Espacio monumental y minimalista

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Espacio monumental y minimalista
La modernidad soviética en la arquitectura y el urbanismo
Klaus Ronneberger/Georg Schöllhammer
Mientras el constructivismo ruso y la arquitectura estalinista resultan conocidos aquí
entre el público interesado, el conocimiento sobre la modernidad soviética de la
posguerra es limitado. El proyecto de investigación Local Modernities va tras las
huellas de este mundo paralelo de la arquitectura del modernismo, fascinante y
amenazado por la ruina. En una serie dividida en varias partes se presentará un período
del urbanismo soviético que en modo alguno produjo tan sólo monótonos conjuntos
residenciales prefabricados, sino que se revela también como extremadamente original.
El objetivo del proyecto es mostrar las manifestaciones de los procesos de
transformación de la modernidad en otros países no occidentales y documentar la
multiplicidad de modernidades “locales” en sus distintas diferenciaciones.
Períodos del urbanismo soviético
Tras la revolución de 1917 los bolcheviques trataron de eliminar la extendida carencia
de viviendas en las ciudades mediante la expropiación de la clase burguesa. Tras la
prohibición de la propiedad privada sobre bienes raíces comunales, las autoridades
dividieron las viviendas en unidades separadas que luego fueron ocupadas por varios
hogares. La llamada kommunalka se convirtió por muchas décadas en firme elemento de
la cotidianidad soviética. Al mismo tiempo, en los años 20 se elaboraron una serie de
proyectos arquitectónicos y urbanos de carácter vanguardista, que tenían como objetivo
una radical renovación social y estética de la sociedad. Atraídos por las utopías
socialistas, también arquitectos extranjeros como Ernst May o Hannes Meyer
participaron por entonces en Rusia con proyectos y construcciones propias. Desde la
visión soviética, la urbanización era considerada en primer término como un fenómeno
exclusivamente capitalista. A partir de ahí se derivaban dos definiciones de la ciudad
socialista: por un lado, debía superarse el “antagonismo entre la ciudad y el campo”
mediante la limitación del crecimiento urbano y la mecanización de la aldea; por el otro,
la exigencia de “higiene social a través de la dispersión de las construcciones” se dirigía
contra la vieja ciudad europea, basada en el principio de “urbanidad a través de la
densidad”. La idea básica del modelo socialista consistía en una estrecha vinculación
espacial de las esferas laborales y habitacionales, que debían estar separadas entre sí por
áreas verdes. Este módulo formaba a su vez un subsistema espacial que a lo largo de un
eje principal unía otras unidades idénticas para constituir una ciudad completa. La
concepción de la llamada ciudad industrial lineal fue aplicada en parte al construirse
ciudades como Volgogrado o Magnitogorsk. Hoy esa época se considera la “fase
constructivista” del urbanismo soviético.
A principios de los años 30 se produjo por orden de Stalin una ruptura con la
estética vanguardista. El Partido calificó los experimentos arquitectónicos como
“formalistas” y “burgueses”. El abandono del modernismo se hizo a favor de un
neoclasicismo que buscaba sus modelos en la historia rusa del siglo XIX. En todas las
capitales de las repúblicas que formaban la Unión, surgieron edificaciones
monumentales que, en su arquitectura, pretendían resaltar de manera impresionante la
idea del Estado soviético y la respectiva tradición de la cultura nacional. Las nuevas
viviendas o fueron integradas en los antiguos alojamientos o levantadas en la periferia
* “Monumentaler und minimaler Raum. Die sowjetische Moderne in Architektur und
Städtebau”, en: archplus, nº 175. © Sobre la traducción: Criterios.
de la ciudad en estilo de bloques. Su cualidad estética se correspondía perfectamente
con el ideal social predominante entonces. Desde el punto de vista artesanal, los
edificios eran sólidos y relativamente confortables.
Es cierto que la estrategia de desconsiderada colonización interna logró que el
gigantesco país se transformara de atrasado estado agrario en una sociedad industrial,
pero el crecimiento de los puestos de trabajo industriales en las ciudades marchó mucho
más rápido que la correspondiente construcción de viviendas. La mayor parte de la
población urbana tuvo que seguir viviendo en casas comunitarias superpobladas o
conviviendo en barracas.
