TESTIMONIO DE LA MISIÓN Para mi, la misión de este año no era algo nuevo (ya había estado en 2010). Conocía dónde íbamos y la mayoría de las personas a las que veríamos. Era consciente del ritmo que se lleva durante todo el mes de misión, y las condiciones en las que en determinados momentos puedes llegar a verte envuelto. Vamos, que para mí, en principio, no había sorpresas. O eso creía yo. Bien es verdad, que aunque volvíamos al mismo pueblecito caribeño – Pedernales-, el grupo de misioneros no era el mismo (de hecho la mayoría iba por primera vez), y eso marca diferencia. Éramos un grupo muy diverso (o como nosotros decíamos: cada uno de su madre y de su padre), y al principio podría parecer un obstáculo sobretodo de cara a la convivencia; pero según iban avanzando los días, nos dábamos cuenta de que esa diversidad era un punto a favor, ya que lo que no tenía uno lo aportaba el otro; y al final supimos como formar un grupo muy unido; nos convertimos en una familia. Por otro lado, las actividades no fueron como me había imaginado. En mi cabeza rondaba el recuerdo de esos interminables días de calor haciendo el censo y las fichas del centro nutricional, las catequesis en barrios, la semana en las lomas... Este año, retomamos las catequesis en los barrios y el censo, pero también estuvimos pintando el centro nutricional, tuvimos el campamento con niños…y las lomas. Desde mi punto de vista, la semana que se pasa en la loma es un referente de la misión. Son 5 días intensos que vives codo con codo con los que allí están todo el año. Es una experiencia 24 horas. Conoces de una manera más profunda a la gente que te rodea, tanto dominicanos como los propios misioneros que te acompañan. Experimentas la misión propiamente dicha. Es por esto, por lo que yo tenía muchas ganas de ir a la loma. Además me apetecía muchísimo estar con los misioneros con los que me había tocado subir. Sin embargo, nada más llegar a Mencía –la loma- me puse mala, y al día siguiente vinieron a buscarme para volver a Pedernales y así poder recuperarme. Todas las ilusiones que había puesto en aquella semana, lo que iban a ser 5 días increíbles, se esfumaron rápidamente. Lo que yo no sabía cuando volvía a Pedernales, era que esos días de convalecencia, me harían ver algo muy bonito. Yo era una todoterreno. Cualquier cosa que hubiera que hacer, allí estaba yo dispuesta a lo que fuese. Mi filosofía era: cuántas más cosas hagas, más experimentarás y menos te perderás. Por eso, estar parada era una verdadera cruz. Sin embargo, eso me sirvió para recordar una gran lección: Dios me recordó que somos humanos, que nuestras pilas también se gastan. Aquel parón no fue más que una cura de humildad. Un recordatorio de que no podemos hacerlo todo. Tenemos que dejar que los demás hagan también algo por nosotros alguna vez. El no quiere que lo hagamos todo. Tan sólo quiere que lo que hagamos, aunque sea poco, lo hagamos de corazón, de verdad. Curiosamente, el mismo día que yo me recuperé, en un compartir que tuvimos, nos pidieron que eligiésemos un lema que representase para nosotros la misión. DÉJATE QUERER. Esa fue mi elección. Cristina García