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DEPARTAMENTO DE CLÁSICAS
Instituto Español «Cañada Blanch»
Historia de Roma
LA PLATA DE BRITANIA: Guía de Lectura
1. Marco histórico
En la primera página de la novela, el relato se sitúa de forma muy precisa en
una época muy concreta: el año 70 de nuestra era. La autora hace, además,
una breve presentación de las circunstancias que se vivían tanto en el Imperio
en general, como en su capital, Roma, donde tenían lugar las más
encarnizadas luchas por el poder y donde se desarrolla una parte muy
importante de la acción. En estas páginas repasaremos de forma un poco más
detallada los acontecimientos más significativos que condujeron a esta
situación.
El paso de la República al Imperio: Julio Cesar, Augusto y la
dinastía Julio-Claudia
Como sabemos, tras la expulsión de Tarquinio el Soberbio en 509, Roma se
había proclamado una República, cuya organización política se apoyaba en
tres pilares fundamentales: Las diferentes magistraturas, el Senado y la
Asamblea del Pueblo. No obstante, el buen funcionamiento de estas tres
instituciones exigía una situación de equilibrio que nunca llegó a alcanzarse
plenamente. En realidad, la República nació con una inspiración claramente
aristocrática, y en un principio el poder había estado sobre todo en manos de
los patricios. La etapa republicana estaría marcada por las luchas entre esta
clase social privilegiada y los plebeyos quienes, gracias a una serie de
reformas graduales, fueron adquiriendo progresivamente mayor presencia en la
vida política. Con todo, no se llegaría nunca a una situación de igualdad plena.
Así lo percibimos a través de las palabras de Cicerón, quien afirmaría: «Todo
se decide por los sufragios de los ricos, no por los del pueblo».
La situación de permanente inestabilidad acabaría dando lugar a sucesivas
guerras civiles que favorecieron el ascenso al poder de brillantes generales, a
cuyo prestigio contribuían sus hazañas en la conquista de nuevas provincias
para el Imperio. La República entraría así en una fase de tremenda
inestabilidad, marcada por la implantación de varias dictaduras y por
numerosos crímenes políticos, que se cerraría con la aparición de los
triunviratos. Básicamente. éstos no eran otra cosa que un pacto privado entre
personajes que aprovechaban sus influencias para manejar al resto de la clase
política de acuerdo con sus propios intereses. Con frecuencia, no obstante,
este tipo de asociación estaba condenada desde el principio al fracaso, ya que
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los miembros de la misma acababan, inevitablemente, enfrentándose unos con
otros en su intento de acaparar la mayor parcela de poder posible.
De este modo, el llamado Primer Triunvirato, formado por Craso, Pompeyo y
Julio César, concluye con la guerra entre estos dos últimos tras la muerte de
Craso. César se proclama victorioso y, rápidamente, es nombrado dictador
vitalicio en medio de grandes celebraciones. Poco después, durante una
festividad religiosa, el cónsul Marco Antonio llegaría, incluso, a ofrecerle una
corona. La República parecía destinada a desaparecer para siempre; y esto
llevaría a varios senadores a organizar el asesinato de César el 15 de marzo
del 44.
Muerto César, las torpezas e indecisiones de los dirigentes republicanos
dificultaron la restauración inmediata de la República. Varios miembros del
Senado, entre ellos Cicerón, se declararon partidarios de Octavio Augusto,
sobrino segundo e hijo adoptivo de César. Inicialmente éste se convertiría en
adversario de Marco Antonio, que había intentado negarle sus derechos como
heredero; sin embargo, tras una serie de enfrentamientos armados, ambos
acabarían creando junto a Lépido un segundo triunvirato que, al igual que el
primero, no tardaría en desembocar en una violenta ruptura: Augusto
confiscará primero a Lépido los bienes que se le habían otorgado y, poco
después, declarará la guerra a Cleopatra, la amante de Marco Antonio,
obligando así a éste a unir su ejército al de Egipto y convirtiéndole en enemigo
declarado de Roma.
