"El envejecimiento: los servicios de salud y la seguridad social" Politics, not demography, now determines the size of the elderly population and the materials conditions of its existence. (Myles, 1983) En años recientes una problemática ligada en primera instancia a la transformación de las estructuras demográficas ha hecho coincidir los intereses de especialistas en diversas disciplinas para estudiarla y proponer soluciones viables a sus manifestaciones concretas en cada país. Esta problemática que ha sido identificada con el término inclusivo de "envejecimiento", vuelve a poner en primer plano la discusión planteada por economistas y demógrafos hace casi cuatro décadas respecto a la relación entre dinámica demográfica y distribución del ingreso. En aquel momento, el interés estaba centrado en identificar el crecimiento natural de la población como freno al crecimiento económico, apreciables a nivel macro y microeconómico. Sobre el primero, una parte importante de los recursos generados por la sociedad tenía que dedicarse a satisfacer una demanda creciente de servicios de salud y educación para los individuos que año con año nacían, en lugar de dedicar estos recursos a la inversión productiva. A nivel microeconómico, el ingreso familiar tenía que repartirse entre mayor número de miembros, lo que hacia aparecer como imperativo actuar sobre el nivel de natalidad para reducirlo. Hoy en día, una vez alcanzadas las metas demográficas en una proporción importante de las naciones del mundo al abatir tanto la elevada natalidad como la mortalidad, el resultado ha sido una disminución significativa en la tasa global de fecundidad y un incremento de la esperanza de vida, indicadores que, por cierto, no están afectados por la estructura por edad de la población. Esta situación ha traído como consecuencia un crecimiento en la participación del grupo de 65 años o más en el total de la población, lo que hace necesario dedicar recursos a su atención y garantizar su sobrevivencia en condiciones adecuadas. Con el razonamiento originalmente aplicado al caso de la natalidad, resulta que ahora hay que dedicar recursos a la población envejecida en un monto creciente, sin que la sociedad en general y los individuos en particular hayan acumulado lo suficiente para responder a estas necesidades. En este trabajo se hacen explícitas una serie de situaciones que en la actualidad y en el mediano y largo plazo constituirán el escenario social en el que se deberá responder a las demandas de la población vieja y que deben ser tomadas en cuenta en la definición de políticas sociales y acciones sectoriales dedicadas a ésta. Algunas situaciones que aparecen cada vez con mayor claridad tienen que ver con: a) el incremento de los pobres entre la población de la tercera edad; b) el incremento cuantitativo de la demanda de servicios de salud y c) la declinación de un sistema de soporte familiar de los ancianos originado entre otros factores por una disminución de la fecundidad y con ello el tamaño de la familia. Una premisa fundamental para los autores es que a nivel de política social para los viejos, en el campo de la salud o el sistema de pensiones, las acciones constituyen políticas de distribución de la riqueza, cuyo éxito depende de que el reparto se origine en un proceso de acumulación que trascienda a las generaciones productivas. Este trabajo es una visión sociodemográfica acerca del envejecimiento, la conformación de las demandas en salud y seguridad social que origina, así como la oferta para satisfacerlas desde diferentes niveles de la sociedad, para lo cual se debe considerar relevante la heterogeneidad de la población a partir de su básica diferenciación según clase social y sexo. 1. El contexto general. La progresiva transformación del comportamiento demográfico de la especie humana ha sido un factor fundamental para el actual paradigma dominante sobre el desarrollo mundial. La disminución de los nacimientos, el combate contra la enfermedad y la muerte, así como la mayor extensión en el tiempo de vida, han sido elementos de profunda transformación en el sentido que adquiere la existencia humana. A pesar del alto nivel de vida alcanzado, la transición demográfica de los países desarrollados ha generado, entre otras situaciones, un histórico envejecimiento de su población que refleja relaciones de dependencia generacional poco equilibradas, un déficit de población en edad de trabajar y una demanda social insatisfecha por parte de los grupos de edad avanzada --en su mayoría femenina-- situación que parece amenazar la hegemonía económica y tecnológica de algunos países a nivel global. En los países en desarrollo, con un historial demográfico diferente, se observa todavía un crecimiento de los grupos etarios jóvenes y adultos, aunque creciente desempleo y problemas de pobreza, junto con un paulatino envejecimiento demográfico que añade nuevas demandas sociales a las rezagadas necesidades de su población. Tendencia que se agravará en estos países, durante el primer cuarto del siglo siguiente, ya que se espera que el 72 por ciento de la población envejecida resida en países en desarrollo (United Nations, 1993). Bajo esa lógica, es necesario ver al envejecimiento demográfico como un fenómeno creciente que apunta sobre la nuevas demandas sociales por parte de población en la tercera y cuarta edad. Aunque también permite considerar el impacto que tiene la estructura y composición de las poblaciones sobre la organización social, el papel de las instituciones, y la organización política y económica, en cuyo contexto orientado a la globalización resulta crucial el grado de desarrollo social y económico alcanzado previamente en cada país. Es sugerente, entonces a partir de la discusión sobre el envejecimiento, integrar nuevas demandas al quehacer de las políticas sociales y deslindar la visión competitiva de las prioridades sociales. Durante este periodo, a la ciencia y técnica se les ha concedido el poder social y político para modificar la vida social, en gran medida orientando a actuar sobre el ritmo de crecimiento natural. Sin embargo, los efectos sociales y económicos de la transición epidemiológica a fin de siglo, son uno de los principales intereses de los científicos sociales ligados con el estudio de la dinámica demográfica y la salud. La situación ha justificado la preocupación mundial sobre la calidad de vida de grupos envejecidos sobre todo en lo concerniente a la salud. Se ha planteado una transformación del significado de enfermedad, pues se vuelve una condición permanente que trastoca el sentido del sufrimiento humano, pero que transforma profundamente nuestra percepción de la vejez. Dimensión cultural que se puede redefinir dependiendo de la organización económica e institucional de la formación social. En muchas partes del mundo, la combinación de estos factores advierten sobre la insuficiencia de los criterios homogeneizadores para entender la relación entre envejecimiento y sociedad. No obstante, una gran cantidad de investigaciones concluyen que existe una profunda desigualdad de oportunidades entre