Tras la muerte de Stalin (1953) hubo un abandono de las prácticas constructivas
decorativas. Aquí la problemática del historismo no se hallaba tanto en el costoso
diseño de las fachadas sino más bien en la contradicción entre el carácter artesanal de
esa arquitectura y la cada vez más urgente necesidad de métodos de construcción
industriales. Por eso uno de los pilares del proyecto de reforma del nuevo jefe del
Partido, Jrushchov, era el mejoramiento rápido y amplio del aprovisionamiento de
viviendas. En la conferencia de arquitectos de toda la Unión, celebrada en noviembre de
1954, polemizó en contra de la atrasada tecnología de la construcción, el costoso diseño
de las fachadas y la insuficiente estandardización de los tipos de edificaciones. El XX
Congreso del PCUS en el año 1956 trazó como objetivo eliminar el déficit habitacional
en veinte años. El sector de la construcción, desatendido por la política de
industrialización estalinista, recibió más recursos y se acordó un crecimiento de la
productividad en ese sector.
Cambio radical en las disciplinas urbanísticas
La dirección del Kremlin impulsó a los científicos, técnicos y arquitectos a poner en
marcha en sus disciplinas una radical modernización y a orientarse por los métodos
occidentales, más avanzados. Mientras que, por ejemplo en la esfera del arte, el Partido
siguió enfrentándose restrictivamente a “desviaciones”, la moderna arquitectura se libró
ampliamente de ello porque era vista como una tecnología libre de ideología.
Los contactos de intelectuales y especialistas soviéticos con instituciones
extranjeras resultaron más sencillos en comparación con el período estalinista, aunque
siguieron estando bajo el control del servicio secreto soviético. Muy pronto, gracias al
intercambio, los arquitectos soviéticos lograron encontrar soluciones técnicas propias,
acordes con el momento. Se publicaron libros sobre la arquitectura occidental, primero
en traducciones, más tarde también los originales. Grandes arquitectos de la
modernidad, como Le Corbusier, Walter Gropius o Ludwig Mies van der Rohe –
condenados antes como “formalistas”– volvieron a ser reconocidos. Desde fines de los
años 50, urbanistas sobre todo franceses y soviéticos colaboraron estrechamente. Así,
por ejemplo, la primera serie soviética de bloques habitacionales construidos en forma
de planchas se basó en un modelo de construcción francés.
Pero las fuentes más importantes de la influencia foránea vinieron en primer lugar
de los países socialistas de Europa Oriental. La nueva estética soviética fue influida
sobre todo por publicaciones de Checoslovaquia y Polonia, donde el movimiento
moderno en la arquitectura y el diseño había continuado, si se pasa por alto una breve
interrupción a fines de los años 40 y principios de los 50. Otra fuente de influencia vino
del “extranjero interno”, las repúblicas bálticas, que contribuyeron activamente a la
formación de un nuevo estilo. En el período de entreguerras esos países habían
desarrollado una modernidad arquitectónica propia a alto nivel. Anexadas por la Unión
Soviética en 1940, las disciplinas urbanísticas tuvieron que someterse sólo por breve
tiempo a los dictados estalinistas. Por eso allí también la asunción de estándares
modernos se produjo mucho antes que en las repúblicas que pertenecían a la Unión
Soviética desde el principio.
Igualmente la estética del período constructivista experimentó una rehabilitación,
si bien en la mayoría de los casos en forma simplificada. Con dos decretos estatales en
noviembre de 1955 se inició no sólo una industrialización y reducción de costos en el
sector de la construcción, sino que también se prohibió toda forma de pompa y
decoración.
