UNIVERSIDAD DE LA HABANA CEPES CENTRO DE ESTUDIOS PARA EL PERFECCIONAMIENTO DE LA EDUCACION SUPERIOR MIRIAM GONZALEZ PEREZ Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA Miriam González Pérez Centro de Estudios para Perfeccionamiento de la Educación Superior. Universidad de la Habana Con este artículo iniciamos la publicación de la monografía de la investigadora Miriam González Pérez que constituyó uno de los resultados de su proyecto de investigación, perteneciente al Programa Ramal de Investigaciones Pedagógicas en la Educación Superior del Ministerio de Educación Superior. Su publicación constará de 4 artículos que salen ordenadamente en este número de la Revista INDICE PROLOGO. INTRODUCCION. I CONCEPCIONES SOBRE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: ¿Qué se entiende por evaluación del aprendizaje?. 1.1 La evaluación del aprendizaje. Aproximación histórica. 1.2 Tendencias en los significados y términos en uso. 1.3 Aproximación a un concepto de evaluación del aprendizaje. II LAS FUNCIONES Y FINES DE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: ¿Por qué, para qué evaluar?. 2.1 Direcciones en la consideración de las funciones de la evaluación. 2.2 Funciones relevantes para una evaluación educativa del aprendizaje. III EL OBJETO DE LA EVALUACION. ¿Qué evaluar?. 3.1 Tendencias en la consideración del objeto de evaluación del aprendizaje. 3.2 El aprendizaje, objeto de evaluación. IV LOS PARTICIPANTES EN LA EVALUACIÓN: ¿quiénes evaluan?. 4.1 Direcciones en la consideración de los participantes en la evaluación. 4.2 La comprensión de la evaluación del aprendizaje como un proceso comunicativo. V CÓMO EVALUAR: ¿qué procedimientos e instrumentos utilizar, cuándo, dónde?. 5.1 Direcciones en las consideraciones sobre cómo evaluar. 5.2 ¿Qué instrumentos emplear?. VI LA CALIFICACIÓN: ¿cómo elaborar el juicio evaluativo?. 6.1 Las tendencias actuales. 6.2 Sistemas de referencias para la calificación. 6.3 Escalas y sistemas de notación. 6.4 Procedimientos de calificación. 6.5 La información y utilización de los resultados. VII PROYECCIONES HACIA LA PRACTICA DE LA EVALUACION. En la planificación de la evaluación del aprendizaje. En la ejecución de la evaluación del aprendizaje. En el uso de los datos que aporta la evaluación. En la preparación de los profesores. En las reglamentaciones docentes. CONSIDERACIONES FINALES. BIBLIOGRAFIA. 1 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 I CONCEPCIONES SOBRE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: PRÓLOGO Considero que todo aquello que coadyuve a hacer realidad nuestra aspiración de que las nuevas generaciones de profesionales cubanos sean hombres y mujeres libres y plenos, cultos e instruidos, honestos y responsables merece nuestra atención mas dedicada. Nuestra sociedad se ha planteado grandes metas para garantizar el bienestar del pueblo de Cuba. Desde hace ya más de cuarenta años, la universidad –institución social, por excelencia, encargada de preservar, difundir y enriquecer la cultura y máxime responsable de la formación y superación de los recursos humanos del país al más alto nivel técnico, científico, y cultural- se encuentra enfrascada en el perfeccionamiento continuo de todos los procesos académicos, científicos y políticos que se desarrollan en ella, con el objetivo de cumplir cabalmente con la misión y función social que ha asumido. La monografía que se nos presenta se enmarca dentro de dicho perfeccionamiento y constituye, sin duda, una obra necesaria y oportuna para el desarrollo de la educación superior cubana en el nuevo siglo. Ello se explica por varias razones. La autora, al seleccionar y abordar el tema de la evaluación del aprendizaje, pone al descubierto que, en la práctica diaria, se desaprovechan múltiples oportunidades de influir positivamente en el crecimiento personal y grupal de nuestros estudiantes, de alcanzar un aprendizaje integral, de brindar en nuestras aulas, unidades docentes y laboratorios una enseñanza verdaderamente desarrolladora. Entre los muchos aspectos que se develan y argumentan, he anotado como de indiscutible vigencia e importancia traer a discusión la vinculación estrecha que existe, y que se pone de manifiesto, entre la actitud que asumen los estudiantes hacia la evaluación, con las diversas formas en que ella se le presenta. De ahí que la definición, fundamentación teórica y comentarios que acompañan a la concepción central que nos señala la autora, a saber, la evaluación formativa o educativa, tenga para mí un interés especial. En el trabajo queda evidenciado que una de las causas de las insuficiencias latentes en los procesos de formación y superación de los profesionales que se llevan a cabo en las instituciones de educación superior puede encontrarse en la falta de una conciencia plena acerca del alcance de la evaluación, de sus funciones y de su aplicación. Asimismo, se revelan fallas en la organización y planificación de la evaluación, en las que en no pocas ocasiones se violenta la propia esencia del proceso docente-educativo, pues se subordina a la conveniencia o posibilidades circunstanciales de factores externos no precisamente académicos, como pueden ser los locales, el tamaño del grupo, el horario, períodos lectivos, entre otros. La lectura de la monografía EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA transcurre de manera fluida. Sus siete capítulos han sido acertadamente estructurados, y las ideas que en ellos se exponen están avaladas con referencias y citas de reconocidas autoridades en diversas esferas de estudio de la psicología y de la pedagogía, bien analizadas y acotadas por la autora, como resultado de su propia maduración teórica, alcanzada con su desempeño docente y con el desarrollo de investigaciones sobre la didáctica de la educación superior en ya más de veinte años de trabajo en el Ministerio de Educación Superior y en la Universidad de La Habana. Considero, finalmente, y este es otro de los méritos que concedo a la obra, que la profesora Miriam González al expresar que no nos presenta algo acabado, nos convida a abordarla con lectura reflexiva, con debate enriquecedor, que lleve consigo la propuesta de realización de nuevas y diversas investigaciones en este campo. En ocasiones, sentí como una legítima y válida provocación la invitación a cuestionar concepciones y prácticas vigentes en nuestras instituciones de educación superior en relación con la evaluación del aprendizaje. Ello resulta 2 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 conveniente y es, decididamente, bienvenido. Confío plenamente en que encontrará, dentro de nuestros claustros, oídos receptivos y mentes desafiantes que asuman el reto que nos propone la autora. Dr. Fernando Vecino Alegret Ministro de Educación Superior República de Cuba INTRODUCCIÓN La búsqueda de la excelencia en la educación superior es una exigencia actual que compromete a todos aquellos implicados en las tareas educativas y a todos los ámbitos, facetas y componentes del proceso de formación de los futuros profesionales. En nuestro país esa búsqueda se manifiesta en la voluntad de un perfeccionamiento continuo de la enseñanza universitaria sobre bases científicas, que sustenta las decisiones y el quehacer cotidiano de las instituciones educativas e impulsa, a la vez, el desarrollo de la investigación pedagógica como necesidad del propio perfeccionamiento. La evaluación educativa y en particular, la del aprendizaje de los estudiantes, constituye en este contexto un tema de singular interés, por su importancia, complejidad y por la vigencia de numerosos problemas pendientes de solución. La revisión de la literatura sobre evaluación del aprendizaje muestra la extraordinaria coincidencia de numerosos autores, de diferentes países y enfoques teóricos, en el reconocimiento y constatación de problemas actuales de la evaluación, tales como su reduccionismo conceptual y metodológico, su subordinación a necesidades y demandas externas al proceso pedagógico, los efectos y consecuencias no deseables, entre otros problemas. Los desafíos a la educación superior que aparecen a las puertas del nuevo milenio argumentan las propuestas de transformaciones en la evaluación del aprendizaje, que llevan a cuestionarse concepciones y formas extraordinariamente asentadas en la práctica. En esta dirección, Eileen Moran Brown, Presidenta del Cambidge College, Nueva York, en sus interesantes reflexiones bajo el rublo de “¿Qué necesita la sociedad de la educación superior?” (1998) plantea que el cambio necesario de la educación superior “requerirá de un re-examen de sus dogmas centrales y sus vacas más sagradas”; y propone una reconceptualización de ideas básicas, tales como: “La idea de que hace falta un número de créditos para calificar un grado... La idea de que las pruebas y tests evalúan lo que saben los estudiantes y en lo que se están convirtiendo... La idea de que los promedios de notas particulares y grados son medidas bastante precisas de los resultados, productos o outputs de una institución” (p. 2). A la par con la identificación de los problemas existentes, aumenta el caudal de información que subraya la importancia social, institucional y personal de la evaluación del aprendizaje de los estudiantes. Ambos aspectos promueven la búsqueda de alternativas plausibles y provoca la elaboración de múltiples modelos, que aunque variados, tienen cierto denominador común en la intención de destacar las diversas funciones y modos de la evaluación para contrarrestar sus frecuentes reduccionismos conceptuales e instrumentales. La posibilidad de producir avances trascendentes en la práctica de la evaluación del aprendizaje supone, en mi opinión, adentrarse en la elaboración teórica de la misma como campo del conocimiento. Muchas de las innovaciones que se realizan carecen de un soporte conceptual pertinente o, cuando menos, no se hace explícito lo que limita su desarrollo y alcance. La búsqueda y la propuesta de nuevas soluciones a los viejos problemas existentes requiere de la orientación necesaria que emana de la reflexión y la sistematización conceptual, teórica, de la evaluación del aprendizaje. La misma que debe servir de base para sensibilizar a todos los que de 3 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 una u otra forma requieren tomar conciencia de la necesidad de cambios en concepciones y prácticas tan arraigadas que se asumen como naturales y legítimas, siendo cuestionables. Para la educación superior cubana la necesidad de sistematización y elaboración de fundamentos de la evaluación del aprendizaje de los estudiantes universitarios, representa una fase más de un proceso permanente de perfeccionamiento, que conserva lo logrado hasta ahora y procura adentrarse en un estadio superior con proyecciones futuras. Los antecedentes directos del presente trabajo, por tanto, se encuentran en la labor sostenida durante las cuatro últimas décadas en nuestra enseñanza universitaria, en lo referente a este tema. La concepción actual contenida en los documentos oficiales, y compartida por la autora, de una evaluación del aprendizaje con un carácter cualitativo, integral, vinculada a las tareas profesionales futuras del estudiante e integrada, como parte sustantiva del proceso de enseñanza aprendizaje, aparece en sus ideas básicas, de modo explícito en las reglamentaciones docentes de la Universidad de Oriente, en 1967. Casi paralelamente, al inicio de los años 70, la Universidad Central de Las Villas, producto de un diagnóstico del sistema de evaluación vigente en aquel momento en dicho centro, precisó los objetivos, formas y procedimientos del sistema de evaluación con un enfoque fundamentalmente cualitativo. En la misma dirección se trabajó en la Universidad de La Habana durante la primera mitad de la década del 70. Estas experiencias sustentaron las regulaciones que se establecen en 1975, con una proyección nacional en el nivel universitario. Al crearse el Ministerio de Educación Superior, en 1976, se acometió el análisis de la práctica y las normativas existentes, cuyo resultado se plasmó en el Reglamento para el Trabajo Docente y Metodológico (Res. Min. No.220/79) que en lo referido a la evaluación del aprendizaje, integró y enriqueció las regulaciones anteriores. Desde entonces se ha continuado trabajando, tanto en las reglamentaciones como en la preparación de los profesores y la supervisión de la práctica evaluativa, lo que ha dado lugar a perfeccionamientos sistemáticos que se plasman en sucesivos reglamentos y que conservan, en esencia, las concepciones de un sistema de evaluación cualitativo, integrador. Al mismo tiempo se conoce la existencia de diversos problemas, que sustentan la necesidad de una labor continua en la que ocupa un lugar importante la elaboración teórica que oriente la proyección y realización de la evaluación del aprendizaje en nuestras instituciones universitarias. El estudio diagnóstico de la práctica evaluativa en nuestros centros, la opinión de los profesores y de los estudiantes, confirman la presencia de muchos de los problemas identificados en otros contextos (O. Castro, 1999; L. Saínz, 1999, M. González, 1999). Resulta significativo, además, el reclamo de los propios profesores de disponer de literatura científica sobre el tema cuya consulta y estudio ayude a mejorar su trabajo. Una respuesta a estas demandas es la inclusión del tema de la evaluación como