JUAN AMÓS COMENIO - Instituto Sri Sathya Sai de México

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JUAN AMÓS COMENIO (1592-­‐1670) J. B. Piobetta El año de 1592 señala una fecha privilegiada en la historia de la pedagogía. Mientras se extinguía Montaigne, a los cincuenta y nueve años y medio de edad, en el castillo donde había nacido, venía al mundo, en Niewniz, Moravia, Juan Amos Komenski. Montaigne había dado cien vueltas, sin conseguir, no obstante, una doctrina sistemática ni un plan de organización escolar, a su idea pedagógica dominante: “La mayor dificultad y la importancia de la humana ciencia parecen hallarse en ese sector que se refiere ala alimentación y a la enseñanza de los niños.” Correspondía a Comenio medirse con esta gran dificultad y superarla publicando, en 1657, tras haber editado muchas obras de carácter monográfico acerca de la instrucción y la educación, la Gran didáctica o Tratado del arte universal de enseñar todo a todos. Desde luego, antes de la suya, otras tentativas habían procurado dar a las escuelas una doctrina pedagógica coherente o al menos esbozar, de un modo original, un sistema educativo. Especialmente las de Erasmo, Vives, Rabelais y Lutero no carecen de interés. Comenio, además, no pretende decirnos que su Gran didáctica haya salido provista de todas sus armas de su mente, como Minerva de la cabeza de Júpiter. Él mismo nos confiesa que la idea de poner los cimientos de una reforma pedagógica le fue inspirada por el descubrimiento de la traducción al alemán de la Didáctica de Elías Bodin, descubrimiento que acababa de hacer, en 1627, en la biblioteca del caballero Zilvar de Silberstein, durante su permanencia en los montes de los Giganes, en la frontera silesiana de Bohemia, en medio de sus Hermanos Moravos, que se obstinaban en adherirse al suelo de la Patria martirizada por los soldados de Fernando II. Por otra parte, en su prefacio, menciona con gratitud las obras pedagógicas de Ratich, Lubin, Helwig, Ritter, Bodina, Glaum, Vogel, Wolfstirn, Juan Cecilio Frey y, sobre todo, Juan Valentín de Andrea. No por ello la Gran didáctica deja de ser el primer ensayo importante de sistematización de la pedagogía, partiendo de un principio fundamental, que no es sino la fe ardiente y cándidamente optimista de Comenio en la perfectibilidad del género humano y en el gran poder de la educación sobre el hombre y la sociedad. Estando ya admitido el hecho de que la juventud es el único período en que puede emprenderse la educación del hombre con las mayores posibilidades de éxito, es preciso, proclama Comenio, que haya una escuela materna en todas partes, escuelas elementales en cada distrito, pueblo o aldea, un gimnasio en cada ciudad, una Academia en cada Estado e incluso en cada provincia. Aunque todas estas escuelas sean diferentes –añade-­‐, se aprenderá en ellas las cosas susceptibles de hacer a los hombres verdaderos hombres, a los sabios verdades sabios, y esto según la edad y el grado de preparación anterior, que tenderá siempre a elevarse. Si le es posible, el niño recorrerá sucesivamente los cuatro grados de la organización escolar. Pero, en el pensamiento de Comenio, los estudios deben regularse en la escuela elemental de tal suerte que, al abandonarla, el alumno posea una educación general que le permita ir más lejos. Desde los primeros años de su vida el niño debe adquirir algunas nociones elementales de todas las ciencias que ha de estudiar más tarde. Se atraerá su mirada sobre todos los objetos que lo rodean y se ejercitará su naciente reflexión en trabajar sobre estas intuiciones. Ésta es la misión que atañe hasta los seis años, a la escuela maternal (Didáctica Magna, cap. XXVIII), para la que Comenio compuso, con el título Informador de la escuela del regazo maternal, un opúsculo donde se exponían, una tras otra, todas las nociones que es necesario procurar al niño y se indicaban las ocasiones que es preciso aprovechar, así como las reglas que deben observarse, en palabras y actos, para enseñarle los primeros elementos. Instituto Sri Sathya Sai de México, A.C. www.valores-­‐mexico.org COMENIO En lo que se refiere a la