racionalidad de los actos de un actor político cuya fuerza proviene de un espacio social acotado y más o menos estable. Es reflexionar acerca de los vínculos que atan a ciertos políticos a la tierra, los límites que una constituency popular impone a la acción de quienes, más o menos desde arriba, se valen de lo “popular” para actuar en el mundo de la política. Y más: si, como afirma Warren, la contrarrevolución es también el abandono elitista del ayuntamiento de la capital, la sobrevivencia de actores como Reyes Veramendi en el cabildo tendría que verse como un empate, como una forzada negociación, entre los agitadores populares y los barones del centralismo. Nunca como en los meses de la guerra contra Estados Unidos y, de manera todavía más sobresaliente, en su actitud ante el alzamiento del 14, 15 y 16 de septiembre de 1847, la tensión entre política y constituency que define la actuación de Reyes Veramendi se manifestará con mayor claridad. Pero ya en la coyuntura de septiembre de 1841, cuando sirve a, o se sirve de, la finta federalista del presidente Bustamante, está claro que su credo moderado tiene de algún modo que negociar con una agitación que indudablemente está creciendo en la calle y en los barrios, aunque no podamos precisar sus contornos como quisiéramos. Este vaivén puede verse aún más acentuado cuatro años más tarde, en 1845, cuando pasa de opositor al restablecimiento de la milicia cívica, en enero y abril, a organizador apresurado de un batallón miliciano con la idea de impedir la caída del gobierno de José Joaquín de Herrera, en diciembre.29 Es apenas sorprendente, en consecuencia, 28 Richard Warren, “Desafío y trastorno en el gobierno municipal: el ayuntamiento de México y la dinámica política nacional, 1821-1855”, en Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri (compiladores), Ciudad de México: Instituciones, actores sociales y conflicto político, 1774-1931, Zamora-México, El Colegio de Michoacán-Universidad Autónoma Metropolitana, 1996, p. 117-130. 29 Di Tella, op. cit., p. 239-40; José Fernando Ramírez, México durante su guerra con los Estados Unidos, edición de Genaro García y Carlos Pereyra, México, Librería de la viuda de 202 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO que en la hora de la guerra internacional y la derrota mexicana, Reyes Veramendi sea al mismo tiempo el principal abogado de la pacificación durante la revuelta popular —un enemigo de la violencia con la que los capitalinos reciben a los estadounidenses, de hecho— y el garante último de la institucionalidad republicana en la ciudad de México desde el momento mismo en que la capital queda abandonada a su suerte, al punto que los estadounidenses, hartos de lidiar con su patriotismo, maniobrarán para desposeerlo de la alcaldía y la gubernatura del Distrito Federal en diciembre de 1847.30 Es poco sorprendente, sí, pero no por eso menos irónico: Reyes Veramendi está en 1847 al otro lado de la línea que ayudó a trazar en 1828. VIII. Francisco Próspero Pérez, mucho más que Othón, quizá tanto como López, es el gesto que enlaza —de nuevo— a los radicales con las comunidades urbanas en el año crítico que comienza en septiembre de 1846, con el regreso de los puros a la política abierta y la revitalización de las milicias cívicas, y que termina en septiembre de 1847, con la ocupación de la ciudad por el ejército estadounidense y el alzamiento popular que la acompaña. Es el tribuno que recibe a Santa Anna en las casas consistoriales y lo invita a no olvidar las lecciones de su primera alianza con Gómez Farías; es el provocador que busca “reconciliar” al médico jalisciense con Manuel Gómez Pedraza, para así inmovilizar a los moderados; es el agitador protegido por Gómez Farías y por Manuel Crescencio Rejón; es la incómoda presencia en las cercanías del vicepresidente, que hace renunciar al ministro de Justicia cuando deben expropiarse los bienes de manos muertas. Pero, ante todo, su voz es el emblema —esbozado por Abraham López y compuesto, años más tarde, por Guillermo Prieto— que acompaña el inicio de la rebelión capitalina en la mañana del 14 de septiembre de 1847. Y es también un gesto llamando a Santa Anna a volver a la ciudad para sumar su ejército a la insurrección. Ya en otra parte he intentado narrar los pormenores de esta vida trivial que replica de muchos modos los gestos y las palabras de los Ch. Bouret, 1905 (Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, III); p. 22. Santoni, Mexicans at Arms, p. 61. 30 Véanse Luis Fernando Granados, “Sueñan las piedras: Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre, 1847”, tesis de licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 1999, p. 112-114; Dennis E. Berge, “A Mexican Dilemma: The Mexico City Ayuntamiento and the Question of Loyalty, 1846-1848”, en Hispanic American Historical Review, v. 50, núm. 2, mayo de 1970, p. 229-256. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 203 jóvenes Balderas y Reyes Veramendi.31 Lo que importa subrayar es que su presencia en la trifulca con la que comienza la insurrección en el Zócalo ilumina y da cuerpo a su participación política en septiembre y octubre del año anterior y, del mismo modo, que la clave para entender el impacto de sus maniobras electorales y políticas está en el conjunto del alzamiento septembrino. Los dos procesos y los dos niveles de acción están de tal modo engarzados que prescindir de uno equivale a perder perspectiva del otro, y ello es especialmente absurdo si queremos comprender tanto el efecto de la retórica y la política liberales entre las “masas del pueblo” como si intentamos evaluar el papel de la dinámica política en la gestación del alzamiento. Dicho de otra forma, el emparejamiento de los dos momentos de la vida de Pérez sugiere que la lucha política en el año culminante de la guerra con Estados Unidos no fue etérea ni estuvo restringida a las elites gobernantes y, por ello, que el restablecimiento de la federación y la agitación reformista de 1846-1847 influyó decisivamente en el clima que hizo posible la rebeldía de la ciudad. IX. El clima que hace posible el alzamiento, por supuesto, se ha formado lejos en el tiempo y se hunde hondo en las estructuras básicas de la vida capitalina. Pero, de nuevo, se acuerpa en espacios concretos y en personajes que contienen historias que todavía no han sido narradas debidamente. Barrios y dirigentes comunitarios adaptándose a la cultura política liberal, sí, pero barrios y dirigentes cuya forma de actuar y cuya legitimidad están enterradas en un pasado que se antoja anacrónico para mediados del siglo XIX.32 Digamos Magdalena Mixhuca, por ejemplo, y estaremos refiriéndonos a uno de los barrios más antiguos de la ciudad, barrio que debe haber sido poblado mucho antes de la conquista española —parece indudable que a fines del siglo XV los calpulli están conquistando el terreno entre el islote primigenio y la isla de Mixhuca, lo que quiere decir que la ciudad se extiende 31 Véase Luis Fernando Granados, “Pequeños patricios, hermanos mayores: Francisco Próspero Pérez como emblema de los sans-culottes capitalinos hacia 1846-1847”, ponencia presentada en el coloquio La ciudad de México, historia y prospectiva, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, noviembre, 2001. 32 Véase Annick Lampérière, “La ciudad de México, 1780-1860: Del espacio barroco al espacio republicano”, en Esther Acevedo (compiladora), Hacia otra historia del arte en México, v. 1, De la estructuración colonial a la exigencia nacional (1780-1860), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001 (Arte e Imagen), p. 149-164. La vitalidad de la historiografía ha quedado de manifiesto recientemente en los trabajos reunidos en Carlos Aguirre Anaya, Marcela Dávalos y María Amparo Ros (compiladores), Los espacios públicos de la ciudad: Siglos XVIII y XIX, México, Juan Pablos-Instituto de Cultura de la Ciudad de México, 2002 (Biblioteca Ciudad de México). 204 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO entre las calzadas de San Antonio Abad y la Viga hasta el río de los Remedios— y que hasta 1812 formó parte de la república (o parcialidad) de San Juan Tenochtitlan. Como la totalidad de la república, Magdalena va a sufrir a partir de entonces la presión de renovados intereses criollos, que buscan “civilizar” a sus habitantes.33 No dudemos en llamarlos indios. Lo son puesto que, como en muchas regiones de la Nueva España tardía, la vida urbana, el catolicismo ritual, la adopción del castellano y las muchas transformaciones contemporáneas del régimen borbónico no son obstáculos para la preservación y el cultivo de la cultura aborigen sino, más aún, un catalizador —paradójico si se quiere, pero crucial— que enriquece y dinamiza la indianidad de los indios. La fascinante flexibilidad de este complejo cultural quedará muy pronto de manifiesto cuando algunos de los pueblos sujetos de Tenochtitlan —Mexicalcingo, en especial— adopten el constitucionalismo gaditano y conviertan sus repúblicas en ayuntamientos. Y así, desde entonces, la búsqueda de nuevos moldes y modelos de acción entre los nahuas de la ciudad de México avanzará coqueteando con el liberalismo y aun con el radicalismo. Pero no se trata de un destino, como lo atestigua la ambivalencia política de una multitud de dirigentes nahuas a lo largo del siglo (Juan Rodríguez Puebla el más importante). Es apenas una opción: la opción política de Antonio Galicia, gobernador de San Juan y al parecer ex alumno del colegio de San Gregorio, que en 1826 es elegido —con Balderas y con Reyes Veramendi— al ayuntamiento que devendrá sans-culotte.34 X. Un juez de manzana, semejante a los que pedían instrucciones al alcalde Reyes Veramendi para organizar la resistencia en vísperas de la caída de la ciudad, en septiembre de 1847. Un pico de oro que envuelve a sus conocidos con su labia y les distribuye boletas para ser depositadas en la iglesia parroquial el día de las elecciones, o un lector que hace pública la voz del Payo del Rosario y acentúa lo satírico de la prosa con su entonación, sentado en medio de un corrillo. Un tendero o artesano, elevado sobre el común apenas lo necesario para merecer palabras y cortejos de los líderes políticos de la ciudad, pero no tanto como para perder la confianza de los vecinos. A veces también un ofi33 Véase, para toda esta historia, el clásico de Andrés Lira, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México: Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, El Colegio de México, 1983. Agradezco las observaciones críticas de Margarita Guevara Sanginés, que frustraron mi propósito de hermanar al abogado oaxaqueño Tiburcio Cañas con el linaje nahua de los Caña. El argumento ha perdido algo de su encanto, al menos a mis ojos, pero espero que haya ganado algo en precisión. 34 Di Tella, op. cit., p. 176. LIBERALES PLEBEYOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO, SIGLO XIX 205 cial en un batallón miliciano, o el dueño de la pulquería donde se resuelven los conflictos y se engendran los asesinatos. Si se le oye hablar acaso se perciban las formas quebradas de un castellano que todavía sabe a náhuatl, o tonos de una vida campestre, indígena en el doble sentido de la palabra. Revoltoso en la juventud, cuando la retórica radical fluye libremente y nadie en las alturas está seguro todavía del efecto que causa en las calles, irá haciéndose más responsable con los años, apadrinará niños en el bautizo, generará a su alrededor una corte de aspirantes y se deleitará con presumir ante sus jefes políticos el control que ejerce sobre el barrio. Ostentoso de sus relaciones, en su presunción está inscrita la ruptura de los valores sociales tradicionales, el fin de la deferencia que el antiguo régimen promovía. La ciudad anima y limita al mismo tiempo el establecimiento de vínculos políticos y formas de pensar lo público que contradicen la fragmentación colonial: si de un lado la seducción populista de quienes elevan al trono imperial a Iturbide o el proteccionismo xenófobo de los yorkinos, del otro los antiguos justicias de los barrios, los jueces de manzana, los sacristanes de las parroquias —y también los tenderos y los evangelistas— canalizando y así deformando, reinventando, el ethos individualista que palpita en el corazón del liberalismo. Familias, linajes, calpulli, y alrededor y por encima cofradías, gremios, las categorías étnicas de los recaudadores de tributo, el territorio fragmentado de los barrios y la unidad abstracta implícita en la forma de los cuarteles menores: una retícula menos simétrica que la traza pero más extensa y densa geográfica y socialmente, comunitaria antes que moderna, en la que se hunden los pies de la nueva cultura política. El individuo que enlaza ambos mundos, aun si es diputado o funcionario del ayuntamiento o si su pluma define enemigos y convoca a la movilización, se debe entonces a lo que entiende y es capaz de traducir, pero también a lo que se le escapa, a lo que intuye y formula con torpeza. Su camino es una exploración de los bordes discursivos del liberalismo y un levantamiento topográfico de lo que es posible en los barrios, y por ello oscila continuamente entre la obediencia y la disensión: si unas veces anima al saqueo del comercio o cultiva el patriotismo, otras, las más, se pliega a los exhortos a la moderación de los hombres de bien. En última instancia, su vicariedad define su actuación, lo convierte en una suerte de flâneur político:35 Balderas, Lobato y 35 En clave benjaminiana, el “vago” parisiense es sobre todo un heraldo de la nueva cultura burguesa: alienado, individualista, enfermo de nostalgia, fascinado por lo moderno e incapaz de comprenderlo. Véase Walter Benjamin, Poesía y capitalismo: Iluminaciones II, prólogo y traducción de Jesús Aguirre, Madrid, Taurus, [1980] 1991 (Humanidades-Teoría y Crítica Literaria). 206 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Reyes Veramendi son meros espectadores del arrebato vengador —irracional desde un punto de vista político— de quienes asaltan y queman el Parián, y unos cuantos días más tarde están vendiendo vajillas orientales en las calles polvorientas de los barrios. EL PROYECTO ALTERNO RADICAL DE LOS BINNIZÁAS Y SU LÍDER CHE GORIO MELENDRE FRENTE A LOS PARADIGMAS MODERNIZADORES DE LA ELITE. LA ENCRUCIJADA DE JUÁREZ EN EL ISTMO (1834-1853)1 MARGARITA GUEVARA SANGINÉS Facultad de Filosofía y Letras, UNAM Para Male porque ha hecho realidad la esperanza Introducción Este artículo pretende reconstruir desde la perspectiva del común del pueblo de San Vicente Juchitán o Xhavizénde Ixtlaxochitlan, “lugar de las flores blancas”, la rebelión y el ideario radical de su líder José Gregorio Meléndez, el Che Gorio Melendre, como lo zapotequizaron sus correligionarios. La rebelión fue una más de las muchas que se desencadenaron durante la cuarta década del siglo XIX. Las diversas comunidades protestaron cuando se percataron que habían sido excluidas del proceso de construcción del Estado-nación aunque sobre ellos gravitaba gran parte del peso económico de su financiamiento. La rebelión muestra como al interior de sus comunidades, los indígenas y 1 Éste es el momento de agradecer a personas e instituciones: a María Adela Oliveros Maqueo de Miranda, a María Adela Maqueo de Oliveros, y a Bertha y María de los Ángeles Maqueo por la entrevista concedida; al antropólogo Arnulfo Embriz Osorio, quien compartió su biblioteca y conocimientos; a los doctores Eduardo de la Garza, Miguel Soto y Alicia Salmerón por la lectura cuidadosa y los agudos comentarios; a los Fondos Reservados de la Biblioteca Nacional (FRBN), de la Hemeroteca Nacional y del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM; a los Archivos Histórico General de Notarías del Distrito Federal, Archivo General de la Nación (AGNM) y del Estado de Oaxaca; a los Archivos General del Poder Ejecutivo, de Oaxaca (AGPEO) y del Poder Judicial de Oaxaca (AGPJO); al Archivo Histórico de la Defensa Nacional (AHDN); a Liborio Villagómez, Esther Arnáiz, Alejandra Cortés Hernández, María Guadalupe Flores Carapia, al licenciado Adelfo Jarquín Magno y al coronel José Manuel Zozaya por haber permitido consultar los acervos que dirigen, pero, especialmente, a la doctora Virginia Guedea, directora del Instituto de Investigaciones Históricas, y a los doctores Felipe Castro y Marcela Terrazas por la brillante dirección y el apoyo constante a la reflexión, investigación y edición del trabajo. Por último, pero no por ello menos importante agradezco la apasionada y respetuosa discusión del grupo de exbecarios del Seminario. 208 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO mestizos integraron aquellos cambios provenientes del exterior que consideraban benéficos para su vida comunitaria, pero rechazaron, resistieron o combatieron aquellos que les impedían conservar sus derechos sobre los recursos naturales, su cosmovisión y cultura, y revela, asimismo, cómo preservaron en la memoria colectiva sus agravios. Desde la perspectiva de la historia nacional y regional los acontecimientos que narraremos son secundarios,2 y por largo tiempo, aunque presentes, fueron marginales, descalificados o permanecieron en el olvido, y sólo fueron conservados celosamente en la tradición oral del pueblo,3 pero, desde la perspectiva de los habitantes del Istmo de Tehuantepec y en particular del pueblo de Juchitán, esta historia es fundamental, pues la rebelión fue el intento de los binnizáas, “los hombres de las nubes”,4 y de su carismático líder de imponer sus propias soluciones a su tiempo. Los acontecimientos iniciaron de manera pa2 Para conocer esa visión con una mirada contemporánea nacional ver Josefina Zoraida Vázquez, “México y la guerra con Estados Unidos”, en México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848), México, Secretaría de Relaciones Exteriores, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 17-46; en el ámbito regional Jorge Fernando Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854). De la consumación de la independencia a la iniciación de la Reforma, Comité organizador del 450 Aniversario de la Cd. de Oaxaca, 1982 (1935), p. 337-419; Brian Hamnett, “El estado de Oaxaca durante la guerra contra los Estados Unidos: 1846-1848”, en Vázquez, México al tiempo..., p. 360-380. 3 Jorge Fernando Iturribarría, Historia de Oaxaca (1935), Oaxaca en la Historia (México, 1960); Miguel Covarrubias, Mexico South. The Isthmus of Tehuantepec, Great Britain, KPI, 1986, tomada de la edición de 1946; Gilberto Orozco, “Tradiciones y leyendas del Istmo de Tehuantepec”, Revista Musical Mexicana, México, 1946, p. 27-29; Leticia Reina, Rebeliones campesinas en México; (1819-1906), México, Siglo XXI, 1980 (Nuestra América); “Etnicidad y género entre los zapotecas del Istmo de Tehuantepec, México, 1840-1890” en Leticia Reina, La reindianización de América, siglo XIX, México, Siglo XXI, CIESAS, 1997 (Nuestra América) p. 340-341; Francisco Abardía M. y Leticia Reina Aoyama, “Cien años de rebelión”, en María de los Ángeles Romero Frizzi, Lecturas históricas, v. 3, 1990, p. 435-514; John Tutino, “Rebelión indígena en Tehuantepec” en Cuadernos Políticos, núm. 24, abril-junio 1980, y Víctor de la Cruz, “La rebelión del Che Gorio Melendre” en Margarita Dalton, Oaxaca, textos de su historia, México, Gobierno del Estado de Oaxaca, Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1997, p. 371-394, en adelante VC2. Originalmente publicado en Juchitán, Publicaciones del H. Ayuntamiento de Juchitán, 1983; p. 9-23, aunque tienen el mismo título, el contenido varía en ocasiones, en adelante VCI; “Rebeliones indígenas en el Istmo de Tehuantepec, en Cuadernos Políticos, n. 38, 1983, p. 55; Brian Hamnett, “Imagen, Método, Trascendencia,” en Letras Libres, Ecos de Juárez, México, n. 39, mayo de 2001, p. 12-18; Teresa Elizabeth Cueva, “Condiciones de vida indígena y rebelión política en el Istmo de Tehuantepec. 1800-1853: Che Gorio Melendre y los pueblos indios del Istmo”, tesis de licenciatura, ENAH, INAH, SEP, México, 1994; Manuel Esparza, “Las tierras de los hijos de los pueblos. El distrito de Juchitán en el siglo XIX”, en María de los Ángeles Romero, Lecturas históricas de Oaxaca, México, INAH, 1990; t. 3, p. 387-435. 4 Véase Wilfrido C. Cruz, El tonálamatl zapoteco, Oaxaca, Imprenta de Gobierno del Estado de Oaxaca, 1935, p. 143-144; Andrés Henestrosa, Obra completa, México, Editorial Novaro, 1973. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 209 cífica y culminaron con una irrupción armada. Esta rebelión, originalmente juchiteca-zapoteca, pronto adquirió otras dimensiones al aliarse y confrontarse con otros grupos étnicos asumiendo un proyecto de “nación” alterno que puso en jaque, por breves periodos en un largo plazo, a los gobiernos local, regional y nacional. Su prolongada rebeldía cuestionó no sólo al gobierno virreinal y a los gobiernos centralistas del departamento de Oaxaca a partir de 1834, sino que también interpeló y sirvió como plataforma al aprendizaje político de los gobiernos liberales. En particular, al de Benito Juárez, primero como secretario de gobierno y, posteriormente, como gobernador del estado de Oaxaca, quien ejerció el poder, “gracias a su habilidad para combinar una versión local del liberalismo con la disposición a darle gusto a la elite” 5 nacional. El trabajo es coincidente con una corriente que ha tomado fuerza en los últimos años en las ciencias sociales, la cual trata de vincular la investigación histórica de los procesos macro de la economía, con la investigación antropológica-etnográfica de las regiones y su impacto en la construcción de los estados nacionales. Es decir, el ensayo pretende explicar la respuesta de las comunidades al embate de los ciclos económicos que derivaron de la internacionalización y expansión del capital durante el siglo XIX. El proceso pretendía la inserción de las nacientes repúblicas latinoamericanas en el “concierto de naciones civilizadas”, su reacomodo en la nueva división internacional del trabajo y la promoción de la apertura comercial. Siguiendo las nuevas tendencias, el artículo intentará vincular los procesos globales en los que están inscritos con los microrregionales de las pequeñas comunidades, pero también pretende reconocer la especificidad de estos procesos únicos e irrepetibles. En síntesis, busca hacer una lectura dialéctica de ambos procesos al parecer contradictorios. La disidencia tuvo lugar en el Istmo de Tehuantepec, región que se convirtió en una zona estratégica en la relación México-Estados Unidos. La región y los detonantes El istmo de Tehuantepec es la parte más angosta de la República Mexicana; por su posición y formación geográfica Hernán Cortés valoró y difundió su importancia estratégica en la cuarta Carta de Relación al 5 Brian Hamnett, “Imagen, Método, Trascendencia,” en Letras Libres, México, núm. 39, mayo de 2001, p. 12-18. 210 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO emperador Carlos V.6 Desde entonces se vislumbró la posibilidad de construir una vía interoceánica que vinculara los mercados asiáticos con Europa. El Istmo era una de las tres rutas alternativas junto a la ruta del río de San Juan y el lago de Nicaragua, y la del istmo de Panamá y el valle de Darién. A partir de entonces, otros empresarios fueron atraídos y emprendieron diversos proyectos de exploración; son dignos de mención: Francisco de Garay (1519), Agustín Cramer y Miguel Corral (1774), Juan de Orbegozo (1827) y Tadeo Ortiz (1823-1829). Los primeros proyectos de colonización se planearon en la parte boreal del Istmo, precisamente en Coatzacoalcos, donde la insalubridad de la zona, la falta de viabilidad del proyecto y la avidez comercial e imprevisión de los promotores llevaron la aventura al fracaso; los colonos extranjeros que lograron sobrevivir emigraron a Oaxaca y a Tehuantepec. En la cuarta década, una serie de estudios científicos difundieron en Europa las riquezas potenciales del Istmo, entre éstos destacaron por su importancia las obras de Eduard Mühlenpfordt, Carl C. Sartorius, Michel Chevalier, Gaetano Moro, Mathieu de Fossey y José de Garay.7 Estas obras contribuyeron a impulsar la fase de expansión capitalista en el Istmo, que se convirtió en epicentro del interés estratégico de Inglaterra y Francia y en menor medida de los principados alemanes y hanseáticos. A partir de 1847, en plena guerra con México, el aplastante triunfo del ejército norteamericano desplazó la atención de Estados Unidos hacia Tehuantepec; éste sería el nuevo foco de su política de expansión por lo que se convirtió en la principal fuente de controversias entre los países. El Istmo se incorporó a la economía de exportación, proporcionando tintes naturales a la industria textil europea (la cochinilla, el añil y el caracol de la púrpura), aunque mostraba signos de declinación hacia 1842. Otros productos importantes eran las salinas, las ma- 6 Miguel Covarrubias, op. cit., p. 164; Dolores Duval, “Catálogo documental: La diplomacia mexicana y los proyectos de construcción del camino interoceánico por el Istmo de Tehuantepec, 1849-1860”, tesis..., Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1996, p. 8. 7 Eduard Mühlenpfordt, Ensayo de una fiel descripción de la República de México, 2 v. (Primera edición en alemán, 1844) traducción y notas preliminar de José Enrique Covarrubias, México, Banco de México, 1993; Michel Chevalier, “L’isthme de Panama. L’isthme de Suez”, 74 p., en Revue des deux mondes, núm. du 1º janvier, 1844; M. Chevalier, “Mines d’argent et d’or du Nouveau Monde. Real del Monte”, février 1845, p. 980-1035, Revue des deux mondes, núm 15 de diciembre de 1846, FRBN 16l af.; Brígida von Mentz, México en el siglo XIX visto por los alemanes, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982; José Enrique Covarrubias, Visión extranjera de México, 1840-1867. El estudio de las costumbres y de la situación social, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas-Instituto Mora, 1998; Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, Viaje por el Istmo de Tehuantepec, México, SEP Ochentas, 1981, y Mathieu de Fossey, Viaje a México (1844), México, Conaculta, 1944 (Mirada Viajera). LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 211 deras finas y la pesca.8 En 1842 el istmo de Tehuantepec estaba dividido en dos: la parte boreal correspondía a Veracruz y la austral a Oaxaca. No existían linderos fijos de los departamentos (antiguos estados) y las únicas zonas pobladas se encontraban en las extremidades del Istmo, las cuales estaban separadas por una densa selva. La población del departamento de Oaxaca era de 250 380 habitantes y la del Istmo de 30 845 habitantes.9 Por su organización política el distrito de Tehuantepec era uno de los 8 departamentos en que se dividió Oaxaca, y estaba integrado por 24 pueblos o municipios, de los cuales 16 eran binnizáas o zapotecos y 5 huaves, y los demás mixes y zoques. La sede regional tradicional de poder o cabeza del departamento se encontraba en la villa de Tehuantepec, o Cerro del Jaguar, que los españoles conocían como villa de Guadalcázar. Sus autoridades eran: un gobernador del departamento,10 un prefecto, un juez de primera instancia, un comandante militar y un cura párroco. Esta villa y partido contaba con una población de 13 002 habitantes. Además, había dos cabezas de partido que eran Juchitán y Santa María Petapa, con 9 700 y 8 143 habitantes, respectivamente; cada partido subalterno tenía como autoridad a los subprefectos.11 La lejanía de la capital del estado, la dependencia de los partidos con respecto a la villa de Tehuantepec y el interés estratégico de la zona en el ámbito federal generó una serie de fricciones por el control político y de los recursos del departamento. Se produjo así un triángulo de alianzas y oposiciones, que respondían a las variables circunstancias y a las polémicas del momento. De aliados originalmente, pasaban a ser opositores para defender los intereses que los confrontaban. Los vértices del triángulo eran ocupados por la federación, el estado de Oaxaca y la rivalidad de los tres partidos por el control del departamento.12 Además de las transformaciones que tuvieron lugar en la estructura electoral censitaria, en la legislación y la supresión de los ayuntamientos durante el centralismo y el periodo de posguerra, los detonantes de la rebelión de José Gregorio Meléndez, Che Gorio Melendre, provinieron de tres acontecimientos que tenían su origen en el exterior y que modificaron los patrones productivos, los sistemas de trabajo, y transforMühlenpfordt, op. cit., v. 2, p. 109. Gaetano Moro, op. cit., p. 8 10 Esparza, op. cit., p. 387-435; Colección de leyes del estado de Oaxaca, p. 207-218. 11 Pedro Garay Garay, “Noticia de las poblaciones de la parte austral del Istmo de Tehuantepec, con expresión del censo que tiene cada una, deducido de los datos que facilitó el prefecto de aquel distrito a D. Pedro de Garay”, en El Ateneo Mexicano, t. I, Imprenta de Vicente García Torres, 1844, FRBN, 117 laf, p. 366-368. 12 Moro, op. cit., 1844, p. 10. 8 9 212 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO maron la cultura, la geografía, el paisaje y las vías de comunicación del istmo de Tehuantepec. El primero de ellos fue la venta de las 8 haciendas marquesanas del antiguo señorío de Hernán Cortés, y un sitio de ganado que los juchitecos reclamaban como suyo. Este hecho culminó el primer impulso liberal que buscaba resquebrajar el sistema señorial e iniciar el proceso de desvinculación de mayorazgos emprendido por las cortes gaditanas. Los otros dos acontecimientos que impactaron directamente a la región tuvieron lugar con el advenimiento de la dictadura de 1841-1844. Durante este periodo, el gobierno provisional de Santa Anna se propuso modernizar al país: emprendió una importante reforma fiscal que se caracterizó por un enorme despliegue de recursos, retomó algunas pautas del antiguo proyecto económico borbónico e incorporó nuevos criterios privatizadores para financiar al Estado. Sin embargo, su proyecto se frenó cuando se percató del poco margen de maniobra presupuestal que le dejaba la presión diplomática extranjera y los compromisos pecuniarios adquiridos con las convenciones diplomáticas norteamericana y francesa firmadas en 1839 y cuyo plazo vencía en 1843. Para cumplir los pagos exigidos por las potencias extranjeras y responder a la presión de los acreedores nacionales, Santa Anna impuso una serie de contribuciones directas e indirectas y préstamos forzosos que debían gravitar sobre los departamentos; suspendió temporalmente los pagos; renegoció los plazos y las prioridades de pago de la deuda; e hipotecó su principal fuente de recursos: las aduanas marítimas. Para obtener los capitales necesarios celebró 277 contratos o concesiones a particulares, con facultades extraordinarias de manera discrecional y privilegiada sin la mediación y aprobación del Congreso que se había convertido en el principal freno de su reforma fiscal, pero que por precepto constitucional debía ser quien los autorizara. Desde la tribuna se cuestionó al dictador por no haber sometido los contratos a concurso o licitación y se orquestó una campaña de desprestigio, con los cargos de peculado y enriquecimiento ilícito amparados en el poder, que culminó con un golpe militar financiado por empresarios ligados al comercio exterior. Dos de esos contratos afectaron severamente a las comunidades del istmo de Tehuantepec y mostraron la relación del dictador con el proyecto modernizador de dos de los más importantes financieros de la oligarquía nacional, descendientes de la vieja elite comercial que forjó y consolidó su fortuna a la sombra del tardío Consulado de Veracruz. En 1842 otorgó la concesión de la construcción de una vía interoceánica a José de Garay, miembro del clan familiar y del grupo financiero que había hecho posible, mediante un generoso donativo, el triple golpe LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 213 militar que permitió a Santa Anna implantar la dictadura, y, entre 1842 y 1843 se privatizaron la mayoría de las salinas que integraban el monopolio estatal, como pago de los préstamos que financiaron la guerra con Francia. Las salinas del istmo de Tehuantepec las vendió al expresidente y financiero veracruzano Francisco Javier Echeverría. La toma de posesión de los yacimientos salineros y el deslinde de los terrenos destinados para la colonización y la construcción de la nueva vía sobre las posesiones indígenas, así como la prohibición expresa a los indígenas de continuar la explotación de las salinas para su consumo, agudizó las tensiones entre estas comunidades y desencadenó una de las rebeliones mestizas e indígenas más importantes del siglo XIX. El derecho de los pueblos a la insurrección contra la arbitrariedad El líder de esa rebelión, el carismático Che Gorio Melendre desarrolló un discurso que generó una esperanza de cambio y en 1853 proclamó: …Cuando los pueblos de la nación han dado el grito de animación y vitalidad social, secundando el plan salvador de Guadalajara: […] Tehuantepec y Juchitán, Tuxtla [Gutiérrez], Tonalá y Ocozocuautla en el estado de Chiapas, han visto el fruto de sus afanes, malogrados, hace más de dos años, […] cuando se ha […] generalizado esa idea regeneradora del pueblo soberano, redimiéndolo de la tiranía de funcionarios injustos, y ensayando con éxito el derecho de insurrección contra la arbitrariedad, el justo derecho de la soberanía contra sus despóticos mandatarios para librar la hermosa y grande nación mexicana del cataclismo que la hundía en la nada y la precipitaba en el insondable abismo de la nulidad; entonces la tiranía y la arbitrariedad del Gobernador de Chiapas […] persiguen con todos los recursos […] al pueblo que levanta su doliente voz por su libertad.13 Con estas palabras, José Gregorio Meléndez, comandante militar de la villa de Tehuantepec, lanzó su último manifiesto el 20 de marzo de ese año. En él, señalaba explícitamente su deseo de participar en la oposición de una manera abierta. Este plan y otros que había dado a conocer a finales de 1852,14 lo liberaban de la clandestinidad y dejaban atrás sus dos años como prófugo de la justicia del gobierno de Juárez. El escrito, el cual constituye prácticamente su testamento político, revela el grado de conciencia que había adquirido en sus más de 40 años de militancia política. En su batalla final, esgrimió la legitimi13 14 AHDN, exp. XI/481.3/3604, f. 23-26. El subrayado es nuestro. AHDN, exp. XI/481.3/3604; Orozco, op. cit., p. 26-40. 214 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO dad de la resistencia a los abusos del poder para justificar su participación en la defensa de los derechos de los pueblos, exigir nuevamente la separación del istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca y proclamar al federalismo como bandera. La participación de cinco poblados de tres estados, daba una idea de la dimensión de la insurrección que acaudillaba: multiétnica, pues estaba integrada por una coalición de varios grupos étnicos, y pluriregional, ya que traspasaba los límites estrechos del Istmo. Con los restos de la caballería de su antiguo ejército, y empleando un sistema de guerra de guerrillas, se unió al levantamiento encabezado por Carlos Zebadúa y Ponciano Solórzano en contra del régimen liberal chiapaneco de Fernando Maldonado. Aunque el manifiesto se apegaba al Plan de Jalisco, cuya demanda central invocaba el regreso de Santa Anna al poder, sólo era un trampolín y una tabla de salvación para evadir las órdenes de aprehensión que pendían en su contra.15 Nueve días más tarde de este manifiesto a la nación, un viajero alemán, G. F. von Tempsky, intrigado por la figura del carismático líder y el arrastre de sus bases de apoyo, los cuales merecieron calificativos de “rebeldes, políticos turbulentos y revolucionarios” que inculcaban “sus opiniones a punta de bayoneta”, se dirigió a Juchitán y dejó para la posteridad la última estampa del personaje: Era un hombre alto, bien hecho, de facciones macizas y nítidas, ojos de águila, oscuros y centelleantes por debajo de espesas cejas, y un frentón arqueado y muscular. Traía enredado su sarape, exhalaba el humo de su cigarro de papel por la nariz, y veía con inefable desprecio nuestro arribo. Sin sentir asombro ante su apariencia, le dije con rudeza: “¿Me hace el favor de darnos posada?” Me dirigió una larga mirada y dijo, como siempre: “Pase adelante, caballero”. Al cabo de una conversación de un cuarto de hora, ya sabía las opiniones de mi anfitrión, y reconocí lo más sobresaliente de su carácter: un odio inagotable hacia todos los mexicanos en general, y al general Santa Anna en particular…16 Como pago a su hospitalidad von Tempsky dictó una lección de geografía universal y al terminar reconoció “que nunca había visto discípulos tan dispuestos ni tan inteligentes como estos rufianes juchitecos”. La imagen que nos dejó el alemán es completada por la del 15 Carlos Cáceres (editor), Historia general del estado de Chiapas, [s. l.], t. II, 1963, p. 33; Manuel B. Trens, Historia de Chiapas, México, Ed. La Impresora, 1942, p. 384. 16 G. F. von Tempsky, “Narraciones de incidentes y aventuras personales en Tehuantepec y Juchitán”, en Guchachi Reza, núm. 8, septiembre de 1981, p. 10-16. Traducción de Malú Block, revisión de Carlos Monsiváis. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 215 juchiteco Gilberto Orozco, quien añade a los rasgos enumerados los siguientes: “[Melendre] Era de color moreno; de frente amplia y pómulos algo pronunciados; de ojos investigadores, porte gallardo y hablar animado; y tenía una natural intuición.” Ponía el acento en que Melendre [era] recto. Solía ajusticiar a los que lo provocaban… Cuando eran mujeres las amonestaba primero y si seguían renuentes las obligaba con la presión de su fuete a pasar debajo de su hermoso caballo alazán “Venceguerra”, que no se movía, y sólo las azotaba con la cola.17 Aunque se desconocen las circunstancias en las que aplicó estos sistemas correctivos, vejatorios para las mujeres, llama la atención que la tradición juchiteca enfatizara la rectitud en su proceder. ¿Qué transgresión femenina ameritaba esas sanciones?. Lo que no puede negarse es que los planteamientos de su lucha comunitaria denotaron un profundo, pero sui generis, sentido de la justicia. Su controvertida personalidad también ha sido descrita por Miguel Covarrubias quien afirma que “Meléndez era una desconcertante mezcla de un hombre humanitario, bandolero y aventurero, típico de los jefes rebeldes”.18 Pero para la tradición binnizá o binigulaza, Melendre era el depositario de la memoria colectiva y el único que había logrado aglutinar y dar cohesión a un movimiento de comunidades de diverso origen para defender sus derechos. Aseguraba que su combatividad y su vida estaban ligadas a su guenda errante, de quien extraía su astucia, fortaleza y ferocidad. Para financiar sus campañas exigía préstamos forzosos a la elite comercial istmeña con métodos arbitrarios, pero, al mismo tiempo, luchaba por la defensa de los derechos primigenios de los pueblos y por el respeto de la propiedad comunal. Buscó la reducción de las capitaciones, de los impuestos y eliminó en algunos momentos las aduanas alcabalatorias para disminuir la carga fiscal de los pueblos. Como pretendemos mostrar en este artículo, Melendre fue un disidente porque cuestionó profundamente los modelos privatizadores en boga, exigiendo que se respetaran los derechos de posesión y usufructo de los recursos naturales a los pueblos originarios, así como los linderos establecidos en sus mapas antiguos y títulos primordiales.19 Pero Orozco, op. cit., p. 27-29. Covarrubias, op. cit., p. 220. 19 Según el importante diccionario jurídico de Escriche, los títulos primordiales son “El instrumento originario y primitivo que contiene la concesión y la época de algún derecho” reconocido por las autoridades. La definición jurídica contrasta con la evidencia empírica que Ouweneel sintetiza concluyendo que la mayoría son documentos escritos en náhuatl, con el estilo de viejos códices, que describen los límites territoriales para reconstituir el viejo altépetl, 17 18 216 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO fue también un transgresor, porque no se conformó con enunciarlo, sino que pasó a los hechos denunciando y actuando en contra de los contratos y la legislación recientemente establecidos, que habían trocado el ejercicio de sus antiguos derechos en delitos del orden común, convirtiéndolos en marginales, y lo más grave, colocándolos en el rango de criminalidad. La comunidad ya no se conformó con explotar las salinas que le correspondían por derecho, sino otras fuera de su jurisdicción, desafiando al poder y a la oligarquía que dominaban la región. Además se opuso a los proyectos de colonización y la concesión de la vía interoceánica y a que les expropiaran sus propiedades por otras alejadas de su altépetl. Aunque la comunidad nunca se consideró disidente, sino una “nación” con un proyecto alterno que debía defender sus derechos, vista desde el poder se le consideró y calificó como disidente y aun como criminal. Ante la ineficacia del sistema de administración de justicia, Melendre abogó por un antiguo sistema de usos y costumbres e hizo justicia por su propia mano, utilizando métodos de lucha poco ortodoxos, y al final, al sentirse acorralado, sanguinarios. Su rebeldía lo convirtió en un icono tanto en el pasado como en el presente, mientras en su época los viajeros y aventureros se acercaron para conocer al polémico líder, en la actualidad se ha recurrido a su figura para conformar una nueva identidad binnizá-juchiteca-zapoteca.20 ¿Pero cuál era la trayectoria política de Meléndez y qué lo orilló a tomar las armas? Che Gorio Melendre, como la tradición juchiteca prefiere recordarlo, nació el 12 de marzo de 1793, en el rancho La Palma, subdelega- pero que en realidad es un discurso de comunidad. Independientemente del origen de los documentos, el problema en cuestión es si la autoridad lo reconoce como instrumento jurídico y prueba de propiedad, que es el caso de Juchitán. Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Miguel Angel Porrúa-Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, 1998, p. 688; Arij Ouweneel, Shadows over Anáhuac. An Ecological Interpretation of Crisis and Development in Central México, 1730-1810, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1966. 20 Quiero destacar la importante labor de promoción y recreación de una cultura alterna, la de los dixasá-binnizá que inició la Revista Neza, fundada en 1939, por la Sociedad Nueva de Estudiantes Juchitecos, y continuada desde hace más de 40 años por el genial e irreverente artista juchiteco Francisco Toledo en Oaxaca, tanto en su obra iconográfica y artística como en el financiamiento de la labor de investigación, recopilación y publicación de documentos fundamentales para la historia de Juchitán que ha dirigido el poeta y lingüista Víctor de la Cruz. En la plataforma que dio el Ayuntamiento dirigido por la COCEI y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) se ha impulsado tanto la escritura de libros como la importante revista Guchachi Reza (Iguana Rajada), en cuyas páginas se afirma: “Nos aferramos al dixasá, porque su experiencia en el pasado nos ofrece salidas y soluciones hacia el futuro, hacia otro tipo de modernidad menos injusta.” LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 217 ción de Tehuantepec, de la próspera y recién instaurada Intendencia de Oaxaca. Las primeras influencias que marcaron su existencia fueron la vida ruda del rancho, que lo convirtió en un diestro jinete, hábil en el manejo de las armas; además, el contacto vital con las culturas zapoteca y huave, llenas de rituales ligados a la producción y explotación de las salinas y una celosa educación. Meléndez vivió la inconformidad y efervescencia política que desencadenaron las reformas borbónicas en las postrimerías del virreinato de la Nueva España. A los 20 años de edad decidió unirse a la revolución de Morelos y secundar la cuarta etapa de la campaña militar del sur que encabezaba el mariscal de campo del ejército insurgente don Mariano Matamoros. Che Gorio quedó vivamente impresionado y cuestionado en lo más profundo por la profética e “incendiaria proclama” que Morelos dirigió a los “Hijos de Tehuantepec”21 y desde entonces y para siempre decidió luchar por su pueblo. Comisionado por Morelos, el cura Matamoros tenía la misión de extender la revolución en el sur de México, dominar la posición estratégica del Istmo y cubrir con sus tropas desde Yanhuitlán, Oaxaca, hasta Tonalá, Chiapas, donde contuvo y derrotó al ejército realista. En su campaña de agitación arengó a los juchitecos en el cerrito Hilaari (tendal de ropa), y a partir de entonces, entre otros, Melendre se adhirió a su causa y recorrió el camino real de Ixtaltepec a Niltepec, donde libraron su primera batalla exitosa.22 Con el triunfo inicial afloraron las creencias míticas y aceleró el despertar de las comunidades mestizas e indígenas del istmo de Tehuantepec. Años más tarde, estas comunidades se alimentaron de la propaganda y la movilización social que el expresidente y general Vicente Guerrero desarrolló con su guerra de guerrillas, después que fue derrocado por Anastasio Bustamante. Entonces se aliaron coyunturalmente a la lucha del partido popular o de los yorkinos federalistas que operaba en la región meridional de la República, en los estados de Chiapas, Tabasco, Oaxaca y en la vecina Guatemala, bajo el liderazgo del gobernador chiapaneco Joaquín Miguel Gutiérrez. Che Gorio Melendre, como federalista convencido, se levantó en armas nuevamente en 1834 al ser derrotada la primera reforma liberal que promovió el cambio de la forma de gobierno y culminó con la implantación del centralismo. Al ser derrocado Gutiérrez como goberna- 21 “‘Desengaño de la América y traición descubierta de los europeos’, Diciembre 1812, Incendiaria proclama de Morelos”, en Ernesto Lemoine, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991; p. 246-256. 22 Orozco, op. cit., p. 27-29. 218 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO dor, el 20 de febrero de 1835, José Gregorio Meléndez se unió a su campaña de guerrillas y desde Tuxtla lo acompañó a San Cristóbal de las Casas, para luchar contra “la presión que se estaba ejerciendo sobre los Ayuntamientos para que levantaran y firmaran actas de adhesión al nuevo régimen”, pero fueron inútiles sus esfuerzos, pues fueron derrotados en la meseta de Copoya.23 Mientras las milicias cívicas en las regiones defendían el federalismo y luchaban abierta o veladamente contra el régimen de Santa Anna, en la capital de la República el gobierno envió una iniciativa al Congreso el 15 de enero de 1835 para reorganizar dichas milicias. En la sesión secreta de la Cámara, del 3 de febrero, la Comisión de Guerra presentó un dictamen que proponía su supresión o extinción total. Con la promulgación de la ley del 31 de marzo se dirimió la contradicción y rivalidad de los ejércitos: al suprimir al ejército popular se impuso el modelo de ejército jerárquico y de elite y se eliminó al potencial enemigo. En Oaxaca este decreto desencadenó dos revueltas simultáneas en Tehuantepec y en Huajuapan, encabezadas por los cívicos “activos de Tehuantepec y Oaxaca”, comandados por José Gregorio Meléndez y Miguel Acevedo, respectivamente.24 Mientras la segunda fue severamente reprimida, la que acaudilló Meléndez en mayo de 1835, secundaba el Plan de Texca, proclamado por Juan N. Álvarez, que solicitaba la destitución de Santa Anna. El compromiso de Meléndez era levantar la Costa Chica y el istmo de Tehuantepec. Aunque sólo encontró eco en Jamiltepec, hizo una importante labor entre las tropas de la cabecera del Partido y consolidó una alianza con los federalistas de San Blas. El comandante Maroqui, que dirigía las de Tehuantepec, lo combatió y capturó y junto con los principales dirigentes fue conducido a Oaxaca.25 Después de obtener su libertad gracias a la amnistía general decretada por el Congreso, Meléndez participó en la defensa de Joaquín Miguel Gutiérrez cuando fue derrocado y expulsado a la frontera de Guatemala en su segunda administración. Después del asesinato de Gutiérrez, en un enfrentamiento armado en Tuxtla, sus seguidores mantuvieron el contacto y esperaron el momento propicio para recuperar sus posiciones.26 Fueron estas alianzas tempranas las que explican la actividad de Meléndez en el exterior del istmo de Tehuantepec, al final de sus días. Cáceres, op. cit., p. 33; Trens, op. cit., p. 384. José López Ortigoza, Exposición que el gobernador constitucional del estado de Oaxaca..., Impreso por Antonio Valdés de Moya, 1835, AHGPEO. 25 Iturribarría, Historia, p. 216. 26 Cáceres, op. cit., t. II, p. 39. 