¿Qué es la Conciencia? “La conciencia es la más sagrada de todas las propiedades, puesto que todas las demás clases de propiedades dependen en parte de la ley positiva, mientras que aquella es un derecho natural e inalienable.” ‐James Madison. La Propiedad, 1792 En la famosa obra de Robert Bolt (y posteriormente, largometraje), Un hombre de dos reinos/A Man for All Seasons, el gran canciller y mártir inglés del siglo 16 Santo Tomás Moro declara, “Cuando un hombre da su palabra, sostiene su propia persona en sus manos como agua, y si abre sus dedos entonces, no tiene esperanza de encontrarse a sí mismo de nuevo”. “Sostiene su propia persona en sus manos.” La Iglesia enseña que “Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón... La conciencia es el núcleo más secreto y más sagrado del hombre” (Concilio Ecuménico Vaticano Segundo, Constitución pastoral Gaudium et spes, 16). Más aún, en el Catecismo se sostiene que “la conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1796). Por lo tanto, conciencia es ese “lugar interior” por el cual la persona humana oye la voz de Dios —por lo general un susurro, a veces intensa, que siempre advierte: “Apártate del mal y haz el bien”. La conciencia es “la más sagrada de todas las propiedades” puesto que se trata de la “propia persona en sus manos”; de hecho es la decisión libre de aceptar o rechazar la voz de Dios en nuestra conciencia lo que define si una persona es buena o mala o, como insinúa Santo Tomás Moro, si está perdida o encontrada. La formación de la consciencia es un proceso que dura toda la vida Entonces, ¿cuál es nuestro deber para con la conciencia (o, más precisamente, con Dios a través de la conciencia)? Tenemos el deber de formar nuestra conciencia de la mejor manera posible. Para los cristianos católicos, esto habitualmente se realiza por medio de la catequesis —es decir, aprendiendo las enseñanzas de Cristo con la predicación, la Sagrada Escritura y las enseñanzas del papa y los obispos, la Sagrada Escritura y las “lecturas” generales de la Iglesia con respecto a la ley moral natural. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que esta obligación de formar nuestra conciencia es inagotable ya que, como mencionamos más arriba, la “conciencia moral es un juicio de la razón” y como la razón algunas veces puede errar, tenemos por lo tanto el deber de siempre aprender más. De este modo, es beneficioso asistir a reuniones de estudio de la Biblia en una parroquia o participar en clases de educación religiosa para adultos, leer los escritos de los santos y otros maestros Estamos obligados a obedecer a nuestra conciencia. Esto, por supuesto, supone que ha sido bien espirituales (especialmente, contemporáneos), consultar a formada. En términos más específicos, la formación de alguna persona capacitada en el arte de la dirección moral y la conciencia es el deber de desarrollar una espiritual (por lo general, un sacerdote confesor, pero conciencia objetivamente “correcta”, a la que también un diácono, religioso o laico con conocimientos sucede la obligación de cumplir con una conciencia profundos de la sabiduría divina y santidad). Una fuente de subjetivamente “cierta”. En otras palabras, cuando aprendizaje continuo es nuestro periódico arquidiocesano El tenemos una conciencia “correcta”, nuestra conciencia está, en realidad, en conformidad con la Pregonero. También puede encontrar otros recursos si visita verdad de la fe. Una conciencia “cierta”, por otra regularmente las plataformas de los medios sociales parte, es cuando después de haber buscado la verdad arquidiocesanos. por todos los medios posibles, creemos que nuestra conciencia está en conformidad con la verdad de la fe. Para descargar éste y otros materiales, visítenos en www.sacredproperty.org Normas prácticas para formar conciencia “Primero, siempre sigue una conciencia cierta. Segundo, una conciencia errónea debe ser cambiada si es posible. Tercero, no actúes con una conciencia dudosa. Siempre debemos obedecer los juicios ciertos de nuestra conciencia, sabiendo que nuestra conciencia puede estar equivocada, que puede cometer un error respecto a lo que es verdaderamente bueno o lo que es correcto hacer. Esto puede suceder a causa de la ignorancia por la cual, sin ser culpa nuestra, no teníamos todo lo que necesitábamos para formular un juicio correcto” (Catecismo Católico de los Estados Unidos para los Adultos, página 334). De hecho, en Un hombre de dos reinos, Santo Tomás Moro supone ese tipo de ignorancia en el Duque de Norfolk, quien intenta persuadir a Santo Tomás a acompañarlo “por amistad” para dar su palabra y declarar al rey Enrique VIII cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra: “Y cuando muramos, y tú vayas al cielo por seguir los dictados de tu conciencia y me condenen por no seguir los de la mía, ¿vendrás conmigo al infierno, por amistad?” Finalmente, además de nuestra responsabilidad de formar y obedecer nuestra conciencia, tenemos el deber de ejercitarla y desarrollarla. Existe para esto una dimensión privada (o personal) y una pública (o social). En el plano privado, fortalecemos nuestra conciencia con ejercicios espirituales, como la oración y recibiendo regularmente el ¿Lo sabía? sacramento de la reconciliación (confesión). Además, cada Del Catecismo de la Iglesia Católica… Hay que vez que seguimos los dictados de la conciencia cierta, formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una fortalecemos esa conciencia y la predisponemos también conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero que‐ para ser una conciencia correcta, en tanto que cada vez rido por la sabiduría del Creador. La educación de la que no seguimos los dictados de la conciencia cierta (y conciencia es indispensable a seres humanos sometidos cada vez que actuamos con conciencia dudosa), a influencias negativas y tentados por el pecado a pre‐ debilitamos esa conciencia y la predisponemos también a ferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autori‐ ser una conciencia errónea. Cómo acercar a otros a la verdad Públicamente, fortalecemos nuestra conciencia cuando en nuestras acciones —ya sea individuales o con otras personas— seguimos los dictados de una conciencia bien formada y cuando el testimonio de nuestra vida acerca a otras personas a la verdad. Una conciencia bien formada y acciones en nombre de la verdad son un compromiso personal con una expresión pública en nuestras vidas, familias, iglesias (sinagogas y mezquitas), escuelas, hospitales, vecindarios, lugares de empleo y a través de nuestras políticas y leyes regionales y nacionales. De hecho, esta es otra razón de por qué la conciencia es “la más sagrada de todas las propiedades”: porque cuando la conciencia de una nación es fuerte, la nación en sí misma es fuerte y se mantiene como una fuerza para el bien — tanto para sus propios ciudadanos como para el resto del mundo. Manténgase en contacto 301.853.4500 sacredproperty@adw.org www.adw.org l blog.adw.org www.facebook.com/adw.org www.twitter.com/WashArchdiocese zadas. En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra conciencia atendien‐ do a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autoriza‐ da de la Iglesia (1783, 1785). Del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia… La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y concreto en el juicio de la concien‐ cia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien cum‐ plido o del mal cometido. “Así, en el juicio práctico de la conciencia, que impone a la persona la obligación de realizar un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad. Precisamente por esto la conciencia se expresa con actos de ‘juicio’, que reflejan la verdad sobre el bien, y no como ‘decisiones’ arbitra‐ rias. La madurez y responsabilidad de estos juicios —y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto— se de‐ muestran no con la liberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una presunta autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el obrar” (139).