línea de investigación dentro del Problema Ramal de Investigaciones Pedagógicas del Ministerio de Educación Superior. El presente trabajo es, en gran parte, resultado científico de un proyecto de investigación que tiene el “mérito histórico” de haber sido el primer proyecto inscripto en la línea correspondiente de dicho Problema Ramal. La labor de la autora, directa e íntimamente implicada en las tareas antedichas, así como en la docencia de postgrado y de investigación en el tema, constituyen, de modo más particular, precedentes e hitos en la elaboración de este trabajo, pues han proporcionado información relevante para las reflexiones que aquí se realizan. La idea central del presente trabajo radica en que no es posible comprender y mejorar la evaluación del aprendizaje al margen de las concepciones sobre la propia formación y sobre el aprendizaje en particular, de las aspiraciones u objetivos de la formación y sin delimitar el papel 4 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 de la evaluación en ese proceso. Las reflexiones que emanen de este análisis permitirá responder a la interrogante científica de cómo se debe concebir la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria. La elaboración teórica que se proclama debe poner el énfasis en que el modo de entender la evaluación es aquel que legitimiza su carácter formativo o educativo Esta idea da base al propósito científico de reconstruir una concepción de la evaluación del aprendizaje desde la perspectiva teórica más general del desarrollo humano y de las metas que una sociedad determinada se plantea en la formación de las nuevas generaciones de profesionales, la misma que conduce a delinear y argumentar las características y condiciones de una evaluación formativa del aprendizaje Considero como evaluación formativa o educativa aquella que coadyuva al desarrollo del estudiante en correspondencia con las regularidades esenciales del proceso de formación del individuo (de los estudiantes) y con las finalidades sociales que signan dicha formación en nuestra sociedad. Tiene, en principio, entre sus rasgos: - Cumple funciones que posibilitan orientar y regular el proceso de enseñanza aprendizaje hacia los objetivos de formación, mediante el diagnóstico y valoración de los estados y progresos del estudiante y del proceso mismo de aprendizaje. - Promueve el desarrollo del estudiante. La aplicación de métodos genéticos de diagnóstico y evaluación de las propiedades psíquicas previstas en los objetivos, impulsa y favorece el proceso de su formación en el contexto de la enseñanza y permite establecer direcciones del desarrollo individual coherentes con objetivos socialmente relevantes. - Constituye objeto de aprendizaje, es decir, se aprende por el estudiante, como condición para el desarrollo de su autovaloración y autorregulación, que constituyen formaciones psicológicas esenciales de todo profesional, previstas en los objetivos de la educación superior. El evaluado deviene en evaluador. - Se erige sobre el principio de la unidad de lo afectivo y lo cognitivo, explorando las vías que permitan valorar integralmente el aprendizaje de los estudiantes, de modo holístico y contextualizado. - Cumple las condiciones (relativas a finalidades, tipo de exigencias, formas de realización) que favorecen el desarrollo de valores esenciales como la honestidad, la responsabilidad, el colectivismo. Particularmente, la evaluación con carácter educativo, no propicia la aparición de “estrategias de supervivencia”, como pueden ser las conductas fraudulentas en los estudiantes, en tanto lo que exige y como lo exige tiene una significación social y un sentido personal pertinentes con los fines educativos que rigen su preparación profesional. - Regula u orienta al estudiante hacia la profundización en el estudio, mediante el desarrollo de su motivación, la conciencia de su importancia personal y social y la formación de estrategias de aprendizaje. La propuesta, lleva consigo un replanteamiento, cuando menos, de varios aspectos centrales y básicos: la concepción de la evaluación y sus objetivos, el modo de concebir el aprendizaje objeto de evaluación- y la relación evaluación aprendizaje. Estos aspectos permiten enfatizar los vínculos de la evaluación del aprendizaje con las demandas de la sociedad en cuanto a la formación de los egresados, las bases o fundamentos que se derivan de la concepción del aprendizaje y sus implicaciones para la evaluación, así como las funciones de la evaluación, en especial la función regulativa de la evaluación sobre los sujetos del proceso de enseñanza aprendizaje. Todo ello repercute en las formas de planificar y realizar la evaluación. La consecución del propósito científico más arriba formulado requiere de una serie de investigaciones y trabajos teóricos y de aplicaciones concretas que trascienden los límites del presente trabajo. Es por ello que el propósito de la presente monografía se acota a un primer paso en este empeño: el de aportar información y argumentos para defender una concepción de la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria donde predomine su proyección y funciones formativa. Asimismo ofrecer mediante cierta selección, sistematización y reflexión de 5 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 los conocimientos sobre el tema, una visión de conjunto del mismo, que puede ser base para construir una representación general del campo por parte de profesores e investigadores interesados, que orienten sus acciones de estudio y trabajo. De modo más particular aspiro a que la presente monografía contenga información de interés, como texto de consulta, para aquellos profesores y especialistas que cursan materias sobre evaluación educativa en los Programas de Maestrías de Ciencias de la Educación Superior que se desarrollan en nuestras universidades. Y para todos los profesores, que aunque no se encuentren en algún programa de superación, tienen la ineludible tarea de evaluar el aprendizaje de sus estudiantes. Si las ideas contenidas en esta monografía suscitan la reflexión crítica de nuestra práctica y promueve la mejora, su principal objetivo se logra. En correspondencia con el propósito, el objeto de la monografía, abarca la identificación de las tendencias que, considero, operan en mayor o menor medida en la concepción y realización de la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria; los problemas vigentes que evidencian determinada crisis de los paradigmas que dominan aún la práctica educativa y la argumentación de posibles direcciones de cambios sobre la base de fundamentos teóricos sustentado en postulados filosóficos del materialismo dialéctico. En este sentido se asume como presupuesto teórico que una proyección basada en el enfoque histórico cultural y en las corrientes socio críticas de la educación, constituyen aproximaciones válidas para un replanteo de la evaluación del aprendizaje que favorezca su perfeccionamiento continuo. Se trata de una comprensión de la evaluación como construcción histórico social. La identificación de las tendencias en el desarrollo de la evaluación del aprendizaje y de los problemas vigentes constituye premisas necesarias para establecer y argumentar las proyecciones; ya que permite comprender el movimiento de las ideas sobre el objeto de estudio, sus condicionantes, su estado, los problemas que reclaman solución. La argumentación de direcciones de cambio, abre el espacio para la elaboración teórica que se pretende. Se asume como fundamento teórico de partida los postulados del Enfoque Histórico Cultural, propugnado por Vigotski y seguidores, en tanto constituye una teoría del desarrollo humano que se deriva de una interpretación consecuente de la Filosofía Materialista Dialéctica y proporciona categorías de indudable valor teórico y metodológico para abordar el tema de la evaluación, como se ha podido constatar en numerosas investigaciones de diversos países y el creciente interés, que al nivel mundial, se manifiesta en la actualidad. En el contexto de nuestro país y en especial en los trabajos realizados por varios años en nuestro Centro, dicho Enfoque ha constituido un marco teórico de referencia que ha mostrado su potencialidad y apertura para el estudio y transformaciones en las prácticas relativas a temáticas diversas como el diseño curricular, la didáctica, los métodos de enseñanza, y otras. Desde esta perspectiva se establece la naturaleza histórico social del psiquismo humano, sus características, su génesis, las regularidades que se dan en el proceso de su desarrollo, el papel de la enseñanza en el proceso de formación. El carácter histórico cultural subraya la importancia de los valores y conocimientos científicos resultantes de la actividad social y productiva de la humanidad, de su devenir, de las condiciones concretas de la época actual y de su proyección futura que se concreta como contenido de las metas del desarrollo social y, de modo más concreto, de las metas de las instituciones educativas. Estos aspectos dan base y permiten concretar los modelos de formación que orientan los curricula universitarios. Además, la importancia y posibilidad de estudiar la génesis de las formaciones psicológicas del individuo durante su actividad vital, social; las relaciones que se dan entre la actividad externa e interna y las regularidades de transformación de una en otra; el principio de la unidad de lo afectivo y cognitivo; las relaciones que se dan entre el desarrollo y la enseñanza y en especial, el concepto de enseñanza desarrolladora y de zona de desarrollo próximo; son, entre otros, aspectos trascendentes para, sobre su base, abordar la evaluación del aprendizaje. 6 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Por supuesto, se trata de un basamento para la construcción de un modelo teórico sobre la evaluación, en tanto sería insensato suponer que de los postulados del Enfoque Histórico Cultural se puede derivar directa y mecánicamente una concepción de la evaluación del aprendizaje. Esta es una de las razones por la que constituye un problema científico que reclama de la investigación teórica. Por otra parte, los aportes de las corrientes socio críticas en la educación, en particular de la Pedagogía y de la Sociología, son significativos para la evaluación educativa y marcan el paso de las ideas más progresistas en este campo. Muchos de los planteamientos que se realizan desde esta perspectiva son coherentes con postulados del Enfoque Histórico Cultural, aún cuando estas corrientes han puesto, en mi opinión, más énfasis en las críticas que en las soluciones, sin desconocer lo valioso de sus propuestas y la importancia del análisis crítico de la evaluación tradicional, cuyas características han develado de manera diáfana y argumentada. Las ideas elaboradas desde estas perspectivas permiten reconocer que la evaluación del aprendizaje es un fenómeno multideterminado. Responde a necesidades económicas y sociales, institucionales, personales. Depende de las exigencias derivadas de dichas necesidades y de “los modelos a través de los cuales la pensamos” (Sacristán, 1993) y, por tanto, resulta necesario un estudio interdisciplinario que debe trazar líneas de investigación futuras. La presentación y análisis de la información en la presente monografía, se sustenta en la consideración de la evaluación como actividad y focaliza cada uno de sus componentes y las relaciones que se establecen entre ellos. De ahí que recorra los aspectos siguientes: ¿Qué se entiende por evaluación del aprendizaje? (concepción), ¿Para qué evaluar? (finalidades), ¿Qué evaluar? (objeto de la evaluación), ¿Quiénes evalúan? y ¿Quiénes deben conocer los resultados? (participación), ¿Cómo evaluar? (procedimientos, técnicas, medios), ¿Cuándo evaluar? (condiciones temporales y otras). En cada una se identifican tendencias, problemas y direcciones de cambio. Las respuestas a estas interrogantes han sido y son diversas, evidencia de variadas concepciones y prácticas. En un plano conceptual sobresalen, de modo global, dos enfoques o paradigmas que se vinculan con los llamados enfoques cuantitativos y cualitativos de la evaluación. El primero de corte tecnicista, eficientista, con base pragmática y positivista, preocupado por una objetividad y cientificidad basadas en la neutralidad de la evaluación y en la rigurosidad de las mediciones, y que ha predominado en la mayor parte del presente siglo. El otro, como contrapartida del primero, de proyección “crítico social”, de corte hermenéutico, cualitativo, que busca el análisis a profundidad y destaca lo ideosincrático de la situación educativa y se esfuerza por mostrar y valorar las implicaciones sociales y personales de la evaluación y sus determinantes. En mi opinión, ninguno de los dos enfoques, por separado, puede dar respuestas integrales a la problemática de la evaluación del aprendizaje. Y más que en oposición, deben verse como hitos en el movimiento de las ideas sobre la evaluación del aprendizaje. Ello constituye una de las razones para optar por un análisis que trate de mostrar la diversidad y evolución de las respuestas a cada una de las preguntas antedichas, mas que a establecer las diferencias entre los dos enfoques que, por demás, se puede encontrar en mucha de la literatura disponible. En el presente trabajo, al abordar las concepciones sobre la evaluación, se presenta una primera aproximación histórica