23 24 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 219 A partir de 1844 se reactivó la fuerte rivalidad de las villas de Tehuantepec y Juchitán por el control del Istmo; mientras la primera villa se inclinaba por el partido patricio (conservador), Juchitán, aliado al barrio de San Blas —que tenían una fuerte raigambre liberal y popular—, empezó a planear la secesión del estado. Cuando en 1847 Juárez llegó al poder, en aras de la gobernabilidad buscó atraerse y fincar una alianza con Tehuantepec, por lo que depuso a Meléndez —quien controlaba la región, mantenía plena autonomía de Oaxaca y fungía como gobernador de facto del Istmo— e impuso a su compadre, Máximo Ortiz. Esta rivalidad de los líderes naturales alcanzó su punto culminante en 1851, cuando la rebelión juchiteca secesionista contra el gobierno del estado había alcanzado proporciones inmanejables, por lo que Juárez tomó la decisión de destituir a Máximo Ortiz de la gubernatura del Istmo y nombró en su lugar a Ignacio Mejía. Para Ortiz, líder tehuano y autor de la Sandunga, la decisión fue un agravio que nunca le perdonó, pero esperó el momento oportuno para vengarse. La convergencia de la oposición contra el gobierno de Ignacio Mejía, sucesor de Juárez en la difícil coyuntura de finales de 1852, permitió que los rivales políticos hicieran a un lado sus añejas rencillas, formaran una coalición y lanzaran una proclama el 26 de diciembre de 1852, donde reiteraban su propósito de separarse del estado de Oaxaca y apoyaban el pronunciamiento contra el gobierno liberal moderado de Mariano Arista, que finalmente renunciaría al cargo. En enero de 1853 Mejía envió al general Ignacio Martínez Pinillos comandante militar del estado de Oaxaca, para aplastar la rebelión de Tehuantepec. Al medir la superioridad de la fuerza de 1 800 hombres reunidos por la coalición, en lugar de combatirlos Martínez Pinillos se sumó a ellos, suscribiendo el Plan de Jalisco que proclamaban, y con su ayuda se encumbró en el poder estatal, pero esta alianza fue efímera, pues Martínez Pinillos recibió fuertes presiones de la federación para destituir a Meléndez del mando y nombrar en su lugar a Ortiz, repitiendo la historia de 1847. La coyuntura propicia para la venganza de Ortiz tuvo lugar a principios de 1853 en la ciudad de Oaxaca, cuando los liberales del estado ya habían sido desplazados de la política y Juárez dirigía el Instituto de Ciencias y Artes. En ese año planeó el asesinato de sus dos enemigos y rivales políticos. El primer intento frustrado tuvo lugar el 9 de marzo en Oaxaca, contra el exgobernador, cuando Juárez se percató del atentado “cerró las puertas del balcón, se ciñó su pistola y bajó a pedirle explicaciones por su actitud.” Cobardemente, Ortiz se refugió en su casa, y lo ocultó su esposa, por lo que Juárez exclamó en voz alta: “dígale a mi compadre que si quiere matarme, […] que lo haga de 220 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO frente.” 27 Como premio a su osadía, Martínez Pinillos nombró a Ortiz gobernador del Istmo, quien dos meses más tarde, se prestó para orquestar una celada para envenenar a Meléndez. Con ello intentaba asegurar definitivamente su poder en el Istmo y evitar ser desplazado políticamente. Mientras estos acontecimientos tenían lugar en la villa de Tehuantepec, Melendre, perseguido, cansado y agotado por sus infructuosas incursiones en el Soconusco y la población tabasqueña de Teapa, y con la derrota a cuestas por el frustrado movimiento de Zebadúa y Solórzano en Chiapas, regresó a su terruño. Desafiando el poder de su antiguo rival buscó a su viejo camarada Severiano Gurrión, en uno de los barrios de Juchitán. A pesar del distanciamiento que se había producido por sus divergencias políticas y militancia en bandos contrarios, ambos conservaban la amistad y “Melendre, de cuando en cuando [lo] visitaba […] Después de un rato de charla, en la que participó también la esposa de don Severiano, de nombre Agustina, Tína Sééhébe, Melendre se acomodó en la hamaca y dejó de platicar. Creyéronlo dormido […] mas había muerto”. El testimonio de su muerte fue guardado celosamente por Gilberto Orozco, descendiente de uno de los lugartenientes del coronel. Cuéntase el siguiente presagio: Provocó la superstición el ulular de muchos búhos, […] que parecía que sitiaban la población en la noche del 28 de mayo de 1853. Fatalmente, en la mañana siguiente, el destino forjó en el yunque del dolor, el luto que tenía que vestir Juchitán. En la misma fecha del decreto, muy temprano, a las siete de la mañana, murió Melendre intoxicado.28 Esta bucólica versión contrasta con otras, como la del historiador Jorge Fernando Iturribarría, quien afirma que “el cabecilla fue encontrado sin vida la madrugada del 29 de mayo, en un jacal de Juchitán, en donde había pasado la noche con su amante. Y la versión que corrió por entonces fue que aquella mujer, seducida y pagada por [Máximo R.] Ortiz, lo había envenenado mañosamente”.29 Con la muerte de Meléndez se cerraba un capítulo en la legendaria rivalidad de las villas. Como cruel ironía, el mismo día que Meléndez expiraba en Juchitán, mientras el cólera morbus asolaba la región, en la capital de la República, el general Santa Anna hacía su entrada triunfal, llamado 27 Iturribarría, Oaxaca..., p. 161-164, y Charles Allen Smart, Juárez, Barcelona, México, Ed. Grijalbo, 1971, p. 114-115. 28 Gilberto Orozco, op. cit., p. 27-29. 29 Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 418. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 221 por los más disímbolos sectores, y tomaba posesión como presidente por quinta y última ocasión.30 Un mes más tarde expedía el decreto de separación del Istmo de Tehuantepec del estado de Oaxaca, con propósitos muy distintos de aquellos por los que había luchado el guerrillero por espacio de más de 20 años. En esta ocasión se le volvía a convertir en territorio, lo cual permitía, convenientemente, definir desde el centro de la República los destinos de esa agitada y estratégica región. El conflicto con las haciendas marquesanas, por “la insaciable codicia de un pueblo bárbaro sin otro título que su fuerza brutal.” El modelo de colonización europea, presentado por las elites gobernantes como la panacea del desarrollo, produjo los primeros encuentros y choques culturales en Tehuantepec a partir de 1835. Los conflictos surgieron cuando el político oaxaqueño de ascendencia francesa, José Joaquín Guergué y sus nuevos socios comerciales Stephano y Giuliani Maqueo, colonos originarios de Bergamo, Lombardía, empezaron a contender con los juchitecos sobre los límites de sus posesiones. Existían serias discrepancias sobre los títulos de propiedad que poseían unos y otros, en áreas especialmente productivas. Este litigio fue complicándose por la resistencia que opusieron los bandos en conflicto. Los hermanos Esteban y Julián Maqueo (que habían castellanizado sus nombres) y Guergué estaban persuadidos de tener la razón, y estaban dispuestos a ejercer su influencia política para tener un resultado favorable. Argumentaban que era del dominio público que las haciendas marquesanas hacía tres siglos habían sido otorgadas a Hernán Cortés. Además, que el contrato de compra-venta había sido concertado por el mismo secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, don Lucas Alamán, como apoderado de los herederos del marqués del Valle. Y, aunque su actuación como político podría ser cuestionable, nadie dudaba de su probidad. Por su parte, los indígenas, que contaban con una fuerte tradición oral, guardaban en su memoria colectiva el triunfo obtenido sobre los dominicos durante el litigio del siglo XVIII, en que la Corona les había restituido 5 sitios de ganado que estaban organizados en la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario. Durante el juicio de ese litigio, 13 principales de los pueblos vecinos habían ofrecido su testimonio como testigos definiendo los límites de su altépetl.31 30 Josefina Vázquez, “Los años olvidados”, en Mexican Studies, v. 5, núm. 2, Summer, 1989; p. 313-326. 31 Títulos Primordiales de Juchitán, [s. l.] [s. f.], AGN, Ramo Tierras, v. 578, exp. 5, f. 1-53. 222 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Cuando Guergué compró las haciendas, era ya un importante comerciante y hacendado ganadero y había participado activamente en la política regional, donde había ocupado puestos de primer nivel en el gobierno estatal. De ahí se proyectó a la política nacional, llegando a ser senador de la República. Los nuevos colonos Esteban y Julián Maqueo habían llegado a México a mediados de los treinta, después de que la derrota del movimiento republicano en el Piamonte los obligó a huir para proteger sus vidas. Decidieron emigrar atraídos por la propaganda de la primera colonización de Coatzacoalcos. Al llegar a México portaban aún las hebillas doradas con el águila de alas abiertas del ejército garibaldino.32 Esteban contrajo matrimonio con Dominga Fesar y se asoció con Guergué en una empresa comercial llamada Maqueo, Molinaro y Compañía.33 Al ensanchar sus inversiones, compraron de manera conjunta las ocho haciendas marquesanas, especializadas en la ganadería mayor y menor, la producción de azúcar y el añil. La compra fue una verdadera oportunidad, ya que Alamán apresuró su venta en cuanto el gobierno centralista, el 9 de abril de 1835, restituyó definitivamente los derechos de propiedad al heredero del señorío del marqués del Valle, Giuseppe de Aragón Pignateli y Cortés, duque de Terranova y Monteleone.34 La venta de las haciendas marquesanas la concertó en Oaxaca, Ignacio Goitia, vocal presidente de la Junta del Departamento de Oaxaca, por 40 000 pesos. Además, en la misma escritura, el antiguo arrendatario Domingo Ricoy Bermúdez vendió el sitio anexo a las haciendas llamado Mata Grande por 1 000 pesos adicionales. Aunque en la escritura no se especifican sus linderos es altamente probable que fuera el terreno en discordia. Los nuevos dueños recibieron un mapa recién trazado por el italiano Betzozzi y tomaron posesión el 13 de agosto de 1835.35 Cinco años más tarde, en 1840, las continuas controversias y discusiones entre los colonos y la República del Pueblo de Juchitán36 por 32 Entrevista con señoras María Adela Maqueo de Oliveros, Bertha y María de los Ángeles Maqueo, 11 de junio de 2001. 33 AGNO, Juan Pablo Mariscal, 1840, Oajaca, 26 sept., f. 321. 34 Conforme a lo estipulado en la ley de la desvinculación de bienes del 7 de agosto de 1823 se hizo la división entre el duque y su primogénito. José C. Valadés, Alamán, estadista e historiador, México, Robledo, 1938, p. 342-343; Jan Bazant, “Los bienes de la familia de Hernán Cortés”, Historia Mexicana, v. XIX, n. 74, oct.-dic., 1969; p. 228-247. 35 México, el 27 de oct. de 1835, AGNO, Juan Pablo Mariscal, 5 de abril de 1837; f. 131140v. 36 AGPEO, Secretaría de Gobierno (en adelante SG) “Solicitud de aprobación de deslinde que hace el municipio y apeo puesta por los colindantes de los dueños de las marquesanas, San Vicente Juchitán 1710-1850”, en Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850. Esparza, op. cit., p. 423. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 223 los límites de la propiedad, obligaron a ambos a acudir ante las instancias judiciales, que eran las únicas con autoridad suficiente para emitir un dictamen y dirimir la controversia. Por ello, ese mismo año, los jueces de paz de Juchitán comisionaron a Tomás de la Rosa para que acudiera al juzgado de primera instancia de Oaxaca, que en ese entonces estaba presidido por Benito Juárez, para obtener una copia de los títulos primordiales del pueblo en la capital del departamento.37 Debido al desorden de los archivos sólo se encontró la historia de un antiguo litigio de 1710 y no los verdaderos títulos primordiales de 1736. Aunque los linderos asentados eran los mismos, los de 1710 no tenían validez jurídica, mientras que los de 1736 contenían una Real Orden de restitución de tierras emitida por la Real Audiencia. A pesar de ello, Juárez ordenó la compulsa y mandó escriturar los títulos ante el notario Ambrosio Ocampo.38 Según los dos documentos y el deslinde de las tierras, la República de Juchitán ocupaba un área de 10 leguas de longitud y latitud que comprendía 10 sitios de ganado mayor y menor (entre las cuales se encontraban las cinco antiguas cofradías de los dominicos) y las pesquerías donde llevaban a pastar a los ganados. Estos sitios los arrendaba el Ayuntamiento y con sus productos pagaban los impuestos, las cargas concejiles y mantenían a la iglesia de San Vicente Ferrer. Dos años más tarde, el problema se agudizó cuando el 3 de julio de 1842, Pedro Garay, prefecto de Tehuantepec, y secretario de la Comisión Científica, de forma unilateral, les dio a los nuevos colonos posesión oficial de los terrenos en disputa, conforme a los límites del mapa de Betzozzi, y éstos construyeron unas mojoneras de cal y canto. Aunque Garay tenía plenas facultades para definir los límites, por las órdenes del gobernador, no siguió las instrucciones de realizar un apeo y convocar a los vecinos para que a través del cauce jurídico deslindaran sus propiedades. Esto provocó una reacción de la comunidad juchiteca, que al sentir amenazado su tochan in altépetl (nuestra casa, la ciudad), trató en primera instancia de resolver el problema de manera legal. La República de Juchitán recurrió al Juez de Primera Instancia, Mariano Fuentes, para realizar un nuevo deslinde en mayo del 1844, tomando como base las escrituras de 1710, el perito ordenó destruir las mojoneras construidas por los colonos y ordenó edificar otras en Guiegochachi o el “Cerro de la Iguana” en la frontera entre la hacienda Esparza, op. cit., p. 387-435. AGPEO, SG, “Solicitud de aprobación de deslinde”, en Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850. 37 38 224 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO marquesana de Chicapa y Niltepec. Al hacerlo, desplazaron la línea divisoria 3 leguas al norte y 14 leguas de oriente a poniente con lo que quitaron a los colonos “los mejores terrenos de que ha gozado la hacienda de Chicapa”, y sitios de las haciendas de La Venta, La Ventosa y Rancho Lagartero.39 Por lo que estallaron las hostilidades. Para evitar que el conflicto tomara otras dimensiones, el secretario de gobierno de Oaxaca solicitó el 22 de abril de 1845 que se carearan los vecinos ante los jueces José Antonio Santibáñez y Mariano Fuentes, actuario y de Primera Instancia, respectivamente, y Pedro Portillo, como apoderado general del común del pueblo de Juchitán. Al realizar el apeo con los vecinos, surgieron acuerdos importantes, pero también afloraron las discrepancias sobre los límites de los terrenos.40 El representante de Maqueo y Guergué, Cosme Damián Almeida, argumentó hábilmente la falta de validez jurídica de los documentos de Juchitán ( 1710), y sostuvo que el litigio se debía a “la insaciable codicia de un pueblo bárbaro sin otro título que su fuerza brutal protegida por un juez maliciosamente predispuesto a obsequiar sus avanzadas pretensiones.” Por su parte, los representantes de Juchitán señalaron que los dueños no presentaron “los documentos primordiales de su antiquísima propiedad”. Como el juez actuario no encontró evidencias jurídicas que concedieran la razón a alguno de los bandos prefirió no construir ninguna mojonera y diferir el juicio hasta que presentaran pruebas más contundentes.41 En esas circunstancias los dueños de las haciendas solicitaron a Lucas Alamán que les proporcionara la documentación jurídica que sustentara los límites de la propiedad, pero no pudo hacerlo, porque como informaba al duque de Monteleone en 1850, “en la Casa no los había, ni ha habido nunca papeles suficientes para defender aquellos linderos”. Los dueños, para evitarse problemas, suspendieron los pagos adeudados, reclamaron daños y perjuicios e intentaron regresar la propiedad a Lucas Alamán, pidiéndole que les reintegrara lo que habían pagado. En la negociación final lograron una significativa reducción de 10 000 pesos del costo original de las haciendas. Una compensación tardía e insuficiente, porque la rebelión ya había cobrado víctimas entre los administradores de las haciendas marquesanas.42 39 Es decir, el terreno en disputa era de 52 leguas cuadradas. AGPEO, SG, Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850, p. 28, y leg. 16, exp. 4, p. 189; véase también Esparza, op. cit., p 429. 40 AGPEO, SG, “Solicitud de...”, en Conflictos de Tierras, leg. 64, exp. 13, 1710-1850; p. 28. 41 Ibid., f. 35v-37. 42 Lucas Alamán al duque de Monteleone, 11 de febrero de 1850, núm. 188, en Lucas Alamán, Documentos diversos, inéditos y muy raros, 4 t., México, Editorial Jus, 1947, t. III, p. 519. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 225 “La contumacia de un pueblo desobediente y los males que va a sufrir si no se somete lisa y llanamente a las leyes”. La rebelión de 1844-1845 El conflicto estalló cuando el pueblo de Juchitán se percató que los símbolos de su identidad, el mapa y los títulos primordiales del pueblo que debían estar resguardados en las casas consistoriales, habían desaparecido. Al sentir amenazado su territorio, convocaron a la comunidad para informar de la situación. Hacían responsables de la desaparición a Calixto López y Marcelino Reyes Vera, antiguos jueces de paz, quienes habían desempeñado sus cargos “cuando se versaron los negocios de la posesión que se dio a las tierras marquesanas a D. Estevan Maqueo” y cuando Pedro Garay era prefecto de Tehuantepec para apoyar los trabajos de la planeación y recopilación de datos para la vía de comunicación interoceánica.43 En diciembre de ese año, el pueblo en pleno decidió hacer justicia por propia mano y encarceló a los antiguos funcionarios después de exigirles que entregaran los fundamentales papeles. La explosividad del pueblo juchiteco obligó al coronel José María Ábrego a solicitar la intercesión del cura Félix María Chavarría para salvar las vidas de los antiguos jueces de paz y evitar el estallido de la rebelión que la comunidad había convocado para el 10 de enero de 1845 contra las autoridades. Un mes más tarde, el pueblo de Ixtaltepec, puso en prisión y amarró en el cepo a Manuel Montellano y José Domingo Castillo, antiguos funcionarios, que habían “extraído de sus papeles y títulos varias fojas que resultan arrancadas”.44 El comandante de Tehuantepec, José María Ábrego, envió una partida militar al mando del capitán José Vicente Magro y el teniente Manuel Peimbert para contener los disturbios de la comunidad. Al llegar, el juez Mariano Fuentes les indicó que el pueblo se hallaba congregado en las casas consistoriales, en una asamblea presidida por los jueces de policía, para “hacer valer sus derechos”. En dicha reunión redactaron un sumario de ejecución contra los antiguos funcionarios municipales que tendría lugar a las 4 de la tarde. Al llegar a la asamblea el capitán Magro recogió los papeles, ordenó liberar a los acusados, mandó arrestar y atar a una cuerda a los 82 hombres que se encontraban reunidos y los condujo a Tehuantepec, caminando cinco horas sin descanso; 43 Antonio de León, gobernador de Oaxaca, a Ministro de Guerra, 30 de diciembre de 1844, AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 1. 44 Antonio de León a Ministro de Guerra, 22 de enero de 1845, AHDN, exp. XI. 481.3. 2131, f. 4-5. 226 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO mientras las independientes y arrogantes juchitecas prorrumpieron en “injurias contra la tropa”.45 A finales de enero, la comunidad de Juchitán, desesperada por haber agotado los recursos legales ante el Juzgado de Tehuantepec sin encontrar eco a sus demandas decidió desterrar a las familias del recaudador de la renta del tabaco y alcabalas, Calixto López (incluyendo a su padre Cesáreo) y a la del antiguo alcalde primero y síndico procurador Agustín Ramírez, acusados de robo del mapa y malversación de los fondos de la caja de la comunidad, con “las ventas […] del ganado del común y del patrón de este pueblo”.46 Joaquín Ramírez, padre de Agustín, se quejó ante el juez Mariano Fuentes, de que el juez de paz había decretado su expulsión del pueblo sin mediar un juicio y bajo la advertencia de que, en caso de desobedecer al común del pueblo se verían precisados a “sacarlos a la voluntad de un lazo hasta la raya del Estado de Chiapas”. Además, se les exigió sacar sus pertenencias que se encontraban en las haciendas marquesanas. El 27 de enero de 1845, el secretario de gobierno de Oaxaca ordenó a Muñoz, comandante de Tehuantepec, que impidiera que se cumpliera el decreto de expulsión contra Calixto López porque era un funcionario público de quien dependía el cobro de la capitación y la recaudación de los impuestos de las salinas, por lo que era imprescindible su presencia en el Istmo. Cuando el prefecto de Tehuantepec, José María Muñoz, se enteró de las amenazas al recaudador y la inacción del gobierno, envió una carta el 1 de febrero de 1845, condenando la política conciliadora del gobierno del general León. Aunque reconocía que las circunstancias de la República no permitían tomar otras medidas que agravaran la situación, solicitaba refuerzos para “reprimir todo desorden, a hacer respetar las leyes y a manifestar a los malvados, que el Gobierno tiene la fuerza física y moral para reprimirlos”.47 Dos meses más tarde, los brotes de descontento se manifestaron entre la tropa de la guarnición. El 2 de abril de 1845, el gobierno de Oaxaca se había retrasado un mes en el pago de los haberes de los soldados, por lo que el comandante recurrió a los funcionarios municipales. El prefecto Faciliso Pedro Carballo le prestó 400 pesos de los fondos del Ayuntamiento, suma insuficiente que lo obligó a recurrir a Rafael Vaquerizo, administrador de las salinas de Echeverría, solicitándole un adelanto de la contribución de salinas. Vaquerizo se negó, 45 Ibidem. Leocadio del Castillo y José Salazar al prefecto de Tehuantepec, 28 enero de 1845, AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 9. 47 Carta de Joaquín Ramírez a Juez de Primera Instancia, AHDN, exp. XI.481.3.2131. 46 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 227 mostrando inflexibilidad y poca sensibilidad a los problemas de la comunidad, por lo que estalló un motín en la guarnición. Al hacer la averiguación de quiénes habían iniciado la insurrección, las autoridades militares prefirieron no actuar “por las relaciones de parentesco y paisanaje” de la tropa con la población. Cinco días más tarde, el gobernador Antonio León envió 200 hombres para reprimir la rebelión, al mando de José María Muñoz, quien a partir de entonces, debía hacerse cargo de la comandancia militar de Tehuantepec. A fines de mayo Muñoz recibió informes alertándolo sobre la campaña de agitación política que dirigía Miguel Salgado, desde Teleoloapan (cerca de Iguala), entre las comunidades indígenas, quien pretendía escindir el departamento de México y crear el de Acapulco. Ese mismo mes, los militares detectaron una conspiración con características similares y cuyo epicentro era Juchitán, la cual, siguiendo el modelo anterior, planeaba la escisión del distrito de Tehuantepec para independizarse del departamento de Oaxaca. La conspiración tenía adeptos entre los auxiliares de la propia guarnición y revelaba la intensa labor política que encontraba un campo fértil en la falta de pago de sus haberes. Para evitar conflictos, el comandante desarmó al regimiento y dejó depositado en el cuartel todo el armamento. Era la primera vez que se veían signos separatistas en el istmo de Tehuantepec. El 3 de julio de 1845, José María Muñoz, con 200 hombres y una partida de 45 hombres de caballería, llegó a Juchitán. Esto agudizó el movimiento, lo cual unido a la falta de pago a la guarnición y a la tensa situación que privaba, culminó con la reunión de 1 500 a 2 000 hombres, de una población de 4 567 del pueblo y 9 700 del partido de Juchitán. Mientras tanto, los mismos militares separatistas, dirigidos por el teniente coronel José Gregorio Meléndez, Pablo Puertos, el teniente José Antonio Fuentes, José María López y los hermanos Macedonio y Marcelino Ruiz, insistían en exigir que se acatara la orden de expulsión de los venales funcionarios. Al tratar de recuperar los mapas de la comunidad, destruyeron parte de sus casas y amenazaron de muerte a la familia López, que logró escapar. Muñoz afirmaba que esos “hechos tan depravados y escandalosos” merecían la condena enérgica del ejército, y daba a conocer: “El desagrado con que el Supremo Gobierno ha visto la contumacia de un pueblo desobediente y los males que iban a sufrir si no se sometían lisa y llanamente a las leyes.” 48 Cuando llegaron ór- 48 Antonio de León al Ministro de Guerra y Marina, Oaxaca, 23 de julio de 1845, AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 28-31. 228 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO denes del centro de Oaxaca, las autoridades militares exigieron que se presentaran los líderes del movimiento, los soldados juchitecos recibieron a la partida militar con muestras de sumisión y respeto, mansamente solicitaron un indulto y el gobierno los trató con indulgencia.49 Los proyectos cupulares de la vía de comunicación interoceánica 50 En 1842 resurgió con toda su fuerza el antiguo proyecto de comunicación interoceánica. Las necesidades de expansión del comercio y el empuje empresarial se conjugarían con la voluntad política de Santa Anna de promover el desarrollo económico del país. José de Garay, el hijo menor de la dinastía empresarial veracruzana, fundada por Pedro Antonio de Garay y Llano, antiguo prior del Consulado de Veracruz, que había acumulado una gran fortuna durante el auge del comercio irregular, presentó al presidente provisional el 25 de febrero de 1842 un memorial proponiendo la apertura de la vía interoceánica. Ejerciendo sus facultades extraordinarias Santa Anna aprobó cuatro días más tarde el proyecto y otorgó la concesión, por 50 años, el 1 de marzo siguiente. La Constitución de 1836 preveía que el Congreso debía someter a ratificación todos los contratos, pero como ésta estaba reformándose, no se cumplió con este requisito.51 Una vez aprobado el proyecto, el empresario contrató a Gaetano Moro para que encabezara la Comisión Científica, que habría de practicar el reconocimiento del terreno (la exploración, las mediciones topográficas y astronómicas) para proponer la ruta de la vía de comunicación. Al mismo tiempo, para facilitar los trabajos de la Comisión Científica se dispuso muy convenientemente desde el centro el nombramiento de prefecto de la villa de Tehuantepec al teniente coronel Pedro de Garay y Garay, sobrino del empresario, quien trabajaba simultáneamente en la Secretaría de Guerra y Marina y fungía como secretario y tesorero de la Comisión Científica. Reunía tres responsabilidades: recaudar impuestos, “recopilar noticias estadísticas, materiales, mapas y manuscritos” y obtener información necesaria para la Comisión, que reunió gracias al “celo de las autoridades, y al empeño Iturribarría, Historia..., p. 233, y AHDN, exp. XI.481.3.2131, f. 31-40. Lucía León de la Barra, “José de Garay y la concesión sobre el Istmo de Tehuantepec”, tesis, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 2000. 51 José Fernando Ramírez, Memorias, negociaciones y documentos para servir a la historia de las diferencias que han suscitado entre México y los Estados Unidos los tenedores del antiguo privilegio, concedidos para la comunicación de los mares Atlántico y Pacífico en el Istmo de Tehuantepec, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1853, p. 6-7. 49 50 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 229 de personas juiciosas e irrecusables”.52 Al finalizar el estudio, que duró nueve meses, Moro propuso cuatro alternativas al empresario, aunque se inclinaba por la construcción de un canal de grandes dimensiones de transporte de buques que vinculara al río Ostuta con el río Chicapa, subiera por el valle de Tarifa y lo conectara con el río Coatzacoalcos. Moro calculó que el costo del proyecto sería del orden de 17 millones de pesos. Como México carecía de recursos para financiar la construcción, José de Garay elaboró un prospecto de inversión y emprendió un viaje a Europa para buscar fuentes de financiamiento con que iniciar la obra y socios que promovieran la empresa de colonización.53 Mientras tanto en el Istmo, los ingenieros militares coordinaron la contratación de la mano de obra, la construcción del camino carretero en el paso de Chivela, el entrenamiento y la formación de cuadrillas de los trabajadores de la empresa que en distintas épocas llegaran a oscilar entre 500 a 1 500 indígenas de diversas etnias. La gran mayoría eran binizáas, pero también emplearon huaves, mixes, zoques y zambos. Era muy importante contratar capataces inteligentes y bilingües que sirvieran de traductores e intermediarios y entrenaran a los equipos de 20 trabajadores monolingües.54 La Comisión estableció el centro de operaciones y mediciones trigonométricas en el pueblo de Juchitán. Entre otras razones, por que allí se concentraba la mayor parte de la mano de obra indígena y porque “los soldados zapotecos que llevaban las cadenas, desplegaron una admirable inteligencia y en poco tiempo se hicieron diestros”.55 A pesar de la gran capacidad de adaptación de los binnizáas y los huaves, los conflictos y choques culturales no tardaron en presentarse, sobre todo cuando los ingenieros se empeñaron en penetrar y traspasar los umbrales de los lugares sagrados de las comunidades indígenas. Pedro Garay describió una de las múltiples experiencias cuando los ingenieros ordenaron colocar en la cumbre de Manopostiac el vértice de uno de los triángulos de la red trigonométrica.56 La Comisión Científica ignoraba “el peligro” al que exponía a sus trabajadores cuando les ordenó guiar a los ingenieros a la isla. Manopostiac era el lugar sagrado donde Moro, op. cit., p. 1, 36-40. Moro, op. cit., p. 6. 54 John Jay Williams, El Istmo de Tehuantepec, resultado del reconocimiento que para la construcción de un ferrocarril de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico, ejecutó la comisión científica bajo la dirección del Sr. J. G. Barnard, traducción de Francisco de Arrangoiz, Méjico, Imprenta de Vicente García Torres, 1852, p. 70-71. 55 Moro, op. cit., p. 6. 56 Pedro Garay, “Antigüedades zapotecas”, El Ateneo [Mexicano, 1844], p. 142-143. FRBN 117laf. 52 53 230 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO había tenido lugar el mito fundador de la pugna interétnica entre los binnizáas y huaves, y que se transmitía de generación en generación. Entre los exploradores de la Comisión Científica se despertó un gran interés por la antigua cultura zapoteca, al grado de que Pedro Garay publicó una elogiosa reseña en El Ateneo Mexicano y entregó más tarde las piezas arqueológicas recuperadas al Museo Nacional de México.57 Sin embargo, se refirió con duras palabras a los otros grupos étnicos de la región. Respecto de los mixes, expresó que “física y moralmente [.] son una raza degradada, de aspecto repugnante y de la más grosera barbarie.” De los huaves, decía que “algunos entre ellos manifiestan una inteligencia extraordinaria; pero los más son tan brutalmente ignorantes, que se diferencian poco de un pueblo salvaje”. Los zambos, en contraste, eran jornaleros robustos y laboriosos, pero “como en general todos los indígenas de estas partes suelen entregarse fácilmente al exceso de bebida”. El 11 de enero de 1843 Pedro Garay presentó un informe con los avances de la obra y señaló los principales obstáculos para lograr consolidar el proyecto de colonización: la difícil geografía de los terrenos y la propiedad y tenencia de la tierra. Preveía los conflictos por “las contradicciones que podían oponer los propietarios por cuyos terrenos pasará la vía de comunicación”, en particular con los pueblos indígenas, que empezaban a intuir que serían desplazados de sus tierras por un proyecto de desarrollo y, aunque no se oponían a la construcción de la vía interoceánica pues era generadora de empleos, rechazaban que fuera a costa suya. Recordemos que el contrato original obligaba a los empresarios a pagar una indemnización por los terrenos expropiados. Pedro Garay pedía a su tío José, el empresario, que intentara remover este obstáculo. El presidente interino, general Nicolás Bravo, otorgó la “posesión de todo el terreno por donde había de pasar la comunicación, desde la barra de San Francisco (del Mar) hasta la de Coatzacoalcos incluyendo a los terrenos baldíos”.58 Además con el decreto del 9 de enero de 1843 arbitrariamente ensanchó la concesión de 1/4 de legua a 10 leguas en ambos lados de la vía de comunicación. Y autorizó a declarar como “terrenos baldíos todos los que excedieran del fundo legal del pueblo, y los que poseían sin título legítimo por los particulares o corporaciones”.59 Esto quería decir que podían disponer de los terrenos de los pueblos de los partidos de Tehuantepec, Nejapa y Juchitán Moro, op. cit., p. 30-31. Ramírez, op. cit., p. 10. 59 Ramírez, op. cit., p. 24. 57 58 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 231 íntegros, quienes además debían probar la posesión de sus títulos, algunos de los cuales estaban desapareciendo “misteriosamente”.60 El gobernador de Oaxaca, el general Antonio de León ordenó la entrega de los terrenos y el 2 de abril de 1843 le informaron que había finalizado la toma de “posesión de los baldíos a Pedro Garay en representación de (José [de]) Garay” y que habiendo “concluido el reconocimiento del istmo había salido para México” dejando un representante de la empresa”.61 De León había advertido a la empresa que debía convocar a los pueblos circunvecinos para señalizar conjuntamente los nuevos límites y las zonas estratégicas de la vía “para que de una manera fija, permanente e inalterable” quedaran señaladas y no hubiera dudas sobre los límites de la concesión.”62 Sin embargo, como hemos visto en el apartado anterior, la Comisión Científica violando el acuerdo construyó unilateralmente las mojoneras de cal y canto.63 Esta situación sería uno de los detonantes para desencadenar la rebelión de 1844. La concesión de la vía tuvo una larga y complicada historia de ratificaciones y declaraciones de caducidad del contrato hasta que finalmente fue anulada, sólo nos interesa rescatar los aspectos que alimentaron el conflicto de Juchitán. A punto de expirar el primer plazo de caducidad del contrato, en 1846 se ratificó la concesión modificando los términos prescritos para indemnizar a los propietarios de terrenos expropiados, ya no se pagaría con dinero en efectivo sino con “terrenos baldíos alejados de las 20 leguas concedidas a los márgenes del canal interoceánico”.64 Esta disposición que causó gran malestar, pues los indígenas no sólo serían desplazados de su altépetl sino que trocarían tierras fértiles por terrenos improductivos. Ese mismo año José de Garay, sin autorización del gobierno, traspasó la facultad de colonizar los terrenos baldíos y la explotación de las maderas finas, especialmente la caoba, a las firmas británicas de Manning y Mackintosh y John Schneider y Cía., empresa constituida por los cónsules británicos. Y en 1848 la empresa británica traspasó sus derechos al financiero norteamericano Peter Hargous, y en febrero de 1849 José de Garay se asoció y traspasó sus derechos al mismo empresario norteamericano. Mientras tanto, el Ejecutivo emitió un decreto el 4 de diciembre de 1846 otorgando nuevas facultades a la Dirección General de Coloniza- Ramírez, op. cit., p. 11. Ramírez, op. cit., p. 12. 62 Manuel Larrainzar, Análisis del dictamen de la comisión de negocios extranjeros al Senado de los Estados Unidos sobre el negocio de Tehuantepec, Washington, 1852, FR IIH, p. 10. 63 Véase Ley de 1 marzo de 1845, en Ramírez, op. cit., p. 12- 20. 64 Decreto de José Mariano Salas, 5 de noviembre de 1846, Ramírez, op. cit., p. 38-39. 60 61 232 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ción e Industria, y nombrando como director a Antonio de Garay, hermano mayor del empresario y socio capitalista de la empresa. Desde esa posición la empresa se vinculó con la Sociedad Nacional para Emigración y Colonización Alemana presidida por el doctor Kunser, quien se asoció con los de Garay y autorizó un proyecto de emigración masiva a México con la condición de que se promoviera la tolerancia de cultos que estaba prohibida por la Constitución, pues la mayoría de los colonos eran de “religión evangélica protestante, y que sin la seguridad de ejercer su culto y sin la libertad de la instrucción religiosa, no es posible que se dirijan al suelo mexicano”. Aunque Antonio de Garay propuso su reforma, el legislativo en 1848 se mostró adversa a tal idea65 y con ello se pospuso la colonización alemana en el Istmo. El 5 de febrero de 1853 el presidente de la Suprema Corte, Juan B. Ceballos, fuertemente presionado por Estados Unidos por la rescisión del contrato anterior, adjudicó el privilegio de construcción de la vía a la compañía Sloo, encabezada por Ramón Olarte, Manuel Payno y Joaquín Pesado. Y por primera vez, haciendo a un lado sus antiguas objeciones al desaparecer el peligro de la expropiación de sus terrenos para la colonización, y persuadido por el alemán von Tempsky, José Gregorio Meléndez se pronunció finalmente a favor de la comunicación y del regreso de Santa Anna: Considerando que esta villa hoy más que nunca necesita la pronta reorganización, estabilidad y buen nombre, puesto que en ella se fijan las miradas del mundo entero [sic], principalmente por haberse celebrado ya la contrata de la apertura del Istmo, y que sin la paz y buen arreglo tampoco podremos disfrutar de las ventajas de tan grandiosa obra, ni los empresarios podrán sino con grandísimas dificultades comenzar sus trabajos.66 La gubernatura de José Joaquín Guergué, la autonomía del Istmo frente al Estado y el ascenso de Juárez al poder Dos años más tarde de la primera rebelión en Juchitán, cuando México se hallaba al borde de la guerra contra los Estados Unidos, México sufrió una severa crisis de hegemonía. A mediados de 1846, en plena guerra con Estados Unidos, llegó al poder una coalición de liberales mo- 65 Antonio de Garay, Memoria de la dirección de colonización e industria. Año de 1849. México, Imprenta de Vicente G. Torres, 1850, FRBN, 762laf. 66 Plan de Tehuantepec, 21 febrero de 1853, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (18211854)..., p. 415-416. Véase supra nota 16. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 233 derados y puros en el estado de Oaxaca.67 Mientras tanto en la capital de la República, por segunda ocasión Santa Anna y Valentín Gómez Farías, formaron una coalición liberal y militar para sacar adelante un proyecto de reforma fiscal para financiar la guerra con Estados Unidos, el Congreso promulgó el decreto del 11 de enero de 1847 autorizando un préstamo hasta un tope de 15 millones de pesos que se obtendrían con la hipoteca o venta en subasta pública de los bienes eclesiásticos. La reacción contra el decreto fue intensa, en Oaxaca el 15 de febrero de 1847 estalló una ola de descontento en el ejército que culminó con el derrocamiento del régimen liberal de Arteaga y la entrega del poder al vicegobernador José Joaquín Guergué, el dueño de las haciendas marquesanas. Dos fueron las fuentes de oposición al régimen de Guergué: por un lado, Benito Juárez en la capital de la República, y por otro lado, una rebelión popular de oposición que encabezó José Gregorio Meléndez en el istmo de Tehuantepec hasta lograr su renuncia el 28 de mayo. Por casi seis meses, Oaxaca no pudo recuperar el control de ese departamento. Mientras que las fuerzas norteamericanas avanzaban hacia la capital de la República, Juárez se desplazó en agosto a Oaxaca, para tratar de restablecer la forma de gobierno federal. Un movimiento militar derrocó al gobernador en funciones. En teoría debía regresar Arteaga, pues era el gobernador, pero el partido liberal, prefiriendo un pragmatismo político a la legalidad, entregó el poder a Juárez en octubre de 1847.68 Uno de los primeros actos de gobierno de Juárez fue afianzar su poder en el Istmo, nombrando como gobernador interino a su compadre Máximo Ortiz, y a Meléndez como coronel de la guardia nacional de Juchitán y Tehuantepec y con ello desplazó al coronel que había encabezado la resistencia al gobierno conservador de Guergué. Esta decisión chocó con las expectativas de Meléndez. La incongruencia entre sus aspiraciones políticas y la posición de mando ofrecida lo colocaron en una situación de frustración que lo llevó a acercarse a posiciones ideológicas radicales. Juárez justificó su decisión en la importancia estratégica de una buena organización militar ante una eventual agresión estadounidense, ya que el ejército invasor que había desembarcado en Tabasco amenazaba penetrar por el río Coatzacoalcos. En realidad esto era una promoción al flanco del líder juchiteco, pues como gobernador podría Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 337-338. Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 349-351; Reynaldo Sordo Cedeño, “Benito Juárez y el Soberano Congreso Constituyente, 1846-1847”, en Luis Jáuregui Serrano, Historia y nación, t. II, 1998, p. 355-378. 67 68 234 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO encabezar la defensa del Istmo. Meléndez consideró que se vulneraba su prestigio ante quien sería su principal rival. Como consecuencia, acusó al gobierno de Juárez de ilegítimo y se declaró en rebeldía. Juárez envió al teniente coronel José María Muñoz a restablecer el orden y para exigir la renuncia de Ortiz.69 Sin embargo, la división del mando político y militar que proponía Juárez tenía sentido en la coyuntura del momento. El gobernador se había percatado de las intenciones expansionistas norteamericanas en el Istmo. Las victorias militares prácticamente habían asegurado la transcontinentalidad del territorio norteamericano, por lo que el gobierno de James K. Polk empezó a considerar que entre las diversas propuestas para unir al Atlántico con el Pacífico, la de Tehuantepec e[ra] la verdadera vía americana”.70 Para lograr su propósito avanzó en dos direcciones. Por un lado, ordenó a la escuadra que dirigía el comandante Perry en el Istmo iniciar un reconocimiento de la zona que realizó a partir de 1847 y se prolongó hasta 1848.71 Por el otro, Polk giró instrucciones a Nicholas P. Trist de que ofreciera en las negociaciones de paz hasta 15 millones adicionales a la indemnización norteamericana, a cambio del paso franco por la zona. Sin embargo la oferta fue rechazada enérgicamente por los mexicanos.72 Al finalizar la guerra Juárez vio con mucha suspicacia todos los movimientos de los norteamericanos. El 19 de junio de 1850 llegó a Minatitlán Charles Webster como cónsul, para preparar los trabajos de la tercera Comisión Científica de reconocimiento encabezada por Peter Stuart Trastour, y solicitó autorización para que desembarcaran los operarios y herramientas que transportaba el navío Gold Hunter. Juárez se opuso terminantemente, prohibió cualquier injerencia norteamericana y pidió al gobernador del Istmo, José María Muñoz, y al jefe de la sección hidráulica que lo impidieran, participando su decisión al cónsul norteamericano en Tehuantepec, Charles Webster. Juárez consideraba que se trataba de aplicar la vieja estrategia colonizadora norteamericana de Texas al istmo de Tehuantepec.73 Ante ese difícil 69 Benito Juárez, Esposición que en cumplimiento del artículo 83 de la Constitución del Estado hace el Gobernador del mismo al Soberano Congreso al abrir sus sesiones el 2 de julio de 1848. Oaxaca, Ignacio Rincón, 1848, 35, FRBN 491laf, p. 12; p. 6. fr 491laf. 70 Williams, op. cit., p. 169. 71 Williams, op. cit., p. 6-10. 72 Williams, op. cit., p. 171-172; Alejandro Sobarzo, Deber y conciencia. Nicolás Trist, el negociador norteamericano en la guerra del 47, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 242-258. 73 Williams, op. cit., p. 6-10; Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 390; Suárez Argüello, “José Fernando Ramírez: su estrategia para defender la soberanía”, en Jáuregui, op. cit., t. II, p. 401-419. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 235 panorama internacional, era evidente que Juárez requería de todo el apoyo político y de aliados nacionales para gobernar, hacer prevalecer la soberanía del estado de Oaxaca, y llevar a cabo sus reformas. Su proyección en la política nacional y su participación en el Congreso le habían dado una visión nítida del peso de la oligarquía nacional en las decisiones políticas, y de la importancia de sus inversiones en el estado. Para atraer éstas debía asegurar los derechos de propiedad, lo cuál coincidía con sus propias convicciones de las ventajas de la propiedad privada sobre la comunal. De tal suerte que “exigió la vuelta al orden”, es decir, la vigencia de la ley, imponiendo la obligación de respetar el monopolio de la sal y las propiedades sancionadas por el Estado. La polémica nacional de las salinas y su expresión en Juchitán En marzo de 1849, volvió a aflorar de forma aguda el conflicto entre las comunidades indígenas de Juchitán y las elites nacionales por el control de los recursos naturales. La discusión no estaba aislada, sino enmarcada en una polémica nacional que cuestionaba la privatización de las salinas y los contratos firmados durante la administración provisional de Santa Anna en que se había consolidado un grupo oligopólico muy poderoso. Las puntas de lanza de la oposición eran las legislaturas de Zacatecas, San Luis Potosí, Tamaulipas y, desde luego, Oaxaca. Para 1851, Tamaulipas se puso a la vanguardia, cuando decretó la libre explotación de las sales en el estado. Por su parte, Zacatecas, emulando a Tamaulipas, exigía a la legislatura poner la disposición en vigor, pero tanto el congreso local como el nacional estaban dominados por aliados de los financieros que además eran miembros del oligopolio. El presidente de la Cámara de Diputados en 1851 era nada menos que Francisco Javier Echeverría.74 Lo peculiar es la forma en que la polémica nacional se concretó en Juchitán y las profundas divisiones que se dieron en el seno de la subprefectura. En esta ocasión la comunidad se hallaba dividida en dos posiciones extremas que discrepaban en la concepción de la propiedad y el derecho de explotación de las salinas. Por un lado, la posi74 Ramón Zornosa, “Excitativa que el ayuntamiento de la capital dirige al honorable congreso del Estado para que se sirva decretar la libertad de la explotación de las sales”. Zacatecas, febrero 20 de 1851, en Periódico oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos, sábado 5 de abril de 1851; Congreso Senado, Dictamen de la Comisión segunda de puntos constitucionales del Senado, sobre el decreto de la legislatura del Estado de San Luis Potosí, que gravó las sales con un impuesto de dos reales por fanega, Méjico. Imprenta de V. G. Torres, a cargo de L. Vidaurri, 1850, 132 p. 236 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ción sostenida por Tomás de la Rosa, alcalde primero constitucional, apoyado por Pedro Portillo, subprefecto del partido de Juchitán, consideraba que las salinas que se encontraban dentro de los límites del pueblo estaban dentro de un régimen de propiedad privada y debían respetarse como tales. Por otro lado se esgrimía la postura del común del pueblo, que se había ventilado en una reunión convocada por el Ayuntamiento el 19 de abril de 1849. Esta postura la defendían Macedonio Ruiz, Simón López, José Hilario López y Santiago y Prudencio Orozco, quienes, discrepando de las autoridades municipales, consideraban que por tradición el usufructo de las salinas era un derecho inalienable del pueblo. Apelaban a la autoridad divina, la única cuya legitimidad era irrefutable y a la que estaban dispuestos a obedecer: “todo habitante es libre para disfrutar cualquier beneficio [otorgado] por la Providencia divina en términos de sus terrenos.” 75 Estas salinas, a partir de las reformas borbónicas, se habían convertido en un estanco o monopolio estatal. Con el establecimiento de la República, el Congreso Constituyente de 1824 decretó que el monopolio fuera controlado por la Federación76 y autorizó al Ejecutivo para concederlas en arrendamiento a particulares. Con el propósito de obtener recursos, se arrendaron desde 1825 a Echeverría, quien sería su futuro dueño. Francisco Javier Echeverría y Migoni era un destacado empresario y comerciante del eje México-Veracruz, y uno de los hombres de más influencia en el mundo de las finanzas públicas y de los negocios en el México del siglo XIX.77 Su padre, Pedro Miguel de Echeverría, pertenecía a la elite financiera del ex Consulado de Veracruz, fue uno de los principales beneficiarios de las operaciones financieras del comercio neutral,78 que le dio una proyección internacional al ligarse a empresas europeas como las casas de Hope, Baring y Ouvrard.79 Ade75 Para la reconstrucción de este periodo de la rebelión, véanse documentos anexos en Cruz, VC1, p. 27-69 y que rescata los publicados en Benito Juárez, Exposición del día 2 de julio de 1850, Oaxaca, Ignacio Rincón, 1850, Documentos 8-26; Benito Juárez, Documentos que se citan en la Exposición el día 2 de julio de 1851, Oaxaca, Ignacio Rincón, 1851. 76 Ley de clasificación de rentas del 4 de agosto de 1824, Mariano Galván Rivera, Nueva colección de leyes y decretos mexicanos en forma de diccionario..., 1854, tomo II, p. 587-590, Dublán y Lozano, Legislación mexicana, p. 710-712. 77 Leonardo Pasquel, Presidentes de la República veracruzanos, México, Ed. Citlaltépetl, 1982, p. 28-36. Enrique Cárdenas, Mil personajes en el México del siglo XIX, Banco Mexicano Somex, 1979, v. 1, p. 565. 78 Matilde Souto Mantecón, Mar abierto. La política y el comercio del Consulado de Veracruz en el ocaso del sistema imperial, México, El Colegio de México, 2001; p. 266-267, 287-289. 