LESIONES POR ARMA BLANCA Jorge González Fernández Médico Forense. Director del IML de La Rioja INTRODUCCIÓN La literatura médico forense contempla en sus textos más clásicos, a partir del siglo XIX, exhaustivas clasificaciones y descripciones de las lesiones causadas por armas blancas. En la práctica, este tipo de lesiones es frecuente causa de evaluaciones periciales que deben realizarse tanto en sujetos vivos como en cadáveres, siendo estas últimas el objeto del presente estudio. Hace ahora ciento cincuenta años, Pedro Mata definía a las armas blancas en la tercera edición de su Tratado de Medicina Legal y Cirugía como “todo cuerpo o instrumento mecánico capaz de perforar, cortar, dislacerar o contundir” (1). Desde entonces, todos los grandes tratadistas han aportado definiciones y descripciones hasta llegar a la más reciente, dada por el Profesor Gisbert Calabuig (2), para quien las armas blancas son “instrumentos lesivos manejados manualmente que atacan la superficie corporal por un filo, una punta o ambos a la vez”. Diferentes son las hipótesis que se barajan respecto al origen de la denominación de Arma Blanca, y así, para López Gómez reciben este nombre por la brillantez de su hoja (3), mientras Grandini abunda en este planteamiento al exponer que en otras épocas a estos instrumentos se les cromaba y por la noche el destello lunar los hacía brillar, contemplando como otra posibilidad etimológica el propio color blanco de un diferente tipo de acero conocido antiguamente (4). Descriptivamente puede decirse que son instrumentos de diferentes materiales y formas, entre las que predominan las cilíndricas y las laminadas, con uno o más bordes cortantes, y con un extremo terminado generalmente en punta mientras que en el opuesto están dotados de un mango o empuñadura. CLASIFICACIÓN DE LAS ARMAS BLANCAS Las clasificaciones clásicas incluyen a las armas blancas en el grupo de las armas de mano, dividiéndolas en armas blancas de corte, de punta, o de corte y punta, de tal modo que, como bien expone Raffo “El mecanismo de acción es el que nomina la lesión y señala el arma utilizada” (5). 87 Las armas blancas pueden ser agrupadas, además de por su mecanismo de acción, verdadero referente en el estudio médico forense que será abordado más adelante, de otras diversas maneras: • Típicas o atípicas: las primeras según hayan sido diseñadas con el propósito de cortar, perforar, dislacerar, etc., como son los cuchillos, navajas, sables, hachas… y las atípicas que surgen por el empleo como armas de ataque de instrumentos que no han sido creados específicamente para ello, incluyéndose destornilladores, espátulas, hojas de afeitar, tijeras y otros (6). • Convencionales y no convencionales: En dependencia de si fueron específicamente fabricadas para el combate cuerpo a cuerpo -sables, bayonetas, lanzas- o no se crearon expresamente para este fin: cuchillos, navajas, hojas de afeitar (7). CARACTERÍSTICAS DE LAS LESIONES POR ARMA BLANCA La literatura clásica divide las lesiones por arma blanca según el mecanismo de acción del instrumento que las produce, pudiendo clasificarse en base a este criterio como: • Heridas simples: Se producen cuando el arma actúa por un único mecanismo, y pueden ser: — Heridas punzantes: Son el resultado de la acción de la punta del instrumento, y en ellas la profundidad de la lesión es mayor que la longitud de la herida en superficie. — Heridas incisas: Se producen como resultado del corte del instrumento lesivo por uno o más filos, determinando una herida larga y de escasa profundidad en relación con su longitud. — Heridas dislacerantes: Debidas a la acción de agentes lesivos que distienden los tejidos rasgándolos o dislacerándolos. • Heridas complejas: Aparecen cuando el arma actúa por un mecanismo combinado: — Inciso-punzantes: En ellas el arma penetra mediante un extremo puntiagudo que perfora, al mismo tiempo que con su o sus filos secciona las paredes. — Inciso-contusas: Se producen por la intervención de un arma dotada de un filo y de una gran masa. — Perforo-dislacerantes: En las que el instrumento lesivo posee una punta que ejerce un efecto de desgarro. Históricamente Mata ya clasificaba las heridas por arma blanca en diferentes categorías: producidas por arma perforante, por arma cortante, por arma 88 dislacerante, por arma contundente y heridas por armas que obran de dos o más modos a la vez (1). Sin embargo, Bonnet refiere que clásicamente se distinguen tres tipos: cortantes o incisas, punzantes o perforantes y punzocortantes o perforocortantes (8) , considerándose ésta como las clasificación más práctica, a efectos descriptivos, de las lesiones producidas por las armas blancas. A. HERIDAS INCISAS O CORTANTES Al objeto de comprender las principales características de estas heridas, conviene de manera preliminar conocer la morfología de las armas que las producen, así como su mecanismo de acción. Tipo de arma: Las armas cortantes son instrumentos formados por una hoja de sección triangular, generalmente de escaso grosor, que puede o no terminar en una punta que de existir no penetra; entre ellas encontramos cuchillos, bisturís, navajas de afeitar... En ocasiones, determinados objetos pueden actuar accidentalmente de manera similar a este tipo de agentes: láminas de metal delgadas, trozos de vidrio, e incluso, aunque causen lesiones de escasa relevancia médico-legal, algunas hojas vegetales y láminas de papel. Mecanismo de acción: Las armas incisas actúan mediante un filo que, bien por un mecanismo de presión o por una presión asociada a deslizamiento, penetra en los tejidos dividiéndolos y produciendo soluciones de continuidad, siendo el mencionado mecanismo combinado de presión y deslizamiento responsable de unos efectos más acusados. Tekke sintetiza este mecanismo, señalando que en estos casos las lesiones “Se producen al aplicar un instrumento de borde afilado que secciona la piel, al deslizarse sobre ella comprimiéndola” (9), de tal modo que se origina una sección rectilínea y uniforme de las partes blandas. Caracteres de las lesiones: Una de las características que mejor define a este tipo de heridas es que son más largas que profundas. Royo Villanova, en el primer tomo de sus Lecciones de Medicina Legal describía cuatro tipos diferentes de lesiones incisas: lineales, en colgajo, mutilantes o por rozadura (10). 1.- Lineales: son las que la terminología sajona denomina como “tajos”. Se producen cuando el instrumento incide perpendicularmente produciendo una solución de continuidad. Su morfología es característica, ya 89 que por efecto de la elasticidad de los tejidos los bordes de la herida se retraen adoptando la forma de un óvalo alargado, cuyos extremos se hacen más superficiales al aproximarse a la salida, hasta llegar a prolongarse en una excoriación superficial que recibe el nombre de cola. Bonnet distingue cinco características principales en este tipo de heridas: — Longitud: Que predomina sobre la profundidad, y que es la expresión de la acción deslizante de la hoja afilada sobre la superficie corporal. — El perfil del corte: Al que Thoinot describió como un triángulo de base superficial y vértice dirigido hacia la profundidad (11), cuyas paredes son generalmente lisas y regulares. — Bordes: Por lo general son nítidos, regulares y limpios. Se reúnen en los dos extremos dando a la herida un aspecto fusiforme. En ocasiones, cuando la sección afecta a un pliegue cutáneo -como es en las articulaciones de codo, rodilla, axila, o en el cuello- estos bordes pueden adquirir un aspecto irregular. — La retracción de los bordes: Se trata de una característica propia de las lesiones producidas en vida, y que resulta a consecuencia de la elasticidad de las fibras de la zona afectada, de tal forma que si el tejido en el que asienta la lesión es elástico, tenso y contráctil, al recibir la incisión los bordes de la herida se retraen de modo muy marcado. Royo Villanova enumera los tres condicionantes de los que depende la mayor o menor separación de los bordes: la dirección de las fibras elásticas en la región lesionada, la disposición anatómica de los tejidos y la posición de dicha zona afectada en el momento de producirse la lesión (10). Así, puede generalizarse que la separación de los bordes será tanto mayor cuanto más perpendicular sea la incisión respecto a la dirección de las fibras de los tejidos, llegando a su máxima expresión cuando el corte se produce con una dirección transversal. También cabe decir que la retracción en determinadas zonas concretas es mínima, como sucede en el cráneo donde la dermis asienta en la aponeurosis epicraneal y si ésta permanece íntegra la separación es escasa, al igual que ocurre en la palma de la mano, en la que sólo si se afecta la aponeurosis palmar se produce la separación de los bordes de la herida. Respecto a la posición de la región afectada, resulta evidente que una herida transversal en cuello presenta más separación cuando éste se encuentra en extensión que hallándose flexionado. — Extremos: El estudio de los extremos de una herida incisa resulta de gran importancia médico legal, puesto que permite determinar con gran precisión algunas de las cuestiones más trascendentales de la pericia. Cuando como ocurre en la mayoría de los casos, el mecanismo predominante es el de presión/deslizamiento, los ángulos de la herida se prolongan superficialmente en dos líneas denominadas colas, que pueden ser de ataque o de salida, y que no siempre mantienen la misma dirección que la lesión principal. La de ataque representa el 90 comienzo de la incisión, y debido a que generalmente está hecha con más fuerza resulta más corta y profunda, mientras que la de salida dibuja el arma desplazándose sobre la superficie cutánea al abandonar el cuerpo, siendo denominada por Simonin “cola de rata” (12) y por otros autores “cola terminal”. Si bien lo más frecuente es observar tan sólo una de ellas, que será la terminal, en ocasiones aparecen colas en ambos extremos, de modo que, como ya se ha expuesto, la de entrada es profunda y corta, comprometiendo todos los planos, mientras que la de salida se va haciendo más superficial y el trazo es más largo (9). Sin embargo, existe a este respecto una excepción de extraordinaria importancia en patología forense, que fue descrita por Canuto en 1.928 al exponer un fenómeno que denominó “inversión de la coleta”, que consiste en que en el degüello suicida la cola larga es la de entrada, mientras que la de salida, producida por un despegamiento del arma y no por deslizamiento, es corta y profunda (13). Así pues, vemos como el estudio detallado de los extremos de la herida permite determinar la dirección del arma en el contacto con el cuerpo de la víctima. Además de estas cinco características descritas por Bonnet, en las heridas lineales podemos observar otras más: — El trayecto en superficie generalmente es rectilíneo o ligeramente incurvado, aunque Thoinot precisa que también puede ser anguloso e incluso en zigzag (11). En ocasiones este trayecto puede aparecer discontinuo, aparentando conformar dos o más heridas distintas, como ocurre si la incisión afecta oblicuamente a un pliegue cutáneo; éste es el caso de zonas flácidas de la piel o de determinadas localizaciones como los párpados o el escroto, en los que si la herida es muy superficial puede presentar interrupciones que se muestran como varias pequeñas heridas dispuestas en una misma línea y separadas por zonas intactas. — Las paredes son generalmente lisas y regulares, con una variable profundidad que dibuja una sección triangular de vértice inferior. — Esta profundidad es variable en dependencia del filo de la hoja, de la fuerza con que se aplica sobre la superficie cutánea y de la resistencia de los tejidos afectados, de manera que cuando el arma alcanza un plano óseo superficial, será éste el que constituya el fondo de la herida. A este respecto, y en relación a diferentes localizaciones, es inhabitual que cuando las heridas incisas se producen en tórax o en abdomen penetren en la cavidad, pero si afectan a una articulación suelen introducirse en su cápsula. — Hemorragia: Mata incluye entre las características de este tipo de heridas las hemorragias considerables y extensas (1), consecuentes a las secciones vasculares que se producen, debiendo tenerse en cuenta a este respecto que las arterias junto a los músculos constituyen los tejidos que mayor retractilidad presentan. Estas extravasaciones he- 91 máticas se producen generalmente hacia el exterior o hacia grandes cavidades, como la pleural y la peritoneal (9). 