JUCHARI UINAPIKUA Por Alberto Hijar (El Gallo Ilustrado, núm. 963, 30 de noviembre de 1980) El 14 y el 17 de noviembre, la Comunidad Indígena de Santa Fe de la Laguna, Michoacán, organizó la celebración de la Revolución Mexicana a la que invitó en los términos siguientes: “no debemos olvidar a los que cayeron asesinados por darnos tranquilidad en nuestras tierras comunales, ni debemos olvidar el compromiso que ellos nos dejaron: de que heredemos a nuestros hijos una vida mejor, libre de despojos de tierras, de humillaciones y de asesinatos. Tampoco debemos olvidar nuestros símbolos de unidad que nos destruyeron los que quisieron conquistarnos. Por eso retomemos nuestros propios símbolos de unidad. ¡Hagamos la toma de nuestra bandera Purhépecha! En este día de homenaje a los hermanos y compañeros asesinados en cuyo símbolo resumiremos nuestros cuatrocientos años de defensa en contra de la conquista y de la dominación”... El programa cultural para el día 14 presentó teatro infantil sobre la dramatización de cuentos Purhépecha, y acompañados por música hechos por los mismos niños, un audiovisual titulado: ¿Qué es la cultura?, otro sobre el arte comunal en Santa Fe de la Laguna y el último sobre Arte infantil de la propia comunidad. Firmaron la invitación la Comunidad Indígena y los Cargueros del TIP (Taller de Investigación Plástica). Estos últimos, miembros del Frente Mexicano de Trabajadores de la Cultura, han superado la búsqueda de vanidades artísticas para transformarse en Cargueros Culturales, es decir, se han responsabilizado con la comunidad para satisfacer sus necesidades culturales y producir las nuevas, las de la liberación. Sobre esta base se produjo la bandera Purhépecha que, después de discusiones y acuerdos, quedó como sigue: Cuatro campos de color representando las cuatro regiones. Amarillo por la Cañada de los Once Pueblos con su correspondiente monograma del río Duero; verde por los bosques de la Sierra con su simbólico árbol; morado por la Ciénega de Zacapu, el lugar más explotado donde hasta la lengua indígena se ha perdido y se sobrevive por el maíz; y azúl claro por la región de los lagos, el centro del reino indígena, donde el pescado y la yácata quedan como símbolos. Al centro, un escudo inspirado en el fragmento 17 de la Relación de Michoacán donde Tariácuri consagra un nuevo cu, entregando a su hijo Hiquíngare y a sus sobrinos Hirepan y Tangahxuan, la piedra de obsidiana, símbolo máxima de la fuerza cósmica. Este emblema en el centro, es el fuego de Curicaveri que con cuatro haces de flechas apuntan a las cuatro direcciones para “cegar a los enemigos” a cambio de lo cual el Dios del Fuego recibe la promesa de “esperar el valor de nuestros guerreros que hoy empuñan las armas”. La frase Juchari Uinapikua, nuestra fuerza, aparece bajo el escudo como síntesis de una tradición que se renovó el 17 de Noviembre al recordar el primer aniversario de los caídos en defensa de los bienes comunales, la Revolución Mexicana y toda la larga resistencia Purhépecha que no se doblegó ante los conquistadores ni entonces ni ahora. Con la solemnidad del caso, fue jurada la bandera y se realizó un conmovedor desfile sin abalorios ni artificios, sino con los instrumentos y la ropa de trabajo, campesinos que adquirieron una significación histórica plenamente asumida por la comunidad. Camisetas estampadas en serigrafía empezaron a circular entre los más jóvenes que lucen orgullosos el escudo de sus antepasados, mientras los más viejos piensan ya en el bordado de la bandera y del escudo. Desde los niños hasta los viejos y hasta esos jóvenes que la urbanización convierte en lumpen, han asumido sus tradiciones como cultura de resistencia contra el despojo y la injusticia. Contrasta esto con recientes afirmaciones de algunos teóricos de la cultura nacional que separan diversas modalidades de ésta, colocando como lo más atrasado y deleznable a la cultura de las etnias para formular entonces la gran justificación teórica del genocidio cultural, del predominio de los mandato de la administración urbana. En realidad, según se advierte, la cultura nacional tiene sentido como cultura de la liberación nacional que los comuneros mencionados significan y consolidan. Al mismo tiempo y quizá sin advertirlo, esto los pone en la vanguardia del orden del día de la historia americana donde no hay situación histórica o social que no esté significada por el inevitable avance de la liberación nacional. Toda complejidad, toda especificación que no considere esto, no es más que una parte de la táctica de supervivencia de esos cuatrocientos años de conquista y dominación que ya terminan. NUESTRA FUERZA Por Alberto Hijar (El Gallo Ilustrado, núm. 953. 