79 Para un estudio más profundo, véase Guadalupe Jiménez, La Gran Bretaña y la independencia de México, 1808-1821, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 191-260; Carlos Marichal, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio Español, 1780-1810, México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1999, p. 173-277; LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 237 más, estaba emparentado con el virrey Enríquez de Almanza, por su matrimonio con Refugio Almanza.80 Era socio de un importante consorcio comercial entre cuyas empresas destacaban la casa “Viuda Echeverría e hijos” y las empresas de Compañía de Minas Zacatecano Mexicana o Fresnillo.81 El empresario estaba interesado en ejercer control sobre la explotación de las salinas por su impacto en la industria de la plata, la punta de lanza y factor de arrastre de la economía nacional. Como es sabido las salinas y la saltierra constituyen uno de los insumos esenciales para la explotación minera. Para Echeverría era importante incorporarse a la competencia oligopólica, definir las estrategias, controlar y proveer a las empresas mineras de su insumo básico. El gobierno del centro (del estado de Oaxaca) publicó la convocatoria de la venta definitiva de las salinas el 24 de marzo de 1843 en el Diario del Gobierno, pero sólo fue para llenar el requisito formal, porque prácticamente estaban en su poder, por su prolongado arrendamiento y por haberse convertido en la garantía del préstamo realizado en 1839. Para administrar sus nuevas posesiones el 21 de noviembre de 1843 Javier Echeverría firmó un nuevo contrato con Rafael Vaquerizo, vecino de Oaxaca y residente en Tehuantepec, para que a su nombre tomara posesión de las salinas de Tehuantepec y las administrara, pero en especial le recomendaba “cuid[ar] y defend[er] sus linderos y que no se introduzcan los colindantes o cualesquiera otros”.82 La venta de las salinas generó mucha animadversión en Oaxaca. Mientras esto tenía lugar en las altas esferas de la política financiera nacional, los binnizáas, completamente ajenos a las disposiciones constitucionales y a los contratos financieros del Estado, seguían explotando las salinas sin mayor contratiempo, pero conservaban en la memoria colectiva del pueblo la defensa de la propiedad de las salinas que habían emprendido algunos caciques, así como las repúblicas de indios de San Francisco, San Mateo del Mar, Aguatulco, Astata y Guamelula, cuando disputaron con Miguel Alarcón, administrador de tabacos de la Real Hacienda en el partido de Tehuantepec, quien había denunciado las salinas ante el propio Ministerio para convertirlas en estanco en 1778 y 1779. Ante las interpelaciones indígenas, la Corona respetó la propiedad de quienes la demostraron con documentos y compró la mayoría de las salinas, pero dejó intacto el derecho de los indígenas a explotarlas y beneficiarse de las sales, aunque les advirtió Antonia Pi-Suñer, El general Prim y la cuestión de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1996. 80 AGNM, Ramón de la Cueva, 169, 1856, 13 de febrero. 81 AGNM, Francisco Madariaga, 426, 1852, Testamento. 82 AGNM, Francisco Madariaga, 426, 1843, 21 nov., f. 1021v-1022. 238 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO en su reglamento que si negociaban con ellas serían tratados como contrabandistas; en la práctica, siempre permitió que las comercializaran siendo su principal comprador.83 Además de estos antecedentes, en las consideraciones del común del pueblo pesaba también el decreto del Congreso, de 1845, que había sujeto a revisión los 277 contratos firmados durante la administración dictatorial de Santa Anna, entre los que se incluían los de Echeverría. La profunda divergencia en la concepción de la propiedad y la posesión de un derecho, dio origen a la división del cuerpo municipal; algunos ediles consideraban que era responsabilidad del municipio proteger los derechos de propiedad del importante financiero y expresidente. Los otros, reconocían la existencia del contrato de Echeverría, pero apelaban a la antigua tradición y defensa de sus derechos. Después que los contratos habían sido cuestionados por el propio Congreso Federal, los binnizáas, alegando sus derechos adquiridos, se dirigieron a las salinas y sacaron de los almacenes de depósito algunos costales con sal. A solicitud de Rafael Vaquerizo, administrador de las salinas de Francisco Javier Echeverría, el ejército intervino para proteger la propiedad del político y para evitar que la población siguiera fomentando los saqueos. En el ámbito municipal, fueron Tomás de la Rosa, Pedro Portillo y José María Muñoz, comandante de Tehuantepec, quienes ejecutaron las órdenes y trataron de contener las extracciones clandestinas. Denunciaron a los miembros de la comunidad que vendían la sal en el mercado, violentando todas las disposiciones emitidas por el Ayuntamiento. Solicitaron apoyo para aprehender a José Gregorio Sánchez y a Mariano N., alias Chichic, como los líderes que fomentaban el robo de los depósitos de sal. José María Muñoz, a su vez, solicitó a Benito Juárez, gobernador del estado, que enviara 150 hombres para contener esos abusos.84 A pesar de estas disposiciones, en marzo se prolongaron las extracciones de sal y, el 10 de abril de 1848, José Gregorio Meléndez y Chichic escalaron el conflicto, pues no se limitaron a extraer salinas de los depósitos de Echeverría, sino que se dirigieron a explotar las de Salina Cruz, que estaba fuera de la jurisdicción de Juchitán. La respuesta de los miembros del Ayuntamiento y del administrador de las salinas fue ordenar a Manuel Niño López que incautara las mulas del común del pueblo de Juchitán, el cual continuaba extra83 El decreto de 10 de mayo de 1783 y el artículo 23 del reglamento, no permitía “extraerla ni negociar en ella, pena de ser tratados como contrabandistas, pero aquellos indios puedan beneficiar y coger las salinas que necesiten precisamente para su uso”. Fabián de Fonseca y Carlos Urrutia, Historia General de Real Hacienda escrita por orden del Virrey Conde de Revillagigedo, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1851, t. IV, p. 104-107, p. 124-125 84 Cruz, VC1, p. 30 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 239 yendo las salinas, desobedeciendo sus órdenes. Para los juchitecos, la disposición constituyó una afrenta, por lo que organizaron una manifestación de 80 hombres que se presentó a la Sala Consistorial para exigir la devolución de las mulas y amenazó con desconocer la autoridad de los ediles del pueblo. Simón López y Macedonio Ruiz informaron que el pueblo había tomado la decisión de explotar las salinas, pues no podía ver con indiferencia que el administrador de Echeverría, Rafael Vaquerizo, no sólo no las explotara, sino que se diera el lujo de perderlas “con rastras y bueyes”, como había hecho con las salinas de Dovaguichi y Lagunetas. No era justo que se perdieran esos recursos, sólo por defender el derecho de una propiedad privada.85 Cuando el caso se giró al Juez de Primera Instancia, el común del pueblo de Juchitán envió un escrito donde declaraba que no podía permitir que continuara la infamia de Vaquerizo e, invocando el “derecho de naturaleza”, sostenía que eran los “legítimos dueños” y tenían derecho a su explotación para aprovecharnos de este fruto, pues el Ser Supremo quiso ponerlo en nuestro suelo, en nuestra costa (bendito sea Dios) y no como se dice que la estamos robando; producción ofensiva y vilipendiosa; pues el que coge y disfruta lo que es suyo no lo hurta: Nosotros somos mexicanos, somos la nación, y somos dueños y tenemos el mismo derecho para que de este fruto aprovecharnos y de esto que trabajamos tenemos los impuestos que pagarle a la nación y otras cargas concejiles precisas pertenecientes, como es nuestra Iglesia tan deteriorada de un todo, las obras de beneficencia paralizadas y la de capitación atrasadas y el pueblo insolvente, y supuesto que la nación no necesita en el día de la sal, repetimos seguir sacando la sal por ahora y venderlo al mejor postor.86 Cuando Juárez tuvo conocimiento del caso, trató de darle una solución política y evitar que se desencadenara “la terrible guerra de castas”. Temía que escalara la violencia a nivel estatal, por lo que solicitó al secretario de Relaciones Exteriores, José María Lacunza, que se comunicara con el presidente de la República, le informara la situación e intercediera para influir sobre el dueño, para que flexibilizara su posición y permitiera al pueblo explotar las salinas y, sobre todo, que pidiera al administrador que “obrara con prudencia” y dejara de hostilizarlo.87 Aunque no se conoce la respuesta de Echeverría, es evidente que mantuvo su postura rígida y le negó a la comunidad toda posibilidad de volver a 85 86 87 Simón López y Macedonio Ruiz, 17 abril 1849; en Cruz, VC1, p. 29-30. Ibidem. Cursivas mías. Juárez a Lacunza, 23 de abril de 1849, en Cruz, VC1, p. 28. 240 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO explotar las salinas para su consumo personal. En la lógica del empresario la solicitud del pueblo era inaceptable. Aunque las salinas se comercializaban en todo el país y sus principales consumidores eran las empresas mineras, el pueblo de Juchitán era su mercado y su consumidor potencial. Por ello, no podía acceder a las demandas. En la lógica capitalista, la destrucción del exceso de producción de las salinas permitía regular la oferta y controlar artificialmente los precios de la sal en un mercado oligopólico, como era el caso. Como el Ayuntamiento en funciones había apoyado consistentemente la propiedad de Echeverría y no cedía ante las demandas del común del pueblo, en un rito de pasaje Macedonio Ruiz convocó a la comunidad con música ritual, interpretada con instrumentos prehispánicos: dehuééhues (cajas o tambores), gueeres (flautas de carrizo), vihigus (caparazones de tortuga) y caracoles. Como si se presagiara el final, se reunieron en El Calvario para proponer la destitución del Ayuntamiento, pues ya no representaba a los intereses del pueblo. El edil Tomás de la Rosa se percató de la reunión y algunos de los regidores del Ayuntamiento dictaron órdenes de aprehensión contra los líderes del movimiento. Se encarceló a los hermanos Marcelino y Mariano Ruiz y a Juan López (el hijo de Simón López que en la acción hirió al regidor Vicente Regalado al impedir que aprehendieran a José Hilario López). El brote de rebelión se calmó durante la celebración de las fiestas tradicionales del pueblo, el 25 de mayo de 1849. El militar José María Muñoz llegó a Juchitán con una partida del ejército para mantener el orden. Los hombres depusieron las armas y la calma regresó, Muñoz cobró la capitación, estableció una escuela y controló el ramo de policía. Esta tranquilidad, semejante a la calma chicha que precede a las grandes tormentas, pronto cedió para dar paso a un conflicto mayor. Un año más tarde, el 22 de marzo de 1850, la comunidad logró recobrar el control del Ayuntamiento y volvió a luchar por sus derechos. Simón López fue elegido como alcalde primero en sustitución de Tomás de la Rosa, apoyado por el común del pueblo y, según la versión del militar José María Echavarría, “por vecinos perversos”. El alcalde se percató de la ausencia del mapa del pueblo y sospechó inmediatamente de Manuel Niño López, por lo que ordenó encarcelarlo. Niño López era originario de Juchitán y estaba por partida doble en el ojo del huracán: era arrendatario del rancho Río de Chicapa, uno de los terrenos en disputa, era empleado de Echeverría, bajo cuyas órdenes ejecutó las sentencias contra los transgresores de las salinas, y había huido a Tehuantepec por temor a que prosperaran las amenazas de Simón López. En una carta que envió al gobernador de Tehuantepec y al subprefecto Pedro Portillo el 20 de marzo de 1850, decía: LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 241 En tiempo en que el terreno denominado Río de Chicapa reconocía a las haciendas marquesanas, estuve arrendándolo por el espacio de 15 años, pagando con la debida puntualidad a los dueños de éstas la cuota que convine con ellos; mas luego en el año de 1844, que mi relacionado pueblo alegó dominio y propiedad […] retiré mi ganado del lugar para evitar disensiones con el que he reconocido, [y] declarado dueño. En todo el tiempo que estuve poseyéndolo pagué […] con mucha puntualidad el arrendamiento. La versión de Manuel Niño López es a todas luces una verdad a medias, porque si abandonó el rancho en 1844, después de 15 años de renta, debió haber rentado las haciendas marquesanas en 1829, cuando éstas habían sido incautadas por el gobierno; lo que es dudoso. O bien, lo empezó a arrendar a Maqueo en 1835 y en 1850 todavía vivía en el terreno en disputa (sin abandonarlas en 1844), o tenía un doble arreglo de arrendamiento, uno de los cuales evidentemente incumplía. Esto lo reconocía implícitamente cuando afirmaba: Señor Gobernador quiero suponer por un solo momento, sin conceder, que yo hubiera estipulado con el común pagarle cierta cuota anual por el arrendamiento de Chicapa, y que yo no hubiese cumplido, adeudándole todos los vencimientos, ¿pero el modo con que ha procedido el alcalde López, es el prescrito por la ley, para proceder contra los deudores? ¿Él es la autoridad que puede conocer de la cantidad de 800 pesos que es el cargo insanguinario [sic] que me hace? ¿Qué sentencia ha precedido? ¿En qué tribunal se me ha demandado y oído? 88 La versión de Gilberto Muñoz, recogida por la tradición oral juchiteca, cuenta que el cuerpo municipal después de aprehender a Manuel Niño López, Né Nííhíñu, le impuso como castigo el “cepo de campaña” y éste soltó la lengua y delató al exalcalde Pablo del Puerto, acusado de haber robado los mapas del pueblo, a los cómplices y a los “vendemapas”, quienes confirmaron su declaración. Como castigo, el cuerpo municipal decretó que se les embargaran sus propiedades y a Niño se le exigió el pago de 800 pesos que le adeudaba por el arrendamiento de los terrenos del común del pueblo.89 88 Representante de Manuel Niño López, al gobernador de Tehuantepec, marzo 20 de 1850, en Periódico Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, lunes 1 de julio de 1850. 89 Orozco, op. cit., p. 27-36. 242 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO La matanza de Juchitán y el enfrentamiento entre jurisdicciones, el nivel nacional, estatal y municipal El alcalde Simón López, desconfiando del sistema de administración de justicia, decidió incautar y vender los bienes de Manuel Niño López sin apegarse a recomendaciones de las autoridades departamentales de que esperara el fallo judicial antes de emprender cualquier acción.90 Por ello, según la versión de Meléndez, si alguna falta pudiese atribuir a Simón sería la de “inobediencia al llamado de las autoridades”. Fue entonces cuando Meléndez decidió participar activamente en el conflicto, tratando de interceder por el alcalde ante los militares. Mientras tanto, Simón López, alertado por el despliegue militar que amenazaba con aprehenderlo, huyó a los montes de Juchitán, pero encargó a sus subalternos que entregaran el mapa y títulos de los terrenos del pueblo a Meléndez, porque era el único capaz de defenderlos, tal como lo refiere Gilberto Orozco en sus “Tradiciones y leyendas del Istmo de Tehuantepec”: “Una noche de abril, al claror de la luna, numerosos juchitecos en comisión se acercaron a Melendre en su rancho.” Por su parte, los militares, el gobernador del departamento de Tehuantepec, José Marcelino Echevarría, y el comandante Miguel Conde, se dirigieron a Juchitán para verificar que se cumplieran con las órdenes de consignación del juez y para restablecer el orden “subvertido” por el alcalde Simón López, a quien trataron de consignar, pero no lo encontraron. El 12 de abril de 1850, cuando las autoridades se enteraron de que Meléndez tenía en su poder los importantes documentos, se los mandaron pedir por medio del regidor Juan Castillejos. Melendre se rehusó a entregarlos, pues eran la única prueba con que contaba la comunidad para definir la propiedad de la tierra y el único sustento de su lucha, ya que en ellos se registraban los límites de la propiedad, la inclusión de las salinas en el pueblo. Estaba dispuesto a entregarlos, pero públicamente, para que por medio de esa formalidad se sancionara la responsabilidad ante el pueblo y se evitara que de nueva cuenta desaparecieran. En la carta que envió a Benito Juárez, decía lo siguiente: El teniente coronel José Gregorio Meléndez, oriundo de su amado pueblo de Juchitán, respetuosamente participa considerando que tales documentos son cosas interesantes y de mucha responsiva por pertenecer al co90 José María Echavarría al secretario de Gobierno (Manuel Ruiz), 22 de marzo de 1850, en Cruz, VC1, p. 38. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 243 mún, me abstuve por el compromiso que me redundaría con el pueblo, no verifiqué la entrega […] pues en mi concepto, los mencionados documentos habían de ser entregados, bajo de una formalidad, quiere decir, en presencia de la población y autoridades correspondientes, no profesando de ninguna mala fe sobre estos principios; sino únicamente de querer obviar de algunos males de trascendencia.91 Meléndez trató de evitar la confrontación con el gobernador de Tehuantepec, por ello nombró una comisión encabezada por el teniente José Antonio Fuentes para que negociaran la entrega de los documentos, y la restauración del orden legal. La respuesta del gobernador fue inflexible, le exigía que retirara a su tropa y le entregara el mapa sin ninguna condición. Como el juchiteco no obedeció, el gobernador José Marcelino Echavarría rodeó su casa. Meléndez, organizó la resistencia y con el apoyo del pueblo se enfrascó en una batalla que duró dos horas de la que salió victorioso. Echavarría emprendió la retirada con un saldo para el gobierno de 10 muertos y 22 heridos.92 Profundamente disgustado por la “política conciliatoria” que había seguido Juárez, y dolido por la derrota que le inflingió Meléndez, Echavarría envió una carta al secretario de gobierno el 26 de abril pidiéndole instrucciones para encontrar una salida frente a la crisis en Juchitán, donde se había puesto en entredicho su desempeño como militar. Le informaba que “el faccioso” le había hecho llegar un escrito sumamente dócil en que manifestaba que no había “pretendido hollar la constitución y las leyes” y pedía “una mirada de compasión”, pero recomendaba hacer caso omiso a la súplica pues seguía el mismo patrón de comportamiento que en otras ocasiones. La respuesta del secretario de gobierno Manuel Ruiz al gobernador, en su despacho del 26 de abril de 1850, fue contundente: “Procure emplear con serenidad todos sus conocimientos militares y los del arte de la guerra, para asegurar el triunfo y conservar el brillo de las armas del Estado.” 93 En vista de los preparativos de una guerra destructiva, el 6 de mayo de 1850, el párroco de Juchitán, Domingo Ramírez, trató, de buena fe, de servir de mediador. Envió una carta al gobernador de Tehuantepec preguntándole si estaba dispuesto a conceder el perdón general como garantía para negociar con los líderes del movimiento. La respuesta del gobernador fue la siguiente: “Que se rinda a discreción y entregue todo el armamento y útiles de guerra el paisanaje que lo sigue, quedanMeléndez a Juárez, 16 abril de 1850, en Cruz, VC1, p. 40-41. Orozco, op. cit., p. 27-36. 93 Manuel Ruiz a gobierno de Tehuantepec, Oaxaca, 26 de abril de 1850, en Cruz, VC1, p. 42. 91 92 244 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO do sujeto él y los cabecillas del motín a su juez competente”.94 La mediación había fallado. La falta de negociación política acorraló a Meléndez y no tenía más salida que el enfrentamiento armado y la violencia. El gobernador del Istmo consultó con el gobierno del Estado el que contestó que no podía perdonarlo; Juárez decía: “Yo puedo condonar las ofensas personales que se me hagan; pero no está en mi arbitrio permitir que se ultraje impunemente la dignidad del gobierno”. Cuando el conflicto era inevitable, las tropas de Meléndez que sumaban 1 500 hombres y mujeres se concentraron en El Calvario, armados con machetes, palos, piedras y algunas armas de fuego y caballería. El 18 de mayo de 1850, el gobernador del Istmo José Mariano Echavarría, salió de Tehuantepec con 360 hombres y una partida de caballería de 70 hombres fuertemente pertrechados, durmieron en Ixtaltepec y al día siguiente atacaron a las fuerzas de Meléndez. A pesar de la inferioridad numérica, la superioridad del armamento era evidente. El ejército situó estratégicamente la artillería en la entrada del pueblo, e inició con una sostenida descarga de metralla. Según la versión del militar, la fuerza del fuego provocó un incendio en las casas de palma que se encontraban en la entrada del pueblo. El viento avivó el fuego, que se propagó rápidamente consumiendo todas las chozas de los guerrilleros y, según el parte, “la poderosa mano del Altísimo” lo hizo cesar por lo que “se libró lo mejor del Pueblo”.95 El Calvario fue escenario de la ferocidad, la valentía y la táctica militar de los juchitecos encabezados por Meléndez quienes intentaron sin éxito, circunvalar y emboscar al gobernador tehuano. El brutal ataque duró tres horas, murieron en la refriega 60 juchitecos y lamentaron un número desconocido de heridos, cifras que contrastan con las dos muertes y los seis heridos que reportó el ejército. Los guerrilleros combatieron hasta el fin, a pesar de que el fuego consumía sus hogares. Cuando fueron derrotados, se internaron en los breñales y los bosques del Istmo. Los funcionarios que combatieron con las armas a los juchitecos fueron el administrador de alcabalas Máximo R. Ortiz; el juez de primera instancia, Antonio Núñez; el subprefecto de Juchitán, Pedro Portillo; y el administrador de correos, Cesáreo López. Asimismo, los alcaldes de los pueblos de Loayaga, Comitancillo, San Jerónimo, Chihuitan, Espinal e Ixtaltepec, además de los colonos Pablo Pandeli y Julio Liekenz.96 Cruz, VC1, p. 42. Marcelino Echavarría, a Manuel Ruiz, 20 de mayo de 1850, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 379-382. 96 Parte oficial de Echavarría, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 381-382. 94 95 LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 245 La matanza provocó en la sociedad reacciones encontradas: una parte de la prensa nacional registró fuertes críticas al gobierno de Arista y de Juárez; otros diarios, en cambio, exigían medidas más enérgicas. El Tío Nonilla se felicitaba porque el famoso criminal y contrabandista de sal, al fin hubiera sido derrotado, pero sugería “cortar los males de raíz” y “fusilar a los autores de los desmanes” Meléndez, Aedo y Orozco: La sangre de tres hombres hubiera ahorrado la de sesenta y tantos […] muertos […] la sangre de sesenta hombres honrados quizá, aunque seducidos, con engaños, abusando de su miseria, vale más que la de tres pícaros que no perdonan medio, por inicuo que sea para continuar robando al país. Porque sabe el gobierno quienes son los pájaros de esta capital que han facilitado fondos para la facción de Meléndez, […] si el gobierno no castiga a los verdaderos culpables, el gobierno es el responsable para con el país.97 Desde Oaxaca, se acusó a Juárez de que el incendio había sido premeditado. Pero otras fuentes, como La Cucarda, afirmaban que “la causa de la insurrección no ha sido otra que las providencias tomadas por el gobierno del Estado para contener los excesos de estos socialistas.” 98 Meléndez sacó fuerzas de la adversidad: unió los restos dispersos de su contingente y, con ellos, se internó en el estado de Chiapas para unirse a los sublevados de Pichucalco. El gobernador de Chiapas pidió a Juárez que lo apoyara, pero éste se opuso argumentando que la ley prohibía que las guardias nacionales traspasaran las fronteras estatales. En realidad prefería desproteger el Istmo. A los ocho meses de iniciada su lucha, Meléndez proclamó el manifiesto del 20 de octubre de 1850. Las demandas del pliego petitorio de corte liberal exigían, en primer lugar, el respeto a la forma de gobierno federal. En el manifiesto, desconocía a Juárez y solicitaba el nombramiento de un nuevo gobierno, demandaba la supresión de las aduanas terrestres, la reposición de los miembros del Ejército (guardia nacional o ejército), pedía respeto y garantías a la propiedad privada y eclesiástica, y se oponía a la candidatura del ministro de Guerra Mariano Arista a la presidencia de la República.99 Creía que presentando demandas nacionales lograría alianzas con otras regiones. Desconocía a Juárez por haber ordenado al gobernador de Tehuantepec emprender una “guerra desoladora, que ha atacado a la “Torpezas del actual gobierno”, El Tío Nonilla, 26 de diciembre de 1850, p. 262. La Cucarda, Oaxaca, 5 enero de 1851, núm 21, en Guchachi Reza, núm 10, marzo de 1982, p. 12. 99 Cruz, VC1, p. 6. 97 98 246 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO moral y a la justicia que nos asiste, la propiedad y el derecho de gentes”. Denunciaba la responsabilidad del gobierno estatal que había provocado “el incendio que ha exterminado la mitad de la población, que ha visto con placer el derramamiento de tanta sangre”, un gobierno que “lejos de amalgamar los sentimientos, extiende cada día su ira convulsiva sobre individuos inermes”; en suma, un gobierno que “en vez de derramar su mano protectora a los hijos del Estado, los ha sacrificado a sus miras de ambición y de barbarie”. Agregaba que se trataba de un gobierno en el que los ciudadanos son siempre molestados con contribuciones, gravámenes y servicios forzados que no se pueden sufrir; que lejos de ahorros en los caudales públicos el poder legislador los grava cada día creando nuevos destinos: la administración de justicia está desempeñada en nuestros pueblos por hombres ineptos: que no se atiende a los clamores de los pueblos ni a sus necesidades, ni se les socorre con leyes sabias para que sus habitantes progresen.100 Juárez respondió en su informe de gobierno a la interpelación de Meléndez. Con una concepción de la política que en adelante seguiría, se oponía a la defensa de cualquier principio por medios violentos: “Otro hombre que hubiera levantado la enseña de un partido por íntima convicción, se habría abstenido de cometer los mismos crímenes, […] se hubiera limitado a hacer respetar los principios que proclamaba.”101 Las reacciones en el país provocaron el cambio de estrategia del general Arista, quien removió a Marcelino Echevarría del mando y envió al general liberal y federalista José María Castellanos, quien tenía dotes de negociador, a dirigir la tercera expedición militar en el Istmo en noviembre. Desafortunadamente, Castellanos murió víctima del brote de cólera, por lo que el secretario de Guerra nombró a José María Muñoz para comandar la cuarta expedición, pues había resuelto favorablemente la rebelión en 1845. Acorralado por las fuerzas de los gobiernos de Oaxaca y Chiapas y las de la federación, Meléndez fue radicalizando su postura; regresó al Istmo por los pueblos de Tapana y Niltepec. Cegado por la impotencia y la desesperación, se dirigió a la hacienda de La Venta, donde incendió la finca y asesinó al administrador Miguel Solana. Posteriormente asaltó en tres ocasiones a la villa de Tehuantepec, en uno de los intentos ordenó también la ejecución de Luis Arias, que había sido secreta100 Manifiesto 20 octubre de 1850, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 385-387; Cruz, VC1, p. 62-53. 101 Informe Juárez, Oaxaca, 2 de enero de 1851, en Cruz, VC1, p. 54-61. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 247 rio del gobierno de la villa.102 Pendiendo una orden de aprehensión en su contra, Meléndez continuó su campaña y atacó a la fuerza militar de Ixtaltepec, en donde ejecutó al teniente Fidencio Rodríguez y a Pedro Portillo, subprefecto de Juchitán, quien, además, era uno de los principales defensores de sus adversarios y recaudador de impuestos, y que se hallaba oculto en una casa. En su informe Juárez resaltaba que los juchitecos cometieron “con el cadáver excesos horribles que el pudor impide referir”. Dentro de la mentalidad binnizá, la serie de asesinatos que culminaron con este riguroso castigo ritual, fue el precio que tuvieron que pagar por la traición y el agravio a la colectividad.103 Al tomar el mando en noviembre de 1850, Muñoz trató de negociar con el guerrillero, pero los excesos cometidos y los crímenes que enardecían la opinión pública en contra de Meléndez, obligaron al general Mariano Arista, titular de la Secretaría de Guerra, a autorizar el envío de una fuerza de 250 soldados de la federación con dos piezas de artillería, para combatir el movimiento.104 En diciembre de 1850, Charles Webster, cónsul norteamericano, informaba al Secretario de Estado que la villa de Tehuantepec había sido tomada por Meléndez y que después de quemar parte de la ciudad la había abandonado debido a la escasez de municiones.105 Para evitar una masacre, a la que hubiera conducido una política de fuerza, José María Muñoz buscó una alternativa y, siguiendo las disposiciones de la Secretaría de Guerra, empezó a trabajar políticamente el conflicto, en abierta contradicción con la política del gobernador del estado. Juárez ordenó a su secretario que girara instrucciones al gobernador de Tehuantepec. Manuel Ruiz envió un comunicado a Máximo Ortiz el 2 de enero de 1851 ordenándole que al emprender la campaña 102 Ibidem. Al parecer esta práctica ritual binnizá que castigaba con la muerte y la mutilación a los traidores de la comunidad, se repitió en varias ocasiones durante el siglo XIX. En 1872 la comunidad juchiteca asesinó a Félix, El Chato Díaz, hermano de don Porfirio, “rebanándole la planta de los pies, haciéndolo caminar sobre arena ardiente y castrándolo después”. Por lo que no se trata a un fenómeno aislado de una patología psicológica de crueldad, locura y sadismo de los líderes juchitecos, sino un fenómeno social que debe buscar su explicación en la normatividad indígena frente a la traición. El castigo tiene su fundamento en el código moral que los rige y su obligatoriedad debe explicarse en un contexto cultural que es coherente con la comunidad zapoteca. Ahora bien, el mérito de Juárez es cuestionar esa cosmovisión, aun comprendiéndola, pero la represión que ordenó no fue menos cruel. Enrique Krauze y Aurelio de los Reyes, Porfirio Díaz, místico de la autoridad, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 35 (Biografía del Poder). 104 Arista al comandante, 24 de diciembre de 1850, en Cruz, VC1, p. 51-52. 105 Charles Webster a Daniel Webster, 28 de diciembre de 1850, Records of the Department of State, Record Group 59, Dispatchs from US consuls in Tehuantepec, Mexico 18531881. Microfilms Instituto Mora, Mf. M183. 103 248 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO hiciera caer en la cuenta a la población sobre la diferencia de conducta de las fuerzas leales del gobierno y las que acaudillaba Meléndez, “compuestas de hombres que sólo tienen por mira el robo, el incendio y el asesinato”. Le pedía que en esta ocasión tuviera especial cuidado en la protección de las mujeres y niños, y en una palabra, que se observaran sus derechos humanos: El gobierno desea se vea por todos que la persecución sólo se hace a los malvados que con intención deliberada han hecho causa común con aquel, y […] que se tenga consideración a los individuos que se averigüe […] haber engrosado las filas de los disidentes por temor o violencia que no hayan podido resistir.106 Dos días después de que el Congreso declaró presidente electo al general Mariano Arista y una semana previa a su toma de posesión, dio luz verde a la nueva estrategia de negociación con el gobierno federal. Meléndez convocó a una “junta de guerra” el 10 de enero de 1851, en la que sometió a consideración del Ejército la capitulación, ofreciendo entregar las armas a cambio de indulgencia a sus seguidores. El guerrillero percibía que no había salida política, Juárez había endurecido su posición ante la agudización del conflicto y “las desgracias habidas durante nueve meses de revolución”. Por ello convocó a José María Muñoz, comandante general del Estado y gobernador del Departamento; a fray Mauricio López, prior del convento de Santo Domingo de Tehuantepec; al licenciado guatemalteco José Cleto Peralta; a su secretario, doctor Andrés Ruiz, y a su plana mayor. Las pláticas de paz dieron inicio con las “justas reflexiones” de un hombre de la talla del dominico fray Mauricio López, quien tenía fama de ser un hombre que poseía “una instrucción superior a la de la mayoría de los sacerdotes […] de México”,107 era muy sensible a las demandas de las comunidades pues corría “sangre indígena en sus venas”, y había participado en la defensa de los pueblos. Las pláticas de paz entre los militares del gobierno, los mediadores y asesores y los guerrilleros culminaron con la firma de los convenios del rancho de Mal Paso el 10 de enero de 1851. En este nuevo plan, Meléndez y su secretario, el doctor Andrés Ruiz, invitaban a José María Muñoz para que nombrara una comisión que negociara los términos de la rendición y el fin de la guerra e intercediera en el conflicto, mientras declaraban a sus tropas en receso; asimismo, nombraban 106 107 Ruiz a Máximo Ortiz, Oaxaca 2 enero 1851, en Cruz, VC1, p. 61-62, cursivas mías. Brasseur, op. cit., p. 152. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 249 al licenciado José Cleto Peralta como su representante legal ante el Congreso, para “que recuperara los derechos de este pueblo ante el gobierno general”, pero si no lograba dicho propósito, o el gobierno de Tehuantepec no accedía al plan, advirtieron que se mantendrían “en posición hostil”.108 Aunque ignoramos las credenciales de Peralta, asesor y abogado guatemalteco, es probable que estuviese relacionado con la lucha liberal del gobernador Gutiérrez en Chiapas, en la década de 1830. El nuevo pliego petitorio declaró nulo e insubsistente el plan del 20 de octubre de 1850, proclamó nuevamente la secesión de Tehuantepec del estado de Oaxaca, como un principio de derecho y justicia, “por perjuicios que se le han ocasionado no sólo en los robos y asesinatos cometidos a esta población sino por el incendio premeditado que se ejecutó en ella por tropas insubordinadas del gobierno del Estado”. Cambió radicalmente su postura respecto del general Arista, pues por su nueva política más flexible se le nombraba “caudillo de la libertad mexicana”. Se reconocía el daño que había causado la guerra civil como “un elemento propio para disolver y aniquilar los pueblos”, pero “se aprestaba a recibir el juicio de la historia”. El pliego petitorio concluía buscando la reconciliación de las villas de Tehuantepec y Juchitán. Para ello solicitaba la intercesión de fray Mauricio López, a quien encomendó que “con su influjo y persuasiva alocución” los conciliara. En el Plan, Meléndez expresaba: Juchitán jamás ha creído ni pensado tener por enemigos a los hijos de la villa de Tehuantepec, sino por el contrario los ha respetado y querido como hermanos, puesto que, poseyendo un propio dialecto, están también unidos en sentimientos y en sangre y formando una inmensa familia, deben aspirar a un solo fin que haga la felicidad del departamento.109 Dos días más tarde, José María Muñoz informaba a Benito Juárez que Meléndez estaba dispuesto a entregar las armas. Sus lugartenientes así lo hicieron y se acogieron a la amnistía que ofrecía el Congreso. La firma de los Convenios de Mal Paso molestó profundamente a Juárez quien desconoció los términos y, faltando a la palabra de los negociadores, violó el convenio y ordenó la captura de los cabecillas. José María Muñoz, al ver que su palabra se ponía en entredicho, permitió la fuga de Meléndez y Peralta en abierto desacato a las órdenes de Juárez. Cruz, VC2, p. 389, Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 387-390. Plan 10 de enero de 1851. Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 387388; Cruz, VC1, p. 63-65. 108 109 250 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO El primero siguió a salta de mata, perseguido por el gobierno oaxaqueño; el otro, aparentemente, regresó a su país. Juárez en su informe de 1852 110 justificaba su decisión cuando decía: quien llevaba la orden de obrar con arreglo a las circunstancias y como lo aconsejara su honor e instrucción militar, hasta conseguir el objeto del gobierno, que era castigar a los revolucionarios pronta y eficazmente, obrando de acuerdo con el gobierno del estado; pero ese jefe separándose de las instrucciones que se le dieron y sin que mediara un hecho de armas que hiciera indispensable un acomodamiento entró en tratados con los sediciosos, les ofreció el perdón de sus crímenes y dejó a los principales cabecillas en absoluta libertad, desoyendo la voz de la justicia que pedía el castigo de éstos por los asesinados… De aquí es que cuando supe este desenlace vergonzoso, ordené que fuesen aprehendidos y conducidos a la capital los cabecillas Meléndez, Haedo y Orozco, y aunque esta disposición surtió su efecto en cuanto a los dos últimos, no sucedió así respecto a Meléndez, por la morosidad con que procedió en este negocio el jefe de la sección de operaciones sobre Juchitán. Meléndez continuó su guerra de guerrillas. Un nuevo brote de violencia estalló nuevamente en Tehuantepec en el mes de agosto de 1851, especialmente los días 2, 25 y 26. Ansioso porque la turbulencia política en el Istmo no cesaba, Juárez pidió al congreso local facultades extraordinarias para resolver la crisis. Éste se las concedió el 13 de septiembre de 1851 y al mes siguiente, en octubre, Juárez salió escoltado por el Batallón Guerrero rumbo a la zona del conflicto. En el Istmo trató de obtener una salida política y negociar con los rebeldes. En un análisis de la situación, concluyó que las causas de los disturbios eran la indolencia y abandono de las autoridades subalternas en el cumplimiento de sus deberes; del abuso que hacían del poder que se les había confiado; de la especie […] que había divulgado, de que el gobierno procuraba el exterminio de […] Juchitán; de la ineficacia de las leyes represivas del robo y del contrabando […], pero hay algunos hombres para quienes la paz y el imperio de la ley es un tormento y trabajan sin cesar para volver al estado del desorden […]. Máximo Ortiz y Alejandro López, pertenecían a esta clase de hombres. El 6 de noviembre de 1851 decretó un indulto a favor de los sublevados de Juchitán, con excepción de los “cabecillas que acaudillaron 110 Juárez, Esposición que el gobernador del Estado, 1852, p. 4, FRBN 491laf. Todas las citas corresponden al informe. LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 251 el movimiento”, a menos que se pusieran a disposición del gobierno en el plazo de un mes. Si se acogían al indulto, graciosamente se les “conmutaría la pena capital” a que se habían hecho acreedores, por otra pena que el gobierno considerara conveniente. A los presos también se les indultaba. Además, prohibía terminantemente cualquier “reunión popular por medio del sonido de tambores, conchas o campanas” sin permiso de la autoridad, porque quien lo hiciera sería castigado como promotor de motín.111 Dos días más tarde, el 8 de noviembre de 1851, publicó el decreto del Congreso que expedía una amplia amnistía a los que habían participado en el motín de agosto de ese año. Proponía que las diligencias judiciales se suspendieran y se archivaran los casos.112 Una vez que Juárez regresó a la capital, Máximo Ortiz se pronunció y Meléndez rehusó sujetarse a las condiciones que le imponía; volvió a emprender la guerra de guerrillas en la selva, con lo cual siguió siendo prófugo de la justicia. Juárez terminó su periodo constitucional el 12 de agosto de 1852, sin haber resuelto el conflicto. Las razones de Juárez. ¿Amnistía, indulto o castigo? Las facultades de la federación contra los poderes federados El 2 de marzo de 1851, Juárez rindió su informe de gobierno al Congreso Estatal.113 En la Exposición, mostró el endurecimiento de su política ante un movimiento que había traspasado los límites permisibles de la lucha política y de los movimientos revolucionarios tal como los concebía. Aunque en otras ocasiones había observado una política comprensiva, tolerante e indulgente, porque reconocía ciertos principios en la lucha, ahora estaba en completo desacuerdo con el giro que había tomado. La radicalidad del movimiento bordaba en la delincuencia. Por ello, desaprobando la fase turbulenta y criminal del movimiento, y desde el poder y como autoridad, descalificó a su opositor, restando legitimidad a su lucha. Juárez enfrentó al transgresor que cuestionó la legitimidad de su propio poder. Presentó su versión de los acontecimientos y concluyó que José Gregorio Meléndez y sus aliados no eran luchadores sociales, sino malhechores: 111 Decreto del 6 de noviembre de 1851 de indulto, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 393-394. 112 Decreto del 8 noviembre de 1851 de amnistía, en Iturribarría, Historia de Oaxaca (1821-1854)..., p. 392-393. 113 Juárez, Informe de gobierno, 2 de marzo de 1851, en Cruz, VC1, p. 54-61. 252 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO La simple relación de hechos presenta a los cabecillas de Juchitán en su verdadero punto de vista, los coloca en la línea de los malhechores y no les da lugar en el número de los reos de una revolución política. Los hombres de un corazón corrompido, avezados al crimen, que atentan contra la vida y la propiedad de sus semejantes, en nada pueden compararse al que por error de opinión, por equivocación o por ambición de mando, proclama un principio y respeta la vida y los bienes de los hombres. Los primeros son criminales famosos, dignos siempre de castigo; el segundo merece algunas consideraciones. Meléndez y sus cómplices no han cometido un yerro político; son criminales que han conculcado las leyes en el territorio del Estado, sin tocar directamente al poder supremo de la nación, por cuyo motivo creo que están sujetos a los tribunales del Estado y su condonación o castigo de ningún modo puede ser del resorte de las autoridades de la federación. Para objetar la decisión del Congreso General que había otorgado la amnistía al movimiento de Meléndez, Juárez, en primer lugar, emprendió la defensa del federalismo. Argumentó que el pacto fundamental de la nación había definido con claridad las facultades y las jurisdicciones de la federación y de los poderes estatales. Por tanto, la federación no podía inmiscuirse en la administración de justicia del estado de Oaxaca y exigía que se limitara a ejercer sus facultades en la esfera de competencia. Examinó uno a uno los cargos que pesaban sobre Meléndez: Los asesinatos, los robos, los incendios y la resistencia a las autoridades a mano armada, no hieren directa y esencialmente a la nación, ni pueden llamarse infracciones de la constitución y leyes generales. No lo primero, porque en nada perturban el reposo general; ni tampoco lo segundo, porque en nada alteran los principios constitutivos. Los ciudadanos inermes que sucumbieron a su saña y algunos pueblos del departamento de Tehuantepec son los que directamente han sentido los efectos de su criminal conducta. El panorama expuesto por Juárez le permitió concluir que los crímenes de Meléndez eran del orden común y, por tanto, de la exclusiva competencia de Oaxaca, por lo que al estado correspondía decidir si se concedía una amnistía o un indulto. Convocó al Congreso general a revocar la amnistía que le habían concedido, permitiéndole conceder el restrictivo indulto. De ser así se comprometía a condonarle la pena capital, pero no lo eximía de ser juzgado en los tribunales del estado por los crímenes que había cometido. Juárez hizo malabarismos para descalificar la actividad política de Meléndez, trató de probar que a pesar de que publicó dos planes políticos ninguno de ellos atentaba contra la federación. La evidente con- LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 253 tradicción de Juárez, se mostró con nitidez cuando analizó el segundo plan de Meléndez, los argumentos que utilizó demostraron su carácter político, contradiciendo la tesis que postulaba: el ataque a la constitución general y poderes supremos de la nación, está manifiesto en el art. 3º. del segundo plan, porque en él se proclama la escisión del departamento de Tehuantepec del Estado de Oaxaca, con lo que se ataca el principio de unidad que la misma constitución consagra; pero a más de que semejante separación no es para unirse a otra nación atentando contra la integridad del territorio nacional, al proclamarla se sujeta el éxito del asunto al soberano congreso: es decir, se respeta el principio constitucional, y se confía el arreglo al poder que tiene facultad de hacerlo. En segundo lugar, Juárez expuso las razones por las cuales Meléndez y sus hombres debían recibir un indulto y no la amnistía, como había concedido el Congreso general incurriendo en errores jurídicos. Dichas figuras debían cubrir ciertos requisitos y formalidades. Concluyó que Méléndez y sus “cómplices principales”, no debían ser amnistiados, conforme a los principios del derecho constitucional y público. Dio una cátedra de derecho y distinguió las dos figuras que tienen una naturaleza distinta. Según Juárez, la amnistía consistía en una gracia del soberano e implicaba un olvido definitivo del delito, lo que sólo se podía conceder por dos razones: la primera, por delitos políticos cometidos por error y no por “perversidad arraigada acostumbrada al crimen.” En este caso, los jueces y el pueblo condonaban la pena definitivamente, con base en los méritos y el talento personales y en los servicios de utilidad de la patria; o la segunda razón, cuando un pueblo entero se sublevaba, es decir, “cuando muchos brazos que pueden ser útiles, hacen falta a la agricultura y al comercio, dejando a la sociedad un vacío difícil de llenar; entonces será conveniente la amnistía.” Juárez consideraba que tampoco cumplían con este requisito ya que no había sido “el mismo pueblo de Juchitán, sino cuando más un quinto de su población [que] ha[bía] sido arrastrado por los cabecillas”. Juárez argumentaba que decretar la amnistía a favor de los sediciosos de Juchitán sería la dificultad de castigar el excesivo número de personas que hubieran tomado parte en esta sublevación; porque no era un número infinito sino limitado de sediciosos “que es lo principal que inclina al soberano a conceder la amnistía, no existe en el presente caso”. Meléndez había incurrido en crímenes ordinarios, debía recibir un indulto y someterse a un tribunal para que los jueces determinaran el 254 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO castigo que debía recibir por los crímenes civiles y de “un carácter horroroso” que había cometido. Además era un hombre que no respetaba los convenios, porque se amoldaba a “un plan que no era suyo, [los juchitecos] siguen la misma carrera del crimen y en el día, a pesar de los convenios con el coronel Muñoz, existen armados y abrigados en los bosques de Juchitán”. Juárez no reconoció en Meléndez y sus seguidores ningún antecedente honroso de virtud cívica, tampoco encontró la esperanza de servicio a la patria y concluyó que el perdón para Meléndez sólo sería un estímulo para que reincidiera en el crimen. Conclusiones El seminario que dio origen a este libro discutió a profundidad el concepto de disidencia, definiéndola como una categoría analítica y mostrando la estrecha relación con el poder. Este artículo ha prestado especial atención a cuatro ejes que se desprenden de la categoría. El primer eje: el binomio obediencia-desobediencia (lealtad, sumisión e insurrección) de las autoridades y sus subordinados en los diversos ámbitos y jurisdicciones. El segundo, la habilidad que la rebelión tuvo para empujar al presidente, al gobernador y a los financieros a confrontar sus límites. El tercer eje, el desplazamiento de las actitudes de tolerancia-intransigencia-clemencia y por lo tanto en el grado de aceptación del castigo, la culpa y la falla. Y el cuarto, los grados de penalización impuestos por la legislación y la normatividad indígena a actos graves, y las facultades para reprimir y castigar. Durante el periodo comprendido entre 1844 a 1853 la sociedad oaxaqueña enfrentó una de las rebeliones mestizas e indígenas más importantes del siglo XIX que provocó un fuerte antagonismo y la desgarró internamente. Un abismo de perspectivas separó a los binnizáas-juchitecos, encabezados por Che Gorio Melendre, de Juárez y del proyecto empresarial modernizador. Los contendientes no aceptaron el punto de vista de los otros porque el horizonte cultural desde el cual se asomaron y abordaron a la realidad, desde donde percibieron, pensaron y vivieron los acontecimientos generó actitudes y prácticas opuestas e irreconciliables. Su carácter evidentemente contradictorio y la imposibilidad de generar un consenso que conciliara los intereses opuestos, los confrontó hasta sus límites. El Che Gorio Melendre y los juchitecos se concibieron a sí mismos como una nación con un proyecto alterno que legítimamente defendía sus derechos ante la agresión externa. Rescataron y enarbolaron los conceptos que Morelos y Matamoros les habían enseñado y con ellos LIBERALISMO Y MODERNIZACIÓN EN TEHUANTEPEC 255 consolidaron un movimiento multicultural, que hizo a un lado las tradicionales pugnas interétnicas, pero que no perdió su identidad y vitalidad original. En un primer momento, la República de Juchitán recurrió a los mecanismos legales del nuevo sistema judicial liberal, pero al comprobar su ineficacia, intentaron administrar justicia con sus propios métodos, y por último ejercieron el derecho a la insurrección contra la arbitrariedad impuesta desde el poder. Adoptaron una política radical y trataron de imponer por la fuerza y con métodos violentos su perspectiva. Los binnizáas, huaves y zoques no se consideraron a sí mismos disidentes, fue el poder el que los definió como tales, pero si en algo fueron disidentes, fue en disidir y disentir de la culpa con que se les quería incriminar. Frente a la alternativa que ofrecía el gobierno de Juárez de aceptar el indulto para ser juzgados como criminales o emprender la huida errante sin rumbo, optaron por la última. Al hacerlo rechazaron los cargos de criminalidad con que los inculpaban y cuestionaron a un sistema jurídico y de justicia que había trocado sus derechos en crímenes. Ni el liberalismo moderado dominante en el gobierno de Arista ni el gobierno de Juárez, presionado por los grupos de poder, ofrecieron alternativas reales; la respuesta liberal a la radicalidad del movimiento fue acorralarlo y enviarlo a la clandestinidad. Desde esa posición Meléndez encabezó actos de violencia cada vez más extremos de oposición al liberalismo y castigó a los intermediarios locales: empleados, administradores, ediles y burócratas que se les oponían dentro de la propia comunidad y, que habían jugado un papel ambiguo prestándose a llevar adelante los proyectos de los financieros y empresarios que estaban estrechamente vinculados y en contubernio con el gobierno, así como contra la jerarquía política de la villa de Tehuantepec, cabeza de partido que se había convertido en el instrumento coercitivo del gobierno del Estado. Por su parte, Juárez estaba en una encrucijada. En un primer momento, en 1844, Juárez se percató de la hostilidad con que las comunidades percibieron los cambios que provenían del exterior y las apoyó jurídicamente, pero cuando asumió la gubernatura del estado, en 1847, en plena invasión norteamericana, Juárez trató de concentrar el poder del estado e imponer su autoridad por encima de los contradictorios intereses. Tuvo reservas respecto de la autonomía, el prestigio y el poder que gozaba Meléndez en Tehuantepec porque estaba fuera de su control, e impuso a su candidato en la gubernatura del Istmo, contra las expectativas de las comunidades indígenas. Meléndez había construido una base social y un prestigio sin precedentes, ejercía un liderazgo entre las comunidades que se sintieron protegidas en los momentos en 256 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO que fuerzas externas vulneraron sus propiedades y sus derechos. Además, había seguido una sui generis tradición de administración de justicia, dirimiendo las disputas y defendiéndolos de los cobros arbitrarios del gobierno. Por esas razones había logrado obtener su obediencia y lealtad. Al desplazar a Meléndez, Juárez perdió legitimidad como gobernante. Un amplio grupo de juchitecos impugnó a un gobierno que no los representaba, cuyas políticas no expresaban su voluntad ni defendían sus derechos. Juárez, midiendo la correlación de fuerzas internas y externas, en un primer momento intentó negociar con las elites nacionales para que flexibilizaran su postura frente a los derechos de los juchitecos, pero al final, decidió no aceptar las demandas de estos últimos. De haber optado por los indígenas Juárez habría colocado a su gubernatura en una posición de extrema debilidad frente a la elite nacional y probablemente hubiera lesionado la soberanía oaxaqueña. Además, Juárez debía frenar el impulso expansivo norteamericano que había redefinido al Istmo y su posición estratégica como una nueva área de influencia, de transcontinentalidad, redimensionado en la política de seguridad de Estados Unidos. Por ello Juárez utilizó el argumento de su apego y respeto a la ley, utilizó la fuerza armada para proteger los negocios privados de los oligopolistas salineros y los propietarios de las haciendas marquesanas, y a nombre de la voluntad general de la nación, sancionó las concesiones y beneficios a los negocios privados. Un importante sector de la comunidad juchiteca respondió rebelándose para defender sus derechos y como respuesta sufrió una matanza, un incendio que acabó con las casas de la quinta parte de la comunidad y más persecución y represión. Por último, esta rebelión muestra con nitidez cómo las comunidades indígenas aliadas con grupos mestizos, a pesar de su marginalidad, lograron articular muy bien sus demandas, las que llevaron a sus límites y confrontaron las opiniones y los paradigmas modernizadores de sus opositores. Los indígenas fueron personajes históricos activos y no una masa apática e inerte que aceptaba sin cuestionamientos ni reflexión los modelos de desarrollo que se les imponían. DISIDENCIA ENTRE LAS ELITES. REBELIÓN Y CONTRABANDO EN EL NORORIENTE DE MÉXICO, 1848-1853* MARCELA TERRAZAS Y BASANTE Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM Introducción La guerra entre México y los Estados Unidos, vista comúnmente como el clímax del expansionismo territorial norteamericano, fue también el inicio de una relación fronteriza compleja, con frecuencia conflictiva y con certeza estrecha que, al paso del tiempo, se ha vuelto cada vez más interdependiente. El tratado de paz firmado al término de la conflagración no sólo alteró los linderos, también transformó de manera extraordinaria las relaciones entre los habitantes de las regiones ubicadas en ambos lados del Bravo. Uno de los cambios más sensibles se produjo —desde los años mismos de la contienda— en el ámbito del comercio. Un verdadero alud de mercancías comenzó a fluir desde el país vecino del norte a partir del momento en que las fuerzas estadounidenses ocuparon poblaciones como la villa de Laredo, donde eliminaron las altas tarifas mexicanas a las importaciones o Matamoros, que empezó a funcionar como puerto libre. El intenso flujo mercantil estableció o estrechó relaciones entre texanos y tamaulipecos que hicieron de los negocios el modo de insertarse en los circuitos comerciales y de convertir a sus provincias en emporios de prosperidad. El “paraíso fiscal” llegó a su fin al término de la guerra, cuando las sucesivas administraciones mexicanas restablecieron los aranceles, poniendo en entredicho la vigorosa actividad comercial emprendida por los vecinos de las comarcas del sureste estadounidense y del noreste mexicano, convertidos —a partir de entonces— en contrabandistas. Este hecho coincidió con los proyectos anexionistas de algunos sectores norteamericanos, insatisfechos con la frontera fijada por el * Agradezco a Lorenzo Gómez Counahan su colaboración siempre eficaz y entusiasta en el trabajo de archivo, así como el interés que mostró en las charlas que surgieron a partir de esta investigación. 