escuela elemental, debe preparar al niño, de seis a doce años, ya a la vida práctica, ya a los estudios superiores. Comenio dice que deben asistir a ella no sólo los hijos de campesinos o de obreros, sino también los hijos de los burgueses o los de los nobles. Toda la juventud –escribe-­‐ debe ser confiada en un principio a la escuela nacional, aunque algunos, como Zopper y Absted, opinen lo contrario y aconsejen que se envíen a ella únicamente chicos y chicas que tendrán en seguida profesiones manuales . . . Pero a nosotros, nuestra doctrina pedagógica y nuestro método nos obligan a pensar de otro modo (Didáctica Magna, cap. XXIX). Tratándose de dar a todos los niños una instrucción general que pueda formar todas las facultades del hombre, Comenio piensa que es necesario conducirlos juntos hasta donde sea posible, con objeto de que se animen, se estimulen y se acrisolen mutuamente, formándose así en todas las virtudes, entre ellas la modestia, la diligencia servicial, la fraternidad y la solidaridad. Pero está persuadido, sobre todas las cosas, de que pretender determinar demasiado pronto la vocación de cada uno, ya hacia los trabajos científicos y literarios ya hacia los simplemente manuales, es un acto de precipitación, porque antes de los trece o catorce años de edad no se manifiestan aún claramente ni las fuerzas de la “inteligencia”, ni las “inclinaciones del alma”. “Unas y otras –añade-­‐ se revelan mucho más tarde.” Por otra parte, Los hijos de los ricos, de los nobles o de los que ejercen una magistratura no son los únicos que han nacido para ocupar análogas situaciones y para que solamente a ellos se les abran puertas de la escuela latina, rechazando a los otros como si de ellos no pudiera esperarse nada. El espíritu se alienta donde quiere y cuando quiere (Didáctica Magna, cap. XXIX). Así con un vigor hasta entonces desconocido y que produjo escándalo, amonesta a los que pretenden mantener a las mujeres alejadas de los estudios científicos y literarios. Las mujeres están dotadas de una inteligencia ágil y fina que las hace aptas para comprender la ciencia igual que los hombres y frecuentemente incluso mejor que los hombres. Es preciso, pues, instruirlas en cuanto importa que sepan y no sólo para su propia felicidad, sino también para la de la familia y la nación. Si alguien viene a decirme: ¿a dónde iremos a parar si hasta las mujeres se dedican a los estudios? Yo contesto: si se les procura, con un buen método, esta instrucción y esta educación generales, obtendrán lo que necesitan para pensar y proceder bien. Por otra parte, entre las fatigas del trabajo, podrán organizarse de un modo inteligente sus ocios, que son actualmente una fuente de perdición (Didáctica Magna, cap. IX). El hecho de que existan inteligencias naturalmente débiles y limitadas no constituye para Comenio un obstáculo para la instrucción general, sino, por el contrario, una obligación de cultivar todos los ingenios. Cuanto más débil y estúpido sea intelectualmente un niño, tanto más necesita que lo ayuden para redimirse de su estupidez y curarse de su debilidad. Según Comenio, no es posible hallar un espíritu tan desgraciado que no pueda mejorar poco a poco merced a la cultura. Aunque los débiles y los tontos no hicieran ningún COMENIO progreso en sus estudios, al menos sus costumbres quedarían algo pulidas. “No debe, pues, excluirse a nadie de los beneficios de la educación y la instrucción” (Didáctica Magna, cap. IX). El fin de la escuela elemental es cultivar en los niños la inteligencia, la imaginación y la memoria. Conviene, por tanto, enseñarles a leer corrientemente, a escribir con una escritura regular al principio, después rápida, y procurarles ortografía. Además, el plan de estudios abarca la aritmética, nociones de geometría, los hechos esenciales de la historia universal, la cosmografía y la geografía, especialmente de la geografía local y nacional, elementos de ciencias económicas y políticas que permitan adquirir un conocimiento suficiente de la organización de la ciudad y el Estado, de dibujo, canto, y, si es posible, de música instrumental, de catecismo y de la Biblia, así