La desaparición de la Orquestra de Lliure Insensibilidad, frivolidad, desconocimiento, falta de proyecto cultural? Todas estas calificaciones surgen del hecho, ya consumado, de la desaparición de la Orquestra de Cambra del Teatre Lliure, ciertamente ya deprimida en los últimos tiempos. Un proyecto que, como lo fue el teatro que le daba amparo, caracterizaba a Barcelona y que, cada vez que hablábamos de su particularidad frente a otras ciudades importantes, aparecía como una indispensable experiencia, nacida hace ya dieciocho años. Indispensable para la consolidación de un proyecto, de un modelo de cultura, de lo que significa construir con ideas. Ya sabemos que con dinero y buena disposición se puede formar una orquesta de una semana por otra, pero la diferencia está nada más y nada menos en que ésta será producto de la mentalidad del consumo que nos globaliza, y la otra, la que fue, es producto de las ideas. Y esto de las ideas, de la reflexión, de los objetivos comunitarios, es lo que hace que un proyecto cultural pueda ser sustantivo precisamente lo que ha hecho de Barcelona una de las primeras ciudades del mundo. Pero los laureles parece que adormecen y, lamentablemente, este signo de la desaparición de la Orquestra del Lliure, que tuvo como figuras destacadas e inspiradoras a Josep Pons y a Lluís Vidal y Jaume Cortadellas en esos años de gloria de la experiencia teatral del teatro orientado por Fabià Puigserver, nació como lo fue hace ya ochenta años la Orquesta Bética de Sevilla, un proyecto liderado por Manuel de Falla para el que llegaron a escribir destacadas personalidades de la música de entonces. Y no es casual que uno de los méritos de la del Lliure sea la renovación de la interpretación de la música de Falla, que le hizo salir a la escena internacional de la mano de Harmonia Mundi. Pero no se trata de cantar un réquiem, ya que la vitalidad del proyecto que acaban de hundir es tal que en estos momentos ha dejado, ya no solo a Barcelona, sino a España, sin una agrupación con un perfil capaz de asumir la interpretación de obras clava del siglo XX y aun de otras épocas con la visión de esta acalorada etapa de la historia reciente. Porque orquestas hay muchas y buenas, pero – esto gustará a los especialistas en marketing – no existe ninguna con ese perfil consolidado, con tal definición como producto, con tanta entidad de proyecto. Y, paradójicamente, ahora que estaban dadas las condiciones físicas, al menos para un desarrollo en distintos ámbitos, se la deja caer – de ser ciertos los comentarios que la prensa atribuye a los responsables del teatro – con ligereza, con pedantería rayana en la mediocridad que causan alarma. Y, lo peor de ello, con un ejercicio frívolo de la política cultural que no parece ser coyuntural, sino seña de identidad. Si esto marca el futuro, hay que hacer algo. Jorge de Persia, La Vanguardia, 2003 Muere una orquesta La música seguirá teniendo un peso específico en la programación del Teatre Lliure de Barcelona, pero con un nuevo y drástico cambio en sus objetivos artísticos. Su director, Alex Rigola, apuesta por la creación contemporánea con la incorporación de Carles Santos como compositor residente y la puesta en marcha de una innovadora línea de apoyo al jazz más vivo y actual. Hasta aquí, las buenas noticias. Mientras Santos entra por la puerta grande, la Orquestra de Cambra Teatre Lliure ha sido virtualmente defenestrada tras 18 años de antigüedad y una brillante hoja de servicios prestados. La desaparición de una orquesta siempre es una mala noticia y, en esta caso, hay que lamentar además las malas maneras exhibidas por la nueva dirección del Lliure a la hora de disolver, sin demasiadas explicaciones, un conjunto que merecía mayor respeto y sensibilidad. La Unión de Músicos de Cataluña, que agrupa a más de tres mil profesionales, hizo público un manifiesto en el que expresa su rechazo y su indignación ante la decisión del nuevo Lliure, y consideran incomprensible que ninguna administración pública haya emprendido acciones “ante un hecho tan grave”. Hasta aquí las malas noticias. Ahora conviene explicar – lo que debió hacer la dirección del Lliure – las causas reales de la defunción de una orquesta. En los últimos años, desde que Josep Pons abandonó su dirección, ha sobrevivido a trancas y barrancas, sin aportar nuevas ideas a una filosofía artística que fue innovadora y necesaria en la Barcelona de los ochenta, pero que no lo era. Muchos de sus objetivos han sido asumidos, sin ir más lejos, por la OBC y el Auditori. Se imponía, pues, un golpe de timón, un diseño más novedoso en la programación, un aumento en la calidad y la ambición de los proyectos, una mayor adecuación a la filosofía artística del nuevo Lliure. Y eso no se ha hecho. Los argumentos esgrimidos por la Unión de Músicos, serían más eficaces si al espíritu gremial añadieran un poco de sentido autocrítico. En su mejor época, la orquesta del Lliure fue un revulsivo, un espacio de creatividad que estimuló la vida melómana barcelonesa con arriesgadas propuestas. No basta con lamentar su desaparición. Sería más útil pedir a los músicos del Lliure un nuevo proyecto capaz de ilusionarnos a todos y, a partir de esa propuesta, exigir la respuesta oportuna a las administraciones. Una nueva orquesta, en definitiva, para un nuevo Lliure. Javier Pérez Senz, SCHERZO 2003 Josep Pons lamenta que la orquesta del Lliure no tenga un “funeral de lujo” Josep Pons ensayaba con intensidad, ayer en el Auditori, las dos piezas que figuran en el programa de este fin de semana al frente de la OBC: Peça per a orquestra, del compositor barcelonés Ramon Porter, escrita en 1988 y la Sinfonía número 4, romántica, de Anton Bruckner. Pons recuerda con orgullo “los 18 años de actividad sublime, entusiasmo y alegría” de los músicos del Lliure. “Respeto la decisión del nuevo director del Teatre Lliure, Alex Rigola, que ha supuesto la muerte de la orquesta, pero debería haber explicado con claridad las razones de esa decisión”, lamenta. Pons, que fue fundador y director de la orquesta del Lliure durante 12 años y luego fue relevado en el cargo por Lluís Vidal, asegura que puede entender la desaparición de la orquesta “por falta de medios económicos o por no encajar en los objetivos artísticos de la nueva dirección del teatro”. Pero lo que no puede entender son las formas con las que se ha tomado la decisión. “Teniendo en cuenta que la orquesta reactivó la vida musical barcelonesa e ilusionó al público en veladas memorables en la antigua sede del Lliure, en Gràcia, deberían haberle organizado un funeral de lujo” A un músico imaginativo como Pons, al que le encantan los retos, se le ocurren varias fórmulas para afrontar un hipotético funeral concertístico, acorde con el espíritu que caracterizó la trayectoria de la orquesta del Lliure. “Lo mejor hubiera sido encargar obras nuevas para despedirse con un gesto de apoyo a la creación musical”, explica. “Lo mas triste es que Barcelona pierde un espacio para la música, la ciudad va a menos en este terreno, porque las propuestas que lanzaba la orquesta no la asume nadie en estos momentos”. Javier Pérez Senz, LA VANGUARDIA, 2003