Historia y antología de la literatura hispanoamericana - Santiago Velasco ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― CAPÍTULO 4. Literatura de la independencia 4.1. Introducción En 1810 se producen los primeros levantamientos en México ―y en general en toda Hispanoamérica―, en medio de un ambiente de liberalidad motivado por hechos como la Constitución norteamericana (1787), la Revolución Francesa (1789-1799) y las Cortes de Cádiz (1810-1814). Entre 1811 y 1825, todas las colonias españolas en América ―con excepción de Cuba y Puerto Rico― declaran su independencia. Sin embargo, con la vuelta de Fernando VII al trono español en 1813 y la restauración del absolutismo (18141820), los ejércitos españoles se lanzan a la reconquista de los territorios sublevados. En todas las colonias americanas se impone el autoritarismo como forma de restituir el orden, lo que dará origen a la figura política y literaria del “dictador sudamericano”. Estos hechos hacen que se empiece a forjar una mala imagen de España en la conciencia de los americanos, como nación fanática e intolerante, por oposición a la ilustración americana. En este ambiente surge la prominente figura de Simón Bolívar, que se convierte en el “Libertador” de América al liderar la lucha por la independencia que cristalizó en el nacimiento de los primeros estados americanos entre 1821 y 1824. Estos sentimientos de libertad y rechazo hacia España darán paso durante la primera mitad del siglo XIX a la literatura de la independencia hispanoamericana, en la que escritura, sociedad y política están íntimamente relacionadas y los escritores muestran su preocupación por destacar los aspectos costumbristas de la realidad y realizar una crítica social y moral de su entorno. Uno de los personajes decisivos para la configuración de esta nueva literatura hispanoamericana es el humanista venezolano Andrés Bello (1781-1865), maestro del libertador Simón Bolívar y artífice directo en el proceso que conduciría a la independencia de Venezuela en 1811. En Londres, en donde residió entre 1819 y 1829 en misión diplomática para recabar la ayuda de las potencias europeas en su lucha con España, Bello publicó dos revistas literarias que servirían de impulso a las letras hispanoamericanas (en particular, a una poesía patriótica inspirada en los valores propios): La biblioteca americana (1823) y El repertorio americano (1826). 4.2. La emancipación cultural de Hispanoamérica El período comprendido entre 1800 y 1830, con el auge del espíritu patriota e independentista en las colonias americanas, representa el punto culminante del Neoclasicismo hispanoamericano, que se refleja fundamentalmente mediante una poesía que canta a la belleza natural del Nuevo Continente. Con Argentina como principal foco de irradiación, los escritores recuperan los valores artísticos de la cultura clásica, al tiempo que critican la realidad social de Hispanoamérica. A partir sobre todo de la década de 1830, los contactos culturales con Inglaterra y Francia hacen que el 37 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― Neoclasicismo de comienzos del siglo XIX ceda terreno progresivamente ante el Romanticismo, que dominará el panorama literario de Latinoamérica hasta finales del siglo XIX (especialmente en el terreno de la poesía), con Argentina y México como principales centros de difusión. Los románticos hispanoamericanos, a diferencia de los europeos, no miraban hacia el pasado con aire sentimental, sino que se centraban en un futuro lleno de esperanza y progreso tras la conquista de su independencia. En una primera etapa de este movimiento, conocida como “Romanticismo social” (1830-1860), las luchas contra el poder tiránico dan lugar a una literatura impetuosa de marcado carácter político en la que se exalta la libertad del individuo frente a la opresión de las autoridades; con la llegada al poder de los liberales, que instauran el orden y el progreso en los países americanos, el llamado “Romanticismo sentimental” (1860-1890) recupera su pureza y subjetivismo original y se fusiona con otro movimiento literario iniciado a mediados del siglo XIX bajo la influencia del Realismo español, el Costumbrismo, que busca reflejar las costumbres y tradiciones locales. 4.3. Neoclasicismo tardío La ficción narrativa —censurada durante el periodo colonial por su peligrosa carga de crítica social y repudiada durante el Siglo de las Luces por su carácter fantástico— comienza a cultivarse durante el Neoclasicismo del primer tercio del siglo XIX de la mano de escritores como el mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), autor de la primera novela publicada en Hispanoamérica: El Periquillo Sarniento (1816). De la obra de Lizardi puede decirse que en realidad inicia y concluye al mismo tiempo la narrativa neoclasicista hispanoamericana, pese a que otros prosistas cultivaron subgéneros afines, como el ensayista hondureño José Cecilio del Valle (1780-1834), notable por sus descripciones del paisaje americano y gran defensor de la unidad del continente frente al despotismo —como demuestra en su ensayo Soñaba el abad de San Pedro (1822). La poesía neoclásica decayó en los primeros decenios del siglo XIX, debido a que el recurrente tema patriótico se hacía excesivamente retórico. Las escasas muestras de calidad lírica las proporcionaron el venezolano Andrés Bello (1781-1865) —autor de unas de las obras más simbólicas de la poesía hispanoamericana, Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826)— y el argentino Juan Cruz Varela (1794-1839) —cultivador de una poesía crítica con la dictadura de Juan Manuel de Rosas (1829-1852), como demuestra en El 25 de mayo de 1838. 