258 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO tratado de paz de Guadalupe Hidalgo y dispuestos a incorporar nuevas extensiones a la Unión Americana. Así, los nuevos aranceles dictados desde el gobierno central de México dieron lugar al fortalecimiento de las relaciones entre comerciantes texanos y tamaulipecos, que hicieron causa común en contra de las nuevas tarifas y en pos del establecimiento de una zona libre.1 Fueron el punto de partida para el estallido de movimientos en los que se expresaba el descontento con el gobierno central por los viejos agravios (la falta de apoyo en contra de las incursiones de indios nómadas y el peso de la presencia militar, entre otros). Sirvieron también como bandera en la formación de alianzas entre los vecinos del bajo Bravo. Éstas no sólo se levantaban en contra de las medidas arancelarias dictadas por el gobierno federal, sino que apuntaban a la secesión de la región nororiente de México y —posiblemente— a su ulterior anexión a los Estados Unidos. Éste es el telón de fondo donde se desarrollaron rebeliones y expediciones nutridas de contingentes binacionales que atacaron ciudades fronterizas del noreste mexicano. Es también en este contexto donde surgen las siguientes preguntas: ¿cuál fue el peso que “la conquista pacífica” —es decir, la extraordinaria expansión comercial estadounidense— tuvo en la recomposición de la sociedad fronteriza?; ¿de qué manera el fortalecimiento de los empresarios tamaulipecos, logrado gracias al apoyo de sus homólogos norteamericanos, alteró la relación de las elites regionales con los grupos en el poder en el gobierno central?; ¿hasta qué punto las condiciones impuestas por los nuevos linderos y la reciente vecindad modificaron las respuestas de los fronterizos hacia las políticas de las autoridades federales?; ¿hasta dónde la debilidad del gobierno federal marcó la percepción de los levantamientos de los fronterizos? Esta investigación se propone reconstruir y analizar el caso de José María Carvajal, personaje vinculado al clan Canales y a sectores de comerciantes y especuladores de tierra texanos, estos últimos entusiastas promotores de planes separatistas de la comarca nororiental y de incursiones punitivas en Tamaulipas. De igual manera, se busca discernir en qué medida este ejemplo se suma a otros muchos de rebeliones y 1 Octavio Herrera define la zona libre o régimen fiscal de excepción como “la franja territorial paralela a la frontera en la que se permitía la introducción de toda clase de mercancías extranjeras, con la finalidad de ser consumidas por sus habitantes, sin necesidad de cubrir el pago de derechos aduanales, salvo algunos pequeños impuestos locales”. O. Herrera, “La zona libre. El régimen de excepción fiscal y la economía, el comercio y la sociedad en la frontera norte de México, desde su formación hasta el Tratado de Libre Comercio”, tesis doctoral, El Colegio de México, 1999, p. II. DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 259 revoluciones que surgen para preservar una situación de privilegio. También se pretende estudiar la manera en que los movimientos disidentes articulan la participación de distintos actores sociales, cuyos propósitos divergen e incluso se contraponen; y persigue identificar a los agentes que operan para enlazar a los diversos sectores que, paradójicamente, buscan tanto el cambio como mantener inalterado el estado de cosas. Las viejas inquinas La región a la que habremos de referirnos de manera general es la zona comprendida por los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, aunque la mayor parte de la acción se concentra en el departamento norte de Tamaulipas.2 Dicha entidad tuvo, desde el periodo español, una importancia estratégica para la defensa del país, pues se abrigaban sospechas de que los adversarios de España quería invadir el virreinato desde el litoral norte del Seno Mexicano. Más tarde, en los albores del periodo independiente, se receló —con razón— de que la antigua metrópoli intentase la reconquista de su preciada excolonia desde esa región. En ambos periodos se temió el embate del expansionismo norteamericano. Fue posiblemente su condición de frontera la que movió a los gobiernos, primero novohispano y después nacional, a procurar la organización de la defensa a través de la comandancia militar en la región. La de los Estados de Oriente 3 operó hasta 1836; la del Ejército del Norte, a cuya cabeza siempre estuvieron destacados militares de carrera, hasta 1846. La presencia del ejército nacional obedeció también al propósito de frenar las incursiones de indios de las praderas, intensificadas después de la independencia texana como resultado del expansionismo anglosajón, del empuje de otros grupos de indios trashumantes y del estímulo que constituía para los indios el trueque de los efectos robados a los mexicanos en sus correrías. Además, en la década que va de 1836 a 1846, el ejército debió servir de 2 Tamaulipas fue dividida en tres departamentos: Norte, Centro y Sur a cargo de jefes políticos. El departamento del Norte tuvo su cabecera en Reynosa primero y en Matamoros después. Se sitúa en una zona semiárida, atravesada por el caudaloso río Grande del Norte o Bravo. Estaba poblado de villas como Reynosa, Camargo, Mier, Guerrero y Laredo, fundadas a mediados del siglo XVIII. Octavio Herrera, Breve historia de Tamaulipas, México, El Colegio de México-Fideicomiso de Historia de las Américas-Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 111. 3 Esta circunscripción se basaba en la Comandancia de las Provincias Internas de Oriente, establecida por el gobierno virreinal en 1785. Juan Fidel Zorrilla et al., Tamaulipas. Una historia compartida. I, 1810-1921, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas, 1993, p. 38. 260 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO barrera ante la indefinición de los linderos con la joven república de la estrella solitaria.4 La presencia del ejército tuvo un enorme peso en la comarca, pues por una parte reflejaba los cambios políticos que tenían lugar en el gobierno nacional y, por la otra, formaba parte del juego de poder en la región al entrar en pugna o establecer alianzas con las fuerzas locales.5 Además, el hecho de que los ingresos aduanales de Matamoros sirviesen para sostener a la tropa constituyó un elemento de discordia, ya que tales recursos fueron vistos como un codiciado botín que era arrancado a la entidad para mantener la presencia del Ejército del Centro en la zona. Por estas razones, y por considerársele un estorbo a las aspiraciones políticas de los grupos de poder del lugar, el ejército fue, en general, malquerido especialmente por estos últimos. Con todo, los principales problemas de la provincia derivaban del desabasto sufrido desde el periodo colonial. La habilitación de una rada, que pudo haber resuelto el aislamiento de la provincia en esa etapa, encontró obstáculos insuperables en la política de la metrópoli que convirtió al puerto de Veracruz en la única puerta marítima de la Nueva España en el Seno Mexicano y se topó con la oposición de los almaceneros de la ciudad de México, quienes vieron en el proyecto una amenaza a sus intereses. Además, los efectos del monopolio se agravaban con el costo de los fletes que multiplicaban el precio de las mercancías.6 Los neosantanderinos consideraron la oposición a la apertura de un puerto propio, y el encarecimiento de los bienes que esto ocasionaba, como un motivo de ofensa; solicitaron a las autoridades “el fin del oprobio monopólico” que sobre ellos pesaba y exigieron la apertura de puertos en el litoral del Seno Mexicano y el establecimiento de un consulado comercial en Saltillo.7 Hubo que esperar hasta la guerra de Independencia para que se permitiese la habilitación de Tampico y Soto La Marina y a que, en 1820, las segundas Cortes españolas decretaran mayores libertades para el comercio y la apertura de varios puertos.8 4 La década está comprendida entre la independencia de Texas y el inicio de la guerra entre México y los Estados Unidos. Octavio Herrera, “El clan fronterizo. Génesis y desarrollo de un grupo de poder político en el norte de Tamaulipas 1821-1852”, en Sociotam, v. IV, núm. 1, 1994, p. 25-61; p. 33. 5 Herrera pone especial énfasis en la pugna entre el Ejército del Norte y los poderes locales, así como con las elites regionales. Ibid. 6 José de Escandón intentó abrir un puerto en la Barra de Santander pero fue obstaculizado por el visitador José Tienda de Cuervo en 1757 y después la Corona prohibió su apertura. Herrera, Breve historia…, p. 71, 89; “La zona libre…”, p. 3-4. 7 Miguel Ramos Arizpe, representante de las Provincias Internas de Oriente en su Memoria, apud Herrera, “La zona libre...”, p. 9. 8 Las medidas relativas a una mayor libertad comercial que aquí citaremos aparecen en Herrera, “La zona libre...”, p. 9-13. DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 261 Ya en el México independiente, Tampico y Matamoros se abrieron como puertos de altura. Este hecho tuvo una enorme repercusión para todo el nororiente mexicano, pues no solamente conectó a Tamaulipas al mercado externo en expansión sino que, simultáneamente, la convirtió en el corredor entre el comercio externo y dos ejes económicos: uno hacia San Luis Potosí y el otro hacia Monterrey, ciudad que se convirtió en “plaza distribuidora del comercio hacia el interior”.9 Sin embargo, las incipientes medidas liberales dictadas en 1821 enfrentaron la oposición de quienes exigían poner límites al comercio indiscriminado con el exterior. Las presiones surtieron efecto y el proteccionismo fue la tónica constante de la política arancelaria gubernamental en las primeras décadas de la vida nacional, a excepción del esfuerzo por establecer el libre comercio llevado a cabo entre 1833 y 1834. Así, la política restrictiva al comercio exterior implantada en 1837 generó una activa resistencia de las autoridades departamentales de Tamaulipas y de los comerciantes y vecinos de Matamoros, actitud que se repitió en 1845 cuando el gobierno central prohibió la importación de diversos productos, entre ellos algunos de consumo básico.10 El contrabando y la oprobiosa sujeción Los tamaulipecos encontraron en el contrabando una vía más eficaz para expresar su descontento.11 Aquél comenzó desde las postrimerías de la colonia y algunos testimonios nos hablan del que se llevaba a cabo con el tabaco proveniente de la Louisiana.12 El intercambio ilegal efectuado en la región no disminuyó en el México independiente; al marítimo se sumaba el realizado por vía terrestre y su monto superaba al del comercio legal, de acuerdo con una estimación del cónsul británico en Matamoros en 1830.13 Comerciantes nacionales y extranIbid., p. 18. Al declararse a Veracruz como puerto único de depósito en el Golfo de México, el 11 de abril de 1837, surgió una tenaz resistencia de las autoridades tamaulipecas a quienes se unieron comerciantes y vecinos de Matamoros. Por otra parte, en 1845, la Asamblea Departamental de Tamaulipas protestó contra la política fiscal del gobierno central. Ibid., p. 16-17. Entre los productos prohibidos, según el decreto del 4 de octubre de 1845, se encontraban: azúcar, harina, manteca, tocino, arroz, café, tabaco y algodón de todo tipo. J. Fred Rippy, “Border Troubles along the Rio Grande, 1848-1860”, en Southwestern Historical Quarterly, v. XXIII, julio, 1919, p. 94. 11 Herrera considera que el contrabando fue el remedio al desabasto al que estuvieron sujetas las provincias del norte de la Nueva España. Herrera, “La zona libre…”, p. 46. 12 Existen testimonios de un caso que tuvo lugar en 1805, en el cual el capitán de la villa de Reynosa, Juan José Balli, estuvo implicado. Idem. 13 Ibid., p. 49. 9 10 262 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO jeros, habitantes de las villas, funcionarios de aduanas y, en no pocas ocasiones, los militares destacados en la comandancia promovían y participaban activamente en el vigoroso comercio. El contrabando de muebles de lujo que llevó a cabo Lucinda Vautray Griggi, amante del general Adrián Woll, jefe de armas en Matamoros, es sólo un botón de muestra.14 Seguramente es por esta razón que el “oficio de contrabandista” no generaba rechazo alguno entre los pobladores de ciudades como Matamoros, donde constituía un modus vivendi próspero y era una forma de exteriorizar el rechazo a las constantes prohibiciones del gobierno federal relativas al libre comercio.15 Por otra parte, los habitantes de la margen izquierda del Bravo apreciaban también esta actividad. Un historiador que ha estudiado el fenómeno emplea los términos contrabandista y comerciante como sinónimos, y alude a José María Carvajal, a quien considera líder de contrabandistas, como “mexicano de inteligencia y soñador ambicioso”, lo cual nos da una idea de cómo se valoraba la actividad entre los estadounidenses.16 Esta percepción compartida del contrabando fue un elemento que unió a las sociedades de ambas márgenes del río Grande. Desde luego, el gobierno federal concebía al contrabando de manera muy distinta. Luis de la Rosa, representante de México ante Washington, lo definió como un “acto de agresión y depredación contra México”, motivado por el interés de ganancia de los residentes de villas situadas en la frontera17 y la Comisión de la Frontera Mexicana aseguró que causaba “la ruina y la inmoralidad”.18 A la inquina provocada por el proteccionismo entre los vecinos de la comarca se agregó la que generó la instauración del régimen centralista en México hacia mediados de los años treinta. El centralismo originó serios desajustes en la entidad al desplazar a los grupos de poder locales de posiciones, puestos ejecutivos, legislativos, judiciales, cargos aduanales, etcétera;19 además, los privó de recursos propios al implantar severas restricciones al comercio con el exterior y medidas proteccionistas que desalentaron el comercio en Matamoros, Tampico Ibid., p. 50. Ibid., p. 48-50. 16 Rippy, op. cit., p. 96. 17 Ernest C. Shearer, “The Carvajal Disturbances”, en Southwestern Historical Quarterly, v. IV, octubre, 1951, p. 201-230, p. 206. 18 Ibid., p. 206. 19 Al establecerse la república centralista en 1835, se disolvió la legislatura local de Tamaulipas y la mayor parte de los ayuntamientos. El gobernador era nombrado por el jefe del ejecutivo nacional. Herrera, “El clan…”, p. 28. 14 15 DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 263 y Soto La Marina. Inclusive, procuró cerrar estos puertos con el fin de favorecer el privilegio exclusivista del comercio portuario de Veracruz,20 reeditando con esta acción un viejo resentimiento de los tamaulipecos hacia las autoridades centrales. Se entrelazaron así dos debates: el del federalismo versus centralismo y el del libre cambio versus proteccionismo. Ambos eran vitales para la región, particularmente para Tamaulipas debido a sus conexiones con el comercio mundial establecidas a partir de 1821.21 De esta manera, hacia el segundo lustro de los años treinta, los tamaulipecos resentían los efectos de los altos aranceles, del centralismo y de una mayor presencia de contingentes militares enviados desde el centro a raíz del triunfo de la rebelión texana, los cuales eran percibidos como un instrumento del autoritarismo de México, como un obstáculo para el contrabando y como un elemento que coartaba las aspiraciones de las elites del lugar. El reacomodo político en la entidad derivó en el surgimiento y actuación del llamado “clan fronterizo”22 y en rebeliones federalistas, una de ellas encabezada por Antonio Canales Rosillo, miembro del propio clan. La primera rebelión federalista, iniciada en Tampico el 7 de octubre de 1838, coincidió con el bloqueo naval francés, el cual fue aprovechado por los rebeldes para negociar con los galos la apertura del puerto para allegarse recursos aduanales. En noviembre, después de que algunos simpatizantes del movimiento fueron apresados, Antonio Canales Rosillo encabezó una nueva rebelión en el norte del departamento y, un mes después, Antonio Fernández Izaguirre se puso al frente de otra en Ciudad Victoria. El movimiento de Canales, al que se sumó José María Carvajal, reunió adeptos de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.23 Los rebeldes reclutaron mercenarios y acopiaron armas en Ibid., p. 29. Ibid., p. 26. Herrera señala que “el federalismo respondía a las expectativas de comerciantes y elites emergentes locales, en tanto que el centralismo daba respuesta a los intereses mercantiles del centro de México”. En los hechos, la relación aparece de manera menos mecánica. Muchas veces los “librecambistas” se beneficiaron de manera considerable de una negociación con un gobierno centralista. Tal es el caso del “clan Canales” que se benefició del armisticio pactado con el gobierno centralista en 1840. 22 Recordemos que después de la derrota ante Texas se creó el Ejército del Norte. El clan fronterizo integrado por las familias Canales, Molano, Cárdenas y Carvajal, influyó en Tamaulipas durante una parte de la segunda mitad del siglo XIX y enfrentó al clan Fernández Quintero. El fenómeno del clan fronterizo ha sido bien estudiado por Herrera. 23 Carvajal encabezó la campaña al frente de voluntarios norteamericanos que derrotó a fuerzas del ejército central cerca de Mier. Shearer, “The Carvajal…”, p. 204. Brown forma parte de los historiadores que afirman que Canales ambicionaba formar una república independiente constituida por Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila apoyada por los texanos. 20 21 264 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Texas con el beneplácito de su gobierno, sin embargo, fueron criticados por otros federalistas y acusados de traición cuando la prensa de Texas y Nueva Orleans les adjudicó el plan de crear la República del Río Grande.24 Tras el fusilamiento de uno de los jefes militares, el movimiento pactó un armisticio con el general Mariano Arista, comandante de los Estados de Oriente, en noviembre de 1840. Paradójicamente, el clan fronterizo que había encabezado la rebelión federalista se vio beneficiado con el desenlace del movimiento y con la sólida relación establecida con Arista al recuperar el poder político perdido al implantarse el centralismo.25 El paraíso del comercio ilegítimo El panorama del contrabando en Tamaulipas se complicó durante la ocupación norteamericana. Cuando en mayo de 1846 Taylor tomó el norte de la entidad eliminó los aranceles mexicanos, estableció sus propias tarifas, permitió que Matamoros operase como puerto libre e invitó a los comerciantes estadounidenses a introducir productos, con lo que un alud de mercancías inundó la frontera.26 En contrapartida, el gobierno mexicano emitió un decreto que consideraba contrabando a todo artículo proveniente de las zonas ocupadas, en tanto que el gobierno del estado juzgaba ese tráfico como legal.27 Las contradicciones del caso no pararon ahí. La debilidad del gobierno del presidente José Joaquín Herrera aumentó a partir de la presencia de Taylor en Corpus Christi desde diciembre de 1845 y permitió el fortalecimiento de los grupos locales. Los clanes fronterizos FerCharles H. Brown, Agents of Manifest Destiny. The Lives and Times of Filibusters, Chapell Hill, The University of North Carolina Press, 1980, p. 148. Véase la nota número 24. 24 Josefina Vázquez asegura que el proyecto secesionista de crear una República del Río Grande es una invención hecha por grupos adversos a los federalistas radicales del norte de Tamaulipas para desprestigiar su movimiento, pero que la idea surgió en las cartas a la redacción de periódicos texanos, más bien como una expresión de sus propias expectativas. El error —que han repetido varios historiadores— se generó a partir de que Herbert Howe Bancroft las tomó como válidas. “La supuesta República del Río Grande”, en Historia Mexicana, v. XXVI, núm. 1, 1986, p. 49-79. Herrera, Breve historia…, p. 116. 25 José Antonio Canales quedó como comandante militar de las villas del Norte, Jesús Cárdenas como prefecto del norte y Juan Nepomuceno Molano se situó en el primer nivel del gobierno de la entidad. Ibid., p. 117. 26 Entre estas mercancías se encontraban: textiles, mercería, vinos, alimentos, ferretería, maquinaria y artículos de piel. Rippy, op. cit., p. 94. 27 Herrera, “Tamaulipas ante la guerra de invasión norteamericana”, en Josefina Vázquez, México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848), México, Secretaría de Relaciones Exteriores-El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 1997; p. 546. DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 265 nández y Canales recuperaron su poder en la región: Francisco Vital Fernández fue designado gobernador por el congreso estatal y Antonio Canales presidió la legislatura, estableciendo una alianza insólita. En forma paradójica, la vieja mancuerna Canales-Carvajal se resquebrajó y mientras el primero, al perder su base territorial, se pasó a la guerrilla en contra de los norteamericanos y apoyó al gobierno estatal, el segundo se opuso a la invasión pero, amparado por José Urrea, comandante del Ejército del Norte y enemigo acérrimo del gobernador, medró con el contrabando al igual que su protector.28 La animadversión contra las fuerzas castrenses representantes del gobierno central no disminuyó durante la guerra contra los norteamericanos. “No puede V. S. mi Gral. figurarse la mala prebensión [sic] de esta ciudad [Ciudad Victoria] en contra del Ejército”, escribió el general Miñón al ministro de Guerra en el otoño de 1848.29 La lucha entre representantes de los grupos de poder del estado y la comandancia de Oriente o del Ejército del Norte también prosiguió. No era extraño presenciar encarnizados enfrentamientos entre ambos, como en el caso de la pugna entre el gobernador Vital Fernández y el general José Urrea o entre éste y Canales. La rebelión de La Loba o la disidencia de un grupo “selecto” Al término de la guerra entre México y los Estados Unidos, las autoridades mexicanas recuperaron el control de las aduanas. La política arancelaria combinó medidas proteccionistas con otras menos restrictivas, sobre todo en el bienio que siguió a la contienda.30 Las disposiciones del gobierno mexicano generaron el descontento de los comerciantes norteamericanos, especialmente de los tabacaleros, y agudizaron las condiciones para el conflicto entre ambos sectores.31 El hecho de que las autoridades mexicanas eludieran cumplir el artí28 Santa Anna solicitó al general Valencia el nombramiento de José Urrea en la comandancia del Ejército del Norte para hacerle la vida imposible al gobernador, quien lo había destituido de su cargo. Carvajal atacó a Vital acusándolo de peculado, de favorecer un proyecto secesionista y poniendo en duda la legitimidad de su investidura. Herrera, “Tamaulipas ante…”, p. 549. 29 Miñón relata la recepción que hizo Ciudad Victoria a su cuerpo. General Miñón al Ministro de Guerra y Marina. Saltillo, 27 de noviembre de 1848, en Archivo Histórico Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante AHMSDN), exp. XI/481.3/2481, f. 267. 30 En abril de 1849 el gobierno suprime la prohibición al azúcar, harina, manteca, tocino, arroz, café, tabaco y algodón. En noviembre de 1849, redujo las tarifas en un 49%. Rippy, op. cit., p. 94. 31 Ibid., p. 95-96. 266 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO culo decimonoveno del Tratado de Guadalupe que establecía el respeto a los productos norteamericanos que habían ingresado durante el tiempo que duraron las hostilidades, respetando las tarifas, provocó tensiones con los comerciantes estadounidenses.32 La insatisfacción con la política tarifaria de la administración central era compartida por los fronterizos mexicanos. El Ayuntamiento de Matamoros aseguró que “apenas se supo que la paz había [sido] canjeada cuando [comenzaron] a sentirse los funestos efectos de las aduanas marítimas y de efectos estancados”.33 El 20 de julio de 1850, como consecuencia de la presión ejercida por sus acreedores para poner fin al contrabando, el gobierno creó los contrarresguardos aduanales, los cuales deberían convertirse en una barrera de contención al comercio ilegal, paralela a las aduanas. Contaban para su operación con 1 comandante, 10 tenientes y 50 subordinados, quienes recorrían campos, caminos y veredas para asegurar que los productos que se internasen al país hubieran cubierto los derechos respectivos.34 Estos mecanismos de control provocaron una gran antipatía entre la población lugareña y fueron mal vistos hasta por los mismos empleados de las aduanas.35 El descontento llegó al punto de que los vecinos de Matamoros se propusieron deponer al administrador de la aduana y el general Francisco Ávalos, jefe militar de la plaza, hubo de desplegar tropa para evitar un motín. Empero, Ávalos reconoció que “el pueblo, el comercio y la guardia nacional, no pudiendo por más tiempo sufrir el actual administrador de la aduana y lo muy subido que están los derechos del arancel, se habían resuelto a mejorar su suerte a toda costa...” 36 El restablecimiento de las tarifas y la creación de los contrarresguardos 37 se resintieron como una opresión intolerable y movieron a los opositores al gobierno —encabezados por José María Carvajal— a reunirse en el rancho de La Loba, en septiembre de 1851, con el fin de Ibid., p. 94-95. Representación del Ayuntamiento de Matamoros, 11 de julio de 1848, Andrés Saldaña, presidente en turno, Joaquín Argüelles, secretario, en El Defensor de Tamaulipas, Ciudad Victoria, 21 de agosto de 1848. Apud Herrera, “La zona libre...”, p. 81. 34 Ibid., 78; Rippy, op. cit., p. 96, 35 Herrera, “La zona libre…”, p. 79-80. 36 Ibid., p. 76. (Cursivas mías. En adelante, servirán para destacar la manera en que las distintas autoridades se referían a los descontentos.) 37 El contrarresguardo se creó en cumplimiento de la ley del 24 de noviembre de 1849. El “Reglamento para el Contra-resguardo de Nuevo León y Tamaulipas” se expidió el 20 de julio de 1850. Carlos J. Sierra y Rogelio Martínez Vera, El resguardo aduanal y la gendarmería fiscal 1850-1925, México, Publicaciones del Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1971, p. 13. 32 33 DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 267 elaborar un plan y lanzar una proclama.38 En el llamado Plan de La Loba se demandó el retiro de la frontera norte del ejército federal, cuya presencia se consideró como opresora y perniciosa; se exigió la reducción de los impuestos aduanales y la cancelación de prohibiciones; se pidió el establecimiento de una aduana en Reynosa; y se exigió la abolición de las multas excesivas por contrabando, así como la aprobación de una ley que permitiese el ingreso de productos sin impuestos durante un periodo de cinco años. También se oponían a la secesión del territorio o a su anexión a la Unión Americana, pero afirmaban el derecho a establecer un gobierno provisional en caso de que sus demandas no fuesen satisfechas.39 Comerciantes y hombres de negocios de Brownsville aportaron apoyo financiero para municiones, hombres y frazadas para el plan de Carvajal y juntos organizaron un pequeño ejército que incursionaría en México, constituido por descontentos de los dos lados del Bravo.40 Así, 400 norteamericanos y 300 mexicanos se apoderaron de la villa de Camargo; Mier y Guerrero se sumaron al plan. Según De la Rosa, los principales promotores del movimiento eran “contrabandistas, hacendados y comerciantes de ambos lados de la frontera”.41 En respuesta, el comandante de brigada Francisco Ávalos, apoyado por el jefe político del distrito norte y por el ayuntamiento de Mata38 Nacido en San Antonio Béjar alrededor de 1819, José María Carvajal (o Carbajal, como aparece en varios autores) recibió una esmerada educación en Virginia y mantuvo —desde temprana edad— una relación cercana con Stephen Austin. Pronto se vio ligado al negocio de tierras en su natal Texas y su matrimonio con la hija de Martín de León estrechó su vínculo con los especuladores texanos. Fue diputado en la legislatura de Coahuila-Texas en 1835, año en que estalló la rebelión. En ese mismo año, enfrentó problemas por participar en la venta de tierras. Más tarde fue perseguido y encarcelado por las autoridades mexicanas, acusado de incitar los ánimos para desatar una guerra con el fin de que se vendieran los títulos de propiedad. Su matrimonio obró favorablemente en el vínculo con la elite texana. Shearer, op. cit., p. 201-230; Herbert Davenport, “General José María Jesús Carbajal”, en Southwestern Historical Quarterly, v. IV, abril, 1952, p. 475-483. 39 El Bien Público, suplemento núm. 82, Matamoros, 17 de septiembre de 1851, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3163, f. 65. 40 El National Intelligencer publicó una nota donde confirmaba que 30 norteamericanos habían sido contratados en Río Grande City para auxiliar al movimiento secesionista de Tamaulipas. Luis de la Rosa al vicecónsul mexicano en Nueva Orleans. Washington, 19 de septiembre de 1851, en Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México (en adelante AHSREM), FIL-7 (I), f. 6-7. Banse y Hord, dos reconocidos abogados, reclutaron gente para la expedición. Nota de Manuel Medina, coronel del ejército y teniente coronel de infantería, Matamoros, [s. f.], en AHSREM, FIL-7 (II), f. 32, apud Heredia, op. cit., p. 68. Una compañía de Texas Rangers, al mando de John S. Ford, se unió a Carvajal durante seis meses. Shearer, op. cit., p. 209; Brown, op. cit., p. 68. 41 De la Rosa, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en los Estados Unidos, a José Fernando Ramírez, ministro de Relaciones Exteriores e Interiores, Washington, 13 de octubre de 1851, en AHSREM, FIL-7 (I), f. 38. 268 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO moros, reformó el arancel vigente reduciéndolo a la cuarta parte. El general adoptó la medida sin contar con el apoyo del gobierno federal,42 empero, su decisión tuvo el efecto esperado, pues el apoyo a la rebelión decreció sensiblemente.43 Además, es posible que la orden del gobierno de Washington de movilizar fuerzas para evitar cualquier expedición ilegal en territorio mexicano haya contribuido a disuadir a algunos entusiastas anglosajones seguidores del movimiento de permanecer en él.44 Los rebeldes, reforzados por un considerable contingente en Camargo, partieron hacia Reynosa, villa que capturaron sin mayor obstáculo. Ahí, Carvajal eliminó los aranceles a los productos indispensables, disminuyó los de los bienes suntuarios y publicó una carta en el Texas State Gazette que explicaba los motivos del levantamiento. Aseguró que había sido elegido para combatir la opresión y las severas vejaciones que padecían sus compatriotas a partir de su independencia “nominal”; que el movimiento se dirigía contra los impuestos excesivos, los monopolios y la tiranía militar. Afirmó también que los mexicanos lanzaban un grito de auxilio para escapar de sus cadenas y para preservar sus derechos y libertades. Aclaraba que los norteamericanos que lo acompañaban sólo habían venido a rescatar a los mexicanos de su miseria.45 En Matamoros, lanzó una proclama donde se invitaba a los habitantes a levantarse contra la tiranía y a sumarse a las filas insurgentes, que no recibió respuesta.46 No permaneció muchos días en aquel puerto; se retiró a Cerralvo, atribuyendo su fracaso a las intrigas de los vicecónsules británico y francés, así como al general Canales. Sin em42 Acta por la que las autoridades militar, política y civil de esta ciudad, acuerdan la alza de prohibiciones y rebajas del arancel vigente; la cual se acompaña por el Reglamento para el cobro de derechos en esta Aduana marítima y fronteriza, con otras disposiciones relativas dictadas en virtud de circunstancias por los señores General D. Francisco Ávalos, Jefe Político D. Leonardo Manzo y Ayuntamiento de esta ciudad, 1851, en Archivo Histórico de Matamoros, Presidencia, caja 12, exp. 7, apud Herrera, “La zona…”, p. 86. 43 Ávalos afirmó que el arancel “era el único recurso que pudo suministrar lo necesario para hacer la Guerra con buen éxito” y que “cambió la opinión general[,] convirtiéndose en los más firmes defensores del gobierno los que unos días antes eran sus opositores”. Ávalos al Ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 17 de diciembre de 1851, en AHMSDN, exp. XI/ 483.373163, f. 1. 44 Shearer, op. cit., p. 210. 45 Ibid., p. 215. 46 Al parecer, el comportamiento de tropa, oficiales y jefes en la defensa de Matamoros fue ejemplar y mereció el reconocimiento del gobierno de la república que entregó medallas y diplomas. Relación de la Brigada Ávalos sobre el número de efectivos presentes en la plaza de Matamoros “cuando fue invadida por los filibusteros acaudillados por el traidor Carvajal”. Matamoros, 14 de junio de 1852, anexo al parte de guerra de Jáuregui, Comandante General de Nuevo León, al Ministro de Guerra y Marina, Monterrey, 5 de julio de 1842, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3157, f. 30. DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 269 bargo, es posible que el retiro respondiese a su encuentro con las fuerzas nacionales, pues, para este momento, los generales Ávalos, Uraga y Jáuregui habían cumplido las instrucciones del Ministerio de Guerra y Marina de “…contribuir a sofocar la revolución que ha aparecido en la frontera”.47 Carvajal y sus hombres, derrotados por Jáuregui en Cerralvo, se refugiaron en Texas. Ávalos escribió: “aunque el traidor Carvajal se ha pasado a la izquierda del Bravo con doscientos diez aventureros, estoy informado […] de que espera refuerzos de Texas para continuar su empresa.” 48 En efecto, los rebeldes intentaron ocupar esa plaza nuevamente, pero fueron obligados a replegarse allende la frontera. Los continuos informes recibidos en la ciudad de México hacían evidente que la percepción de los cónsules y militares destacados en la región era que el movimiento contaba con amplio apoyo de un buen número de fronterizos en ambos lados del río Grande. El vicecónsul mexicano en Brownsville relataba a su gobierno como “una gran parte de la población de esa ciudad cruzaba la frontera por las noches para unirse a los ‘bandoleros’”. Las notas revelaban también la certeza sobre la poca disposición de los funcionarios estadounidenses a combatir a los seguidores de Carvajal. “[Fueron] la tolerancia y el disimulo de las autoridades fronterizas los que facilitaron la organización y salida hacia tierras vecinas de los aventureros, los cuales, en su mayoría, eran ciudadanos norteamericanos”, escribió De la Rosa al secretario de Estado en Washington.49 Las comunicaciones también mostraban el temor de los jefes castrenses a que la rebelión desembocara en secesión y que “de no cortarse de raíz, [hiciese] peligrar no sólo la integridad del territorio, sino del país”.50 Veían en las “invasiones del traidor Carvajal y los aventureros extranjeros […] miras y tendencias demasiado conocidas y remarcables [...] contra la integridad del territorio nacional”.51 47 Instrucciones a los Generales Uraga, [Antonio María] Jáuregui y [Francisco] Ávalos, Ministerio de Guerra y Marina, México, 18 de septiembre de 1851, en AHMSDN, exp. XI/ 481.3/3161, f. 68-81. 48 Parte del general Francisco Ávalos, jefe de la Brigada Ávalos, al general Antonio María Jáuregui, Matamoros, 13 de diciembre de 1851 [copia], en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 96. 49 De la Rosa a Daniel Webster, secretario de Estado, Washington, 12 de noviembre de 1851, en AHSREM, FIL-7 (I), f. 112. 50 Ventura Alcalá, vicecónsul de México en Brownsville, a José Fernando Ramírez, ministro de Relaciones Exteriores e Interiores, Brownsville, 26 de noviembre de 1851, en AHSREM, FIL-7 (I), f. 147-148, apud. Heredia, op. cit., p. 73; Alcalá al Ministerio de Relaciones Exteriores e Interiores, Brownsville, 8 de noviembre de 1851, ibid., f. 96; Ávalos, general de brigada al Ministerio de Guerra y Marina, ibid., f. 98-99. 51 Parte del general Adrián Woll, comandante general de Tamaulipas al ministro de Guerra y Marina. [s. l.], [s. f.], en AHMSDN, exp. XI/481.3/3157, t. 1, f. 169. 270 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Si el movimiento de La Loba constituía o no un peligro real para la existencia del país es algo que, por ahora no nos interesa dilucidar, lo que sí deseamos subrayar es su persistencia y la convicción de formar parte de un proyecto emancipador. Convencido del sentido de su misión, Carvajal premiaba los servicios de sus oficiales “…atendiendo a las buenas cualidades, honradez y valor que [les] adornaban…”, otorgándoles el grado de teniente del “Ejército Libertador de las Villas del Norte”, nombre con el cual denominó a su partida.52 En febrero de 1852, después de dos meses de reorganizar a sus hombres, José María Carvajal, bien armado y con una fuerza considerable, emprendió una nueva incursión sobre Camargo, donde enfrentó a una compañía mexicana que lo obligó a regresar a Brownsville; ahí fue apresado con una docena de seguidores y puesto en libertad tres meses después.53 En el ínterin, el anuncio de que el arancel Ávalos había sido derogado, que la tarifa de 1845 se había restablecido y que dos prisioneros estadounidenses y un número indeterminado de mexicanos capturados en Matamoros durante la primera incursión de los rebeldes habían sido ejecutados,54 provocó conmoción en Brownsville e insufló nuevo aliento a la rebelión.55 El cónsul mexicano en esa población escribió una nota “de preferencia reservada” al ministro de Relaciones Exteriores donde expresó su preocupación. Dijo: “...es de temerse que los facciosos aprovechándose del estado de la frontera procuren comenzar de nuevo la revolución. No hay duda de que en ella 52 Instrucción de José María Carvajal, general en jefe del “ejército libertador de las Villas del Norte”, a Juan H. Allen, teniente ayudante del Cuartel Maestre General, Campo cerca de Reynosa Viejo, 19 de febrero de 1852, anexa al parte de Ávalos al ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 3 de abril de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 18. 53 Carvajal iba acompañado de una fuerza de entre 200 y 500 hombres con doce cañones de asalto. Nota del general Canales a José María Jáuregui, comandante general de Nuevo León, Camargo, 24 de febrero de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 13; Shearer, op. cit., p. 222-223; Brown, op. cit., p. 155; Heredia, op. cit., p. 76. Ávalos acusa recibo de “la noticia comunicada por el S. Gral. Jáuregui del triunfo obtenido en Camargo sobre los filibusteros” (cursivas mías). Acuse de recibo del general Ávalos al ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 24 de marzo de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 49. 54 Ávalos informa que está enterado de la orden de ejecución dictada contra los reos George Williams, Robert MacDonald, Jesús Gómez y Estanislao Villegas “por haber pertenecido a las fuerzas del traidor Carvajal”. Parte del general Francisco Ávalos al Ministro de Guerra y Marina, Matamoros, 16 de junio de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3159, f. 2-3. 55 En la nota del cónsul de México en Brownsville relativa al creciente descontento que ha producido el restablecimiento del arancel de 1845 y la posible movilización de las fuerzas de Carvajal por esta razón, se lee lo siguiente: “con motivo de esa medida, se ha comenzado de nuevo a hacer contrabando por los comerciantes de estas poblaciones. Además, es de temerse que tal medida sirva de pretexto a los facciosos, para llevar a cabo sus planes. Reina un disgusto general, de ambos lados del Río Bravo…” DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 271 reina un gran disgusto contra el Supremo Gobierno y de que se trata de hacer alguna demostración revolucionaria, mas no he podido averiguar el plan que tratan de proclamar.”56 Carvajal atacó Reynosa y Nuevo León antes de que finalizara el año pero fue perseguido por las fuerzas del gobernador neoleonés hasta lograr que abandonara la entidad.57 En marzo de 1853, los seguidores del fronterizo, al mando de Alfred H. Norton, autoridad civil en Río Grande City, saquearon Reynosa y secuestraron al alcalde por quien exigieron un rescate de 30 000 pesos. Tras obtener 2 000 pesos y cometer una serie de tropelías, la partida cruzó la frontera de regreso y se internó en territorio texano.58 Carvajal y Norton fueron apresados por G. R. Paul, mayor del ejército estadounidense, quien solicitó al oficial de la brigada mexicana que reuniera testigos para probar la participación de aquéllos en las depredaciones cometidas en suelo mexicano.59 La prisión de Carvajal no se prolongó por mucho tiempo; el pago de la fianza lo puso en libertad a las pocas semanas de haber ingresado a la cárcel. Para ese momento, Antonio López de Santa Anna, nuevamente en el poder, emitió un decreto que declaraba: “Traidores e indignos del nombre [de] mexicano[s] a Carvajal y sus secuaces…”, quienes quedaban proscritos del territorio de la república.60 Entonces, el inquieto cabecilla de la rebelión de La Loba se involucró en los proyectos filibusteros contra Cuba organizados por John Quitman. Su alejamiento del escenario nacional no se prolongaría demasiado. Cuando los liberales exiliados por las dictaduras en Brownsville y Nueva Orleáns empezaban a fraguar la caída del dictador, el de Béjar se encontraba presente. 56 Nota del cónsul de México en Brownsville al ministro de Relaciones, Brownsville, 4 de mayo de 1852, anexa a la nota de José María Ortiz Monasterio, ministro de Guerra y Marina, México, 24 de mayo de 1852, en AHMSDN, exp. XI/481.3/3161, f. 52. 57 José Miguel Arrollo, ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, a Joaquín I. del Castillo, cónsul mexicano en Brownsville, México, 22 de enero de 1853, en AHSREM, FIL-7 (VI), f. 4. 58 Relato de Severiano Medrano, funcionario mexicano del juzgado 3º Constitucional remitido al coronel Valentín Cruz el 27 de marzo de 1853, en AHSREM, FIL-7 (VI), f. 29. 59 G. R. Paul a Valentín Cruz, Puesto Riggold, Texas, 1 de abril de 1853, ibid. 60 Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 50 v., México, Imprenta del Comercio a cargo de Dublán y Lozano hijos, 1876, v. VI, p. 594 (cursivas mías). Robert Case, “La frontera texana y los movimientos de insurrección en México, 1850-1890”, en Historia Mexicana, v. XXX, núm. 3, enero-marzo, 1981, p. 415-452; p. 417. 