a los efectos de establecer los hitos fundamentales en su desarrollo. Se delimitan los conceptos y términos vinculados a la misma y se propone una definición de evaluación de aprendizaje como actividad cuyo objetivo es la valoración del proceso y resultados del aprendizaje de los estudiantes, a los efectos fundamentales de orientar y regular la enseñanza para el logro de las finalidades de la formación. Dentro de sus características esenciales se establece el hecho de que constituye un proceso de comunicación interpersonal. La evaluación analizada como actividad y la identificación de la acción evaluativa como unidad de la misma que contiene todos sus elementos esenciales, permite representarse integralmente la 7 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 misma, la interdependencia de todos sus componentes y la importancia de definir el sentido, el por qué, el para qué, el qué de la evaluación. En el segundo acápite se abordan las funciones y finalidades de la evaluación como uno de los aspectos centrales para justificar una concepción educativa de la misma. Se identifican las tendencias que ha seguido su consideración desde diversas perspectivas y prácticas, los problemas que presenta y se subraya la multifuncionalidad de la evaluación como fenómeno sobredeterminado, en el que intervienen funciones extrínsecas a las finalidades educativas. Se propone y defiende la legitimidad de las funciones formativas acordes con los objetivos de la educación y las demandas sociales en cuanto a la formación de los profesionales universitarios. Se establece que la evaluación debe estar al servicio de la enseñanza y no ésta al servicio de aquella. El concepto de aprendizaje, como objeto de evaluación, constituye otro de los pilares en que se asienta la defensa de una concepción educativa de la evaluación, que se trata en el tercer acápite. Los reduccionismos y parcializaciones en la noción de aprendizaje llevan consigo una visión de la evaluación, plagada de los mismos vicios. Se identifican las direcciones que ha seguido su consideración y se fija posición respecto a la concepción del aprendizaje como uno de los procesos conformadores de la subjetividad, que responde a los principios esenciales de todo proceso de formación, como un proceso de apropiación cultural que promueve el desarrollo en virtud de la interacción cooperativa entre los sujetos que intervienen en una situación de enseñanza aprendizaje. El aprendizaje humano no se reduce a la adquisición de conocimientos, habilidades, normas de comportamientos, "asépticos" de valores y sentido personal. El uso del concepto de aprendizaje para designar los procesos y adquisiciones cognitivas, con exclusión de "lo afectivo" y "conativo" es inconsecuente porque distorsiona la realidad que pretende significar y desconoce la dimensión afectivo valorativa del conocimiento. Toda acción cognitiva tiene valor, todo conocimiento, habilidad, forma de comportamiento porta un sentido personal, pues es un sujeto el que aprende. La evaluación requiere disponer del modelo del objeto, desde una perspectiva integral, holística y multifacética, que ponga de manifiesto la complejidad y riqueza del aprendizaje. Las mismas que argumentan la necesidad del carácter educativo o formativo de la evaluación. En el cuarto acápite se trata la problemática de los sujetos de la evaluación, las direcciones que sigue el debate sobre quienes deben, pueden y están en capacidad de participar en la evaluación. Se defiende y argumenta la necesidad y el derecho del estudiante universitario de intervenir en su evaluación, el valor educativo y formativo que porta la autoevaluación y la de los demás sujetos del proceso de enseñanza aprendizaje. La auto y heteroevaluación constituyen facetas necesarias del trabajo individual y grupal en la educación superior, que refuerzan y expresan el vinculo entre el trabajo del grupo y la responsabilidad individual mediante el tributo concreto de cada uno al mismo; de modo que contribuyan al desarrollo de la responsabilidad social del egresado, como exigencia a la Educación Superior. Se establece como propósito legítimo que el evaluado devenga evaluador. Al abordar el cómo de la evaluación, en el quinto acápite, se identifican las tendencias o direcciones que ha seguido el curso de su tratamiento. Se defiende la multiplicidad de formas que admite y requiere la evaluación, los factores que intervienen en su selección y aplicación, su interdependencia con los fines y objeto de evaluación, la diversificación, la combinación racional de instrumentos y procedimientos, la búsqueda de la validez ecológica que acerque la evaluación a las condiciones naturales del proceso de aprendizaje y al contenido del mismo, en su relación con los modos de actuar y exigencias de la profesión. Además, el empleo del enfoque genético, la apertura en la participación de los sujetos; en definitiva, la subordinación del cómo a las demandas pedagógicas y regularidades del proceso de enseñanza aprendizaje. 8 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Se identifican problemas teóricos cruciales de la evaluación, como los de la evaluación integral y los de las relaciones entre las exigencias de aprendizaje, las formaciones psicológicas y las formas de expresión de las mismas, a los efectos de la evaluación. La calificación, como parte del proceso de evaluación, conforma un problema especial, por lo que se le dedica un espacio particular, en la sexta parte del presente trabajo. Se identifican las tendencias, los problemas asociados a la calificación y se establecen algunas direcciones y requisitos, a fin de cumplir una función formativa en el contexto del proceso de enseñanza aprendizaje, entre ellos la transparencia para el estudiante, la comprensión y concertación de indicadores y criterios de calificación, la garantía de su significación pedagógica para la retroalimentación, regulación y autovaloración del estudiante. Bajo el rubro de proyecciones hacia la práctica de la evaluacion, en el siguiente acápite se esbozan algunas consecuencias prácticas para la enseñanza universitaria, de asumir las concepciones que se proponen de elevar a un primer plano la función formativa de la evaluación. Las transformaciones comprometen la planificación, la ejecución, la utilización de los datos, las normativas vigentes, así como la preparación de los profesores. Finalmente se presentan algunas consideraciones generales. La tendencia actual, de modo global, es la de concebir a la evaluación desde una perspectiva integral en cuanto a su objeto, funciones, metodología y técnicas, participantes, condiciones, resultados, efectos y determinantes. Se revela su importancia social y personal desde un punto de vista educativo, formativo, así como para el propio proceso de enseñanza aprendizaje, por el impacto que tiene el modo de realizar la evaluación y la forma en que el estudiante la percibe, en el aprendizaje. No obstante, los avances teóricos contrastan con la estrechez y rigidez que matizan su práctica en las instituciones educacionales y al interior del aula; así como la servidumbre de la evaluación a demandas sociales de selección, clasificación y control de los individuos y las instituciones mismas, que aun persisten con fuerza. Las transformaciones que se vislumbran en la evaluación del aprendizaje, en un plano general, están asociadas, en mi opinión, a factores tales como: El lento progreso hacia una ideología no tan selectiva y meritocrática, que se expresa en los objetivos educativos de los sistemas educacionales de muchos países. Las más recientes tendencias en la esfera socio laboral, particularmente respecto al concepto de "empleabilidad", permiten vislumbrar perspectivas alentadoras. En vínculo con lo anterior los cambios en el ámbito empresarial y la “humanización” del hombre como una fuerza productiva autorregulada. Las tendencias pedagógicas contemporáneas sobre educación que dimensionan el papel de la enseñanza en el desarrollo personal y social, el aprendizaje individual y grupal, el carácter comunicativo de la educación, las relaciones democráticas, menos directivas y autoritarias entre los participantes del hecho educativo, entre otros aspectos. La irrupción de las nuevas tecnologías de la informática y la comunicación en el ámbito educativo y social, en general. La cada vez mayor convicción de la importancia de las concepciones sobre la educación y la evaluación, en particular, de los profesores, dirigentes y alumnos, en la regulación de su actividad. Los aportes que en este sentido ofrece el desarrollo de las teorías sobre las representaciones sociales y su inclusión en el trabajo orientado a la sensibilización y toma de conciencia de los implicados en el cambio. La implantación progresiva de las ideas sobre la validez de los análisis ecológicos en la valoración de la enseñanza y el aprendizaje. La potenciación de los resultados de la investigación educativa con la conjunción de métodos “cualitativos y cuantitativos”. Los avances esperados en la Psicología, en el estudio del aprendizaje y sus mecanismos, que permita una aproximación más certera al objeto de evaluación; así como los progresos de la 9 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Ciencias Matemáticas en la creación de herramientas matemáticas pertinentes para la medición del aprendizaje. Los estudios interdisciplinarios y transdisciplinarios de la evaluación del aprendizaje y la ampliación y desarrollo de la evaluación educativa como un campo científico dentro de las propias Ciencias de la Educación. La presencia de estas tendencias se refleja, en cierta medida, en la aparición de concepciones y propuestas diversas de la "evaluación alternativa". Alternativa ante el abordaje más tradicional, de corte instrumental, al que hacíamos referencia más arriba. Los abordajes sociales críticos que en las últimas décadas se disputan el predominio de las ideas y enfoques metodológicos de la evaluación del aprendizaje, han llevado el acento a las determinaciones e implicaciones sociales y han revalidado el papel de las relaciones interpersonales al interior de las instituciones educativas y del proceso de enseñanza aprendizaje. Todos estos aspectos, coexistentes, tiñen las respuestas a las preguntas más arriba apuntadas y que constituyen el hilo conductor del análisis que sigue. I CONCEPCIONES SOBRE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: ¿Qué se entiende por evaluación del aprendizaje?. En este epígrafe se presenta una aproximación histórica a la evaluación del aprendizaje; las tendencias que ha seguido su conceptualización y se aborda, en lo esencial, lo referido a la delimitación de conceptos y términos al uso, los modos de concebir el proceso de evaluación y su ubicación en un sistema mayor, en este caso el del proceso de enseñanza aprendizaje que se realiza en las instituciones de educación superior. Concluye con una propuesta perfectible de definición de evaluación del aprendizaje. La elaboración de una concepción sobre la evaluación del aprendizaje tiene que ver con las respuestas a las restantes preguntas que se tratan en la monografía, en particular, con las funciones y el objeto de evaluación que, aunque se abordan en epígrafe aparte, es difícil separar del significado que se le adjudique al término. Por esta razón el propósito del presente epígrafe es el de aportar información que permita ir construyendo una concepción de la evaluación del aprendizaje. En la aproximación al concepto de evaluación del aprendizaje resulta conveniente, además, trascender en determinada medida los límites de la enseñanza universitaria, para incorporar ideas y problemáticas generales que permiten una visión más amplia y esencial de la evaluación y se revierta en una mejor comprensión del objeto de estudio específico. 