4.4. Andrés Bello Andrés Bello López (Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865), intelectual, filólogo, poeta y político venezolano, está justamente considerado como el padre de la nueva América. Por su cultura, su racionalidad y su afán constructivo, es el representante más cualificado del neoclasicismo americano del primer tercio del siglo XIX. Tras ejercer de maestro del libertador Simón Bolívar y participar activamente en la declaración de independencia de Venezuela en 1811, Bello se convirtió en uno de los 38 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― principales mecenas de las letras hispanoamericanas tras crear en Londres —en donde ejerció como emisario diplomático del recién creado gobierno venezolano— dos revistas literarias fundamentales para propagar la nueva literatura americana (en particular la poesía de tema patriótico): La biblioteca americana (1823) y El repertorio americano (1826). Tras la independencia de Chile, Bello se desplazó en 1829 a este país para organizar la legislación del nuevo estado, que se convirtió de esta manera en la segunda patria del escritor venezolano hasta su muerte. Bello participó activamente en la difusión de la literatura neoclásica hispanoamericana mediante la publicación de sus propios artículos y poemas en las revistas literarias que fundó en Londres. Dentro de su producción lírica, destacan el poema épico Silvas americanas (1826) y la famosa oda Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826), en la que Bello alaba las características de la naturaleza americana y hace un llamamiento a la juventud para que recupere los valores tradicionales del campo. Desde el rigor científico y una sincera preocupación por la conservación de la lengua común Andrés Bello americana, escribió una Gramática de la lengua castellana (1847) que representa el primer estudio lingüístico del español de América. En 1843, Bello comenzó a trabajar en una monumental Filosofía del entendimiento, en donde recogió las reflexiones filosóficas y metafísicas de sus anteriores ensayos, aunque no pudo completarla en vida y fue publicada tras su muerte, en 1881. El siguiente fragmento, correspondiente a las dos primeras estrofas del poema Silva a la agricultura de la zona tórrida, ilustra el estilo neoclásico de Andrés Bello, caracterizado por la belleza estética y el amor a la naturaleza: ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes! Tú tejes al verano su guirnalda de granadas espigas; tú la uva das a la hirviente cuba; no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, a tus florestas bellas falta matiz alguno; y bebe en ellas aromas mil el viento; y greyes van sin cuento paciendo tu verdura, desde el llano que tiene por lindero el horizonte, hasta el erguido monte, de inaccesible nieve siempre cano. y el perfume le das, que en los festines la fiebre insana templará a Lico. Para tus hijos la procera palma su vario feudo cría, y el ananás sazona su ambrosía; su blanco pan la yuca; sus rubias pomas la patata educa; y el algodón despliega al aura leve las rosas de oro y el vellón de nieve. Tendida para ti la fresca parcha en enramadas de verdor lozano, cuelga de sus sarmientos trepadores nectáreos globos y franjadas flores; y para ti el maíz, jefe altanero de la espigada tribu, hincha su grano; y para ti el banano desmaya al peso de su dulce carga; 39 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales; tú en urnas de coral cuajas la almendra que en la espumante jícara rebosa; bulle carmín viviente en tus nopales, que afrenta fuera al múrice de Tiro; y de tu añil la tinta generosa émula es de la lumbre del zafiro. El vino es tuyo, que la herida agave para los hijos vierte del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, que, cuando de süave humo en espiras vagorosas huya, solazará el fastidio al ocio inerte. Tú vistes de jazmines el arbusto sabeo, el banano, primero de cuantos concedió bellos presentes Providencia a las gentes del ecuador feliz con mano larga. No ya de humanas artes obligado el premio rinde opimo; no es a la podadera, no al arado deudor de su racimo; escasa industria bástale, cual puede hurtar a sus fatigas mano esclava; crece veloz, y cuando exhausto acaba, adulta prole en torno le sucede. Mas ¡oh! ¡si cual no cede el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, y como de natura esmero ha sido, de tu indolente habitador lo fuera! Silva a la agricultura de la zona tórrida 4.5. José Joaquín Fernández de Lizardi El periodista y escritor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) ocupa un destacado lugar en la literatura de la independencia, ya que es el autor de la primera novela hispanoamericana moderna: El Periquillo Sarniento (1816). Esta obra pertenece al género de la novela picaresca española, con un protagonista-narrador que relata su vida en forma autobiográfica, desde su juventud como pícaro hasta sus reflexiones morales en la vejez, si bien el deseo de escapar a la corrupción de su entorno conduce a su redención final. A pesar del trasfondo moralizante y la crítica de la hipocresía social en las postrimerías del Virreinato de Nueva España, El J. J. Fernández de Lizardi Periquillo Sarniento posee un indudable valor literario gracias a sus elementos costumbristas, su humor y la vivacidad de sus descripciones. Otras dos novelas picarescas en las que Lizardi refleja sus ideales de hombre comprometido con la lucha por las reformas en México son La Quijotita y su prima (1818) y Don Catrín de la Fachenda (1832). Su autobiografía Noches tristes y día alegre (1818) contiene los primeros gérmenes del romanticismo mexicano. El siguiente fragmento de El Periquillo Sarniento ilustra el primer encuentro del protagonista, Pedro Sarmiento, con el defectuoso entorno social que le rodea (representado por un maestro incompetente), circunstancia que da pie a una serie de reflexiones morales y consejos prácticos a sus hijos: Capítulo II En el que Periquillo da razón de su ingreso a la escuela, los progresos que hizo en ella, y otras particularidades que sabrá el que las leyere, las oyere leer, o las preguntare 40 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― Hizo sus mohínas mi padre, sus pucheritos mi madre, y yo