individuos una vez alcanzada determinada edad cronológica y social, aún en naciones económicamente poderosas. Desigualdad que está definida por diferenciales étnicos, de clase social, género y cohorte, así como por el grado de urbanización, lo que condiciona el acceso real a servicios de salud y que se intensifica a partir de las conformación cultural y estructural de la sociedad en cuestión. Entonces la presencia de grupos sociales con altos grados de vulnerabilidad social, patologías emergentes, fragilidad al medio ambiente, multimorbilidad y pobreza --aún en sociedades muy modernizadas-- sugiere que la situación social de la población anciana está estrechamente ligada al modelo de desarrollo adoptado, por lo cual engañosamente se han sobreenfatizado las consecuencias económicas de este proceso sociodemográfico (Treas y Logue, 1986; Richter, 1992, Ogawa, 1990), debilitando la visión sobre las consecuencias sociales de las estrategias económicas (Stahl, 1994; Vilas, 1996; Stahl, 1996a). El contexto demográfico mundial y la recesión económica de los ochenta han sido los acontecimientos que tratan de justificar la reforma del Estado en la configuración del bienestar entre la población mundial. El debate si bien ha surgido entre los intelectuales de los países desarrollados no ha sido ajeno a los políticos y académicos de otros países. La confrontación de perspectivas teóricas, ideologías y experiencias nacionales concretas se ha dado en diferentes niveles girando en la mayoría de los casos sobre la reorientación de la "política social". Los argumentos financieros buscan adelgazar al Estado y corregir el déficit público, a través de una apertura de las instancias privadas en la atención y satisfacción de la demanda social (con estas acciones como parte de los denominados programas de ajuste estructural en las economías emergentes y en transición). No obstante, las experiencias de la privatización en países desarrollados, muestran desventajas y algunos beneficios a nivel del bienestar social. En éste debate el quehacer de las ciencias sociales ha sido fundamental para esclarecer el impacto diferencial de la reforma del Estado sobre las condiciones de vida de la población y en especial de aquellos grupos considerados particularmente vulnerables (pobres nuevos y estructurales). Pero también ha resultado crucial para entender el desarrollo sectorial directamente vinculado a las comunidades, con el fin de evitar el retroceso de logros sociales en detrimento de la calidad de vida. El caso de la educación y la salud son los principales ejes de reflexión sobre el nuevo papel del Estado . La información demográfica y epidemiológica, la reforma del Estado y la nueva configuración de las políticas sociales permiten reflexionar sobre los nuevos escenarios de las instituciones de atención a la salud. La oleada de reformas a la seguridad social es un antecedente obligado para entender los contextos globales en los que se asienta el bienestar social de la población en el futuro. 2. La reforma del estado y la seguridad social en la región latinoamericana: un referente obligado La seguridad social, como área estratégica en el modelo de desarrollo hegemónico, ha significado para los planeadores económicos un nicho sumamente poderoso para incentivar la productividad económica general y el crecimiento a través de un mecanismo de ahorro obligatorio. Para otros, la seguridad social también representa uno de las mecanismos institucionales más relevantes en la distribución de la riqueza generada por la sociedad. Forma parte de la política social del Estado y en ella se sostiene gran parte de la oferta de satisfactores de las necesidades elementales para sectores importantes de la población, tanto porque la organización institucional es en sí misma generadora de empleos, como por la cadena de prestaciones y servicios orientados al mantenimiento de la salud (maternidad, planificación familiar, salud reproductiva, atención general, guarderías, cuidados prolongados, etc…). Lo cierto es que en el debate sobre la reforma a la seguridad social se desprende una gran preocupación sobre la reorganización que tendrán las instituciones encargadas de la salud de la población como resultado de este proceso. La mala calidad de los servicios públicos, la falta de cobertura entre la población, la limitada infraestructura en áreas rurales, el escaso personal capacitado y la deficiente administración de los recursos, junto con la desconfianza hacia la "privatización", al papel de las instituciones lucrativas y el temor a reproducir de una manera más costosa las mismas deficiencias del servicio público, son parte de las percepciones entre la población usuaria de los servicios de salud. Todo advierte la existencia de un terreno, confuso y complejo, en el cual se deben fincar los nuevos retos de las instituciones de salud. Las características de la estructura por edad de la población en el presente y en el futuro, así como su perfil epidemiológico sugieren que la inversión en la salud debería ser un área estratégica en la redistribución del ingreso de la población latinoamericana, así como un freno a la reproducción generacional de la pobreza en futuras poblaciones. En Latinoamérica las reformas a la seguridad social comenzaron con el gobierno militar de Chile, esta reforma consistió en la eliminación del impuesto patronal y la administración privada del sistema de pensiones, todo ello bajo la doctrina conservadora del neoliberalismo. Posteriormente se modificó la organización de los servicios de salud a través de regresar la atención a la salud hacia las administraciones municipales, desconcentrar el Servicio Nacional de Servicios en Salud (SNSS) en 26 servicios y crear las Instituciones de Salud Previsional (ISAPRES) como un subsistema de salud privado, compuesta por 22 empresas abiertas a la comunidad y 14 empresas cerradas para atención especial a cotizantes de determinadas compañías, algunas estatales y otras privadas. Su tarea ha consistido en cubrir los gastos de atención médica de sus afiliados y dependientes. Este subsistema cubría en 1993, al 24 por ciento de la población y administró fondos por apróximadamente US $434 millones (Giaconi, 1994). Toda la reforma se fincó en una serie de privatizaciones de las empresas de servicios públicos junto con un proceso de atomización social y un reforzamiento de la economía de mercado. Los críticos a la nueva organización del sistema de seguridad social argumentaron que mientras el modelo chileno se adaptaba a las realidades locales, los costos sociales recayeron sobre los grupos sociales más vulnerables. Al incentivar el papel del sector privado en el área de salud, se propiciaba una reducción del papel del Estado como actor fundamental en política social. Para los analistas, el sistema de salud chileno "aseguró un mínimo nivel de atención a la salud de la población pobre y la clase trabajadora, mientras se invirtió en alta tecnología para los grupos sociales que tuvieran mayor poder adquisitivo" (Scarpaci, 1988). Los especialistas, hoy en día, a pesar del "milagro chileno", sugieren