ALFRED LÁPPLE EL MISTERIO DEL CORDERO Das Geheimnis des Lammes. Das Christusbild der Of fenbarung des Johannes, Bibel und Kirche, 39 (1984) 53-58 La figura de Jesús en el Apocalipsis de Juan La cristología del nuevo testamento, lejos de ser uniforme y unidimensional, se nos ofrece por el contrario como un conjunto dinámico de cristologías que se completan, se continúan y a veces incluso se corrigen unas a otras; hay que tenerlas en cuenta conjuntamente, sin perder de vista la tensión dialéctica entre ellas. Dentro de esta presentación cristológica polícroma, la figura de Jesús ocupa una categoría destacada en el Apocalipsis de Juan, quizá incluso un lugar excepcional, debido a su carácter de revelación mística que no permite esperar una explicación cristológica de carácter didáctico. Notas sobre la forma lingüística En primer lugar observamos que, a diferencia de lo que ocurre con la palabra "cristología", la expresión "figura de Jesús" en general manifiesta una cierta sinceridad y colorido, y tal vez incluso una emotividad. La figura de Jesús interesará a inteligencia y corazón. Suscitará sorpresa existencial y compromiso personal. Será un impulso duradero en la meditación y en la vida. La expresión "cristología", por el contrario, da a entender limitación intelectual, definición abstracta, ecuanimidad y claridad, tal como ocurre a veces en los dogmas cristológicos. Ciertamente imagen de Jesús y cristología tienen que ver entre sí. La imagen de Jesús necesita la cristología para que sus perfiles no se desdibujen. La cris tología necesita la imagen de Jesús para no quedar sola en ocasión de las discusiones y análisis de la teología. La figura de Jesús en el Apocalipsis de Juan muestra en su raíz lingüística y en su forma de lenguaje una triple acuñación. La primera acuñació n se la ha dado el colorido del antiguo testamento. En casi todos los versículos y capítulos hay una relación de argumento o de lenguaje con el antiguo testamento; y se ve claramente que éste es fuente de inspiración del nuevo testamento. La segunda acuñación se debe al género visionario de este libro, el único profético del nuevo testamento, que se expresa con asombrosa abundancia de imágenes, símbolos y escenas dramáticas. La tercera acuñación la ha recibido de la liturgia, que alaba a Dios con himnos, doxologías y gran cantidad de nombres de majestad y títulos de soberanía. Por tanto se puede hablar con razón de una figura de Jesús del Apocalipsis; esta figura de Jesús se manifiesta con precisión y exactitud teológica y la encontramos en numerosos pasajes y símbolos que contienen conceptos cristológicos de gran madurez. La figura de Jesús como lo fundamental El Apocalipsis de Juan sin la figura de Jesús se desintegraría en escenas incoherentes. La figura de Jesús, siempre presente, engarza como perlas las imágenes, las escenas y los símbolos, y mantiene un equilibrio sereno en medio de lo dramático. ALFRED LÁPPLE Jesucristo será designado con derecho con su primer título "el testigo fiel" (Ap 1,5; 2,13; 3,14). En los estremecedores cambios y desconciertos de los acontecimientos, la fidelidad de Jesús es el contrapunto que persiste. El testigo fiel Jesucristo está presente cuando todo parece fracasar y cuando parece que el poder de las tinieblas empieza a triunfar sobre la comunidad de los cristianos. En el misterio de la salvación, la fidelidad y el testimonio de Jesús suscitan su resurrección. El es "el primogénito de entre los muertos" (Ap 1,5). Jesús ha cumplido su propia palabra y por su resurrección y las apariciones sucesivas ha borrado el escándalo de la cruz. Ya todo poder político queda y quedará sin fuerza ante el resucitado así como ante la comunidad de sus discípulos. Lo que este Jesús significa para su comunidad queda claro en la afirmación siguiente: "El nos ama, nos ha liberado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,5b-6). La dignidad que Jesucristo da a los suyos es única e incomparable. Sin embargo, liberarnos de culpa y reconciliarnos con Dios no es el objetivo final. Liberación y reconciliación se dirigen a la liturgia grande y definitiva de alabar y glorificar a Dios "por los siglos de los siglos" (Ap 1,6). La comunidad de los creyentes aquí en la tierra está en una situación de espera y su tema dominante fundamental es "Maranatha" (Ap 22,7.12.17.20). Es la oración del fiel, que se pronunciará en toda circunstancia y a pesar de todo, porque los cristianos pueden fiarse siempre de Jesucristo, el testigo fiel, incluso en la situación más desesperada. El misterio del cordero El título de dignidad "cordero" forma parte de las denominaciones favoritas empleadas en el Apocalipsis de Juan. Este símbolo, ya conocido en el antiguo testamento, sigue apareciendo en los escritos del nuevo