Hacia Tierra Firme de nuestra escolástica formación, eran las pruebas diarias que teníamos que superar, era la lucha contra nosotros mismos. En las formaciones del medio día se ponía a prueba la principal virtud de los primeros meses de formación, la paciencia. Pañuelos impecables, botas charoladas, calcetines nuevos, interiores bien marcados, uniformes blancos como la nieve, hebillas brillantes, uñas limpias y bien cortadas; corte de cabello adecuado, todas exigencias para pasar una buena revista de aseo. Las formaciones eran por guardias. Es decir, en cada guardia se encontraban Guardiamarinas aspirantes, de primero, segundo, tercero y cuarto años. Formar en la primera fila con el peso del cuerpo ligeramente hacia adelante era la posición básica de los aspirantes. Siempre en las formaciones con su sombrero marinero impecable. El banderín era el distintivo de cada guardia. Amarilla, azul y roja. La presión psicológica, por parte de los más antiguos, no solo se limitaba a las formaciones. Las mesas eran los principales centros de formación para los Guardiamarinas que recién ingresaban a la Escuela Naval. Era deber del recluta servir los alimentos para el resto de los integrantes de la mesa. A la cabeza se encontraba el “dios” o Guardiamarina de cuarto año. Le secundaban dos gamas de tercero y dos de segundo año, respectivamente. En la popa de la mesa estaba el recluta con dos clímacos a ambos lados, los mismos que, durante todo el rancho, le presionaban para que sirva adecuadamente los alimentos e informara de las noticias del día, leídas antes de la formación. El tiempo para servir los alimentos era mínimo y dependía de su habilidad y rapidez terminarlos. Sentarse a cuatro dedos del filo de la silla y subir los alimentos a su boca haciendo un ángulo de noventa grados en cada movimiento eran parte de sus obligaciones. En los primeros días, a la mayoría de reclutas les invadía los nervios, ansiaban correr a sus entrepuentes a cambiarse de chompa marinera, debido a los salpicados de los alimentos en la mesa. Los clímacos aguardaban por aquellos que no cumplían adecuadamente con sus tareas. El patio de cordeles era el lugar escogido para las reprimendas que iban, desde simples conse- 63