NUTRICION=OBESIDAD 5/5/05 18:55 Página 41 NUTRICIÓN INFANTIL PEDIÁTRICA (Acta Pediatr Esp. 2005; 63: 204-207) Obesidad infantil: ¿un problema de educación individual, familiar o social? T. Durá Travé, F. Sánchez-Valverde Visus Servicio de Pediatría. Hospital «Virgen del Camino». Servicio Navarro de Salud/Osasunbidea. Pamplona Resumen Abstract La obesidad infantil y juvenil constituye el trastorno nutricional de mayor relevancia en nuestro medio y un problema sanitario de gran trascendencia. La rapidez con que se está incrementando su prevalencia parece guardar relación con factores ambientales (hábitos dietéticos, vida sedentaria, etc.). El medio escolar, junto al familiar, son los ámbitos educativos de mayor influencia; por tanto, la instauración de programas escolares de Educación Nutricional sería el método idóneo para iniciar y/o consolidar la adhesión psicoafectiva a unas buenas prácticas alimentarias y a estilos de vida saludables. No obstante, este tipo de intervenciones supone un coste social que habría que asumir y, si esto no fuera posible, nos tendríamos que limitar a seguir emitiendo decálogos de buenas intenciones. Title: Childhood obesity: a question of education at the individual, family or social level? Palabras clave Keywords Obesidad infantil, educación nutricional, programa escolar Childhood obesity, nutritional education, school program Introducción Aunque la obesidad es un trastorno multifactorial en cuya etiopatogenia están implicados factores genéticos, metabólicos, psicosociales y ambientales, la rapidez con que se está produciendo el incremento de su prevalencia parece estar más bien en relación con factores ambientales, como hábitos alimentarios poco saludables, junto a una disminución de la actividad física en niños y adolescentes condicionada, en gran medida, por la televisión10-15. En los países industrializados, las deficiencias nutricionales graves en la infancia y la adolescencia prácticamente han desaparecido; sin embargo, en el curso de las últimos años se ha incrementado progresivamente la prevalencia de la obesidad infantil y juvenil, constituyendo el trastorno nutricional de mayor relevancia en nuestro medio y un problema sanitario de gran trascendencia, especialmente si se tiene en cuenta que la mayoría de los adolescentes obesos lo seguirán siendo en la edad adulta, con el riesgo sobreañadido de una mayor morbimortalidad1-6. La prevalencia de la obesidad en la población infantil y juvenil española alcanza la cifra del 14% (15,6% en varones y 12% en mujeres), con una tasa global de sobrepeso del 26%, siendo su frecuencia más acusada en los grupos con menor nivel socioeconómico y educativo7. Además, cabe destacar que la situación nutricional de sobrepeso en la edad escolar supone una situación de riesgo de obesidad para el adolescente, lo que exigiría una valoración clínica y seguimiento, ya que la prevención es uno de los principios generales del tratamiento de la obesidad8, 9. Obesity in childhood and adolescents constitutes the most relevant nutritional disorder in our population and poses a highly important health care problem. The speed with which its prevalence is increasing appears to be related to environmental factors (dietary habits, sedentary lifestyle, etc.). Together, the school and home settings are the most important educational environments; thus, the introduction of programs of dietary instruction in schools would be the ideal method for initiating and/or consolidating a psychological and emotional adherence to good dietary practices and healthy lifestyles. Nevertheless, interventions of this type involve social costs that would have to be assumed. Should this be impossible, our only option would be to go on issuing decalogues of good intentions. 41 El tratamiento de la obesidad es complejo y precisa de un equipo multidisciplinario que combine una dieta adecuada (restricción y/o modificación del aporte alimentario), el incremento de la actividad física y la modificación de actitudes y comportamientos alimentarios: educación personal y/o familiar16, 17. El medio escolar, junto al familiar, son los ámbitos educativos de mayor influencia en la adquisición de unos hábitos alimentarios y estilos de vida que se irán consolidando a lo largo de la infancia y la adolescencia (figura 1). Los hábitos alimentarios y tradicionalmente observados en algunos países del área mediterránea han dado lugar al concepto de dieta mediterránea, representada de manera gráfica por la denominada pirámide nutricional. La dieta mediterránea Correspondencia: T. Durá Travé. Avda. Pío XII, 10, 8.