111 TEMA DEL DIA

Anuncio
111
TEMA DEL DIA
La idea está comenzando a aparecer de
forma insistente en las revistas de divulgación
científica: artículos en Investigación y Ciencia de
Septiembre de 1988 y de Junio de 1992, y en
Conocer en Septiembre de este año. En principio
puede parecer la obsesión de dos hombres, el
tectónico inglés Damian N ance y el oceanógrafo
norteamericano Thomas Worsley; pero el segundo
artículo lo firma Nance con otro autor. Quizá la
idea (ha habido una Pangea cada 400 ó 500
millones de años; y esta repetición
cíclica
condiciona la historia del clima y de la vida en el
planeta) está comenzando a prender.
Hay en esta teoría dos aspectos atractivos,
uno puramente científico y el otro histórico.
Históricamente, el ciclo del supercontinente es el
último vástago de una tradición de teorías cíclicas
tan vieja como nuestra cultura: en su raíz estarían
Heráclito, con sus ideas sobre la repetición eterna de
todas las acciones del mundo; o los estoicos, cuya
cosmogonía
contemplaba
una conflagración
universal cíclica muy parecida de hecho a los
Universos pulsantes de los cosmólogos actuales.
Más aún: este eterno retorno que cautivó a
Nietzsche puede rastrearse
en cosmogonías
mesopotámicas, y hasta en otra tan exótica para un
europeo como la azteca, en cuya piedra solar (figura
1), cuatro soles representan
cuatro mundos
destruidos y luego reconstruidos de nuevo.
¿Indica esta contumacia en las ideas
cíclicas
que estamos
ante un rasgo del
subconsciente colectivo de la humanidad? No
Fig. 1.- El calendario azteca o Piedra del Sol contiene (en
los cuatro cuadrados cercanos al centro) leyendas sobre la
destrucción y resurgimiento de mundos: una huella cíclica.
es del
marco
podía
Quizá
todo inverosímil: para las culturas sin un
geográfico global, una catástrofe regional
ser un fin del mundo, una puesta a cero.
todo arranque de aquí.
En las modernas Ciencias de la Tierra, las
ideas cíclicas siempre han estado presentes; sin
embargo, en muchos casos se trataba de versiones
ahistóricas, como el concepto de ciclo de las
rocas que surge asociado a la teoría geosinclinal.
Cuando en 1905 Bertram Boltwood obtiene, en
algunos de los primeros minerales datados, edades
Fig. 2.- El indicio más intenso de una estructura histórica rítmica antes de las ideas actuales:
magmatismo orogénico expuesta por el norteamericano Kent Condie en 1982.
superiores a los 2.000 millones de años, el abismo
de tiempo de Hutton comienza a tomar cuerpo. En
esta historia a rellenar, los ciclos aparecen casi de
inmediato: es el pulso de la Tierra, la poética
frase con la que el holandés Johannes Umbgrove
designa a las orogenias en los años cuarenta.
La proliferación
de dataciones
radiométricas
parece convertir la poesía en
realidad. En recopilaciones
realizadas en la
década de los sesenta las orogenias parecen
agruparse espaciadamente, con intervalos de 200
a 500 millones de años. Esta agrupación choca
con las ideas surgidas de la revolución movilista:
no se comprende
cómo
una litosfera
constantemente
dinámica
puede dejar de
producir deformación y magmatismo orogénicos.
Pero los datos que apoyan la idea cíclica
continúan llegando: en los 80 permiten definir
megaepisodios tectónicos, algunos de los cuales
afectarían a todos los continentes de la época
(figura 2). ¿De qué forma se había producido
esta aparente casualidad? El norteamericano
la agrupación
del
Kent Condie sugirió cambios de configuración
en el patrón convectivo del manto.
En 1984, Worsley y Nance publican con
Judith Moody una nueva versión de los viejos datos.