1.1 La evaluación del aprendizaje. Aproximación histórica. Toda actividad humana supone evaluación. Esta es una parte consustancial de aquella, porque interviene en una función esencial: la regulación de la actividad. Ya sea efecto de un control externo al propio sujeto o los sujetos de la actividad de que se trate, o de una regulación interna, o de ambas. Ya se trate, asimismo, de la actividad vista en un plano más general en lo social, o más individual en el plano psicológico. En cualesquiera de los casos está presente la evaluación. Desde una perspectiva psicológica, la evaluación de sí, puede considerarse una de las necesidades humanas más relevantes del individuo, porque está ligada a la formación de su identidad. Desde etapas tempranas del desarrollo y a través de su ontogenia se crea y manifiesta en el niño la necesidad de probarse, de conocer sus realizaciones y posibilidades, de conocerse a 10 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 sí mismo, de ir conformando su autoconcepto y autoestima, mediante su relación con los otros, con los objetos de actividad, consigo mismo, mientras aprende. En la enseñanza, esto es, en las condiciones de una actividad intencional y organizada a los efectos de producir determinados aprendizajes relevantes para el individuo, la evaluación del aprendizaje de los estudiantes porta tanto los aspectos generales, esenciales, del proceso de aprender, como las particularidades que le atribuye las condiciones de un aprendizaje que se promueve en el contexto de la enseñanza y, de modo más específico, en la universitaria. Estas particularidades se tiñen de las problemáticas propias de la educación, de sus instituciones, del papel de las mismas en la sociedad; así como de las derivadas del proceso de enseñanza aprendizaje, su concepción y práctica, sus requerimientos y fines, todo lo cual imprime a la evaluación determinadas peculiaridades y complejidades y la hacen parte de la evaluación educativa. Por otra parte, la posibilidad de concebir actualmente la evaluación del aprendizaje como un campo de la evaluación educativa, permite considerar aspectos teóricos y metodológicos, que por su nivel de esencia son comunes y válidos para cualquier caso u objeto dentro de dicho campo y tener en cuenta los aportes que se producen desde cualquier esfera del mismo. De ahí las reiteradas referencias que se hace en el presente trabajo, a la evaluación educativa en general al tratar la del aprendizaje, sin ignorar la especificidad de esta. Abordar, aunque sea a grandes rasgos, los hitos fundamentales de la evaluación del aprendizaje permiten una mayor comprensión del objeto y de su posible devenir ulterior. En este abordaje debe tenerse en cuenta que bajo el término evaluación del aprendizaje, se han contenido diversos significados en distintos momentos e incluso en la actualidad. Las diversas significaciones (y términos) son consecuencia lógica de su movimiento como concepto y de su vinculación estrecha con otros términos y objetos de la realidad. La propia denominación es de uso relativamente reciente y aparece asociada al concepto de "evaluación educacional" que introdujo Ralph Tyler en la década del 30, en el campo educativo. Durante un período relativamente largo la evaluación del aprendizaje, más propiamente la del rendimiento escolar llenaba todo el campo de la evaluación educativa. Hoy día éste es amplio. Abarca todos los elementos componentes de la educación, las relaciones que se dan entre ellos, los fundamentos, los fines y las funciones de la educación. Vale decir, todo lo relativo a la educación se considera evaluable; desde los sistemas educativos y su razón de ser, las instituciones educativas, los profesores, los directivos, los alumnos, los curricula, hasta los estudiantes y su aprendizaje. Esta ampliación del campo tiene lugar, fundamentalmente, en la segunda mitad del presente siglo, a partir de los trabajos que aparecen en la década del 60 y obedece a diversas condicionantes de índole social, políticos, económico, científico. No obstante su conformación científica, o más precisamente, la construcción de teorías de la evaluación educativa aun es incipiente, aunque la literatura sobre el tema es abundante. En este contexto de la evaluación educativa, la del aprendizaje se mantiene como un asunto especial, sin perder la importancia que se le concede, ni los retos que ha impuesto desde hace décadas. Incluso, se puede considerar que la extensión del campo y la introducción de nuevas problemáticas, redundan en un enriquecimiento del tema específico de la evaluación de aprendizajes, ya que permiten ver con mayor claridad y precisión, sus nexos con el sistema 11 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 educativo y social donde se inserta y las elaboraciones teóricas sobre el tema de la evaluación educativa amplían conceptual y metodológicamente su estudio. Aunque existen pocos textos que desde un punto de vista teórico busquen reconstruir desde lo educativo la conformación histórica de la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria, la información disponible lleva a afirmar que la evolución de las propuestas pedagógicas ha respondido, de modo importante, a demandas sociales que trascienden los marcos de la enseñanza. La revisión de los orígenes históricos, permite constatar que muchas de las funciones que hoy día se le asignan a la evaluación de aprendizajes, e incluso las que se visualizan como predominantes, no están asociadas en su génesis, a necesidades pedagógicas, sino de control y regulación social, entre otras. Resulta interesante, el hecho de que la mayoría de las críticas actuales a la práctica evaluativa, se derivan de esas funciones añadidas. Lo anteriormente dicho se ve, nítidamente, a través de la práctica del examen. De hecho, la reconstrucción de la historia de la evaluación de aprendizaje, (y más ampliamente, de la educativa) tiene que ver, necesariamente con los exámenes, en tanto estos han ocupado con frecuencia el espacio de la evaluación y de hecho parecen haber llenado una etapa en el desarrollo de la evaluación educativa cuyas repercusiones se extiende hasta nuestros días. Distintos autores (Durkheim, 1938; V.A. Judges, 1971; Díaz Barriga, 1993) coinciden en afirmar que el examen, no surge, precisamente, en el escenario educativo. Aparece como un instrumento de selección creado por la burocracia china en el 2375 antes de nuestra era a los efectos de decidir quienes podían ocupar determinados cargos públicos. En efecto, el primer ejemplo de una técnica institucionalizada conocido, fueron los ejercicios de competencia para la admisión a las oficinas públicas, a los que podían acceder los ciudadanos del sexo masculino, de buena crianza que disfrutaban de la más alta estimación. El examen, proporcionaba los hombres del poder que constituían la jerarquía de los mandarines y a su vez, mantuvo una tradición de erudición. En este último sentido Judges (1971) apunta que en los rasgos distintivos de este sistema se encuentran elementos que se hallan en la práctica de los exámenes: “el poder de un sistema evolucionado y aceptado para mantener cultura y tradición, su estabilidad como medio de control social, su poder para racionalizar las funciones humanas y las normas de competencia, su eficacia como un modo de dividir plausiblemente una población en agrupaciones según el status”. Los exámenes de competencia pasaron de una dinastía a otra, durante milenios, hasta su desaparición total en 1905. En el antiguo mundo occidental, si bien la clasificación competitiva (como en las contiendas atléticas en Grecia), la práctica de la retórica y la alta consideración del poder de la persuasión y elegancia de estilo, la inclinación por el debate y la controversia estaban presente en el escenario educativo; no hay signos de la aplicación de un sistema de exámenes “que hayan establecido listas de aprobados ni de métodos de clasificación” (Judges, 1971). De tal modo, los exámenes y también los grados eran desconocidos en la Antigüedad y en los primeros tiempos de la Edad Media. Según Durkheim (en D. Barriga, 1993), aparecen en la universidad medieval como producto de la organización corporativa. Cuando los maestros se conforman en corporaciones, como cuerpos cerrados, con reglas de funcionamientos que incluyen las regulaciones para la admisión de nuevos miembros; los exámenes y los grados se constituyen en instrumentos o medios que sirven para determinar las condiciones de los aspirantes a tal fin. 12 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Este hecho de cómo aparece el examen en el escenario educativo universitario, resulta de particular interés. No son por tanto, necesidades pedagógicas, del proceso de enseñanza aprendizaje, las que dan lugar a la introducción y aplicación del examen en el ámbito educativo; ni sus primeras prácticas como parte de la enseñanza estuvieron signadas por las finalidades y funciones que le dieron origen, como instrumento social de selección. El propio Durkheim (1938), subraya que el examen, en el escenario educativo de la universidad medieval, se realiza con la finalidad de mostrar la competencia adquirida por el alumno y no como instrumento de certificación o de promoción: sólo accedían al examen aquellos alumnos que estuviesen en condiciones de exhibir el aprendizaje logrado de modo satisfactorio. La fuerza que toman las funciones de control, acreditación, comprobación de la evaluación para la selección o promoción de los individuos, y en virtud de ello, su reducción a la práctica del examen (en cualquiera de sus formas), permiten suponer que dichas funciones entran en línea con características de los propios sistemas educativos y sus instituciones. Esto es, la instauración de dichas funciones de la evaluación no responden solo a requerimientos sociales “externos”, sino que se asientan en la práctica educativa porque encuentran un espacio propicio: pueden responder a una lógica específica, propia del sistema de enseñanza, sobre todo cuando está investida “de la función tradicional de conservar y transmitir una cultura heredada del pasado y cuando dispone de medios específicos de autoperpetuación” (Bourdieu y Passeron, 1977), que le confiere una inercia particular. En este sentido, y según dichos autores, la escuela legitima una cultura dominante que beneficia a los sectores de mayor poder en la sociedad, siendo el examen un instrumento que simplifica la realidad y dificulta el aprendizaje. Hacia el siglo XII se identifican lo que se plantean como las primeras prácticas universitarias que tienen cierto parecido con las condiciones de los exámenes modernos; concomitantes con el resurgimiento del trivium y el quadrivium (las siete ciencias liberales). Se trataba de ejercicios profesionales y de erudición para discriminar entre sus estudiantes en cuanto a grados de competencia para la promoción jerárquica y el otorgamiento de títulos y grados. Consistían en los estudios preliminares de textos, resúmenes o extractos de pasajes literarios, seguida por una controversia con los compañeros y maestros, empleando la lógica y argumentaciones, a lo que seguía el estudio de los materiales; la combinación de ambos complementaba el fundamento cultural, para proseguir estudios más elevados y aplicados, que más tarde condujeron a los niveles de master y doctorados. A la escuela jesuita se le adjudica la iniciación de los métodos modernos de hacer exámenes. Se caracterizaron por conceder gran importancia al rigor y a la competencia, que "llevaron al más alto grado de efectividad a la que se hubiera llegado hasta entonces, o quizás desde entonces" (Brubacher, citado por Judges, 1971). Se apartaron de la práctica generalizada de su época e insistieron sobre el examen escrito. En 1599 publicaron un texto sobre educación donde incluyeron un conjunto de reglas para la organización de los exámenes escritos que, "de no estar en latín, podría ser empleado hoy en cualquier examen" (Peth, citado por Ebel, 1993). Con independencia de las fluctuaciones que se experimentan durante siglos en la aplicación de normas para otorgar certificados y para la acreditación; resulta interesante constatar que los modelos del proceso de clasificación y exámenes para la determinación de grados de bachelor y master se manifiestan aun en nuestros días, muestra de una cierta inercia características en las prácticas evaluativas. Más tarde, las pruebas por controversia fueron en declive y la defensa de una tesis como instrumento de prueba “apenas significó algo más que la supervivencia de una actitud pasada de 13 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 moda”(Judges). En su obra “Oxford y Cambridge en transición” (1959), Mark Curtis habla de “controversias que medían tan poca cosa como las habilidades de un joven para aprender de memoria argumentos ya gastados, y de exámenes fraudulentos concertados de viva voz”. Se perfila una línea de evolución, comenzada en Inglaterra, de la “estandarización de la excelencia", con utilización de trabajos escritos y nuevas disciplinas además del dominio de los clásicos, matemática y física, que fue conformando gradualmente el sistema de honores (exámenes de especialización sumamente difíciles, por los cuales se otorgaban distinciones). Resulta interesante observar que la finalidad de este sistema no era saber si el candidato era competente para obtener un título, sino el grado de competencia con que lo había logrado. El sistema de honores, contribuyó a definir la naturaleza de un título sobresaliente. Coexistió con el examen para definir promociones ordinarias, aunque parece que costaron “enormes afanes” diferenciar unos de otros. El desarrollo de los planes de estudios y la delimitación de la enseñanza secundaria y la universitaria ha estado asociada a la realización de exámenes finales de aquel nivel de enseñanza y a la determinación de la entrada a la universidad. De tal suerte el examen desempeña un doble papel, el de servir de filtro para el acceso a un nivel superior, y el de certificar un nivel general alcanzado. Surge en Alemania el abitur, examen final de la escuela clásica, de elevadas normas y prestigio para avalar la entrada a la universidad y el nivel logrado en la escuela. Similar práctica de examen se desarrolla en Gran Bretaña y más tarde en Francia. El interés por las cuestiones relativas a la evaluación del aprendizaje en la primera mitad del presente siglo estuvo ligado al auge de los tests y el desarrollo de las ideas conductistas en la Psicología. La evaluación educativa de principios del siglo se reducía a la medición del aprovechamiento de los estudiantes, con énfasis en los productos o resultados finales del proceso, en el dominio de los contenidos y con referencia a un normotipo estadístico basado en la curva gausseana. Las ideas psicológicas conductistas enriquecieron y fortalecieron la evaluación, tanto teórica como instrumentalmente, pero sin representar variaciones significativas en su esencia. A la luz de dichas ideas surgió y se enraizó la