º C. 31008 Pamplona (Navarra). tduratra@cfnavarra.es 204 NUTRICION=OBESIDAD 5/5/05 18:55 Página 42 (Acta Pediatr Esp. 2005; 63: 204-207) Pediatra Dietista Educación sanitaria Enfermera Psicólogo Familia Colegio Actividad física Dieta adecuada Figura 1. Combinación básica del tratamiento de la obesidad 42 está considerada como un prototipo de dieta saludable, cuyos principios básicos deberían ser aplicados a la edad pediátrica y, por supuesto, podrían ser asumidos en nuestro entorno cultural y/o geográfico18-21. Sin embargo, la industrialización y la comercialización de la cadena alimentaria, con una producción cada vez mayor de alimentos procesados, están induciendo una serie de cambios en relación con los hábitos y preferencias alimentarias en amplios sectores de la población, sobre todo en la infancia y la adolescencia22-25. De hecho, los hábitos alimentarios de los adolescentes en nuestro medio reflejan un modelo dietético que, si bien cubre sobradamente las necesidades calóricas de la edad, difiere de manera sensible del prototipo mediterráneo, ya que se caracteriza por un consumo proporcionalmente excesivo de carnes y derivados, así como de azúcares refinados, junto a un consumo proporcionalmente deficiente de cereales, legumbres, verduras, frutas y pescados, y con una deficiente cobertura de algunos minerales y vitaminas, como calcio, magnesio, vitaminas C y D y folatos en los varones, y calcio, magnesio, hierro, vitaminas C y D, riboflavina, niacina, vitamina B6 y folatos en las mujeres26, 27. De las encuestas nutricionales que se han publicado en nuestro país26-31, se desprende la imperiosa necesidad que tiene la población, en general, y más concretamente los escolares y adolescentes, de una educación nutricional teórica y aplicada. Se trataría de establecer normas y guías alimentarias que busquen promover la recuperación de la dieta mediterránea como modelo de dieta saludable, así como impedir y/o aminorar la adquisición de nuevos modelos dietéticos occidentales. Las normas dietéticas que deben aplicarse para conseguir una alimentación equilibrada consistirían, básicamente, en moderar el consumo de carnes y derivados, con lo que se reducirían de manera sensible los aportes de proteínas de origen animal, colesterol y grasas saturadas, e incrementar el consumo de alimentos ricos en hidratos de carbono complejos (pan, pastas, arroz, etc.), legumbres, frutas y verduras, frutos secos y pescado, con lo que se incrementarían los aportes de todos los minerales y vitaminas deficitarias; además de fomentar el consumo de aceite de oliva, principal fuente de grasa monoinsaturada, como única grasa culinaria en lugar de otros aceites vegetales. 205 La televisión (TV) es un factor ambiental que ha contribuido sensiblemente al incremento de la prevalencia de la obesidad infantil en nuestra sociedad, puesto que dedicar mucho tiempo a la TV también supone, en gran medida, dejar de hacer otras actividades de mayor gasto energético, como serían los juegos o el deporte19. Además, la publicidad que acompaña y se intercala en los programas infantiles tiende a transformar los programas en escaparates publicitarios, con el objetivo de estimular el deseo y la necesidad de consumir, y preferentemente, se trata de alimentos de alto contenido calórico. Hoy en día, la TV forma parte de todos los hogares y su visión está considerada como una actividad rutinaria a la que los jóvenes dedican gran parte del tiempo de ocio32. Por tanto, convendría que todas aquellas personas (padres, pediatras, enfermeras, docentes, poderes públicos, etc.) implicadas en la educación de nuestros hijos reflexionaran sobre estos hábitos televisivos, ya que el uso indiscriminado de la TV, además de aumentar la pasividad intelectual y limitar la creatividad, fomenta el sedentarismo y, por tanto, el desarrollo de obesidad33, 34. Los estudios epidemiológicos nutricionales han comprobado reiteradamente cómo los conocimientos adquiridos mediante el esfuerzo pedagógico de los Programas de Educación Nutricional, incluso cuando éstos están dirigidos a una población sensibilizada que demanda información y tienen una excelente disposición para recibirla, a pesar de conseguir una población informada, no se ponen en práctica y, por tanto, no se traducen en consumos reales de alimentos coherentes con los consejos y recomendaciones recibidas35. ¿Dónde radica la dificultad de modificar un hábito alimentario? Los hábitos dietéticos constituyen un referente sociocultural que actúa, muchas veces, como elemento integrador y/o de identidad de los grupos que los practican; por tanto, todas aquellas acciones educativas que estén al margen de esta realidad estarán abocadas al fracaso. Cuando se plantea como objetivo de un programa educativo conseguir hábitos alimentarios permanentes, se tendría que actuar sobre tres niveles: la adquisición de los conocimientos teóricos, necesarios pero no suficientes; la adaptación de las propuestas a la vida cotidiana, que significa una interiorización de la gestión cognitiva; y la adhesión psicoafectiva de las nuevas prácticas que se proponen. La experiencia acumulada de los programas escolares corrobora los efectos beneficiosos que este tipo de intervenciones tienen, al menos a corto y medio plazo, sobre el sobrepeso y la obesidad infantil36-40. Estos programas deberían instaurarse cuando el niño comienza su escolarización, constituyendo