2.- Heridas en colgajo: Se producen cuando el arma incisa ataca la superficie corporal de manera oblicua, originando un tipo de lesión característica que Royo Villanova denominó en “pico de flauta” (10), en la que uno de los bordes aparece a modo de lámina o colgajo de sección triangular y con el borde libre fino. Esta lámina presenta una amplitud y un grosor variables, según sea la longitud del arma, la profundidad con la que penetra y la mayor o menor oblicuidad del ataque. 3.- Las heridas mutilantes aparecen cuando el arma actúa sobre regiones salientes del cuerpo como nariz, orejas, pezón… determinando una separación parcial o completa de la región prominente afectada. 4.- Heridas por rozadura, también denominadas “rasantes” por Bonnet: Éstas, de carácter leve, aparecen cuando el instrumento actúa de manera tangencial a la superficie cutánea, desprendiendo únicamente la epidermis de forma parcial o total. B. HERIDAS PUNZANTES O PERFORANTES Tipo de arma: Se trata de instrumentos cilindrocónicos alargados, con sección por lo general circular o elíptica de diámetro variable, terminados en una punta que puede ser más o menos aguda. Clásicamente se dividen en naturales -espinas, aguijones y otras defensas de animales- o artificiales -alfileres, agujas, clavos, flechas, etc.-. Simonin las clasifica en razón de la morfología de su perfil, distinguiendo entre aquellas que lo tienen redondeado -aguja, lezna, punzón, clavo…- y las que lo presentan con aristas -espada, florete, tijera- (12). Mecanismo de acción: Este tipo de armas punzantes o perforantes penetra en los tejidos a modo de cuña, mediante la fuerza viva que se concentra en su punta, disociando y desplazando lateralmente las fibras sin provocar una gran mortificación en las zonas lesionadas. Como dice Pacheco “su punta aguda atraviesa la piel, divulsiona las fibras elásticas sin seccionarlas y penetra en profundidad, dejando un orificio de entrada de bordes romos ” (14). Sin embargo, este mecanismo general de acción presentará particularidades dependiendo del grosor del instrumento lesivo, de tal modo que si es muy fino, la dislocación será tan pequeña que una vez retirada el arma, los tejidos, por su elasticidad, volverán sobre sí mismos hasta la práctica desaparición del trayecto origi- 92 nado. Pero el arma puede también presentar un diámetro mayor, en cuyo caso esa dislaceración se convierte en un auténtico desgarro que, tras la extracción del arma, impide el retorno completo del tejido a su estado previo, persistiendo una solución de continuidad que hace que el trayecto a nivel superficial permanezca visible. Características de las lesiones: Di Maio incluye este tipo de lesiones entre las penetrantes, y diferencia en ellas una herida cutánea visible a la que denomina componente externo y una herida interior más profunda a la que llama componente interno (15). El orificio de entrada se encuentra generalmente en la piel o en las mucosas, siendo una de sus principales características la ausencia de proporción entre las dimensiones de la herida y las del instrumento; tal como ya expresaba Mata hace ciento cincuenta años “por regla general puede establecerse que las heridas hechas por un arma perforante no presentan casi nunca exactamente la dimensión del cuerpo vulnerante que las ha producido. Siempre son más pequeñas, por cuanto separadas las fibras del tejido, tienden a volver a su estado por su elasticidad y se reducen al menos en el sentido transversal de su disposición, por lo cual quedan oblongas, como lo hemos indicado poco hace. Por esto hay que suponer en tales casos mayor diámetro del arma” (1). Tal como ya se expuso al comentar el mecanismo de acción, el orificio de entrada puede presentar diferentes características en dependencia del diámetro del arma empleada, y así, pueden observarse dos tipos de herida: • Puntiforme: Aparecen cuando el instrumento lesivo es fino, originando un orificio de entrada que puede presentarse totalmente disimulado (16) y con un color rojizo, del que parte una fina estría de igual color, que penetra pudiendo afectar a órganos profundos. • Ojal: Esta morfología se produce cuando el instrumento lesivo presenta un cierto grosor, de tal modo que su diámetro sobrepasa el límite de elasticidad de los tejidos, provocando una hendidura que semeja un ojal, con ángulos redondeados, nítidos e iguales, que jamás se prolongan en colas. En estas heridas deberán estudiarse exhaustivamente: — La morfología específica del orificio: Puede aportar datos que permiten aproximar la forma del agente lesivo, observándose heridas cilindrocónicas, ojivales, triangulares, rómbicas, o estrelladas en los casos en que el arma carece de punta. — Las dimensiones: Que serán en todo caso menores que el arma que las produce, por supuesto para el sujeto vivo. En las serosas afectadas el orificio sí presenta dimensiones similares a las del arma. — El perímetro: Que se encuentra influenciado por la disposición de las fibras elásticas de la región, según las Leyes de Filhos y Langer que a continuación se exponen: Leyes de Filhos (1833): “1ª Un instrumento redondeado y cónico, como un punzón, ocasiona pequeñas heridas del todo análogas a las que resultarían 93 de la acción de un estilete aplanado y de dos filos. 2ª Estas heridas se dirigen siempre en el mismo sentido en una dirección determinada del cuerpo, difiriendo de las producidas por un instrumento de dos filos en que estas últimas pueden afectar toda suerte de direcciones”. Ley de Langer (1861): “Cuando un instrumento punzante cilindrocónico lesiona un punto en el cual convergen diversos sistemas de fibras de dirección divergente, la herida toma una forma triangular o en forma de flecha” (17). En base a estas Leyes, las lesiones punzantes mantienen en las diferentes regiones anatómicas una dirección predeterminada, de tal modo que: en el cuello son transversales en región anterior y de arriba hacia abajo y de detrás a delante en las regiones laterales; en el tórax en su línea media son transversales, en las costillas paralelas, en la axila verticales y en la espalda transversales con oblicuidad hacia abajo; en abdomen transversales en la línea media y oblicuas hacia abajo tanto más cuanto más lateral sea la región en la que asientan; y en extremidades su dirección es paralela al eje del miembro. — La fisionomía del borde del orificio, que puede presentar en la zona que lo rodea un halo de contusión, denominado por los autores italianos “orla de excoriación”, que aparece cuando el instrumento punzante presenta una extremidad roma -como sucede con un destornillador- o un contorno rugoso -en el caso de las limas-, produciendo una inversión de los bordes que se acompaña de una zona de enjugamiento producida por el arrastre de polvo, tierra y óxido (16); en base a ello, Raffo asegura que en ocasiones es posible la confusión entre este tipo de heridas y las que producen proyectiles de arma de fuego de pequeño calibre (5). También, en aquellos casos en los que el arma penetra en toda su longitud, puede aparecer una zona circundante contusa rodeando al orificio, causada por el traumatismo del mango sobre la superficie cutánea. — Hemorragias: En este tipo de lesiones rara vez se asocian hemorragias externas, siendo lo más común que se produzcan al interior (1). Sin embargo, cuando el territorio afectado tiene vasos sanguíneos próximos a la superficie cutánea, estas extravasaciones sanguíneas pueden producirse al exterior, como ocurre en lesiones penetrantes en axilas, flexuras y cara anterior de brazos, ingle, hueco poplíteo y, por supuesto, el cuello. Continuando con el estudio de las características de la lesión debe analizarse el trayecto. Aparece en forma de una línea rojiza que resulta del derrame sanguíneo en el interior del canal que atraviesa los tejidos lesionados. En él debe estudiarse la dirección de la herida por planos, para comprobar como en cada uno de ellos es diferente dependiendo de la que poseen sus elementos elásticos, encontrándose en ocasiones cómo en dos túnicas consecutivas aparecen soluciones de continuidad que forman entre sí un ángulo recto, tal como sucede en las heridas en el estómago: “en la serosa, la hendidura tiene una dirección paralela a la de las curvaturas; en la muscular se observa una dirección transversal, y en las mucosas una dirección un tanto oblicua” (10). 94 El orificio de salida no siempre existe en este tipo de lesiones, pero cuando está presente tiene los bordes irregulares y evertidos, al perforarse la piel de dentro hacia afuera, originando una especie de estallido con fisuras y roturas atípicas. El diámetro de esta lesión suele ser menor que el del orificio de entrada, ya que cuando está presente sólo alcanza a producirlo la punta del arma. Evidentemente la fisonomía del borde del orificio difiere de la producida en la entrada del arma, careciendo entre otras características de la denominada “orla de excoriación”. En caso de que el arma no atraviese totalmente la región afectada, y en consecuencia no aparezca orificio de salida, deberá estudiarse detenidamente el fondo de la lesión, puesto que en él pueden hallarse restos de suciedad e incluso fragmentos y astillas del instrumento lesivo que pueden ayudar a identificarlo. C. HERIDAS CORTO-PUNZANTES Representan el tipo de heridas por arma blanca con mayor trascendencia desde una perspectiva médico forense, al tratarse de las más frecuentes en casos de homicidio y de suicidio. Tipo de arma: Se trata de instrumentos formados por una lámina dotada de una o más aristas afiladas y cortantes que termina en punta, clasificándose según el número de filos en monocortantes, bicortantes y pluricortantes, siendo algunos ejemplos las navajas, cuchillos, puñales, etc. Su mecanismo de acción es mixto, actuando por la punta y por el filo simultáneamente, de tal modo que el predominio de uno u otro dependerá por una parte de cómo el instrumento incida en la superficie del cuerpo y por otra de la agudeza de sus bordes cortantes. Así, mediante la punta ejercen una acción de cuña disociando las fibras, mientras que con el filo dividen los tejidos y los desplazan. Características de las lesiones: En estas lesiones destaca la mayor profundidad respecto de su longitud en superficie, de tal manera que son heridas que penetran, pudiendo afectar a estructuras vitales determinando con ello la muerte. Al igual que las heridas punzantes, Di Maio -y también Knigth (18)-, incluyen a estas lesiones entre las penetrantes, llegando el primero a afirmar “el arma más utilizada para producir una herida punzante o