un montón de alharacas, y berrinches revueltos con mil lágrimas y gritos; pero nada valió para que mi padre revocara su decreto. Me encajaron en la escuela mal de mi grado. El maestro era muy hombre de bien; pero no tenía los requisitos necesarios para el caso. En primer lugar era un pobre, y emprendió este ejercicio por mera necesidad, y sin consultar su inclinación y habilidad; no era mucho que estuviera disgustado como estaba, y aun avergonzado en el destino. Los hombres creen (no sé por qué) que los muchachos, por serlo, no se entretienen en escuchar sus conversaciones ni las comprenden; y fiados en este error, no se cuidan de hablar delante de ellos muchas cosas que alguna vez les salen a la cara, y entonces conocen que los niños son muy curiosos, y observativos. Yo era uno de tantos, y cumplía con mis deberes exactamente. Me sentaba mi maestro junto a sí, ya por especial recomendación de mi padre, o ya porque era yo el más bien tratadito de ropa que había entre sus alumnos. No sé qué tiene un buen exterior que se respeta hasta en los muchachos. Con esta inmediación a su persona no perdía yo palabra de cuantas profería con sus amigos. Una vez le oí decir platicando con uno de ellos: «sólo la maldita pobreza me puede haber metido a escuelero; ya no tengo vida con tanto muchacho condenado; ¡qué traviesos que son y qué tontos! Por más que hago, no puedo ver uno aprovechado. ¡Ah, fucha en el oficio tan maldito! ¡Sobre que ser maestro de escuela es la última droga que nos puede hacer el diablo!...» Así se producía mi buen maestro, y por sus palabras conoceréis el candor de su corazón, su poco talento y el concepto tan vil que tenía formado de un ejercicio tan noble y recomendable por sí mismo, pues el enseñar y dirigir la juventud es un cargo de muy alta dignidad, y por eso los reyes y los gobiernos han colmado de honores y privilegios a los sabios profesores; pero mi pobre maestro ignoraba todo esto, y así no era mucho que formara tan vil concepto de una tan honrada profesión. En segundo lugar, carecía, como dije, de disposición para ella, o de lo que se dice genio. Tenía un corazón muy sensible, le era repugnante el afligir a nadie, y este suave carácter lo hacía ser demasiado indulgente con sus discípulos. Rara vez les reñía con aspereza, y más rara los castigaba. La palmeta y disciplina tenían poco que hacer por su dictamen; con esto los muchachos estaban en sus glorias, y yo entre ellos, porque hacíamos lo que se nos antojaba impunemente. Ya ustedes verán, hijos míos, que este hombre, aunque bueno de por sí, era malísimo para maestro y padre de familias; pues así como no se debe andar todo el día sobre los niños con el azote en la mano como cómitre de presidio, así tampoco se les debe levantar del todo. Bueno es que el castigo sea de tarde en tarde, que sea moderado, que no tenga visos de venganza, que sea proporcionado al delito, y siempre después de haber probado todos los medios de la suavidad y la dulzura para la enmienda; pero si éstos no valen, es muy bueno usar del rigor según la edad, la malicia y condición del niño. No digo que los padres y maestros sean unos tiranos, pero tampoco unos apoyos o consentidores de sus hijos o encargados. Platón decía que no siempre se han de refrenar las pasiones de los niños con la severidad, ni siempre se han de acostumbrar a los mimos y caricias. La prudencia consiste en poner medio entre los extremos. Por otra parte, mi maestro carecía de toda la habilidad que se requiere para desempeñar este título. Sabía leer y escribir, cuando más, para entender y darse a entender; pero no para enseñar. No todos los que leen saben leer. Hay muchos modos de leer, según los estilos de las escrituras. No se han de leer las oraciones de Cicerón como los anales de Tácito, ni el panegírico de Plinio como las comedias de Moreto. Quiero decir, que el que lee debe saber distinguir los estilos en que se escribe, para animar con su tono la lectura, y entonces manifestará que entiende lo que lee, y que sabe leer. Muchos creen que leer bien consiste en leer aprisa, y con tal método hablan mil disparates. Otros piensan (y son los más) que en leyendo conforme a la ortografía con que se escribe quedan perfectamente. Otros leen así, pero escuchándose y con tal pausa, que molestan a los que los atienden. Otros por fin, leen todo género de escritos con mucha afectación, pero con cierta monotonía o igualdad de tono que fastidia. Éstos son los modos más comunes de leer, y vosotros iréis experimentando mi verdad, y veréis que no son los buenos lectores tan comunes como parece. El Periquillo Sarniento (libro I, capítulo II) 41 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― 4.6. Romanticismo El Romanticismo hispanoamericano comienza a tomar cuerpo gracias al venezolano Simón Bolívar (1783-1830), cuyos discursos y manifiestos, totalmente al servicio de su actividad política, incitan a la lucha heroica en busca de la independencia y la libertad. Uno de los grandes cantores de las gestas del “Libertador” es el poeta ecuatoriano José Joaquín de Olmedo (1780-1847), autor del poema épico Canto a Bolívar (1825) compuesto tras la victoria en la batalla de Junín. Entre el Neoclasicismo y el Romanticismo se debate la poesía del cubano José María Heredia (1803-1839), cuya formación inicial clásica se fusionó posteriormente con las lecturas de los románticos europeos, dando lugar a una producción lírica que mezcla los ideales neoclásicos de la Ilustración y la pasión romántica, como se refleja en el poema En el Teocalli de Cholula (1820). Heredia es también autor de la primera novela histórica de la literatura hispanoamericana, Xicotencatl (1826), que narra el paso de Hernán Cortés por Tlaxcala en su marcha a México. La principal figura del Neorromanticismo hispanoamericano es el argentino Esteban Echeverría (1805-1851), que popularizó este movimiento literario con la primera gran obra de la literatura argentina, el poema épico La cautiva (1837). Otros exponentes de la nueva corriente romántica en su etapa inicial son el peruano Mariano Melgar (1790-1815) —uno de los primeros poetas románticos de la nación andina tras su independencia, que cultivó un tipo de poesía popular conocida como “yaraví”, canto amargo y triste por la pérdida de la amada que fusiona elementos líricos del harawi inca con la poesía trovadoresca española—, el guatemalteco José Batres Montúfar (1809-1844) — considerado el más grande poeta de Guatemala del siglo XIX, autor de una poesía de carácter satírico en la que critica el entorno intransigente y tradicionalista que le rodea y composiciones de un intenso lirismo romántico como Yo pienso en ti (1839)— y el venezolano Rafael María Baralt (1810-1860) —creador de la oda Adiós a la patria (1843), en la que muestra su exaltado patriotismo desde el exilio. Argentina —y, en general, el Río de la Plata— representó uno de los principales centros de la creación romántica en Hispanoamérica. Uno de los máximos exponentes del Romanticismo social de mediados del siglo XIX fue el argentino José Mármol (18171871); crítico con la dictadura de Juan Manuel de Rosas en Argentina, Mármol expresa en sus Cantos del peregrino (1847) sus sentimientos patrióticos y el dolor por el destierro durante el régimen argentino. Otro “proscritos” argentinos perseguidos por el régimen de Rosas fueron Juan Bautista Alberdi (1810-1884) —autor desde el exilio de encendidos escritos políticos como Cartas quillotanas (1853), El crimen de la guerra (1870) y Peregrinación de Luz del Día (1871)—, Juan María Gutiérrez (1809-1878) —genuino representante del liberalismo hispanoamericano y uno de los grandes promotores de la cultura argentina durante el siglo XIX, con obras como Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la Enseñanza Superior en Buenos Aires (1868)— y Bartolomé 42 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― Mitre (1821-1906) —que debe su fama literaria a su labor como historiador, con obras tan importantes como Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1889) e Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1887-1890). En México, el Romanticismo social tuvo un surgimiento autóctono, en el marco de las protestas liberales contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna (1833-1855). Los principales representantes de este movimiento literario de mediados del siglo XIX en el país centroamericano fueron Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) —introductor del Romanticismo en su país con las novelas cortas La hija del oidor (1836), Manolito el Pisaverde (1837) y La procesión (1838)—, Fernando Calderón (1809-1895) — iniciador del teatro romántico en México con los dramas históricos El torneo (1839), Hernán o la vuelta del cruzado (1842) y Ana Bolena (1842)—, Manuel Payno (18101894) —que popularizó la novela por entregas con El fistol del diablo (1845-1846), relato romántico de corte realista— y José Joaquín Pesado (1801-1861) —cuyo poema Los aztecas (1854) está inspirado en los antiguos cantares mexicanos. En la segunda mitad del siglo XIX, una vez superados los turbulentos acontecimientos de las décadas anteriores, la literatura hispanoamericana está dominada por el Romanticismo sentimental que, liberado de connotaciones políticas, se centra en la creatividad poética y en los sentimientos puros. En Argentina y México —que continuaron siendo los principales centros de difusión del Romanticismo durante este periodo— los autores más destacados de esta segunda generación romántica son los siguientes: Argentina Ricardo Gutiérrez (1836-1896) —exponente de una concepción humanista y sentimental de la poesía, como demuestra en La fibra salvaje (1860) y El libro de las lágrimas (1878)—, Carlos Guido y Spano (1827-1918) —cuya producción lírica se recoge en los poemarios Hojas al viento (1871) y Ecos lejanos (1895)—, Olegario Víctor Andrade (1839-1882) —autor de los poemas épicos Prometeo (1878) y El nido de cóndores (1881)—, Rafael Obligado (1851-1920) —que otorgó una nueva figura épico-lírica al gaucho argentino en su famoso poema Santos Vega (1885), en el que hace de este popular personaje un símbolo de los valores nacionales frente a la influencia extranjera— y Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917) —quien, bajo el pseudónimo de “Almafuerte”, publicó de forma tardía poemas de juventud, como Lamentaciones (1906). También en la vecina Uruguay cala hondo el sentimiento romántico, gracias sobre todo a la figura de Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), considerado el mayor poeta romántico uruguayo, cuyo poema épico Tabaré (1888) presagia el Simbolismo. 43 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― México Manuel Acuña (1849-1873) —poeta que se suició de forma romántica a causa del amor no correspondido de una mujer, Rosario de la Peña, a quien dedicó su famoso poema Nocturno a Rosario (1873)—, Manuel María Flores (1840-1885) —autor de una poesía sensual cercana a la realidad, como en Pasionarias (1874)—, Guillermo Prieto (18181897) —cuyo poema épico Romancero nacional (1885) celebra la gesta de la Independencia mexicana— y Juan de Dios Peza (1852-1910) —autor de una poesía que combina intimismo y realismo, como expresa en Cantos del hogar (1891). Aparte de Argentina y México, otros países hispanoamericanos también contribuyeron a la popularización del Romanticismo sentimental en la segunda mitad del siglo XIX (incluso en la primera mitad de la centuria, en el caso de los territorios con mayor estabilidad política). Algunos de los escritores más destacados son los siguientes: Cuba Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844) —que, bajo el pseudónimo de “Plácido”, compuso una poesía popular iniciadora del criollismo cubano—, José Jacinto Milanés y Fuentes (1814-1863) —iniciador del teatro romántico cubano con el drama histórico El conde Alarcos (1838)—, Juan Clemente Zenea (1832-1871) —uno de los principales