una revisión del funcionamiento del sistema nacional de salud, particularmente por la insatisfacción de la población con respecto a la atención recibida, pero también por el perfil epidemiológico de su población actual. Así, se proponen centros de diagnóstico ambulatorio con alto nivel tecnológico, cambios en el financiamiento en donde las facturas se expidan no por las acciones prestadas sino por las enfermedades resueltas; también mayores compromisos de gestión entre el Ministerio de Salud, los Servicios y los hospitales; y por último, se plantea conocer con cierta periodicidad los costos de los principales prestadores de servicios de salud, entre otros (Giaconi, 1994). Durante el gobierno militar en Chile, la evidencia mostró que la población estaba pagando más por los servicios de salud en comparación con los anteriores regímenes. De hecho, la población más pobre ha contribuido en una mayor proporción al presupuesto del Sistema Nacional de Salud, sin obtener los beneficios suficientes (Borzutzky, 1993; Scarpaci, 1988). Al observar estos antecedentes, uno podría pensar que la limitada expansión del servicio público, en las dos últimas décadas en muchos países latinoamericanos, ha propiciado la condición que permite avanzar la alternativa del cuidado médico privado. El argumento demográfico que sirve de justificación a los economistas para establecer la funcionalidad del modelo chileno es la estructura joven de la población, la cual puede afrontar el costo del financiamiento en el período de transición. Chile actualmente tiene el 7 por ciento de su población con 65 años y más, lo que equivale a un millón de personas. Para los economistas la estructura joven de países como Argentina, Perú, Bolivia y México, facilita la implementación del modelo chileno en seguridad social, particularmente porque todos estos países tienen una proporción suficiente de fuerza laboral joven para sostener a los jubilados durante la transición, además de que todos los países necesitan ahorro interno con el cual estabilizar la economía (Passell, 1996). El ofrecimiento de los reformistas en Chile, Brasil, México y Argentina, consistió en contar con una serie de dividendos sociales producto de la privatización para reforzar los servicios básicos de educación y salud pública. No obstante, la experiencia de Chile al respecto ha sido un incremento en la inversión pública en estas áreas casi diez años después de iniciada la reforma en 1981, con sus consecuentes efectos sobre la pobreza (Boeker, 1995). La pregunta que surge al respecto es cómo y cuándo se distribuirán esos dividendos, porque en la contabilidad del costo social de las políticas económicas el tiempo resulta un factor de desventaja generacional. Gran parte del gasto social destinado a compensar los ajustes económicos, se han ejercido a través de programas selectivos con financiamiento externo, principalmente del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, que si bien se han canalizado por medio de instituciones públicas y descentralizadas, se ha criticado que contribuyen muy poco a aminorar la pobreza y sobre todo permiten el repliegue del Estado para atender sus responsabilidades sociales. Queda mucho por conocer sobre el papel de las agencias internacionales en la configuración del sector salud. El Banco Mundial en Bolivia por ejemplo, promovió una mayor cantidad de programas preventivos en lugar de programas curativos. En parte porque éstos son menos costosos. Este tipo de políticas tienen un efecto muy importante en el desarrollo de la investigación en salud y en lo que representa el proceso salud-enfermedad entre la población latinoamericana (Arellano y Petras, 1994). Debe decirse que estas reformas han tenido gran impacto en la sociedad latinoamericana sobre todo por los nuevos patrones de política social, éstos tienden a evadir la responsabilidad colectiva mientras las necesidades de la población -producto del modelo económico- se perciben como problemáticas de carácter individual. Lo muestran las reformas a la seguridad social, en Uruguay, Colombia, Brasil, México y Nicaragua, por mencionar sólo algunos países. Para los analistas, la transformación de las políticas sociales en el modelo neoliberal ha experimentado tres procesos básicos: privatización, focalización y descentralización. Cada uno de ellos ha sido puesto en práctica con ciertas modalidades, observándose una contribución limitada al bienestar social, mientras se ha logrado entorpecer el funcionamiento de los servicios sociales más importantes en el desarrollo de las comunidades (Vilas, 1996b). Este contexto de reformas permite reflexionar sobre el carácter que adquiere la nueva configuración de la seguridad social en un contexto demográfico y epidemiológico, en el cual surgen nuevas demandas y se incrementan aquéllas que históricamente no se han podido trascender. El caso de la población envejecida ha sido abordado desde una perspectiva neoliberal como un gasto y carga social, cuando su situación ha sido un efecto también de la estrategia de ajuste, pero sobre todo de la paradoja que surge de la confrontación entre modernidad como proceso y modernización como resultado. Misma que se manifiesta en lo demográfico a través de un incremento de la esperanza de vida, como logro de la modernidad, pero en condiciones de vulnerabilidad y marginación como efecto de la misma modernización. El envejecimiento de la población aparece como un fenómeno social que debe renovar energías en la configuración de programas de apoyo a la seguridad social. Aunque muchos países son considerados de estructura joven, la visión prospectiva advierte de situaciones pre y post transicionales incluso en aquellos países que iniciaron el descenso de la fecundidad de manera tardía. De ahí que el envejecimiento demográfico, desde una perspectiva interdisciplinaria, permite reflexionar sobre la relación existente entre política económica, política social y estructura demográfica, misma que advierte la necesidad de reorganizar e incrementar los recursos dirigidos a la satisfacción de una mayor demanda de servicios de salud tanto en poblaciones atrasadas económicamente, con padecimientos transmisibles, como en aquéllas donde los padecimientos crónicodegenerativos tienden a deteriorar también la calidad de vida de la población adulta y envejecida. La fragilidad social y física de esta población, el peligro de combinar varios padecimientos crónicos con aquéllos de tipo infeccioso, hace relevante el estudio que relaciona el proceso de envejecimiento con la reorganización de la seguridad social, la configuración de la política social y el modelo de desarrollo actual. Si bien en las discusiones sobre el envejecimiento y la seguridad social se deben observar las consecuencias del modelo de política social sobre la población envejecida, no es posible ignorar a nivel macroeconómico la transformación de las estructuras demográficas sobre la conformación de la demanda, el consumo y el gasto social. Sobre la demanda, es claro que se derivan preferencias y necesidades en el consumo de la población joven que contrastan