Una experiencia en Israel Janine Lazare* El hospital CHAARE ZEDEK fue creado a principios del sigo XX en un viejo inmueble de la parte occidental de la ciudad de Jerusalén. Contaba entonces con unas veinte camas. En 1979 fue trasladado a un edificio de diez pisos construido especialmente para integrar los servicios, dispensarios y laboratorios propios de un hospital moderno: cuenta con 500 camas y trata a más de 200000 enfermos por año. Hace cinco años, se crearon en este hospital, al lado de un centro de investigación sobre el cáncer, un consultorio y un hospital de día en donde los enfermos de cáncer se tratan en forma ambulatoria. Este conjunto fue puesto en pie por el profesor de oncología Raphaël Catane, proveniente de una vieja familia alsaciana instalada en Israel en la inmediata post-guerra mundial. Formado en Israel y Estados Unidos, supo rodearse de un equipo de jóvenes oncólogos de orígenes variados: israelitas, americanos del sur y del norte, australianos y rusos; de un equipo de enfermeras remarcables por su abnegación y eficiencia; de dos asistentes sociales, una rusa y otra australiana, cuya competencia sobrepasa el marco de información y ayuda social para confundirse, muy a menudo, con el apoyo psicológico. Éste está asegurado de una manera más sistemática por dos psicólogos clínicos, uno americano y otra – yo misma – francesa. Si señalo de esta manera el origen de los miembros del equipo sanitario, pluridisciplinario y multicultural, es porque al provenir nuestros pacientes de todos lados del mundo, la comunicación en su lengua vehicular puede, evidentemente, facilitar la relación. Conviene señalar que estamos buscando activamente un asistente social árabe ya que recibimos numerosos pacientes árabes. El sostén psicológico está, pues, asegurado por dos psicólogos, de manera diferente y complementaria, que parece responder bien a las necesidades de los pacientes. El psicólogo, psicoanalista, creó un verdadero consultorio psicológico, con diván y atmósfera silenciosa que contrasta con el estilo aséptico del hospital: recibe a los pacientes con turno. En lo que a mí respecta, participé en la puesta en pie del servicio asegurando, casi desde su creación, un sostén psicológico en forma de conversaciones con los enfermos acostados o sentados en cómodos sillones durante su tratamiento de quimioterapia. Se trata de una unidad de dimensión media en donde la comunicación circula bastante fácilmente, a veces en detrimento de una cierta discreción. Se crean vínculos no sólo entre el equipo terapéutico y los enfermos, sino también entre los mismos enfermos o con miembros de su entorno, ya que es muy raro que los enfermos no estén acompañados de familia o amigos. Dentro de este equipo existe un pequeño equipo volante cuyo objetivo esencial consiste en luchar contra el dolor: el médico que lo anima, el Dr. Czerny, oncólogo formado en el Memorial Sloan Kettering de Nueva York es un viejo enfermo que ha sufrido que lucha contra el dolor en los diferentes servicios del hospital. Él y su pequeño equipo también están a cargo del acompañamiento de enfermos terminales demasiado solos como para gozar de una internación domiciliaria, o demasiado débiles o pegados a las personas que los atienden como para ser transportados a uno de los dos hospicios con los que cuenta Jerusalén. Bien entendido, el rol del psicólogo consiste también en aportar un apoyo al equipo sanitario y en mejorar la comunicación entre unos y otros en caso de conflicto. De hecho, el trabajo del psicólogo clínico en un servicio como al que yo pertenezco es muy diferente de la manera clásica como es concebido en un centro de salud mental o en el consultorio privado. De hecho, prácticamente nunca hay una demanda claramente formulada por el enfermo que espera información concerniente al diagnóstico y tratamiento por parte su oncólogo o de su psico-oncólogo: además, las condiciones de la intervención psicológica son también muy diferentes: el contacto debe establecerse rápidamente y la relación va a seguir el ritmo de la intervención médica. Puede ser intensa y afectiva, más rápida y menos distante que el esquema clásico de intervención psi. A menudo es solicitada por los miembros de la familia del enfermo y también por las enfermeras, a veces desbordadas y siempre conscientes de sus límites. Juntos, tratamos de ayudar a los enfermos a vivir lo menos mal posible el doloroso episodio de la enfermedad. Para concluir esta presentación, yo diría que la atmósfera particular de esta unidad muy competente y afectiva es conocida y reconocida por los enfermos que a veces recorren grandes distancias para gozar de un tratamiento de punta y de una relación simpática y personalizada.- *Psicóloga Clínica y Psicoterapeuta del Hospital CHAARE ZEDEK, Jerusalén, ISRAEL.