Testimonio de Cristina García.

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TESTIMONIO DE LA MISIÓN
Para mi, la misión de este año no era algo nuevo (ya había estado en 2010).
Conocía dónde íbamos y la mayoría de las personas a las que veríamos. Era
consciente del ritmo que se lleva durante todo el mes de misión, y las
condiciones en las que en determinados momentos puedes llegar a verte
envuelto. Vamos, que para mí, en principio, no había sorpresas. O eso creía yo.
Bien es verdad, que aunque volvíamos al mismo pueblecito caribeño –
Pedernales-, el grupo de misioneros no era el mismo (de hecho la mayoría iba
por primera vez), y eso marca diferencia. Éramos un grupo muy diverso (o
como nosotros decíamos: cada uno de su madre y de su padre), y al principio
podría parecer un obstáculo sobretodo de cara a la convivencia; pero según
iban avanzando los días, nos dábamos cuenta de que esa diversidad era un
punto a favor, ya que lo que no tenía uno lo aportaba el otro; y al final supimos
como formar un grupo muy unido; nos convertimos en una familia.
Por otro lado, las actividades no fueron como me había imaginado. En mi
cabeza rondaba el recuerdo de esos interminables días de calor haciendo el
censo y las fichas del centro nutricional, las catequesis en barrios, la semana en
las lomas... Este año, retomamos las catequesis en los barrios y el censo, pero
también estuvimos pintando el centro nutricional, tuvimos el campamento con
niños…y las lomas.
Desde mi punto de vista, la semana que se pasa en la loma es un referente de
la misión. Son 5 días intensos que vives codo con codo con los que allí están
todo el año. Es una experiencia 24 horas. Conoces de una manera más
profunda a la gente que te rodea, tanto dominicanos como los propios
misioneros que te acompañan. Experimentas la misión propiamente dicha. Es
por esto, por lo que yo tenía muchas ganas de ir a la loma. Además me
apetecía muchísimo estar con los misioneros con los que me había tocado
subir. Sin embargo, nada más llegar a Mencía –la loma- me puse mala, y al día
siguiente vinieron a buscarme para volver a Pedernales y así poder
recuperarme. Todas las ilusiones que había puesto en aquella semana, lo que
iban a ser 5 días increíbles, se esfumaron rápidamente. Lo que yo no sabía
cuando volvía a Pedernales, era que esos días de convalecencia, me harían
ver algo muy bonito.
Yo era una todoterreno. Cualquier cosa que hubiera que hacer, allí estaba yo
dispuesta a lo que fuese. Mi filosofía era: cuántas más cosas hagas, más
experimentarás y menos te perderás. Por eso, estar parada era una verdadera
cruz. Sin embargo, eso me sirvió para recordar una gran lección: Dios me
recordó que somos humanos, que nuestras pilas también se gastan. Aquel
parón no fue más que una cura de humildad. Un recordatorio de que no
podemos hacerlo todo. Tenemos que dejar que los demás hagan también
algo por nosotros alguna vez. El no quiere que lo hagamos todo. Tan sólo
quiere que lo que hagamos, aunque sea poco, lo hagamos de corazón, de
verdad.
Curiosamente, el mismo día que yo me recuperé, en un compartir que tuvimos,
nos pidieron que eligiésemos un lema que representase para nosotros la misión.
DÉJATE QUERER. Esa fue mi elección.
Cristina García
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