poetas del romanticismo cubano, al que contribuyó desde el exilio, por su oposición al gobierno español en Cuba, con poemas como el pesimista Cantos de la tarde (1860)— y, en especial, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) ― escritora cubana que desarrolló en España toda su carrera literaria, dentro de la que destacan las novelas románticas Sab (1841), Dos mujeres (1843) y Guatimozín (1846) y los dramas bíblicos de corte romántico Saúl (1849) y Baltasar (1858). Centroamérica y Caribe El guatemalteco Juan Diéguez Olaverri (1813-1866) —autor desde el exilio del poema patriótico A los Cuchumatanes (1848)—, el puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882) —considerado el padre de la literatura de Puerto Rico y autor de obras como el drama La cuarterona (1867), en el que denuncia los prejuicios raciales—, el dominicano Félix Mota (1822-1861) —autor del celebrado poema La Virgen del Ozama (1874)— y el costarricense Aquileo Echeverría (1866-1909) —poeta que encarna el tránsito del Romanticismo al Costumbrismo, como demuestra en su poemario Concherías (1905), en el que refleja la vida de los campesinos. Venezuela Fermín Toro (1806-1865) —autor de la primera novela venezolana, Los mártires (1842)—, Abigail Lozano (1821-1866) —exponente de la tendencia conservadora y antiliberal del Romanticismo tardío, que reflejó en una poesía de exaltado patriotismo, 44 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― como Oda a Barquisimeto (1846)—, José Heriberto García de Quevedo (1819-1871) — autor de los dramas históricos Un paje y un caballero (1849), Isabel de Médicis (1850) y El proscripto (1852)—, José Antonio Maitín (1804-1874) —autor del poema elegiaco Canto fúnebre (1851), una de las cumbres de la literatura romántica venezolana—, José Ramón Yepes (1822-1881) —iniciador de la novela indianista en Venezuela con Anaida (1872) e Iguaraya (1874), relatos de estilo romántico-costumbrista— y, especialmente, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) —el poeta más representativo del romanticismo venezolano y precursor de las nuevas tendencias modernistas en su país, como refleja en su célebre poema Vuelta a la patria (1877). Colombia Rafael Pombo (1833-1912) —autor de una poesía que refleja un sentimiento de escepticismo y desesperanza propio del más genuino espíritu romántico, como en La hora de las tinieblas (1855)—, José Joaquín Ortiz (1814-1892) —creador de una poesía de forma clásica y espíritu romántico y autor de la primera novela romántica de la literatura colombiana, María Dolores (1863)—, Julio Arboleda (1817-1862) —uno de los poetas románticos más importantes de Colombia, autor del poema épico Gonzalo de Oyón (1883)— y, muy en particular, José Eusebio Caro (1817-1853) —considerado el poeta más representativo del romanticismo colombiano, autor de poemas cargados de melancolía como Estar contigo (1857). Ecuador Julio Zaldumbide (1833-1887) —uno de los más destacados poetas de la segunda generación romántica ecuatoriana, autor de cantos a la naturaleza, composiciones melancólicas y reflexiones filosóficas—, Numa Pompilio Llona (1832-1907) — destacado representante del tránsito entre el Romanticismo y el Modernismo en Ecuador, con libros de poemas como La odisea del alma (1876)— y Juan León Mera (1832-1894) —uno de los precursores de la novela ecuatoriana con el melodrama romántico de tema indígena Cumandá (1879). Perú Carlos Augusto Salaverry (1830-1891) —uno de los más destacados representantes del romanticismo peruano, autor de una poesía amorosa e intimista, como Cartas a un ángel (1871)—, Clemente Althaus (1835-1881) —poeta romántico de inspiración clasicista—, José Arnoldo Márquez (1832-1903) —representante de la poesía romántica peruana de carácter filosófico y social— y Luis Benjamín Cisneros (18371904) —cuya variada producción literaria (narrativa, poesía y teatro) simboliza el tránsito entre el Romanticismo y el Modernismo en Perú. 45 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― Chile Salvador Sanfuentes (1817-1860) —autor de destacadas composiciones líricas herederas del romanticismo español de Espronceda, Zorrilla y Bécquer, como el drama en verso Caupolicán (1835) y el poema narrativo El campanario (1842)—, Eusebio Lillo (1826-1910) —creador de una poesía de plena expresión de los ideales románticos: amor, naturaleza, nostalgia, miedo y recuerdos—, Guillermo Blest Gana (1829-1904) —cuya poesía se inspira en el romanticismo español y francés en sus facetas más pesimistas y melancólicas— y Eduardo de la Barra (1839-1900) — exponente del Romanticismo en su vertiente más pasional y desgarradora. 4.7. Esteban Echeverría Esteban Echeverría El argentino José Esteban Antonio Echeverría Espinosa (Buenos Aires, 1805 - Montevideo, 1851) es una de las figuras fundamentales del Romanticismo hispanoamericano, movimiento que popularizó con la primera gran obra de la literatura argentina, el poema épico La cautiva. Echeverría es uno de los iniciadores del llamado “Romanticismo social”, que en Argentina se refleja como una literatura de marcado carácter político que se opone a la dictadura de Juan Manuel de Rosas (1829-1852) y defiende la libertad. Junto con otros escritores románticos, Echeverría funda en 1837 “El Salón Literario”, desde el que se propone la emancipación mental, no ya solo política, del oscurantismo e ignorancia españoles. En sus obras, Echeverría defiende la tesis de que la geografía determina la personalidad de los pueblos, y ofrece una visión de la joven América como un continente en el que luchan la civilización (progreso) y la barbarie (tradición). Tras entrar en contacto con el romanticismo francés durante su estancia en París entre 1826 y 1830, inicia su producción literaria con el poema narrativo Elvira o la novia del Plata (1832), considerado la primera obra romántica de la literatura hispanoamericana. Los consuelos (1834) es igualmente el primer manifiesto en favor del paisaje y las costumbres de un país hispanoamericano como base para la creación de una poesía autóctona. El escritor argentino retoma estos elementos en La cautiva (1837), grandioso himno a la Argentina en el que alaba la pampa como elemento autóctono inspirador de su poesía. La prosa de Echeverría posee también gran importancia dentro de su producción literaria, por cuanto da testimonio de su impetuoso y encendido espíritu romántico. En este sentido, su obra más importante es El matadero (1840), que inaugura prácticamente la narrativa en el Río de la Plata; se trata de un relato alegórico que recrea la situación política de Argentina durante el conflicto civil entre unitarios y federales, en el que Echeverría se muestra claramente partidario de los primeros y critica duramente la sociedad corrupta sobre la que se asienta el poder del dictador Rosas. 