penetrante es un cuchillo” (15). Deberán distinguirse en el estudio de este tipo de lesiones los siguientes elementos constituyentes: Orificio de entrada: Su morfología varía según el instrumento empleado y los posibles movimientos del agresor o de la víctima una vez que el arma ha ingresado en su organismo, de tal modo que Royo Villanova diferencia distintos 95 tipos de orificio: Producidos por una hoja sutil y bicortante, por una hoja no muy gruesa y monocortante, por hoja monocortante gruesa con borde romo muy grueso, por hoja pluricortante, por hoja de superficie irregular y corte o cortes desafilados, y por hoja que cambia de dirección dentro de los tejidos (10). • Si el instrumento es plano y bicortante, el componente externo adopta la forma de una fisura parecida a la que produce un instrumento cortante, adquiriendo una mayor profundidad, de forma que la dirección de la herida sigue la del eje transversal del arma y es por tanto independiente de las fibras elásticas, lo que sirve de elemento diferenciador respecto de las lesiones punzantes. En estas heridas ambos extremos son agudos y en ellos puede no observarse ninguna cola si el arma penetró y salió perpendicularmente, una si al entrar o al salir formó un ángulo agudo -que será tanto más larga cuanto más agudo haya sido el ángulo formado-, o dos, si formó un ángulo agudo tanto al entrar como al salir por extremos opuestos. • Si la hoja es no muy gruesa y monocortante, las heridas producidas se diferencian de las anteriores en que presentan un extremo agudo, que puede prolongarse con una cola, y el otro más romo, como redondeado. Cuando el arma incide de modo perpendicular a la dirección de las fibras elásticas de la piel, la forma que adopta la herida es oval, si bien en estos casos la aproximación de los bordes pondrá de manifiesto la diferencia descrita entre los ángulos de ambos extremos. • Si la hoja es gruesa y monocortante, el ojal producido tiene forma de hendidura triangular alargada (11), distinguiéndose claramente entre un extremo agudo originado por el filo y uno romo opuesto al anterior, debido al lomo del arma, que constituye la base del triángulo descrito. En ocasiones la herida termina en una pequeña línea que describe un ángulo con la principal, conformando dos hendiduras que se corresponden con los ángulos del borde romo de la hoja, dando un aspecto que Simonin describe como “punta de flecha”, y que verdaderamente se asemeja a una “cola de pescado”. Fig. 1. Imagen en forma de pez producida por arma corto-punzante gruesa y con un solo filo. 96 • Si la hoja es pluricortante, el orificio que produce tiene una morfología estrellada con tantas puntas como bordes afilados posea el arma, siempre y cuando penetre de forma perpendicular a la superficie cutánea ya que, de no ser así, puede ocurrir que alguno de los filos no quede marcado. En otras ocasiones, en las que el arma penetra varias veces en la misma zona, también estas características pueden verse modificadas. Pero además de la morfología del arma, que claramente va a definir la constitución del orificio de entrada, las características de éste pueden variar debido a otra serie de factores relacionados con partes del instrumento lesivo o con las condiciones en las que se produce el ataque. • Hoja de superficie irregular y corte o cortes desafilados: El instrumento característico de este tipo es la lima, que produce una lesión con su borde cortante. El ángulo de la herida no es muy agudo y no presenta cola, observándose en los márgenes, que aparecen ligeramente equimóticos y tumefactos, numerosos y pequeñísimos desgarros. • Heridas con cambio de dirección dentro de los tejidos: Si el arma penetra con una orientación y es retirada con otra distinta -bien debido a movimientos voluntarios del agresor que imprime al arma una rotación sobre su eje, o a movimientos voluntarios o involuntarios de la víctima- cruza en su salida el trayecto inicial, dando lugar a una sección secundaria que deja en la piel una herida única de aspecto anguloso y con grandes ramas, que asemeja a la resultante de dos cortes dados en el mismo punto, y que los distintos autores asimilan a diferentes morfologías; así, mientras Di Maio la describe con forma de “Y” o “L” (15), y Knigth como una “V” o una figura irregular (18), Hinojal le atribuye una forma de “cola de golondrina” (7). • Di Maio introduce un elemento importante en la morfología del componente externo, al exponer que las armas con un solo filo pueden producir heridas cutáneas en las que ambos extremos son romos o cuadrangulares. Esta característica puede aparecer cuando el instrumento ha sido introducido hasta la empuñadura, debido a que la mayoría de los cuchillos tienen una parte corta de la hoja inmediatamente delante del guardamano, denominada talón, que carece de filo por ambos bordes (15). • Las tijeras representan un tipo especial de instrumento corto-punzante, obrando de dos modos diferentes según se encuentren cerradas o abiertas, en cuyo caso posee dos extremos inciso-punzantes. Si la tijera penetra cerrada determina una única herida que presenta generalmente una pequeña melladura en uno o ambos lados, adoptando una forma característica en “Z” o en destello de rayo (18). Si está abierta, lo más común es que sólo penetre una de las hojas dando lugar a una herida de aspecto similar a la producida por un cuchillo, pero si penetran las dos ramas aparecen dos lesiones a modo de fisura, separadas entre sí en dependencia de su abertura, formando una “V” con colas en los bordes proximales de ambos ojales. 97 Trayecto: La principal característica del trayecto originado por este tipo de armas, es que la lesión en los diferentes tejidos que atraviesa está orientada en todos ellos en la misma dirección, a diferencia de lo ya descrito en las heridas perforantes en las que depende de las fibras elásticas, que en este caso únicamente influyen en su dimensión. Resulta de importancia conocer que las lesiones en órganos dotados de movilidad pueden presentar un mayor tamaño que el arma, tal como sucede en pulmones o en diafragma, con una característica morfológica añadida en corazón, en la que la herida adopta una forma de acento circunflejo (12) ya que al contraerse se hiere a sí mismo contra el instrumento. Una última particularidad respecto al trayecto reside en la posibilidad de que sea único o múltiple para un único orificio de entrada, en razón de que el arma sea o no nuevamente introducida sin haberse extraído del todo. Este canal puede ser completo determinando la aparición de un orificio de salida, que será estudiado a continuación, o bien quedar en fondo ciego. Orificio de salida: Como acaba de exponerse no siempre existe, pero en caso de aparecer presenta unas marcadas diferencias respecto al de entrada: en principio es de menor tamaño, ya que las armas de este tipo suelen ser más finas en la punta, pero además, su morfología es generalmente diferente debido a que en la mayoría de estos instrumentos la punta suele ser bicortante y la base monocortante, de tal modo que el orificio de salida presenta características de herida bicortante mientras que el de entrada semejará las de una monocortante. En ocasiones, pueden aparecer dos orificios de entrada y uno de salida en zonas del cuerpo que resultan atravesadas por un arma que alcanza la región adyacente penetrándola, como puede ocurrir en extremidad superior o en mama con subsiguiente entrada en región contigua de tórax. D. HERIDAS INCISO-CONTUSAS Tipo de arma: Se trata de armas dotadas de una hoja afilada y de un cierto peso que les proporciona una mayor fuerza viva, como es el caso de hachas, azadas, sables, etc. En otras ocasiones son instrumentos cortantes cuyo filo se encuentra parcialmente mellado. Mecanismo de acción: Estos instrumentos combinan la acción cortante por la existencia de un filo con el mecanismo contundente derivado de su peso, de tal forma que cuanto mayor sea su masa, tanto más predomina la acción de su fuerza viva sobre la cortante. Para Raffo, existe un “predominio del peso sobre la perfección del filo” (5) , en el que lo habitual es el golpe dirigido de arriba hacia abajo y a la cabeza. Características de las heridas: Se trata de lesiones lineales de perfil triangular, en las que la limpieza de los bordes depende del filo de la hoja, y en las que no existe cola, ya que el arma 98 al atacar los tejidos profundiza sin resbalar sobre ellos. No obstante, y siendo éstas las características generales, Font Riera describe un caso de homicidio con hacha, en el que debido al gran filo que presentaba el agente lesivo se apreciaban nítidas colas en algunas de sus heridas (19). Las características principales que aparecen con carácter general en este tipo de heridas son: • Contusiones en los bordes, que no son muy marcadas puesto que la solución de continuidad se produce siempre por diéresis tisular. • Ángulos con ausencia de colas. • Bordes poco netos con paredes irregulares, que no presentan puentes de tejidos entre ellos. • Profundidad que llega a interesar huesos -en los que provocan fisuras y fracturas de aspecto irregular y astillado-, órganos vitales, e incluso pueden producir amputaciones y separación de la cabeza. • Fondo profundo formado por tejidos dislacerados. • Predominio de la extensión en superficie. E. HERIDAS DISLACERANTES Pedro Mata, en su tercera edición del Tratado de Medicina y Cirugía Legal , incluye entre las armas blancas los instrumentos dislacerantes, mencionando en este grupo las garras, las uñas, y otros instrumentos con varias puntas. (1) Mecanismo de acción: Estos agentes actúan distendiendo los tejidos hasta el extremo de superar su elasticidad, rasgándolos o dislacerándolos. Características de las lesiones: Estas lesiones pueden guardar una relación morfológica con el agente lesivo, de tal modo que en las armas dotadas de varias puntas se reproducen lesiones que presentan un paralelismo similar al de las distintas partes del instrumento. Otro tanto puede decirse con respecto al diámetro de la lesión y al volumen de cada una de las puntas dislacerantes. Además, las lesiones se caracterizan por presentar desgarros y mutilaciones de superficie irregular, con colgajos que presentan diferentes formas según el alcance de los arrancamientos. Tan sólo si se afecta de modo exclusivo la superficie cutánea, la herida dislacerante tendrá similitud con las lesiones contusas, diferenciándose de ellas por la práctica inexistencia de equímosis. 