el medio escolar, junto al familiar, los lugares más idóneos para iniciar y/o consolidar la adhesión psicoafectiva a unas buenas prácticas alimentarias. Los componentes estructurales de estos programas escolares pueden ser múltiples, pero, básicamente, serían los siguientes (figura 2): NUTRICION=OBESIDAD 5/5/05 18:55 Página 43 Obesidad infantil: ¿un problema de educación individual, familiar o social? T. Durá Travé, et al. Educación nutricional Educación física Comedor escolar Salud pública Obesidad Servicio sanitario Familia Figura 2. Elementos estructurales de un programa escolar de educación nutricional a) En el contexto de un programa escolar, la educación nutricional estaría considerada como un elemento básico al proporcionar los conocimientos teóricos sobre alimentación y nutrición. Es decir, sería deseable que, en la enseñanza obligatoria, existiera una disciplina de alimentación y nutrición cuyo objetivo primordial fuera que los alumnos adquiriesen conceptos claros sobre el valor nutritivo de los distintos grupos de alimentos y hábitos dietéticos saludables. b) Asimismo, se deberían diseñar programas de educación física proporcionados a las diferentes edades y que inculcaran a los alumnos la importancia que la actividad física tiene en la promoción y mantenimiento de la salud. c) La restauración colectiva, y en concreto el comedor escolar, se encuentran en fase de expansión como consecuencia de las nuevas formas de organización familiar y/o social, y cada vez son más las familias que delegan algunas de las comidas de sus hijos en estos servicios y/o empresas. El comedor escolar es uno de los instrumentos más interesantes del programa escolar, puesto que podría contribuir a reforzar un reflejo inmediato de conocimiento adquirido-práctica alimentaria saludable y/o corregida. Es decir, serviría de vehículo de educación sanitaria ya que, a través de él, se adaptarían las propuestas alimentarias teóricas a la vida cotidiana de los jóvenes, contribuyendo sensiblemente a la adhesión psicoafectiva a normas dietéticas saludables. d) Es fundamental que la familia sepa crear unos hábitos de alimentación saludables en sus hijos y que éstos reciban en la escuela la instrucción suficiente para desarrollarlos o modificarlos en el caso de que no fueran correctos. Una implicación activa de los padres, si bien no garantiza el éxito, mejora la eficacia de la gestión pedagógica y la valida positivamente al facilitar la aplicación práctica y adhesión psicoafectiva a los hábitos alimentarios propuestos. e) En las experiencias anglosajonas existía un personal sanitario adscrito a estos programas, médicos y/o enfermeras, encargados de controlar periódicamente los índices nutricionales de los alumnos, así como de dar apoyo psicológico a aquellos casos que lo precisen. f) Por último, considerando que la obesidad es un problema de salud pública de primer orden, se requiere el compromiso formal de todos los sectores implicados (gobiernos, instituciones sanitarias, medios informativos, industria privada, etc.) para que estos programas tengan éxito a medio y largo plazo. Obviamente, la instauración de estos programas escolares supondría un coste social; por tanto, lo que tendríamos que cuestionarnos seriamente es si nuestra sociedad, inmersa en la llamada economía del bienestar, estaría dispuesta a asumir el coste de oportunidad que supone este servicio sanitario, puesto que habría que detraer de otros sectores productivos recursos, bienes y servicios de otra naturaleza que también contribuyen a generar bienestar; y si no fuera posible, nos tendríamos que limitar a seguir emitiendo decálogos de buenas intenciones. Mientras tanto, convendría que los profesionales sanitarios conocieran los hábitos dietéticos de su entorno asistencial para poder intervenir y corregir, en su caso, situaciones de riesgo nutricional, involucrando a toda la familia en las modificaciones de hábitos incorrectos en la alimentación. Los equipos de atención primaria y, más concretamente los pediatras, deberían incluir en su cartera de servicios, dentro de los Programas de Prevención y Promoción de la Salud, junto al control periódico del peso y la talla, una serie de medidas preventivas a aplicar desde los primeros años de vida. Se debería fomentar una actividad física regular y apropiada para cada edad, y reforzar una serie de normas generales de conducta, como respetar los horarios de las comidas, evitar el sedentarismo y aumentar la actividad cotidiana, reducir las horas de televisión, etc. Se trataría de conseguir que los adolescentes llegaran a estar en condiciones de diseñar una alimentación saludable, lo que significaría que estaríamos consiguiendo que las generaciones futuras dispusieran de un excelente instrumento para prevenir la enfermedad y promover la salud, lo que supondría añadir vida a los años y, en definitiva, mejorar la calidad de vida de la población. 43 Bibliografía 1. 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