testamento; en la visión de Jesús del Apocalipsis de Juan alcanza su más alta expresión. Sólo el cordero inmolado es digno de abrir los siete sellos del libro (Ap 5,6.12). Al ser quitados los sellos empieza la época del tiempo final con sus múltiples conmociones, pruebas y amenazas. Mientras todo el universo es sacudido hasta sus fundamentos y parece que un reino demoníaco del anticristo lo domina todo, el cordero que está en medio del trono de Dios (Ap 5,6-7.13) se manifiesta como ejecutor de la voluntad divina y del plan de salvación. Por el hecho de que el vidente ve al cordero como degollado (Ap 5,6) queda cristificado. Entonces pueden asociarse también bajo este aspecto los otros conceptos ya conocidos, el siervo de Dios que expía y el cordero pascual. En el lenguaje simbólico se pueden suscitar muchos pensamientos, pero el cordero del Apocalipsis evoca ante todo los rasgos de soberanía victoriosa. La figura apocalíptica simbólica del cordero por consiguiente, no hay que referirla sólo al siervo de Dios crucificado. Ella posee una transparencia múltiple al permitir manifestar tanto el anonadamiento de la cruz como la gloria de su exaltación, e incluye la riqueza histórica de Jesucristo hecho hombre, crucificado y resucitado. La boda del cordero Como después de una fuerte tempestad de pronto aclara y brilla un cielo azul, de modo parecido cambia totalmente la escena en el Apocalipsis de Juan desde el capítulo 20 ALFRED LÁPPLE hasta el 21 y 22. Hasta ahora la turbulencia del tiempo final que tendía siempre hacia nuevos puntos culminantes mantenía en vilo la expectación del lector. Esta turbulencia atroz fue vencida cuando el cordero abrió los siete sellos (Ap 6,1 ss) hasta desenmascararla del todo en el juicio final (Ap 20, 11-15). Entre ambos versículos (Ap 20,15 y Ap 21,1) se introduce un silencio lleno de esperanza. Ahora no sólo ocurre un cambio total de escena. Ahora todo lo que Dios en amor y bondad regala a su creación salvada alcanza su punto culminante, permanente e insuperable. Después de todos los acontecimientos terribles empieza una época nueva y definitiva en la historia de la salvación: " Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron" (Ap 21,1). No sólo la escena exterior cambia. También la figura de Jesús empieza repentinamente a brillar con un esplendor completamente nuevo. Como cuando el sol disipa gradualmente la luz de una vela, así un brillo suave de un amor indescriptible y sin límites se superpone a las imágenes. Ahora se revela el verdadero rostro de Jesucristo, porque el amor de Dios ha habitado entre los hombres. Jesús quiere regalar a los hombres un gran amor y solo amor, como vemos muy claramente en sus consecuencias en los dos últimos capítulos del Apocalipsis de Juan. El corazón de Jesús habla de la "novia" (Ap 21,2), del corazón de su "novia" (Ap 21,2.9; 22,17), de la humanidad redimida, de la nueva Jerusalén (Ap 21,2.10). En las imágenes que se precipitan y se reemplazan continuamente por otras distintas se busca transcribir lo inefable del amor de Cristo. La boda del cordero con la nueva Jerusalén puede verse en la mística de la boda y de la novia, que ya resuena con majestuosos acordes en el antiguo testamento (Is 50,1; 54,5; 62,5). El amor y la comunidad conyugal en el antiguo testamento son siempre imagen de la alianza entre Dios e Israel. Estas manifestaciones alcanzan su culminación en el nuevo testamento (Ef 5,22-6,9) en donde se encarece el amor, la solicitud y la compenetración de Cristo con su iglesia. La comunidad de la gracia y del amor está cimentada en "los de las doce tribus de los hijos de Israel" (Ap 21,12) y en "los nombres de los doce apóstoles del cordero" (Ap 21,14). A él pertenece aquella "muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9). La proclamación de la "boda del cordero" (Ap 19,7.9) participa del secreto de la boda mística eterna, ya que el esposo, Cristo, y la esposa, el pueblo de Dios, "se hacen una sola carne " (Gen 2,24). El catálogo entero de las piedras preciosas conocidas en la antigüedad (Ap 21, 19-21) no alcanza para poder describir el amor de Cristo y de la comunidad salvada. En otra visión se manifiesta la magnificencia del comienzo del paraíso (Ap 22,1-5.14.19) para poder atisbar los designios del amor de Dios con la creación. Es una liturgia de boda grandiosa, sin fin (Ap 21,1-22,5) que será transcrita con balbuceo de asomo gozoso. Ahora el grito " Maranatha" (Ap 22,12.17.20) ya no es un grito de la oscuridad de Dios y de persecución. Es el grito de júbilo por el amor de Jesús al pueblo de Dios, y nuevamente de la esposa que ama al esposo. Se cumple lo que está escrito de la bienaventuranza del cielo, "...lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2,9). Tradujo y extractó: MONTSERRAT SEGARRA