99 F. LESIONES PUNZOCONTUSAS Grandini también incluye entre las armas blancas a un grupo más de agentes lesivos a los que denomina punzocontundentes (4). Tipo de arma: Se trata de instrumentos que tienen una punta roma y están dotados de una gran masa, produciendo heridas más profundas que extensas. Entre ellas puede incluirse la chaira y el pico. Mecanismo de acción: Actúan separando las fibras de la piel y de los tejidos, contundiendo las zonas adyacentes y penetrando en profundidad, de tal modo que aparecen equímosis alrededor de la herida. G. HERIDAS POR AGENTES ATÍPICOS: El ejemplo más representativo en patología forense corresponde a las heridas producidas por fragmentos de vidrio. Las características de estas lesiones son similares a las de las heridas típicas, presentando bordes nítidos que suelen ir acompañados de excoriaciones en los extremos del corte, producidas por el deslizamiento del vidrio sobre la piel, de tal forma que cuando penetran en ella y cuando la abandonan originan un despegamiento de los planos superficiales. Fig. 2. Heridas por vidrio en abdomen 100 CUESTIONES MÉDICO FORENSES Son varias las cuestiones de interés médico forense que debe plantearse el patólogo, ante una necropsia en una víctima por arma blanca: la etiología médico legal del suceso, el mecanismo de la muerte, la data de producción de las heridas, la identificación del agente causal, la posición relativa víctima agresor, la intensidad de la violencia ejercida por éste durante el ataque y otras cuestiones de interés en casos de heridas múltiples. A. ETIOLOGÍA MÉDICO-LEGAL DEL SUCESO Esta es una de las cuestiones más trascendentes en el ámbito forense, ya que de su clara determinación puede derivar la necesidad de investigar la autoría de terceras personas, o que no sea preciso hacerlo en el caso de que la responsabilidad se haya extinguido con la propia víctima, de ser ella misma la causante del suceso. Para ello, el patólogo forense deberá proveerse de un arsenal de datos procedentes de una exhaustiva investigación, que se iniciará en el mismo lugar de los hechos y proseguirá con el examen del cadáver, en el que serán de gran interés el tipo, número, dirección y localización de las lesiones y el estudio de sus vestimentas, debiendo todo ello relacionarse posteriormente con el arma presumiblemente empleada. 1. El examen de la escena es de extraordinaria importancia en la patología forense, tal como señala el viejo aforismo que dice “la autopsia comienza en el lugar de los hechos”. Debe atenderse de manera especial al posible desorden y a las señales de lucha, que indicarán la intervención de un tercero, a la existencia de notas, a cualquier indicio que oriente hacia el empleo combinado de otros mecanismos lesivos -presencia de psicofármacos o sustancias tóxicas, cuerdas o cables anudados…- y en definitiva, a cualquier otra circunstancia por nimia que inicialmente parezca, que pueda contribuir a resolver esta cuestión. La presencia del arma en el lugar también permite orientar la investigación etiológica del hecho, de tal modo que la posible identificación de su propiedad, en el caso de que pertenezca a la propia víctima, puede contribuir a determinar su autoría. Por otra parte, lo más habitual es que si se trata de un suicidio el arma permanezca insertada en la herida, aparezca junto al cadáver en el caso de que la muerte no haya sido inmediata, e incluso pueda encontrarse aprisionada en la mano del suicida a consecuencia del espasmo cadavérico, mientras que como dice Mata en la cuarta edición de su tratado “El matador hiere y escapa con el arma” (20). También la actitud de la víctima en el propio escenario de los hechos nos va a aportar datos de importancia en la orientación de la etiología 101 médico legal del fallecimiento. Con carácter general, y a modo meramente ilustrativo, puede decirse que el suicida frecuentemente se agrede de pie o sentado, más raramente tumbado, siendo un rasgo común en muchos de ellos la producción de las autolesiones frente a un espejo. En ocasiones se comprueba a través del estudio del lugar una etiología accidental, relacionada o no con actividad laboral, de modo que en el primer caso pueden observarse lesiones similares a las producidas por un arma blanca debidas al efecto cortante de algún tipo de maquinaria, mientras que en el segundo pueden deberse a la acción de instrumentos domésticos como vasos, botellas u otros envases, cuyos fragmentos pueden producir heridas que conducen al fallecimiento de la víctima. Fig. 3. Lesiones incisas en accidente laboral por hélice de sinfín 2. El estudio completo del cadáver supone el eje central de la actuación del patólogo forense, y en él será primordial el exhaustivo reconocimiento de todas las lesiones que presente y de sus características, debiendo realizarse la valoración según sea su tipo, localización y número. 2.1. En primer lugar se evaluará el tipo de las heridas, entre las que podemos hallar diversas variantes significativas que permiten dirigir la hipótesis sobre la etiología médico-legal de la muerte en uno u otro sentido: • Heridas de prueba o tentativas: Se trata de lesiones autoprovocadas en las que se observa un patrón típico, al aparecer generalmente varias heridas agrupadas que se encuentran paralelas unas a otras. En ellas se distinguen cortes superficiales que pueden presentar “colas 102 de vacilación” -que son cortas y de entrada a la lesión definitiva (9)junto a otros más profundos que se corresponden con un aumento de la determinación de lesionar (21). En el homicidio estas lesiones tentativas o de prueba están ausentes. • Heridas de defensa: Se producen por la acción instintiva de protección de la cara y la cabeza al sufrir un ataque, y su localización preferente es en región externa de antebrazos y muñecas y en dorso o palmas de las manos. También pueden aparecer en las flexuras de las falanges cuando el agredido trata de defenderse sujetando con las manos el arma; su adecuada exploración exigirá extender los dedos, en una maniobra que en ocasiones resulta dificultosa debido a la rigidez cadavérica. La aparición de este tipo de lesiones orienta evidentemente hacia el homicidio, y permite constatar que la víctima se encontraba consciente y no fue atacada por sorpresa, probando además que podía moverse. • Heridas aberrantes: Aparecen en el degüello homicida acompañando a las lesiones del cuello, y se encuentran localizadas en cara, nuca y mentón. Representan la huella de golpes fallados por los movimientos de protección de la víctima (12). • Heridas intimidatorias: En ocasiones, puede aparecer a nivel cervical una lesión típica, a modo de erosión simple o arañazo, localizada en región esternocleidomastoidea, que se produce por el roce o contacto del arma sobre la superficie cutánea. Este tipo de lesión puede observarse en casos en los que produciéndose la muerte por heridas en otras regiones, el ataque se acompaña de una agresión sexual, y se corresponden con el empleo inicial del arma como instrumento intimidatorio, presionando con ella sobre el cuello. • Lesiones asociadas: Se trata de autolesiones que aparecen en la superficie cutánea de la mano con la que se aplica la violencia, como consecuencia de la presión ejercida al momento de inferirse las heridas con un arma sin mango dotada de varios filos. El caso más típico aparece en suicidios por sección de trayectos venosos mediante el empleo de cuchillas de afeitar, observándose pequeñas heridas de 2 a 5 mms. de longitud que afectan a epidermis y dermis de cara palmar o anterior del dedo índice. • Marca en el rostro: denominada también “pifia” por Tekke (9) porque su ubicación y dirección semeja a los cordones de un tipo de sombrero, que llevan ese nombre. Su única finalidad es dolosa y aparecen en agresiones. 2.2. La localización de las heridas: Resulta evidente que para un diagnóstico de suicidio se tendrá en cuenta la región donde asienta la herida, que debe ser accesible a un instrumento empuñado por el propio individuo, mientras que en las heteroagresiones pueden alcanzarse zonas que no son asequibles a la víctima por sí misma. 103 Al margen de estas elementales consideraciones, las heridas suicidas tienen unas zonas concretas de elección, como son el cuello, la parte anterior del tórax y las muñecas, siendo las dos primeras más frecuentes en hombres y la última en mujeres. Las heridas homicidas, como dice Mata en una preciosa descripción al respecto, no aparecen en lugares selectivos o concretos, y así, refiriéndose al agresor relata: “quien dominado de la pasión que le impulsa, no se entretiene en esos pormenores; hiere donde puede…” (20). • La lesión suicida en el cuello se corresponde con el degüello, que es definido por Pacheco como “la lesión de la región anterior o lateral del cuello con arma cortante, que alcanza profundidad variable, interesando todos los órganos de la región hasta el plano vertebral” (14). El degüello es la lesión por arma incisa que con más frecuencia provoca la muerte, y sin embargo es la menos usual en nuestro medio (22). Destaca en su morfología la anchura de la herida, que predomina sobre las demás dimensiones, resultando considerable la separación de sus bordes hasta parecer que falta una parte del cuello. Existen una serie de características que permiten diferenciar su etiología, y son las siguientes: Dirección: En el degüello suicida la herida se inicia en la zona izquierda del cuello, por debajo del ángulo mandibular, descendiendo oblicuamente por la parte anterior hasta terminar en el lado derecho a un nivel ligeramente inferior, de tal modo que su localización es antero-lateral izquierda; en los zurdos la lesión se inicia en la zona derecha y describe un trayecto simétrico al descrito. Sin embargo, en el degüello homicida la incisión puede ser más horizontal y de abajo hacia arriba (23), siendo habitual que exista una gran variación en su dirección dependiendo de los movimientos de la víctima o del agresor durante la lucha. Lo habitual en estos casos es que si el ataque se produce desde atrás, la herida comience de detrás o cerca del pabellón auricular del lado contrario a la mano que sujeta el arma, continuando a través de la parte anterior del cuello de forma horizontal, para finalizar en el lado opuesto a un nivel más bajo que el inicial (23); si el ataque se produce desde delante la herida será corta y angulada, hiriendo la región cervical opuesta a la mano que prende el arma. Profundidad: La herida suicida es por lo general menos profunda que la homicida. En los casos de autolisis esta profundidad es mayor en su zona de origen, de tal modo que con frecuencia están seccionados los vasos sanguíneos en el lado izquierdo -si bien Simonin afirma que al estar la carótida protegida por el esternocleidomastoideo raras veces resulta afectada (12)-, mientras las vías aéreas pueden estar seccionadas a nivel de la laringe en su parte anterior. El homicida puede incidir de manera muy profunda, alcanzando la laringe e incluso la columna vertebral: “Una sola herida muy limpia y profunda que divide de una vez el tejido anterior del cuello abriendo los vasos, es más propia del homicidio que del suicidio” (23). 