46 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― El siguiente fragmento de El matadero describe la escena final, en la que el “salvaje unitario” (personificación del propio Echeverría) muere de rabia antes que permitir que los matarifes federales del “Juez del Matadero” (imagen alegórica del dictador Rosas) lo torturen, en clara referencia a la situación política de Argentina: Apenas articuló esto el Juez, cuatro sayones salpicados de sangre suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros. ―Primero degollarme que desnudarme; infame canalla. Atáronle un pañuelo por la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro, y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre. ―Átenlo primero ―exclamó el Juez. ―Está rugiendo de rabia ―articuló un sayón. En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando: ―Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Sus fuerzas se habían agotado; inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmobles y los espectadores estupefactos. ―Reventó de rabia el salvaje unitario ―dijo uno. ―Tenía un río de sangre en las venas ―articuló otro. ―Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio ―exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre―. Es preciso dar parte, desátenlo y vamos. Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del caballo del Juez cabizbajo y taciturno. Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas. En aquel tiempo, los carniceros degolladores del Matadero eran los apóstoles que propagaban a verga y puñal la federación rosina, y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso anterior puede verse a las claras que el foco de la federación estaba en el Matadero. El matadero (1840) 4.8. Costumbrismo El argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) fue uno de los precursores del Costumbrismo con Facundo: civilización y barbarie (1845), obra compleja que mezcla la novela, el ensayo y la biografía para exponer la tesis de que el problema principal de Argentina —y de Latinoamérica en general— es el enfrentamiento entre la ciudad (representada por los unitarios, símbolo de la “civilización” procedente de Europa y Norteamérica) y el campo (representado por los federales, sinónimo de la “barbarie” y la tradición española). Romanticismo y Costumbrismo se mezclan en la novela sentimental Amalia (1851), del argentino José Mármol (1817-1871), que inaugura este 47 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― género narrativo en el Río de la Plata. El peruano Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) es autor de obras costumbristas de carácter satírico (poesías, comedias y artículos periodísticos) en las que censura las prácticas políticas y las costumbres sociales de su país. 4.9. Domingo Faustino Sarmiento El político y escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, 1811 - Asunción, 1888), presidente de Argentina entre 1868 y 1874, es uno de los precursores del Costumbrismo hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX gracias a su obra más conocida, Facundo: civilización y barbarie, en la que refleja de forma literaria el enfrentamiento entre unitarios y federales en Argentina, y de forma general, el contraste entre cultura urbana (civilización) y tradición rural (barbarie) en Latinoamérica. Domingo F. Sarmiento En sus primeros escritos, de estilo romántico, Sarmiento se opone a la estética artificiosa del Neoclasicismo de principios del siglo XIX, que para él representaba el pasado estancado de Hispanoamérica, y defiende el lenguaje popular y espontáneo, símbolo de la la libertad y el futuro. Facundo: civilización y barbarie (1845) es una durísima crítica contra el caudillo federal Juan Facundo Quiroga, conocido como “El Tigre de los Llanos”, al que Sarmiento identifica con los dos elementos representativos de la barbarie argentina: el gaucho y la pampa. En su autobiografía Recuerdos de provincia (1850), Sarmiento expone las cualidades que según él debe poseer la nueva juventud latinoamericana: cultura y poliglotismo. Entre sus numerosos escritos de carácter político, destacan Argirópolis (1850) —descripción de una ciudad imaginaria concebida por Sarmiento como capital de los Estados Unidos del Río de la Plata— y El Chacho (1865) —crónica histórica acerca del caudillo federal Ángel Vicente Peñaloza. En la introducción de Facundo: civilización y barbarie, Sarmiento presenta la figura del caudillo Juan Facundo Quiroga y su nefasta influencia en los acontecimientos política de Argentina: ¡Sombra terrible de Facundo! ¡Voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo. Diez años aun despues de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No! ¡no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!!” — ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado en este otro molde más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin; la naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo 48 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue remplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué sus enemigos quieren disputarle