con las de la población envejecida. Existen varios estudios en los cuales se han logrado identificar modificaciones en la estructura del consumo y del gasto debido a los cambios en la estructura por edad de la población. El envejecimiento de la población generará un incremento en el consumo público de productos farmacéuticos, de servicios primarios de salud; en cambio la demanda para libros, servicios de transportación escolar, personal vinculado a la educación, entre otros, experimentará un descenso. La estructura del gasto público también se modificará. Por su parte, la inversión pública tendrá que proveer una infraestructura adecuada para garantizar las actividades cotidianas de la población. Los lugares o sitios públicos, escuelas, hospitales, viviendas, transportación, constantemente tienen que ser adaptados de acuerdo con las necesidades de la sociedad (Richter, 1992). Sin embargo, mientras este diagnóstico puede encajar con la realidad de países desarrollados, lo cierto es que en los países latinoamericanos mientras continúa el crecimiento de la demanda de población en edad escolar tanto en servicios educativos como en salud, se comienzan a perfilar nuevas demandas sociales provenientes de grupos de población con edades muy avanzadas, cuyos requerimientos en materia de salud física y mental alertan sobre la tónica de las políticas sociales que reforzarán el desarrollo social de la región. De tal manera que existirá población con padecimientos transmisibles por sus condiciones de pobreza y juventud, pero también habrá población con padecimientos crónico-degenerativos, que sufra una combinación de ambos, agravada por sus condiciones de pobreza, la cual envejece experimentando una situación de deterioro de la calidad de vida por razones fisiológicas y estructurales. Las reformas económicas más significativas han planteado la reformulación financiera y organizativa de las instituciones encargadas de la seguridad social. Estas reformas han tenido un heterogéneo impacto en la población latinoamericana, y puesto que la hegemonía del discurso económico está dejando en segundo plano la discusión sobre las condiciones sociales y políticas de cada país, su entendimiento requiere combinar disciplinas que incorporen lo distintivamente económico, sociológico, demográfico y político. Es decir, la definición de los escenarios que parten de los aspectos económicos y financieros requieren tomar en cuenta aspectos que son el objeto de otras disciplinas como la demografía y la sociología, para vislumbrar el impacto de una medida de carácter económico sobre el comportamiento de la población. En ese sentido, las actuales reformas a la seguridad social, la reorganización del sistema de pensiones y salud, junto con el progresivo envejecimiento de la estructura por edad de la población, ameritan una discusión que recupere la experiencia de la región y que contenga una reflexión integral sobre los procesos que están transformando la atmósfera social de la región y de México, en particular. La discusión en política económica y social, junto con el cambio demográfico son aspectos que se han abordado de manera poco enlazada, sólo algunos trabajos han tratado de recuperar el impacto de la reorganización socioeconómica de la seguridad social con la problemática de la población. La importancia de la planificación familiar como tema central en las políticas de población gubernamentales, refleja una clara desvinculación de la demanda social actual y futura de los individuos concretos, lo que permite pensar sobre la adaptación de los diferentes sistemas de salud en relación con la dinámica demográfica. La calidad de los servicios, la demanda en salud de la población en proceso de envejecimiento, la supervisión de los programas institucionales dirigidos al bienestar de la población, la poca actualización de los recursos humanos, infraestructura y procesos administrativos de las instituciones encargadas de la atención directa a la población anciana, son temas que no se han incorporado o se han incorporado sólo muy recientemente en el discurso de la salud pública y la reforma a la seguridad social. 3. Seguridad social, salud y envejecimiento en México: situación actual México, como otros países latinoamericanos, ha experimentado en las dos últimas décadas una reducción de su gasto social, como resultado de una profunda crisis económica que ha deteriorado el bienestar de la población desde diferentes ángulos. En el sexenio de 1982-88, el gasto social real cayó 9.8 por ciento en promedio anual, y aunque creció con el gobierno salinista, volvió a caer 21 por ciento durante el primer año del actual sexenio. Aunque aparentemente se ha recuperado el gasto social, con un monto del 53 por ciento, hay que observar cuidadosamente los supuestos técnicos con que fue calculado dicho indicador. Fuente: Chávez, 1996 Adicionalmente se debilitó la capacidad del sistema económico para generar empleos, los sindicatos vieron limitados sus espacios de negociación, así como el control salarial hizo que los trabajadores perdieran su poder adquisitivo. Como la población en edad productiva crecía con rapidez, las empresas y el mismo gobierno optaron por recortar personal y acelerar la jubilación de los trabajadores con cierta antigüedad. Las necesidades de la población se incrementaron mientras el desempleo, la reconversión tecnológica, la jubilación temprana y el recorte de personal provocaron que las ocupaciones no asalariadas se incrementaran (Oliveira y García, 1993). Desde 1982, la distribución del ingreso disponible se ha inclinado a favor de la proporción sobre el capital, dando desventaja cada vez mayor a la proporción del ingreso sobre el trabajo, la pérdida del poder adquisitivo ha estado precedida por pactos corporativos que desde el punto de vista de la política económica y las medidas de ajuste, han limitado cualquier posibilidad de lograr condiciones de bienestar a través del trabajo asalariado para la población mexicana. El decil en el que están ubicados los hogares mexicanos más ricos, incrementó su participación en el ingreso de 32.77 por ciento en 1982 a 38.16 por ciento en 1992, mientras que el decil más pobre bajo del 1.72 por ciento a 1.55 por ciento en el mismo periodo (Laurell, 1994). Para algunos analistas si el ingreso per cápita del decil más pobre creciera a la misma tasa que en épocas de postguerra, estos hogares tardarían 16 años en recuperar el ingreso equivalente al de la línea de extrema pobreza. Si creciera al ritmo de 1 por ciento, la población pobre tendría que esperar 47 años -entre una y dos generaciones- para lograr un ingreso suficiente para comprar la canasta básica (Lustig, 1994). La capacidad de ahorro interno de la población prácticamente es nula, una vez que la mayoría de la PEA percibe tres salarios mínimos o menos, de ellos el 21.6 por ciento gana un salario mínimo o menos, mientras que los que ganan entre 4 y 6 veces un salario mínimo, apenas y tienen una capacidad marginal de ahorro (Chávez, 1996). El sector salud, por su parte, ha sufrido una baja en la calidad de los servicios como consecuencia