104 Fig. 4. Degüello homicida con sección de cartílago tiroides e impronta en vértebras cervicales Uniformidad: La herida suicida no suele ser uniforme, y presenta pequeñas lesiones superficiales en las proximidades del punto de inicio, denominadas “retomas o cortes de prueba” (8): “a consecuencia del dolor y de la falta de decisión el suicida vibra el golpe con mano insegura, ataca la piel en varias veces, y así se observan a menudo en los bordes de la herida incisiones suplementarias poco profundas” (10). Multiplicidad de las lesiones: En el suicida es frecuente la presencia de múltiples colas de vacilación, que son cortas y superficiales y que pueden ser paralelas o confluentes respecto a la herida definitiva. Font Riera describe este tipo de lesiones como heridas menores de tanteo, cercanas al punto de iniciación del degüello y poco profundas (19) , que en ocasiones pueden quedar enmascaradas por las lesiones más profundas y definitivas llegando a pasar desapercibidas. • Otra lesión que puede presentarse en el cuello es la decapitación, entendiéndose por tal “la sección de la nuca con un instrumento cortante o 105 cortante y contundente, que puede interesar sólo los tejidos superficiales o llegar hasta la columna vertebral y aún abrir la cavidad raquídea y seccionar la médula” (24). En los casos homicidas el agente etiológico es por lo general un instrumento inciso-contundente, aunque también puede ser producida por armas cortantes, en cuyo caso la decapitación suele acompañarse de otras lesiones en cuello o en distintas localizaciones. • La sección de las venas como método autolítico es bien conocida desde la antigüedad. En este tipo específico de mecanismo suicida existen dos localizaciones preferentes, ambas en extremidades superiores, hiriéndose bien en la cara anterior de las muñecas o en la flexura del codo, generalmente en el miembro izquierdo -en sujetos diestros-. El suicida se inflinge autolesiones de escasa profundidad en las que lo habitual es que no existan secciones en nervios ni en tendones, permitiéndole tras herirse la extremidad izquierda empuñar el arma con ésta y lesionarse la derecha, de tal modo que Bonnet considera estos hallazgos suficientes para afirmar su naturaleza suicida (8). Normalmente se trata de heridas de dirección transversal u oblicua, con colas de salida orientadas hacia el lado interno. Otras localizaciones en las que el suicida ataca sus vasos venosos pueden ser el hueco poplíteo y, menos frecuentemente, la región inguinal. • En región torácica la herida suicida suele ser única, o de ser más de una se encuentran agrupadas o “aglutinadas” tal como reseñaba Ballota en 1.937 (8); su localización es precordial, con dirección de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda, y normalmente ha sido producida por un instrumento cortopunzante. En el caso homicida, las heridas en tórax suelen ser múltiples, de tal modo que la dispersión en la zona del tronco es suficiente para presumir una intervención de tercera persona. Fig. 5. Herida suicida en región precordial 106 Fig. 6. Dispersión de heridas homicidas torácicas y cervicales • La localización en abdomen es más infrecuente, recibiendo el nombre de “harakiri” la lesión suicida que se produce de abajo hacia arriba en dos tiempos: en el primero de ellos se corta la pared abdominal, y en el segundo, que no siempre se da, se exteriorizan las asas intestinales, lo que a su vez puede ir o no seguido de su sección. Siendo este tipo de suicido más propio de la cultura oriental, también aparece en nuestro medio, aunque de modo excepcional y mayoritariamente en enfermos mentales. • Una última localización de gran interés para el patólogo forense es expuesta por Grandini, quien describe la posibilidad de que en el fondo del útero aparezcan lesiones punzantes a consecuencia de maniobras abortivas criminales -realizadas con una legra manejada de modo inadecuado o con otro tipo de instrumento-, que pueden llevar a la muerte por ulteriores complicaciones infecciosas (4). 2.3. El número de heridas: Se trata de una cuestión de gran trascendencia médico legal, en la que las reflexiones de los grandes tratadistas resultan muy ilustrativas por lo gráfico de sus descripciones. Así, para Mata “si hay más de una lesión, y es obra del sujeto propio, guardan cierta relación con la distancia y posición de su brazo o mano” mientras que para el caso de una heteroagresión, el homicida “es muy común que redoble una y más veces el golpe, en varias partes, que no guardan paralelismo, ni ofrecen la misma probabilidad o posibilidad de que se las haya hecho la misma víctima” (20) . López Gómez al abordar esta cuestión afirma “La multiplicidad de las heridas, y más si son graves, radicadas en diversas regiones, excluye el suicidio y señala su etiología homicida” (3). También la bibliografía reciente aborda la multiplicidad de lesiones y la relación con su etiología, destacando entre toda ella los claros y didácticos conceptos expuestos por Schneider en 1.997: “En el caso de lesiones múltiples distribuidas por todo el cuerpo y por diferentes mecanismos dinámicos (refiriéndonos al nivel cutáneo) tendría que pensarse en un primer momento en la acción de un tercero, especialmente cuando aparecen signos de defensa, cuando la ropa aparece perforada y cuando los bordes de las heridas son cortes limpios”. De estas aportaciones se desprende que, la conclusión sobre la etiología médico legal en el caso de heridas múltiples debe establecerse siempre asociando este dato cuantitativo a su localización y características, orientando hacia el homicidio las lesiones numerosas que revisten gravedad y que asientan en diferentes zonas del cuerpo. Abundando en esta cuestión, la combinación de múltiples lesiones por arma blanca asociadas a otro mecanismo sugiere una etiología suicida, observándose esta situación cuando el individuo abandona el método lesivo inicialmente previsto y lo sustituye por otro que acaba con su vida. Resulta ilustrativo al respecto el caso descrito por Bonnet sobre una mujer de 39 años de edad, que presentaba un total de 418 heridas cortantes asociadas a ingestión de raticida y de keroseno, a cuyos mecanismos suicidas añade el incendio de sus ropas con el mismo material inflamable (8). 107 2.4. La dirección: Al margen de las consideraciones ya realizadas para el caso particular del degüello, cabe afirmar con carácter general que las heridas con dirección de arriba hacia abajo no suelen ser accidentales. Del mismo modo, la existencia de una herida externa única con trayectos múltiples, indica que el arma fue retirada y nuevamente introducida, presumiblemente, por una tercera persona. 2.5. Otros datos observados en el cadáver: Las manchas de sangre en el cadáver, y en especial su distribución, aportan también gran cantidad de datos de interés. En el degüello el estudio de las manchas en las manos sugiere una u otra etiología: así, resulta evidente que de tratarse de un suicidio la mano que ha ejecutado la lesión debería aparecer con sangre, fundamentalmente en su región dorsal; si las manchas se encuentran en ambas manos podría interpretarse que la víctima, de modo instintivo tras sufrir un ataque, las dirige hacia la zona lesionada; y si no presentara sangre en ninguna de ellas, puede presumirse la intervención de una tercera persona. La existencia de otro tipo de lesiones -excoriaciones en zonas descubiertas, traumatismos a nivel cefálico que podrían haber producido una pérdida de conciencia, estigmas alrededor de los orificios respiratorios…- orientan hacia un homicidio. 3. Estudio de los vestidos: Es otro de los elementos imprescindibles en el correcto estudio necrópsico ante una muerte causada por arma blanca. Clásicamente se describe que el suicida se retira la ropa previamente a causarse el daño, y si bien no en todos los casos esta afirmación se cumple, sí es cierto que es más frecuente en el empleo de instrumentos punzantes, ya que estos no suelen atravesar la ropa. Mata describe con su característica prosa esta circunstancia del siguiente modo, “se aparta por lo común la ropa y se desnuda el punto que se propone lisiar… los vestidos quedan intactos, en especial si es el pecho la región herida”, mientras que respecto al homicida afirma “como no encuentra ya desnuda a la víctima, no se entretiene en desnudarla para herirla; le hiere a la vez vestidos y carnes” (20), lo que conlleva la aparición de roturas y desgarros en las ropas, que se van a corresponder topográficamente con las zonas cutáneas lesionadas. Además de estas soluciones de continuidad en las vestimentas, deben ser cuidadosamente estudiadas las manchas de sangre que pueden aparecer en ellas, y que en el caso del degüello suicida asientan en su parte anterior con un aspecto característico, ya que como quedó expuesto, en estos casos la autoagresión tiene lugar de pie o sentado frente a un espejo. 4. Estudio del arma: El tipo de arma empleada también puede servir para orientar la etiología médico legal. Así, las armas punzantes no son habitualmente empleadas para provocar autolesiones, llegando a afirmar Mata que no son “las preferidas” por los suicidas, ya que “se requiere alguna fuerza moral y física, y los suicidas no las tienen”, citando los casos descritos por Bierre de Boismont en que sujetos incapaces de repetir el golpe autolesivo sobrevivieron horas e incluso días con un arma clavada en el pecho que lesionaba pulmones y corazón (20); sin embargo, este tipo de instrumentos punzantes sí originan lesiones accidentales, y homicidas con más frecuencia. En cualquier caso, el principal interés del estudio del 108 arma en la identificación de la etiología médico legal del ataque, radica en la posible obtención de huellas dactilares de su autor y de indicios biológicos -manchas de sangre, restos de cabello o de tejidos- que permitan confrontar el perfil genético hallado con el de la víctima y con el del presunto victimario. 5. Estudio del presunto agresor: Resulta definitiva su exploración de la forma más precoz posible, a efectos de constatar una posible existencia de signos de lucha -excoriaciones en cara, cuello, antebrazos y manos, mordeduras en dedos, equímosis perioculares…- e incluso lesiones autoproducidas por la propia arma de modo involuntario durante la agresión; a este respecto cabe citar una observación personal de degüello homicida por ataque posterior, con lesiones faciales aberrantes en la víctima debidas a la lucha, y una herida incisa autoinflingida de modo involuntario por el agresor en el 5º dedo de su propia mano izquierda, mientras la empleaba para acallar a la persona agredida. También el estudio de sus vestimentas puede revelar desgarros y roturas, y aún más importante, restos de sangre humana que podrían corresponder a la víctima (12). B. IDENTIFICACIÓN DEL ARMA Esta cuestión es uno de los aspectos más difíciles de resolver en patología forense, y más aún si se trata de profundizar en la identificación específica del arma, hasta el extremo de que en la mayoría de las ocasiones será imposible pasar de una identificación genérica o de establecer si es compatible que un arma determinada que se nos presenta, con unas características concretas, pueda o no ser el agente causal de las lesiones halladas en la víctima. La identificación del arma se iniciará tomando como base las características generales de las heridas que ha producido para, posteriormente, y en base a posibles signos más específicos, tratar de aproximar la identificación concreta del instrumento lesivo. Armas incisas: • Las características de las heridas únicamente van a permitir afirmar que la lesión se ha producido por un agente cortante que ha actuado por el filo, siendo la identificación concreta del arma una cuestión por lo general irresoluble. No obstante, el instrumento lesivo puede presentar alteraciones en su filo en forma de irregularidades o melladuras que van a modificar la forma de las heridas imprimiendo en ellas un sello particular, que si bien en unas ocasiones puede alterar las habituales características incisas dificultando su identificación genérica, en otras puede contribuir, una vez solventada esa primera cuestión, a su identificación específica. Armas punzantes: • Su identificación genérica puede ser realizada a través del mero estudio de las lesiones causadas, de tal modo que, como ya se afirmó en el apartado 109 correspondiente, únicamente un arma punzante puede producir heridas que presenten diferentes direcciones en cada plano y tejido atravesado, e incluso en las distintas túnicas de un mismo órgano. También el estudio de la diferencia entre la morfología del orificio en los vestidos -que será redondeado- y el de la piel -que será fusiforme- permite identificar genéricamente a este tipo de armas. • Identificación específica: Para aproximarse en la investigación de las características concretas del agente causal, debe realizarse un exhaustivo estudio de las heridas producidas, tratando de precisar los siguientes aspectos: — El grosor del arma: que no guarda generalmente proporción con el tamaño de la