Rector Magnífico de la Universidad de Navarra. Autoridades académicas. Queridos compañeros de Corporación Universitaria Señoras. Señores. Cuando hace unos trece años tomé posesión en este mismo lugar del cargo de Rector, pensaba –y así era mi deseo- que este acto de hoy habría de llegar mucho antes. Recuerdo bien cuando, encontrándome en Roma por otros menesteres un par de meses antes de aquella fecha, el Fundador y Gran Canciller de la Universidad, Mons. Escrivá de Balaguer, me planteó, sin yo esperarlo, la aceptación del Rectorado. Os confieso que solo supe, balbuceante, alegar mi incompetencia. Desde entonces hasta ahora, nunca me ha abandonado la convicción de que la Universidad de Navarra, de entrañable y elevada significación para mí desde sus principios, merecía un Rector de cualidades muy superiores a las mías, he reiterado ese mismo parecer. Me ha tocado presidir la vida de la Universidad durante casi la mitad de su historia. En la primera etapa, heroica ciertamente, con Ismael Sánchez Bella en el Rectorado, hubo que empezar de la nada, abrir caminos por lugares imposibles, configurar un modo de entender la convivencia y el quehacer universitarios, encarnar un espíritu; fue un tiempo que, quienes llegamos después jamás agradeceremos bastante a los que lo vivieron. Luego, durante el rectorado del Prof. Albareda, bruscamente interrumpido con su muerte, la Universidad adquirió carta de ciudadanía, alcanzó el pleno reconocimiento del Estado, multiplicó sus Centros y enseñanzas y pudo disponer de buena parte de las construcciones del actual Campus. En estos últimos trece años, en cambio, sólo ha habido ya que dejar que la Universidad siguiera su natural crecimiento, atemperando su ritmo para que se consolidaran cada vez más su buen hacer académico, sus instituciones y organización y algunos instrumentos precisos para su adecuado desarrollo. Toda esta progresiva evolución, la historia entera de la Universidad, ha sido consecuencia del impulso incesante y vigoroso de su Fundador, y de la prodigiosa vitalidad que encerraba la semilla sembrada por él hace cincuenta años, de la que brotó en 1952 la Universidad de Navarra: y con ella un ideal de efectivo servicio cristiano a los hombres, abierto a todos y al servicio de todos, basado en el amor a la verdad, a la libertad y a la justicia, en el trabajo humanamente bien hecho, en el espíritu de comprensión y de concordia, de alegría y de paz. La fuerza de atracción de este noble propósito cuajado en realidades venturosas, aunque siempre sean mejorables, junto con la ayuda decisiva de la Providencia, explican que se haya logrado la Universidad que hoy nos encontramos trabajando, que haya conseguido recibir el cálido y resuelto apoyo de la sociedad, que, por otra parte, bien merecía. Para animarme a aceptar al Rectorado, me hizo ver nuestro entonces Gran Canciller que nunca me encontraría solo. Y quiero aseguraros, y asegurárselo así también a Alfonso Nieto, que está ha sido una verdad muy feliz, que ha hecho muy llevadero y sereno mi trabajo. Mi papel ha sido poco más que el de ocupar un lugar especial de honor; y el esforzarme para que mis limitaciones personales no estorbaran demasiado la actividad pujante y caudalosa de la Corporación Académica. Por esto ahora, al verme liberado de la responsabilidad que al Rector corresponde, ese natural desgarro en el sentimiento que se produce siempre al separarse de algo en lo que se ha puesto la vida, apenas resulta perceptible, mientras que el ánimo se encuentra lleno de bien fundada esperanza y desborda de muy sincero agradecimiento. Este agradecimiento se dirige en primer término al Fundador y primer Gran Canciller, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, que depositó en mí una confianza inmerecida. Su cariño de Padre, su apoyo y estímulos constantes, su desvelo y su oración por esta universidad que le robaba el corazón, fueron siempre ayuda eficacísima, como ahora lo es su muy palpable intercesión desde el Cielo. Mi gratitud va también hacia el actual Gran Canciller, Excmo. y Revdmo. Dr. D. Álvaro del portillo, fidelísimo continuador de nuestro Fundador en todos los aspectos, y desde luego en su encendido aliento y diligente solicitud por cuanto se refiere a la Universidad. Él quiso prorrogar mi nombramiento bastante más allá de lo usual y, al término de este último período, me ha dado muestras de singular afecto. Ambos han derrochado conmigo, además, muy paciente y generosa