el título de Grande que le prodigan sus cortesanos? Sí; grande y muy grande es para gloria y vergüenza de su patria; porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a millares las almas generosas que en quince años de lid sangrienta no han desesperado de vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan; y el Esfinge Argentino, mitad mujer por lo cobarde, mitad tigre por lo sanguinario, morirá a sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo. Facundo: civilización y barbarie (1845) 4.10. Literatura gauchesca En el período neoclásico, la literatura hispanoamericana ensayó nuevos modelos que fructificaron en la época romántica y costumbrista, entre ellos el de la literatura gauchesca, género literario exclusivo del Río de la Plata que recrea la figura mítica del gaucho, vaquero de la pampa argentina cuyas costumbres y vivencias se reflejan en forma de canciones populares. El iniciador de este género fue el sacerdote argentino Juan Baltasar Maciel (1727-1788), que en 1777 se aparta intencionadamente de la lírica culta neoclasicista para componer un romance popular titulado Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. señor don Pedro de Cevallos, en el que un “guaso” (campesino o gaucho) alaba con su lenguaje rural “los triunfos y las gazañas” de su protector Pedro de Cevallos, virrey del Río de la Plata. Ya dentro del siglo XIX, el también argentino Juan Gualberto Godoy (1793-1864) contribuyó decisivamente al asentamiento de la poesía gauchesca como género popular gracias a su participación en “payadas”, competiciones poéticas en las que los “payadores” o juglares de la pampa se retaban con versos improvisados. Sin embargo, este género literario se estableció definitivamente gracias al uruguayo Bartolomé Hidalgo (1788-1822), cuyos originales “cielitos” y diálogos patrióticos vinculaban la realidad política del momento a la sensibilidad del hombre de la pampa. Posteriormente, el argentino Hilario Ascasubi (1807-1875) contribuyó a otorgar auténtica jerarquía artística a la literatura gauchesca con el extenso poema Santos Vega o los mellizos de la Flor (1851), en el que la ruda poesía de la pampa se expresa en un culto al coraje del gaucho, que se convierte en un héroe nacional al margen de la ley (en una clara afirmación de rebeldía ante el gobierno de Rosas); en algunas de sus obras, Ascasubi usó como pseudónimo el nombre de dos de sus poemas: Paulino Lucero (1846) y Aniceto el Gallo (1853). Otro escritor rioplatense que contribuyó decisivamente a la poesía gauchesca fue el argentino Estanislao del Campo (1834-1880), gran admirador del anterior, de quien tomó la costumbre de firmar sus obras con un pseudónimo (el suyo era “Anastasio el Pollo”); tras asistir al estreno de la ópera Fausto en Buenos Aires, Del Campo compuso el poema Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta Ópera (1866) —popularmente 49 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― conocido como “El Fausto Criollo”—, en el que dos gauchos dialogan acerca de esta ópera, mezclando de forma ingenua realidad y ficción en lo representado. Dentro del género narrativo, el uruguayo Alejandro Magariños Cervantes (1825-1893) es autor de la primera novela histórica de tono gauchesco: Caramurú (1848). La literatura gauchesca supone una revalorización de las cualidades positivas del campo y sus habitantes, negadas o sencillamente ignoradas durante la literatura colonial hispanoamericana, que consideró al gaucho como el símbolo del desorden social, la rebelión y la mala vida. Sin embargo, tras su decisiva intervención en las guerras de la independencia, la figura del poblador de la pampa quedó rehabilitada y pasó a formar parte del acervo literario. La literatura gauchesca se afirma precisamente cuando el gaucho no es más que un recuerdo histórico en la mentalidad hispanoamericana moderna del siglo XIX, un ser ideal al que hay que recuperar como parte de la identidad propia. En ese momento, la poesía fija su carácter para siempre, le otorga dimensiones míticas y lo eleva a símbolo de las virtudes nacionales, creando un nuevo héroe a la manera del Cid Campeador en España. Surge así, ya dentro del periodo de la literatura nacionalista, la figura más representativa del gaucho: Martín Fierro (1872-1879), poema narrativo del argentino José Hernández (1834-1886), que muestra, no obstante, una imagen más realista y amarga del gaucho, personaje marginado por una sociedad injusta. El éxito de esta obra hace que la figura del gaucho se traslade a la novela, y de esta forma el también argentino Eduardo Gutiérrez (1851-1889) escribe Juan Moreira (1880), novela romántica publicada en forma de folletín en la que el protagonista, basado en un personaje histórico, se rebela contra la injusticia. A raíz de la popularidad de esta última entre el creciente público lector urbano, la temática gauchesca se extiende en la década de 1880 a los circos criollos, y de ahí posteriormente al teatro y al cine. La figura del gaucho se hallaba tan arraigada en la mentalidad rioplatense que traspasa incluso el ámbito de otros géneros, como en la novela picaresca Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910), del argentino Roberto Payró (1867-1928). El último ejemplo de mitificación del gaucho en la literatura hispanoamericana, ya dentro del siglo XX, será Don Segundo Sombra (1926), del argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927). Resumen El deseo de libertad de las colonias españolas en América durante la primera mitad del siglo XIX da origen a la literatura de la independencia, que se inicia bajo el signo del Neoclasicismo. Los escritores hispanoamericanos muestran su lado más patriótico mediante una doble preocupación en sus obras: por un lado, ensalzan la belleza natural del Nuevo Continente (Andrés Bello) y destacan los aspectos costumbristas de la realidad americana (literatura gauchesca), y por otro realizan una crítica social y moral de su entorno (como en El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi, primera novela hispanoamericana). 