El enfrentamiento concluyó con la victoria de Augusto y la anexión de Egipto.
A partir de este momento, Augusto va a acaparar toda una serie de títulos y
poderes que le convierten, de hecho, en dueño absoluto del poder, aunque,
oficialmente, la República sigue en manos del Senado. En realidad, tanto este
órgano como las diferentes magistraturas perderán buena parte de sus
competencias. El Emperador recibe el poder legislativo y judicial, recluta el
Senado como hacían los antiguos censores, controla el erario público y está al
mando del ejército. Además, aunque según la ley es el senado quien elige al
emperador, en la práctica, la mayor parte de los sucesores de Augusto serán
designados por su predecesor, o impuestos por sus tropas.
Tras la muerte de Augusto el 14 d.C., el poder quedará en manos de la
llamada dinastía Julio-Claudia, en la que se suceden, por este orden, Tiberio,
Calígula, Claudio y Nerón. Esta etapa, que dura poco más de medio siglo, se
caracterizó por la progresiva acumulación de poder en manos del emperador y,
si hemos de creer los testimonios de la época, por la infinidad de excesos
despóticos y de terribles represiones que a excepción de Claudio,
protagonizaron todos ellos.
El año de los cuatro emperadores (69 d.C.)
En junio del año 68 d.C. se produce en el ejército de la Galia una rebelión
republicana contra Nerón. A ella se une Galba, gobernador de la Tarraconense,
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que pronto, por iniciativa de las legiones y con el apoyo de la guardia
pretoriana, sería proclamado emperador por el Senado. Este vuelco de la
situación política forzó el suicidio de Nerón y el fin de la primera dinastía
imperial, creando al mismo tiempo una sensación de incertidumbre y de vacío
político en la que nadie parecía verdaderamente dispuesto a restaurar la
República. Galba estuvo en el poder sólo siete meses. Pasado este tiempo, fue
asesinado por los Pretorianos, quienes colocaron en su lugar a Otón, un
antiguo protegido de Nerón que, tras haber caído en desgracia ante el
emperador, se había unido a Galba para vengarse. Cuando Otón sintió que sus
aspiraciones políticas se desvanecían tras la proclamación de Galba, organizó
una conjura para asesinarle, logrando así alcanzar el título imperial. Sin
embargo, en su camino tropezaría con Vitelio, que comandaba las legiones de
Germania y que fue proclamado emperador por éstas sin tomar en
consideración el nombramiento de Otón. Aunque al parecer Vitelio no poseía
una gran ambición de poder, sus tropas se enfrentaron al ejército de Otón y le
derrotaron en abril del 69, apenas tres meses después de su coronación. Otón
se suicidó y Vitelio subió al trono; pero la crueldad de su ejército y la de él
mismo le hicieron rápidamente impopular y, en diciembre de ese mismo año,
fue derrotado por las legiones que comandaba Vespasiano en Oriente y el
Danubio y que le habían ya otorgado el título imperial. En Roma se produjo una
sangrienta batalla final en la que, tal y como relata Tito en la novela, murió el
hermano de Vespasiano y en la que tomó parte también Domiciano, el hijo
pequeño del futuro emperador. Vitelio intentó por todos los medios llegar a un
acuerdo de paz, pero fue apresado y murió lapidado a manos de la plebe.
Vespasiano. La Dinastía Flavia
Así llegamos al comienzo de nuestra novela. Vespasiano tenía ya sesenta años
cuando llegó al poder. No procedía de una familia ilustre y, tal vez por esto, la
autora dice de él que «ha salido de la nada»; sin embargo, había seguido el
cursus honorum y había llegado al trono precedido por su fama como militar.