denominada Pedagogía por objetivos, de fuerte repercusión en la práctica educativa y cuyo impacto se extiende hasta nuestros días. Bajo esta concepción, los objetivos y la evaluación se constituyeron en componentes priorizados del proceso de enseñanza aprendizaje, relegando en cierto sentido a los demás elementos, incluso al contenido que fuese aspecto de consideración central hasta entonces. Valorar el cumplimiento de los fines, del modo más preciso, detallado y objetivo posible, se erigió en un principio ineludible y en motor impulsor para la aplicación de vías y procedimientos “técnicos” que posibilitaron tales exigencias. En su ayuda aparecen los enfoques importados de la práctica productiva relativos a la planificación y control de los procesos industriales y otros sectores laborales, que dio lugar al planeamiento detallado del proceso de enseñanza, siempre en función de asegurar el logro de los objetivos previamente concebidos y especificados. La evaluación continuó en función de medir los resultados, parciales o finales, y cuantificar el aprendizaje, aunque con un avance no despreciable: la valoración referida a criterios. Estos criterios los aporta el modelo de los objetivos, es decir, el patrón de referencia que antes se sustentaba en la distribución de resultados según la curva normal, deja de ser lo esperado, lo deseable. La lógica es sencilla: la idea radica en reconocer que la enseñanza es una actividad dirigida, intencional, por lo tanto no espontánea (en tal caso se justificaría un resultado acorde con una distribución “normal”). La intencionalidad de la enseñanza se expresa directamente en la 14 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 definición de metas u objetivos; su valoración tiene, por fuerza, que remitirse a la consecución de los mismos, al grado en que estos son logrados. En este sentido emerge una “fórmula” bastante conocida y pragmática: la calidad aceptable se expresa en que el 90% de los estudiantes logre el 90% de los objetivos planificados. Los trabajos del 60 amplían, como se dijo, el campo de la evaluación de modo sustancial. El interés se desplaza al proceso y no solo importan los resultados. Estos trabajos trascienden el campo de la evaluación del aprendizaje propiamente, pero no lo excluye, porque la famosa distinción de Scriven entre evaluación formativa y sumativa surge referida al aprendizaje aunque rápidamente se extiende a toda la evaluación educativa. Como factores que estimulan y amplían el campo de la evaluación educativa están, entre otros, la necesidad de justificar programas educativos, la valoración del trabajo de instituciones educativas con vistas a su financiamiento u otros efectos, el interés por el tema curricular. En este contexto aparecen los valiosos trabajos de Starke, Scriven, Stufflebeam, McDonald, Parllett y Hamilton y muchos otros, cuyos aportes permite hacer serios cuestionamientos a los modos de enfocar y realizar la evaluación, tanto en sus aspectos instrumentales como en su sujeción a los resultados. Surge la justa reflexión sobre los propios objetivos (la necesidad de cuestionar las propias metas), por lo que la evaluación no puede restringirse a la comprobación de los mismos. Se subraya la importancia del proceso y su evaluación, pero se va más allá (y atrás), hacia las necesidades que están en la base de dichas metas, hacia el contexto que le da sentido, hacia las estrategias que se seleccionan o prevén para su consecución. Un modelo casi paradigmático es el conocido CIPP (Contexto, Input o entradas, Proceso y Producto) propuesto por Stufflebeam (1981) para la evaluación de programas educativos y que es extrapolable a la evaluación del aprendizaje, a los fines de enriquecerla. En la arena curricular, específicamente, el trabajo de Ph. Jackson relativo a aquellos resultados no previstos, que acuñó bajo la denominación de curriculum oculto, nutrió con nuevos elementos empíricos, el viejo debate entre enfoques “cuantitativos”, experimentales, nomotéticos, y los “cualitativos”, naturalistas, hermeneúticos dentro de la investigación educativa. Este debate se manifestó (y se manifiesta aun) con gran fuerza en lo relativo a la evaluación; en particular cuando se discute sobre la medición y (o versus) evaluación de aprendizajes. Se sabe que en la década de los 90 y hasta hoy, la tendencia, al menos en el discurso, ha sido la de combinar ambas aproximaciones. La reflexión sociológica y filosófica, sobre todo los aportes de autores europeos, referidas a la educación se pueden considerar trascendentes para el campo de la evaluación educativa. La aparición y desarrollo de un enfoque pedagógico “social”, crítico (Pedagogía Crítica), vinculado, en determinada medida a dichas ideas, intenta al parecer, dar un vuelco en las concepciones y prácticas evaluativas, incluida la del aprendizaje. Los avances del conocimiento psicológico, en particular los trabajos que se agrupan bajo el techo de la denominada Psicología Cognitiva contemporánea, enriquecen el tratamiento de la evaluación del aprendizaje. Hoy día sus aportes son muy considerados al fundamentar y definir el objeto de evaluación del aprendizaje y en la elaboración de métodos y técnicas a tal fin. Baste nombrar aspectos tales como la importancia de los conocimientos previos y la valoración inicial (diagnóstico inicial) del aprendiz al inicio de un ciclo de aprendizaje; el papel de la organización y estructuración de los conocimientos en la calidad del aprendizaje; las estrategias de control y 15 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 autovaloración; algunos mecanismos del aprendizaje, entre otros temas de trabajo, que son relevante para la evaluación. El Enfoque Histórico Cultural, propugnado por L. S. Vigotski (1966, 1987, 1988, 1989) y algunas de sus derivaciones relevantes desarrolladas por sus seguidores, como la Teoría de la Actividad propuesta por A. N. Leontiev (1982) y la Teoría de la Formación por Etapas de las Acciones Mentales, de P. Ya. Galperin (1982, 1986), por solo mencionar algunos autores, aportan todo un marco teórico y metodológico de singular importancia para el estudio de la evaluación del aprendizaje. Valiosos trabajos sobre la formación del autocontrol y la autovaloración de los estudiantes durante el proceso de enseñanza aprendizaje; la denominada “evaluación dinámica” inspirada en el concepto de zona de desarrollo próximo; el enriquecimiento de los indicadores de evaluación del aprendizaje con las propuestas de cualidades de la acción, entre otros y que se comentarán más adelante, da cuenta del valor de dichos aportes; pero, sobre todo, marcan una promisoria dirección de trabajo futura. En resumen, el breve esbozo histórico permite identificar los orígenes milenarios y externo a las necesidades pedagógicas, de algunas de las funciones más fuertemente asentadas en la práctica evaluativa, como la de selección y jerarquización de individuos; asimismo la disociación de funciones selectivas y formativas que se expresa nítidamente en las primeras prácticas evaluativas de la universidad medieval. Estos hechos refuerzan la justa crítica a la prioridad que se le confiere, hasta hoy día, a aquellas funciones. Se aprecia, también, el contraste entre un importante desarrollo de las ideas, la reflexión y la elaboración conceptual sobre la evaluación del aprendizaje asociado a la conformación y expansión de la evaluación educativa en general (aunque la elaboración teórica está en sus inicios), con una cierta inmovilidad en las prácticas, que mantiene modos arcaicos de concebir y de realizar la evaluación del aprendizaje. Las razones de este hecho son diversas, complejas y se tratarán, en la medida de lo posible, más adelante. Por último se manifiestan importantes fuentes nutricias de la evaluación del aprendizaje, que provienen de diversos campos científicos (filosóficos, sociológicos, psicológicos, pedagógicos), cuyos aportes deben representar significativos avances para la elaboración teórica y para la transformación y mejora de la práctica evaluativa. El creciente interés en el tema de diversos especialistas y el modo en que se está abordando, nos refuerza la idea de que se trata de un objeto de estudio que requiere, ineludiblemente, un enfoque interdisciplinario. 1.2 Tendencias en los significados y términos en uso. La concepción sobre la evaluación del aprendizaje se ha movido en la dirección de ampliar, en extensión, su significado. En mi consideración se pueden delinear direcciones tales como: De una identificación de la evaluación con la calificación o la asignación de notas académicas hacia una concepción donde ésta es una parte del proceso de enseñanza aprendizaje. De la identificación de la evaluación con la medición a considerar aquella en una dimensión mayor que incluye las mediciones. De una actividad aséptica, neutral, despojada de valores a una concepción que ubica a la evaluación en el campo de la axiología. De la noción de evaluación como un momento o etapa final de una actividad (de enseñanza y aprendizaje) a su consideración como proceso. 16 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 De la noción de evaluación como proceso de obtención de evidencias para la toma de decisiones, a la inclusión de la valoración de las decisiones y sus efectos como parte de la actividad evaluativa (aunque en este punto coexisten visiones diversas). El significado más aceptado en el presente se aproxima a las definiciones más globales y amplias que se encuentran en los diccionarios generales; la de apreciar, valorar, fijar el valor de una cosa, hecho o fenómeno. Este significado, que pudiera calificarse de ambiguo, no es casual, aun cuando a toda vista es insuficiente. Tiene la intención de abarcar la riqueza y complejidad de su contenido y de evitar simplificaciones abusivas que se han sucedido al pretender precisiones técnicamente “rigurosas”, positivas; o, al reducir su objeto y funciones, como ocurre con la identificación de la evaluación con la calificación, entendida como el acto de otorgar una nota; o, con una impronta cotidiana: la de aplicar exámenes. A continuación se comentan algunos de los tópicos comprendidos en las direcciones anteriormente planteadas. - Evaluación y calificación. Uno de los significados que en la práctica se le ha dado al concepto de evaluación, y que constituye un reduccionismo frecuente, es la identificación de la evaluación con la calificación. Esta reducción resulta de ceñir la evaluación al producto del proceso de enseñanza aprendizaje y del valor que se le atribuye a la calificación que se expresa en una nota, por sus repercusiones individuales, institucionales, sociales. La crítica a la reducción de la evaluación a la calificación es contundente y diáfana. Hoy día es difícil encontrar argumentos suficientes para mantener una posición divergente. La nota juzga sumaria y concluyentemente un proceso continuo y no da cuenta de las fortalezas y las debilidades del aprendizaje del alumno, de su potencialidad para aprender. La nota porta, necesariamente, una pobre información sobre el aprendizaje del estudiante, dado que solo se basa en determinados indicadores y criterios: aquellos que han sido seleccionados al efecto y que no pueden abarcar toda la riqueza del aprendizaje. En la evaluación, como proceso y no como un momento o un acto de determinar una nota, se evalúan otras cosas (Ph. Jackson, 1991, citado por Alvarez Méndez, 1993) que las que se tienen en cuenta usualmente para emitir una calificación. La nota sirve para la administración burocrática del saber, pero no representa el saber (Alvarez Méndez, 1993). Las implicaciones de tal reducción son múltiples. La identificación de la evaluación con la calificación condiciona decisiones en cuanto a procederes y medios para evaluar y a los contenidos objeto de evaluación. Se ha privilegiado tradicionalmente al examen, en cualquiera de sus formas, como medio de evaluación, lo que le confiere un gran poder compulsivo del aprendizaje. Por otra parte, el contenido evaluado no es, necesariamente, el más importante o central, sino aquel que es susceptible de ser evaluado; “el que resulta más fácil evaluar” (Gimeno, 1993; Fdez Pérez, 1994). En consecuencia la orientación del proceso de enseñanzaaprendizaje se distorsiona, en el sentido de su subordinación a los resultados: se aprende y se enseña en función del examen, para aprobarlo. Lo que interesa es la nota (M. González, 1999). En el análisis sobre las notas, también se hace referencia a las repercusiones que éstas tienen sobre los estudiantes y sobre los profesores. Aquellos, por temor a la obtención de una nota desfavorable acuden a distintas estrategias para evitar el fracaso, incluso a esconder sus debilidades que pudiesen normalmente ser motor de aprendizaje. Algunos autores señalan cómo los resultados de esta evaluación terminan también siendo un medio de control no solo de los estudiantes sino además del profesor (Alvarez Méndez; 1993) a quienes se les evalúa, en muchas ocasiones, en función de dichos resultados; con independencia de que lo esperado (promoción, 17 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 número de aprobado) diverja en su significación: para unos un alto índice de aprobado es muestra de buen trabajo, para otros es falta de exigencia, debilidad. En definitiva, la calificación es parte de la evaluación, uno de sus momentos cruciales y problemáticos, pero no el todo. - Medición