Por supuesto que los arquitectos soviéticos seguían sometidos a una amplia
regulación. Sólo se podía actuar dentro de las reglas preestablecidas en la organización
estatal de la planificación, constreñidos a “reglas y normas de construcción” que había
que seguir rigurosamente. Había que orientar los proyectos a partir de un catálogo de
elementos constructivos prefabricados que sólo ofrecía limitadas opciones. En el sentido
de una cientifización de la disciplina, las oficinas de arquitectos se llamaban ahora
“Institutos de Investigación para el Desarrollo de Viviendas, Escuelas, Hospitales”. El
esfuerzo por subordinar las ideas arquitectónicas a las funciones técnico-económicas
fortaleció las tendencias utilitaristas en el urbanismo soviético. Los imperativos de la
economicidad y de la gestión constructiva desplazaron a los planteamientos artísticos y
las cuestiones de la calidad. Esta reducción a lo elemental caracterizó a toda la práctica
arquitectónica, sobre todo en cuanto a la construcción masiva de viviendas. Sólo a
pocos arquitectos les estaba concedido colaborar en los llamados proyectos
individuales, como teatros, museos, salones de fiestas o edificaciones deportivas.
El programa de construcción aprobado en 1957 preveía para 1960 una elevación
del parque habitacional en más de once millones de metros cuadrados. Dos años más
tarde, estos cálculos fueron considerados insuficientes y elevados sustancialmente otra
vez. Gracias a la industrialización del sector constructivo, la cantidad de partes
prefabricadas creció de 25% (1950) a 70% en 1958. El ladrillo era considerado ahora
como un material que simbolizaba el atraso, era económicamente ineficiente y frenaba
la industrialización. Las paredes se levantaban cada vez más con bloques y, al hacer los
cimientos, ya no se usaban más trozos de piedras, sino hormigón armado.
Tras la primera generación de casas de ladrillo con techos y paredes interiores
prefabricadas, se pasó pronto al método de grandes bloques y, después, planchas. La
producción en serie y el montaje determinaron entonces la organización de la
construcción. La necesidad de armonizar los nuevos métodos de producción industriales
con la determinación de tipologías de viviendas condujo a una transformación
fundamental del modelo de urbanización. La edificación en grandes bloques cerrados de
la era estalinista fue abandonada en favor de los edificios libres. Primero surgieron
alojamientos de cinco pisos iguales en fila sin elevadores, dispuestos paralelamente o en
ángulo derecho. Desde mediados de los años 60 se suspendió el modelo en cinco pisos,
el cual, debido a los costos de urbanización relativamente altos, se había revelado como
poco económico. En su lugar aparecieron placas habitacionales de nueve a doce pisos
vinculadas a edificios altos de planta relativamente estrecha con dieciséis hasta treinta
pisos. Pero junto al primado de la construcción prototípica continuó presente el intento
de llevar a cabo construcciones experimentales. Así, por ejemplo, a finales de los 50 se
puso en la mira el objetivo de llevar a cabo el 90% de las planificaciones en la esfera de
los proyectos prototípicos, mientras que el resto debía estar reservado a soluciones
innovativas e individuales. O sea, la moderna arquitectura soviética surgió en el punto
de intersección entre las edificaciones prototípicas y la construcción experimental.
Sin embargo, el rigorismo funcionalista no duró mucho tiempo. En el transcurso
de los años 60 volvieron a aparecer detalles arquitectónicos de los años 30. En las
distintas repúblicas soviéticas, sobre todo en el Cáucaso y en Asia Central, se formaron
corrientes arquitectónicas propias a partir de las tradiciones nacionales. Pero, a
diferencia de la época de Stalin, la renovada orientación hacia un estilo retrospectivo
tuvo lugar sobre la base de un moderno lenguaje arquitectónico y de métodos
constructivos industriales. La remisión a las “raíces históricas” se debía, sin embargo,
no sólo a una crítica (postmoderna) del monótono funcionalismo, sino que también tenía
que ver con la aparición de ideologías nacionalistas en las repúblicas.