En época de Claudio había llevado a cabo brillantes campañas en Britania al
mando de la II Legión Augusta, que en ese momento sería considerada una
unidad de élite, aunque años después, cuando formaban parte de ella Marco
Didio Falco y su amigo Petronio Longo, perdería todo su prestigio tras una
desdichada actuación frente a la rebelión dirigida por la reina Boadicea en el 66
d.C.
Con todo, el éxito más sonado de Vespasiano había sido, probablemente, el
aplastamiento de la rebelión de los judíos en el territorio de Galilea en el año 67
d.C. En esta misma campaña habría participado también su hijo Tito, y bajo su
mando, según sabemos, Festo, el hermano de Falco, había encontrado allí una
muerte gloriosa que le había convertido en un héroe de la nación. También en
territorio de Judea habría surgido el apasionado romance entre Tito y Berenice,
la hija de Herodes Agripa, famosa por su belleza y que, según algunos
cronistas, y según se insinúa también en la novela, había sido antes amante
del propio Vespasiano. Al parecer, Tito pensó seriamente en casarse con ella,
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pero renunció debido al rechazo mostrado por la población romana.
Tal y como acabamos de ver, la Roma a la que llegaba este nuevo
emperador acababa de salir de una situación crítica. Debido a ésta, el imperio
se encontraba en medio de un inmenso caos político, administrativo y militar y
Vespasiano se propuso restablecer la paz y el orden. Para ello asumió en
primer lugar la restauración de la ciudad, colaborando en persona en la
reconstrucción del Capitolio, instaurando un templo de la Paz y creando el
Anfiteatro Flavio, conocido también con el nombre de Coliseo.
En el terreno económico, Vespasiano se esforzó especialmente en sacar al
estado de la situación de bancarrota en la que le habían dejado los conflictos
anteriores, recurriendo para ello no sólo a la reimplantación de impuestos que
habían suprimido sus antecesores, sino también a la introducción de otros
nuevos, como el que, como se cita en la novela, se aplicó a la orina que
empleaban los curtidores y los tintoreros. Asimismo, es conocida su vocación
comercial, que le llevaba a comprar mercancías para venderlas luego más
caras. Todo esto le hizo cobrar fama de avaro, hecho que también se recoge
en varios pasajes de nuestra historia, aunque lo cierto es que buena parte del
dinero recaudado se destinó a favorecer el bienestar público.
En conjunto, pues, su gobierno se puede considerar beneficioso para Roma
y no es extraño que incluso los republicanos más recalcitrantes, como el propio
Didio Falco, no pudieran evitar sentir una cierta simpatía por su persona. A
pesar de ello, el clima de inestabilidad que había dominado la etapa anterior no
había desaparecido por completo, y esto propiciaba la continua aparición de
conjuras dirigidas a hacerse con el poder. Una buena parte de la trama de la
novela gira, de hecho, en torno a esta posibilidad y los beneficios o perjuicios
que se derivaban de la misma. Incluso Tito, el hijo mayor del emperador, se
hizo sospechoso de dirigir una de estas conspiraciones para convertirse en
emperador, tal y como él mismo comenta con Falco en palacio.
El papel protagonista de Tito en la historia no es extraño si tenemos en
cuenta que Vespasiano le había hecho participar en el poder nombrándole Jefe
del Pretorio. Además, como hemos dicho, Tito coronó con éxito la batalla de
Judea que había comenzado su padre; esto le hizo ganarse desde el principio
el respeto del pueblo romano, que aparece al final de la novela celebrando en
masa su triunfo. Los cronistas nos lo presentan como un hombre afable y muy
popular, retrato que parece muy acorde con el que hace de él la autora a través
del propio Falco. Algunos otros pequeños detalles, como su manejo de la
escritura al dictado, en la que, según Suetonio, competía con sus propios
escribas, aparecen también recogidos en el relato.