herida, en razón de que los tejidos afectados, en función de su elasticidad, se retraen una vez extraído el instrumento. — La longitud del arma resulta otra tarea extremadamente complicada de establecer con precisión, y ello por dos razones: en unas ocasiones el arma no penetra en su totalidad, siendo de mayor longitud que la herida ocasionada, mientras que en otras los tejidos pueden deprimirse al tiempo que se produce el hundimiento del arma, originando un tipo de lesiones denominadas por Lacassagne “heridas en acordeón”, siendo el abdomen la zona en la que más frecuentemente aparecen, bien por la presión activa del instrumento, bien por la contracción refleja de los músculos parietales, o bien incluso en situaciones en las que el cadáver queda en decúbito prono apoyado sobre el arma y con la presión del peso del cuerpo sobre ella, dando lugar a que instrumentos no muy largos puedan alcanzar órganos profundos e incluso los cuerpos vertebrales. Todo lo anterior generalmente permite una aproximación, que difícilmente resulta suficiente, hacia las características individuales del instrumento causal. No obstante, hay otras situaciones en las que el arma deja una huella más exacta que va a permitir su descripción concreta, y así ocurre en aquellos casos en los que se lesionan tejidos indelebles, como huesos formados por dos láminas distintas con esponjosa entre ellas o cartílagos, en los que la forma va a quedar marcada de manera permanente, constituyendo una huella cuya morfología y dimensiones reproducen con bastante aproximación a las del arma, permitiendo su identificación. En otras ocasiones, un fragmento de dimensiones variables puede quedar alojado en el seno de la herida, no siendo infrecuente que en este tipo de instrumentos se produzca la fractura de la punta al contacto con un hueso, en el que puede quedar insertado, de tal modo que la identificación del arma queda sensiblemente simplificada. Armas corto-punzantes: • La identificación genérica deberá realizarse en base a las características de las heridas, ya descritas. 110 • En cuanto a la identificación específica, podrán analizarse distintos datos orientados a precisar en la medida de lo posible las siguientes características individuales: — Anchura de la hoja: Normalmente no existe coincidencia entre las dimensiones de la herida cutánea y las del agente causal. Tan sólo ambas son similares cuando el arma ha penetrado y ha salido perpendicularmente a la piel, de modo que si el instrumento ha entrado o salido de forma oblicua la longitud de la herida será mayor que la anchura del arma, como ocurre en muchos de los casos. Dalla Volta estableció un método geométrico para determinar la anchura real del arma basado en la longitud de la herida y en el ángulo de penetración. Para la correcta evaluación de la longitud de la herida deberá realizarse de manera previa una medición milimétrica tal y como se encuentre en la piel, y posteriormente se practicará una nueva medida milimétrica “acercando sus bordes a fin de suprimir la influencia engañosa de la retracción vital cutánea” (11), objetivándose generalmente una longitud superior tras esta segunda medición, que será la que deba considerarse a efectos del cálculo de la anchura del instrumento. Existen además una serie de condicionantes que deben tenerse en cuenta en el momento de establecer las dimensiones: Por una parte, el grado de penetración del arma, ya que cabe la posibilidad de que no se introduzca más que hasta una profundidad limitada, en cuyo caso sólo podrá afirmarse que la anchura de la hoja será tal para esos primeros centímetros concretos, puesto que generalmente estos instrumentos van haciéndose más anchos cuanto más próxima está la empuñadura; ahora bien, de haber dejado su impronta en órganos en profundidad podría llegar a determinarse la anchura de la hoja en la zona de penetración máxima. Otro aspecto a tener en cuenta es la posible existencia de movimientos de la hoja en la herida, bien ocasionados por el agresor o por la propia víctima, que pueden producir angulaciones, cambios de dirección y otros artefactos, que de modo evidente alteran su morfología y longitud. — Longitud del arma: Al igual que en el caso de las lesiones por instrumentos punzantes, la premisa de que la longitud del arma es similar a la profundidad de la herida es errónea como ya se ha expuesto, debido a que en el caso de que penetre hasta su empuñadura y de ser la zona en la que asienta depresible, la longitud del trayecto puede ser mayor que la del instrumento que lo causa; a este respecto Simonin expone que una hoja de 12 cms. puede llegar a producir una profundidad de 16 a 18 cms. (12). — Grosor de la hoja: Su identificación dependerá de los tejidos lesionados, de forma que si se afectan partes blandas o parénquimas resultará impreciso establecer el posible grosor, siendo el único elemento de juicio de relativa importancia la posible aparición de desgarros en el extremo romo de la herida. En el caso de que resulten afectados huesos, y en razón de su consistencia, podrá afirmarse que la hoja es 111 gruesa, y tanto más podrá sostenerse esta hipótesis cuanto más compactos y espesos sean los huesos lesionados, teniendo además una gran importancia orientativa la posible impronta que pudiera dejar el arma al impactar contra la estructura ósea. — Número de filos: Se establecerá atendiendo a las características de las heridas, ya descritas en el apartado correspondiente, determinando si es mono, bi o pluricortante. — Características especiales del filo: En ocasiones el arma corto-punzante presenta en su filo particularidades que pueden facilitar su identificación; es el caso de las armas con borde aserrado, como los cuchillos de campaña, que causan lesiones en las que uno de sus extremos aparece con aspecto desgarrado y que, de penetrar muy oblicuamente, producen erosiones a modo de dientes de sierra en la piel próxima al ángulo de la herida. — Empuñadura del arma: Otras veces el arma puede penetrar hasta el tope, con la empuñadura produciendo en la superficie cutánea alrededor de la herida una erosión o contusión figurada, por la que puede ser identificada. Pero no sólo el análisis de las lesiones puede aportar datos que permitan identificar el arma. Así, del estudio de los vestidos pueden deducirse datos de interés, como la anchura de la hoja (25), por lo que deberá procederse a un estudio exhaustivo de la ropa que llevaba la víctima al sufrir la agresión. Fig. 7. La ropa de la víctima puede reproducir con fidelidad la morfología y dimensiones de la hoja penetrante 112 Armas inciso-contusas: • La identificación genérica de este tipo de armas se realizará atendiendo a sus diferencias con otros tipos de heridas. Raffo propone un diagnóstico diferencial con las heridas incisas y con las contusas, expresándolo del siguiente modo “Con las heridas incisas predominan las diferencias cualitativas, y con las contusas, diferencias cuantitativas” (5). Así, respecto a las incisas ya se ha expuesto que las inciso-contusas generalmente carecen de colas y que en sus bordes siempre hay huellas de contusión en forma de un borde equimótico. Con respecto a las contundentes se diferencian básicamente en que las incisocontusas no presentan puentes en los bordes y paredes, siendo mayor su profundidad, produciendo colgajos y lesiones óseas, mientras que los signos contusivos que presentan en sus bordes no son excesivamente marcados; por su parte, las contusas aparecen con bordes desgarrados y con márgenes excoriados y contundidos, con puentes de unión en sus paredes formados por tejidos, fascias, vasos, nervios, etc., que han sido parcialmente desgarrados, pero no seccionados. • Sin embargo, la identificación individual del arma resulta en la mayor parte de las ocasiones de difícil resolución. C. DIRECCIÓN DEL ATAQUE Otra de las cuestiones importantes que debe resolver el patólogo forense es la posible determinación de la posición relativa entre la víctima y el agresor. Se trata de una cuestión de tal complejidad que en ocasiones sólo puede establecerse la dirección de las lesiones respecto al eje corporal, hasta el extremo de que Simonin plantea la posibilidad de que “una herida de espalda puede haber sido hecha por delante, si la víctima se encontraba en ese momento muy flexionada hacia adelante” (12). Esta complejidad deriva de las múltiples variables que pueden acompañar a este tipo de ataques, de tal modo que todas ellas deben ser evaluadas en el momento de establecer las posibles hipótesis que sirvan de aproximación para la reconstrucción de la escena de la agresión: condiciones del lugar, características de las heridas con atención a sus componentes externo e interno, estatura de la víctima y del agresor, etc. Y aún con todo ello, en muchas ocasiones sólo se podrá dictaminar respecto de la compatibilidad entre las versiones dadas por el agresor o los testigos y los datos hallados en el estudio necrópsico. D. ESTIMACIÓN DE LA VIOLENCIA DEL ATAQUE El patólogo forense también deberá resolver acerca de la fuerza necesaria para producir una lesión concreta. Los grandes tratadistas han planteado el estudio de diversos elementos que permiten aproximar la resolución de esta 113 cuestión, siendo la aportación de Casas a este respecto muy orientativa para quien debe instruir y juzgar los hechos, al proponer su modulación empleando los conceptos de leve, moderada, considerable o extrema (6), incluyendo en esta última valoración aquellos casos en los que el arma atraviesa un hueso denso, como puede ser el cráneo, o cuando se halla la impronta de la empuñadura del arma sobre la piel, tras haber penetrado en profundidad completamente. Para realizar correctamente esta evaluación, varios elementos han de ser estudiados detenidamente: • Los relacionados con el arma: y fundamentalmente con su punta y su filo, de tal modo que cuando estos son pronunciados, la penetración es más fácil y requiere una menor energía que en los casos en que la punta del arma sea roma. • Elementos dinámicos del ataque: La energía cinética que se acumula en la superficie cutánea implica el que ésta sea sobrepasada con mayor facilidad cuanto más rápido sea el movimiento de ataque. • Variables relacionadas con la zona lesionada: La piel es después del hueso y de los cartílagos osificados el tejido más resistente, de tal modo que una vez superado su obstáculo el arma requerirá una mínima energía para progresar en su penetración en profundidad. Sin embargo, en un mismo organismo, el tejido cutáneo presenta distintos grosores y resistencias, en relación a una serie de condicionantes estáticos o dinámicos: — Las diferencias estáticas dependen de su localización, siendo el ejemplo más significativo la piel de las palmas de las manos y plantas de los pies, que presenta un menor grosor y, por tanto, una menor resistencia que favorece su penetrabilidad. — En cuanto a las variaciones dinámicas, es evidente que la piel en una zona a tensión es más fácilmente penetrable que la piel laxa. • Factores dependientes de la víctima: Pero además, el tejido cutáneo está sometido a diferencias individuales en razón de la edad, el sexo o posibles padecimientos morbosos, y así, la piel de ancianos y de mujeres ofrece menos resistencia que la de los jóvenes y los hombres. • Particularidades de la lesión: Entre las que resulta de interés la profundidad, y más aún cuando el arma ha progresado superando una posible resistencia de estructuras óseas o cartilaginosas. • Los derivados de las ropas: Resulta evidente que la cantidad y composición de las vestimentas, u otros complementos que cubren a la herida, guardan relación con la intensidad de la fuerza a emplear para producir una determinada lesión, y así, aquellas prendas confeccionadas en piel son de una mayor resistencia y resultan más difíciles de penetrar por lo que se requiere el empleo de una mayor fuerza, al contrario de lo que ocurre con otro tipo de tejidos más ligeros. 