de la disminución de sus recursos disponibles, es decir, las unidades médicas, las camas, el número de médicos por millar de población cubierta en el Instituto Mexicano del Seguro Social e ISSSTE cayeron entre 1980 y 1991, y aunque no se cuenta con información sobre la distribución y monto de los recursos de la Secretaría de Salud se presume que los recursos per cápita tuvieron que haber aumentado toda vez que sus servicios atienden principalmente a población no afiliada a otras instituciones y no ligada al sector formal de la economía (Lustig, 1994). En ese contexto de franco deterioro para el sector salud, se planteó en 1994 una reforma a la Ley del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que sugirió modificar la estructura de financiamiento del sistema de pensiones y la atención a la salud. Los ramos reformados son: enfermedad y maternidad, pensiones, vejez y cesantía en edad avanzada y para la invalidez y muerte. La idea de fondo es contrarrestar la crisis financiera del IMSS modificando la contribución de los trabajadores, los patrones y el Estado, reduciendo el impuesto sobre la nómina pero aumentando los fondos fiscales generales. Con éstos se busca garantizar la viabilidad financiera de la seguridad social médica, pero adoptando una estrategia que proporcione servicios esenciales de salud que sería "virtualmente universal" para la población urbana y con una importante penetración en zonas rurales relativamente densas en población. Se trata de garantizar que no se afectará adversamente a ningún trabajador, en especial, los de menores ingresos, pero se intenta reducir la subdeclaración y coadyuvar al crecimiento del empleo y el salario (Martínez, 1996). Los trabajadores asalariados por disposición constitucional estarán afiliados al régimen obligatorio, sin embargo, la reforma a los servicios de salud del IMSS contempla la afiliación voluntaria al régimen obligatorio, para captar a población insertada en actividades no asalariadas (campesinos, comerciantes, profesionistas, patrones, personas físicas, trabajadores al servicio doméstico y trabajadores al servicio de los estados). También se crea el Seguro de Salud para la Familia, el cual es una tercera forma de afiliación que no incluye prestaciones económicas ni seguros de pensiones. Aparentemente los trabajadores asalariados y no asalariados serán captados con la Nueva Ley, lo cierto es que pueden ser incorporados sólo aquéllos con capacidad de pago y fundamentalmente residentes en zonas urbanas. Pero además, si bien se reduce el impuesto sobre la nómina, ahora los trabajadores de las próximas generaciones (aquéllos con menos de 40 años) tendrán que cotizar alrededor de 1250 semanas, -el doble de tiempo que en la Ley anterior,- para poder garantizar una pensión mínima en la vejez, lo cual implica que se cumplan una serie de condiciones como son: estabilidad en el mercado laboral, bajas tasas de desempleo y una recuperación del poder adquisitivo. En particular, los analistas consideran que la Nueva Ley no mezclará los recursos del sistema de pensiones y del servicio médico, lo cual contribuye a una mejor transparencia sobre los estados financieros del IMSS. La atención de los analistas sociales se ha concentrado en la estimación de las consecuencias que puede tener esta reforma sobre las diferentes generaciones de la población, por la forma que adopte la reorganización de los sistemas de seguridad social en un contexto de recuperación económica. Preocupación que se incrementa cuando las proyecciones demográficas y el perfil epidemiológico de la población sugiere el aumento de la demanda del sector salud para atender enfermedades tanto de tipo infeccioso como crónico-degenerativo en las comunidades más pobres del país sobretodo para la población infantil y envejecida que aumentará en los próximos 15 años como parte de la inercia demográfica. Con tasas de crecimiento superiores al 3.5 por ciento anual, la población con 60 años y más llegaría a 10 millones en el 2010 (Gómez de León, Partida y Solís, 1996). Este fenómeno modificará ampliamente las relaciones de dependencia generacional, así como la mayor demanda en servicios de salud, principalmente. El descenso de la mortalidad en México se ve claramente reflejado en el incremento de la probabilidad de sobrevivencia a través de las edades, lo que gráficamente se manifiesta como la rectangularización de la curva de vida, en la medida en que los determinantes y la estructura por edad de las muertes son tales que la probabilidad de sobrevivir hasta edades avanzadas es cada vez mayor hasta un límite representado por la edad máxima en la cual la muerte no puede evitarse. En las gráficas que siguen, se percibe tanto en hombres como en mujeres la ganancia en la sobrevivencia que en el período de 1960 a 1993, se manifiesta en el hecho concreto de que en las cohortes sintéticas representadas en cada perspectiva transversal con el patrón de mortalidad de 1960, apenas poco más de la mitad de los habitantes de este país sobrevivían a los 65 años mientras que en 1993 el porcentaje de sobrevivientes a esta edad es del 68 y 70 por ciento para hombres y mujeres respectivamente. El proceso que lleva a la muerte visto biomédicamente permite identificar tres etapas: adquirir la susceptibilidad a una enfermedad, enfermarse y morir de esa enfermedad. La vacunación y una vida saludable inciden sobre la susceptibilidad y la morbilidad; mientras que la medicina curativa disminuye el período de enfermedad En la práctica, las acciones en salud impulsadas por el Estado han sido el principal elemento de influencia sobre algunos de estos factores y por lo tanto han actuado para posponer la edad de inicio de un periodo de morbilidad que lleve a la muerte alargando la esperanza de vida de los mexicanos, sin embargo los quince años de vida que en promedio le quedan al mexicano que llega a los 65 años de edad, los vive en condiciones físicas deterioradas y económicamente insuficientes para poder afirmar que su esperanza de vida saludable (EVS) también se incrementa. Esta sobrevivencia demanda servicios de salud especializados, recursos económicos monetarios para enfrentar la vida cotidiana y acciones preventivas que desde las edades jóvenes reduzcan las limitaciones físicas que las enfermedades crónico degenerativas imponen a los individuos. Fuente: Datos de 1960-1980: Camposortega, S. Análisis demográfico de la Mortalidad en México, 19401980. El Colegio de México, 1992. Datos de 1993: García, V., s/f. (documento inédito). Las diferentes esperanzas de vida y el hecho de que son las mujeres la mayoría de la población, sugiere la necesidad de implementar medidas médicas específicas para prevenir padecimientos crónicos sobre esta población con el fin de que no pierdan autonomía física y mental. Para las mujeres las dos principales causas de muerte son las enfermedades isquémicas del corazón y las enfermedades y padecimientos del aparato digestivo, mientras que para los hombres son principalmente las enfermedades de las glándulas endocrinas y afecciones pulmonares. La prevalencia de enfermedades crónicas