21 de septiembre de 1980) La comunidad campesina de Santa Fe de la Laguna, a un lado de Quiroga Michoacán, se ha convertido en centro nuevo de una vieja tradición: la organización de los campesinos en defensa de sus derechos. En efecto, a partir del asesinato de dos de ellos en un enfrentamiento con los señores ganaderos con quienes habían llegado a un convenio de respetar los pastizales y terrenos del pueblo, surgió la necesidad de superar la pura manifestación, los trámites legales, la propaganda masiva, y procurar formas más eficaces de defensa. Las mujeres aceleraron a los hombres y pusieron a las vacas invasoras en huelga de hambre, con lo que obtuvieron pronta respuesta oficial. Pero quizá nunca hubiera intervenido gobernación, de no contar con dos figuras hipe realistas de los campesinos yertos, con sus rústicos huaraches, cubiertos apenas con mantas que ensangrentadas, convocaron a solidaridad, la cooperación y claro, también la indignación. Aprendieron así los campesinos, que el poder significativo es un poder, sobre todo en ambientes analfabetas. Por esto, la comunidad cuenta ahora con un mural orgullosamente firmado por la Comunidad y con letra más chica, por el Taller de Investigación Plástica. El mural pintado sobre la barda del atrio por los hombres, mujeres y niños de Santa Fe de la Laguna, se compone con dos figuras señalando hacia el centro donde Zapata aparece escoltado de estilizadas vacas huelguistas y él mismo se presenta como fragmentado, como si hubiera que reconstituirlo sobre lo que de él queda reconocible. Campesinos en posiciones de combate y con los vivos colores de las tierras propias de formaciones agrarias son recuperados aquí como signos de vida renacida. Inaugurado en el pasado Encuentro de Organizaciones Indígenas Independientes, el mural es ya parte de una conciencia festiva que deja muy atrás la pura decoración. Junto a él en la plaza, dio lugar a una representación teatral donde por supuesto, las vacas en acción ocuparon destacado papel, más que el de los ridiculizados personajes empeñados en contener lo que algún día triunfará. A la representación acudió el campesino autor del correspondiente corrido y la cosa tomó entonces un carácter que un investigador social cualquiera llamaría integrativo, polisémico, participatorio y multidisciplinario. La comunidad es más concreta en sus resoluciones, especialmente en la que nos concierne con elocuente título: “El Arte como Arma de los Campesinos Oprimidos y Explotados” donde se marcan tres rescates históricamente necesarios: el de las tradiciones, el de los símbolos y el de la identidad obviamente acelerados por la lucha necesaria. El TEA (Talleres de Expresión Artística) como herramienta del método del TIP, prueba ahora que esto es realizable: produce significantes nuevos aprovechando la dinámica de las festividades tradicionales, ayuda a descubrir símbolos que los campesinos eligen como “La Antorcha” (con sombrero agregado de la zona) y “El Fusilamiento” de Leopoldo Méndez que piden la libertad de nueve condenados a tres años y medio de prisión. Todo esto, obviamente, constituye identidad sintetizada en la frase que firma los comunicados de Santa Fe de la Laguna: Juchari UINAPIKUA es decir, Nuestra Fuerza. Ambientado para la defensa cívica, el pueblo además está lleno de leyendas en todas las blanqueadas paredes de la entrada y de la plaza y debe haberse vivido una inusitada fiesta el domingo 14 de septiembre cuando celebró al Cristo de la Exaltación. Como en Nicaragua, la religión aglutina para la lucha y no para la sumisión. Hasta la diversión adquirió sentido nuevo cuando la Lotería contaba novedosos diseños reconocidos entre las risas de quienes oían al gritón decir: “¡El veneno de los pobres!”, para buscar en su tabla la característica botella negra, y acinturada y estriada; oyeron También: “¡ Con lo que gana el Pueblo ¡” y se activaron sus sentidos para encontrar el signo adecuado. Si a todo esto se añade lo que no es accesorio sino fundamental, es decir, la perfecta armonía de las proporciones de la plaza, de la escala precisamente humana de su fuente a la que de tiempo en tiempo llegan las elegantes mujeres con sus rebozos negros o con rayas de azul intenso, su hospital pueblo que hoy es centro de activación significativa, su atrio cerrado con la iglesia de austera fachada, se explica la emoción de lo nuevo cuando uno oye por el magnavoz una lengua extraña y antigua, el Purhépecha, con la inclusión de solo dos palabras reconocibles: compañeros y tenencia. Habrá que ver si en el ya anunciado Encuentro de Organizaciones Indígenas Independientes que se celebrará en Puxmetacán, Mixe, Oaxaca, del 4 al 7 de octubre, esta gran experiencia significativa se multiplica.