Concepto de los derechos fundamentales en la Constitución española Bloque 5: La diferenciada fundamentalidad de los derechos fundamentales Como hemos visto, la Constitución contiene determinadas orientaciones topográficas que parecen informar sobre la naturaleza de las normas contenidas en ella; en este sentido parece decisivo el art. 53 CE. Pero lo cierto es que tales indicaciones están dirigidas más bien a graduar el nivel de garantías que protegen dichas normas, y por tanto no informan definitivamente sobre el contenido de las mismas. Expresándolo mediante un par de ejemplos: el hecho de que la reserva de ley del art. 53.1 se proyecte sobre los derechos y libertades contenidos en la sección primera del capítulo II del Título I de la Constitución no significa que todas las disposiciones allí ubicadas sean derechos y libertades; y que tales disposiciones queden, todas ellas, bajo la garantía de la super-rigidez constitucional establecida en el art. 168 tampoco sirve como prueba de su identidad como derechos subjetivos. Desde el punto de vista contrario, puede sostenerse que el hecho de que determinadas disposiciones no estén situadas bajo la cobertura de estas u otras garantías que se tengan por específicas de los derechos fundamentales no necesariamente excluye que tales disposiciones posean la eficacia propia de los derechos subjetivos y que vinculen al legislador ordinario con la supremacía específica de la norma constitucional: que sean, pues, derechos fundamentales, aunque no parezcan formalmente cubiertos por las específicas determinaciones constitucionales del art. 53.1 CE; aunque sean, en este sentido, derechos dispersos y aún extravagantes. Ahora bien, la necesidad de atender no tanto a la ubicación de un precepto como a su contenido y eficacia plantea el problema adicional de que el contenido y la eficacia de una norma no están directamente dados con su enunciado, sino que se descubren sólo mediante la interpretación; de manera que, donde parte de la doctrina no ve un derecho, sino sólo una garantía institucional o un mandato al legislador, quizá quepa proponer una interpretación diferente que identifique verdaderos derechos fundamentales. ¡Y viceversa! En definitiva, el alcance de los derechos fundamentales en la Constitución española no puede determinarse de manera rígida y apriorística. Pero el propio concepto de derechos fundamentales, como categoría taxonómica, podría tener una utilidad limitada: importa saber, naturalmente, qué derechos subjetivos garantiza la Constitución frente al legislador, pero enseguida descubrimos que bajo esa genérica identificación se cobijan muy diferentes disposiciones, con diferenciada eficacia en cuanto derechos subjetivos y con diversos niveles de protección constitucional. Calificarlos como derechos fundamentales o excluirlos de la categoría apenas aligera la tarea de identificar con precisión su singular régimen jurídico. Por todo ello, hemos optado cerrar este curso con un extracto que subraya la diferenciada fundamentalidad de los derechos fundamentales. Francisco J. Bastida Freijedo, “Concepto y modelos históricos de los derechos fundamentales”, en Bastida Freijedo, F. J., Villaverde Menéndez, I., Requejo Rodríguez, P., Presno Linera, M. A., Aláez Corral, B., Fernández Sarasola, I., Teoría general de los derechos fundamentales en la Constitución española de 1978, Madrid: Tecnos, 2004, págs. 17 a 44. Extracto. El presente texto se reproduce con fines exclusivamente docentes Cuando éste [el constituyente] establece derechos fundamentales es porque considera que para el funcionamiento del sistema jurídico que desea implantar es esencial dar la máxima protección jurídica a determinadas pretensiones y expectativas de autodisposición de los individuos e incluso de los grupos en las que éstos se organizan. Para ello las inserta en la norma más alta del ordenamiento jurídico y las regula como ámbitos jurídicos cuya existencia es indisponible por el legislador, lo que las hace jurídicamente fundamentales. Además —y por esto son derechos—, las articula jurídicamente no sólo como bienes constitucionalmente protegibles, sino también como apoderamientos a los sujetos de tales expectativas para que puedan hacer valer frente a todos esos ámbitos protegidos, cuando menos su núcleo esencial; se garantiza así una potencial disponibilidad inmediata de los derechos fundamentales por su titular. La selección y preferencia por el constituyente de unas expectativas individuales y sociales frente a otras tiene su reflejo jurídico no sólo en la determinación de cuáles quedan configuradas como derechos fundamentales, sino también en el distinto grado de protección normativa que la Constitución puede dispensar a estos derechos. En este sentido, dentro de los derechos fundamentales podría hablarse de una mayor o menor fundamentalidad de ellos, en función de ese grado de preservación normativa contemplado en la Constitución (...). La intensidad del carácter fundamental se acrecienta cuando las normas iusfundamentales impiden de plano al legislador especular con determinadas expectativas (prohibición de la pena de muerte en relación con el derecho a la vida, o prohibición de torturas y de penas o tratos inhumanos o degradantes en relación con el derecho a la integridad física y moral, art. 15 CE) (...). La fundamentalidad de algunos derechos se intensifica cuando su especial salvaguardia no es sólo respecto del legislador, sino también respecto del órgano de reforma constitucional, mediante la fijación de un procedimiento más agravado para modificar tales derechos (art. 168 CE) e incluso a través de cláusulas de intangibilidad que prohíben al poder de reforma constitucional su supresión (art. 79.3 LFB). (Obsérvese que se habla de mayor o menor fundamentalidad de los derechos en función de su mayor o menor preservación normativa, lo cual no implica necesariamente una mayor o menor garantía jurisdiccional de los derechos. El que unos derechos fundamentales sean protegibles ante el TC mediante el recurso de amparo no los hace más fundamentales que otros que no cuentan con esta garantía adicional. Tampoco implica una jerarquización de los derechos fundamentales, porque todos son derechos de rango constitucional.) La fundamentalidad de los derechos tiene así, desde la perspectiva del constituyente (y del propio ordenamiento jurídico como sistema) una explicación funcional; ciertos derechos se articularán como fundamentales en el texto constitucional porque las pretensiones y expectativas que forman su objeto se estiman claves para la organización y el funcionamiento del sistema constitucional que se trata de establecer. Depende de cuál sea la sociedad que se piensa ordenar jurídicamente, la Constitución articulará como fundamentales unos u otros derechos, los asignará a unos o a otros sujetos y configurará su estructura iusfundamental de uno u otro modo (...). Así entendida la fundamentalidad de los derechos, puede decirse que los derechos fundamentales no son una categoría estanca, sino que unos derechos son más fundamentales que otros. La mayor o menor fundamentalidad dependerá de su mayor o menor grado de participación en la condición de la Constitución como norma fundamental del ordenamiento y fuente directa de relaciones jurídicas. Se supone que aquellos derechos que el sistema constitucional considere más esenciales para su identidad y funcionamiento los dotará de mayor fundamentalidad, o sea, les garantizará una efectividad más inmediata ya permitiendo un ejercicio directo de los mismos, ya vinculando estrechamente al legislador, obligándole a dictar la legislación que permita el ejercicio ordenado de los derechos y predeterminando su contenido. A la vez, los hará más inviolables, bien mediante garantías formales (reservas de ley reforzadas) y jurisdiccionales (recursos de amparo), bien mediante su exclusión de la posibilidad de ser suspendidos (art. 55 CE) e incluso haciendo indisponibles esos derechos al poder de reforma constitucional (reforma agravada del art. 168 CE, en relación con el art. 167 CE, cláusulas de intangibilidad constitucional -art. 79.3 LFB).