entre la población envejecida es mayor entre las mujeres (hipertensión arterial y artritis), mientras que en ambos sexos cerca del 90 por ciento tienen limitaciones en las actividades básicas de la vida diaria. La incidencia de accidentes entre los ancianos, muestra que son aquellos con edades muy avanzadas los que tienen mayor riesgo de sufrirlo, sobre todo las caídas, accidentes con herramienta y atropellamientos, este tipo de percances llaman la atención por su impacto en la vida familiar y cotidiana de esta población (Bronfman, et al.1994). Los registros sobre egresos hospitalarios muestran que la población envejecida es atendida en su mayoría por enfermedades no transmisibles, pero también por enfermedades infecto-contagiosas como la neumonía o las enfermedades intestinales. El perfil de la salud de esta población apunta hacia una situación donde la combinación de varias enfermedades crónicas y algunas infecciosas parecen condicionar la fragilidad de la población envejecida actual. Aunque no se tiene un buen registro nacional de padecimientos mentales, la tendencia de otros países sugiere la existencia de un conjunto cada vez mayor de población con este tipo de enfermedades, problema de salud pública difícil del abordar. El equilibrio en el estado de salud (memoria, conciencia, orientación, lenguaje, juicio, entre otros aspectos claves) puede constituir un reto tanto para las instituciones de salud como para aquéllas de carácter político y social encargadas de diseñar estrategias que respondan a las demandas de esta población. Dentro de las enfermedades mentales más comunes en los ancianos se encuentra la depresión, las demencias y los problemas relacionados con el consumo en exceso de medicamentos y alcohol. En el Instituto Nacional de la Nutrición, la frecuencia de falla cerebral en la consulta de geriatría rebasa el 20 por ciento y la depresión el 30 por ciento , con el 15 por ciento sufriendo de depresión mayor (DDF, 1996). El complejo panorama actual de la población con 65 años y más refleja grandes retos para el Estado y para los científicos en su búsqueda por aminorar la desigualdad social y mejorar las condiciones de sobrevivencia de la población. De hecho la formulación de los nuevos escenarios debe considerar la distribución de los recursos disponibles. Recursos que contemplan la infraestructura hospitalaria, la cobertura entre la población, los recursos humanos y la accesibilidad, como bien lo han anotado algunas investigaciones (Gutiérrez, 1995 y 1996). En México, la atención especializada para la población en edad avanzada recae en los médicos generales. Existen en la actualidad pocos hospitales con personal especializado en geriatría y gerontología, acceder a ellos implica pasar por una serie de requerimientos burocráticos que sólo es posible tramitar si el anciano tiene condiciones funcionales aceptables o recursos familiares disponibles que lo apoyen. Además, la mayoría de los hospitales se encuentran ubicados en el Distrito Federal, resaltando con ello la enorme necesidad de promover infraestructura en las entidades federativas donde el proceso de envejecimiento regional es más pronunciado. La ausencia de personal capacitado para atender a la población y la orientación en clínicas con medicina general, en el caso de que existan regionalmente, puede propiciar problemas contradictorios con la intencionalidad de la salud pública. Como se ha señalado, en muchos casos se dan egresos prematuros o estancias prolongadas, tratamientos tecnificados y agresivos, limitación en el acceso a los servicios de salud o una alta prescripción de medicamentos que en ocasiones hace que el paciente empeore (Pichardo, 1993; citado en Bronfman, et al, 1994). Estas situaciones generan complicaciones, reingresos y alta probabilidad de morbimortalidad junto con estados físicos y psicológicos que no es posible menospreciar, en el caso de que los pacientes conserven la vida. Desde el punto de vista de la sociodemografía, un escenario que gire alrededor del envejecimiento para estimar sus implicaciones sobre los servicios de salud, no puede limitarse a utilizar la esperanza de vida como indicador de cambios en la situación de la población. Al análisis de la tabla de vida se hace indispensable incorporar los indicadores de mortalidad e indicadores de salud para estimar años de vida libres de incapacidades. La propuesta de este tipo de análisis hecha hace ya algunas décadas y puesta en práctica por autores como Crimmins (1989) en países desarrollados, o por Lozano, Frenk y González Block (1996) en México, resulta fundamental como elemento de estimación de los nuevos escenarios para la seguridad social y los servicios de salud en nuestros países. 4. Salud y envejecimiento: nuevos escenarios Los problemas de salud en México están fundamentalmente relacionados con la interacción que producen dos transiciones: la demográfica y la epidemiológica; observables en sus resultados en la estructura por edad de la población y en la estructura de las enfermedades y causas de muerte, donde se enfrenta una grave contradicción ya que seguimos arrastrando problemáticas de salud de países jóvenes con tasas de mortalidad infantil altas y grandes diferencias entre entidades federativas, con presencia significativa de enfermedades de tipo infeccioso, pero comenzamos a experimentar en la vida cotidiana padecimientos crónicos que afectan fundamentalmente a las generaciones viejas y que tienen mayor presencia en algunas zonas del país. Esta situación pone en competencia la asignación de recursos para la atención de enfermedades e influencia claramente la definición de políticas en esta materia. Entre los nuevos escenarios hay que hacer referencia al mercado laboral en donde es posible esperar que se dé una mayor exclusión de la seguridad social de población adulta y envejecida tanto por situaciones estructurales ligadas a una actividad económica que demanda casi exclusivamente una mano de obra joven, como por el hecho de que la contratación de personal se restrinja como resultado de una posible elevación de los costos de producción, una vez que los empresarios están mayormente sujetos al pago de las cuotas que por obligación tienen que hacer al IMSS, y por lo tanto se limite el gasto en salarios. Además, el incremento del sector informal de la economía, va a significar que esta masa de trabajadores quede sin seguridad social y tenga que vincularse a las instituciones que atienden población abierta. Por otra parte, el alargamiento de la vida productiva tanto por la ampliación de la esperanza de vida como por la imposibilidad de retirarse ante la insuficiencia de los recursos que se obtienen por retiro o pensión, hace necesario fortalecer los estudios sobre medicina laboral y campañas contra los accidentes de trabajo, ello debe estar sostenido en una legislación laboral y una campaña contra la discriminación de los viejos en el mercado de trabajo. De la misma manera el área de salud pública debe enfatizar la investigación sobre los riesgos de trabajo, porque mantener el cuerpo en buena forma permitirá la autonomía física