1º Grado en Derecho Historia del Derecho Curso

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Curso:
Asignatura:
Tema:
1º Grado en Derecho
Alumno: Haidar Najem Gª de Vinuesa
Historia del Derecho
Gobierno y administración de la Hispania romana, tema 4 – Bloque 3
4.1-Provincialización de Hispania: provinciae et civitates
La expansión de Roma se inicia dentro de Italia con la incorporación de territorios
peninsulares que pasan a integrarse en la estructura federal de la ciudad-Estado. Más tarde se
conquistan Sicilia y Cerdeña. Tras la revuelta acaecida en Cerdeña en el año 227 a.C. los
romanos se cuestionan el régimen de gobierno de la urbs, surgiendo el despliegue provincial
romano.
Provincia fue en principio el conjunto de facultades del magistrado designado para regir la
nueva demarcación, pasando luego a designar el propio territorio, dominio público del pueblo
romano, donde esas funciones eran ejercidas. Los habitantes de las provincias ostentaron la
condición de peregrinos.
Tras la conquista y sumisión del pueblo, Roma ordenaba jurídicamente el distrito mediante
la lex provinciae (la ley de provincias). Esta ley recogía las atribuciones del magistrado
encargado de su gobierno, el estatus legal del territorio y la organización de las ciudades.
El Senado enviaba una comisión de diez senadores que establecían el régimen jurídico de la
provincia. En Hispania, la comisión llegó tras la rendición de Numancia.
Desconocemos el contenido de la lex provinciae hispana, pero sabemos que Escipión la dividió
en el año 197 a.C. en dos provincias, Ulterior (parte meridional y territorio occidental) y
Citerior (costa mediterránea y norte de Hispania).
4.2-Las reformas administrativas durante el Imperio
4.2.1-Las reformas de Augusto
Gracias a su carisma y habilidad política, Augusto estabiliza Roma tras la crisis de la
República y en el año 27 a.C. consigue nuevos títulos, el imperio proconsular y los cargos de
cónsul, censor y tribuno de la plebe. Procede entonces a realizar una reorganización de las
provincias del Imperio.
Augusto dividió todas las provincias del Imperio en senatoriales (dependientes del Senado al
estar más pacificadas) e imperiales (dependientes del Emperador dada su conflictividad).
Al dividirse así las provincias, los gobiernos eran controlados por senadores (procónsules)
ayudados por cuestores o por pretores.
En lo que respecta a España, la división biprovincial se consideraba muy simple, al
comprender territorios con distintos grados de romanización: la zona meridional, ricamente
romanizada, contrastaba con la zona noroccidental, mucho más pobre y conflictiva. La primera
reforma de Augusto consistió en dividir la provincia Ulterior en dos: la Bética (actual
Andalucía) y la Lusitania (Portugal, Extremadura y Salamanca). Esta reforma pudo tener lugar
en el año 27 a.C. o en el año 13 a.C. A la provincia Citerior se le incorporó el nombre de
Tarraconense.
Cuando se logró pacificar los pueblos del norte, la provincia de citerior incorporó a los
cántabros, mientras que los astures y galaicos pasaron a depender de la Ulterior o de la
Lusitania.
Las fronteras entre las tres provincias fueron remodeladas entre los años 7 y 2 a.C. Augusto
separó de la Lusitania los territorios del norte del Duro, que pasaron a la Citerior, provincia que
también adquirió regiones pertenecientes a la Bética. Así Augusto consiguió el control sobre
las riquezas mineras que antes custodiaba el Ejército.
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4.2.2-Reformas de Caracalla, Diocleciano y Constantino
El esquema heredado de Augusto (Hispania: Citerior, Bética y Lusitania) persistió con ligeros
reajustes durante los dos primeros siglos de nuestra era.
A principios del siglo III d.C. el emperador Caracalla formó una nueva provincia en la
Península: la Hispania nova Citerior Antoniniana, sobre Galicia y Asturias, pero pocos años
después se volvió a la estructura triprovincial.