50 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― En el segundo tercio del siglo XIX, el Neoclasicismo da paso al Romanticismo, corriente que dominará el panorama literario de Latinoamérica hasta finales de la centuria (especialmente en el terreno de la poesía), con Argentina y México como principales centros de difusión. Este movimiento literario, cuyo principal representante es el argentino Esteban Echeverría, está dividido en dos etapas: “Romanticismo social” (18301860), movimiento de pasiones exaltadas que refleja la libertad del individuo frente al poder opresor de los gobiernos autoritarios, y “Romanticismo sentimental” (1860-1890), que recupera su pureza y subjetivismo original en un ambiente de libertad. A mediados del siglo XIX, el Romanticismo se fusiona con el Costumbrismo, que busca reflejar los usos y tradiciones locales. El argentino Domingo Faustino Sarmiento es el precursor de esta corriente literaria con Facundo. Actividades 1) Investiga la fecha de independencia de los distintos países hispanoamericanos en la primera mitad del siglo XIX. 2) El venezolano Andrés Bello, uno de los iniciadores de la literatura de la Independencia, exalta la geografía y recursos naturales de América en su poema Silva a la agricultura de la zona tórrida, al tiempo que hace una defensa de la sencilla vida rural frente a los vicios de la ciudad. Señala los frutos tropicales que menciona en el fragmento incluido en 4.4. 3) El Periquillo Sarniento, del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, es la primera novela moderna publicada en Hispanoamérica. A través de las vivencias del protagonista, Pedro Sarmiento, Lizardi lleva a cabo una crítica de la sociedad de su país bajo la forma de una novela picaresca. Indica qué elementos de este género narrativo aparecen en el fragmento incluido en 4.5. 4) El argentino Esteban Echeverría es uno de los principales representantes del “Romanticismo social” hispanoamericano de la primera mitad del siglo XIX, que exalta la libertad y las pasiones del individuo frente a la opresión de los gobiernos autoritarios en Latinoamérica. En su novela más famosa, El matadero, el escritor ilustra de forma alegórica el enfrentamiento político entre unitarios y federales en Argentina bajo el gobierno del dictador Juan Manuel de Rosas. Investiga este periodo histórico argentino e indica cómo describe Echeverría a unos y otros en el fragmento incluido en 4.7. 5) Facundo: civilización y barbarie, del argentino Domingo Faustino Sarmiento, es un análisis crítico de la sociedad argentina tras su independencia en 1816. En él, el escritor refleja acertadamente el contraste entre “civilización” (representada por Europa, Norteamérica, las ciudades y los unitarios) y “barbarie” (identificada con la tradición española, el campo y los federales). ¿Cómo describe Sarmiento la figura del gaucho argentino en el siguiente fragmento? El gaucho anda armado del cuchillo que ha heredado de los españoles: esta peculiaridad de la Península, este grito característico de Zaragoza: ¡Guerra a cuchillo!, es aquí más real que en España. El cuchillo, a más de un arma, es un instrumento que le sirve para todas sus ocupaciones: no puede vivir sin él, es como la trompa del elefante, su brazo, su mano, su dedo, su todo. El gaucho, a la par de jinete, hace alarde de valiente, y el cuchillo brilla a cada momento, describiendo círculos en el aire, a la menor provocación, sin provocación alguna, sin otro interés que medirse con un desconocido; juega a las puñaladas, como jugaría a los dados. Tan profundamente entran estos hábitos pendencieros en la vida íntima del gaucho argentino, que las costumbres han creado sentimientos de honor y una esgrima que garantiza la vida. El hombre de la plebe de los demás 51 ― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ― países toma el cuchillo para matar, y mata; el gaucho argentino lo desenvaina para pelear, y hiere solamente. Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos, o rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario. Su objeto es sólo marcarlo, darle una tajada en la cara, dejarle una señal indeleble. Así, se ve a estos gauchos llenos de cicatrices, que rara vez son profundas. La riña, pues, se traba por brillar, por la gloria del vencimiento, por amor a la reputación… Matar es una desgracia, a menos que el hecho se repita tantas veces que inspire horror el contacto del asesino. El estanciero D. Juan Manuel Rosas, antes de ser hombre público, había hecho de su residencia una especie de asilo para los homicidas, sin que jamás consintiese en su servicio a los ladrones; preferencias que se explicarían fácilmente por su carácter de gaucho propietario, si su conducta posterior no hubiese revelado afinidades que han llenado de espanto al mundo. […] ¿Creeráse que estas proezas y la destreza y la audacia en el manejo del caballo son la base de las grandes ilustraciones que han llenado con su nombre la República Argentina y cambiado la faz del país? Nada es más cierto, sin embargo. No es mi ánimo persuadir a que el asesinato y el crimen hayan sido siempre una escala de ascensos. Millares son los valientes que han parado en bandidos oscuros; pero pasan de centenares los que a esos hechos han debido su posición. En todas las sociedades despotizadas, las grandes dotes naturales van a perderse en el crimen… Con esta sociedad, pues, en que la cultura del espíritu es inútil e imposible, donde los negocios municipales no existen, donde el bien público es una palabra sin sentido, porque no hay público, el hombre dotado eminentemente se esfuerza por producirse, y adopta para ello los medios y los caminos que encuentra. El gaucho será un malhechor o un caudillo, según el rumbo que las cosas tomen en el momento en que ha llegado a hacerse notable. Facundo: civilización y barbarie (capítulo III: “Asociación”) 52