Yo sólo creo en un Dios que sabe bailar. (Friedrich Nietzsche) La viuda del funcionario. El funcionario viudo. Paqui, la del ultramarino y su amiga Pepa. Pepe, el de la óptica y su amigo Paco. La divorciada de buen ver. El macarrón de andar por casa. La bailona impenitente. El que va a cursos de baile a ver si pilla. Maria, la de Rafelbunyol y su novia, Vicentita. Vicentín, el de Llombai y su novio, Mario. La bibliotecaria barbuda. El literato lampiño. La monja exclaustrada. El cura sin alzacuellos. La putilla a la que igual le da ocho que ochenta. El mecánico de uñas negras. El mariquita “putavieja”. La lesbiana “camionero”. El chorizo compulsivo. La setentona despistada. La boticaria bizca. El representante tuerto. Loli, la de Alfafar y su amiga Juana. Juan, el de Silla y su amigo Lolo. La pensionista noruega que emigró para morir al sol. El gigoló treintañero. La separada que no quiere volver a oír hablar de su Rafa. El abandonado que aún espera que su Maruja vuelva. La pirada de los perros. El alérgico a los gatos. La sudamericana en paro. El coronel que no tiene quien lo cuide. La solterona salida. El castigador que no se come un rosco. La tía buena trasnochada. El ejecutivo venido a menos. La pajillera manca. El onanista zurdo. La anoréxica glotona. El obeso a régimen. La reina del twist. El rey de la yenka. El putero recién cobrado. La meretriz a dos velas. La cincuentona ninfómana. El sesentón impotente. El morito sonriente. El ama de casa insatisfecha. El extremeño alcohólico. La catalana cocainómana. El republicano de derechas. La monárquica de izquierdas. Juli, la del horno con su amiga Feli. Félix, el de la ortopedia con su amigo Julio. El maltratador convicto. La maltratada reincidente. La divorciada de no tan buen ver. El solterón desesperado. El chulo sidoso. La madame retirada. El administrativo atlético. La taquimecanógrafa pícnica. El barítono sifilítico. La mezzo gonorreica. El esquizofrénico vasco. La psicóloga gallega. La enfermera prejubilada. El hipocondríaco solitario. Carmen, la del quiosco y su amiga Andrea. Andrés, el de la papelería y su amigo Carmelo. Revueltos, pero no juntos, esperan, como cada jueves a las siete de la tarde que, durante unas horas, se los trague el frenesí de la música y la oscuridad de la discoteca; la cual, por cierto, «ya debería estar abierta», comenta la ‘Inconmensurable reina del trapecio’ ––hoy retirada–– con el ‘Insuperable hombre bala’ ––despedido, preciosamente, anteayer. (Malilla, L’Horta, veinticuatro de noviembre de dos mil trece)