114 E. CUESTIONES RELACIONADAS CON LAS HERIDAS MÚLTIPLES Cuatro son las cuestiones que se plantean, relacionadas con una posible multiplicidad de las lesiones: 1. Número de armas empleadas: A su resolución se llegará tras el estudio detallado de las características de las heridas. Como ya se ha expuesto, una única arma puede producir lesiones de tamaño y morfología diferentes según la parte con la que se produzca el ataque -bien sea la punta o el corte-, la profundidad a la que penetre, la oblicuidad con que lo haga, la elasticidad de la piel en la zona y los movimientos habidos dentro de la herida, causados por el agresor o por la víctima. Todo ello puede dar lugar a heridas de variadas características, hasta el extremo de que encontrándose lesiones de aspectos diferentes en un mismo individuo “sería erróneo concluir que se han producido por dos o más armas” (6) en tanto no se excluya la posibilidad de que un único agente pueda ser el causante. 2. Orden de producción: Se tratará de aproximar cual fue la primera de las heridas asestadas, y en la medida de lo posible el orden en el que se han producido, cuestión de extraordinaria complejidad en la mayor parte de las ocasiones. Para ello pueden emplearse las siguientes consideraciones: — En el lugar de los hechos puede evaluarse la distancia de las manchas de proyección, que será mayor en las heridas causadas en primer lugar debido a la mayor presión de salida de la sangre arterial. — El estudio de las lesiones también aporta datos de interés: • Si dos heridas se entrecruzan procede realizar la maniobra de Chavigny, por la que puede determinarse el orden producido con gran precisión. Con esta maniobra se procede a la aposición de los bordes de las heridas, de tal modo que si se realiza en el orden correcto de producción, el enfrentamiento de los bordes de la primera herida permite a continuación el afrontamiento de la segunda, mientras que si se realiza en orden erróneo y se contraponen en primer lugar los bordes de la última lesión producida, no “encajan” a continuación los bordes de la primera. • Si al estudiar dos heridas coincidentes topográficamente se observa que una de ellas comienza en un borde que contacta con la otra, resulta ser la contactada la producida en primer lugar. • La ausencia de reacción vital en una herida permite la evidente deducción de que se produjo un cierto tiempo después del desencadenamiento de la muerte, y en consecuencia debe considerarse posterior a las que presentan signos de vitalidad. • Si en el transcurso de la agresión el arma sufre una melladura, las lesiones causadas a continuación presentarán irregularidades derivadas de ese defecto. 115 • Algunos tratadistas proponen que las heridas que asientan en zonas vitales sean consideradas cronológicamente como las últimas en producirse, cuestión esta que es altamente discutible, respecto a la que Simonin se pronuncia de manera clara “las heridas más graves no son forzosamente las últimas” (12). 3. Determinación de la herida responsable de la muerte, para lo cual se emplearán dos elementos que permiten orientar la resolución de esta cuestión: En primer lugar, resulta evidente que para poder desencadenar el fallecimiento la herida debe asentar en una zona vital, y en segundo, podrá realizarse en ocasiones una aproximación basada en el estudio de la vitalidad de las lesiones, de forma que asentando dos o más de ellas en áreas de interés vital, serán las que mayor reacción presenten las responsables de la muerte. 4. Y como última cuestión de interés en el estudio de las heridas múltiples, no debe olvidarse lo ya comentado en relación a la posibilidad de hallar más de una herida como consecuencia de un solo ataque, como ocurre en agresiones que penetran en extremidad superior atravesándola hasta alcanzar el tórax, o bien en aquellas otras que lesionando mama la traspasan introduciéndose posteriormente en cavidad torácica. F. ESTUDIO DE VITALIDAD DE LAS HERIDAS Las reacciones de vitalidad de las heridas revisten un gran interés forense por dos motivos principalmente: el primero orientado a determinar si las lesiones que presenta un cadáver se produjeron antes o después de la muerte, y el segundo referido al tiempo de supervivencia desde que la víctima recibe las lesiones mortales hasta que deviene el fallecimiento: • Valoración de las heridas ante, peri o postmortales: Este análisis se basará por una parte en el estudio macroscópico y por otra en técnicas histológicas e histoquímicas: — El diagnóstico macroscópico de vitalidad de las heridas se basa en una serie de características diferenciales: Destaca en las lesiones vitales la retracción y turgencia de los bordes, que aparecen tumefactos y enrojecidos con infiltración sanguínea y con coágulos adheridos que difícilmente se desprenden con el lavado de la herida, entre los cuales se observa en ocasiones la salida de tejido adiposo subcutáneo. Si la herida es vital, los vasos arteriales aparecen igualmente retraídos, y tanto su afectación como la de los vasos venosos determinará la existencia de hemorragias, que son el mejor signo patognomónico de que la lesión se produjo en vida. La aparición de embolias gaseosas, frecuentes en heridas de grandes vasos del cuello, será también signo indicativo de vitalidad. Puede ocurrir, como es el caso de heridas que 116 revisten tal gravedad que conducen a la muerte de modo muy rápido, que las características vitales sean menos marcadas, adoptando una apariencia similar a las heridas postmortales; en estos casos, el examen detenido de la zona afectada, en el contexto de la causa de la muerte, aclarará la práctica ausencia de reacción vital. También en determinados casos especiales, en los que el cadáver es hallado tras una permanencia prolongada en el agua, las heridas pueden presentar una apariencia postmortal debido al lavado de la hemorragia inicialmente presente, lo que puede dificultar la determinación de su verdadera naturaleza (19). Fig. 8. Eversión de tejido adiposo a través de los bordes de una herida abdominal — Estos hallazgos macroscópicos deben complementarse con el estudio de los cambios histológicos e histoquímicas que se producen en los tejidos lesionados, debidos a la evolución vital de las heridas. Estas modificaciones dependen de varios factores, y entre ellos del tamaño y tipo de la lesión, del tejido en el que asientan, y de la edad y estado de salud de la víctima. • Otra de las cuestiones médico forenses, de gran trascendencia en muertes por arma blanca, es la determinación del tiempo de supervivencia desde que se producen las lesiones hasta el fallecimiento. — Di Maio propone el estudio de cuatro elementos macroscópicos para aproximar su resolución: el tamaño del vaso afectado, la vascularización del órgano herido, la cantidad total de sangre perdida interna y 117 externamente y la velocidad a la que se ha producido esa pérdida de sangre (15), siendo estos signos meramente orientativos, al encontrarse influenciados por factores individuales, como la edad y el estado previo en relación con el funcionamiento de los mecanismos de compensación de su medio interno ante una hemorragia. Por ello, tan sólo podrá realizarse un dictamen categórico en aquellas muertes en que exista una destrucción de órganos manifiestamente incompatible con la vida, como puede ser una desestructuración encefálica con golpes con un hacha, en cuyo caso puede dictaminarse que el fallecimiento se produjo de manera inmediata y con absoluta incompatibilidad con una supervivencia. — Por otra parte, el mismo estudio histopatológico e histoquímico que nos permite analizar la vitalidad de una lesión, puede aportar datos significativos que nos ayuden a precisar el tiempo transcurrido desde su producción hasta la muerte, a través del seguimiento de la evolución vital de los fenómenos reparativos. Una breve descripción de esta evolución, tratada de manera exhaustiva en otro de los capítulos de este libro, permite establecer esquemáticamente distintas fases, que en ningún modo deben ser interpretadas como aisladas de las contiguas, sino como un continuo en el que se solapan el final de cada una de ellas con el comienzo de la siguiente: Fase de hemostasia: Se inicia en el mismo momento en el que se produce la pérdida de integridad del tejido cutáneo, con su consecuente extravasación hemática. De manera inmediata se desencadena la agregación de las plaquetas y la coagulación, al tiempo que se produce una vasoconstricción; estas reacciones están encaminadas a impedir la contaminación bacteriana y la pérdida de volemia. Fase inflamatoria: Comienza también al tiempo de producirse la herida, y se desarrolla aproximadamente durante los tres días siguientes. La extravasación de sangre va seguida de hiperemia e infiltración de los márgenes de la lesión, de tal modo que el fondo de la herida se llena a las pocas horas de un exudado inflamatorio compuesto por leucocitos, macrófagos, eritrocitos y fibrina. A las 12 horas los bordes están rojos y tumefactos, aglutinados por sangre y exudado, y presentan una infiltración leucocitaria que alcanza su máxima expresión en ausencia de infección a las 24 horas, incrementándose a partir de este momento la presencia de monocitos que se activan al alcanzar la zona lesionada, convirtiéndose en macrófagos cuya función será destruir bacterias, desbridar la herida y secretar sustancias fundamentales para el proceso de cicatrización. Fase proliferativa: En la que fibroblastos, células endoteliales y queratinocitos producen factores de crecimiento que estimulan la proliferación celular, la síntesis de proteínas extracelulares y de fibras 118 colágenas, y la angiogénesis con crecimiento del endotelio vascular, cuyas células se multiplican por yemación emergiendo desde los vasos próximos a la zona de la lesión. Royo Villanova estudió estos fenómenos llegando a esquematizarlos cronológicamente del siguiente modo: “Un primer período, de 24 a 48 horas, en que no se observa cariocinesis sino escasas secciones y en número limitadísimo, sin que indiquen con seguridad un período de regeneración. Un segundo período, alrededor de las 48 horas, en que la cariocinesis, si bien aún es en escaso número, se ha extendido a toda la región y se observa ya en todas las secciones de la herida. Un tercer período, de 72 a 96 horas, en que las mitosis son abundantísimas. Por último, pasado este tiempo, no se observan ya mitosis, siendo, por tanto, completa la reparación de la solución de continuidad” (10). Fase de contracción: Tiene lugar entre el tercer y el quinto días, y en ella la superficie lesionada disminuye mediante una reducción concéntrica del tamaño de la herida, causada por las proteínas contráctiles de actina y miosina contenidas en el citoplasma de los miofibroblastos. Fase de remodelación: Es la fase última y más larga, y en ella se produce un cambio morfológico debido a la modificación de las uniones de las fibras de colágeno. Esta fase es un proceso dinámico de maduración de la cicatriz que puede durar incluso meses. — También a través del estudio microscópico de los hematíes presentes en el foco de la lesión pueden obtenerse datos de interés para la datación de la herida, en base a la evolución