Domiciano, en cambio, no fue nunca un personaje muy querido por el
pueblo, e incluso su padre le mantuvo siempre al margen del gobierno. Aunque
poseía importantes virtudes, ha pasado a la historia como un hombre orgulloso,
desconfiado y egoísta, defectos que, en cierto modo, tienen su reflejo en el
inquietante personaje que se nos muestra en la novela. Sucedió a Tito tras su
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muerte y los historiadores señalan que el comienzo de su reinado desencadenó
una nueva época de terror. No es extraño, por tanto, que acabara
organizándose una conjura contra él. Murió asesinado en el 96 d.C.
2. Marco Geográfico
Roma
Una buena parte del relato tiene lugar en la Roma Imperial que, en el s. I d.C.,
había crecido lo suficiente como para rebasar las antiguas murallas construidas
en época de Serbio. Los restos de éstas se habían convertido en un lugar de
mala fama al que los romanos conocían con el nombre de «agger» (terraplén),
y al que, como se recordará, lleva Falco a Helena cuando regresan de Britania.
Buena parte de la ciudad había quedado destruida tras el incendio del 64, en
época de Nerón. Aunque no es seguro que el emperador fuera responsable del
mismo, lo que sí es evidente es que tampoco hizo nada para contenerlo. Los
Flavios reconstruyeron la ciudad, creando grandes arterias que recorrían la
capital y que aparecen fugazmente en las caminatas de Falco.
Desde época de Augusto la ciudad se había dividido en catorce distritos o
regiones. Cada uno de ellos tenía como autoridad a un magistrado, nombrado
por sorteo entre los Pretores, Ediles y Tribunos del año correspondiente. Como
ocurre en las ciudades modernas, los diferentes distritos constituían en
ocasiones entornos muy diferentes que variaban en función de las
circunstancias sociales y la fortuna de quienes los habitaban.
Falco vive en el Aventino, al sur del Circo Máximo, en una zona
relativamente próxima a los límites de la ciudad. Durante siglos esta región
había sido habitada por la plebe. Su proximidad con la via Ostia, que conducía
al puerto, la convertía en un lugar idóneo para la instalación de almacenes de
las mercancías que llegaban desde distintos puntos a la ciudad. Atraídos por el
trabajo que proporcionaban los comerciantes de la zona, muchos antiguos
campesinos habían emigrado a la zona, dando lugar a un crecimiento
vertiginoso de la población que favoreció la aparición de un nuevo tipo de
vivienda: la insula. Con este nombre se conocía a los edificios de varios pisos
que proliferaron en Roma desde principio del s. III a.C. En un principio, la
mayoría contaba sólo con dos plantas; sin embargo, a medida que aumentó la
demanda, la altura de estas construcciones llegaría a alcanzar los seis o los
siete pisos. Habitualmente, eran propiedad de un solo dueño que solía arrendar
el bloque entero a alguien que, como Esmaracto en la novela, se ocupaba, a su
vez, de subarrendar los distintos apartamentos o coenacula. La casa de Falco
es un ejemplo perfecto de las condiciones que se daban en ellas: levantadas
con materiales de calidad ínfima, estaban continuamente amenazadas por el
peligro de un derrumbamiento o de un incendio, lo cual hacía que los pisos
superiores fueran sensiblemente más baratos. Las condiciones de higiene eran
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también bastante deficientes, dado que carecían de agua corriente. El ruido era
ensordecedor. La planta baja se solía reservar para albergar algún negocio
como, por ejemplo, la tintorería de Lenia que aparece en nuestra historia.
Las diferencias que separan el distrito Aventino de la Región I, en la que vive
Helena, son fáciles de percibir. El Sector de la Puerta Capena recibía su
nombre de una de las entradas de la muralla servia y estaba delimitado en su
extremo oeste por el monte Palatino. Su trazado permitía la creación de calles
interiores que delimitaban parcelas sobre las que se asentaban casas
particulares, que recibían en Roma el nombre de domus. Las más ricas eran
completamente independientes aunque, en algunos casos, podían adosarse
dos viviendas, como habían hecho el senador Camilo Vero y su hermano.