Centralidad monumental y prefabricados
Una estipulación esencial de la urbanística soviética consistía en ir conformando la
sociedad en la misma medida en que se urbanizaba. La arquitectura se concebía como
acto simbólico, como plástica monumental para ilustrar futuras formas de vida
comunista. Debían surgir espacios de júbilo que al mismo tiempo cimentaran la unidad
del pueblo con el Partido. La tarea del urbanismo consistía en expresar claramente las
jerarquías sociales. En primer plano tenía que estar el colectivo soviético, que se
constituía también a través de actos públicos y así, al mismo tiempo, legitimaba el
dominio del Partido. Para estas manifestaciones públicas se requerían los
correspondientes amplios ejes de carreteras (“magistrales”), que servían como espacios
para desfilar. En torno a espaciosas plazas, que debían formar el centro político de los
“trabajadores”, pero que más bien creaban una sensación de impotencia del individuo
ante el poder estatal, se agrupaban los edificios del Partido y del gobierno, centros
comerciales, palacios de la cultura y monumentos.
El municipio central de una ciudad representaba aquí el punto de cristalización del
jerárquico entramado urbano. Servía no sólo para concentrar las funciones de los
servicios, sino que representaba el poder estatal soviético desde el punto de vista
político, cultural y administrativo. Esta idea de la conformación urbanística de un centro
político siguió siendo determinante hasta el final de la URSS. Decisivo aquí fue el
hecho de que todos los proyectos urbanísticos podían hacerse sin tener en cuenta las
relaciones de propiedad. Las leyes capitalistas de la economía de los suelos habían sido
derogadas. Por eso el espacio de poder escenificado representaba una configuración
conscientemente provocada que, dado el caso, incluía la reconstrucción a viva fuerza y
la demolición de barrios enteros. Se trataba de proyectos como de una pieza, en el que
los distintos objetos tenían que subordinarse al conjunto.
Al mismo tiempo, la ciudad soviética carecía de diversidad. A diferencia de los
barrios proletarios de Occidente, no era posible evadir las estrechas condiciones de vida
mediante la visita de bares o salones de juego (con sus formas específicas de una vida
semi-pública). Las cantinas y cafeterías se usaban para la ingestión rápida de comida, la
visita a restaurantes estaba severamente reglamentada y era sumamente costosa.
También había una gran carencia de baños públicos, que, aparte de eso, muchas veces
cerraban de noche. Las autoridades trataban de alejar de los espacios públicos a
mendigos, personas discapacitadas y prostitutas mediante medidas de orden. En este
sentido puede decirse que en las ciudades soviéticas existía una marginalidad menos
visible que en las metrópolis capitalistas.
La contrapartida de los espacios de puesta en escena del centro los formaban los
asentamientos prefabricados. La regulación estatal de la vivienda representaba una parte
integral del sistema soviético de estimulación. La distribución de espacio habitacional
se llevaba a cabo sobre la base de la actividad laboral y la influencia del solicitante.
Mientras los privilegiados, como políticos, militares o intelectuales, vivían en el centro,
la gente sencilla residía en viviendas comunitarias o en grandes urbanizaciones en la
periferia de la ciudad. Como en la construcción en masa de viviendas, la cantidad y la
rentabilidad eran prioritarias, la calidad de la ejecución y el equipamiento de los
inmuebles eran deficientes. También el desarrollo de la vialidad y la implementación de
la infraestructura social iban cojeando por detrás del desarrollo impetuoso de la
producción de espacio habitable. Las viviendas nuevas de los años 50 y principios de
los 60 eran muy pequeñas, pero todo el que antes había vivido en una kommunalka
consideraba una cocina propia, un cuarto de baño, agua corriente y calefacción central
como un enorme progreso. Sólo cuando en la época de Brézhnev las viviendas
empezaron a ser más amplias, las “jruschovkas” levantadas con rapidez y a bajo costo
ya no fueron tan atractivas. La monotonía estética de muchos barrios nuevos, sobre todo
de las “alfombras” de cinco pisos, tropezó cada vez más con una dura crítica en la
opinión pública soviética.
Un importante fundamento de la planificación urbana lo constituyeron en 1958 las
“Regulaciones y normas de urbanismo y construcción de ciudades”. Ahora las ciudades
fueron distribuidas en diferentes funciones de uso: zonas para vivir, industria, tránsito e
instalaciones de prestación de servicios, separadas en cada caso por áreas verdes. Los
llamados mikrorayons formaron la unidad básica espacial de la planificación
urbanística. Medían de 0,3 a 0,5 km2, tenían una población entre 10 000 y 15 000
habitantes respectivamente y disponían de las principales instalaciones de
abastecimiento. Varios mikrorayons conformaban, a su vez, zonas urbanas a las que se
subordinaban tiendas especializadas, clínicas y casas de la cultura. Por último, los
centros de las ciudades cubrían las necesidades más especiales de la población en
cuanto a tiendas por departamentos, teatros, hoteles e institutos superiores.