que experimentan: Así, a las 4 horas los eritrocitos se encuentran deformados y con su superficie hinchada; entre las 12 y las 24 horas adquieren una morfología esférica con presencia de puntas afiladas en su superficie; de dos a tres días su forma es esférica y su superficie es lisa; entre el sexto y el octavo día los hematíes aparecen agregados y se encuentran deformados, no siendo posible identificarlos aislados. — La hemoglobina también va a sufrir una evolución en la herida, de tal modo que inicialmente se encuentra en la parte profunda del coágulo, difundiendo posteriormente a los tejidos vecinos; a los 4 ó 5 días la hemoglobina se ha transformado en hemosiderina, que puede aparecer dentro o fuera de los hematíes que se encuentran en el coágulo; y más adelante, en un tercer período aparece la hematoidina aproximadamente a los 12 días, manteniéndose durante 2 meses. — La evolución del coágulo formado tras la extravasación hemática puede también ser empleada a fin de determinar el tiempo transcurrido desde la producción de la herida: En las lesiones producidas por arma blanca la sangre ocupa el surco producido formando coágulos sanguíneos que van a constituir la costra que protegerá la herida. Royo hace una descripción de esta evolución, que si bien data de más de cincuenta años, conviene recordar por su planteamiento didáctico: “Hasta las 24 horas, aproximadamente, dicho coagulo se presenta perfecta- 119 mente hemático constituido por pequeños bloques íntimamente adheridos a los márgenes. Después de las 24 horas se observa manifiestamente que el coágulo empieza a ser invadido por numerosos leucocitos. La infiltración del coágulo es máxima en la parte más profunda que es la más próxima al fondo de la herida; en cambio, en su porción más superficial, el coágulo se observa todavía hemático aún después de 72 horas” (10). G. MECANISMO DE MUERTE Y por supuesto, el patólogo forense deberá determinar con exactitud la causa del fallecimiento, para lo cual se valdrá de los diferentes datos hallados en el transcurso de la autopsia. Pero para ello, deben conocerse los principales mecanismos que pueden conducir a la muerte en lesiones por arma blanca: • El mecanismo más común es la hemorragia con su consecuente anemia aguda. Resulta evidente que la intensidad de la extravasación hemática estará en relación con el calibre de los vasos afectados y con el tipo de lesión, de forma que la hemostasia espontánea en caso de secciones netas es más difícil que en el caso de que existan desgarros. Si bien la consecuencia última va a ser una pérdida de volemia de la que deriva el cese de las funciones vitales, deberá especificarse como causa de la muerte la citada anemia aguda, siendo erróneo hacer constar el término de choque hipovolémico que tantas veces aparece en los dictámenes, por ser un concepto clínico (4). • Otra posible causa de muerte es la aspiración de sangre hasta los alvéolos pulmonares, produciendo la denominada por Bonnet (8) “asfixia o sumersión interna”, debida a la penetración del líquido hemático en el árbol respiratorio. En estos casos también puede aparecer sangre en tracto digestivo en el caso de ser deglutida. • La embolia gaseosa, siendo más rara, se ha descrito como causa de fallecimiento en heridas por arma blanca asociadas a soluciones de continuidad en las venas yugulares, pudiendo producir la muerte en degüellos superficiales. • También en las heridas en el cuello la muerte puede aparecer por una asfixia por compresión de las vías respiratorias, en caso de extravasaciones hemorrágicas con infiltración masiva de las partes blandas adyacentes. • La sección de los nervios frénico y neumogástrico como causa instantánea de fallecimiento ha sido referida por Gomes en su Medicina Legal (26). • En ocasiones, aunque de manera infrecuente, el fallecimiento se debe a una hemorragia intracraneal resultante de una herida penetrante. • Y por último, la aparición de complicaciones infecciosas puede ocasionar el fallecimiento diferido de la víctima, como sucede en heridas abdominales, en las que pueden sobrevenir peritonitis y sepsis. 120 PROTOCOLO DE AUTOPSIA La autopsia en casos de muerte por herida de arma blanca debe realizarse siguiendo unos pasos concretos que permitan fijar exhaustivamente cuantos hallazgos contribuyan a resolver las cuestiones anteriormente planteadas: • En primer lugar, cabe la posibilidad de que el patólogo forense se enfrente a un cadáver que aún presenta el arma clavada en su cuerpo. Ante esta situación deberá protegerse cuidadosamente el instrumento lesivo hasta que sea estudiado, a fin de buscar huellas dactilares, de tal modo que si esta operación no puede realizarse in situ se procederá a su aislamiento con una bolsa, evitando que sea de plástico puesto que la condensación que podría producirse en su interior destruiría dichas huellas. • Con carácter previo al comienzo de la autopsia, Di Maio recomienda que en las víctimas que presentan múltiples heridas o cuando alguna de ellas penetra en hueso, se realice un estudio radiológico, de manera que si se observa un fragmento del arma en el interior del cadáver, se deberá recuperar para su comparación posterior con los instrumentos sospechosos (15) . También en heridas en el cuello se recomienda hacer radiografías que pueden poner de manifiesto la existencia de un embolismo aéreo. •El estudio necrópsico propiamente dicho se iniciará asegurando la constancia documental -mediante la fijación fotográfica o planimétrica- de todas las lesiones halladas, tanto a la observación directa del cadáver como tras la reconstrucción de la morfología de las heridas con el afrontamiento de sus bordes, para lo que se emplearán medios adhesivos. En los casos en que la impronta de la empuñadura del arma rodee a la herida, tras haber penetrado en su totalidad, deberá igualmente fotografiarse con detalle la zona, al objeto de realizar posteriores comparaciones con los instrumentos sospechosos. • Seguidamente se procederá a un cuidadoso examen y registro de la localización de cada una de las lesiones, en el plano horizontal y en el vertical, utilizando como referencia puntos topográficos concretos. Para algunos autores, en casos de heridas múltiples resulta poco práctico hacer una prolija descripción de cada una de ellas, proponiendo un criterio integrador por el que se agrupen las lesiones en áreas anatómicas, y destacando con sus características únicamente aquellas que presenten particularidades (27). • Se procederá a evaluar la relación de las heridas observadas en superficie cutánea con las soluciones de continuidad de las prendas que vestía (28). • Una vez detallada de manera precisa la ubicación anatómica, se describirán las principales características externas: morfología, dirección, longitud, y dimensiones de los ángulos y colas de salida, de manera que pueda comenzar a evaluarse el tipo de arma empleada; a este respecto, Trujillo plantea incluso realizar en el cadáver cortes similares con instrumentos sospechosos al objeto de identificarlos, con las salvedades que representan las diferencias entre heridas vitales y postmortales (16). También de- 121 berán ser descritos la separación de los bordes y los signos de hemorragia y de vitalidad. • Tras ello, se detallará el trayecto de la herida, expresado en los planos sagital, horizontal y coronal mediante las siguientes opciones: Anteroposterior, posteroanterior o en el plano coronal; de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o en el plano sagital; de arriba abajo y de abajo a arriba o en el plano horizontal (27). Este trayecto deberá ser descrito plano por plano con atención a todas las estructuras comprometidas y determinando con exactitud su profundidad. Como norma general, debe advertirse que el sondaje de este tipo de lesiones está proscrito, por la elevada posibilidad de crear falsas vías y trayectos artificiales. • Por último, se recomienda que sea preservada cualquier pieza anatómica -hueso o cartílago- que exhiba una impronta causada por el arma. Fig. 9. Impronta dejada por arma blanca en cartílago tiroides Casos especiales: Se realizará a continuación una breve referencia a aquellas situaciones que merecen una consideración especial, bien por la localización de las heridas, o bien porque éstas han sido manipuladas, posibilidad que se plantea con relativa frecuencia en sujetos que han recibido una atención médica previa al fallecimiento, lo que podría haber influido en la configuración de las lesiones encontradas: 122 • Lecha Marzo, en su Tratado de Autopsias y Embalsamamientos, ya expresaba la necesidad de prestar una especial atención a las heridas de localización cervical, puesto que su estudio podría comprometerse con la aplicación de las técnicas habituales de Virchow -“la abertura del cuello y de las cavidades torácica y abdominal se practicará como regla, por medio de un solo y extenso corte que, empezando en el mentón, termine en la sínfisis del pubis pasando por el lado izquierdo del ombligo” (29)- o de Mata -“Se da un corte horizontal a lo largo de las clavículas y primera pieza del esternón; luego otros dos que parten de la parte más posterior de la apófisis mastoides de cada lado, de arriba abajo, de dentro afuera, viniendo a parar a la parte externa del hombro” (30)-. Así, “se comprende que la autopsia del cuello es completamente atípica en los casos de degollación” (31), debiendo procederse mediante una cuidadosa disección plano por plano, que se realizará desde las zonas adyacentes a la lesión preservando en la medida de lo posible el trayecto de la herida, progresando en profundidad hasta la completa descripción de las estructuras afectadas. Siendo frecuentes las lesiones vasculares en las heridas por arma blanca en el cuello, Schneider propone una técnica concreta que facilita su estudio, procediendo, tras colocar una sonda en el interior de los vasos dañados, a su cuidadosa disección partiendo de los segmentos más inferiores y más próximos al corazón (25). • En ocasiones en las que el cadáver ha recibido asistencia médica previa a su fallecimiento, pueden encontrarse heridas manipuladas yatrogénicamente bien por haber sido suturadas, bien porque se ha procedido a su incorporación a una incisión de toracotomía, e incluso porque la propia herida ha sido empleada para la colocación de un tubo torácico; también en el momento de la autopsia pueden observarse nuevas heridas yatrogénicas consecuentes a la asistencia recibida, que a la simple observación presentan dificultades para su diferenciación con las producidas en la agresión. Por todo ello, resulta fundamental en estos casos que todas las actuaciones terapéuticas queden fielmente reflejadas en la historia clínica y que ésta quede a disposición del patólogo que debe efectuar la autopsia. BIBLIOGRAFÍA (1) Mata P. Tratado de Medicina y Cirugía Legal (2). 3ª edición. Madrid: Imp. de Baylli-Bailliere; 1857. pp. 536-49. (2) Gisbert Calabuig JA. Lesiones por Arma Blanca. En: Villanueva Cañadas E. Medicina Legal y Toxicología de Gisbert. 6ª edición. Barcelona: Masson; 2004. pp. 383-93. (3) López Gómez I, Gisbert Calabuig JA. Tratado de Medicina Legal (1). Valencia: Editorial Saber; 1967. pp. 599-619. (4) Grandini J. Medicina Forense. Mexico: Mc Graw Hill; 2004. pp. 45-54. 123 (5) Raffo OH. La Muerte violenta. Buenos Aires: Universidad; 2004. pp. 44-50. (6) Casas JD, Rodríguez MS. Manual de Medicina legal y forense. Madrid: COLEX; 2000. pp. 725-65. (7) Hinojal R. Manual de medicina legal, toxicología y psiquiatría forense (1). 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