Al finalizar el siglo III, el emperador Diocleciano lleva a cabo una profunda reorganización
del Imperio: pretende multiplicar las provincias y agruparlas en diócesis. El Imperio queda
repartido en doce diócesis, dirigida cada una por un vicario. Desaparece la distinción entre
provincias senatoriales e imperiales, puesto que todas dependían del Emperador a través del
vicario de cada diócesis y el gobernador de cada provincia.
Diocleciano dividió el Imperio Romano en dos partes, occidental y oriental. La provincia
Citerior se dividió en tres: la Tarraconense, la Cartaginense y la Galletia. El Atlántico Marroquí
quedó incorporado a la Nova Hispania Ulterior Tingitana.
Bajo el gobierno del emperador Constantino aparecen las prefecturas como máximas
unidades administrativas. La prefectura se compuso de diócesis, y la diócesis de diversas
provincias. Existieron inicialmente cinco prefecturas, que luego se redujeron a cuatro.
La Notitia Dignitatum nos informa de que la Diocesis Hispaniarum, perteneciente a la
prefectura de las Galias, consta de siete provincias: Bética, Lusitania, Tarraconense,
Cartaginense, Galicia, Baleares y la Mauritania-Tingitana.
[NOTA: alfoz-merino-corregidor-intendente-gobernador provincial-subdelegado]
4.2.3-Sistema de gobierno: magistrados y asambleas populares
Inicialmente, al frente de cada provincia estaba un pretor con amplios poderes que en
tiempos difíciles dependía del cónsul. A raíz de la dictadura de Sila, el gobierno provincial
recayó en manos de exmagistrados, y hasta las reformas de Diocleciano, el gobernador
provincial fue la máxima autoridad civil y militar. El gobernador iniciaba su gestión publicando
el Edicto provincial, y estaba sujeto a la lex provinciae. A través de las leges repetundarum se
pretendía amparar a los súbditos de los abusos de sus gobernantes.
Tras la llegada de Augusto, las provincias senatoriales aparecían gobernadas por procónsules,
mientras que el gobernador de la provincia imperial era un legado.
Ya en el Bajo Imperio, con la división de prefecturas, diócesis y provincias, los prefectos del
pretorio ocuparon la cúspide de la administración territorial, representando al Emperador en
esas grandes prefecturas compuestas por diócesis, a cuyo frente quedaba el vicario.
Al principio las asambleas populares no eran reconocidas, pero más tarde adquirieron
crédito político como centros donde se rendía culto al Emperador. El carácter político de las
asambleas fue más claro cuando ellas se pronunciaron sobre la gestión de los gobernantes
salientes. A través de la Concilia provinciae ejercitaron un auténtico juicio de la gestión
política, solicitando incluso la reparación de los abusos ocasionados.
El sumo sacerdote, flamen provinciae (las asambleas jugaban un importante papel religioso)
era elegido por los delegados de las ciudades y ocupaba el cargo por espacio de un año. En la
Península tuvieron especial importancia en la Tarraconense y son el anticipo histórico de las
asambleas representativas.
4.3-El régimen municipal romano: curias y magistrados
4.3.1-Clases de ciudades
La civilización romana fue eminentemente urbana. El estatuto de las ciudades dependió de
la condición jurídica de sus habitantes. Encontramos ciudades romanas, latinas y peregrinas.
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La concepción de ciudad fue, en todo caso, más amplia que la actual, comprendiendo tanto el
núcleo urbano como los territorios sometidos a él.
Entre esas comunidades encontramos las ciudades indígenas o peregrinas, variables en su
naturaleza según el acuerdo suscrito con Roma; las ciudades romanas de colonias y municipios
regidos por tal derecho; las ciudades latinas, también de colonias y municipios, pero regidos
por el ius latii.
Las ciudades indígenas que no eran destruidas se dividían en:
-Federadas: pacto con Roma; situación óptima, ya que quedaban exentas de impuestos y con
un ordenamiento jurídico propio.
-Libres: el compromiso de Roma era su garantía. No pagaban impuestos y estaban al margen
del gobierno provincial.
-Estipendiarias: la mayoría tenían este estatus. Su régimen jurídico era confuso y variable.