Los máximos orogénicos existen -dicen-, pero no
representan acontecimientos térmicos en el manto
sino procesos mecánicos en la litosfera: la
agrupación de toda la corteza continental en un solo
continente, con el consiguiente magmatismo forjado
en las orogenias de colisión y seguido, al cabo de
pocas decenas de millones de años, por efusiones
basálticas que marcan el fin de aquella Pangea. Esta
. idea parece una extrapolación de otra que los
paleontólogos norteamericanos Valentine y Moores
habían publicado en 1972, y en la que describían los
efectos que sobre la biosfera había tenido la
dispersión de dos pangeas. Worsley, Nance y
Moody comienzan sus reconstrucciones a partir de
estos diques basálticos y de las variaciones en el
nivel global del mar (las pangeas coinciden con
épocas regresivas), pero poco después hacen
precisiones paleoclimáticas y paleobiológicas: un
supercontinente traería aparejada una época de
1~~-7 .~~~a-.!
1.000
900
800
¡/\\,
w:r
I
~
400
Fig. 3.- Esquema cronológico ideado por Murphy y Nance en 1992 para ilustrar la unión y dispersión de las dos últimas
pangeas. Los conos representan orógenos; las banderitas triangulares, rifts.
clima frío, probablemente una glaciación, ya que la
regresión provoca erosión, y los iones calcio que
llegan al mar con los silicatos pueden precipitarse
como calcita, extrayendo al hacerlo COz del aire.
La pérdida de este gas de invernadero enfriaría la
atmósfera, y si parte del supercontinente estaba
situado sobre un polo, se desencadenaría
una
glaciación. Por otra parte, el clima frío, la reducción
de las plataformas continentales y la contigüidad de
todos los continentes
serían factores
que
contribuirían a empobrecer la biosfera.
Worsley, Nance y Moody sólo se atrevieron
a aplicar su modelo a los últimos 2.000 millones de
años. En ese final de la historia del planeta creyeron
descubrir varios supercontinentes (Figura 3). Pero la
aplicación de sus predicciones
climáticas
y
biológicas
a estas Pangeas dio resultados
desiguales: a las previstas glaciaciones de -250,
-600 y -1.100 millones de años acompañan otras
que no lo son: la actual, o la ordovícico-silúrica
(-400 millones de años) tuvieron lugar en ausencia
de supercontinentes. Por el contrario, no hay restos
de glaciación hace -1.500 ó -2.000 millones de
años, como prevé la teoría. Por último, la biosfera
parece seguir dócilmente las escasas predicciones
del modelo, experimentando empobrecimientos en
las épocas de las dos últimas pangeas y poderosas
radiaciones evolutivas coincidiendo con las etapas
de dispersión. Pero apenas sabemos detalles de la
biosfera previa a los 600 millones de años.
El gran valor científico de la teoría del
ciclo del supercontinente
es su capacidad
predictiva. Aunque estas predicciones sólo se
cumplan en un número limitado de casos, la teoría
va a obligamos
a escrutar
con atención
determinados momentos de la historia del planeta,
igual que la tectónica de placas dirigió la atención
de los científicos hacia los bordes de las placas
litosféricas. En ese examen atento descubriremos
sin duda datos clave para explicar la evolución del
clima, de la vida, y seguramente también de la
litosfera.
Al mismo
tiempo
estaremos
contribuyendo
a la prolongación
de un mito
cultural que ahora se ha convertido en la versión
histórica de la más moderna teoría sobre la Tierra.
Worsley T.R., Nance D. y Moody J.B. (1984).
Global tectonics and eustasy for the past two
billion years. Marine Geology, 58, 373-400.
Nance D., Worsley T.R. y Moody J.B. (1988). El
ciclo del supercontinente. Investigación y Ciencia,
144,36-43. (Septiembre).
Valentine J.W. y Moores E.M. (1972). Global
tectonics and the fossil record. J. Geol., 80, 167-184.
Murphy J.B. Y Nance R.D. (1992). Las cordilleras
de plegamiento
y el ciclo supercontinental.
Investigación y Ciencia, 189,22-30. (Junio).
Descargar