272 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Consideraciones finales a) El peso de la conquista pacífica La “conquista pacífica”, es decir, la extraordinaria expansión comercial estadounidense hacia México, vigorizada durante y después de la guerra del 47 pesó en la recomposición de la sociedad fronteriza al estrechar los vínculos entre las elites de hacendados y comerciantes de los dos lados del Bravo y al fortalecer a los empresarios tamaulipecos gracias al apoyo de sus homólogos norteamericanos. Con ello, la relación entre los grupos de poder regionales y los del gobierno central cambió de manera manifiesta. Por otra parte, las condiciones generadas por el intenso tráfico comercial que acompañó a la guerra y perduró en el periodo posterior hicieron a los habitantes del Bravo más sensibles a “la opresión” del gobierno central; fortalecidos, los fronterizos se mostraron menos tolerantes hacia las políticas de la Federación. En consecuencia, no fue exclusivamente la “opresión del régimen central” la que hizo a los habitantes del norte más susceptibles a las determinaciones de la administración de México. El peligro de perder privilegios disfrutados por algunos y largamente anhelados por otros hizo que los vecinos de la región, especialmente los de las comarcas fronterizas lucharan para preservar sus prerrogativas. Se observa así la manera en la cual los movimientos disidentes pueden originarse en el deseo de mantener situaciones de privilegio y conservar cotos de poder. b) El asunto de las percepciones A las consideraciones anteriores debe agregarse que la debilidad del gobierno federal marcó —en buena medida— su percepción de los levantamientos de los fronterizos. La precaria condición del Estado nacional, evidente en su crisis hacendaria, su incapacidad para resguardar las fronteras y mantener la soberanía en el territorio fue patente en muchos aspectos; entre otros, en los infructuosos esfuerzos por someter a los texanos; durante el conflicto con Francia; a lo largo de los levantamientos en Sierra Gorda y en la derrota ante las fuerzas norteamericanas. Estas experiencias debieron llevar al gobierno mexicano a advertir de forma amenazadora los levantamientos en la región. Éstos fueron vistos como agitaciones peligrosas que anunciaban el fin de la soberanía nacional en aquellos confines, como la reedición del DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 273 caso texano o como un serio amago para la existencia del gobierno mismo. En consecuencia, si la disidencia es una categoría que implica relación (se es disidente en relación a algo o a alguien), y tiene que ver con la percepción que tenga la autoridad sobre los actos juzgados como “disidentes”, deberemos considerar que la susceptibilidad de la autoridad puede estar en función de su propio grado de vulnerabilidad, aunque esta relación no sea ni mecánica, ni estrictamente proporcional. Se entiende de esta manera que la alianza establecida entre los vecinos del norte de México, que aspiraban al paraíso fiscal, y los texanos que además de buscar el fin de los aranceles deseaban ampliar las fronteras, fuese el marco adecuado para que las autoridades concibieran a los primeros no sólo como rebeldes, facciosos o bandidos, sino como traidores a la patria e impulsores de proyectos secesionistas, acusaciones graves que eran lanzadas en un momento en el que el recuerdo de la experiencia texana y la pérdida de California y Nuevo México “laceraban” la conciencia colectiva y convertían al “celo patrio” en un valor supremo. c) Disidencia y transgresión Los vecinos del noreste mexicano y el sureste estadounidense no sancionaron el comercio ilegal, el cual fue —según una norma no escrita de la región— una actividad perfectamente legítima. Por esta razón, fue difícil encontrar a quienes testificasen contra “los portavoces y defensores de los contrabandistas”, como fue el caso de José María Carvajal. La transgresión a la ley “del centro” constituyó, a más de una manera de subsistencia o de enriquecimiento, una forma de expresión de desacuerdo, y una manifestación de autonomía regional; representó un modo de disidir. Compartido por vastos sectores sociales, el contrabando constituyó un eje en torno al cual convergieron aspiraciones de amplias capas de la sociedad del bajo Bravo. Así también la rebelión de La Loba articuló la participación de distintos actores cuyos propósitos eran harto divergentes. Carvajal desempeñó en este movimiento el papel de agente de enlace entre ellos. d) Las viejas inquinas y la disidencia El proteccionismo; la presencia de un ejército que impedía a las elites locales realizar sus aspiraciones políticas amén de ser el garante de las 274 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO disposiciones arancelarias establecidas desde la capital; el desabasto; el desamparo ante las expediciones de los indios de las praderas; el monopolio ejercido por el eje Veracruz-ciudad de México y los obstáculos levantados en contra de la habilitación de puertos en el litoral tamaulipeco constituyeron parte de la lista de agravios añejos que los vecinos de las provincias nororientales tenían hacia el gobierno nacional. Por esta razón, la oposición del poder central al establecimiento de una zona de excepción fiscal fue vivida como un verdadero oprobio. Este sentimiento contra el proteccionismo, sin embargo, no era exclusivo de los grupos menos privilegiados; también fue resentido con particular agudeza por ricos comerciantes y hacendados de aquellas comarcas que encontraron en las tarifas un obstáculo a sus posibilidades de enriquecimiento y desarrollo. La bonanza que significaba para estos sectores el creciente intercambio con los norteamericanos convirtió a los viejos agravios en vejaciones insoportables. Los poderosos grupos de empresarios y ganaderos, junto con la gran mayoría de la sociedad, hallaron en la oposición al centralismo, al militarismo y a los aranceles una bandera común. No obstante lo antes señalado, una revisión cuidadosa del periodo aquí estudiado nos permite ver que las ecuaciones centralismo= proteccionismo=privilegios para el poder central, así como federalismo= libre cambio=privilegios para las elites regionales, no se cumplen con rigor y simplifican la cuestión. Por otra parte, cabe decir que al hablar de elites incurrimos en una burda generalización que pasa por alto las divisiones existentes entre los grupos de poder de una misma región. El caso queda bien ilustrado con las alianzas y rupturas que observamos en nuestro estudio a través de los clanes y su vínculo con el gobierno central. e) ¿Disidencia entre las elites? ¿Es posible hablar de disidencia entre las elites? Si partimos de la definición que señala que disidencia es: separación, grave desacuerdo de opiniones; que discrepancia, desacuerdo, escisión, separación, cisma y secesión son sinónimos de disidencia y que la acción de disidir es: “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”, resulta posible pensar que los grupos privilegiados puedan apartarse de la común doctrina, separarse de un pacto previamente convenido, a diferencia de otros sectores de la sociedad que tratan de romper con un acuerdo al que fueron sujetos. En tal sentido, el Plan de La Loba al que hemos hecho referencia, al reservarse el derecho a establecer un gobierno pro- DISIDENCIA ENTRE ELITES DEL NORORIENTE DE MÉXICO 275 visional en caso de que sus demandas no fuesen satisfechas, planteó un grado considerable de disidencia al proponer la secesión. Los fronterizos llegaron al extremo al pretender separarse de la federación, desligándose del pacto que los había unido a la nación. DE ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD: LAUREANA WRIGHT Y EL ESPIRITISMO KARDECIANO EN EL MÉXICO FINISECULAR LUCRECIA INFANTE VARGAS Facultad de Filosofía y Letras, UNAM Me regocijo porque estoy convencida de que a los derechos de la mujer […] les bastará con ser analizados para ser comprendidos y defendidos, incluso por algunos de los que ahora tratan de asfixiar los irreprimibles deseos de libertad espiritual y mental que se agitan en el corazón de muchas mujeres y que apenas se atreven a descubrir sus sentimientos. Sara Grimké, 1838.1 En septiembre de 1891, La Ilustración Espírita, revista editada por la Sociedad Espírita Central de México, publicó el primero de ocho artículos titulados “Espiritismo práctico”.2 Su autora era Laureana Wright de Kleinhans (Taxco, Guerrero, 1846-1896), quien dedicó gran parte de su obra escrita a la promoción de la emancipación de las mujeres y su derecho a la educación profesional.3 A lo largo de estos artículos, Laureana describió la historia de su conversión al espiritismo kardeciano, doctrina filosófico-religiosa originada en Europa hacia 1857 por el médico holandés Hippolyte Rivail (conocido bajo el seudónimo de Allan Kardec), y cuya introducción en México se produjo alrededor de 1858 1 Sara Grimké, Cartas sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer, citada en la introducción de Alicia Miyares a Elizabeth Cady Stanton (editora), La Biblia de la mujer (traducción castellana de J. Teresa Padilla y María Victoria López), Madrid, Ediciones CátedraInstituto de la Mujer, 1997 (reproducción del original The Womans´s Bible, 1895). 2 La Ilustración Espírita. Periódico consagrado exclusivamente a la propaganda del Espiritismo, ciudad de México, Imprenta de Refugio I. González. El artículo citado comprende los números que van del 1 de septiembre de 1891 al 1 de mayo de 1892. 3 Algunas de las revistas en que publicó son: El Correo de las Señoras (1881-1884), El Diario del Hogar (1881-1912), El Álbum de la Mujer (1883-1890), Violetas del Anáhuac (18871889), La Mujer Mexicana (1904-1907). Fue autora también de los libros Educación errónea de la mujer y medios para corregirla (México, Imprenta Nueva, 1892); La emancipación de la mujer por medio del estudio (México, 1891) y Mujeres notables mexicanas (1910). 278 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO con el arribo de la Revue Spirite, publicación fundada por Kardec en París ese mismo año.4 Los inicios del contacto entre Laureana y el espiritismo de Kardec se remontaban aproximadamente a siete años atrás. En 1884, la señora Wright acudió a una reunión social en la cual el espiritismo fue objeto de severas burlas, e hizo que Laureana pensara en “la vulgaridad que cree tontamente en brujas, hechiceros y fantasmas”.5 Un par de días después, la escritora recibió la visita del único participante en aquella reunión que, con marcada seriedad, no había manifestado opinión alguna sobre el asunto. Se trataba de un presunto “senador” con quien ella guardaba cercana amistad y cuya identidad prefirió no revelar en su narración. Este hombre le aseguró que el espiritismo era una cuestión tras la que se hallaba “algo muy digno de atención y de estudio” 6 y, a fin de que formara sus propias deducciones, la invitó a participar en una sesión espiritista que se efectuaría en el domicilio de un militar conocido por ambos. Desconcertada por aquel “respetable e ilustrado” personaje que se declarara partícipe de lo que ella consideraba una “puerilidad”, y asaltada también por la “vaga esperanza de que hubiese algo más allá de la muerte”,7 Laureana decidió acudir a la reunión, no sin antes echar un vistazo a dos textos que sabía eran clásicos del tema en cuestión: El libro de los Espíritus, de Allan Kardec, y Lumen, de Camille Flammarion. El día de la reunión, Laureana presenció como una mujer dormida a la que llamaban medium8 escribía bajo el efecto de lo que se le explicó era el “sueño magnético”, e incluso participó directamente mediante la invocación a su padre (muerto años atrás) y a Antonia, una querida amiga recientemente fallecida y quien hasta el último suspiro se negara a morir. Ninguno de los espíritus convocados acudió a su llamado y, tras varios “estremecimientos dolorosos de la medium”, la única respuesta obtenida fueron unas líneas confusas en las que se entreveía la frase: “Estoy viva, no estoy muerta... sácame de aquí, sálvame… Soy Antonia.”9 Convencida de que ello era el producto de la 4 Parece existir algún tipo de controversia o desacuerdo en relación con el nombre verdadero de Kardec, a quien en algunos estudios se le reconoce más bien como Leon Denizard. Véase al respecto Yolia Tortolero Cervantes, “Un espírita traduce su creencia en hechos políticos: Francisco I. Madero (1873-1913)”, tesis doctoral en Historia, El Colegio de México, 1999. 5 Laureana Wright, “Espiritismo Práctico”, La Ilustración Espírita, septiembre 1 de 1891. 6 Ibid. 7 Ibid. 8 Con el nombre de medium se identificaba a las personas que desarrollaban la capacidad para “recibir” los presuntos mensajes de los espíritus o almas con quienes se establecía comunicación. 9 La Ilustración Espírita, septiembre 1 de 1891. ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 279 impresión causada por la historia de su amiga en “el cerebro de la sonámbula”, Laureana reafirmó su descreimiento del espiritismo y olvidó por completo el asunto. Meses después sin embargo, en un presunto artículo sobre los sueños, la señora Wright se refirió al espiritismo como “fantástico”, y a Kardec y Flammarion como “dos locos: soñador, espiritual y elevado, uno, práctico, prosaico y semi-místico, el otro”.10 Tres semanas más tarde, Laureana dijo haber recibido una carta proveniente, al parecer, de una población cercana a Guanajuato (Mineral de la Luz).11 La suscribía Marta Lemus, una mujer espírita afectada hacía meses por una paraplejia parcial que le impedía caminar. En la misiva, Lemus expresaba el gran aprecio que por ella sentía y la felicitaba por sus “artículos sobre mujeres célebres [cuya] erudición, […] estilo florido y elegante, descubren una instrucción poco común”.12 Asimismo se decía sorprendida por la ligereza con que en el artículo sobre los sueños se afirmaba la imposibilidad del espiritismo para demostrar, científicamente, la autenticidad de los fenómenos a través de los cuales se manifestaba la comunicación con el mundo espiritual. Para señalar lo equívoco de esta apreciación citaba una serie de libros, revistas y personalidades del mundo de la ciencia que sustentaban “los inmensos progresos de [esta] filosofía aludida en todos los países”.13 Laureana escribió entonces una extensa respuesta que explicaba a detalle las razones de su “convicción de que el espiritismo es uno de los más insinuantes y perfectos sueños de la aspiración del hombre, una de las más bellas utopías del pensamiento humano…” 14 En su argumentación sobre los “contrasentidos” fundamentales de tan “bella filosofía”, Laureana expuso algunos de los postulados materialistas que evaluaban al espiritismo como “una cuestión de fe y no de ciencia”, apeló también al fracaso contundente de su experiencia personal con respecto al “magnetismo y sonambulismo lúcido” y, finalmente, descalificó cortésmente a las personalidades citadas por la señora Lemus: 10 Ibid., noviembre 1, 1891. Tras una cuidadosa revisión de las tres revistas en las cuales se publicaron escritos de Laureana Wright de Kleinhans durante los años de 1883-1889 (El Álbum de la Mujer, Violetas del Anáhuac, La Mujer Mexicana), no encontramos el artículo sobre los sueños que Laureana refiere en su crónica y afirma fue publicado en Violetas en el mes de julio de 1884. Por otro lado, la publicación de esta revista no coincide con la fecha reportada por Laureana, puesto que Violetas circuló durante 1887-1888. Más adelante volveremos sobre la probable implicación de esta discordancia. 11 En ninguna de las revistas ya citadas se encuentra tampoco ésta y las demás cartas que Laureana afirmó fueron publicadas en Violetas durante 1884. 12 La Ilustración Espírita, op. cit., enero 1, 1892. 13 Op. cit., febrero 1, 1892. 14 Op. cit., marzo 1, 1892. 280 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO No [las] conozco… pero me temo que mi refractaria inteligencia me hiciera pensar que en cuestiones de fe no es extraño ver los nombres más caracterizados y más respetables certificando hechos que pueden creerse, mas no demostrarse. Ayer aún, los grandes dignatarios eclesiásticos ponían sus nombres al calce de los inverosímiles milagros religiosos; hoy los milagros científicos han reemplazado a los ortodoxos, y el estudio y la investigación humana avanzan cada día más hacia el sol explendente de las grandes verdades.15 Tras comprometerse a “emprender un minucioso estudio sobre el espiritismo”, y asegurar que “nadie más que yo desearía tener otra clase de convicciones”, Laureana puso punto final a la extensa disertación ratificando su parecer al respecto de las relaciones entre la materia y el espíritu. Opinión muy cercana por cierto, al materialismo psicofísico que desde mediados del siglo XIX había ganado terreno en Europa y, de acuerdo con el cual la espiritualidad o esencia de vida, no era más que una manifestación de la naturaleza fisiológica del cuerpo humano. lo que se llama espíritu es una pasajera emanación de ésta (la materia) que nace, vive y desaparece con ella, como desaparece la luz al apagarse el combustible que la produce… que la hoguera, es decir la materia, deja cenizas al apagarse: la llama, es decir, el alma, no deja nada al extinguirse, y sus gases se evaporan en el espacio sin volver a reaparecer jamás.16 Como sabemos, sin embargo, la relación de Laureana Wright con el espiritismo transitó por un camino del todo contrario a lo expresado en aquella misiva. Hacia 1891 su nombre era plenamente identificado entre los círculos espiritistas del país, se había convertido en colaboradora puntual de La Ilustración Espírita, y era promotora constante de reuniones espíritas (muchas, en su propio domicilio) a las que acudían importantes personalidades de la vida cultural y política de aquellos años como José María Vigil, Francisco G. Cosmes, Santiago Sierra, Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Porfirio Parra, Alfonso Herrera, Heriberto Barrón, Rafael Reyes Spíndola, Joaquín Casasús, Calixto Bravo, Sóstenes Rocha, entre muchos otros.17 Aquel mismo 15 Ibid. Ibid. 17 Al respecto de éstas y muchas otras personalidades que participaron en el espiritismo, véase Gonzalo Rojas Flores, “El movimiento espiritista en México (1858-1895)”, tesis de maestría en Historia de México, Facultad de Filosofía-Letras-Universidad Nacional Autónoma de México, 2000; así como a José Mariano Leyva Pérez Gay, “La Ilustración Espírita y el 16 ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 281 año, Laureana se convirtió en la primera y única mujer que ocupó la vicepresidencia de la Sociedad Espírita Central de la Ciudad de México y, doce meses después, la presidencia de la Sociedad Espírita Central de la República. ¿Qué había convencido finalmente a esta talentosa, instruida y ferviente promotora de las ideas sobre la emancipación de la mujer?18 Su conversión al espiritismo obedecía a una experiencia solitaria, a un atrevimiento aislado y estrictamente personal, o era también la expresión extrema de una transformación anhelada y latente en el seno de un sector de la población femenina que, ya hacía tiempo, buscaba nuevos referentes para redefinir su identidad. Una presencia silenciosa: El espiritismo y las sesiones en El Liceo Hidalgo El espiritismo kardeciano fue una importante vertiente del espiritismo “moderno” surgido a mediados del siglo XIX en Europa, y en el que se conjugaron diversos elementos de antiguas tradiciones, como por ejemplo el hermetismo y la cábala.19 Su originalidad radicó, por un lado, en la singular síntesis que hizo de diversas corrientes de pensamiento (positivismo, catolicismo, ciencismo, protestantismo, espiritualismo) a través de la cual se postuló como “verdadero medio de enseñanza de la moral de Dios”,20 rechazó el concepto cristiano de Juicio Final, y promovió la “confianza en un Dios justo que […] lejos de condenar a las almas al tormento eterno… ofrecía una eternidad de desarrollo espiritual y bienestar a todas las personas”.21 Por otro, el espiritismo de Kardec subrayó el carácter lógico y científico de la comunicación con los “espíritus o seres del mundo invisible”, a través del cual se comprobaba la existencia de una “inteligencia o alma intelectual” independienEspiritismo en México, 1872-1893”, tesis de licenciatura en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, 2001. 18 Es prudente aclarar que la expresión “emancipación de la mujer” se retoma de la definición con que originalmente fue identificado el movimiento social y cultural que ya en el siglo XX se conocería como “feminismo”. Al respecto consúltese el estudio clásico de Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa, América y Australasia, 1840-1920, Madrid, Siglo XXI Editores, 1980. 19 En relación con el surgimiento del espiritismo moderno puede consultarse: Colleen Mc Dannell y Bernhard Lang, Historia del Cielo, Madrid, Taurus, 1990; Jacques Lantier, El Espiritismo, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1976. 20 Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, México, Editores Mexicanos Unidos, 1996, p. 7. 21 Mc Dannell, op. cit., p. 370-371. 282 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO te de la materia (vida orgánica, corporal), cuya esencia e individualidad se conservaba aun después de la muerte física.22 En otras palabras, Kardec retomó una vieja preocupación resurgida durante la segunda mitad del siglo XIX y expresada en autores tan diversos como Charles Darwin, George Stendhal, Stuart Mill, Honorato de Balzac y Aldous Huxley: ¿existía vida después de la muerte? y, en todo caso, ¿cómo era esta vida del alma y cuál su sentido para con la existencia humana? Como ya se dijo, la novedad del espiritismo no radicaba en tales cuestionamientos, sino más bien en su intento por “revelar la vida del más allá a la investigación científica”.23 En dicha propuesta se confrontaba tanto a la especulación filosófica como al escepticismo científico que, desde sus respectivos postulados, habían intentado resolver el problema de si el alma sobrevivía a la muerte. Los ataques llovieron: los opositores de la metafísica y el espiritualismo (ateos y hombres de ciencia) se burlaron cruelmente de las pretensiones científicas de esta doctrina; los creyentes de una existencia metafísica, pero incrédulos de la posibilidad de establecer comunicación con los espíritus (religiosos metodistas, católicos ortodoxos, protestantes estrictos), acusaron la irreverencia de las ideas espíritas para con el modelo de la creación divina, la moral y la vida espiritual dictada por sus respectivas instituciones religiosas. Los espiritistas quedaron en medio de la polémica y de la burla pública, que ridiculizaba sus prácticas e ideas como actos de locura, excentricidad y charlatanería. El caso de nuestro país no fue muy diferente, lo cual pudo haber influido para que los primeros adeptos a la filosofía de Kardec actuaran como “espíritas vergonzantes”, es decir, ocultaran su identidad bajo el uso de algún seudónimo.24 Todavía en 1892, cuando el espiritismo kardeciano avanzaba ya hacia su declinación, más de un médico o abogado practicante del espiritismo prefería “ocultar sus convicciones por temor de ser declarados herejes, brujos o locos”,25 tal como se dijo había sucedido con varios empleados, profesoras y profesores que, enfrentados a “una guerra sorda”, habían terminado por perder sus empleos. No obstante, la sistemática difusión que de esta doctrina iniciara el general Refugio I. González en Jalisco hacia 1870, generaría algo más que burlas durante las siguientes dos décadas. Retirado de la vida militar con el triunfo de la República, González incursionó en el periodismo y presumiblemente fue entonces que tropezó con la edición Allan Kardec, op. cit., p. 50-51. Mc Dannell, op. cit., p. 367. 24 El término fue referido por Refugio I. González en La Ilustración Espírita, 1 de enero, 1889. 25 Laureana Wright, “Espiritismo Práctico”, La Ilustración Espírita, septiembre 1, 1892. 22 23 ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 283 al español de la famosa obra de Kardec titulada El Libro de los espíritus (publicada en 1863). Poco tiempo después, y domiciliado para entonces en Guadalajara, fundó el primer grupo espírita en México bajo el nombre de Círculo de la Luz, y comenzó a editar la primera publicación espírita en el país, La Ilustración Espírita. A partir de entonces el número de curiosos, simpatizantes, colaboradores y practicantes del espiritismo se incrementó de manera nada despreciable. Hacia 1873, la Sociedad Espírita Central de la República registraba entre sus adeptos a más de un centenar de círculos espíritas distribuidos a lo largo y ancho del país, desde Chihuahua y Tamaulipas, hasta Guanajuato, Tabasco, Chiapas y Yucatán. Ahora bien, aun cuando no existe un registro sistematizado sobre el número de espíritas que conformaron estos grupos, el ejemplo de lo ocurrido en la ciudad de México en abril de 1875 brinda una muestra de las dimensiones que para entonces había alcanzado este movimiento. En marzo de aquel año, La Ilustración Espírita publicó una serie de artículos en los que Santiago Sierra daba cuenta del furor provocado por el más reciente “método científico para probar la existencia del mundo de los espíritus”: la fotografía.26 El texto detallaba la manera en que sir Arthur Conan Doyle (creador del famoso Sherlock Holmes) había logrado obtener fotografías de un espíritu en Escocia, asunto que Sierra aprovechaba para polemizar en contra de los cientificistas y escépticos del mundo espiritual. La polémica y el escándalo generados por aquel texto, derivaron en la organización de cuatro sesiones convocadas por el famoso Liceo Hidalgo en las cuales se discutiría públicamente sobre “El espiritismo como ciencia”.27 Durante cuatro lunes se reunieron diversos representantes de las cuatro corrientes invitadas a la discusión: espiritismo, espiritualismo, materialismo y positivismo. Entre quienes defendieron al espiritismo estaban Santiago Sierra, Juan Cordero, Joaquín Calero y Refugio I. González; para argumentar en favor del espiritualismo acudieron José Martí, Ignacio Ramírez, Telésforo García y Justo Sierra; la cientificidad del materialismo y el positivismo fue sustentada por Gustavo Baz, Augusto Pimentel, y el mismísimo Gabino Barreda.28 26 Sir Arthur Conan Doyle, El Espiritismo, Madrid, Biblioteca del Más Allá, 1927, p. 345, citado por Leyva, op. cit., p. 105. 27 El Liceo Hidalgo fue fundado en 1850 por diversas personalidades de las letras, la historia y la academia en México, se propuso continuar con la labor cultural impulsada años atrás por la Academia de Letrán y el Ateneo Mexicano. 28 Para mayor referencia al contenido de las discusiones puede consultarse los números de La Ilustración Espírita correspondientes al mes de abril de 1875, así como otros diarios referidos en Leyva, op. cit. Véase también Tortolero, op. cit. 284 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO No abordaremos aquí las muchas ideas que ahí se discutieron, pero sí dos aspectos que la realización de estas sesiones hizo evidente. El primero se refiere al enorme interés que el tema en cuestión provocaba entre propios y extraños. En la primera sesión, la concurrencia desbordó la capacidad del salón en el que, desde las ocho y hasta cerca de las once de la noche se sostuvo la discusión, razón por la cual las reuniones siguientes fueron trasladadas al auditorio del Conservatorio. En cada una de ellas la audiencia sobrepasó las expectativas de los organizadores (se calcularon alrededor de 600 asistentes), y lo mismo sucedió con respecto al número de horas planeadas: la cuarta y última sesión se prolongó hasta pasada la medianoche. El segundo aspecto atiende a la composición de la audiencia. De acuerdo con las crónicas que del evento se publicaron en diversos diarios y revistas de la ciudad y de algunos estados del país, entre la enorme concurrencia compuesta por “médicos, abogados, ingenieros, muchos estudiantes de las escuelas profesionales, y filósofos”, sobresalía la “enorme cantidad de señoras […] muchas pertenecientes a la escuela espírita”, cuya presencia generó diversos comentarios acerca de la “pronta emancipación de la mujer”.29 En efecto, al igual que en otras partes del mundo, las mujeres tuvieron una presencia mayoritaria entre las filas del espiritismo aquí tratado. ¿Qué podía atraerlas tanto, como para atisbar en una práctica que cuestionaba la tradición religiosa que hasta entonces las había cobijado? Entre otras razones, quizá, la posibilidad de encontrar otras vidas y vivir otros mundos. De espíritus, histeria y ansias de libertad A punto de extinguirse la luz del sol, el grupo concluye el estudio del tema acordado para aquella sesión, ha comentado ya el último número de La Ilustración Espírita, y el de otras revistas provenientes de diversas ciudades de la república y el extranjero. Es hora de iniciar la comunicación con el mundo espiritual. Los asistentes se colocan alrededor de una mesa, una mujer de entre las varias ahí reunidas ocupa un lugar frente al que se halla dispuesto lápiz y papel. El silencio y la concentración inundan la sala, la mujer ruega a Dios le conceda el favor de establecer la conexión espiritual, sobreviene la espera. Un ligero estremecimiento, o un movimiento convulsivo (ello depende de la 29 Francisco Cosmes, “Materialismo y espiritismo”, El Federalista, p.152. Cfr. Leyva op. cit., p. 111-112. ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 285 habilidad natural de la medium —intuitiva o mecánica—) anuncia la presencia del espíritu que a partir de ese momento conducirá la mano de aquella mujer, a través de cuya escritura se dará respuesta a las preguntas que, en estricto apego a los fines de estudio, podrán ser dirigidas a la entidad espiritual protectora de la sesión.30 El espiritismo estableció también otras prácticas de comunicación con el más allá, tales como la codificación de golpes en las paredes, en las mesas de sesión, o bien la presunta levitación de éstas mediante el llamado fenómeno de magnetización.31 Sin embargo, el método con mayor frecuencia utilizado fue el de la mediumnidad a través de una persona, la gran mayoría de las cuales fueron mujeres. De acuerdo con la teoría espírita al respecto, la relativa facilidad con que las mujeres establecían aquel contacto respondía tanto a su carácter emocional y sensible como a la convivencia con diversas expresiones de la pasividad, entre otras el silencio, la espera, la resignación, la prudencia y la serenidad. No es difícil suponer que para muchas mediums, aquel protagonismo espiritual era una vivencia del todo atípica para los cánones con que entonces se definía la feminidad. En otras palabras, mientras que la preceptiva moral demandaba a las mujeres el control de las emociones y la sensibilidad, el espiritismo invitaba a contactarse con ambas. Lo cual debió presentarse como una tentación digna de experimentar al menos en aquellas sesiones. Pero el espiritismo de Kardec pudo ser atractivo para muchas mujeres en un aspecto más. La preceptiva moral desarrollada por el holandés, resumida en doce largos postulados o leyes, definía un código de comportamiento ideal, tanto para la vida pública como privada. El noveno de aquellos postulados establecía que “hombres y mujeres son iguales en inteligencia” en tanto que la esencia espiritual humana era única (se le identificaba también como Principio Inteligente o Alma intelectual), sin que en ello importaran las características físicas del cuerpo que habitaba durante su vida material u orgánica (sexo, raza). Con base en ambas ideas se afirmaba también que “la inferioridad de la mujer en algunas comarcas [era producto del] imperio injusto y cruel que el hombre se ha tomado sobre ella”.32 Asimismo, el décimo postu30 Los espiritistas dejaron numerosas descripciones de las sesiones que realizaban; la mayoría fueron publicados en sus propias revistas. 31 La teoría al respecto afirmaba que la energía vital del cuerpo humano se constituía de fluidos magnéticos (positivos-negativos) cuya “fuerza” podía llegar a expresarse en ámbitos externos al cuerpo humano. Entre dichas expresiones se mencionaba la manipulación de objetos, tal era el caso de las famosas “mesas giratorias”, cuya imagen llegó a ser muy popular entre quienes se burlaban del espiritismo. 32 Allan Kardec, El Libro de los Espíritus (1863)..., p. 250-306. 286 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO lado defendía una absoluta libertad de pensamiento, y consideraba injustificable cualquier acto de control sobre las diversas manifestaciones de la inteligencia humana. Así pues, y como se ha señalado en algunos estudios sobre el espiritismo femenino en Europa y los Estados Unidos, resultaba paradójico como al mismo tiempo que se reforzaba la concepción tradicional de una naturaleza intuitiva en las mujeres, también se propiciaba su participación en actividades y prácticas que invertían la “jerarquía sexual habitual del conocimiento y el poder”.33 En otras palabras, la sensibilidad, emotividad y debilidad física consideradas propias de lo femenino, eran reconocidas por el espiritismo como herramientas esenciales para comprobar la preexistencia del alma más allá de la muerte. Y es que era a través de aquellas mediums, de sus manos y sus palabras, que emanaban las pruebas materiales de la energía creadora del universo. Por otro lado, aquella digamos “neutralidad” del alma humana, no establecía definición alguna de lo masculino y femenino, en tanto consideraba que la esencia de todo individuo residía en su alma, o “espíritu inteligente”. Así pues, dicha perspectiva echaba por tierra la vieja idea de la diferencia sexual como justificante de la desigualdad prescrita socialmente entre hombre y mujer. ¿Qué podía significar todo ello? Que las mujeres no tenían que confrontarse necesariamente con muchos de los patrones que estructuraban su identidad y, al mismo tiempo, podían ampliar sus horizontes de vida. No obstante, entre la medium que terminada la sesión se conformaba con las ya conocidas actividades de caridad y educación popular (que también promovió el espiritismo), y aquella otra que decidía explorar nuevas rutas de acción, existía una delgada línea que, sin embargo, pocas se atrevieron a cruzar. Y es que no todo era miel sobre hojuelas, gran parte de la burla y el rechazo social que se produjo en contra de las mujeres que se sumaron al espiritismo, se asemejaba peligrosamente al enjuiciamiento de la integridad moral y espiritual con que ya antes se había proscrito al misticismo femenino. Aunque claro, a tono con el cientificismo de la época, los argumentos esgrimidos ahora aludían a factores de tipo fisiológico y psiquiátrico: lesiones locales del cerebro, alucinaciones, actividad mental inconsciente. Con base en ellos, por ejemplo, se explicaba 33 Judith R. Walkowitz, “La ciencia y la séance. Transgresiones de sexo y género” en La ciudad de las pasiones terribles. Narraciones sobre peligro sexual en el Londres victoriano, Madrid, Cátedra-Universidad de Valencia-Instituto de la Mujer, 1992, p. 344; Laurence R. Moore, “The Spiritualist Medium: A Study of Female Professionalism in Victorian America”, American Quarterly, no. 27, 1975; Ann Braude, Radical Spirits. Spiritualism and Women´s Rights in Nineteenth Century America, Boston, Beacon Press, 1989. ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 287 la mediumnidad como “una forma de histeria, un estado mental anómalo, al que las mujeres, dada su fisiología reproductora esencialmente inestable, eran especialmente susceptibles”.34 Diagnóstico clínico que, por cierto, recluyó en el manicomio a más de una espiritista inglesa y norteamericana. Con todo, quizá porque les resultaba menos difícil soportar las burlas que desandar los pasos, o bien porque se cuidaron de no traspasar escandalosamente los límites de la tolerancia social, algunas espíritas decidieron correr el riesgo. Curiosamente, y a tono con la conocida frase: “los extremos se tocan”, las expresiones más radicales del espiritismo femenino se produjeron en espacios y órdenes del todo opuestos. Uno fue el del llamado espiritismo popular, en donde mujeres como Damiana Oviedo, de Jalapa, Veracruz —entre otras—, se convirtieron en la cabeza de grupos que practicaban la “comunicación” con los espíritus, sin que por ello se apartaran de la base doctrinal cristiana, ni asumieran el rechazo a las imágenes religiosas establecido por Kardec.35 Entre dichos grupos fue común la práctica del magnetismo, fenómeno al que, en medio de rezos a los santos, se atribuía la curación de enfermedades físicas y trastornos de la personalidad. Prácticas que fueron siempre reprobadas por la Sociedad Espírita Central: en otras ciudades existen mediums de efectos físicos en extremo notables, pero que practican el espiritismo mezclado a tales supersticiones, y son tan refractarios a toda discusión que los convenza del mal camino que siguen, que ha sido preciso abandonarlos, no sin rogar a Dios que los ilumine.36 Un caso extremo fue el de Teresa Urrea, “La Santa de Cabora”, oriunda del municipio de Ocoroni en Sinaloa y a quien el novelista Heriberto Frías retrató como una “pobre muchacha histérica”.37 Hacia 1889, cuan34 Walkowitz, p. 337. Para el caso de nuestro país es interesante el libro de Oliva López Sánchez, Enfermas, mentirosas y temperamentales. La concepción médica del cuerpo femenino durante la segunda mitad del siglo XIX en México, CEAPAC-Plaza y Valdés Editores, México, 1998; véase también Alberto Carvajal, “Mujeres sin historia. Del Hospital de La Canoa al Manicomio de La Castañeda”, en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, núm. 51, septiembre diciembre 2001, p. 31-56. 35 Un estudio de interés para el caso de los espiritistas dirigidos por Damiana Oviedo, quienes en 1920 se reconocieron adeptos del “Espiritualismo Trinitario Mariano”, es el trabajo de Isabel Lagarriga Attias, Medicina tradicional y espiritismo. Los espiritualistas trinitarios marianos de Jalapa, Veracruz, México, Secretaría de Educación Pública, 1975. 36 La Luz en México, México, 23 de enero de 1873. 37 Heriberto Frías, Tomóchic, México, Porrúa, 1968. Un interesante análisis de Teresa Urrea como personaje literario es el de Deborah Shaw, “Las posibilidades de la escritura femenina: La insólita historia de la Santa de Cabora de Brianda Domecq”, en Literatura Mexica- 288 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO do tenía 16 años, Teresa adquirió fama al atribuírsele poderes que curaban diversas enfermedades, entre ellas sordera, ceguera y tisis. Esta mujer, señalada en 1892 como líder espiritual de los enfrentamientos suscitados entre los pobladores de Tomóchic y las tropas del ejército federal, fue motivo de varios artículos de La Ilustración Espírita. En ellos, además de señalar las facultades mediúmnicas de “La Profetisa de Cabora”, se llegó a afirmar su pertenencia a las filas del espiritismo: Nuestros primeros pasos se encaminaron a procurar evitar que cayese en el lazo de la religión católica nuestra buena hermana Teresa Urrea [quien junto con su padre admitió] el nombramiento de socios honorarios de nuestra pequeña Sociedad Espírita que les ofrecimos.38 Un escenario diferente fue el de las espiritistas de elite, quienes encontraron en los postulados de Kardec un terreno propicio para afirmarse como sujetos libres, autónomos, y capaces de decidir el destino de su tránsito por esta vida. Una de ellas fue precisamente Laureana Wright. Espíritu, inteligencia e igualdad: el alma de un propósito terrenal Aquí estamos […] con los ojos abiertos a la luz inmensa de la historia, con el ideal democrático por divisa , el sentimiento del derecho y el espíritu santo de la igualdad.39 En 1884, presunto año de su primer contacto con el espiritismo, Laureana Wright era ya una escritora ampliamente conocida.40 Asimismo se le identificaba plenamente como defensora del movimiento en favor de la emancipación femenina, para entonces muy en boga en los na, Centro de Estudios Literarios-Universidad Nacional Autónoma de México, v. X, números 1-2, 1999, p. 281-312. 38 “Noticias acerca de la medium Teresa Urrea II”, La Ilustración Espírita, 1 de febrero de 1892. Al respecto véase también Leyva, op. cit.; Antonio Saborit, Los doblados de Tomóchic, México, Cal y Arena, 1994; Saúl Jerónimo Romero, “Teresa Urrea y sus seguidores. Fanáticos o revolucionarios”, en Espacios de Mestizaje Cultural. Anuario Conmemorativo del V Centenario de la llegada de España a América. III, México, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco, 1991, p. 137-168. 39 María del Alba (pseudónimo que creemos pertenecía a Laureana Wright), “Aquí estamos”, Las Hijas del Anáhuac, año 1, núm. 1, diciembre 4 de 1887. Cursivas mías. 40 Laureana Wright fue una de las primeras y escasas escritoras que lograron pertenecer a los círculos literarios del momento, como el Liceo Hidalgo, el Altamirano de Oaxaca, o asociaciones como la Netzahualcóyotl, y Las Hijas del Anáhuac. ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 289 Estados Unidos y algunos países europeos, entre ellos Inglaterra, Francia, Alemania y España. En efecto, un anhelo constante a lo largo de la vida y obra de Laureana Wright fue el de expandir los horizontes de vida de las mujeres mediante acciones como el acceso a la educación superior y a las profesiones liberales. Hacia 1887, cuando junto con otras escritoras fundó Violetas del Anáhuac, segunda revista mexicana escrita y dirigida por mujeres, Laureana afirmaba que la mujer debía alcanzar “su verdadera misión de alma y guía de la humanidad”.41 Asimismo, promovía con ahínco la idea de que para conseguir dicho fin era preciso que las mujeres atravesaran por un proceso imperceptible, pero sustancial, en el que cada una ...se reconozca por sí misma y recobre la energía y la dignidad personal a que casi por completo ha renunciado. Es necesario que trabaje por su regeneración intelectual, ilustrando su mente con la luz de nuevas ideas, fortaleciendo su alma con la fe de nuevos principios y nuevas aspiraciones.42 Con el correr de los años, las reflexiones de Laureana abandonaron el tono, digamos romántico, con que en sus primeros textos postulaba a aquellas demandas como un avance más de los muchos asociados a las civilizaciones modernas. Poco a poco, su defensa del derecho femenino a la educación superior, por ejemplo, se transformó en un cuestionamiento radical de los fundamentos biológico-esencialistas que anidaban en el fondo de aquella discusión: guiándonos por el raciocinio, creemos que estos dos seres [hombre y mujer] que forman una sola especie, que poseen los mismos instintos, las mismas aspiraciones, idénticas funciones e idénticos destinos, y que son complementos el uno del otro, son iguales moral e intelectualmente, sin que puedan desvirtuar en minoría alguna esta igualdad las pequeñas diferencias físicas que les distinguen y que son comunes a todas las especies, entre las cuales no existe más desigualdad que la del sexo.43 El tono de estas afirmaciones se había perfilado ya al menos desde 1888, cuando en Violetas del Anáhuac se publicó una serie de seis largos artículos titulados “Ligeras consideraciones sobre el Materialismo 41 Laureana Wright, “La emancipación de la mujer. Última parte”, La Mujer Mexicana, año I, núm. 10, octubre 15 de 1905. Es preciso aclarar que estos ensayos, publicados cuando ya Laureana había muerto, forman parte de su obra escrita ya referida. 42 Ibid. 43 Laureana Wright, “La mujer contemporánea”, La Mujer Mexicana, año II, núm. 12, diciembre 15 de 1905. Cursivas mías. 290 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO y Positivismo reinantes”.44 A pesar de que no tenían firma, muchos de los cuestionamientos planteados, así como el estilo y la lógica del minucioso y exhaustivo análisis formulado, nos hacen pensar que muy probablemente la autora de aquellos ensayos era Laureana, quien además en su calidad de directora literaria tuvo en todo caso que leer y aprobar dicho material. Por otro lado, en diciembre del mismo año se publicó otra tanda de artículos semejantes, esta vez firmados por Laureana, y cuyo título era “Materialismo e idealismo”.45 En aquellos textos, y en varios más publicados a lo largo del siguiente año, se refutaba de manera tajante el evolucionismo de Darwin y el positivismo, tanto el de la escuela de Augusto Comte como el de Herbert Spencer; asimismo se anunciaba una idea muy semejante a la que, años después, Laureana expondría en las páginas de La Ilustración Espírita: en el alma de la mujer “igual a la del hombre […] Dios ha colocado el sagrado inviolable de la conciencia [y] la vida eterna del pensamiento”.46 Ahora bien, siete meses después de esta afirmación, en abril de 1889, Laureana publicó por primera vez en La Ilustración Espírita. En la columna en la que a partir de entonces escribió mensualmente, titulada “Estudio sobre el Espiritismo”, nuestra escritora arremetió persistentemente en contra del materialismo y lo acusó de generar angustia y desolación en la humanidad, puesto que promovía la idea de que “la nada era principio y fin [de la vida] del cuerpo que la constituye y la inteligencia que la anima”.47 En dichos escritos, Laureana abordó diferentes aspectos del espiritismo kardeciano, desde su historia hasta la exposición y análisis de sus postulados centrales. Sin embargo, y con una argumentación muy semejante a la utilizada en los artículos publicados en Violetas del Anáhuac sobre el materialismo y el positivismo, el énfasis de todos ellos radicó en la refutación de los planteamientos con que cada una de estas doctrinas intentaba demostrar, respectivamente, la inexistencia del alma y la inferioridad racional de la naturaleza femenina. De igual forma fue constante también la descalificación de lo que consideraba “falsas” expresiones de la religión y la ciencia, y a las cuales, entre otras cosas, responsabilizaba de propiciar “el extravío y estancamiento del progreso humano, una apartando al corazón de la verdadera moral …que no necesita para su culto más templo que su alma, ni más sacerVioletas del Anáhuac, enero-mayo, 1888. Laureana Wright, “Materialismo e idealismo”, ibid., diciembre 16, 1888. 46 Ibid., y “El periodismo en México”, septiembre 30, 1888; “Sentimiento y pensamiento”, diciembre 23, 1888. 47 Laureana Wright, “Estudio sobre el espiritismo”, La Ilustración Espírita, 1 de abril de 1889. 44 45 ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 291 dote que su inteligencia; otra apartando la mente de la verdad absoluta …divino rayo de la razón”.48 Asimismo fue insistente su afirmación de que el verdadero sentido del progreso y la civilización radicaba en el ineludible “desarrollo de la virtud y la inteligencia, la bondad y la sabiduría, el perfeccionamiento moral e intelectual”.49 Por último, y con base en lo que consideró “las cuatro fases esenciales de la grandeza humana: religión, ciencia, moral y filosofía”,50 Laureana subrayó más de una vez la naturaleza no sexuada de la energía divina, de la esencia creadora que gobernaba el alma humana y, de manera especial, el carácter “moral e intelectual del espíritu [y su] suprema sabiduría”.51 “La causa creadora, autor de todo lo existente, el Dios amor, el Dios libertad, el Dios progreso, el Dios equidad, Dios luz, Dios verdad […] y decimos ÉL, no porque sea hombre ni mujer, sino porque de alguna manera humana hemos de llamar esa cosa incomprensible.” 52 De acuerdo con algunas historiadoras que han analizado diversos casos de conversión religiosa femenina, mientras más amplia era la “igualdad espiritual entre los sexos” ofrecida por la nueva doctrina, mayor era el número de las mujeres allegadas a ella.53 No podemos afirmar que ello fuera la razón principal que atrajo a las muchas mujeres que se sumaron al espiritismo, pero sí que lo fue para Laureana Wright, quien encontró en las ideas de Kardec al respecto un terreno favorable a su defensa de la igualdad intelectual entre los sexos. En efecto, creemos que el espiritismo kardeciano se presentó como un espacio propicio al cuestionamiento radical que Laureana dirigió al cientificismo decimonónico y sus nada nuevos argumentos sobre la inferioridad biológica de la mujer. En particular, aquellos que mediante la supuesta “blandura o sensibilidad de las fibras cerebrales femeninas”,54 intentaban demostrar que las mujeres poseían una “mente débil” 48 Ibid. Ibid., octubre 1 de 1889. 50 Ibid. 51 Ibid., noviembre de 1889. 52 Ibid., septiembre de 1889. 53 Véase Natalie Zemon Davis, “Mujeres urbanas y cambio religioso”, en James Amelang S. y Mary Nash (editoras), Historia y Género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Madrid, Ediciones Alfons el Magnanim-Instituto de Valencia, 1990, p. 127-165; Natalie Zemon Davis, Women on the Margins. Three Seventeenth Century Lives, Cambridge, Harvard University Press, 1995; María del Carmen Simón Palmer, “Mujeres rebeldes”, en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las Mujeres, Madrid, Taurus, 1993, t. VII, p. 323- 340; Merry E. Wiesner, “Religion”, en Women and Gender in Early Modern Europe, Cambridge Cambridge University Press, 1998, p. 213-263. 54 P. Hoffmann, La femme dans la pensée des Lumières, París, Ophrys, 1977, citado por Mónica Bolufer Peruga, Mujeres e Ilustración. La construcción de la feminidad en la ilustración 49 292 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO y, por lo tanto, eran poco aptas para las actividades vinculadas con el ejercicio intelectual, como por ejemplo la escritura y el estudio de la filosofía y las ciencias. En otras palabras, y sin descartar por ello la posibilidad de que la señora Wright también encontrara en el kardecianismo una creencia de fe alternativa al catolicismo en el que había sido educada, suponemos más bien que Laureana vislumbró en el espiritismo una doctrina, pero también una organización y una tribuna pública, a través de las cuales era posible confrontar las ideas positivistas y materialistas que promovían las ideas ya señaladas sobre la presunta incapacidad femenina para el ejercicio intelectual.55 Sabemos que Laureana Wright conocía la historia y los acontecimientos recientes del movimiento emancipador de la mujer en Norteamérica, como puede inferirse de las muchas notas y comentarios que publicó en Violetas del Anáhuac sobre eventos tales como la Declaración de Seneca Falls de 1848,56 o la fundación en Boston, en 1868, de la Asociación Nacional pro Sufragio de Mujer (National Woman Suffrage Association), entre muchos otros.57 Asimismo, es un hecho que también estaba al tanto de la opinión generada por importantes líderes del librepensamiento femenino español, como Rosario de Acuña y Amanda Domingo Soler (esta última a quien La Ilustración Espírita publicó cerca de 100 artículos),58 y a quienes en su calidad de militantes espiritistas definió varias veces como “rebeldes en ideas”.59 española, Valencia, Instituto Alfons el Magnanim, 1998, p. 44. El estudio realizado por Bolufer expone con detenimiento el origen y desarrollo de esta doctrina. 55 Una buena recopilación del discurso que al respecto fue elaborado por los positivistas mexicanos puede consultarse en Lourdes Alvarado (compiladora), El siglo XIX ante el feminismo. Una interpretación positivista, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991. 56 Redactada por algunas de las mujeres que años más tarde realizarían la primera reinterpretación feminista de las sagradas escrituras, entre ellas Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony. 57 Es importante señalar que durante sus dos años de vida, Violetas realizó un seguimiento constante de los derechos legales y los logros en el acceso a la educación alcanzados por las mujeres en Norteamérica y algunos países europeos, sobre todo España y Francia. 58 Debe señalarse también que en varios de los artículos, que muy probablemente fueron escritos por Laureana Wright con el pseudónimo de María del Alba, se encuentran ideas, e incluso frases enteras, casi idénticas a las publicadas por algunas de las librepensadoras españolas mencionadas, lo cual nos hace pensar que Laureana pudo haber leído aquellos escritos mucho antes de su adscripción pública al espiritismo. Es interesante también el dato proporcionado por Leyva sobre el porcentaje de artículos de La Ilustración Espírita que abordaron diversos temas vinculados con la mujer y su papel social (11 % de un total de 114 vinculados con asuntos morales). Cfr. Leyva, op. cit., p. 161-164. 