que se requiere para continuar como fuerza de trabajo disponible en el mercado. Tal vez, los cambios positivos de las reformas de la seguridad social y las adicionales, sean apreciables en el mediano plazo, en estricto sentido para los viejos del próximo siglo. La postergación de la jubilación incrementa obligatoriamente el tiempo dedicado a las actividades laborales por parte de las cohortes adultas y jóvenes tanto femeninas como masculinas, ello pone en evidencia la necesidad de rescatar las investigaciones sobre el mercado de trabajo y la salud, los riesgos de trabajo, y sobre todo en términos de salud pública se debería incentivar una mayor cultura del cuerpo que reduzca o retarde la incidencia de enfermedades crónicodegenerativas para que la población cotizante pueda continuar desarrollando sus actividades laborales y alcanzar una pensión en la vejez. A nivel de la estructura de los hogares y las familias, es posible esperar un crecimiento en los porcentajes de hogares jefaturados por individuos de 65 o más años de edad y de hogares en los que éstos viven solos. Si en 1990 existían 1.9 millones de hogares jefaturados por ancianos y el treinta por ciento vivía solo o con su cónyuge (López e Izazola, 1995), en los próximos años probablemente estos porcentajes se incrementen como resultado de la disminución de la fecundidad y el incremento en la sobrevivencia de los viejos. Según los datos del censo de población más reciente "en alrededor de 2.7 millones de hogares se registró algún anciano residiendo en el hogar, lo cual representa el 17.6 por ciento del total de hogares censados. Aun cuando el tamaño de los hogares en nuestro país desciende, la presencia de ancianos en los hogares va en constante aumento". Lo verdaderamente dramático es que sólo el 16 por ciento de esta población de viejos recibe una pensión (López e Izazola, op.cit. p. 54.). La educación tiene un papel muy importante en la instrumentación y el cambio en los arreglos para asegurar la vejez, tópicos como la nutrición, la disminución de accidentes, los cuidados hacia el cuerpo desde un punto de vista menos dependiente de la industria farmacológica, una cultura de vigilancia de las instituciones de cuidados prolongados, así como instancias de supervisión son fundamentales para apoyar a la población en la transición a los nuevos modelos de seguridad social. Además, es necesaria una legislación que defienda explícitamente los derechos humanos de la población anciana, las pocas leyes que existen son ambiguas y no detienen el posible maltrato tanto institucional como por parte de los mismos familiares de la población envejecida. Conclusiones El presente documento tuvo como objetivo realizar una reflexión sobre los futuros escenarios en materia de seguridad social y salud para la población mexicana, a partir de la experiencia en la región latinoamericana y la situación mexicana.. El trabajo contempla la reforma del Estado mexicano, la reorientación de la política social, la nueva Ley del Seguro Social y el progresivo incremento de población envejecida con padecimientos crónico-degenerativos, accidentes y desordenes mentales. Los escenarios que se vinculan con la salud de la población anciana pertenecen al ámbito público y privado. Sobre el primero, creemos que las instituciones de atención a la salud pública en México enfrentarán a una población con padecimientos pre y post transicionales en las que se mezclan situaciones de aparente competencia en política social. La tarea central para la salud pública consiste en reducir y postergar la incidencia de patologías crónico-degenerativas (lo que en la literatura especializada se denomina "compression morbility"), así como la multimorbilidad entre la población adulta y envejecida, con el objetivo de no limitar las actividades básicas de la vida diaria (ABVD). Los insuficientes recursos económicos entre la población, su perfil epidemiológico y los altos costos por padecimiento, conforman las condiciones para estimar que habrá una creciente demanda de servicios por parte tanto de población joven como envejecida, misma que se encontrará incorporada a procesos de recuperación económica poco alentadoras a corto plazo. Las instituciones públicas tendrán un papel fundamental en la configuración de la salud en el país, en particular aquellas que atienden a población abierta. A corto plazo, la atención a la salud recaerá en las clínicas y hospitales de la Secretaría de Salud que atiende a población sin afiliación institucional y que carece de prestaciones en materia de salud. En general, se espera que los viejos tengan dificultad para acceder a las instituciones públicas junto con una deficiente asignación de los recursos financieros lo que provocará la persistencia de la mala calidad en los servicios, situación que se intensifica en las localidades más pobres y los grupos marginados. La mayor demanda en los servicios de la Secretaría de Salud es un resultado de la vinculación de la Nueva Ley del Instituto Mexicano del Seguro Social con un mercado de trabajo en recuperación, donde la parte patronal y el crecimiento del trabajo asalariado resultan sustanciales en la nueva estrategia de financiamiento del IMSS. La más importante institución de seguridad social en el país, perderá cobertura a mediano plazo como reacción ante el reacomodo del sector empresarial y la nueva organización de la seguridad social. Sin embargo, la población envejecida afiliada al IMSS demandará cada vez más atención especializada en la salud, específicamente para abordar los padecimientos crónicos e infecciosos. Es conocido el envejecimiento de la población derechohabiente del IMSS, la cual en su mayoría es jubilada y pensionada con gran número de factores de riesgo que inciden sobre su salud. En el ámbito privado, la insuficiencia de los recursos y el deterioro en la calidad de los servicios públicos orientarán a la población envejecida con mayor poder adquisitivo a ser atendida en instituciones privadas de tipo lucrativo, cuyo diagnóstico y tratamiento médico puede estar mediado por la ganancia como ha sucedido en otros países. Mientras que la población más empobrecida con similares padecimientos crónicos, recurrirá a su familia, o a otras instancias cercanas, en el cuidado de su salud. La familia como núcleo de detección, orientación y cuidado estará intensificando sus recursos humanos y financieros. Dentro de ella, serán las mujeres jóvenes y adultas quienes más frecuentemente asumirán las tareas de cuidado, con lo cual podrían limitarse sus oportunidades laborales y capacidad de ahorro, situación que reproduce generacionalmente la vulnerabilidad de la población anciana del futuro. A nivel de la estructura y composición de los hogares se espera una marcada transformación provocada por el descenso de la fecundidad y el incremento en la esperanza de vida, una menor descendencia y una mayor cantidad de parientes ascendentes serán los miembros de los hogares futuros, y si las condiciones económicas no mejoran, la familia reforzará su incierto papel como seguro de vejez. Por otro lado, existe la posibilidad de que