como principios de la moral teórica y de su aplicación práctica en la vida. Por último, Comenio insiste en que en los programas se reserve un lugar importante a la enseñanza de los principios de las artes mecánicas y los trabajos manuales con objeto de facilitar a los alumnos la elección de un oficio. Para las seis clases que componen la escuela elemental, Comenio había redactado sendos manuales que contenían las materias prescritas para cada uno aplicando así los principios de la instrucción concéntrica. Comenio no quiere que haya más de cuatro horas de clase al día, dos por la mañana y dos por la tarde; las de la mañana dedicadas al cultivo de la inteligencia y la memoria, y las de la tarde a los ejercicios manuales y orales. El resto del tiempo debe reservarse a los recreos, ejercicios físicos, trabajaos domésticos y a la preparación de las tareas. Como la escuela elemental, la escuela latina o gimnasio (Didáctica Magna, cap. XXX) (de doce a dieciocho años) está dividida e seis clases: I) de gramática; 2) de física; 3) de matemáticas; 4) de moral; 5) de didáctica, y 6) de retórica. En estas seis clases la enseñanza conserva la forma concéntrica y abarca: gramática de la lengua materna, del latín, del griego y del hebreo, didáctica, retórica, aritmética, geometría, dibujo, teoría musical, canto y música instrumental, astronomía, física, geología, zoología, botánica, mineralogía y anatomía, y otras materias cuyo estudio prescribe Comenio con mira a sus aplicaciones prácticas, como medicina, agricultura, artes mecánicas. Este programa se completa con la enseñanza de la geografía general, la historia de las costumbres, instituciones, invenciones y hombres ilustres de diversos países, la historia nacional, y la moral en su aplicación a la vida de la familia, el Estado y la Iglesia. Las cuatro horas de enseñanza cotidiana se reparten de esta manera: las dos horas de la mañana se dedican a la ciencia o al arte que constituya la disciplina fundamental de la clase; la primera hora de la tarde está reservada a la historia y la segunda a las demás materias y especialmente a los ejercicios de estilo y de dicción y a los trabajos manuales. Al cabo de seis años de escuela latino, los alumnos, si no poseen los conocimientos perfectos que aún no se les puede exigir, habrán al menos adquirido los conocimientos necesarios para abordar, en la universidad, los estudios superiores. Comenio deplora que los futuros teólogos, hombres de Estado, abogados, médicos, etc. Descuiden los estudios metafísicos que son los únicos que procuran precisión al juicio y al pensamiento,. Desea para ellos mayor amplitud de espíritu, más cultura general. En cuanto ala filosofía le gustaría verla COMENIO enseñado “ut siva viva rerum imago occultaque animorum ad vitae negotia dispositio” (Pansophiae prodromus, 32). Aunque su método no se extiende al a enseñanza que se da en la Academia, desde los dieciocho a los veinticinco años, Comenio le dedica en la Gran Didáctica un breve capítulo para expresar los votos que formula a este propósito. Ante todas las cosas, insiste en que sólo sean admitidos en los estudios superiores a los jóvenes de agudo ingenio, que demuestren disposiciones especiales a la vez que una asiduidad, una perseverancia y una moralidad perfectas. “Las Academias –recomienda-­‐ no deben tolerar la presencia de falsos estudiantes, que desperdician su tiempo y su dinero en la ociosidad y el placer y dan un pésimo ejemplo a los otros” (Didáctica Magna, capítulo XXI). Antes de abandonar la escuela latina, los alumnos se someterán, pues, a un examen que permita distinguir quiénes son aptos para emprender los estudios universitarios. Los demás, incluso por su propio interés, procederán cuerdamente escogiendo una profesión de acuerdo con sus aptitudes y su gusto. En cuanto a los que hayan sido admitidos en la Academia, se consagrarán exclusivamente y con toda su energía ala ciencia especial que hayan escogido. A tal efecto es preciso que el Estado procure la ayuda material necesaria a los estudiantes bien dotados que pertenezcan a las clases pobres (Didáctica chec, cap. XXVII; Didáctica