59 Laureana Wright, “Estudio sobre el Espiritismo”, La Ilustración Espírita, año XII, núm. 1, 1 de mayo de 1890. ESPÍRITUS, MUJERES E IGUALDAD AL FINAL DEL SIGLO XIX 293 Por otro lado, nos parece revelador el hecho de que la crónica publicada por Laureana en La Ilustración Espírita sobre la historia de su conversión al espiritismo, resultara ser una bien armada invención. Como apuntamos en un principio, la correspondencia que dijo haber sostenido en 1884 con Marta Lemus (aquella mujer de Mineral de la Luz), y que afirmó fue publicada en la revista Violetas, en “la que por aquél tiempo escribía”,60 no apareció nunca en aquella publicación (que no existió sino hasta 1887) como en ninguna otra de las varias posibles entre los años de 1884 a 1889. Aun cuando algún extraño misterio pudiera explicar este hecho, entre ellos el espíritu juguetón de Laureana Wright, creemos más bien que la utilización de este recurso retórico fue parte de una hábil estrategia discursiva. En otras palabras, mediante la creación de un escenario ficticio, pero verosímil, la escritora logró impregnar credibilidad a su relato y, al mismo tiempo, consiguió desplegar de manera ágil y sencilla una extensa discusión doctrinal. Así, por un lado exponía y analizaba con detalle la serie de argumentos y contra argumentos que con respecto a la existencia o no de una esencia divina, marcaban la confrontación establecida entre espiritistas, materialistas y positivistas; por otro, entretejía los hilos del kardecianismo que apoyaban su propio discurso sobre la igualdad intelectual entre los sexos. En particular aquellos relativos a la esencia racional y moral del espíritu, y de manera especial el que subrayaba su carácter no sexuado, es decir no diferenciado desigualmente por el hecho de residir en un cuerpo de varón o mujer. Finalmente, podemos decir que el ingreso de la señora Wright a las filas del espiritismo kardeciano, nos muestra el rostro poco visible de una disidencia siempre existente al interior de todo modelo normativo: aquella que de manera no violenta, y mediante inesperados y creativos ejercicios de apropiación y reinterpretación de los valores culturales imperantes, irrumpe en alguna de sus vértebras centrales y, otorgándole nuevos y diferentes significados, resquebraja y deja al descubierto lo aparente de su uniformidad. 61 Ese fue el talante de la batalla librada por Laureana Wright, tanto en las páginas de La Ilustración Espirita como en la presidencia de la Sociedad Espírita Central. Fue desde ahí que, armada de su inteligen- 60 Laureana Wright, “Espiritismo práctico”, La Ilustración Espírita, año XIII, núm. 7, 1 de noviembre de 1891. 61 Retomamos aquí la perspectiva desde la cual Mónica Bolufer analiza la polémica sobre la igualdad, inferioridad o complementariedad de los sexos, que se produjo en España durante el siglo XVIII. Véase Mujeres e Ilustración..., p. 11-26. 294 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO cia y el deseo de pensarse a sí misma, Laureana Wright de Kleinhans afirmó su ruptura con una sociedad a la cual hacía ya muchos años cuestionaba, y se empeñaba en transformar. MORIR A MANOS DE UNA MUJER: HOMICIDAS E INFANTICIDAS EN EL PORFIRIATO ELISA SPECKMAN GUERRA Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM En este trabajo expondré algunas ideas en torno a la disidencia, la marginalidad y la criminalidad, y las aplicaré al caso de las infanticidas y de las homicidas que asesinaban por asuntos de amor, tomando como escenario a la ciudad de México en las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX.1 Entre las categorías de disidente, marginal y criminal existen muchas semejanzas, pero también diferencias que nos permiten plantear cuestiones interesantes. Los disidentes pueden definirse como individuos que se apartan de “la común doctrina, creencia o conducta”,2 en otras palabras, que se alejan de las ideas compartidas, del comportamiento considerado como “normal” o de las normas sancionadas por la comunidad. Según la anterior definición pueden ser equiparados con los marginales, que en palabras de Solange Alberro rompen con el código de conducta o de valores socialmente aceptados;3 y con los criminales, que cometen actos reprobados por al menos un sector de la sociedad, los legisladores.4 Así todos ellos, en términos de Robert Dentler y Kai T. Erikson, “violan expectativas que son compartidas y reconocidas como legítimas dentro de un sistema social”.5 1 El presente ensayo forma parte de una investigación más amplia sobre la delincuencia en la ciudad de México entre 1884 y 1910, en la cual trataré el perfil de los delincuentes, las características de sus crímenes, y los vínculos de los criminales con su comunidad. 2 Diccionario de la Lengua Española, 22a. edición, Madrid, Real Academia Española, 2001. 3 Alicia Salmerón Castro y Elisa Speckman Guerra, “Entrevista a Solange Alberro”, en Históricas, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, núm. 54, enero-abril de 1999, p. 938; p. 36. 4 Según lo definía el código penal, el criminal es el individuo que de forma voluntaria infringe una ley penal, haciendo lo que ella prohíbe o dejando de hacer lo que ella manda (Código penal para el Distrito Federal y Territorio de la Baja California sobre delitos del fuero común y para toda la República sobre delitos contra la federación, 1871, artículo 4. (En adelante Código penal de 1871) 5 Robert A. Dentler y Kai T. Erikson, “The Functions of Deviance in Groups”, Social Problems, VII (2), Fall 1959; p. 99-107; p. 98. Para una definición de marginalidad, véase Alicia Salmerón y Elisa Speckman Guerra, “Entrevista a Solange Alberro”, Históricas, 54, enero-abril de 1999, p. 9-38; p. 36. 296 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Frente a esta propuesta, cabe preguntarse si resulta posible hablar de una “común creencia, doctrina o conducta” o de ideas o pautas de comportamiento compartidas por toda una sociedad. Creemos que no es así. La concepción de lo normal y lo anormal, de lo permitido y lo prohibido, de lo marginal y de lo delictivo son meras construcciones y cambian en cada época, en cada lugar, e incluso en cada sector de la comunidad.6 Así, en el seno de la misma sociedad, actos reprobados por algunos sectores pueden ser tolerados, justificados o incluso apoyados por otros grupos (piénsese, por ejemplo, en el problema del aborto o en el consumo de marihuana). Ahora bien, cada código de conducta y de valores presenta su propio catálogo de lo permitido y lo prohibido, y dentro de lo sancionado, posee su propia escala de transgresiones. Así, un individuo que considera al robo como un delito grave, reprueba o reacciona ante el ladrón en forma más severa que un individuo que interpreta este crimen como una falta menor. Entonces, al igual que existen en una comunidad diferentes opiniones, valores, simpatías, prejuicios o temores en torno al delito, existen diferentes sanciones o reacciones respecto al delincuente. En este trabajo nos interesan tres de ellas: En primer lugar, la sanción contemplada por el código penal para cada uno de los delitos, que denominaremos “sanción penal o legal”, y que responde a las normas de conducta y de valores de los legisladores; en segundo término, la “sanción judicial”, pues podemos pensar que las decisiones judiciales, en algunas ocasiones, se alejaban de la letra de la ley; y, por último, la “sanción social” o la reacción de la comunidad, o incluso las “sanciones sociales”, pues diferentes sectores pueden pensar y actuar de forma diversa. Estamos, entonces, ante tres categorías o niveles, que no necesariamente resultan iguales o se corresponden: la “sanción penal” (pena fijada por los legisladores o pena media contemplada en el código penal),7 la “sanción judicial” (la aplicada por los jueces) y la “sanción social” o las “sanciones sociales” (reacción o reacciones de la comunidad). 6 Así lo postula Solange Alberro para la marginalidad (véase Alicia Salmerón Castro y Elisa Speckman Guerra, op. cit., p. 36); y el interaccionismo simbólico, la teoría de la reacción social o el enfoque de la etiqueta para la criminalidad o la criminalización (véase Elena Larrauri, La herencia de la criminología crítica, México, Siglo XXI, 1992, p. 25-38; y Ana Josefina Álvarez Gómez, “Apuntes sobre la teoría de la desviación social: de la teoría liberal a la teoría crítica” y “El interaccionismo o la teoría de la reacción social como antecedente de la criminología crítica (Becker, Lemert y Chapman)”, en Ana Josefina Álvarez Gómez (compiladora), Antología-criminología, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, 1992, p. 251-263 y 315-323. 7 En el código penal de 1871 cada delito merecía una pena (pena media), pero según la presencia de circunstancias atenuantes o agravantes el juez podía aumentarla o rebajarla hasta en una tercera parte. (Código penal de 1871, artículos 66 al 69). HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 297 La coexistencia de diversos códigos de conducta y de valores, así como de diferentes reacciones o sanciones hacia el transgresor o desviante, nos permiten establecer algunas diferencias entre las categorías de marginales, disidentes y criminales. No todos los individuos que se alejan de las pautas de conducta aceptadas por la sociedad o por algunos de sus sectores pueden ser sancionados penalmente, pues sólo pueden serlo los que cometen una acción tipificada como delictiva dentro del código penal, es decir, los criminales. En otras palabras, no todas las “acciones desviantes” están consideradas como un delito o fueron criminalizadas, por tanto, no todos los transgresores reciben el mismo tipo de sanción: los criminales son objeto de una sanción penal y judicial, mientras que el marginal o el disidente no lo son, siendo objeto exclusivamente de la sanción social. La segunda diferencia está relacionada con la coexistencia de una multiplicidad de códigos de conducta y de valores en una misma comunidad, y resulta importante pues atañe directamente al concepto de disidencia y al tratamiento que se le dará en este trabajo. Como lo dijimos al inicio, disidencia puede ser definida como un alejamiento de “la común doctrina, creencia o conducta”. Este alejamiento puede responder a una diferencia de ideas, y aquí una segunda acepción del término, pues disidencia también es definida como un grave desacuerdo de opiniones, discrepancia o escisión, otorgándole el mismo sentido que al disentimiento, que implica no pensar o sentir como otro.8 Esto nos permite plantear nuevas diferencias entre el disidente, el marginal y el criminal. Podemos pensar que algunos de los individuos que discrepan respecto de las ideas o los códigos sancionados por los legisladores o por otros sectores de la sociedad manifiestan su desacuerdo con actos que, a su vez, se alejan de las normas de conducta socialmente aceptadas; en este caso los disidentes, en su primera acepción, pueden ser también disidentes en la segunda acepción o ser marginales, como también criminales, pues con sus actos pueden incurrir en un delito (como los individuos que se niegan a ingresar en un ejército por su desacuerdo frente al conflicto bélico y con ello violan la ley, por lo cual son encarcelados). Sin embargo, pensamos que, por lo general, los delincuentes —independientemente de que en la concepción de algunos sectores de la comunidad o en la suya propia no estén come8 Agradezco los comentarios que en torno a la diferencia entre disidir y disentir hizo Juan Pedro Viqueira a una versión preliminar de este trabajo, presentada en el coloquio Disidencia y disidentes en la historia de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 18 y 19 de abril de 2002. Para ello véase Diccionario de la Lengua Española, y para definiciones más extensas y claras en este sentido, el Pequeño Larousse Ilustrado, por Miguel de Toro y Gisbert, Buenos Aires, Larousse, 1968. 298 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO tiendo un acto delictivo o que su crimen implique una transgresión menor— no actúan como resultado de su disentimiento respecto de las normas socialmente aceptadas o legalmente tipificadas. Así, en este trabajo, partimos de la idea de que homicidas e infanticidas —consideración que hacemos extensiva a otro tipo de criminales— pueden ser entendidas como marginales y como disidentes bajo la primera acepción del término, pues sin duda se apartaban de las normas de conducta aceptadas por un sector de la sociedad si no es que por toda la comunidad; sin embargo, no bajo la segunda acepción, pues no creemos que hayan actuado como resultado de su falta de concordancia con el código de conducta y de valores que se plasma en la legislación. A pesar de ello, la disidencia entendida como una diferencia en opiniones, ideas o sentires está presente en este trabajo, pero lo está en la existencia de diversos códigos conductuales y de diferentes sanciones: por ejemplo, los jueces que podían disentir de las sanciones establecidas por los legisladores y alejarse de ellas al momento de tomar sus decisiones; o bien, la comunidad que podía separarse de las dos primeras y reaccionar de forma más o menos severa hacia las homicidas. Retomando el estudio de las infanticidas y las mujeres que asesinaban por amor resulta muy rico para estudios sobre la disidencia y nos permite ejemplificar algunas de las ideas expuestas hasta ahora, pues se trata de dos tipos de homicidio, pero que eran concebidos y sancionados de forma totalmente diferente (intervenían conceptos tan cambiantes y plenos de significado como la femineidad y los atributos femeninos, el papel de la mujer en la familia y la sociedad, y el honor). Debemos aclarar que se trata de delitos que se cometían con poca frecuencia (véase anexo), y que, sin embargo, han resultado sumamente atractivos a los historiadores, sobre todo en el extranjero,9 aunque el 9 Como ejemplo de los estudios sobre infanticidio véase Christine L. Krueger, “Literary Defenses and Medical Prosecutions: Representing Infanticide in Nineteenth-Century Britain”, Victorian Studies, XL, Winter 1997, p. 271-294; Jeffrey Richter, “Infanticide, Child Abandonment, and Abortion in Imperial Germany”, The Journal of Interdisciplinary History, XXVIII (4), 1998, p. 511-551; Kristin Ruggiero, “Not Guilty: Abortion and Infanticide in Nineteenth-Century Argentina”, en Carlos A. Aguirre y Robert Buffington, Reconstructing Criminality in Latin America, Wilmington, Scholarly Resources, 2000 (Jaguar Books on Latin America 19), p. 149-166; y “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women: Infanticide in Late Nineteenth-Century Buenos Aires”, Hispanic American Historical Review, 72 (3), 1992, p. 353373; Regina Schulte, The Village in Court. Arson, Infanticide, and Poaching in the Court Records of Upper Bavaria, 1848-1910, New York, Cambridge University Press, 1994; Kenneth Wheeler, “Infanticide in Nineteenth-Century Ohio”, Journal of Social History, XXXI, Winter 1997, p. 407-418; y Stephen Wilson, “Infanticide, Child Abandonment, and Female Honour in Nineteenth-Century Corsica”, Comparative Studies in Society and History, XXX (4), October 1988, p. 762-783. También ha sido estudiado el homicidio cometido por mujeres, véase Ruth Harris, “Melodrama, Hysteria and Feminine Crimes of Passion in the Fin-de-Siècle”, en History HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 299 caso mexicano ha sido poco estudiado.10 Probablemente, este hecho puede explicarse por la escasez de fuentes para México. Si bien encontramos casos de homicidio e infanticidio en la prensa y en la literatura de la época, en general las mujeres criminales brillan por su ausencia en escritos de juristas y criminólogos. El problema es más patente en lo tocante a los archivos, pues hemos localizado pocos procesos judiciales de acusadas de estos delitos. Resolvimos esta carencia recurriendo a la jurisprudencia y a los casos expuestos por Carlos Roumagnac en su libro Los criminales en México, donde reconstruye los casos y entrevista a las delincuentes, además de publicar valiosos fragmentos del diario de la célebre homicida María Villa, alias “La Chiquita”.11 Por otro lado, dado que nuestra intención es básicamente ejemplificar las ideas expuestas en torno a la disidencia (relacionada con la existencia de diversos códigos conductuales y diversas reacciones o sanciones), nos permitimos tomar como punto de referencia estudios hechos para el extranjero. I Empezaremos este trabajo abordando el tema de la sanción legal. El homicidio —entendido como la privación de la vida— era castigado con una pena media de doce años de prisión si no había sido cometido con premeditación, alevosía, ventaja o traición, pues de ser así los varones se hacían merecedores de la pena capital y las mujeres de veinte años de prisión.12 Por su parte, el infanticidio se definía como el asesinato de un infante al momento de su nacimiento o durante las siguientes 72 horas, y merecía una pena de cuatro años de prisión si el Workshop (25), 1988, p. 31-36; Mary S. Hartman, Victorian Murderesses: A True History of Thirteen Respectable French and English Women Accused of Unspeakable Crimes, Nueva York, 1977; Ann-Louise Shapiro, Breaking the Codes. Female Criminality in Fin-de-Siècle Paris, California, Stanford University Press, 1996; o Lucia Zedner, Women, Crime, and Custody in Victorian England, Oxford, Clarendon Press, 1991. 10 En cuanto al homicidio cometido por mujeres, el caso de María Villa, alias “La Chiquita”, ha sido estudiado por Robert Buffington, Criminales y ciudadanos en el México moderno, traducción de Enrique Mercado, México, Siglo XXI Editores, 2001 (Criminología y Derecho), p. 101-131; Robert Buffington y Pablo Piccato, “Tales of Two Women: the Narrative Construal of Porfirian Reality”, The Americas, LV (3), January 1999, p. 391-424; y Rafael Sagredo, María Villa (a) La Chiquita, no. 4002. Un parásito social del porfiriato, México, Cal y Arena, 1996 (Los Libros de la Condesa). Por mi parte, en “Las flores del mal: mujeres criminales en el porfiriato”, abordé algunos de los puntos en los cuales ahora profundizo (Historia Mexicana, XLVII (185), julio-septiembre 1997, p. 183-299. 11 Carlos Roumagnac, Los criminales en México, México, Imprenta Fénix, 1904. 12 Código penal de 1871, artículos 238 y 540-566. 300 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO niño era ilegítimo y lo cometía su madre, siempre y cuando ésta no tuviera mala fama, hubiera ocultado su embarazo y parto, y no hubiera inscrito a la criatura en el Registro Civil. Por cada una de estas circunstancias faltantes la pena aumentaba un año y ascendía hasta los ocho años si el niño era legítimo, es decir, si sus padres estaban casados ante las autoridades civiles.13 ¿Por qué la vida de un recién nacido valía menos que la de un niño mayor de tres días o que la de un adulto? Como puede observarse la clave está en el honor. El infanticidio se castigaba con una pena menor (cuatro años) si la madre lo había cometido con el fin de ocultar su deshonra, pero si no tenía honor que defender la pena aumentaba, por ejemplo, si ya tenía mala fama o la gente se había percatado de su embarazo; y aumentaba aún más si el honor no estaba involucrado, es decir, si el niño era legítimo.14 Cabe señalar que el infanticidio no es el único caso en que el concepto del honor influyó en los legisladores mexicanos: si un hombre asesinaba al amante de su mujer —y con ello defendía su honra—, la pena era tan sólo de cinco años, mucho menor que la de otro homicidio.15 Resulta interesante mencionar que en otras naciones encontramos consideraciones y sanciones semejantes, incluso algunos legisladores fueron más explícitos al ligar infanticidio y honor, por ejemplo, el código penal argentino definía al infanticidio como el asesinato de un recién nacido por su madre con el fin de ocultar su deshonor, en consecuencia, independientemente de la edad del niño, si la madre lo cometía por otro motivo era juzgada por homicidio.16 Entonces, en el porfiriato estaba vigente una concepción del honor que, en el caso de la mujer, dependía de la virginidad, fidelidad o castidad, y que consideraba que cuando una mujer perdía su honra la perdían también los varones de su familia. Así, una parte del honor masculino, tan importante en la época, dependía del honor de las mujeres a su cargo o emparentadas con ellos.17 De ahí la justificación del asesinato de las mujeres adúlteras o de las hijas libertinas, y del aborto o infanticidio cometidos por las mujeres que tenían una honra que defender.18 Ibidem, artículos 581-586. Ibidem, Exposición de motivos, delitos contra las personas, infanticidio. 15 Ibidem, artículos 554 y 555. 16 Kristin Ruggiero, op. cit., p. 354. 17 Véase por ejemplo, Françoise Carner, “Estereotipos femeninos en el siglo XIX”, en Presencia y transparencia, México, El Colegio de México, 1987, p. 93-109. 18 Para la penalidad impuesta al aborto y al adulterio, Código penal de 1871, artículos 573-574, y 816-830. 13 14 HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 301 II Pasemos ahora a la sanción judicial. En los últimos años diversos historiadores no sólo han debatido la idea de que los jueces eran más clementes con las mujeres que con los varones sino que han sostenido que eran más severos con ellas, pues en su opinión las delincuentes atraían la ira que los hombres de la época sentían en contra de todas aquellas que cuestionaban o abandonaban el papel que tradicionalmente se les había asignado en la familia y la sociedad (esposas-madres, encargadas del cuidado del hogar, de la atención del marido y de la educación de los hijos).19 La convicción de que los mecanismos o instituciones que habían servido para controlar la conducta de mujeres y de jóvenes se debilitaban como consecuencia de la secularización, del crecimiento de las ciudades, de la llegada de nuevas ideas, modas y costumbres, y de una supuesta anarquía sexual, pero sobre todo a causa del nuevo papel económico y social de la mujer, generó un gran temor por el futuro de ellas y sus familias; de ahí que se considerara necesario reforzar el conjunto de normas tendientes a controlar el comportamiento femenino, y de ahí también que se agudizaran las sanciones a las transgresoras, siendo más fácil castigar a las que caían en manos de las autoridades.20 19 El tema del modelo de conducta aplicado a la mujer y de la separación de esferas (que se refleja en diferentes discursos y autores de la época), ha sido tratado por diversos autores, como Françoise Carner, op. cit; Verena Radkau, “Hacia la construcción de lo ‘eterno femenino’”, en Papeles de la Casa Chata, Año 6 (8), 1991, p. 23-34; e “Imágenes de la mujer en la sociedad porfirista. Viejos mitos en ropaje nuevo”, en Encuentro, IV (4), jul.-sep. 1987, p. 5-39; y Carmen Ramos Escandón, “Mujeres de fin de siglo. Estereotipos femeninos en la literatura porfiriana”, en Signos, II, 1989, p. 51-83; y “Señoritas porfirianas: mujer e ideología en el México progresista 1880-1910”, en Presencia y transparencia, op. cit., p. 93-109. 20 Entre los autores que han defendido esta idea se cuentan Helen Boritch, “Gender and Criminal Court Outcomes: an Historical Analysis”, Criminology, XXX (3), 1992, p. 293325; Helen Boritch y John Hagan, “A Century of Crime in Toronto: Gender, Class and Paterns of Social Control 1859 to 1955”, Criminology, XXVIII (4), 1990, p. 567-599; Arlene J. Díaz, “Women, Order and Progress in Guzmán Blanco’s Venezuela, 1870-1888”, en Ricardo D. Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert M. Joseph (editores), Crime and Punishment in Latin America. Law and Society since Late Colonial Times, Durham-London, Duke University Press, 2001, p. 56-82; Ann-Louise Shapiro, op. cit., capítulo uno; Elaine Showalter, Sexual Anarchy, Gender and Culture at the Fin de Siècle, New York, Penguin Books, 1990; Kerry Wimshurst, “Control and Resistance: Reformatory School Girls in Late Nineteenth Century South Australia”, Journal of Social History, XVIII (2), Winter 1989, p. 273-287; María Soledad Zárate Campos, “Vicious Women, Virtuous Women: The Female Delinquent and the Santiago de Chile Correctional House, 1860-1910”, en Ricardo Salvatore and Carlos Aguirre (editores), The Birth of the Penitentiary in Latin America. Essays on Criminology Prison Reform, and Social Control, 18301940, Austin, University of Texas Press, 1996 (New Interpretation of Latin American 302 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO No obstante, la actitud y la severidad de los jueces cambiaba según el tipo de crimen y de criminal, como puede observarse en la comparación entre infanticidio y homicidio, entre infanticidas y homicidas. Los jueces eran igual o más indulgentes con las infanticidas que los legisladores, pues en estos casos parecía pesar más el concepto del honor que la preocupación por la transgresión femenina. Investigadores que han estudiado el infanticidio en el extranjero (Argentina, Alemania, Estados Unidos e Italia) sostienen que en el siglo XIX —a diferencia de las centurias anteriores— los jueces y jurados simpatizaban con las jóvenes mujeres en problemas que conducidas por la desesperación mataban al recién nacido con el fin de ocultar su deshonra, y las veían más como víctimas que como criminales.21 Para obtener una sentencia favorable estas mujeres —de corta edad, solteras, en su mayoría sirvientas domésticas—,22 debían demostrar que habían cometido su crimen por honor (si ya tenían otro hijo ilegítimo no había nada que hacer), que habían sentido vergüenza por su embarazo (por lo que lo habían ocultado), y que tenían instintos maternales (pero que la vergüenza había superado su amor de madres); y la condena era todavía menor si probaban que habían cometido el delito en un periodo de norazón o de no-albedrío producto del posparto, por ello eran incluso exoneradas si su crimen era extremadamente violento y, por tanto, completamente irracional.23 Como ejemplo de la clemencia de los jueces podemos referirnos a los resultados que obtuvo Kristin Ruggiero para Buenos Aires entre 1871-1905: 12 de las 20 infanticidas recibieron sentencias que entran dentro del rango contemplado por la legislación, 3 obtuvieron condenas menores y 5 fueron absueltas.24 Este panorama coincide con el perfil de las infanticidas y las sentencias judiciales en los dos casos que tenemos documentados para México. Se trata de historias similares, ambas ocurridas en los primeros años del porfiriato. En 1877 Francisca María, molendera soltera Series), p. 78-100; y Lucia Zedner, op. cit., p. 40-50. Para México, Elisa Speckman Guerra, “Las flores del mal: mujeres criminales en el porfiriato”. También han defendido esta idea autores que han estudiado el trato a las mujeres criminales en la actualidad, por ejemplo, Gabriela Hernández et al. (Equipo Barañí), Mujeres gitanas y sistema penal, Madrid, [s. e.], 2001. 21 James M. Donovan, “Justice Unblind: the Juries and the Criminal Classes in France 1825-1914”, Journal of Social History, Fall, 1981, p. 88-107; Christine L. Krueger, op. cit.; y Angus Mc Laren, “Illegal Operations: Women, Doctors, and Abortion, 1886-1939”, Journal of Social History, XXVI (4), Summer 1993, p. 797-816. 22 Jeffrey Richter, op. cit., Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women”; Regina Schulte, op. cit., p. 83-105; Kenneth Wheeler, op. cit.; y Stephen Wilson, op. cit. 23 Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women”, p. 357-361; y “Not Guilty: Abortion and Infanticide in Nineteenth-Century Argentina”, 2000, p. 157-162. 24 Kristin Ruggiero, “Honor, Maternity, and the Disciplining of Women”, p. 356. HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 303 de 24 años de edad, fue seducida por un mozo de la casa en que trabajaba, ella ocultó el embarazo a sus padres y patrones y llegado el momento fue a un corral y parió, dejó a la criatura en una esquina y le arrojó piedras; cuando el cuerpo fue encontrado estaba en avanzado proceso de descomposición y mordido por los perros.25 Dos años más tarde Patricia Uribe, otra molendera soltera de 19 años, a pesar de que estaba comprometida en matrimonio con un sirviente, de nombre Vicente Camacho, tuvo un amorío con su vecino Nicanor N. y quedó embarazada, ocultó el embarazo a sus padres, parió en las letrinas durante la noche y sin averiguar si era niño o niña lo abandonó, regresando a su cuarto sin decir nada a nadie; al día siguiente el cadáver fue encontrado por la portera.26 El perfil de estas dos delincuentes coincide con los datos que sobre las infanticidas aportan las estadísticas elaboradas por el gobierno del Distrito Federal: según muestran las cifras de 1903 y de 1910 las mujeres consignadas a las autoridades por el delito de infanticidio eran de clase humilde o de “tercera clase” (de 10 sólo 1 pertenecía a la “segunda clase”); mestizas (las 10), analfabetas (de 13 sólo una sabía leer), sin oficio, sirvientas u obreras (todas ellas).27 Por otro lado, en ambos casos podemos constatar que los jueces fueron indulgentes. La clemencia resulta sorprendente en el proceso contra Francisca María. Como hemos dicho, al ser encontrado el cuerpo de la criatura estaba en avanzado proceso de descomposición y despedazado por los perros, en consecuencia, los peritos no pudieron establecer primero, si el niño había nacido vivo o muerto, y segundo, si la muerte había sido causada por las pedradas lanzadas por la madre o por las mordidas de los perros; a falta de pruebas, el juez condenó a la madre a diez meses de arresto, sentencia muy por debajo de la pena media establecida por el código penal.28 Aunque en menor medida, otro juez también fue indulgente con la segunda infanticida. Consideró que cumplía con los requisitos necesarios para aplicar la pena de cuatro años: tener buena fama, haber cometido el delito con el fin de esconder su deshonra dado que se trataba de un hijo ilegítimo, haber ocultado el embarazo y el parto, y no haber registrado al niño en el Registro Civil. Sin embargo, dado que la mujer tenía un amante a pe25 Archivo Histórico del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (en adelante AHJ): Proceso contra Francisca María, 1877. 26 AHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880. 27 Boletín mensual de estadística del Distrito Federal (Imprenta del Gobierno del Distrito Federal, 1901-1910): enero de 1903, p. 11; febrero de 1903, p. 12; mayo de 1903, p. 13; noviembre de 1903, p. 13; febrero de 1910, p. 14, mayo de 1910, p. 15; junio de 1910, p. 15; y Estadística penal en el Distrito y Territorios Federales 1910, México, [s. e.], 1913. 28 AHJ: Proceso contra Francisca María, 1877. 304 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO sar de su formal compromiso de matrimonio, el juez pudo haber cuestionado su buena fama, de hecho ello fue tal vez lo que impidió aplicar una sentencia menor a la pena media, como sucedió en el caso de la primera delincuente.29 De todos modos, podemos pensar que la clemencia hacia ambas, y presumiblemente hacia las infanticidas en general, se debió a dos factores: por su perfil las infanticidas difícilmente captaban la ira hacia las mujeres transgresoras, y todas ellas cometieron el delito con el fin de ocultar su deshonra. Resulta diferente el perfil y la actitud de los jueces hacia las homicidas. En cuanto al perfil, en la mayor parte de los casos estudiados las mujeres que mataban por pasión transgredían abiertamente el modelo de conducta asignado al género femenino: tenían amantes o vivían en amasiato, eran agresivas, consumían pulque, pasaban gran parte de su tiempo en espacios públicos en lugar de permanecer en el sagrado recinto del hogar, y no cometieron su crimen por una causa que resultara justificable a la mentalidad de la época, al menos, a los ojos de los hombres encargados de elaborar y aplicar la ley. Igualmente disímil con respecto a las infanticidas resulta la actitud de los jueces hacia las homicidas, pues eran muy severos con las mujeres que mataban por amor. Contamos con varios ejemplos similares: se trata de mujeres mestizas; de los grupos populares; analfabetas en su mayoría; solteras o amasias; amantes, queridas o prostitutas; migrantes; huérfanas tempranas o sin familia; tortilleras, molenderas, meseras o sirvientas domésticas; acostumbradas al trabajo y al maltrato desde su más tierna infancia. Todas ellas relatan que presas de los celos se enfrentaron con su hombre o con su rival de amores, matándolos sin habérselo propuesto.30 De creer en su versión, los jueces y jurados debieron haberlas condenado por homicidio cometido en riña (sin premeditación, sin alevosía, sin ventaja), como sucedió en el caso de Emilia M. o en el de María Isabel Martínez,31 pero no en el resto de los casos, pues a la mayor parte de las asesinas se les condenó por homicidio calificado y se les impuso la máxima pena. Brindaremos dos ejemplos. María Trinidad T. era soltera, lavandera y analfabeta, cometió su crimen a los treinta años, cuando ya había ingresado a la cárAHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880. Véase la sección de mujeres criminales en Carlos Roumagnac, op. cit.; además de casos de jurisprudencia en el Diario de Jurisprudencia del Distrito y Territorios Federales (1904, p. 133-135) y en La Ciencia Jurídica, Revista y biblioteca quincenal de doctrina, Jurisprudencia y ciencias anexas. Órgano oficial de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, correspondiente a la Real de Madrid, tomo I, 1897, p. 438-443. 31 Jurisprudencia, en Diario de Jurisprudencia, 1904, p. 133-135; y Carlos Roumagnac, op. cit., p.16. 29 30 HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 305 cel en varias ocasiones por delitos menores. Trabajaba desde los diez años, en que entró a servir como galopina. En su adolescencia vivió por un año con el dueño de una panadería, pero se separaron tras la muerte de su hijo, que murió de pulmonía. Relata Carlos Roumagnac que “a raíz de esta separación, se interpuso en el camino de Trinidad, Fructuoso U., zapatero, como de cincuenta años, quien a fuerza de amenazas y aún amagándola con un cuchillo, consiguió que fuera suya”. Vivieron juntos y tras repetidos engaños y riñas (muchas de las cuales terminaban en la comisaría) en estado de ebriedad ella lo acuchilló.32 Exponemos el segundo ejemplo por tratarse de un caso célebre, el de María Villa alias “La Chiquita”, migrante, prostituta, de 28 años de edad. Huérfana, a los 13 se convirtió en querida del hijo de su patrona, quien la abandonó. Dos años más tarde fue traída a México por una enganchadora, quien la llevó a un burdel. La sacó de ahí un alemán que se enamoró de ella, pero la abandonó cuando se enteró que ella lo engañaba y después de haberlos herido a ella y a su amante. “La Chiquita” regresó al burdel a los 18 años y ahí se volvió morfinómana. Con el tiempo se enamoró de Salvador Ortigosa y se hizo su amante. Los celos la invadieron cuando se enteró que también frecuentaba a otra prostituta, Esperanza Gutiérrez, alias “La Malagueña”, quien a causa de ello la convirtió en blanco de sus burlas. Una noche los tres se encontraron en una fiesta de máscaras, Salvador quiso abandonar temprano la reunión y llevó a María a su casa. Un rato después “La Chiquita” fue en busca de Esperanza y la mató. En el juicio sostuvo, primeramente, que se dirigió a casa de Esperanza buscando a Salvador, pues sospechaba que estaban juntos; en segundo término, que traía la pistola del torero, pues éste se la dejaba a guardar todos los domingos; y, por último, que el disparo había sido accidental y se había producido en medio de un pleito. Sin embargo, el fiscal formuló acusaciones por homicidio cometido con premeditación, alevosía y ventaja. En consecuencia, en el cuestionario al jurado incluyó las siguientes preguntas: ¿María Villa causó la lesión, fuera de riña, después de haber podido reflexionar sobre el delito que iba a cometer? ¿Cogió intencionalmente de improviso a su víctima sin darle lugar a defenderse ni a evitar el mal que le causó? ¿María estaba armada y Esperanza inerme? El jurado contestó afirmativamente, por lo que el juez aplicó la pena máxima.33 Carlos Roumagnac, op. cit. Jurisprudencia, en La Ciencia Jurídica, tomo I, 1897, p. 438-443. Para el relato del caso y entrevista con María Villa, véase Carlos Roumagnac, op. cit. 32 33 306 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO 1. Fotografía de María Trinidad T, en Carlos Roumagnac, Los criminales en México, México, Tipografía “El Fénix”, 1904. (Retrato número 8 de la sección de mujeres criminales) 2. Fotografía de María Villa (a) “La Chiquita”, en Carlos Roumagnac, Los criminales en México, México, Tipografía “El Fénix”, 1904. (Retrato número 6 de la sección de mujeres criminales) HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 307 La severidad de los jueces podría explicarse si pensamos que, a diferencia de las infanticidas, las homicidas — por su perfil— sí podían convertirse en blanco de la ira hacia todas las mujeres que faltaban a los roles tradicionales impuestos al sexo femenino, por lo que no sólo eran castigadas por la “transgresión penal” o por el delito cometido, sino también por sus antecedentes como “transgresoras sociales” o por la violación al código de conducta impuesto a la mujer.34 Es decir, resultaría posible que en ellas los jueces castigaran a todas las que faltaban a las pautas tradicionales, impulsados por un miedo hacia el fin de los roles asignados a las representantes del género femenino. En este sentido, Robert Buffington sostiene que el castigo aplicado a María Villa —que considera inusual por su severidad— testifica la creciente preocupación por la criminalidad femenina entre las elites porfirianas, cuyos optimistas sueños de progreso se veían amenazados por el espectro de la degeneración nacional y por el abandono de la misión de la mujer, pues como esposas, madres e hijas de los ciudadanos jugaban un papel importante en este proyecto de transformación social.35 Nada ilustra mejor la idea de que en las mujeres homicidas se castigaba a las transgresoras que un ejemplo tomado de la literatura. Durante el proceso contra Remedios Vena, alias “La Rumba”, quien durante una riña había asesinado a su amante, alegó el fiscal: Dicen, señores jurados, que la sociedad marcha a su desorganización moral, y esto se debe a la mujer, cuya educación actual mata en ella a la madre, a la esposa, a la hija. Sí, señores jurados, comparad la sencillez de aquellos tiempos con el lujo de hoy; las exigencias de otra época, con las insufribles de la vida moderna, y esto se debe a que la vestal del hogar abandona su misión en pos de anhelos funestos…36 Acto seguido, relató cómo Remedios había rechazado la propuesta de Mauricio Peláez, quien le había ofrecido un hogar, sólo porque éste era un simple tendero. En cambio, cayó en brazos de un catrín, un “seductor de oficio” que “la manchó y le robó la honra”. Concluyó el acusador: No, señores jurados, no fue la casualidad la autora del delito, no: este crimen es la consecuencia natural de una mala conducta, y la que tiene auda- 34 Para los conceptos de “transgresión penal” y “transgresión social”, véase Elisa Speckman Guerra, “Las flores del mal:... 35 Robert Buffington, op. cit. 36 Ángel de Campo, Ocios y apuntes, y La Rumba, 15a. ed., México, Porrúa, 1999, p. 328 (Colección de Escritores Mexicanos, 76) (Publicada por entregas entre 1890 y 1891). 308 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO cia para abandonar el hogar, la que entrega su honra en manos del primero que pasa, la que desprecia a un comerciante digno, la que riñe con frases de plazuela, esa, señores jurados, tiene también sangre fría para matar a un amante. Señores, en nombre de la sociedad ofendida, pido un castigo para que las mujeres honestas vean que la justicia vela sobre ellas y las que se hallen en peligro sepan cómo condena el tribunal del pueblo a las que, en pugna con su sexo, se convierten en una amenaza para los hombres dignos.37 Las asesinas no sólo tenían una larga historia de transgresiones, sino que el acto mismo de asesinar (además de un crimen, de un atentado contra la vida), constituía una transgresión a las pautas de conducta asignadas a la mujer y una violación a los atributos que supuestamente debían acompañar al sexo femenino; lo cual no sucedía en el caso del homicidio cometido por varones, pues en ellos las pasiones extremas y las reacciones de violencia eran comprendidas y se veían como parte de la esencia masculina. Para profundizar en esta idea podemos recurrir nuevamente a estudios para el extranjero, que brindan pistas interesantes y nos permiten hacer preguntas pertinentes al caso mexicano. Robert Ireland considera que debido al contraste entre el ideal de mujer y una realidad que le permitía mayores libertades, los norteamericanos adoptaron severas medidas para controlar la sexualidad femenina. En este contexto, los miembros de los jurados populares reconocían una ley no escrita que dictaba que los maridos, padres y hermanos actuaban justificadamente al asesinar a la esposa, hija o hermana que los había deshonrado y sancionaban a los culpables de este delito únicamente con la pena contemplada para el homicidio accidental; sin embargo, las mujeres no eran beneficiarias de esta normativa y las que mataban a las amantes de sus maridos eran condenadas incluso a la pena de muerte.38 Con la idea de que las asesinas por pasión no recibían justificación alguna coincide Ann-Louise Shapiro en un estudio realizado para Francia. Sostiene la autora que en el caso de los varones los celos extremos se consideraban como un componente esencial del amor normal, pero no era lo mismo para las mujeres, pues sólo en algunos casos los celos femeninos se consideraban como legítimos. Las delincuentes que actuaban por pasión o por celos encontraban comprensión si su actuación había sido motivada por preocupaciones familiares-maternales (mujeres embarazadas que iban a ser abandonadas o mujeres 37 Ibidem. Robert M. Ireland, “The Libertine Must Die: Sexual Dishonor and the Unwritten Law in the Nineteenth-Century United States”, Journal of Social History, 23, Fall 1989, p. 27-44. 38 HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 309 casadas y madres que se resistían a los abusos del marido). En cambio, las madres desnaturalizadas o las depravadas sexualmente no sólo no despertaban la clemencia judicial, sino que generaban su severidad.39 Entonces, las pasiones femeninas no siempre eran vistas como legítimas y además, aún frente a causas justificadas, se pensaba que las mujeres debían recurrir a la resignación en lugar de a la violencia. Por ello, las homicidas que mataban por amor no encontraban comprensión, sobre todo si antes de cometer el crimen se alejaban del modelo de conducta que se consideraba como deseable, generando mayor simpatía las que se ajustaban al papel de esposa-madre. Para México, específicamente en el caso de María Villa, Robert Buffington y Pablo Piccato añaden una idea que corre en el mismo sentido: “La Chiquita” pensó que actuaba en defensa de su honor y reputación, pero en la mentalidad del juez no cabía una mujer defendiendo su honor, pues debía esperar a que lo defendiera un hombre.40 Nuestro argumento se refuerza si damos la palabra a la propia María Villa. Cuando Carlos Roumagnac la entrevistó le preguntó si no consideraba injusto que el amante de origen alemán que años atrás la había herido hubiera sido absuelto, mientras que ella, que también había actuado por celos, había sido severamente castigada. El razonamiento de la célebre criminal es muy claro: “No, no era el mismo caso, porque yo maté y él no. Además, en mi situación no hubieran creído que yo tenía celos: a las mujeres como yo, nos juzgan sin corazón, incapaces de sentir un verdadero cariño.” 41 Ella entendió que sus celos o sus pasiones no eran comprendidos, pues la traición sólo debería despertar el enojo de las mujeres consagradas al matrimonio y al hogar. En resumen —quizá simplificando demasiado pues sin duda en las decisiones judiciales intervinieron otros factores, pero con el objeto de seguir el hilo de la exposición— podemos pensar que la clemencia de los jueces con las infanticidas respondió al concepto del honor y que su severidad con las homicidas tuvo su origen en el miedo a la transgresión femenina y la repulsión hacia las mujeres que se alejaban completamente de su ideal de mujer. 39 40 41 Ann-Louise Shapiro, op. cit., p. 136-178. Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit. Carlos Roumagnac, op. cit., p. 112. 310 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO III Resulta importante esclarecer si otros grupos compartieron esta diferencia de concepción entre homicidas e infanticidas, pues quizá juzgaban igualmente grave o hasta más grave matar a un recién nacido que a un adulto. Con excepción de Julio Guerrero, los juristas y criminólogos de la época se preocuparon poco por las mujeres criminales y, menos aún, por las homicidas o infanticidas. Julio Guerrero, el autor de La génesis del crimen en México, condenó a las sirvientas, generalmente mestizas, que tras ser enamoradas a “empellones” por tenderos o carniceros sacrificaban “virtud en los primeros años de la nubilidad, trastornadas por el pulque o dominadas por la fuerza bruta”, abortaban o cometían infanticidio.42 Las infanticidas tampoco tuvieron cabida en otras fuentes: sus crímenes no fueron difundidos por las revistas policiales ni por la prensa, tampoco fueron objeto de la atención de los autores de novelas o relatos cortos ni tema de la literatura popular o los impresos sueltos. Sin embargo, en este último género encontramos diversos casos de mujeres que castigaban cruelmente a infantes y, aunque se trata de un delito diferente, podemos pensar que si los redactores condenaban tan enérgicamente el maltrato hacia los niños podrían también sentir una repulsión por el asesinato y sufrimiento de los recién nacidos.43 La severa reprobación se nota tanto en los versos escritos por Antonio Vanegas Arroyo y sus colaboradores, como en las ilustraciones realizadas por José Guadalupe Posada. El crimen de Guadalupe Bejarano, “la mujer verdugo”, fue calificado como el más inhumano de los delitos: Con una crueldad atroz la temible Bejarano, ha cometido la infame el crimen más inhumano.44 42 Julio Guerrero, La génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social, 2a. ed., México, Editorial Porrúa, 1977, p. 162-171. (Publicado por primera vez en 1901) 43 El crimen de la Bejarano (1892), El linchamiento de la Bejarano (1892), Guadalupe Bejarano en las bartolinas de Belén. Careo entre la mujer verdugo y su hijo (1892), Martirio de una niña (Gaceta Callejera, octubre 3 de 1893, número 13), y ¡Espantoso crimen nunca visto! ¡¡Mujer peor que las fieras!! Una niña con la ropa cosida al cuerpo, [s. f.]. Todos ellos impresos por la casa de Antonio Vanegas Arroyo. 44 Guadalupe Bejarano en las bartolinas de Belén…, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, 1892. HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 311 Y las autoras de estos delitos como peores que las fieras: ¡Atormentar a una niña teniendo tan corta edad! Esto es inicuo infamante Incapaz de descifrar Una gente de esta especie Es aun peor que los salvajes Peor que las fieras sin alma Que se alimentan con la sangre.45 Las imágenes refuerzan el mensaje, pues la ferocidad y la crueldad se plasman en el rostro de estas mujeres, dibujadas en un tamaño mucho más grande que el de sus víctimas, haciendo patente su superioridad sobre las indefensas criaturas. A diferencia de las infanticidas, las mujeres que asesinaban por asuntos de amor fascinaron a los literatos. Como ejemplo, la novela La Rumba de Ángel de Campo y varios relatos cortos: Simona, de Ángel de Campo; Fragatita, de Alberto Leduc; y La Salamandra, de Efrén Rebolledo. Cuatro historias de cuatro mujeres. Remedios Vena, alias “La Rumba” era una joven mujer de clase baja, hija de padre alcohólico y moradora de uno de los arrabales más miserables y de peor fama en la capital. Desesperada por abandonar la pobreza comenzó a trabajar en un taller de costura en el centro de la ciudad y se hizo amante de un hombre llamado Cornichón, quien la instaló en su casa pero al poco tiempo dejó de visitarla y de darle dinero. El tendero del barrio, que estaba enamorado de ella, le ofreció su ayuda, pero cuando Cornichón se enteró riñeron: él le apuntó con su arma, ella se defendió, y él murió a causa de un disparo accidental.46 Simona, también oriunda de los grupos populares, era sumamente fea pero honrada y de gran corazón, y se casó con el primer hombre que le habló de amor. Cuando se enteró que éste la engañaba se enfrentó a la amante de su esposo, pero en la riña perdió la vida.47 Cuca Mojarrás, alias “Fragatita”, era una prostituta mulata enamorada de un marinero francés, llamado Pierre Douairé, quien fue golpeado por su antiguo amante. Al enterarse ella quiso vengar a su enamorado y mató al agresor.48 Elena Rivas, alias “La Salaman¡Espantoso crimen nunca visto!…, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, [s. f.]. Ángel de Campo, op. cit. 47 Ángel de Campo, “Simona”, en Crónicas y relatos inéditos, México, Ediciones Ateneo, 1969 (Colección Obras Inmortales), p. 101-107. 48 Alberto Leduc, “Fragatita”, en Fragatita y otros cuentos, México, SEP-Premia, 1984 (La Matraca, Segunda Serie 26), p. 11-14. (Publicada por primera vez hacia 1890.) 