Pero incluso las gigantescas urbanizaciones de la época de Brezhnev seguían en
última instancia los ideales de una comunidad urbana pequeña. Los alojamientos
abarcables pretendían profundizar la interacción entre los pobladores y representaban la
variante soviética de la idea de vecindad corriente en nuestro país. Con ayuda de
instituciones de autogestión como “oficinas de vivienda” o “comités de vivienda”, las
autoridades intentaban promover, además, una forma de vida colectiva. Pero, al igual
que en Occidente, la realidad social era muy distinta. La mayoría de los pobladores
trataban de evadir la intervención estatal mediante el retiro a la esfera privada.
Elementos básicos del urbanismo soviético
A mediados de los 80 dos tercios de la población soviética vivía en asentamientos
urbanos; en la época de la revolución era apenas el 18 por ciento. Aquí llama la atención
la clara concentración en las grandes ciudades. Si a mediados de los años 20 sólo Moscú
y Leningrado tenían más de un millón de habitantes cada una, en 1990 la cantidad de
ciudades millonarias ascendía a 24. De este modo la URSS experimentó un proceso de
urbanización sin precedentes en la historia.
Si bien en el urbanismo había muchas coincidencias con las concepciones
occidentales, en la Unión Soviética también se puede constatar una serie de
especificidades que van más allá de la nacionalización de los terrenos. Así, por ejemplo,
había una clara preponderancia de la política económica sobre la política de
ordenamiento territorial y de planificación urbana. El esquema de asentamiento del país
estaba subordinado al plan general de distribución de los sitios de establecimiento de las
fuerzas productivas. Éste emitía en primer lugar las recomendaciones para la
distribución de los lugares donde establecer la producción y contenía las líneas
directrices del desarrollo de los sistemas regionales de urbanización, estableciéndolas en
dependencia de los proyectos productivos.
Responsables de la planificación urbanística y arquitectónica en cada lugar eran el
arquitecto jefe, subordinado al Comité Ejecutivo comunal, y su departamento. Aquí
existía una dependencia del Comité Estatal de Construcción adjunto al Consejo de
Ministros de la URSS, así como del Comité Estatal de Construcción Civil y
Arquitectura, los cuales supervisaban la planificación general y de edificaciones y
establecían su ejecución mediante líneas directrices y normas estandardizadas. Sin
embargo, a pesar de tanto centralismo las autoridades regionales y locales tenían cierto
margen de acción. Si bien Moscú decidía los proyectos y adjudicaba los medios, en la
práctica concreta administrativa los aparatos subalternos podían burlar la política
gubernamental claramente definida y determinar en última instancia cómo se usaban los
recursos disponibles. Con informes falsos de rendición de cuentas y maniobras de
engaño los titulares oficiales locales lograban imponer prioridades propias en contra del
organismo central. También la estructura federal del estado multinacional soviético
desempeñaba un papel. Las “naciones base” políticamente importantes recibieron el
status de repúblicas de la Unión. Sobre la base de una “discriminación positiva”, en el
aparato estatal y partidista de las repúblicas dominaba una política de reclutamiento y
promoción que privilegiaba a la nación titular y llevaba a la formación de capas de
dirección autóctonas. Sin esta forma indirecta de dominación, a los soviéticos no les
habría sido posible en absoluto gobernar el enorme país. El organismo central ponía
recursos materiales y financieros a disposición de las repúblicas de la Unión, que los
“príncipes provinciales” administraban ampliamente según sus propios criterios. En
asuntos culturales y proyectos arquitectónicos por lo regular había aún más libertad. A
cambio de ello los gobernantes regionales aceptaban el predominio de la cúpula
moscovita.
