La alegría

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FILOSOFÍA Y FAMILIA
LA ALEGRÍA
La alegría no es solamente una cuestión
caracterológica o temperamental. La alegría es consecuencia inmediata de cierta
plenitud de vida. Y para la persona, esta
plenitud consiste –dice Tomás de Aquino–
ante todo en la sabiduría y el amor. La
alegría es saber de las cosas humanas y
divinas, y, además, estar enamorado. Si
uno ama y es amado, si da un trato amable
a los demás y, a su vez, es objeto del don
del amor, estará alegre, gozará de vivir, e
incluso, sentirá deseos de cantar.
L
a expresión clásica “gaudium cum pace” se
refiere al gozo, la alegría, y la paz, consecuencia o resultado de poseer un bien. Se podría decir que
la alegría es la pasión suscitada por la presencia de un
bien que se hace presente. En el Fedro de Platón se
define la alegría en este sentido como el entusiasmo
por la presencia de lo divino en el alma. La “laetitia”
era el placer del alma ante la posesión del bien, y el
“gaudium”, la consecuencia natural de ese sereno gozo
incondicional. El significado del término latino “laetitia”, de hecho, era sinónimo de júbilo, alegría, y delicia.
La alegría es incompatible con las caras largas, los
modales bruscos, la facha ridícula, el aire antipático.
Nadie quería estar con una persona así. La alegría ha
de ser en los padres y los educadores algo presente y
constante, algo así como una luz brillante, festiva, elocuente consecuencia del bien de las cosas, y a veces
en su manifestación, incluso sensiblemente ruidosa.
Hay relación directa innegable entre felicidad, alegría
y contento. La alegría no es un imposible necesario
como algunos afirman. Si falta, hay un obstáculo en
nuestra vida, en el hogar, o en el aula, que habrán de
analizarse y superar. No somos un verso suelto, vivimos
en comunidad, con nuestros familiares, amigos y compañeros, y para quienes nuestra alegría es un tesoro, y
¿Cómo crece la alegría? La respuesta
es sencilla: la alegría crece con el
conocimiento de la verdad de las
con cuya actitud y virtud hemos de impregnar todas las
acciones de cada día. Reto que no ha de resultar imposible si profundizamos en la belleza y el bien que hay en
las personas, la amistad, y las cosas mismas.
Ningún hombre puede vivir una existencia equilibrada
sin alegría. Y, si trata de hacerlo, se verá más pronto
que tarde en alguna senda intricada y obscura, que
diría Dante. Ya que si no es el Bien la causa presente de
nuestra alegría, –como advertía Tomás de Aquino–, es
decir, una persona privada de alegría espiritual, se entregará su vida a los placeres carnales, materiales, propios
del consumo. Sería una aventura tras de la apariencia,
no tras de la realidad de la vida. La alegría no proviene
directamente de un bien material, del placer sin más,
sino de saber de lo esencial de la realidad de las cosas y
tener un corazón enamorado. El placer como finalidad
de la existencia no da nunca lo que promete a nadie; al
contrario, produce el horror de la “adicción” que mata
no solo el espíritu sino también el cuerpo.
La alegría ha de estar presente en nosotros, no precisamente a pesar de los dolores, sino precisamente
en los dolores, porque junto a dicha contingencia, no
desaparece del horizonte de nuestra vida el Bien mismo.
La sabiduría de la alegría es entendida en nuestra cultura
con realismo: la alegría tiene raíces de generosidad, de
entrega. Es una realidad paradójica, pero no es una con-
Alegría en cinco pasos
Cinco consejos cita Santo Tomás para combatir la tristeza o, lo que es lo mismo, que son fuente de alegría:
1. Que disfrutemos de los pequeños placeres y gozos
de la vida corriente, podríamos decir tan caseros, que
tiene la vida ordinaria.
2.Tener algún amigo con el que poder llorar y contar las
penas, sabiendo que es alguien que nos quiere bien.
3.Compartir
tiempos con los amigos: diversiones,
expresando nuestras alegrías, nuestras luchas, las
contrariedades, etc.
4.El
conocimiento y la contemplación de la verdad,
dedicando unos minutos cada día, es fuente de alegría. Si buscamos la verdad no nos faltara la alegría.
5. El dolor se mitiga, desde luego, con el descanso, el
sueño y la actividad física. Cómo tratemos al cuerpo
influirá en el estado de ánimo.
cosas y el amor
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La alegría ha de ser en los padres
y los educadores algo presente y
constante, algo así como una luz
brillante, festiva, elocuente consecuencia
del bien de las cosas, y a veces
en su manifestación, incluso
sensiblemente ruidosa
tradicción. La alegría propia de la cultura cristiana, ante
la presencia del dolor, es la manifestación y la aceptación
de una ocasión de reparación y mejora, como momento
en que se rectifica y, en consecuencia, nos mejora.
¿Cómo crece la alegría? La respuesta es sencilla:
la alegría crece con el conocimiento de la verdad de
las cosas y el amor. Cuanto más se conocen las cosas
humanas y divinas, y mayor es el amor respecto de
cuanto es noble, se estará más alegre. El horizonte del
Bien desde luego es la causa constante de la alegría.
Claro que el grado de valor de cada bien, y en cada
momento, nos producirá más o menos alegría. Por
ejemplo, si alguien es un ecologista y le encantan los
árboles, se alegrará cuando encuentre uno nuevo en
la naturaleza que estudia, pero más alegre estará aún,
cuando se encuentra el bien superior de la amistad, y
se toma una copa con un amigo.
Un propósito didáctico a modo de conclusión final:
¡Llenar con el Bien el horizonte de la vida! Y amar al
mundo apasionadamente. Porque “dichoso el hombre
que ha adquirido la sabiduría, y es rico en prudencia;
cuya adquisición vale más que la de la plata; y sus frutos
son más preciosos que el oro acendrado” (Proverbios,
III, 13). Merece la pena hacerlo por este procedimiento,
porque: “Sus caminos son caminos deliciosos, y llenas
de paz todas sus sendas” (III, 13).
Emilio LÓPEZ-BARAJAS ZAYAS
Catedrático de Universidad en Fundamentos
de Metodología Científica
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