45 46 312 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO 3. ¡Espantoso crimen nunca visto¡ ¡¡Mujer peor que las fieras¡¡ Una niña con la ropa cosida al cuerpo, México, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo (s.f.) 4. El crimen de la Bejarano, México, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, 1892 HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 313 dra”, era una mujer de clase privilegiada cuya coquetería sobrepasaba la normalidad, era tal su vanidad que gustaba de enamorar a sus pretendientes para después deleitarse con su sufrimiento. Un día leyó un poema, que firmado por Eugenio León terminaba así: Y una espesa mortaja, una fúnebre ajorca Es tu lóbrego pelo; más tanto me fascina, Que haciendo de sus hebras el dogal de una horca, Me daría la muerte con su seda asesina. Se propuso lograr que, por amor hacia ella, el autor de este verso se suicidara de la misma forma que el personaje.49 Además de ser muy disímiles, las cuatro mujeres representan diversos grados de culpabilidad o de transgresión. Tres de ellas, las que tenían un alias —que sólo se aplicaba a las mujeres que perdían el respeto de la comunidad— antes de cometer el crimen se salieron del ideal de conducta femenina: “Fragatita” era prostituta, “La Rumba” una querida, “La Salamandra” una libertina. Dos de ellas mataron durante una riña, Remedios Vena, alias “La Rumba”, lo hizo en defensa propia y Simona por defender su matrimonio; sin embargo, queda claro que ambas se buscaron su suerte: “La Rumba” al transgredir las normas morales y, algo peor para los literatos, al buscar la movilidad social; Simona al alejarse también del ideal femenino, pues de las mujeres engañadas se esperaba la resignación silenciosa y no la violenta venganza. No obstante, a los ojos de los autores, más culpables fueron Cuca Mojarrás, alias “Fragatita” —prostituta, cuya condición hacía ilegítimo su amor por el marinero— y sobre todo Elena Rivas, alias “La Salamandra”, que mató de forma premeditada por el simple placer de experimentar su superioridad sobre los hombres, y al hacerlo no sintió el más mínimo remordimiento. Diferente carácter presenta la única homicida pasional que figura en los impresos de Antonio Vanegas Arroyo. Se trata de Antonia Rodríguez, mujer que acuchilló a su compadre. De “familia honesta y de regular educación” sentía un amor profundo por él. Un día lo llamó a su casa y éste llegó cuando ella afilaba un cuchillo, como ya tenía el corazón dañado se metió el cuchillo en la cintura y entró con el compadre diciéndole: compadre, años ha que soñaba en las relaciones amorosas e ilícitas para con usted, pero como no había habido oportu49 Efrén Rebolledo, Salamandra, México, Factoría Ediciones, 1997 (La Serpiente Emplumada). (Publicada por primera vez en 1919) 314 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO nidad hasta hora lo he mandado llamar para saber si usted me ha de cumplir mi deseo o no, porque yo me he propuesto, hoy mismo, hacer un hecho de cualquier especie, pues yo, la verdad compadre, lo he querido y siempre lo querré hasta que me muera. Él se negó y ella le dio diez puñaladas, dejándolo tendido a sus pies.50 Desconocemos cuál hubiera sido la postura de los redactores si se tratara de mujeres que hubieran matado a hombres culpables de traición o desprecio, y que no estuvieran ligados con ellas por lazos de parentesco, pero en este caso la criminal fue duramente reprobada, pues el compadrazgo se consideraba como un vínculo sagrado. Dejamos al último el caso de María Villa, alias “La Chiquita”, que se hizo célebre y apareció tanto en los diarios como en los impresos de Antonio Vanegas Arroyo. Las publicaciones difundieron diferentes versiones y dieron cabida, en palabras de Robert Buffington y de Pablo Piccato, a diferentes narraciones en torno al hecho.51 Lo interesante es que mientras María expuso su caso centrándose en las circunstancias del crimen y, según Buffington y Piccato, subrayó que lo cometió en defensa de su honor y reputación,52 los reporteros y redactores de los impresos se preocuparon por explicar su ingreso a la prostitución, pues lo consideraban como el primer paso del camino que la llevó al delito, es decir, indagaron sus inicios como prostituta para explicar el porqué del crimen, sin importar las circunstancias en que éste se cometió. Los periódicos —como El Imparcial— atribuyeron el origen de su perdición a la miseria y a los engaños de un primer amante.53 Ello se nota en la descripción de El Popular, que suscribió que se trataba de “la sempiterna historia; un galán libertino la seduce, [...] la burla, la abandona” y sin darse cuenta se convierte en prostituta.54 A la misma conclusión llegaron los redactores de la casa de Antonio Vanegas Arroyo, pero no reprimieron los deseos de amonestar a María y con ello enviar un mensaje moralizante a las lectoras. En una de las hojas dedicadas a la criminal puede leerse: He aquí el resultado palpable y verdadero de la mujer que se hunde en el fango de la vida, de la joven que frecuenta las orgías sin temor a la morali- 50 ¡Horroroso asesinato! Acaecido en la ciudad de Tuxpan el 10 del presente mes y año, por María Antonia Rodríguez, que mató a su compadre por no condescender a las relaciones de ilícita amistad, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, febrero de 1910. 51 Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit. 52 Ibidem. 53 El Imparcial, 10 de marzo de 1897. 54 El Popular, 20 de septiembre de 1897. HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 315 dad y a la religión. Si esta pobre mujer se hubiera dedicado al trabajo para vivir en su hogar honradamente, no tuviese hoy que lamentar tan funesto acontecimiento. Por lo que el redactor aconsejó: Sirva este desgraciado acontecimiento de ejemplo real y positivo para las jóvenes que se encuentren al principio de su vida en la situación de esta infortunada mujer y procuren no imitarla, sino huir de todo aquello que pueda directa o indirectamente conducirlas al nefando vicio de la prostitución. 55 Pero además, como acertadamente señalan Buffington y Piccato, los autores de las hojas sueltas insistieron en los remordimientos que se apoderaron de la homicida.56 Ello es importante pues la dotaron de sentimientos, que muchas veces se le negaban a una prostituta. Entonces, si bien no encontramos casos de infanticidio, notamos en los impresos sueltos una severa condena a las mujeres que maltrataban infantes, condena que se repite para las que asesinaban a miembros de su familia, por ello, podemos inferir que no habría miramientos para las infanticidas. En cambio, al menos en la literatura —con excepción del caso de Elena Rivas— se nota una simpatía hacia las mujeres que por amor o celos reñían y mataban o encontraban la muerte, aun cuando no dejaran de reprochar el que se hubieran desviado del modelo de conducta deseable. Esta conclusión coincide con la apreciación de la propia María Villa, que no consideramos que surgiera sólo de su deseo por autojustificarse: en su diario relata que compartía prisión con Guadalupe Bejarano, quien recibió una condena menor, pero a la que “La Chiquita” consideraba como peor que ella. Al hablar de sus compañeras de presidio escribió: “Está una Sra. que es Guadalupe M. Vejarano mujer demasiado instruida y que la creo digna de llevarme con ella, pero soy franca, me ororiza su crimen porque es verdad que yo lo soy pero habemos, criminales de criminales... [sic]”57 Concluyó: “Que dura y soberbia es la justicia, para castigar al criminal, pero yo lo soy no criminal del alma, porque no he sabido ni lo que hize fue en un momento de arrebato, que no me doy cuenta, pero el mundo no me juzga de esa manera, sino al contrario... [sic]”58 Lágrimas y sollozos en la cárcel de Belén, Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo (1897). Robert Buffington y Pablo Piccato, op. cit. 57 Fragmentos del diario de María Villa, en Carlos Roumagnac, op. cit., p. 117. 58 Ibidem. 55 56 316 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO IV En palabras de “La Chiquita” la pregunta clave es: ¿el “mundo” juzgó a María Villa de forma igualmente severa que el juez? Las visiones de las mujeres que maltrataban menores (duramente reprobadas) y las mujeres que mataban por amor (hasta cierto punto comprendidas) dista de la postura de los legisladores y de los jueces, pero ¿desembocó en una reacción diferente de la comunidad hacia ambos tipos de delincuentes? Ello es difícil de establecer y la dificultad aumenta por la falta de procesos judiciales para ambos delitos. Por ello, nos limitamos a proponer algunas ideas, admitiendo que en muchos casos se trata más bien de preguntas. La diferencia entre sanción judicial y sanción social se hace evidente en la obra de Ann-Louise Shapiro, como ejemplo podemos referirnos a uno de los casos estudiados por ella, el de Melanie Lerondeau, quien inconforme con el sueldo de su marido lo maltrataba, injuriaba y golpeaba, siendo considerada por los vecinos como una mujer sumamente perversa; las voces de la comunidad seguramente se dejaron oír en la primera audiencia e influenciaron en la sentencia condenatoria por envenenamiento, pero la supuesta criminal fue absuelta en segunda instancia. La autora no lo dice pero podemos imaginar que, una vez liberada, Melanie Lerondeau debió enfrentar la sanción y el rechazo de sus vecinos.59 En el caso de México, lo único que podemos establecer es la diferente reacción de la comunidad frente a diversos delitos, centrándonos en el infanticidio. Mientras que para otros crímenes se nota un rechazo de los vecinos y testigos hacia la policía y los jueces, en el infanticidio se registra una cooperación inusitada, lo que denota el rechazo hacia ese crimen. En un estudio para Córcega y en otro para Bavaria, Stephen Wilson y Regina Schulte llegaron a la conclusión de que los casos de infanticidio generalmente llegaban hasta las autoridades por rumores o por indicación de los vecinos.60 En México sucedía lo mismo: en el caso de Francisca María el delito fue denunciado por el patrón y al iniciarse la investigación los vecinos señalaron a una mujer supuestamente enferma y al ir a buscarla la policía localizó restos de sangre en su vestido.61 La participación de los vecinos es más palpable en el caso de Patricia Uribe: la portera encontró el cadáver de la criatura en las letrinas e inmediatamente los inquilinos de la vecindad 59 60 61 Ann-Louise Shapiro, op. cit., p. 58-60, y 80-83. Regina Schulte, op. cit, p. 111-118; y Stephen Wilson, op. cit. AHJ: Proceso contra Francisca María, 1877. HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 317 se movilizaron; en la encuesta uno de ellos declaró que había sospechado del embarazo, otro notó que había empezado a dejarse flojas las enaguas, otro relató que una noche vio cómo limpiaban el cuarto y se dio cuenta de que eran manchas de sangre y alcanzó a ver a Patricia acostada en un petate y ella dijo que se sentía enferma, por lo que él fue a buscar a un médico, pero cuando éste llegó el padre le negó la entrada argumentando que no tenía dinero. Preocupado, el vecino fue a verla al día siguiente y ella estaba como si nada hubiera pasado. Todo ello sirvió para localizar a la criminal y efectuar las pruebas que demostraron su culpabilidad.62 Así, la participación de los vecinos para encontrar a la criminal y entregarla a la policía fue decisiva, lo que podría reflejar la condena de la comunidad al infanticidio. V Las infanticidas y las homicidas fueron criminales, marginales y disidentes. Criminales, pues cometieron acciones tipificadas como delitos en la legislación. Marginales, pues pertenecían a una minoría, cuya conducta fue considerada como anormal por amplios sectores de la sociedad, en este caso quizá por toda ella. Disidentes, en la primera acepción del término, porque se apartaron de la “conducta común”, de lo que la sociedad esperaba de las mujeres, pero no fueron disidentes en la segunda acepción, pues no asesinaron porque lo consideraran correcto, porque tuviera cabida en sus pautas de conducta o de valores, o porque no estuvieran de acuerdo con lo que la ley establecía. Así, en este trabajo, la disidencia entendida como desacuerdo de opiniones, discrepancia o escisión, se ubica en otro nivel: en la coexistencia de códigos de conducta y de valores que derivaban en diversas reacciones o sanciones a las criminales, y que explican las diferencias entre “sanción legal”, “sanción judicial” y “sanción social”. Por ejemplo, en el caso del infanticidio se hizo palpable una divergencia de opiniones entre los legisladores y jueces con respecto a algunos sectores de la comunidad: mientras que los primeros eran sumamente tolerantes con el infanticidio, los grupos populares manifestaban su profunda reprobación al crimen —como se manifiesta en los textos leídos por los sectores mayoritarios y en la cooperación de los vecinos con la policía y los funcionarios judiciales—. En conclusión, existía en el porfiriato una divergencia en el ámbito de las ideas y de las mentalidades (valores, 62 AHJ: Proceso contra Patricia Uribe, Juzgado Primero de Instrucción, 1880. 318 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO sentimientos, simpatías, prejuicios), que se nota en diferentes definiciones de lo normal y lo anormal o marginal, de lo prohibido y lo permitido, de lo “honrado” o lo criminal, así como en diversas reacciones ante los delincuentes, los marginales y los disidentes. Anexo Para una muestra cuantitativa de los delitos de homicidio e infanticidio cometidos por mujeres recurrimos a los cuadros estadísticos presentados por el Procurador de Justicia, bajo la advertencia de que se trata tan sólo de una aproximación, pues mucho se han discutido y señalado las deficiencias o los sesgos de las estadísticas.63 MUJERES CONSIGNADAS POR LOS DELITOS DE INFANTICIDIO Y HOMICIDIO Año Por homicidio Por infanticidio Total de mujeres consignadas 1891 1892 1893 1894 1895 1900 1901 1902 1903 20 18 15 9 18 14 29 3 16 2 3 1 899 2 142 2 248 2 832 2 809 2 279 1 714 2 519 1 986 63 “Datos para la formación del cuadro estadístico de la criminalidad en el año de 1891”, en Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, Año IX, 1892, p. 133-145; “Datos para la formación del cuadro estadístico de la criminalidad en el año de 1892”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año X, 1893, p. 69-85; “Cuadro estadístico de la criminalidad en el año de 1893”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año XI, 1894, p. 1-51; “Cuadro sinóptico de la criminalidad en el año de 1894”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año XIII, 1896, p. 88-103; “Cuadro de la criminalidad en el año de 1895”, Anuario de Legislación y Jurisprudencia, Sección de estudios de derecho, año XIII, 1896, p. 170-184; Cuadros estadísticos de la criminalidad presentadas por el Procurador de Justicia y correspondientes al año de 1900, México, Tipografía y litografía “La Europea”, 1903; Cuadros estadísticos … de 1901, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1904; Cuadros estadísticos … de 1902, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1905; y Cuadros estadísticos … de 1903, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1905. HOMICIDAS E INFANTICIDAS FEMENINAS EN EL PORFIRIATO 319 Como puede observarse, la suma de ambos delitos (considerando todo tipo de homicidas y no sólo las que mataban por amor o desamor), no representan ni siquiera el 1% de las mujeres criminales. Y era mucho menor el número de condenadas, que sólo conocemos en el caso de infanticidio y lamentablemente para fechas diferentes al número de consignadas, siendo una por año entre 1905 y 1908.64 64 Cuadros estadísticos de la criminalidad presentadas por el Procurador de Justicia y correspondientes al año de 1905, México, “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1906; Cuadros estadísticos … de 1906, México, Imprenta “Compañía Industrial Ascorve y Gayosso”, 1907; Cuadros estadísticos de 1907, México, Imprenta de Antonio Enríquez, 1908; y Cuadros estadísticos de 1908, México, Imprenta de Antonio Enríquez, 1910. LOS REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN: LOS DISIDENTES AGRARIOS DE 1912 PEDRO SALMERÓN SANGINÉS Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana El seminario de que este trabajo es fruto, intenta proponer el término “disidente” como una categoría “relacional”, es decir, procuramos definir a los disidentes en función de la relación que entablan con el Estado y con el resto de la sociedad, como una categoría de análisis histórico. En ese sentido, nos ha preocupado particularmente el proceso de definición de la disidencia, es decir, cómo es que los disidentes se consideran a sí mismos como tales, si es que lo hacen, y cómo los considera el Estado, la autoridad establecida o aceptada (no tanto “la común doctrina” de la definición del diccionario). Hemos tratado, pues, de encontrar cómo se percibe la disidencia desde la autoridad, desde quienes disienten de ella, o desde otros sectores de la sociedad, donde no importa tanto qué estén haciendo los disidentes/ delincuentes/ bandidos/ rebeldes/ revolucionarios, sino como son percibidos por los otros, y cómo se perciben a sí mismos. En las páginas que siguen he intentado poner bajo esa lupa las declaraciones de los grupos que tomaron las armas contra los gobiernos de Francisco León de la Barra y Francisco I. Madero, con una bandera agrarista.1 Al decir “declaraciones” me refiero a los documentos con los cuales justificaron o intentaron explicar las razones por las que tomaban las armas contra el gobierno, y lo que querían obtener. Se trata, pues, de analizar un discurso, pero también de entender a quienes lo sustentaban. Finalmente, revisaré cómo fueron calificados estos rebeldes por el gobierno de Francisco I. Madero. La importancia de estas rebeliones y de los manifiestos o planes mediante las cuales se justificaron, estriba en la construcción de pro1 En realidad, el agrarismo como tal estaba definiéndose al calor de estas revueltas. Si digo “agrarista”, es para excluir de este análisis a los grupos rebeldes de carácter claramente contrarrevolucionario, como los encabezados por Bernardo Reyes y Félix Díaz, y a los rebeldes o bandidos que se lanzaron a la lucha armada sin definir programa alguno y que, en los meses estudiados, fueron legión. 322 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO puestas para la solución de los conflictos que, justamente al ritmo de estas revueltas, fueron perfilándose en la conciencia de los revolucionarios como los más graves del país: los que se derivaban de la tenencia de la tierra, o dicho de otro modo, el problema agrario. Los Acuerdos El 21 de mayo de 1911, en Ciudad Juárez, Chihuahua, el negociador designado por el gobierno federal y los “representantes de la Revolución”, firmaron un “Convenio” que daba por terminadas las hostilidades “entre las fuerzas del gobierno del general Díaz y las de la Revolución, debiendo éstas ser licenciadas” conforme se restableciera el orden público. Este convenio, por el que “la Revolución” (sujeto activo) daba por terminada la lucha contra el gobierno de Porfirio Díaz, estaba precedido por los considerandos de rigor, según los cuales el presidente Porfirio Díaz y el vicepresidente Ramón Corral renunciarían a sus cargos, asumiendo la primera magistratura del país, por ministerio de ley, el licenciado Francisco León de la Barra, secretario de Relaciones Exteriores, quien se comprometía a atender (“dentro del orden constitucional”) los problemas causantes de la Revolución. No se escribió en el convenio, pero quedó sobreentendido, y así se hizo, que León de la Barra formaría un “gobierno de transición” en que estuvieran significativamente representados los revolucionarios. Con este acto formal se dio por terminada la rebelión maderista.2 En la opinión de muchos de los hombres que habían participado en la lucha armada, este fue un falso final: dejar la transición en manos del aparato porfirista y desarmar al ejército revolucionario evitando la destrucción militar del enemigo les parecía, como mínimo, un acto de ingenuidad, aunque no faltaron quienes desde los primeros días lo señalaron como una traición perpetrada por Madero y su círculo. Lo que pasaba en realidad es que había distintas concepciones de lo que la Revolución debía ser. Las banderas de Madero eran la democracia y la defensa del orden constitucional, y las reformas que el país necesitaba vendrían, en su opinión, como ineludible consecuencia del cambio político. No es cierto que Madero haya sido ciego ante los problemas sociales que empujaron a miles de mexicanos a la lucha armada, sino que veía en la transformación política, en la democracia y la 2 Véanse el texto del “convenio” y la consecuente renuncia de Porfirio Díaz, en Isidro Fabela y Josefina E. de Fabela (editores), Documentos históricos de la Revolución Mexicana, México, Editorial Jus, 1964, t. V, p. 400-402. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 323 legalidad, el más sólido punto de apoyo para la solución de tales problemas.3 Madero no era un revolucionario, no buscaba nuevas relaciones sociales ni una nueva forma de Estado, sino la aplicación del marco legal vigente, dentro del cual podrían instrumentarse las reformas necesarias. No es extraño, por lo tanto, que haya preferido apoyarse en un ejército que suponía legalista e institucional, y no en los indisciplinados y voluntariosos jefes revolucionarios, con los que ya había tenido importantes enfrentamientos: el 17 de abril de 1911, en Casas Grandes, ordenó desarmar a los hombres de los cabecillas magonistas José Inés Salazar, Lázaro Alanís y Luis A. García; y el 11 de mayo, en Ciudad Juárez, los principales jefes de la insurrección en Chihuahua, Pascual Orozco y Pancho Villa, desobedecieron sus órdenes y estuvieron a punto de amotinarse. Para entonces, Madero empezaba a darse cuenta de que eso sólo era el principio: los caudillos militares de la revuelta eran, en general, hombres surgidos del pueblo, que habían rebasado claramente a los jefes designados por Madero, y el caos, al que Madero temía, empezaba a cundir.4 Por su parte, los jefes populares encumbrados durante la revuelta maderista, tenían una concepción de los problemas del país mucho más vaga que la de Madero, pero claramente divergente. Ya veremos las razones por las que muchos de ellos se levantaron en armas contra Madero, pero antes, veamos mediante un ejemplo muy ilustrativo, cómo cayeron los acuerdos de Ciudad Juárez entre algunos de los jefes que fueron leales a Madero hasta su muerte. El 22 de mayo de 1911, tras la firma de los acuerdos, Pancho Villa entregó el mando de sus fuerzas a Raúl Madero, quien instrumentaría la desmovilización prevista. Sus capitanes, futuros generales de la División del Norte, argumentaron que no eran “ciudadanos en armas”, sino “soldados del ejército libertador”, y que no se habían levantado 3 Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución mexicana, México, Ediciones Era, 1973, p. 20-21 y 96-99. 4 En Chihuahua el jefe nominal de la Revolución, Abraham González, apenas tuvo una pequeña participación militar, y los jefes regionales por él designados, con la aprobación de Madero, fueron rebasados en todos los casos por inesperados caudillos campesinos: Pascual Orozco, Pancho Villa, Toribio Ortega y Maclovio Herrera desplazaron rápidamente a Albino Frías, Cástulo Herrera, José Perfecto Lomelí y Guillermo Baca, respectivamente. En La Laguna pasó lo mismo: los Agustín Castro, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde y Benjamín Argumedo, rebasaron muy pronto el liderazgo nominal de Mariano López Ortiz y Manuel N. Oviedo. En el centro y sur fue peor: la muerte de Aquiles Serdán, la prisión de Alfredo Robles Domínguez y la defección de otros jefes, permitieron el difícil ascenso a la primera fila de hombres como Emiliano Zapata, los hermanos Figueroa, Abraham Martínez, Trinidad Ruiz o Genovevo de la O, gente sobre la que Madero y su círculo tenían contactos escasos o nulos. 324 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO contra un fraude electoral, sino contra los opresores del pueblo. “Ahora nos salen —dijeron— conque ya se acabó la revolución y, según se ve, dejarán en el poder a los hombres que sostenían a Porfirio Díaz.” 5 Los hombres de Villa fueron desmovilizados en los primeros días de junio, en Chihuahua. Tras ser licenciados, varios de los capitanes fueron recibidos por el gobernador interino, don Abraham González Casavantes, a quien interrogaron sobre la posibilidad de que ellos y sus soldados recibieran la tierra por la que habían peleado. Don Abraham respondió que en su momento se harían públicos los mecanismos por los que los particulares podrían comprar, con facilidades, parcelas de terrenos nacionales. Los capitanes se fueron sin decir más, y en casa de Pancho Villa expusieron su inconformidad. Isaac Arroyo dijo: —Pancho, en verdad estamos sintiendo que la esperanza se nos deshace en la palma de la mano. Tú sabes, igual que lo sabemos nosotros, que los terratenientes no han comprado a nadie los enormes latifundios que tienen en su poder y explotan sin pagar siquiera contribuciones; ellos sólo han cercado, y en ocasiones ni siquiera eso, el terreno que les ha dado en gana adueñárselo. El capitán Miguel S. Samaniego agregó: —Durante treinta y tantos años hemos sido gobernados por un gobierno que para nada tomó en cuenta la Constitución. Sencillamente la ignoró, dando lugar a que un reducido número de personas se adueñase de inmensas posesiones territoriales, sin que se les haya obligado, ni tan siquiera sugerido, hacer los deslindes [de estas tierras] que podrían dar subsistencia a millones de gentes pobres.6 Ese fue el origen de los conflictos por venir. Inquietud Los rebeldes de 1912 tremolaron la bandera del agrarismo, pero antes que el problema agrario, la causa de los primeros conflictos fue el licenciamiento de los revolucionarios. El gobierno interino presidido por Francisco León de la Barra, de acuerdo con don Francisco I. Madero, decidió licenciar a cada soldado con 50 pesos y un boleto de ferrocarril para que regresara a su lugar de origen, pagándole 25 pesos más a quienes entregaran su rifle o carabina. Los rebeldes se sintieron trata5 Alberto Calzadíaz, Hechos reales de la Revolución, México, Editorial Patria, 1958, t. I, p. 76-79. 6 Idem, t. I, p. 81-83. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 325 dos con enorme injusticia, y muchos de ellos expresaron que si los desarmaban, nadie garantizaría el cumplimiento de “los postulados de la Revolución”, entre los que descollaba el párrafo cuarto del artículo 3º del Plan de San Luis, en el que muchos veían la solución del problema agrario.7 En Chihuahua, el estado donde se decidió el triunfo de la Revolución, se licenció de la manera antedicha a más de 1 600 hombres, incluidos Tomás Urbina, Toribio Ortega, Fidel Ávila y otros que se habían revelado como jefes hábiles y valientes.8 Los rebeldes de Chihuahua fueron licenciados en mayo y junio, pero desde que fueron despachados a sus casas hasta septiembre, por lo menos, estuvieron llegando a las distintas oficinas de gobierno innumerables quejas sobre su actuación: el 26 de junio el gobernador de Chihuahua, Abraham González, fue informado de que “gente licenciada de Tomás Urbina anda haciendo escándalos en Villa Hidalgo, Durango”; el 27 de junio el mismo gobernador supo “que los licenciados ex-soldados insurrectos, andan cometiendo actos bandálicos [sic] en Valle de Zaragoza”; en el remoto mineral de Guadalupe y Calvo, el jefe rebelde Juan Banderas destruyó los archivos y se negó a desarmar a sus hombres; en julio, don Abraham recibió varios telegramas en que diversas autoridades pedían su auxilio para desarmar a fuerzas que habían pertenecido a diversos capitanes rebeldes; el 27 de septiembre el presidente municipal de Satevó manifestaba al gobernador “que es ya escandaloso el bandolerismo y principalmente abigeato en esta Municipalidad a mi cargo, debido al apoyo que Pancho Villa imparte a toda clase de gente insubordinada y amante de vivir de lo ajeno y a la mal fundada razón que muchos exponen de que prestaron sus servicios a la Revolución y que con este motivo pueden disponer de haciendas que no les pertenecen”; y así por el estilo.9 7 El párrafo dice así: “Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos por acuerdo de la Secretaría de Fomento o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos”, en Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, La Revolución mexicana. Textos de su historia, México, Secretaría de Educación Pública - Instituto Mora, 1985, t. III, p. 24. 8 “Libro de Licenciamiento de las Fuerzas Insurgentes de Chihuahua”, copiado por Francisco R. Almada del Archivo de la Administración de Rentas de Chihuahua, para el Archivo Histórico de la Revolución Mexicana (en adelante AHRM), t. 66. 9 Telegramas enviados por diversas autoridades políticas y militares al gobernador Abraham González, reproducidos en AHRM, t. 66. 326 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Pero también protestaban los licenciados: el propio jefe Urbina pedía a Francisco I. Madero que se dieran garantías a sus hombres, a quienes al volver a sus hogares, “los han perseguido brutalmente varias autoridades de Durango”; y numerosos soldados ex-revolucionarios enviaron cartas y telegramas al gobernador o al señor Madero exponiéndole situaciones parecidas.10 Por fin, ante la resistencia creciente, se dejaron sobre las armas tres cuerpos de “irregulares” o “rurales de la federación” integrados por exrevolucionarios: uno en Ciudad Juárez a las órdenes de José de la Luz Blanco, otro en Parral, mandado por José de la Luz Soto, y uno más en Chihuahua, encabezado por Pascual Orozco, quien además recibió el cargo de jefe de la 1a. zona rural, con jurisdicción en todo el Estado.11 Aunque en menor medida, lo mismo estaba pasando en todo el país, sobre todo en aquellas regiones en que los rebeldes tuvieron fuerza militar, como en Puebla, Morelos y Guerrero; en Sonora y Sinaloa; y en Durango y Coahuila. En estos dos últimos estados, Emilio Madero recibió de su hermano Panchito el encargo de instrumentar los acuerdos de Ciudad Juárez, y aunque pudo integrar rápidamente gobiernos de transición a imagen del nacional, tuvo que afrontar numerosos conflictos en el tema de la desmovilización. En la segunda mitad de junio empezó a despachar a los rebeldes a sus casas con 50 pesos y un boleto de ferrocarril por barba, pero las resistencias fueron de tal magnitud que, finalmente, para mitigar el enojo de los principales jefes, el gobierno decidió dejar siete cuerpos de exrevolucionarios sobre las armas, aunque licenciando a la mayoría.12 Los soldados de estas corporaciones se dedicaron entre junio y septiembre a escoltar los ferrocarriles, porque numerosos contingentes de “ex-insurgentes” se dedicaron a sabotear la vía férrea, entre otros “desmanes”.13 Los problemas causados por la desmovilización alcanzaron un nivel alarmante en Puebla, el 12 de julio. Ese día hubo un combate entre 10 Idem. Francisco R. Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1964, t. I, p. 239. 12 Sobre los cuerpos irregulares o rurales de la federación que quedaron sobre las armas en Durango y Coahuila, véase Graziella Altamirano et al., Durango, una historia compartida, México, Instituto Mora, 1997, t. II, p. 53-54. Formaron estos cuerpos los revolucionarios de mayor educación política de Durango, que fueron los más reacios a desmovilizarse. He trabajado a uno de estos grupos en Pedro Salmerón, “Calixto Contreras y la revolución agraria en el oriente de Durango”, manuscrito inédito, 2000. 13 Véanse, por ejemplo, los combates de la compañía de Benjamín Argumedo, capitán del regimiento irregular de Sixto Ugalde, en contra de sus excompañeros de armas, en Archivo de la Palabra, Instituto Mora, Proyecto de Historia Oral/1/79, f. 8-10 (en adelante, se citará solamente PHO y el número de entrevista). 11 REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 327 los revolucionarios de los generales Francisco Gracia y Abraham Martínez, contra los federales del coronel Aureliano Blanquet. De la investigación ordenada por la Secretaría de Gobernación, así como de las inquisiciones realizadas personalmente por el doctor Francisco Vázquez Gómez, secretario de Instrucción Pública y a quien todavía se veía como candidato maderista a la vicepresidencia, se pudo concluir que los revolucionarios poblanos se enteraron de que un grupo de diputados locales y federales, con la complicidad de importantes oficiales de la guarnición de la plaza, preparaban un atentado contra Madero y Vázquez Gómez, que habían anunciado que visitarían la capital poblana. Para evitar el atentado, y no sin informar al licenciado Emilio Vázquez Gómez, secretario de Gobernación, el general Abraham Martínez aprehendió a los principales conjurados el 1 de julio. Según el doctor Vázquez Gómez, este acto, que provocó el enojo del presidente León de la Barra y del propio Madero, salvó la vida del jefe de la Revolución. Los conjurados se quejaron ante las autoridades locales y federales y el general Martínez recibió la orden de liberarlos, pero antes de que pudiera hacerlo, Blanquet ordenó a sus hombres tomar por asalto el cuartel de los revolucionarios, con un saldo de más de 50 muertos. Cuando Madero llegó a Puebla felicitó a Blanquet por su disciplina, reprendiendo a su vez a los revolucionarios de la siguiente manera (según la interesada versión de los informantes del doctor Vázquez Gómez, que hay que tomar con cuidado): “Estoy sumamente descontento por el comportamiento de ustedes, no deseo que haya más dificultades y por tanto, como la Revolución ha terminado y ya voy a ser Presidente de la República, es necesario que cada uno de ustedes se vaya a su casa”. Al cabo de pocas semanas, casi todos los revolucionarios poblanos estaban otra vez en pie de guerra, secundando los planes de Tacubaya o de Ayala.14 El caso de Morelos ilustra a las claras que, debajo de los conflictos causados por la desmovilización, había mar de fondo. Cuando se firmaron los acuerdos de Ciudad Juárez, el jefe revolucionario de mayor prestigio en el estado sureño era Emiliano Zapata Salazar. En los años inmediatamente anteriores a la Revolución, Zapata se había convertido en el representante de las comunidades de Anenecuilco, Villa de 14 Francisco Vázquez Gómez, Memorias políticas, 1909-1913, México, Imprenta Mundial, 1933, p. 311-334. Es interesante señalar que Abraham Martínez, personaje muy ligado a Emiliano Zapata, figuraba pocos meses después como jefe de Estado Mayor del Ejército Libertador del Sur, en tanto que Aureliano Blanquet, como es sabido, fue el oficial encargado de arrestar a Francisco I. Madero, José María Pino Suárez y Felipe Ángeles al finalizar la “decena trágica” (Madero todavía tuvo la suficiente presencia de ánimo para apostrofarlo frente a sus soldados: “es usted un traidor, general Blanquet”). 328 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Ayala y Moyotepec, en los conflictos de tierras con las haciendas vecinas. La rebelión en Morelos empezó tardíamente (entre febrero y marzo de 1911), y el papel de Zapata era el de un jefe subalterno, pero de la misma manera que los otros jefes populares de que hemos hablado, entre marzo y mayo de 1911 Zapata fue siendo aceptado como jefe por la mayoría de los rebeldes del estado. Finalmente, el charro de Anenecuilco fue reconocido como jefe de la rebelión en Morelos por los enviados oficiosos del Cuartel General maderista. Zapata ratificó esa posición al apoderarse de Cuautla, la segunda ciudad del estado, el 19 de mayo.15 La ocupación de Cuautla fue oportunísima: apenas dos días después se firmaron los acuerdos de Ciudad Juárez y cesaron las hostilidades. Pero ya Zapata tenía una fuerte posición y una base firme para impulsar la solución del asunto que había empujado a los suyos a sumarse a la revolución, el problema agrario. No se trataba (todavía) de destruir las haciendas: lo que Zapata y los suyos querían era que a los pueblos se les diera su lugar. “Así, al ocupar Cuautla, Zapata envió instrucciones a todos los pueblos del distrito para que reclamasen sus tierras a las haciendas”, y en los días siguientes empezaron las invasiones o “recuperaciones” de tierras en el centro y oriente del estado.16 Zapata recibió órdenes de contener esta situación. Lo hizo, pero decidió esperar a Madero para exponerle personalmente las características del problema agrario en Morelos. El 8 de junio, un día después de la entrada de Madero a la capital, Zapata se entrevistó con él. Madero le respondió que la cuestión era delicada y tenían que respetarse los procedimientos legales. Lo que importaba de momento era la desmovilización de las tropas rebeldes. Zapata puso en duda la lealtad de los federales, y luego ilustró claramente la naturaleza del problema, tal como él lo sentía: 15 El papel de Zapata como dirigente de su comunidad (y luego de las comunidades vecinas) en la defensa de sus tierras, en la obra clásica de Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de Zapata, México, Editorial Etnos, 1943. La rebelión maderista y el complicado ascenso de Zapata a la jefatura regional, en John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 1969, p. 66-85. Más recientemente, Felipe Ávila Espinosa ha estudiado con detalle y profundidad la gestación del movimiento zapatista, revisando muchas de las tesis de Womack, o de lo que él llama la corriente de interpretación que va de Gildardo Magaña a John Womack, pasando por Jesús Sotelo Inclán. Con todo, en lo que al surgimiento del discurso agrarista respecta, Ávila no discute mayormente esas versiones tradicionales, de modo que aquí nos basamos en su más clara y sucinta exposición, la de Womack. Felipe Ávila Espinosa, Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México-UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001. 16 Womack, op. cit., p. 85. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 329 Zapata se levantó con la carabina en la mano, se acercó hasta donde estaba sentado Madero. Apuntó a la cadena de oro que Madero exhibía en su chaleco. “Mire, señor Madero —dijo—, si yo aprovechándome de que estoy armado le quito su reloj y me lo guardo, y andando el tiempo nos llegamos a encontrar, los dos armados y con igual fuerza, ¿tendría derecho a exigirme su devolución?” Sin duda, le dijo Madero; le pediría inclusive una indemnización. “Pues eso, justamente —terminó diciendo Zapata—, es lo que nos ha pasado en el estado de Morelos, en donde unos cuantos hacendados se han apoderado por la fuerza de las tierras de los pueblos. Mis soldados, los campesinos armados y los pueblos todos, me exigen diga a usted, con todo respeto, que desean se proceda desde luego a la restitución de sus tierras.”17 En las semanas siguientes Madero y Zapata hicieron esfuerzos de buena voluntad, pero los hacendados de Morelos fueron logrando, poco a poco, la reducción del poder de Zapata. Entre el 13 y el 20 de junio, 2 500 de los soldados del caudillo suriano fueron licenciados y devueltos a sus casas, y aunque Madero había ofrecido a Zapata la jefatura de los rurales en el estado, que estarían integrados por 400 de sus soldados, hasta a eso hubo de renunciar el caudillo, quien se retiró a Cuautla con una escolta de 50 hombres. Los sucesos del 12 de julio en Puebla, y la renuncia de Emilio Vázquez Gómez a la Secretaría de Gobernación, el 1 de agosto, alarmaron profundamente a los revolucionarios de Morelos, tanto como el hecho de que los hacendados estuvieran recuperando las posiciones locales de poder. El nuevo secretario de Gobernación, Alberto García Granados, era partidario de terminar de una vez con el “caos” en Morelos, y envió al estado un fuerte contingente federal para “restablecer el orden” en la zona de Cuautla. El jefe de este contingente, Victoriano Huerta, era garantía de mano dura. Aunque Madero intentó evitar la ruptura, actuando todavía de buena fe, las acciones del gobierno terminaron por obligar al caudillo a suspender el desarme de su gente y remontarse a las montañas limítrofes con Puebla y Guerrero, donde a mediados de septiembre estaba otra vez en pie de guerra.18 Idem, p. 94. Idem, p. 86-120. La actitud conciliadora de Madero, que contrasta con la que tomó frente a otros antiguos rebeldes, muestra que, aunque en desacuerdo con sus métodos, sí estaba convencido de la honestidad del caudillo suriano y de la realidad del problema agrario en Morelos, de tal modo que aunque la ruptura fue inevitable, las declaraciones de Madero sobre Zapata fueron mucho más suaves y comprensivas que las vertidas sobre otros rebeldes populares, Orozco sobre todo. El mismo hecho de enviar a Felipe Ángeles como jefe de la campaña del sur, es una muestra más de esto. Véase la buena fe de Madero en sus tratos con Zapata en los documentos transcritos por Alfonso Taracena, La labor social del presidente Madero, Saltillo, Gobierno del Estado de Coahuila, 1959. 17 18 330 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Manifiestos La inconformidad y los motines muy pronto empezaron a convertirse en rebelión. Ya desde el 24 de mayo de 1911, apenas tres días después de los acuerdos de Ciudad Juárez, Enrique y Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Antonio de P. Araujo y Anselmo L. Figueroa, en nombre de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano (PLM) dirigieron un manifiesto a los revolucionarios de 1910, en el cual señalaban que los dirigentes de la rebelión maderista no querían otra cosa que derribar la dictadura de Díaz para ponerse ellos en su lugar, y que habiéndolo logrado traicionaban a los valientes soldados que les habían dado el triunfo, enviándolos a su casa y dejándolos a merced del “enemigo de clase”. El manifiesto llamaba a los revolucionarios a sacudirse a sus jefes y a continuar la lucha bajo las banderas del PLM, auténtico defensor de los intereses del pueblo: “No conspiréis contra vosotros mismos. Deshaceos de vuestros jefes de cualquier manera y enarbolad la bandera roja de vuestra clase inscribiendo en ella el lema de los liberales: Tierra y Libertad.”19 El programa libertario (anarco-sindicalista) del PLM era bien conocido en Chihuahua y La Laguna, donde en 1906 y en 1908 hubo revueltas magonistas, y ante el cariz que tomaba la situación y el marcado disgusto de muchos jefes rebeldes con los acuerdos de Ciudad Juárez, el “manifiesto del 24 de mayo” era gasolina al fuego. Desde los primeros días de junio los gobiernos de transición de Chihuahua, Durango y Coahuila empezaron a recibir informes de que “conocidos agitadores” distribuían el manifiesto en numerosas localidades; se decomisó propaganda magonista y se aprehendió a los “agitadores” en Cusihuiríachic, Ciudad Jiménez, Hidalgo del Parral, Casas Grandes, La Ascensión, Ciudad Camargo y Guadalupe de Bravos, Chihuahua; en Cuencamé y Velardeña, Durango; y en Viesca y Matamoros, Coahuila.20 En Chihuahua, a fines de junio y en julio de 1911, la propaganda se convirtió en rebelión: José Inés Salazar, Lázaro Alanís, Prisciliano Silva, Luis A. García, José Flores Alatorre, Enrique Portillo y otros magonistas, se levantaron contra el gobierno enarbolando el programa del PLM y la bandera roja. Desde entonces, el pueblo de Chihuahua empezó a llamarlos “colorados”. Muchos de los destacamentos irregulares que se enviaban a perseguirlos sólo fingían hacerlo, pues las simpatías de sus jefes y soldados estaban con los rebeldes, pero dejemos 19 20 Véase el texto íntegro del Manifiesto en Almada, op. cit., t. I, p. 257-260. Idem, t. I, p. 261-267. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 331 de momento a los nuevos alzados, para glosar los planes revolucionarios que se sucedieron en el verano y el otoño de ese año, considerando que la mayor parte de los rebeldes campesinos no se identificaban con el programa magonista, por considerarlo demasiado radical. Fue el grupo cercano a los hermanos Vázquez Gómez, a fin de cuentas un grupo de intelectuales urbanos, el que empezó a darle coherencia programática a esta inquietud agraria. La ruptura de los vazquistas con Madero fue lenta y complicada, y las versiones apasionadas de uno y otro bando no ayudan a aclarar el proceso. Lo cierto es que para fines de junio de 1911 el grupo más cercano a Madero (aunque, al parecer, todavía no don Panchito) estaba claramente decidido a excluir a los Vázquez Gómez y sus partidarios. Para lograrlo, disolvieron el Partido Antirreeleccionista y llamaron a formar uno nuevo, de tal manera que tuviesen que elegirse otros candidatos y poder así eliminar la candidatura vicepresidencial de Francisco Vázquez Gómez. A lo largo de julio la ruptura efectiva se consumó, y el 1 de agosto, empujado por Madero y León de la Barra, Emilio Vázquez Gómez renunció al cargo de secretario de Gobernación. Aunque no puede decirse que desde el principio el grupo de los Vázquez Gómez tuviera un programa propio, uno de los puntos de conflicto durante los meses posteriores a la firma de los acuerdos de Ciudad Juárez, fue el apoyo que Emilio Vázquez dio a los revolucionarios que se oponían a ser desarmados sin más; de modo que muchos jefes revolucionarios protestaron cuando Emilio renunció a la Secretaría de Gobernación, pues veían en él una de las únicas garantías de cumplimiento de los “postulados de la Revolución”.21 Tres semanas después se produjo el primer plan revolucionario vazquista (aunque los hermanos se deslindaron de su proclamación), el Plan de Texcoco, firmado en esa población el 23 de agosto por Andrés Molina Enríquez. Por este Plan, Molina desconocía al gobierno de León de la Barra y llamaba a continuar la Revolución. Un decreto anexo declaraba de utilidad pública “la expropiación parcial de todas las fincas rurales cuya extensión superficial exceda de 2 000 hectáreas”.22 La importancia de este documento no radica en sus efectos prácticos, que se redujeron a conducir a la prisión a Molina Enríquez, sino en la personalidad de quien lo proclamó. Molina era conocido por un libro que había publicado dos años antes, explícitamente titulado Los 21 Vázquez Gómez, op. cit., p. 389-399. Entre los jefes revolucionarios que protestaron explícitamente estaban Rómulo Figueroa, Guillermo García Aragón, Camerino Z. Mendoza, Juan Andrew Almazán, Abraham Martínez y Cándido Navarro. 22 En Fabela, op. cit., t. VI, p. 76-78. 332 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO grandes problemas nacionales, de influencia creciente entre los intelectuales revolucionarios. El libro empezaba señalando los “Problemas de orden primordial”, el primero de los cuales era el agrario, llamando la atención de los lectores sobre el injusto y pernicioso régimen de propiedad, y proponía soluciones que partían del impulso de la pequeña propiedad en detrimento del latifundio. Estas propuestas estaban dirigidas al gobierno de Díaz, pero tras la revuelta maderista y la renuncia del dictador, Molina, quien se había relacionado desde 1909 con Madero y Vázquez Gómez (sobre todo con éste), se fue radicalizando, “en consonancia con el desarrollo de la lucha revolucionaria”, aunque manteniendo como núcleo y punto de partida de su pensamiento lo expuesto en el libro.23 Desde el triunfo de la rebelión maderista, Molina insistió ante Emilio Vázquez Gómez sobre la urgencia de atender el problema agrario, hasta que el poco eco que encontró en la nueva clase política, y la ruptura de los hermanos Vázquez Gómez con Madero, lo llevaron a proclamar el Plan de Texcoco, con el que no pretendía derribar al gobierno de León de la Barra, sino llamar la atención sobre la cuestión agraria. El documento tuvo cierto efecto articulador entra algunos sectores de exmaderistas disgustados con el jefe de la Revolución, que empezaban a reunirse alrededor de los hermanos Vázquez Gómez. A lo largo de septiembre y octubre de 1911, mientras la violencia revolucionaria renacía en Chihuahua y Morelos, el disgusto de los vazquistas y otros antiguos maderistas fue creciendo y una semana antes de que Madero tomara posesión de la presidencia, luego de triunfar en las elecciones celebradas los días 10 y 15 de octubre, se proclamó por fin un plan revolucionario ya claramente antimaderista, que serviría para dar bandera a muchos de los hombres que ya estaban sobre las armas o que esperaban una oportunidad para tomarlas: el Plan de Tacubaya, fechado el 31 de octubre de 1911. Su principal signatario era el veterano periodista de oposición y futuro ideólogo del zapatismo, Paulino Martínez. El documento señalaba al jefe de la Revolución de 1910 como un traidor a los principios por él mismo proclamados en el Plan de San Luis, y lo acusaba de rodearse de un grupo personalista y de elementos del “antiguo régimen” que habían formado una “corte de adulación y de intriga”. Luego se entraba en materia: “El problema agrario en sus diversas modalidades es, en el fondo, la causa fundamental de la que derivan todos los males del país y de sus habitantes”, por lo que 23 Arnaldo Córdova, “Prólogo” a Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, México, Ediciones Era, 1978, p. 56. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 333 “en el momento mismo en que el triunfo se verifique, sin esperar más ni dilatar por motivo alguno la ejecución de las soluciones del problema agrario”. Como puede advertirse, si la redacción era poco clara, las ideas que había detrás ya no eran tan confusas.24 El Plan de Tacubaya fue prohijado rápidamente por varios grupos rebeldes. Pero no habían pasado tres semanas de su promulgación, cuando empezó a conocerse el Plan de Ayala, que habría de convertirse en un novedoso credo político. Emiliano Zapata había capoteado en sus montañas la hostilidad del gobierno, confiando en que a la toma de posesión de Madero la situación en Morelos cambiara drásticamente. Cuando Madero recibió la investidura presidencial, el 6 de noviembre, Zapata reconcentró sus tropas en los alrededores de la Villa de Ayala y envió nuevos mensajes de paz, pero el nuevo presidente, cuya autoridad era desafiada todos los días y desde todos lados, no podía negociar con un rebelde, por más digno de estima que le pareciese, así que las instrucciones que impartió eran que lo único que podía aceptar era la rendición inmediata y a discreción de los zapatistas. Parece ser que había instrucciones secretas más suaves, pero los jefes federales no permitieron que las negociaciones continuaran. Atacado por sus enemigos, Zapata volvió a remontarse a las montañas, donde redactó, con Otilio Montaño, la versión final de un documento que venían preparando desde semanas atrás, y que fecharon el 25 de noviembre en la Villa de Ayala. El 15 de diciembre, en un acto de miopía política, Madero autorizó la publicación del texto (el Plan de Ayala) en El Diario del Hogar, que agotó rápidamente una edición doble.25 El Plan de Ayala, que según François Chevalier y Arnaldo Córdova “constituye la continuación de la historia de los campesinos de Morelos” y es “fruto de la inspiración exclusivamente popular y rural”, representaba “la reacción elemental de los pueblos que veían amenazada su existencia”.26 Los artículos 6º y 7º del Plan contenían la esencia de la nueva revuelta. El 6º señalaba que los pueblos o ciudadanos que tuvieran los títulos correspondientes a “los terrenos, bosques y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia venal”, entrarían en posesión inmediata de dichos bienes, manteniendo la posesión “a todo trance, con las armas en la mano”. El 7º decía que siendo una realidad que “la inmensa mayoría” de los pueblos y ciudadanos carecían de medios de vida y sufrían “los horrores de la miseria”, Fabela, op. cit., t. VI, p. 210-215. Womack, op. cit., p. 121-125 y 389-394. 