comprensión. Dentro del propio ámbito de la universidad, mi reconocimiento se extiende absolutamente a todos. Las mujeres y los hombres de la Universidad, en cualquier lugar y condición, constituyen su más preciado tesoro, por su calidad humana y por su entrega diaria al cumplimiento de los fines de servicio que se pretenden, con los que están sustancial y lealmente identificados. Aquí se incluyen quienes con tanto esmero se ocupan del mantenimiento y de la limpieza de las instalaciones y servicios, de la atención del Campus; quienes realizan, en distintos niveles, las más variadas tareas administrativas y técnicas que hacen posibles las actividades multiformes de la universidad; cuantos trabajan en la Clínica Universitaria, elocuente exponente del espíritu que anima a la Universidad para muchos millares de personas; todo el profesorado, que con su honda vocación universitaria se excede gustosamente en el cumplimiento de sus deberes académicos, en la investigación, en la enseñanza y en la atención a los alumnos; y también nuestros estudiantes, que han sabido ser ejemplo de talante universitario y han contribuido a generar el ambiente de transparencia, abierto, alegre y cordial, que es ya tan propio de la Universidad. No puedo menos de dar asimismo las gracias a cuantos han ocupado cargos de dirección en los diversos Centros. Su bien probado interés por los fines de la universidad y su sentido de responsabilidad plenamente acreditado, han constituido para mí un seguro y confiado descanso. De modo muy particular, es razonable que mi gratitud adquiera tonalidades singulares con quienes en estos años, en los distintos períodos, me han acompañado en la Comisión Permanente de la Junta de Gobierno y han vivido conmigo día a día la vida palpitante de la Universidad, unas veces –las más- sosegada, otras trepidante, con una corresponsabilidad colegiada que resulta en extremo reconfortante y enriquecedora. A todos, pero en especial a estos últimos y a las personas que han tenido más inmediata relación de trabajo conmigo, les ruego perdonen mis defectos personales que han debido padecer, así como mi habitual parquedad para mostrarles mi reconocimiento. Fuera ya de la Universidad, es justo agradecer al Estado y a las Corporaciones y otros organismos públicos su valiosa colaboración durante todo este tiempo. De una manera muy especial he de mencionar a la Diputación Foral, que siempre ha sabido entender el valor del servicio que presta a Navarra la Universidad. Por último, en esta ya larga serie de reconocimientos, no puede faltar el que siento, muy vivo, por la Asociación de Amigos. En muchas ocasiones me he referido –y no es preciso repetirlo aquí- a cuanto ha hecho y sigue haciendo por la Universidad, y a la ejemplar delicadeza con que respeta nuestra autonomía. Con el cambio de hoy, precedido hace muy pocos meses por los del Administrador y el Secretario General, se inicia un nuevo período. Nada que no sepáis puedo yo deciros del ya actual Rector Magnífico, Alfonso Nieto. Es hombre de aguda perspicacia y de gran corazón, sencillo, abierto, que suscita amistades y confianza, que quiere y se hace querer. Su brillante historial académico, su profundo conocimiento de los temas universitarios de carácter general y de las personas y cuestiones propias de esta Universidad, os son bien patentes. Tiene experiencia de muy variadas empresas. Y he podido ser testigo de excepción de sus excelentes cualidades para las funciones de gobierno. Todos podemos estar seguros de que, bajo su guía, el timón de la nave de la Universidad será manejado en adelante, sean cuales sean las calmas o los vientos, con muy buen tino y con pulso firme, en el rumbo debido. Todos estamos por esto hoy de enhorabuena. Y bien sé que en nada me equivoco si al felicitar de corazón al nuevo Rector, le garantizo también que no se encontrará solo, que puede cordial cooperación de todos. De veras hubiera yo preferido poder ofrecérsela desde el puesto simple de un soldado de filas, pero no parece que vaya a ser así por algún tiempo. Entre todos, muy unidos al Rector, sacaremos adelante esta gran iniciativa social digna de corazones generosos, esta prodigiosa aventura de la libertad del hombre, que sabe usar de ella para entregarse a los más nobles y desinteresados fines, en un apasionado servicio a los demás. 25 de abril de 1979 Universidad de Navarra Palabras de D. Francisco Ponz, en el acto de cese como Rector de la Universidad de Navarra