La distribución de los recursos y de las asignaciones financieras se llevaba a cabo
siguiendo un principio jerárquico. Aparte de Moscú, los ganadores de la estrategia de
desarrollo soviética eran sobre todo las metrópolis de las repúblicas de la Unión y las
ciudades industriales realzadas por la política económica. Todas recibían de manera
desproporcionada grandes subvenciones del Estado, mientras se perjudicaba a las
ciudades medianas y pequeñas. En correspondencia, era grande la diferencia entre el
campo y la ciudad. Hasta el final del régimen un sistema de pasaportes restrictivo
discriminaba a la población rural con el fin de proteger a las metrópolis de la
inmigración descontrolada. No obstante, tenía lugar un movimiento migratorio que no
podía ser controlado. El éxodo del campo provocaba un vaciamiento de las aldeas y una
“ruralización” de las ciudades. Un fenómeno que hasta el día de hoy sigue teniendo
efectos.
La producción de espacios desiguales
Ya a principios de los años 70 el teórico del espacio y filósofo francés Henri Lefebvre
predijo el hundimiento de la URSS. Según él, el modelo soviético representaba una
revisión de la acumulación capitalista en tanto trataba de acelerar ese proceso. La
intensificación del crecimiento debía alcanzarse sobre todo privilegiando polos
productivos destacados.
Pero, a contrapelo de lo preconizado por la ideología oficial, esta concepción
territorial nunca logró producir suficientes efectos sinérgicos como para poner en
marcha en todo el país un desarrollo capaz de sostenerse a sí mismo. La jerarquización
hizo que los polos de crecimiento se hicieran cada vez más fuertes y las regiones
desatendidas cada vez más débiles. Así, los grandes proyectos de prestigio y las
construcciones monumentales no pasaron de ser gestos para impresionar, cuya fuerza de
integración simbólica no bastó para asegurar duraderamente la legitimidad del sistema.
También la contradicción insoluble entre los espacios imaginarios de la representación
del poder y los espacios reales de la vida cotidiana llevó al hundimiento del imperio
soviético.
Equipo de investigación: Georg Schöllhammer (dirección), Klaus Ronneberger, Markus
Weisbeck y Heike Ander
Local Modernities es promovido por la Fundación Cultural de la Federación.
Traducción del alemán:
Orestes Sandoval López
Fachada de un mikrorayon en la ciudad industrial de Sumgait, aproximadamente a 40
kms. al noroccidente de Bakú.
Varias posibilidades de piezas prefabricadas desde para cimientos, paredes, escaleras
hasta para sistemas de calefacción, así como las juntas necesarias para todas las partes.
Sala de elaboración de paredes exteriores
Alma Atá, complejo de vivienda en un barrio de funcionarios
Tbilisi, albergues estudiantiles en el terreno de la Universidad Estatal, inicio de
construcción: 1971, S. Kackacisvili, E. Kopaladze, B. Maminajsvili, N. Mgaloblisvili,
L. Medzmariasvili, N. Mikadze, S. Revisvili, A. Sabasvili, D. Copikasvili.
Transporte de prefabricados.
Nuevo modo constructivo, puesto en marcha desde fines de los años 50, mediante el
cual se colocaban pisos enteros unos encima de otros con ayuda de mecanismos
hidráulicos. El peso descansa sobre un soporte de acero, por lo que las paredes pueden
construirse con material ligero.
Tbilisi, complejo habitacional en el centro de la ciudad.
Tbilisi, Centro Deportivo y Piscina, 1978, S. Kavlaschvili, G. Abuladze, R. Kiknadze.
Bakú, Archivo del Partido e Instituto de Historia de la RSS de Azerbaiján, S. Zejialova,
Y. Kadymov.
Techado de superficies cuadradas, rectangulares y poligonales.
Restaurante de un centro de diversiones en la costa en Sumgait, aproximadamente a 40
km al noroccidente de Bakú.
El Lissitzky, Wolkenbügel, 1923–1925.
Tbilisi, Ministerio de Construcción de Puentes y Carreteras, 1974, G. Cachava, Z.
Dzalaganija, T. Tchiava, A. Kimberg.
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