26 Córdova, La ideología..., p. 148-149. 24 25 334 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México, obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor.27 Es decir: restitución de las tierras usurpadas, como decía el Plan de San Luis, pero también, expropiación por causa de utilidad pública para dotación de “pueblos y ciudadanos”. Los zapatistas empezaban así su propia revolución.28 Rebelión Entre mayo y noviembre de 1911 las revueltas en el campo fueron casi cotidianas. En este último mes la inquietud comenzó a articularse y definirse: a partir de la promulgación del Plan de Ayala, el núcleo duro del zapatismo, formado por hombres del oriente de Morelos, empezó a recibir el respaldo de numerosos contingentes revolucionarios, primero en los estados vecinos,29 pero también en regiones tan distantes como la sierra de Sinaloa, la Comarca Lagunera y el altiplano potosino. En Sinaloa, el caudillo revolucionario Juan Banderas, a quien en junio vimos rehusarse a desarmar a su gente, derrocó en septiembre al gobernador, y aunque fue encarcelado, sus lugartenientes se echaron a la sierra en los primeros días de 1912 al grito de “¡Viva Zapata!”, y para marzo, todo el sur de Sinaloa estaba en poder de los “zapatistas” Tirado y Carrasco, que pusieron cerco a Mazatlán. Aunque para el verano las tropas federales habían retomado el control de las principales poblaciones, la revuelta se mantuvo en las estribaciones y cañadas de la sierra hasta febrero de 1913, cuando los “zapatistas” de Sinaloa declararon la guerra al gobierno de Huerta.30 27 Idem, p. 149-150. Véase la versión original del Plan de Ayala en Womack, op. cit., p. 394-397. 28 Ávila señala: “El Plan de Ayala es el documento básico y la clave para entender el movimiento zapatista que, con él, definió su identidad y el cuerpo de ideas que constituirían el eje de su programa y de su actividad durante los siguientes años. Como texto fundador del zapatismo, el Plan de Ayala constituye un documento sumamente acabado y original; en el terreno de las ideas y de la concepción general representa la culminación de la experiencia de los zapatistas, desde que decidieron levantarse en armas contra Díaz hasta su ruptura con Madero.” Ávila Espinosa, op. cit., p. 205. 29 La continuación de la revuelta zapatista durante 1912, que aquí omito, en Womack, op. cit., p. 126-155. 30 Alan Knight, La Revolución mexicana: Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, Editorial Grijalbo, 1996, t. I, p. 324-326. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 335 En el oriente del altiplano potosino numerosas partidas dispersas empezaron a pronunciarse contra el gobierno desde principios de año, y el 17 de noviembre los grupos unidos de los hermanos Cedillo, del municipio de Ciudad del Maíz, y los de los Carrera Torres, oriundos de Tula, Tamaulipas (donde también nacieron los hermanos Vázquez Gómez), tomaron Ciudad del Maíz, en cuya plaza el vocero de los rebeldes dio lectura al Plan de Ayala, declarándolo bandera de los rebeldes potosinos. Los Cedillo y los Carrera Torres se mantuvieron en armas hasta 1920.31 En la Comarca Lagunera, Benjamín Argumedo, que en septiembre de 1911 con sus 50 pesotes había regresado a su pueblo natal, El Gatuño, municipio de Matamoros, Coahuila, criticaba abiertamente al gobierno local, encabezado por Venustiano Carranza, y pronto fue denunciado ante el gobierno como “peligroso agitador”, pues comentaba con notoria simpatía los levantamientos magonistas de Chihuahua. Cuando las cosas en aquel estado se descompusieron de plano, un destacamento de policía fue enviado de Torreón a El Gatuño para aprehender a Argumedo, pero éste fue avisado a tiempo, y el 5 de febrero de 1912 se pronunció al grito de “¡Viva Zapata!” y “¡Tierra y Libertad!” Durante unas semanas merodeó por la región como guerrillero, al frente de unos 200 hombres, hostilizando Matamoros y Viesca y refugiándose en las escarpadas serranías aledañas, donde se le fueron incorporando numerosos veteranos de 1910. Pronto otros caudillos rebeldes siguieron la ruta trazada por Argumedo.32 En Chihuahua surgió el mayor desafío al nuevo gobierno. Ya en diciembre se habían pronunciado varios grupos revolucionarios que se declararon sostenedores del Plan de Tacubaya y de Emilio Vázquez Gómez, sumándose a los rebeldes magonistas que estaban en armas desde junio y julio. En febrero de 1912, unidos magonistas y vazquistas, se apoderaron de Casas Grandes y de Ciudad Juárez, y empezaron a dirigir cartas a Pascual Orozco, pidiéndole que se pusiera al frente de la nueva Revolución. También el Plan de Ayala, en su versión original, nombraba jefe de la Revolución a Pascual Orozco. 31 Romana Falcón, Revolución y caciquismo en San Luis Potosí, 1910-1938, México, El Colegio de México, 1984, p. 64. 32 José Santos Valdés, Matamoros, ciudad lagunera, México, Editora y Distribuidora Nacional de Publicaciones, 1973, p. 418-420. En sus declaraciones hechas en febrero de 1916 al Consejo de Guerra que lo condenó a muerte, Benjamín Argumedo dijo que se levantó en armas en 1912 porque le avisaron que lo buscaban los federales. Esto parece ser cierto, pero no es lo único: su simpatía por los rebeldes magonistas y zapatistas de Chihuahua era notoria. Las declaraciones en el Archivo “Cancelados” de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante ACSDN y número de expediente), exp. XI/III/2-70, f. 103-105. 336 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Nacido en 1882 en San Isidro, Chihuahua, al pie de la Sierra Madre, en el seno de una familia de rancheros y comerciantes, Pascual Orozco Vázquez se había labrado un pequeño capital llevando el oro y la plata de las minas del corazón de la Alta Tarahumara a la estación ferroviaria de su pueblo natal. Era éste un trabajo que requería un excelente conocimiento del terreno y capacidades de organización y liderazgo probadas; exigía ser un trabajador infatigable, diestro en el ejercicio de las armas y tener una firme reputación de valiente: a fin de cuentas, se trataba de conducir verdaderas fortunas, custodiadas por una docena de leales, a través de una región tremendamente escabrosa, poco poblada y plagada de individuos de armas tomar poco respetuosos de la ley. En 1909 se le acusó de estar en cercano contacto con el conocido agitador magonista José Inés Salazar, y en 1910 se involucró formal y decididamente con el partido Antirreeleccionista. Iniciada la rebelión maderista, Pascual Orozco destacó de inmediato por sus cualidades natas de organizador y su carisma personal, convirtiéndose en el más importante jefe militar de la revuelta. Fue bajo su mando que los rebeldes de Chihuahua obtuvieron en 1911 el sorprendente éxito que culminó con la toma de Ciudad Juárez.33 Las razones por las que Pascual Orozco se convirtió en rebelde maderista son tan vagas como las de muchos jefes populares de la revolución. El primer documento revolucionario que lleva su firma, dado a conocer el 6 de diciembre de 1910, es una típica condena a la tiranía porfirista y un llamado a tomar las armas por la democracia. Buena parte de los agravios acumulados por los serranos chihuahuenses estaban dirigidos contra el cacique de la región, Joaquín Chávez;34 y contra una oligarquía que controlaba de manera asfixiante la economía y la política del estado: el clan Terrazas-Creel.35 33 A Pascual Orozco y sus hombres les dedico el capítulo 2 (“El país de Orozco”), ya terminado, de mi tesis doctoral en preparación. 34 Francisco Díaz Pacheco, revolucionario de San Isidro, cuenta: “aquí en esta región [...], el que originó la revolución fue don Joaquín Chávez, de aquí de San Isidro”, en PHO/1/ 77, f. 19. Joaquín Chávez ocupa un lugar destacado en la bibliografía sobre la rebelión de Tomóchic, en 1892, pues su dominio sobre la zona y ciertas actitudes personales fueron factores importantes en la provocación de la ira del remoto pueblo serrano. Chávez controlaba en buena medida el comercio y la arriería en la Sierra y representaba una competencia desleal para gente como Pascual Orozco. 35 Sobre el clan Terrazas-Creel, y los resentimientos sociales generados por su poderío, véanse Marc Wasserman, Capitalistas, caciques y revolución. La familia Terrazas de Chihuahua, 1854-1911, México, Editorial Grijalbo, 1987, y dos libros complementarios, José Fuentes Mares, Y México se refugió en el desierto: Luis Terrazas, historia y destino, México, Editorial Jus, 1954, y Francisco R. Almada, Juárez y Terrazas (aclaraciones históricas), México, Libros Mexicanos, 1958. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 337 Firmados los Acuerdos de Ciudad Juárez, Pascual Orozco fue hecho a un lado por los principales políticos maderistas, ofreciéndosele apenas, para mitigar la ofensa, el cargo de comandante de los rurales de Chihuahua. Los desaires infligidos por Francisco I. Madero y Abraham González al general Orozco se fueron acumulando,36 lo mismo que los pronunciamientos de tinte magonista, vazquista o zapatista en el campo de Chihuahua. En febrero de 1912, los jefes rebeldes que enarbolaban el Programa del PLM (José Inés Salazar y Emilio P. Campa, principalmente); los partidarios de Emilio Vázquez Gómez y el Plan de Tacubaya (Antonio Rojas y Blas Orpinel); los sostenedores del Plan de Ayala (Herminio R. Ramírez); y otros grupos rebeldes, entre los que destacaba el que había redactado un “Plan de Santa Rosa”,37 empezaron a mandar carta tras carta al agraviado Pascual Orozco pidiéndole que se pusiera al frente de la rebelión contra el gobierno de Madero, aceptando la jefatura que se le ofrecía en el Plan de Ayala. La versión tradicionalmente aceptada añade otro factor de presión que, al decir de esa explicación, fue el que más pesó en el ánimo de Pascual Orozco, empujándolo decididamente por el camino de la rebelión: los halagos sistemáticos de los representantes de la oligarquía estatal, que habiendo percibido tanto el descontento general del campo de Chihuahua como la desairada situación de Orozco, se propusieron utilizarlo como un poderoso ariete contra Madero y Abraham González, en una más de las conspiraciones contrarrevolucionarias que se sucedieron durante los gobiernos de León de la Barra y Madero.38 Esta úl36 Los historiadores de filiación maderista y la historiografía oficial de la revolución han negado sistemáticamente que Madero o don Abraham agraviaran o desplazaran de cualquier forma a Orozco, o que hubiesen sido “ingratos” con él, pero los indicios de los hechos en contrario son, casi, abrumadores. 37 El Plan de Santa Rosa, fechado el 2 de febrero de 1912 en el panteón de ese nombre, contiguo a la ciudad de Chihuahua, fue redactado por el profesor Braulio Hernández, antirreeleccionista desde 1909 y, a la sazón, reacio partidario de Vázquez Gómez. El Plan, a pesar de estar redactado en términos poco claros, consignaba dos de los factores más importantes que concurrían en este segundo momento revolucionario: el agrarismo inspirado en los planes de Tacubaya y Ayala, y un acendrado localismo que, prácticamente, rechazaba toda intervención de las autoridades federales en los asuntos de Chihuahua. Véase en Juan Gualberto Amaya, Madero y los auténticos revolucionarios de 1910, México, [s. e.], 1946, p. 362363; y Almada, La revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 281-282. 38 Esta explicación fue utilizada en contra del orozquismo desde los primeros momentos de la rebelión. Véase en Ramón Puente, Pascual Orozco y la revuelta de Chihuahua, México, E. Gómez de la Puente, 1912, y Conrado Gimeno, La Canalla Roja. Notas acerca del movimiento sedicioso por..., capitán que fue de las fuerzas rebeldes de Pascual Orozco, El Paso, Texas, [s. e.], 1912. Almada, La revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 297-361; y Friedrich Katz, Pancho Villa, México, Ediciones Era, 1999, t. I, p. 116 y ss., han sintetizado muy bien las argumentaciones al respecto y las pruebas de los nexos de Orozco con la oligarquía chihuahuense. Para los partidarios de Orozco esas acusaciones eran falsas y el general serrano seguía sien- 338 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO tima explicación, debidamente sazonada,39 fue la que se impuso. Parece ser cierto que en los últimos meses de 1911 los representantes de la oligarquía local llenaron de atenciones a Orozco, en marcado contraste con la actitud de los gobernantes maderistas, y que en enero y febrero de 1912 unieron sus voces a las de los jefes rebeldes y los parientes y amigos que instaban al general a levantarse en armas contra Madero. Hay evidencia documental de que el clan Terrazas-Creel contribuyó a financiar la rebelión una vez que Orozco se puso a su cabeza.40 Varios jóvenes miembros de las familias ligadas estrechamente con el clan Terrazas-Creel militaron en el movimiento orozquista. Es innegable, pues, que la oligarquía local ayudó a Orozco, y que su apoyo financiero facilitó que en sus primeros momentos la rebelión aparentara una gran fuerza. Es más que probable que lo que buscaran con esto fuera debilitar al inestable régimen maderista, suponiendo que Orozco y sus oficiales no tenían ninguna posibilidad real de llenar el vacío de poder que se generaría tras la caída de Madero. Sus razones para forjar esta alianza son claras, no así las de Orozco y los jefes rebeldes. Porque el otro elemento fundamental de la rebelión de Orozco eran las apasionadas —aunque vagas— ideas libertarias sembradas desde varios años atrás por los magonistas en los distritos septentrionales y occidentales de Chihuahua.41 Cualquiera que sea la validez de do el más leal de los revolucionarios populares, pero negar los nexos del orozquismo con la oligarquía es como negar los desaires que al general le infligieron los gobiernos nacional y local: las pruebas, en ambos casos, son más que suficientes. Véanse las razones de la rebelión desde la óptica orozquista, que omite toda influencia del clan Terrazas-Creel en el asunto, en Juan Gualberto Amaya, op. cit., p. 364-368. 39 Se decía desde entonces, y se siguió diciendo en la historiografía oficial, que Orozco se vendió a los Terrazas por una ambición de poder fuera de toda medida y por dinero contante y sonante. También se pintaba al coronel Pascual Orozco, padre, como un individuo al que el rápido e inesperado ascenso de su hijo le había hecho perder por completo el sentido de la realidad y quien, queriendo para él la presidencia de la República, se convirtió en el puente entre los voceros de la oligarquía y el joven general. Estas y otras conjeturas, poco fundamentadas y extremadamente personalistas, le negaron toda validez a la rebelión orozquista. Véanse los textos de la nota anterior. 40 Para los gastos iniciales de la revuelta, Pascual Orozco obtuvo un préstamo de 208 000 pesos, la mitad del cual fue aportado por las instituciones financieras del clan, dirigidas por Enrique C. Creel y Juan A. Creel, y la otra mitad por diversos particulares, entre los que figuraban Luis Terrazas Cuilty (hijo mayor del general Terrazas) y Juan A. Creel. Almada, La Revolución..., t. I, p. 307-308. 41 Katz, loc. cit., supone que los oficiales orozquistas de indudable vocación popular fueron engañados por el caudillo de San Isidro, y que se separaron de él tan pronto se enteraron de la alianza que había firmado con los Terrazas. Para ello, se basa en las memorias de Enrique Portillo, cuya publicación prepara actualmente Jesús Vargas Valdez. Todo eso no explica por qué hombres como José Inés Salazar, Lázaro Alanís o Benjamín Argumedo, fueron orozquistas hasta el final. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 339 la explicación tradicional, es más que probable que Orozco no hubiera cedido a las invitaciones y halagos que se le hacían de no estar convencido de que la Revolución estaba desviando su curso.42 El 2 de marzo de 1912 Pascual Orozco puso fin a sus vacilaciones y aceptó el mando que formalmente le ofrecían los jefes magonistas que habían tomado Casas Grandes y Ciudad Juárez. En los días siguientes se pronunciaron contra el gobierno la mayoría de los jefes de las tropas irregulares de Chihuahua (únicas que guarnicionaban el estado). Los cabecillas de las distintas bandas rebeldes se fueron reuniendo en la ciudad de Chihuahua, y el 6 de marzo Pascual Orozco fue aclamado como jefe de la nueva rebelión, jurando defender el Plan de San Luis reformado en Tacubaya, y la parte relativa al problema de la tierra del Plan de Ayala. Le tomaron el juramento David de la Fuente, José Inés Salazar, Emilio P. Campa, Lázaro Alanís, Ricardo Gómez Robelo, Braulio Hernández, Roque Gómez, Rodrigo M. Quevedo, Tomás V. Muñoz, Arturo L. Quevedo, Juan B. Porras, Máximo Castillo, Pedro Loya y Blas Orpinel. También lo respaldaban Marcelo Caraveo, José Orozco y Félix Terrazas, jefes de la guarnición de Chihuahua; José de la Luz Soto, jefe de la guarnición de Parral; y Antonio Rojas, quien quedó al mando de la guarnición de Ciudad Juárez. Los nombramientos extendidos ese día para las responsabilidades políticas del movimiento muestran el peso de los distintos grupos que en él convergían: el gobernador Felipe R. Gutiérrez y José Orozco pertenecían al grupo ranchero cercano al caudillo serrano; David de la Fuente, Paulino Martínez, Cástulo Herrera y Braulio Hernández representaban a los elementos vazquistas y magonistas; Gonzalo Enrile y Manuel L. Luján, a la oligarquía local.43 Los rebeldes controlaron rápidamente el estado de Chihuahua, batiendo a los pocos exrevolucionarios que tomaron las armas en defensa del gobierno (encabezados por Pancho Villa), y empezaron a prepararse para afrontar a las fuerzas que el gobierno estaba reuniendo en Torreón. La concentración de tropas federales en la Comarca Lagunera y la popularidad de Pascual Orozco, orilló a los rebeldes laguneros a replegarse a Chihuahua, donde fueron recibidos con entusiasmo. La personalidad de los jefes laguneros, como la de los de Chihuahua, es muestra clara de la mezcla de intereses representados en el movimiento: en enero y febrero se habían pronunciado en la Comarca, enarbolando distintas banderas, Benjamín Argumedo, de quien ya hablamos; Luis Murillo, 42 Michael C. Meyer, El rebelde del Norte: Pascual Orozco y la revolución, México, UNAMInstituto de Investigaciones Históricas, 1984, p. 80. 43 Véanse el juramento que se le tomó a Orozco y los nombramientos que éste hizo en Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, t. I, p. 298-303. 340 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO antiguo cabo de serenos de Torreón; José Isabel Robles, un joven maestro rural en las haciendas de los Madero, y algunos otros jefes populares, como Luis Caro y Epigmenio Escajeda, pero también se rebelaron, como en 1910, Jesús José (“Cheché”) Campos Luján y Pablo Lavín, retoños de las dos familias más poderosas de la zona alta de La Laguna, los Luján y los Lavín.44 Los laguneros llegaron a Chihuahua a tiempo para tomar parte en las discusiones que definieron el programa de la rebelión: el Plan de la Empacadora, promulgado el 25 de marzo. Quitando los denuestos contra el gobierno y los considerandos, el Plan en sí consta de 37 puntos, los 33 primeros de los cuales tratan cuestiones políticas, entre las que destacan tres: la declaración de que Madero “falseó y violó” el Plan de San Luis, por lo que se llama a derribarlo; la defensa de la tradicional autonomía de los pueblos del norte y del viejo federalismo de los caudillos liberales norteños del siglo XIX; y un rechazo a la injerencia estadounidense en las cuestiones mexicanas que, unido a posteriores declaraciones de los jefes de la revuelta, terminaría ganándose la enemistad del gobierno del país vecino.45 Finalmente, el artículo 34 consigna las medidas en materia obrera que el gobierno emanado de la revolución tomaría, y que no son otra cosa que las demandas que las sociedades mutualistas y la acción católica social de Chihuahua venían planteando desde varios años antes del inicio de la revolución.46 Del artículo 35 se desprenden las demandas agrarias de los rebeldes norteños, basadas en la vieja aspiración utilitaria de la república de pequeños propietarios libres e independientes, correspondiente a la experiencia agraria de Chihuahua (donde, salvo entre los tarahumaras, la tierra de cultivo no solía poseerse colectivamente).47 44 Francisco L. Urquizo, Páginas de la Revolución, México, INEHRM, 1956, p. 21. Sobre los clanes Lavín y Luján, véase William K. Meyers, Forja del progreso, crisol de la revuelta. Los orígenes de la Revolución Mexicana en la Comarca Lagunera, 1880-1911, México, Gobierno del Estado de Coahuila-INEHRM-UIA, 1996. 45 Los colorados eran radicalmente antiyanquis en sus declaraciones, lo que no contribuyó a facilitarles la vida. El grito de guerra de José Inés Salazar era “¡Poco tiempo California!”, un llamado a una hipotética reconquista de los territorios perdidos en 1848 (cfr. John Reed, México Insurgente, Buenos Aires, Editorial Platina, 1958, p. 148). 46 Es decir, supresión de las tiendas de raya, reducción y reglamentación de la jornada laboral, aumento de los jornales “armonizando los intereses del capital y del trabajo”, y obligación de los patronos de proporcionar vivienda digna a sus obreros. El estudio de algunas fuentes primarias poco exploradas me ha llevado a sorprendentes descubrimientos sobre la importancia de las sociedades mutualistas —basadas en el catolicismo social— en la ciudad de Chihuahua y otras poblaciones del estado (Parral, Santa Bárbara, Camargo, Santa Eulalia, Nombre de Dios, Buenaventura, Valle de Allende, y otras), y algunos dirigentes mutualistas figuraban en las primeras filas de la rebelión, como Cástulo Herrera, José Perfecto Lomelí y, principalmente, Silvestre Terrazas. Estoy preparando un trabajo sobre ese asunto. 47 Véase el texto del Plan en Altamirano y Villa, op. cit., t. III, p. 137-150. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 341 Aquí conviene abrir un paréntesis: no es fácil seguir puntualmente los pasos de la radicalización del PLM (que lo llevó del liberalismo clásico al anarquismo libertario), para descubrir exactamente en qué vericuetos del camino se fueron quedando todos los “liberales” que no quisieron seguir al núcleo duro del partido, encabezado por Enrique y Ricardo Flores Magón, Praxedis Guerrero (muerto en combate en 1910) y Librado Rivera. Muchos de los que se fueron separando del magonismo contribuirían a la definición ideológica de las facciones revolucionarias y a la construcción del nuevo Estado. El Programa del PLM, fechado en julio de 1906, era el programa del liberalismo radical y muchos de los puntos más significativos del Plan de la Empacadora están inspirados en él. En 1912 el núcleo duro del magonismo había llegado a sus postulados anarcosindicalistas, que partían de la exigencia de la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y de toda forma de gobierno. Como es evidente, aquellos (autodeclarados) magonistas que en 1912 se subordinaron a Pascual Orozco, no habían llegado a tanto. El Plan de la Empacadora no pedía la supresión de la propiedad privada, como tampoco lo hacían los planes de Tacubaya y Ayala. Querían reglamentarla, sí, pero no más. Como explica Arnaldo Córdova, los campesinos revolucionarios “eran antiterratenientes pero no anticapitalistas”.48 Mientras los orozquistas preparaban su programa, el gobierno federal acumuló una fuerte columna militar en Torreón, formada por federales y exrevolucionarios, que en junio y julio batió en sangrientas batallas a los entusiastas soldados rebeldes y recuperó las principales ciudades de Chihuahua, aunque no eliminó la resistencia guerrillera del orozquismo, cuyos efectos, muy destructivos en la sierra y el desierto de Chihuahua, lo fueron aún más en el norte de Durango y la Comarca Lagunera, donde Benjamín Argumedo y Cheché Campos, muchas veces auxiliados por los peones de cada lugar, destruyeron las bases económicas del sistema de haciendas en una implacable campaña guerrillera.49 Así pues, puede decirse que para fines del verano de 1912, las mayores amenazas militares al gobierno de Madero habían sido sofocadas, pero la resistencia de los campesinos siguió activa, y extendiéndose a más regiones del país. 48 Córdova, La ideología..., p. 25. En una carta de 1911, Ricardo Flores Magón explicó así su transformación política: “El avance de mis ideas es lógico, no hay nada de extraño en ello, nada de postizo. Primero creí en la política. Creía yo que la ley tendría la fuerza necesaria para que hubiera justicia y libertad. Pero vi que en todos los países ocurría lo mismo que en México, que el pueblo de México no era el único desgraciado y busqué la causa del dolor de todos los pobres de la tierra y la encontré: el capital”, citado por Córdova, op. cit., p. 175. 49 Pedro Salmerón, “Benjamín Argumedo y los leones de La Laguna”, manuscrito inédito. 342 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Los actores principales de estas rebeliones fueron hombres del campo, vecinos de comunidades o pueblos libres, con historias distintas y aspiraciones agrarias que cambiaban de región en región (o de pueblo en pueblo) dependiendo de los agravios acumulados por sus habitantes. Los seguidores de Emiliano Zapata son de sobra conocidos; basta con no haber pasado de noche la primaria para saber que se trataba de los comuneros de Morelos, levantados en armas contra la usurpación de sus tierras por los hacendados. Los rebeldes norteños de 1912, en cambio, han sido poco estudiados y han tenido muy mala prensa, pero como mostraré con detalle en trabajos posteriores, también eran, en su mayoría, vecinos de los pueblos libres del norte (pueblos con historia y características muy distintas a las de las comunidades de Morelos), agraviados por la aplicación de las leyes de terrenos baldíos, por el monopolio de los recursos acuíferos por parte de los hacendados, por la violación de añejos pactos de convivencia más o menos tácitos, por la instrumentación de las leyes estatales de desamortización de los bienes de corporaciones civiles, en fin, por el acelerado y desigual desarrollo económico del norte del país, es decir, por la “modernidad”. Los hombres de Benjamín Argumedo provenían de los pueblos de la “zona baja” de la Comarca Lagunera: Matamoros, Viesca, San Pedro de las Colonias, El Gatuño, La Soledad y otros menores, cuyos vecinos tenían una larga historia de conflictos por la tierra y el agua con los hacendados vecinos.50 La mayoría de los hombres que se rebelaron a las órdenes de Pascual Orozco y sus lugartenientes eran vecinos de los pueblos del distrito Galeana de Chihuahua; de los fértiles valles fluviales del distrito Guerrero, de ese mismo estado; y de los pueblos de la Sierra Tarahumara. Unos eran orgullosos e independientes campesinos libres, descendientes de los “defensores de la frontera”, quienes habían perdido buena parte de sus tierras y su forma de vida durante la modernización de la región; otros eran rancheros en conflicto con caciques y hacendados; no faltaban los descendientes de las viejas elites locales, desplazadas del poder por la moderna oligarquía estatal; y figuraron también los rancheros y comerciantes de los pueblos mineros (no los operarios de las minas, al menos todavía no en 1912).51 50 51 Idem. De estos hombres, como ya dije, hablaré en el capítulo 2 de mi tesis doctoral. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 343 La Respuesta Como vimos al principio, Francisco I. Madero no era precisamente un revolucionario. Para él, los males del país se originaban en la dictadura, en la mala conducción del gobierno y el conculcamiento de la legalidad emanada de la Constitución, pero no era ciego a los problemas sociales que lanzaron a miles de mexicanos a la lucha armada. Sobre el problema de la tierra, aunque diseñó algunas respuestas, éstas fueron consideradas tibias y tardías por los hombres que se rebelaron contra su gobierno en el invierno de 1911 a 1912. El Plan de San Luis, lo hemos dicho, se refería tangencialmente al problema, y lo hacía en el caso específico de la aplicación dolosa o venal de las leyes de colonización y terrenos baldíos, pero eso fue suficiente para inflamar la reivindicación agraria. En La sucesión presidencial y en otras declaraciones anteriores al inicio de la Revolución, Madero expuso muy brevemente sus ideas sobre el problema, que eran la búsqueda de mecanismos legales que partieran del respeto al inalienable derecho a la propiedad, para fraccionar los latifundios e impulsar la pequeña propiedad agraria y la creación de colonias agrícolas.52 En esto, como en todo, Madero era un claro heredero del liberalismo mexicano. Las tempestades desatadas después no lo harían cambiar de opinión en lo fundamental. En febrero de 1912, a dos meses de haber tomado el poder, declaró a la prensa que el problema agrario era “el más difícil de resolver en el breve plazo”, pero que su gobierno ya estaba trabajando en ello. Lo que Madero proponía era que el gobierno constituyera una institución financiera que pudiese comprar tierras a los latifundistas, para fraccionarlas y venderlas con facilidades a quienes carecieran de ella; hacer lo mismo con los terrenos nacionales, y repartir los ejidos de los pueblos entre sus vecinos.53 Es importante poner atención a esta última propuesta (sometida por Madero al Consejo de Ministros el 13 de febrero de 1912), porque muchos de los conflictos agrarios se habían suscitado, justamente, por el afán liberal de reducir a propiedad privada los ejidos de los pueblos, es decir, lo mismo que quería hacer ahora Madero. Unos meses después, en junio, Madero declaró a El Imparcial: Siempre he abogado por crear la pequeña propiedad; pero eso no quiere decir que se vaya a despojar de sus propiedades a ningún terrateniente... 52 Jesús Méndez Reyes, La política económica durante el gobierno de Francisco I. Madero, México, INEHRM, 1996, p. 53-54. 53 Taracena, op. cit., p. 15-16. 344 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO una cosa es crear la pequeña propiedad por medio de un esfuerzo constante y otra es repartir las grandes propiedades, lo cual nunca he pensado ni ofrecido en ninguno de mis discursos y proclamas.54 Los ofrecimientos de Madero al respecto no satisfacían de ninguna manera las demandas agraristas, pero eran coherentes con su proyecto e ideología y, sobre todo, no se quedaron en el ámbito de lo declarativo. Madero impulsó la creación, todavía durante el interinato de León de la Barra, de una Comisión Nacional Agraria encargada de estudiar a fondo el problema, y se redactó un proyecto para el fraccionamiento de los terrenos nacionales. Este asunto cuajó en un decreto emitido en 1912, según el cual los estados y municipios (y no compañías privadas, como en la década de 1880) serían los encargados de deslindar y fraccionar los terrenos nacionales y los ejidos de los pueblos, y de venderlos a precios módicos y con facilidades en lotes no mayores de 200 hectáreas (y no superficies ilimitadas, como la vez anterior). Se incluía la posibilidad de que el estado crease colonias agrícolas en las que se dotase gratuitamente a los campesinos pobres de lotes de 50 hectáreas.55 Esta propuesta no pudo concretarse, tanto porque su naturaleza misma la hacía de lenta aplicación, como por los problemas que se le vinieron encima al régimen, que tuvo que gastar el dinero que no tenía en la represión de las rebeliones agrarias. Desde las filas maderistas, apenas a finales de 1912, el diputado Luis Cabrera presentó una propuesta que iba más allá del liberalismo clásico y que tomaba en cuenta las demandas de los campesinos agraristas. Cabrera, apoyándose en el libro de Andrés Molina Enríquez (de quien era cercano amigo y antiguo socio), propuso la restitución de los ejidos de los pueblos, procurando que fueran inalienables, tomándolos de las haciendas vecinas ya por compra, ya por expropiación. Por fin, uno de los revolucionarios “oficiales” tomaba en cuenta dos demandas fundamentales: restitución y no fraccionamiento de los ejidos, y expropiación por causa de utilidad pública de los latifundios, pero el proyecto de ley sometido por Cabrera a la XXVI Legislatura se quedó en eso, porque se precipitó el fin del gobierno maderista.56 A fines de 1912 el secretario de Fomento, Rafael Hernández, de tendencia conservadora, fue removido de su puesto. Según parece, Madero pensaba En Córdova, op. cit., p. 109. Méndez Reyes, op. cit., p. 75-76. 56 Véanse en Luis Cabrera, Obras políticas del Lic. Blas Urrea, México, Imprenta Nacional, 1921. 54 55 REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 345 nombrar para el cargo a Luis Cabrera, pero encontró una fuerte oposición entre sus colaboradores más cercanos, y la cartera quedó vacante hasta el fin de su gobierno. Con todo, estos rumores pueden indicar que Madero por fin estaba entendiendo la raíz del problema. Hubo gobernadores maderistas que trataron de instrumentar diversas soluciones al problema agrario que iban más allá, o por lo menos más rápido, que las del gobierno federal. En Chihuahua, en vísperas de la rebelión orozquista, Abraham González pidió a la legislatura local permiso para contratar un empréstito de seis millones de pesos, para financiar proyectos de irrigación, fraccionar y vender terrenos nacionales de acuerdo con el proyecto que por esos días había presentado el ejecutivo federal, y para establecer un banco de crédito agrícola. Esto no iba más allá de lo que Madero estaba proponiendo, pero si preveía la búsqueda de medios para la aplicación inmediata de las leyes que se estaban preparando. Por supuesto que no pasó nada: la iniciativa se presentó el 16 de febrero y el 2 de marzo Orozco se declaraba en rebelión.57 Mayores efectos tuvieron las acciones extralegales de algunos de los jefes populares de la Revolución que permanecieron leales al gobierno de Madero y tuvieron mando efectivo en algunas de las regiones azotadas por las guerrillas orozquistas, vazquistas o magonistas. Esta práctica agraria fue sentando las bases de la definición del agrarismo norteño, villista principalmente. Quienes más hicieron a este respecto (porque más poder tuvieron) fueron dos revolucionarios del oriente de Durango, Calixto Contreras y Severino Ceniceros, en quienes recayó el control político y militar de su región durante 1911 y 1912.58 Con Severino Ceniceros como jefe político y Calixto Contreras como comandante de la guarnición en el partido de Cuencamé, Durango, la Revolución empezó a oler a Revolución. El cálido verano de 1911 estuvo marcado por las tomas de tierras y el cambio de personal en los gobiernos municipales. Los pueblos de Ocuila y Peñón Blanco tomaron, con el respaldo de Contreras, más de 40 000 hectáreas que disputaban a las haciendas vecinas y en algunas de ellas los peones se declararon en huelga exigiendo que se incrementasen los jornales a un peso diario.59 El gobierno local intentó dar Almada, La revolución..., t. I, p. 290; Taracena, op. cit., p. 16. P. Salmerón, “Calixto Contreras...”, p. 34-39. 59 Las recuperaciones de Pasaje, Peñón Blanco y Ocuila en Graziella Altamirano, “Confiscaciones revolucionarias en Durango”, en Secuencia. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, México, nueva época, núm. 46, enero-abril de 2000, p. 124-125; véanse también las demandas de restitución de tierras de Pasaje (Archivo General Agrario, —en adelante AGA—, 57 58 346 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO marcha atrás a estas restituciones de hecho, y poner coto al “vandalismo” de los campesinos de la región, pero antes de que pudiera remover a Contreras y Ceniceros, estalló con toda su fuerza la rebelión de Orozco. Temiendo que los revolucionarios de la región se incorporaran a la revuelta, por órdenes del gobierno federal Contreras fue designado jefe político, lo que fue sentido por los campesinos como una ratificación de los hechos consumados. Gozando de la confianza de su gente, Contreras pudo mantener su distrito libre de rebeldes, salvo por las incursiones de las fuerzas de Argumedo y Campos, provenientes de la vecina Comarca Lagunera. Algo parecido ocurrió en el partido de Mapimí, en el mismo estado, donde el antiguo magonista Orestes Pereyra se mantuvo leal al gobierno, sustrayendo la región al contagio orozquista. En Chihuahua, los pueblos del oriente del estado, que se habían levantado en armas en 1910 con claras demandas agrarias, no secundaron la revuelta orozquista porque Toribio Ortega, quien desde 1905 era el dirigente de los campesinos inconformes y en 1910 acaudilló a los rebeldes de la región, permaneció leal al gobierno. Cuando estalló la rebelión de Orozco, Ortega estaba a punto de enfrentarse abiertamente al gobierno local, por su respaldo incondicional a los campesinos de Cuchillo Parado, San Carlos y otros pueblos, que habían tomado por la fuerza las tierras que disputaban con las haciendas vecinas.60 El gobierno de Madero desautorizaba sistemáticamente acciones como estas, pero en 1912 tuvo que permitirlas so pena de ver crecer la rebelión y de enajenarse las voluntades de los grupos armados que eran claves en el combate a los rebeldes. De cualquier manera, cuando fue derrotada la principal amenaza militar, hombres como Contreras fueron despojados de su poder, y encarcelados otros caudillos populares, como Pancho Villa y Juan Banderas. Es decir que, para finales de 1912, independientemente de que Madero estuviese buscando atender algunas de las demandas de los rebeldes vía el nombramiento de Cabrera como secretario de Fomento,61 expediente 23/705) y Santiago y San Pedro Ocuila (AGA, expediente 23/703, legajo 3). La huelga en la hacienda de Tapona en Gabino Martínez Guzmán y Juan Ángel Chávez Ramírez, Durango: Un volcán en erupción, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 134. 60 Francisco de P. Ontiveros, Toribio Ortega y la Brigada González Ortega, Chihuahua, Imprenta El Norte, 1914. 61 La Secretaría de Fomento era la encargada de este tipo de cuestiones, la de aplicar las leyes de terrenos baldíos, de desamortización, de colonización, etcétera, y a la que quedaron adscritos la Comisión Nacional Agraria y el Departamento del Trabajo (también creado durante el gobierno de Madero), primer organismo gubernamental en nuestra historia que buscaba estudiar y proponer soluciones a los conflictos laborales, y que introdujo el arbitraje gubernamental como posible solución de los mismos. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 347 los revolucionarios populares leales que estaban solucionando a su manera los conflictos agrarios empezaban a ser golpeados por el gobierno. Para Madero, las reivindicaciones agrarias que no se tramitasen por las vías legales, eran actos criminales, como declaró a la prensa en junio de 1912: [...] el grito de tierras [...] significa rapiña y robo, puesto que es la única manera como pueden conquistarse tierras con las armas en la mano, no ha despertado en el pueblo mexicano sino desprecio para los que lo han lanzado. El problema agrario lo resolveremos en México con el arado y no con el fusil.62 Más que usar este argumento, los revolucionarios oficiales solían acusar a los rebeldes agrarios de “contrarrevolucionarios”. Es cierto que en la confusión de los primeros días algunos de ellos se asumían como tales, por ejemplo, en un documento programático previo al Plan de Ayala, los jefes zapatistas exigían “que se dé a los pueblos lo que en su justicia merecen, en cuanto a tierras, montes y aguas que ha sido el origen de la presente Contrarrevolución”,63 pero ya en el Plan de Tacubaya Paulino Martínez rechaza explícita y enérgicamente tal acusación: Madero, dice el texto del Plan, “declaró bandidos a los revolucionarios, porque exigían legalidad y justicia”. Madero, para engañar una vez más al pueblo, llama contrarrevolución a nuestra protesta, y sabe que miente: no combatimos contra la revolución, sino por ella, y continuamos la revolución que él hace fracasar: nuestra bandera es el Plan de San Luis, consagrado por la sangre de nuestros compatriotas, cuyo cumplimiento exigimos. La contrarrevolución la ha hecho él, que se hace llamar leader de la revolución; él, que celebra festines sobre los cadáveres de Puebla; él, que ordena la aprehensión de los partidarios del Lic. Emilio Vázquez; él, que encarcela periodistas; él, que contrata empréstitos para comprar favoritos y para hacerse de tierras que explotar y lacayos que dirigir.64 A pesar de ésta y otras defensas, contrarrevolucionarios los llamaban los revolucionarios oficiales y contrarrevolucionarios quedaron. Hemos dicho que desde el principio se acusó a los orozquistas de ser meros instrumentos del clan Terrazas-Creel para acabar con la revolu- En Córdova, op. cit., p. 108-111. De una declaración de los jefes zapatistas el 26 de septiembre de 1911, en Womack, op. cit., p. 388. 64 En Fabela, op. cit., t. VI, p. 210-211. 62 63 348 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO ción y favorecer el regreso del antiguo régimen y sus métodos. Contrarrevolucionarios los llamaron entonces los revolucionarios oficiales, contrarrevolucionarios fueron para la historia oficial (aunque desde 1920, por otras razones, a los zapatistas se les “perdonaron” sus errores de 1912), y contrarrevolucionarios han quedado.65 Consideraciones finales La Revolución mexicana tuvo un señalado carácter agrario, independientemente del proyecto real de quienes triunfaron en ella. Campesinos agraristas formaron el núcleo duro de muchos de los ejércitos revolucionarios, y las demandas agrarias fueron la justificación de su lucha. Los caudillos campesinos alcanzaron estatura mítica y permanecieron como bandera de luchas posteriores que, a veces, poco tenían que ver con lo que ellos querían. Pero no fue un programa de reivindicación agrario el que dio origen a la Revolución. Los problemas de la tenencia de la tierra habían sido causa de innumerables conflictos y revueltas en el México decimonónico, pero las elites gobernantes tardaron mucho en detectar que, entre los detonantes de estas revueltas, estaba la contradicción entre las formas tradicionales de propiedad y posesión, y las que estas elites querían imponer, creyéndolas necesarias para resolver los rezagos y desequilibrios de la sociedad mexicana. Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga, dos de los mayores pensadores del liberalismo mexicano, criticaron en su momento las reformas liberales al sistema de propiedad, pero las suyas fueron voces aisladas, como también lo fueron las de Wistano Luis Orozco, quien en 1895 hizo una muy sólida crítica de las leyes sobre colonización y terrenos baldíos, y Andrés Molina Enríquez, quien en 1909 era el único intelectual que parecía darse cuenta de la gravedad del problema agrario. Pero si bajamos de las elites a los pueblos, como lo han hecho numerosos historiadores en los últimos años, podemos darnos cabal cuenta de la acumulación de conflictos por cuestiones de tierras. En la mayor parte de los casos, los labriegos perjudicados por las diversas leyes liberales (las de terrenos baldíos y colonización, las de terrenos nacionales, las de desamortización de bienes de las corporaciones y comunidades, etcétera) no se oponían al sentido general de la nueva legislación (la reducción a propiedad privada de la propiedad raíz), sino 65 Véase, si no, la versión de Friedrich Katz, ya citada. REBELDES CONTRA LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN 1912 349 a que su aplicación se hiciera a costa de ellos. En verdad, los campesinos quejosos nunca pensaron que sus problemas y demandas articularían un cataclismo social como el que sacudió al país a partir de 1910; como hemos querido ilustrar aquí, la Revolución empezó y ellos, sin pensarlo mucho, se sumaron a ella. Una vez que “la bola” echó a rodar, estos hombres empezaron a formular sus demandas, quizá porque los jefes en que habían confiado, o a los que coyunturalmente habían seguido, estaban pensando en otras cosas, en otra Revolución. Fue así como, en rebeldía contra los revolucionarios oficiales, inventaron el agrarismo. Ideas que para los liberales eran absurdas fueron poco a poco ganando carta de naturalidad hasta lograr imponerse en la Constitución de 1917, ideas tales como el respeto a una posesión colectiva inalienable, la expropiación de la propiedad raíz por causas de utilidad pública, los límites puestos al hasta entonces sagrado derecho de propiedad. Esto generaría otros problemas, nuevos conflictos y desequilibrios notables, pero no se trata aquí de hacer una historia del agrarismo mexicano ni de la reforma agraria, sino de mostrar cómo nació el discurso agrarista, en los años de 1911 y 1912, al calor de las revueltas populares contra tres gobiernos sucesivos. Pero estas revueltas tuvieron otros efectos, de los cuales el más significativo fue el debilitamiento del régimen de Madero. El descontento popular y la insurrección agraria minaron de tal modo las bases del régimen, que lo pusieron a merced de los pretorianos del antiguo ejército. El experimento maderista, que empezaba a atender demandas agrarias tan contrapuestas a su credo liberal, dio paso a un gobierno castrense, cuyo encumbramiento hizo detonar una nueva fase de la Revolución. Cuando empezó esta nueva fase revolucionaria los agraristas rebeldes habían sido vencidos y desarticulados por las fuerzas del gobierno federal y los irregulares maderistas, y su núcleo más importante, el orozquista, se lanzó a una serie creciente de errores políticos y militares. Sólo la irreductible resistencia del zapatismo, y el inesperado y fulgurante ascenso del villismo evitaron que los “dirigentes revolucionarios de nuevo tipo” oriundos del Noroeste y el Noreste, y que no tenían nada de agraristas, se impusieran con facilidad. Pero esas son historias que contaré en otro lado. Baste, por lo pronto, llamar la atención sobre la impaciencia revolucionaria de los agraristas de 1912, que facilitó su aislamiento y su derrota. ÍNDICE Reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 La introducción de los disidentes en la historia de México Felipe Castro Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Diversidad en los caminos a lo sagrado: magia dañina y disidencia entre los nahuas prehispánicos Juan Manuel Romero García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Los desafíos al orden misional en la Sierra Gorda, siglo XVIII María Teresa Álvarez Icaza Longoria . . . . . . . . . . . . . . . . 43 Sobre la relatividad de la disidencia o la disidencia como construcción del poder: Disidencia y disidentes indígenas en Sierra Gorda, siglo XVIII Gerardo Lara Cisneros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 Los indios “cavilosos” de Acuitzio. Del conflicto a la disidencia en Michoacán colonial Felipe Castro Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 La persecución institucional de la disidencia novohispana: Patrones de inculpación y temores políticos de una época. Antonio Ibarra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117 ¿Cómo ser infidente sin serlo? El discurso de la Independencia en 1809 Alfredo Ávila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139 Entre hombres te veas: las mujeres de Pénjamo y la revolución de Independencia María José Garrido Asperó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169 Diez tipos (a medias) reales en busca de uno ideal. Liberales plebeyos de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX Luis Fernando Granados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191 El proyecto alterno radical de los binnizáas y su líder Che Gorio Melendre frente a los paradigmas modernizadores de la elite. La encrucijada de Juárez en el Istmo (1834-1853) Margarita Guevara Sanginés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207 352 DISIDENCIA Y DISIDENTES EN LA HISTORIA DE MÉXICO Disidencia entre las elites. Rebelión y contrabando en el nororiente de México, 1848-1853 Marcela Terrazas y Basante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257 De espíritus, mujeres e igualdad: Laureana Wright y el espiritismo kardeciano en el México finisecular Lucrecia Infante Vargas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277 Morir a manos de una mujer: homicidas e infanticidas en el porfiriato Elisa Speckman Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295 Los rebeldes contra la Revolución: los disidentes agrarios de 1912 Pedro Salmerón Sanginés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321 Disidencia y disidentes en la historia de México editado por el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, se terminó de imprimir el 30 de diciembre de 2003 en Desarrollo Gráfico Editorial, Municipio Libre 175 B, Col. Portales. Su composición y formación tipográfica, en tipo New Aster de 10:12, 9:11 y 8:9 puntos, estuvo a cargo de Sigma Servicios Editoriales, bajo la supervisión de Ramón Luna Soto. La edición, en papel Cultural de 90 gramos, consta de 500 ejemplares y estuvo al cuidado de Juan Domingo Vidargas del Moral