Como observa Falco, la casa del senador no alberga ningún negocio de
alquiler, aunque algunos propietarios podían optar por este recurso para
obtener ingresos extraordinarios y no era extraño que las estancias de las
fachadas fueran convertidas en tiendas. La entrada solía ser de reducidas
proporciones y estaba custodiada con un portero. A través de ella se llegaba al
atrio, un patio interior que constituía el centro de la vida familiar y del que
recibían luz las diferentes estancias. En la parte posterior podía haber otros
patios interiores, generalmente ajardinados, decorados con estatuas y
rodeados de columnas. La mayor parte de estas casas disponían ya de agua
corriente, suministrada por los acueductos de la ciudad.
El corazón de la Roma Antigua era el Foro, lugar en el que arranca la
historia y por el que, lógicamente, volverán a pasar una y otra vez sus
protagonistas. En él se concentraba al mismo tiempo la actividad política,
religiosa y comercial. Debido a esto, en un espacio relativamente pequeño, se
apiñaban templos, como el de Saturno en el que se refugia Falco con Sosia,
puestos de mercaderes, o instituciones políticas como el Senado o los
Tribunales. Dado que la mayor parte de los emperadores habían concedido
gran importancia a la construcción de este tipo de obras públicas, que les
servían para ganarse el favor del pueblo y, al mismo tiempo, para engrandecer
su propia imagen, este lugar representaba mejor que ningún otro el esplendor
de la Roma Imperial.
Britania
La conquista de Britania había sido uno de los objetivos de Roma desde la
época de Julio César; sin embargo, el dominio de la isla tardaría mucho tiempo
en hacerse realidad. La dureza de sus habitantes, unida a la inclemencia de un
clima muy diferente al de Roma, hacían especialmente penosas las campañas
militares y, probablemente, el rechazo que muestra Falco al hablar de este
lugar era compartido por la mayoría de los romanos. Como ya hemos visto,
Claudio había conseguido importantes avances en la ocupación británica con la
ayuda de Vespasiano, pero años más tarde, entre el 60 y el 61 d.C., estando
destinado como procónsul Suetonio Paulino, estalló la rebelión de los icenos,
que dirigidos por la reina Boadicea, lograron incluso expulsar a los romanos de
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Londinium y causar en sus filas los daños que tan amargamente recuerda
Falco. La rebelión fue finalmente aplastada, pero Britania siguió siendo durante
mucho tiempo un territorio inestable y no exento de peligros.
Britania era uno de los grandes centros productores de plata del Imperio. El
metal se extraía a partir del mineral de plomo, que era sometido a un proceso
conocido con el nombre de copelación, al que alude Falco cuando describe su
trabajo en las minas. Básicamente, consistía en someter a temperaturas altas
un determinado material, en este caso la plata, que al fundirse se separaba
fácilmente del plomo con el que estaba mezclada en los lingotes en bruto. Toda
la producción pertenecía al Estado aunque, como sabemos por la novela, no
eran infrecuentes los fraudes, ocasionados por la corrupción y la avaricia de los
administradores destinados en provincias.
La capital administrativa de Britania era la ciudad de Londinium, en la que
los romanos llevaron a cabo numerosas obras públicas. En nuestro relato
contemplamos a través de los ojos de Falco una ciudad incipiente, en la que
sobresale como obra pública de primer orden el río sobre el Támesis, ubicado
en el mismo lugar sobre el que se alza hoy el Puente de Londres.
Existían además algunos otros lugares importantes como Aquae Sulis
(Bath), donde Falco se recuperará de su herida en la pierna, o Durnovaria
(Dorchester), que había servido primero como asentamiento militar para la II
Legión Augusta y que, tras la pacificación se convirtió en una pequeña ciudad,
salpicada de villas campestres como la que posee Gayo Flavio Hilaris.
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