Magna, cap. XXXIII). Comenio propone que la enseñanza superior, como la primera y la segunda enseñanza, siga una graduación metódica en las materias que comprende. Por ejemplo, los estudios filosóficos constarán de una introducción de la filosofía, una exposición general de los sistemas, es estudio de los autores y, por último, las investigaciones libres. Los estudios hechos en la Academia deben ser sancionados por rigurosos exámenes públicos. Por otra parte, durante o tras el período de seis años de estudios superiores, pero nunca antes, el estudiante viajará por el extranjero para enriquecer su conocimiento del mundo. Tal es, a grandes rasgos, el plan de reforma de la organización escolar expuesto en la Gran Didáctica. Largamente desarrollada en esta obra la doctrina pedagógica de acuerdo con la cual se estableció este plan descansa en los principios filosóficos contenidos en la Sabiduría universal o Pansofía, que no es sino un resumen de los conocimientos universales llevados metódicamente a sus más esenciales principios. Comenio piensa que, condensándolos en fórmulas precisas y simples, hace que estos conocimientos sean accesibles a todos los hombres. Presentadas en sus diferentes aspectos y en sus relaciones recíprocas, las verdades se encadenan y forman un todo coherente, un armonioso conjunto, En el espíritu de Comenio la pansofía de la que se cree iniciador, puede, por sí sola, apresurar el progreso moral, intelectual y espiritual del hombre, que se elevará gradualmente y se acercará así poco a poco a las cumbres esclarecidas por la divina luz. Sin embargo, Comenio no fue el único, en sus días, que pensó en una Sapientia universalis seu universalis rerum cognitio. En aquella época era corriente tal tendencia. Descartes aparece animado del mismo espíritu que Comenio cuando escribía a Mersenne, en marzo de 1626: “Con objeto de que sepáis lo que deseo publicar, constará de cuatro tratados, los cuatro franceses, y el título general será: ‘Proyecto de una ciencia universal que pueda elevar nuestra naturaleza a su más alto grado de perfección’” (Descartes, Obras. Ed. De Adam y Tannery, I, p.339). COMENIO La teoría pedagógica de Comenio, en la media en que se inspira en este principio cartesiano, exige que cada etapa del saber arque un conjunto completo que será el punto de partida de un nuevo estudio más alto, más profundo y más extenso (Didáctica Magna, XVI, 45, I). Esta progresión e círculos concéntricos supone, pues, que la formación intelectual ha comenzado por la enseñanza de los principios elementales, indispensables para la adquisición de universales conocimientos. El espíritu comprende más tarde los diversos principios y los compara; luego pasa del análisis a la crítica y al juicio; en seguida, habiendo elegido ya entre sus conocimientos, deduce aplicaciones prácticas, y ante él se abre el inmenso dominio de las investigaciones originales. Comenio quiere decir así llevar a sus alumnos a no preguntar nada sin reflexionar primero, a no creer nada sin pensar, a no hacer nada si juzgar, pero a hacer lo que sabe que es bueno, verdadero y útil… Fragmento de Juan Amós Comenio, en Los grandes pedagogos, Fondo de Cultura Económica, México, 1996. BIBLIOGRAFÍA • 1627-­‐1632, Didáctica checa • 1628 (?)-­‐1631, La escuela del regazo maternal • 1628-­‐1631, Janua lingurum reserata. Esta obra ha tenido innumerables ediciones en doce lenguas europeas y en muchas lenguas orientales. La primera edición en lengua francesa data de 1637, la segunda de 1642, la tercera de 1815 y la cuarta de 1898, que lleva por título: La puerta de oro, en traducción de A.C. Vernier. • 1643-­‐1648, Linguarum mthodus novissima. • 1645, Schola pasofica. • 1653, Leges scholae bene ordinatae • 1654, Orbis sensualis pictus. Existen traducciones en todas las lenguas europeas, menos en francés. • 1657, Didáctica Magna, en Opera didáctica omnia. La Gran didáctica ha sido traducida y editada muchas veces en casi todas las lenguas. La única traducción francesa es la publicada en 1952 por Presses Universitaires de France. • 1666, De rerum humanarun emendatione. 
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