y evaluación. El debate sobre si se trata de una medición del aprendizaje o de una evaluación ocupa un espacio considerable en el tratamiento que numerosos autores hacen del tema. En la actualidad se muestra el interés de diferenciar la medición de la evaluación, con la intención de trascender el restrictivo basamento en datos cuantificables y subrayar la riqueza del análisis cualitativo. Una breve referencia histórica ofrece luz en esta problemática de la evaluación. En 1903 aparece el primer libro sobre medición educativa de Edward Thorndike, considerado el padre de las “modernas mediciones educacionales”, aunque en 1864 George Fisher había publicado los “Manuales de escalas de evaluación” coincidente con el gran auge de los exámenes de admisión que se produce a finales del siglo XIX. Thorndike fue un ferviente defensor del experimento y la medición: “Todo lo que existe (decía), existe en cierta cantidad. Conocerlo exhaustivamente implica conocer su cantidad lo mismo que su calidad” (citado por R. Ebel, 1977). El postulado de Thorndike es difícilmente rebatible epistemológicamente, pero entraña serias dificultades para el conocimiento concreto del objeto, porque requiere disponer de teorías pertinentes sobre la naturaleza del mismo, así como de potentes instrumentos (técnicas, procedimientos) para su estudio acorde con la naturaleza de tal objeto. Esto es aún insuficiente en el caso del aprendizaje. Posiblemente sea la razón central en la que se sustenta tantas y fuertes críticas que se hacen hoy día a la medición del aprendizaje, potenciadas sin dudas por justos argumentos de carácter socio político, en tanto la evaluación está demasiado determinada por factores de tal índole. Las ideas de Thorndike, asociadas con el auge de los modelos experimentales de los trabajos del campo de la Psicología, tienen gran repercusión en el ámbito educativo. Se produce la identificación de la evaluación con la medición (evaluar = medir) con referencia al aprendizaje. Se le adjudica a la evaluación el significado de “medir resultados utilizando algún tipo de instrumento formalizado que produce información para ser comparada con alguna clase de escala estandarizada” (Gardner, 1977, pag. 574, citado por Alvarez Méndez, 1985). El rápido desarrollo de técnicas para la medición educacional y de su aplicación, que se produce en las décadas comprendidas entre las dos guerras mundiales, se correspondió con la proliferación de los tests y su empleo en distintas esferas de la práctica social con propósitos no solo científicos, sino de selección y clasificación de personas a distintos efectos (laborales, militares, etc.). El desarrollo de las ideas conductistas desde la psicología y positivistas, desde la filosofía, dieron sustento teórico para la favorable acogida de la medición de los fenómenos educativos, en especial, del aprovechamiento de los estudiantes, como expresión de su aprendizaje. En particular se puede destacar la influencia de la investigación experimental en Psicología basada en un modelo de pretest - proceso instructivo - postest, con fuerte control de variables y donde resultan claves conceptos como los de validez, confiabilidad, generalización, en el enfoque de la evaluación del aprendizaje. Este modelo es el que Stufflebeam y Webster, (1981) 18 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 denominan “cuasi-evaluación” porque se inicia con cuestionamientos y metodología que pueden ser o no apropiados para enjuiciar valores. Es el modelo conocido también como “botánicoagrícola” muy criticado por autores que asumen posiciones cualitativas, como Parlett y Hamilton (1976). Los argumentos críticos se mueven en la línea de mostrar lo arbitrario de una medición de un fenómeno tan multifacético y rico como es el aprendizaje (y la situación educativa en general), ya que implica una abstracción que lleva, por lo general, a un primer plano rasgos no esenciales, secundarios, del objeto que se evalúa. Porque desconoce, subvalora o evita, por contaminante, el análisis de los significados que tienen para los sujetos de la evaluación los hechos evaluativos y las interacciones que se producen durante los mismos. Por su empleo de escalas cuyos requisitos no se corresponden con los de los atributos que suponen miden; el tratamiento inadecuado desde el punto de vista matemático de los datos que artificialmente se distribuyen según dichas escalas. Por la subordinación de la evaluación a los instrumentos y procedimientos. La crítica a la medición del aprendizaje se asocia, también, con la tendencia a evaluar sólo productos y no el proceso de aprendizaje, que ha sido la práctica dominante. Quizás porque es mucho más difícil cuantificar el proceso. Se vincula, además y de modo consecuente con lo anterior, a las calificaciones, o sea a la asignación de notas. En mi opinión, vale llamar la atención respecto a dichas críticas, pues los argumentos que se esgrimen hacen referencia a deficiencias en la forma de concebir o de realizar la medición y no son suficientes para cuestionar la medición en sí misma, la cual es una faceta legítima de la evaluación. Todo objeto posee atributos cuantificables y cualificables, por lo que al evaluarlo se requiere tener en cuenta ambos, siempre que sean esenciales, es decir que informen sobre la naturaleza de aquello que se evalúa; y siempre que no se “fuerce” la relación entre los atributos objeto de atención, el sistema de referencia y los procedimientos que permite establecer la cantidad de dicho atributo o características del objeto. Por ello, más que de una polémica entre evaluación y medición, debería tratarse de las relaciones entre la cualificación y la cuantificación contenidas en la evaluación. La cualificación hace énfasis en la descripción y caracterización de los atributos, en su especificidad, su idiosincrasia. La cuantificación establece relaciones de orden, de medida de los atributos, para lo que se requiere disponer de unidades de medidas más o menos precisas, más o menos estandarizadas, pero que respondan a la naturaleza del objeto que se estudia o valora. Es legítimo hablar de una medición cualitativa, que establece grados o niveles de atributos del objeto a partir de la presencia de determinadas características cualitativas. Ambas, cuantificación y cualificación, proveen datos que se interpretan, se valoran, de acuerdo con un sistema de referencia. La evaluación establece el valor de algo apoyada en la información (cualitativa y cuantitativa) de que dispone sobre ese algo y en los conceptos o modelos “ideales”, reconocidos como valiosos social y culturalmente y pertinentes científicamente, que funcionan como referentes. En síntesis, la evaluación supone medición. En todo caso el límite entre evaluación y medición del aprendizaje es movedizo, en función de que se disponga de mayor o menor conocimiento y herramientas teóricas y metodológicas para caracterizar cuantitativamente el aprendizaje. El debate entre la cuantificación del aprendizaje y su evaluación cualitativa es una manifestación particular de una polémica más amplia entre los conocidos enfoques cualitativos y cuantitativos o experimentales que tiene lugar en las ciencias sociales en general y, con énfasis, en la 19 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 investigación educativa. Así, todos los aspectos del debate teórico y metodológico que se dan en un nivel más amplio, pueden, prácticamente, llevarse al tema particular de la evaluación del aprendizaje. Incluidas, al parecer, las soluciones orientadas a compatibilizar ambos enfoques. - Evaluación y control. En el campo semántico de la evaluación aparece frecuentemente el del control. Se trata, sin duda, de dos términos fuertemente vinculados y relevantes, aunque existen diversos criterios sobre su relación y pertinencia. Una dirección es la de separar las realidades que designan en el sentido de que el control hace referencia a las acciones de comparación y ajuste del objeto o proceso con el modelo que sirve de referente y la evaluación a la elaboración de un juicio de valor. Otra dirección es la de incluir la evaluación dentro del control (o viceversa). Otra más, es la de excluir el término control del campo semántico de la evaluación, por contaminante. En mi opinión, el término control tiene una valiosa y acertada acepción: la que unifica los significados que le confiere la Teoría de la Dirección y la Teoría de la Actividad que fundamentan su necesidad como elemento consustancial a toda actividad humana, a todo sistema dirigido o autodirigido, en tanto implica monitoreo, conocimiento, reflexión sobre cualquier proceso y sus resultados de modo que permita la regulación del mismo. En este sentido la evaluación se puede considerar una manifestación del control. Sin embargo, desde una perspectiva amplia e integral de la evaluación, posición que se asume en el presente trabajo, el control se trata como una de las funciones de la evaluación, por las razones siguientes: 1. La coincidencia en el sistema operacional básico: El control al igual que la evaluación supone contrastar la información sobre el objeto o proceso de que se trate con un modelo o sistema de referencia que de cuenta del mismo. 2. La ineludible presencia de la valoración: Toda contrastación o comparación resulta en una determinación del grado de correspondencia o no entre el objeto y el referente; de las desviaciones, de existir, su dirección, etc. Este resultado contiene un juicio, una valoración, con independencia de las formas concretas en que se exprese. 3. Tanto al control como a la evaluación se le asocian funciones de regulación de la actividad por parte del o los sujetos implicados en la misma; a su vez repercute sobre los sujetos confiriendo significaciones de lo que hacen o de lo que pueden hacer. 4. La necesidad de subrayar la dimensión axiológica de la evaluación del aprendizaje. El término “control” no denota suficientemente el aspecto valorativo, consustancial a la evaluación, lo que vendría a reforzar la cuestionada “neutralidad” y la limitada noción de que los problemas de la evaluación son puramente técnicos. 5. El sesgo histórico del término control dentro del campo de la evaluación educativa. Conviene recordar que este término toma fuerza en el ámbito educativo, cuando se importa del escenario laboral. Su contenido subraya dos ideas: la técnica y la de poder o ejercicio de autoridad. Estas dos ideas han sido ampliamente analizadas y criticadas desde posiciones de la denominada Pedagogía Crítica, así como por autores excepcionalmente penetrantes que abordan la sociología de la educación (Bourdieu y Passeron, 1977; Apple, 1986; Foucault, 1993). En síntesis, ambos términos son válidos. Desde una visión amplia de la evaluación, el control es una de sus funciones. 20 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 - La neutralidad de la evaluación. “Una primera afirmación que quisiera hacer -dijo Paulo Freire en una de sus últimas obras titulada Educación y Sociedad- es de que, así como es imposible pensar la educación en forma neutra, es igualmente imposible pensar en una evaluación neutral de ella. No hay cualidades por las que luchemos en el sentido de asumirlas, de recalificar con ellas la práctica educativa, que puedan ser consideradas como absolutamente neutras, en la medida misma en que, como valores son vistas desde diferentes ángulos, en función de intereses de clases o de grupos” (Freire, 1998). La neutralidad en la evaluación, buscada y defendida desde posiciones positivistas y cientificista de la educación, constituye una problemática, principalmente por sus implicaciones metodológicas. La exclusión de aspectos o dimensiones del objeto a evaluar, por su dificultad para ser operacionalizado y constatado “objetivamente”; la sobrestimación de determinados instrumentos y técnicas, y la subvaloración de otras; la no consideración de fuentes y agentes de evaluación (como el propio sujeto) de vital importancia son, entre otras, consecuencias de esta visión que afectan la práctica evaluativa y sus resultados. Esta visión expresa una concepción limitada de la evaluación. El pedagogo mexicano Santiago Hernández Ruiz (1972) se refiere a “la perversión del concepto de evaluación en la Pedagogía” en relación con la pretendida neutralidad, objetividad y rigurosidad matemática que es “por añadidura, discriminatoria en relación con los sujetos cuyo aprendizaje se somete a medida”. Y plantea al respecto: “No se ha advertido que tal objetivación, en el supuesto de que fuera posible, implicaría un imperio de la materia de enseñanza como nunca existió, ni antes ni después de Rousseau, de tal suerte que el sujeto quedaría eliminado del acto evaluatorio, como elemento de juicio. Con lo cual se invalidaría del modo más absoluto toda la pedagogía de los dos últimos siglos y la mejor parte de la anterior, puesto que de Sócrates en adelante, los educadores más solventes han sostenido la tesis de que el conocimiento del niño, por lo menos en su calidad de sujeto que aprende, es indispensable para educarlo e instruirlo de modo más adecuado y por consiguiente evaluar con justicia su aprovechamiento” (p.63). Aquí, dicho autor, está haciendo referencia a las implicaciones de una evaluación abstracta e impersonal sobre la base de una pretensión de neutralidad, de objetividad, que concluye en ser discriminatoria (en un sentido peyorativo). Porque para valorar el aprendizaje del