La diferencia entre colonias y municipios no es clara; sin embargo, suele afirmarse, en
términos generales, que las colonias fueron establecimientos de nueva planta mientras que
los municipios aparecen como ciudades provinciales y presuponían una comunidad indígena
que, por haber sido favorecida con la concesión de latinidad o ciudadanía, recibieron un
régimen organizativo similar al romano. No obstante, algunas colonias se formaron al
establecerse ciudadanos romanos en una ciudad indígena. Colonias y municipios tendieron con
el tiempo a igualar sus estatutos.
Durante la expansión provincial, las colonias desempeñaron un papel muy activo a favor de la
romanización.
En un principio los municipios estaban relacionados con Roma, pero carecían de derechos
políticos. Más tarde, los habitantes de los municipios pasaron a ser considerados como
ciudadanos romanos no nacidos en Roma.
4.3.2-Leyes de colonias y municipios
Mediante las leges datae, dadas directamente por el magistrado autorizado por los
comicios, se ordenan las colonias y los municipios. En Hispania existieron dos leyes
fundamentales: la primera, de carácter colonia, es la ley de Urso; la segunda, municipal, es la
Lex Flavia Municipalis, reproducida en tres textos principales: Ley de Salpensa, Ley de Málaga y
Ley de Irni:
-La Ley de Urso aparece tras el fin de las luchas entre Cesar y Pompeyo, momento en que se
funda una ciudad en la actual Osuna. La ley se conserva en unas tablas de bronce,
encontradas a finales del siglo XIX. Tratan las normas locales, lo referente a los
magistrados, colegios sacerdotales y augures. Esta es una ley de carácter colonial.
-La Lex Flavia Municipalis fue dada por Augusto. Esta ley sufrió algunas alteraciones al ser
acogida por los distintos municipios. En 1851 se encuentra una tabla de bronce con la Lex
Salpensa y la Lex Malaca.
La Lex Salpensa regula el derecho a veto y las formas de manumisión (dar libertad a un
esclavo). La Lex Malaca regula el ritual de acceso a las magistraturas, requisitos, contratos
y fondos públicos. Son leyes de carácter municipal.
4.3.3-El gobierno local: curias y magistrados
El gobierno de las ciudades corresponde al pueblo reunido en los comicios, al senado o
curia municipal, y a los magistrados elegidos directamente por el pueblo y ratificados por la
curia.
Las primeras magistraturas estaban presididas por dos dunviros, cuyas atribuciones fueron
de carácter judicial. A ellos correspondía convocar y presidir las reuniones. La vigilancia de la
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vida ciudadana correspondía a dos ediles. Otros dos cuestores se ocupaban de la
administración financiera, completando así la serie de magistrados municipales, que se ayudan
de los subalternos (apparitores).
El acceso a estas magistraturas era para personas mayores de 25 años. Otro “requisito” era
poseer una situación económica estable para poder hacer frente a las summas honorarias.
Para circunstancias especiales, el sistema colegiado aprobó la existencia de magistrados
extraordinarios.
Ya en el Bajo Imperio la dirección de las ciudades quedó en manos de los curatores.
También hay que destacar el papel del defensor civitatis, el defensor de la plebe cuando se
cometían injusticias y excesos.
La curia municipal, formada a imagen del Senado romano, era una asamblea formada por
cien decuriones, que ostentaban los máximos poderes legislativos, políticos, judiciales y
militares en cada ciudad.
Originariamente ser decurión reportaba el reconocimiento del pueblo, la exención de penas,
ventaja en el reparto de donativos públicos. Eran elegidos cada cinco años, debían tener la
ciudadanía municipal y una edad mínima de 30 años, que luego se rebajó a 25. La designación
era de carácter vitalicio.
Con la crisis económica del Bajo Imperio, ser decurión se convirtió en una carga pesada, pues si
no se recaudaban los tributos suficientes, el decurión debía responder con su patrimonio
personal hasta saldar la deuda pública. Ante el rechazo y el abandono, el cargo se convirtió en
vitalicio, hereditario e irrechazable.
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