las instituciones privadas de naturaleza no lucrativa tengan una mayor demanda de servicios médicos y de atención a población envejecida, particularmente para población que necesite de cuidados prolongados, por lo que surge la necesidad de supervisar la creación y funcionamiento de este tipo de instituciones, sean de naturaleza lucrativa o no. La impresión de que las instituciones públicas atienden al anciano funcional y las de asistencia privada al anciano inválido que puede pagar su atención, plantea la necesidad de crear una mayor cantidad de instituciones de cuidado prolongado particularmente para ancianos pobres con el fin de evitar el maltrato social o familiar. La conclusión sobre este proceso es que el papel del Estado en la atención a la salud parece replegarse, planteando dos aspectos: el primero, es que la salud adopta una connotación de privilegio para los que tienen recursos económicos, puesto que se asoma la intención de dejar en manos privadas el diagnóstico, tratamiento y cuidado de población altamente vulnerable; el segundo, es que se abandona paulatinamente el derecho a la salud con calidad, y son los más pobres y marginados regionalmente los que asumirán el costo social de la reorganización en el sector salud. Ambas son estrategias que pueden entorpecer el desarrollo social de México. Por último, el papel de la investigación en esta materia debe ser tal que genere resultados que hagan evidente la necesidad de reorientar la política social y, específicamente, los servicios de salud, pero ésta debe tomar en cuenta el entorno desde una perspectiva basada no sólo en el análisis económico sino en el ético a cuya definición otras disciplinas sociales pueden contribuir. Esta actividad debe incorporar el análisis del papel de las ONG’s, las instituciones lucrativas y no lucrativas, y en particular poner énfasis en el análisis de la reorientación privatizadora, subsidiaria y asistencialista que está adquiriendo la política social en México. Este tipo de análisis debe tomar en consideración los efectos macro y microeconómicos de la reforma a la seguridad social, así como el impacto de ésta en el comportamiento laboral y demográfico de la sociedad mexicana. El surgimiento de enfermedades crónico-degenerativas entre la población envejecida, es un tema que ha adquirido gran relevancia en el discurso de la salud pública de la región. Sin embargo, no se han planteado metas de disminución del estado de postración de los individuos senescentes, así como campañas a nivel masivo sobre la conducta nutricional. Algunos países desarrollados como Japón se han propuesto algunas metas relacionadas. Además de valorar el papel de la educación entre la población femenina como factor de arranque, hay que tener presente la visión de las feministas, y la evidencia sobre el recargo de actividades hacia este segmento de la población. Para ello también son necesarias campañas educativas que involucren a la población masculina en el cuidado y apoyo de sus padres y abuelos. La capacitación de los recursos humanos directamente relacionados con la atención a la salud de la población anciana es una medida de urgente instrumentación. Es necesario cuidar el tono individualista de las relaciones generacionales dándole a la dimensión social un carácter de complementación con las diferentes formas de apoyo social, tanto por parte de las organizaciones no gubernamentales como a través de las formas de apoyo familiar. Los demógrafos solemos utilizar la esperanza de vida como indicador de las condiciones sociales de una población que se reflejan en su sobrevivencia, sin embargo, es una situación cada vez más generalizada el que la esperanza de vida se incremente, pero para la sociedad en su conjunto no es suficiente alargar la vida de la población, adicionalmente es indispensable asegurar la sobrevivencia de los ancianos en condiciones adecuadas. En México, como en la mayoría de los países de la región, la esperanza de vida se ha incrementado significativamente en las décadas recientes, es claro que aunque las mayores ganancias se han dado en las primeras edades, para los viejos también se han ampliado las expectativas de vida, de tal manera que a los 65 años de edad es posible esperar una sobrevivencia de 15 años más, en promedio, por lo que se hace indispensable tomar las medidas de política social que posibiliten que estos quince años transcurran en un ambiente favorable. Quisiéramos para terminar, incluir un par de propuestas simples y que pueden ser impulsadas por la sociedad civil y asumidas por el Estado a través de los mecanismos legales correspondientes. Ha sido mostrada reiteradamente la estrecha relación entre el consumo per cápita de cigarros y bebidas alcohólicas, y la mayor morbilidad y mortalidad masculina en las edades avanzadas, por lo tanto, resultaría plenamente justificado el establecimiento de un impuesto a la producción y consumo de estos productos directamente nocivos a la salud -más allá de los que actualmente existen en nuestros países-, cuyo monto sea dirigido EXCLUSIVAMENTE a la atención de los pacientes geriátricos a través de los institutos nacionales de salud. Como se mencionó con anterioridad, la mayor sobrevivencia de las mujeres y la falta de ingresos durante su vejez permiten suponer que para una proporción importante de la población femenina su sobrevivencia depende básicamente del apoyo familiar y concretamente de los hijos(as). Los cambios en la familia, que incluyen la disminución de la fecundidad (y por tanto el número de hijos), y la inestabilidad de las uniones, hacen que sea impostergable considerar la creación de un fondo social para las mujeres solas sin hijos y carentes de recursos que les garantice una vejez en condiciones al menos mínimamente aceptables. En una etapa en la cual se hacen esfuerzos para disminuir la fecundidad y en una sobresimplificación de la ecuación social que relaciona acumulación e ingresos per cápita, la aportación de las mujeres al ahorro social que significaría no tener hijos debería ser retribuido por la misma sociedad. Es claro que la oferta de servicios de salud y seguridad social para la población de 65 años o más, plantea idealmente cubrir al total de esta población, al mismo tiempo que aumentar la calidad de los servicios y contar con un esquema de aseguramiento que permita que los viejos tengan acceso a los servicios durante todos los años que les quedan de vida, pero ante este escenario ideal, vale la pena hacer referencia a la información más reciente generada en México y que proviene del módulo de seguridad social incorporado a la Encuesta Nacional de Empleo Urbano (ENEU), y en la que se muestra que casi el 60 por ciento de la población entre 40 y 64 años de edad, es decir, aquella que se va a retirar en el corto plazo, no esta cubierta por ninguna institución de seguridad social ni tiene acceso a seguro médico privado. Este es un indicador clave a ser tomado en cuenta en la definición del panorama prospectivo en esta materia. Bibliografía. Arellano, Sonia, y James Petras. 1994. 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