estudiante se aplica un patrón de medida establecido para otras personas o una magnitud pensada en abstracto. Esta práctica contradice un postulado fundamental de la pedagogía que plantea que no existen dos educandos iguales y que, como principio, se debe procurar el máximo desarrollo de los educandos según su potencialidad, dando cauce a sus capacidades Al socaire de una discusión más detenida en la problemática de los patrones de medida, y de las medidas en sí misma; la larga cita hecha anteriormente pretende mostrar la fuerza con que en el discurso evaluativo se trata el tema de la objetividad de la evaluación, vinculada a la neutralidad, y algunas de sus implicaciones conceptuales e instrumentales. En realidad no se trata, en mi opinión, de restar la necesaria objetividad que debe caracterizar a la evaluación de aprendizaje, ni condicionarla a una pretendida neutralidad, sino de reconocer su dimensión subjetiva como algo objetivo y actuar en consecuencia. De lo contrario sería confundir la arbitrariedad con la objetividad y simplificar en demasía la evaluación a aquellos atributos cuantificables del objeto que se pretende valorar. No hay evaluación neutral. Evaluar implica formular un juicio de valor. Cuando lo evaluado es el aprendizaje de los estudiantes el resultado depende en gran medida del sujeto del mismo, de la 21 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 relación sujeto-sujeto (evaluado-evaluador), tanto como de la relación sujeto-objeto (entendida como estudiante- materia de enseñanza). Todas estas relaciones están preñadas de pre-juicios y de concepciones valorativas sobre lo que se evalúa, sobre el evaluado y sobre el evaluador. - El proceso de evaluación, su extensión. La evaluación, vista como proceso, contiene la obtención sistemática de información o evidencias sobre el objeto que se ha elegido al efecto y la emisión de un juicio fundamentado sobre dicho objeto. La mayoría de los autores reconocen estos dos procesos o aspectos básicos, mínimos, de la evaluación. De modo sintético Guba y Lincoln (1981), definen a la evaluación como una actividad compuesta de descripción y juicio. No obstante, existen discrepancias en cuanto a la extensión del concepto, y por tanto del proceso evaluativo en su totalidad, en lo que se refiere a la inclusión o no del juicio valorativo y de la toma de decisiones derivadas de la información y valoración que se realizan, así como de la ejecución de esas decisiones y sus resultados. Una posición defiende que la evaluación debe consistir, fundamentalmente, en la recogida de evidencias, es decir, de datos sobre el objeto en cuestión y no concluya con la emisión de un juicio valorativo. En este caso la información resultante de esta “evaluación” es base para la toma de decisiones, en especial, de aquellas personas no partícipes del proceso evaluativo. Esta posición se afianza en la relatividad de todo juicio evaluativo y por tanto en el escaso valor para guiar la acción de aquellos capaces de expresar un juicio diferente (Scriven, 1991); también en argumentos sobre la necesaria “neutralidad” de la evaluación. Otra posición incluye el juicio valorativo como parte del proceso de evaluación, juicio que debe estar fundamentado para que sirva a la toma de decisiones pertinente. La propia toma de decisiones es otro aspecto de debate, en el sentido de si se debe considerar un momento o proceso de la evaluación, o una acción posterior, derivada de la información obtenida y que depende fundamentalmente de los intereses y propósitos de las distintas “audiencias” a las que puede ir dirigida la información resultante de la evaluación. En esta dirección de concebir la evaluación como un proceso que proporciona información para la toma de decisiones se encuentra autores como Cronbach, 1963; Alkin, 1969; Stuffelbeam, 1979. En estrecho vínculo con estas consideraciones está, además, la inclusión o no de las acciones decididas y sus resultados. La posición que se asume en el presente trabajo es la de un enfoque integral de la evaluación y abarcador de los distintos momentos o procesos mencionados, lo que, sin duda, hace más compleja la actividad evaluativa, pero permite un acercamiento más real, rico y fructífero en su análisis y perfeccionamiento. Un enfoque integral encuentra su justificación en razones de índole epistémicas y de la propia práctica evaluativa. El desarrollo del conocimiento científico muestra la relevancia de enfoques integradores, globalizadores y multidimensionales de los objetos de estudios, en tanto permiten una representación más completa de los mismos. La determinación de los problemas de la práctica evaluativa, muestra diversidad de aspectos y repercusiones asociadas a dicha práctica, que de una u otra forma les son inherentes y que difícilmente se pudieran explicar de no considerar la actividad evaluativa en toda su extensión y complejidad y en su inserción sustantiva en el proceso de enseñanza aprendizaje, y de modo más amplio, en el contexto educativo en general. Si bien la obtención sistemática de información o evidencias sobre el objeto de evaluación y la elaboración y formulación de un juicio fundamentado sobre dicho objeto, constituyen procesos 22 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 básicos, centrales de la evaluación, no agotan el acto evaluativo y por tanto no son suficientes para el análisis del mismo. Al igual –por analogía con la investigación- la ciencia y la investigación científica no se agotan en la producción de nuevos conocimientos, pues implica la divulgación y aplicación de los mismos. La evaluación, supone subprocesos que van desde el establecimiento de los objetivos o propósitos, la delimitación y caracterización del objeto de evaluación, la definición (selección, elaboración) y aplicación de los instrumentos para la recogida de información, el procesamiento y análisis de dicha información, su interpretación y expresión en un juicio evaluativo, la retroinformación y toma de decisiones derivadas del mismo, su aplicación y valoración de resultados. Para recomenzar en un ciclo ascendente, progresivo, que permite, en su dinámica, imprimir el auténtico significado de esta actividad en el proceso de enseñanza aprendizaje. 1.3 Aproximación a un concepto de evaluación del aprendizaje. La evaluación es una actividad humana. Como cualquier actividad, su modo de existencia es dinámico, como proceso. Es el proceso y resultado de juzgar la valía de un objeto o fenómeno de la realidad, en sus características esenciales, sus manifestaciones particulares, su devenir, estado de desarrollo actual y previsible, de acuerdo con criterios de referencia pertinentes a la naturaleza del propio objeto y a los propósitos que se persigan. Este carácter de la evaluación, como actividad, se pone en evidencia en su composición estructural y funcional, esenciales para cualquier actividad humana. La evaluación se realiza en función de objetivos o fines previstos; tiene un objeto: aquello que se evalúa; se realiza en interacción del evaluador con el objeto mediante un conjunto de acciones y operaciones que requieren el uso de procedimientos y medios adecuados; se organiza en ciertas formas; se efectúa en determinadas condiciones y tiene resultados que pueden coincidir en mayor o menor medida con los fines propuestos. Asimismo, supone fases de orientación, ejecución, control y regulación (de evaluación de la propia actividad). Se ve de modo nítido, también, en su delimitación histórica. En la década de los años 60 surge como una actividad profesional independiente que se ejecuta por personas (evaluadores profesionales) o instituciones (organizaciones, asociaciones) destinadas a evaluar centros, programas, políticas u otros aspectos del ámbito educativo incluido el aprendizaje de los estudiantes. La evaluación, como actividad, se distingue por su objetivo o meta. La diferenciación introducida por Scriven (1967) entre meta y funciones de la evaluación resulta útil para delimitar dicha actividad. Según dicho autor la meta es siempre la misma: juzgar el valor de algo; en cambio, las funciones son muy variadas y están en relación con la utilización de los datos evaluativos. La identificación de una meta o propósito fundamental de la actividad evaluativa facilita establecer sus peculiaridades, y distinguirla de otras actividades que comparten muchos de sus procesos y fases, como puede ser la actividad de investigación. Las consideraciones antedichas, válidas para la evaluación educativa en general son pertinentes también a la evaluación del aprendizaje como caso particular. En términos genéricos se trata de la actividad cuyo objetivo es la valoración del proceso y resultados del aprendizaje de los estudiantes, a los efectos fundamentales de orientar y regular la enseñanza para el logro de las finalidades de la formación. Tiene entre sus características esenciales, las siguientes: 23 Revista Pedagogía Universitaria • • • • • • • • • • 2000 Vol. 5 No. 2 Constituye un proceso de comunicación interpersonal, que reúne las características y presenta todas las complejidades de la comunicación humana, donde los roles de evaluador y evaluado pueden alternarse, e incluso, darse simultáneamente; y donde ambos sujetos se influyen recíprocamente, modificando sus representaciones sobre el objeto de evaluación. Tiene una determinación socio-histórica. La evaluación se realiza con referencia a normas y valores vigentes en la sociedad y las concepciones y valores de los implicados en la misma (instituciones, personas). Cumple diversas funciones a la vez, complementarias y hasta contradictorias entre sí. Sus funciones esenciales son las formativas. Responde a determinados propósitos, conscientemente planteados o latentes; coincidentes y compartidos por los participantes en la evaluación o no. Constituye un aspecto consustancial al proceso de enseñanza aprendizaje, como componente funcional del mismo. Abarca los distintos momentos del proceso del aprendizaje. Desde el estado inicial del sujeto de aprendizaje, el propio proceso en su despliegue, hasta los resultados parciales y finales correspondientes. Está compuesta por diversas acciones u operaciones relativas a la determinación de los objetivos, del objeto, la obtención y procesamiento de información, la elaboración de un juicio evaluativo, la retroinformación y toma de decisiones derivadas del mismo, su aplicación y valoración de resultados. Supone diversos medios, procedimientos, fuentes y agentes de evaluación. Abarca atributos cualificables y cuantificables del objeto de evaluación. Incide sobre todos los elementos implicados en la enseñanza y ayuda a configurar el ambiente educativo. Al hablar del carácter de proceso de la evaluación, se está haciendo referencia a características de la propia evaluación como actividad, en su composición y movimiento. Es decir, se considera un proceso no solo por su vínculo con el objeto (porque se evalúa el proceso de aprendizaje), sino por la propia naturaleza de la evaluación. La asumida concepción de la evaluación del aprendizaje como actividad, cuya forma de existencia es un proceso, fomenta cuestionamientos teóricos respecto a las relaciones con los demás componentes del proceso de enseñanza aprendizaje y con éste, en su conjunto, como sistema mayor. Surgen preguntas tales como: ¿Se trata de un proceso dentro de otro proceso, de un subproceso?. ¿Qué lugar ocupa en el proceso de enseñanza aprendizaje?. Es conocida en la literatura didáctica la sistematización de los componentes del proceso de enseñanza aprendizaje (o proceso docente educativo) en categorías didácticas y las relaciones que guardan entre sí. Se plantean como tales: los objetivos, el contenido, los métodos, los medios, las formas, las condiciones de la enseñanza, los resultados y el control y/o la evaluación. Al delimitar la realidad que designa cada categoría y explicitar sus relaciones, algunos autores optan por considerar a la evaluación, como un momento o eslabón final del proceso docente, cuya función es la de comprobar la consecución de los objetivos (Tyler, 1977; Alvarez, 1999). A diferencia de tales enfoques, en el presente trabajo se considerara a la evaluación –en su relación con el proceso de enseñanza aprendizaje- como una función o propiedad del mismo, que está presente durante todos sus momentos o eslabones. Esta aproximación permite destacar las múltiples funciones que cumple la evaluación en el nivel universitario, contrarresta su reducción 24 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 a la comprobación de resultados y viabiliza el análisis de aquellas funciones que trascienden al propio proceso de enseñanza aprendizaje y se proyectan al ámbito de la sociedad, y al familiar y personal del educando. Permite, también, resaltar su fuerte vínculo, no solo con los objetivos sino, además, con los otros componentes del proceso de enseñanza. A su vez, la consideración de las relaciones que se dan entre los elementos que intervienen en la evaluación del aprendizaje, ayuda a comprender mejor la naturaleza interactiva de la evaluación. En una situación de evaluación del aprendizaje y mediante un análisis abstractivo, se pueden identificar componentes tales: • El estudiante que es evaluado y que a la vez se autoevalúa. Esta doble dirección, que hace al estudiante sujeto y objeto de evaluación, tiene en la educación superior una marcada tendencia a incrementar la condición de sujeto, por imperativo de las finalidades y características de la formación profesional y por las peculiaridades de la edad juvenil – propias de los estudiantes universitarios- y del adulto joven (y menos joven) que accede a los cursos para trabajadores y a la educación de postgrado. • El profesor y demás estudiantes como evaluadores. La evaluación de los otros sujetos de la enseñanza mantiene su ineludible presencia en el nivel universitario, por su capacidad formativa y como portadores y garantes –sobre todo en el caso del profesor- de la misión y función social de la educación superior. El “otro” (quien mediatiza las relaciones del sujeto de aprendizaje con el objeto a aprender) en la evaluación sirve de mediador de la relación del estudiante consigo mismo. • Lo que se debe aprender (objeto de aprendizaje) que se refleja en los objetivos y contenidos de enseñanza y se selecciona para su evaluación. • Las condiciones concretas en su sentido más amplio, que incluye desde los aspectos espacio temporales, los medios físicos, las vías de interacción, el clima sociopsicológico, hasta las características del vínculo de la situación concreta de aprendizaje y de evaluación del mismo, con los sistemas mayores donde se inserta. Las relaciones entre dichos componentes se pueden resaltar, de modo esquemático, como sigue: OBJETO DE APRENDIZAJE 25 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Con una mirada atenta a los elementos y sus relaciones, presentes en la evaluación del aprendizaje se pone en evidencia que los resultados evaluativos no dependen solo del sujeto del aprendizaje, es decir, del estudiante, dado que: - El aprendizaje emerge de la relación que se da entre los distintos componentes presentes en la situación de aprendizaje. Lo que queda en el alumno, lo que se ha transformado o está en transformación, está en función de las características del propio estudiante y de la actividad que realiza; pero además, de las del profesor y de la relación que se establece entre ambos; y de los atributos del objeto, y del modo que se le presenta y de la forma que lo recibe el estudiante; y de las condiciones en que se realiza el proceso de enseñanza aprendizaje. En fin de cada uno de los elementos y sobre todo de las relaciones que se establecen entre ellos. Un estudiante puede avanzar más de lo supuesto, quizás, porque la forma en que se ha desarrollado un curso dado, su organización, la posibilidad de acceder a la literatura correspondiente, el modo que se estructuró el objeto de conocimiento, la forma en que se desarrolló las clases, la posibilidad de interacción con otros estudiantes y con el profesor, los medios disponibles y muchos otros aspectos, permiten o facilitan dicho avance. O, por el contrario, hasta un límite y no más, precisamente porque los elementos mencionados hayan impuesto dichos límites. La evaluación no puede desconocer este hecho, por lo que se debe incorporar como base de las decisiones metodológicas para realizar la evaluación y para argumentar una calificación cuando proceda, y para establecer los efectos de los resultados evaluativos. - La evaluación está en función de las relaciones que se establecen entre dichos componentes, donde aparece con especial fuerza la relación de comunicación entre los implicados en la actividad evaluativa. Qué relación se establece entre evaluado y evaluador, cómo influyen sus percepciones mutuas, cuáles son sus intenciones, cómo conciben la evaluación unos y otros, qué importancia le conceden y para qué; qué se evalúa, por ejemplo, qué se selecciona del contenido de enseñanza para que sea objeto de evaluación; qué datos del aprendizaje del estudiante se buscan, se logran obtener y cómo se valoran y utilizan, entre otros aspectos. La visión de las múltiples relaciones que se dan entre los elementos que intervienen en la evaluación y la toma de conciencia sobre la variabilidad que introduce en la misma, el evaluado, el evaluador, lo que se aprende, la situación concreta y las condiciones de la evaluación, permite comprender por qué sus resultados no dependen solo de las características del “objeto” que se evalúa. Además, para entender por qué no hay una fórmula única para la evaluación desde una óptica metodológica. Tales aspectos se abordan más ampliamente en los acápites que siguen y deben contribuir a precisar y fundamentar la concepción de la evaluación del aprendizaje de carácter educativo, en la enseñanza universitaria. 26 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA II LAS FUNCIONES Y FINES DE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: ¿Por qué, para qué evaluar?. III EL OBJETO DE LA EVALUACION: ¿Qué evaluar? Miriam González Pérez Centro de Estudios para Perfeccionamiento de la Educación Superior. Universidad de la Habana Con este articulo continuamos la publicación de la monografía de la investigadora Miriam González Pérez que constituyó uno de los resultados de su proyecto de investigación, perteneciente al Programa Ramal de Investigaciones Pedagógicas en la Educación Superior del Ministerio de Educación Superior. Su publicación consta de varios artículos que saldrán ordenadamente en los próximos números de la Revista II LAS FUNCIONES Y FINES DE LA EVALUACION DEL APRENDIZAJE: ¿Por qué, para qué evaluar?. En el presente acápite se trata uno de los aspectos centrales para la comprensión, valoración y proyección de la evaluación, el referido a sus funciones: las que cumple, las que debiera cumplir en el contexto de una enseñanza desarrolladora orientada a los más caros objetivos de la formación integral de los estudiantes universitarios. El propósito es el de precisar y subrayar aquellas funciones legítimas y deseables de una evaluación formativa, a la vez, ofrecer una panorámica sobre la problemática y enfoques vigentes, como base informativa de referencia para su estudio y para la propia práctica evaluativa. Procede, inicialmente, delimitar entre el objetivo de la evaluación como actividad, sus fines y sus funciones. El objetivo de la evaluación del aprendizaje, como actividad genérica, es valorar el aprendizaje en cuanto a sus resultados y consecución. Las finalidades o fines marcan los propósitos que signan esa evaluación. Las funciones están referidas al papel que desempeña para la sociedad, para la institución, para el proceso de enseñanza aprendizaje, para los individuos implicados en el mismo. Mientras el objetivo o meta de la evaluación es una y la distingue de otras actividades humanas (como la investigativa, la laboral); las finalidades y funciones son diversas, no necesariamente coincidentes entre sí, son variables, no siempre propuestas conscientemente, ni reconocidas y asumidas. Pero tienen una existencia real. Están en estrecha relación con el papel de la educación en la sociedad, con el que se reconoce de modo explícito en los objetivos educativos y con los implícitos. Están vinculadas con la concepción de la enseñanza y con el aprendizaje que se quiere promover y el que se promueve. La distinción de las finalidades y funciones es una herramienta metodológica importante para la metaevaluación pues informa acerca del grado de correspondencia entre las funciones que cumple con los propósitos con los que se realiza. El análisis de las funciones es un punto de partida y un aspecto central en el estudio de la evaluación. En correspondencia con la intención del presente trabajo se trata, por lo pronto, de mostrar la multifuncionalidad de la evaluación y la importancia de revalidar aquellas funciones que sustentan el carácter formativo de la evaluación del 31 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 aprendizaje en la educación superior, para que devengan auténticos fines o propósitos a alcanzar. 2.1 Direcciones en la consideración de las funciones de la evaluación. Las variaciones en los significados de la evaluación, planteada en el acápite anterior, se vinculan con la consideración de las funciones. Las direcciones que sigue el estudio de la evaluación, en opinión de la autora, muestran históricamente una ampliación en el reconocimiento de sus diversas funciones, tales como: De una función de comprobación de resultados al reconocimiento, además, de funciones de dirección del proceso de enseñanza y aprendizaje. De funciones puramente académicas al reconocimiento explícito de las diversas funciones sociales de la evaluación. De funciones de acreditación y certificación a funciones educativas, formativas y reguladoras de la actividad de los sujetos que intervienen en la situación educativa. Es obvio que la evaluación cumple y ha cumplido diversas funciones con independencia de su identificación y reconocimiento. Las funciones sociales de selección de individuos, por ejemplo, aparecen de forma descarnada a la luz del análisis histórico anteriormente referido y que permite ubicar el origen del examen como instrumento usado a tal fin fuera del contexto educativo, y en el ámbito de la universidad medieval, como medio para seleccionar y admitir a aquellos que formarían parte de las corporaciones de profesores. Vale reiterar que la génesis de esta función no responde a necesidades pedagógicas. Durante la primera mitad del siglo XX y hasta la década de los 60, la función declarada y esperada de la evaluación fue la de comprobar los resultados del aprendizaje, en correspondencia con un fundamento conductista de la enseñanza y el aprendizaje y de las propias demandas sociales sobre la educación. Ya se tratase –los resultados- en términos del rendimiento académico o del cumplimiento de los objetivos propuestos. Autores de la talla de Tyler y Johnson (citados por Stufflebeam, 1987), plantearon que la finalidad de la evaluación es determinar si los objetivos han sido alcanzados. Aun en la actualidad se pueden encontrar concepciones similares (C. Alvarez, 1999). Las insuficiencias de esta posición se hizo sentir agudamente con el auge de la evaluación de programas y de instituciones educativas, en las décadas del 60 y el 70. Se abre un espacio para cuestionarse las metas: “Las metas propuestas pueden ser inmorales, poco realistas, no representativas de las necesidades de los consumidores o demasiado limitadas como para prever efectos secundarios posiblemente cruciales” (Stufflebeam, 1981). Se revela, asimismo, la importancia de evaluar el proceso, no solo sus resultados. En este último sentido la distinción de más impacto en la historia de la evaluación, se debe a Scriven cuando, en 1967, propuso diferenciar las funciones formativa y sumativa. La función formativa, la consideró, como una parte integrante del proceso de desarrollo (de un programa, de un objeto). Proporciona información continua para planificar y para producir algún objeto y se usa, en general, para ayudar al personal implicado, a perfeccionar cualquier cosa que esté realizando o desarrollando. La función sumativa “calcula” el valor del resultado y puede servir 32 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 para investigar todos los efectos de los mismos y examinarlos comparándolos con las necesidades que los sustentan. Estas funciones han sido ampliamente tratadas, por numerosos autores, en lo referido a la evaluación del aprendizaje, desde el momento en que fue propuesta hasta nuestros días. Desde la perspectiva sociológica, filosófica y de la Pedagogía Crítica tiene lugar, hoy día, los mayores y más ricos aportes, sobre las funciones sociales de la evaluación educativa y del aprendizaje. Argumentados análisis de las implicaciones ideológicas y axiológicas de la evaluación evidencian aquellas funciones que trascienden el marco escolar y pedagógico, subrayando, en última instancia, un hecho establecido: la inserción del sistema educativo en un sistema mayor, el de la sociedad en su conjunto, que en gran medida explica la multifuncionalidad de la evaluación. Uno de los valores a nuestro juicio, más destacables de estos aportes, es su capacidad para develar el “lado oculto” o, cuando menos, no fácilmente aceptado de la evaluación, aquello que no se hace explícito en los objetivos de la educación ni en la evaluación que se realiza; que no responde a una intención, pero que está latente o que sencillamente se asume como algo natural y con ello despojado de valoraciones. Muestra que no hay valoración neutral, tampoco educación neutral. Lo oculto o latente no necesariamente es negativo en el sentido de su relación con los valores de una sociedad, aunque las referencias más frecuentes hagan énfasis en aquello que no entra en los propósitos aceptados socialmente y en las funciones que no devienen de necesidades pedagógicas. Resulta interesante la observación de Cardinet en Evaluation scolaire et mesure,1988 (citado por Fdez Pérez, 1994), que bajo el rubro de “critica social de la evaluación” concluye: “los sociólogos han analizado los mecanismos de las barreras que obstruyen la movilidad social y su veredicto es claro: la escuela, en especial su sistema de exámenes y de calificaciones constituyen el principal instrumento de diferenciación y estratificación social”. En relación con los fines o propósitos de la evaluación se destaca su relación con las llamadas funciones “encubiertas” del sistema educativo y dentro del mismo (F. Angulo, 1993) referidas a la selección de individuos, control administrativo, gestión productivista del sistema educativo, que produce una conversión de la participación ciudadana en dicho sistema, en participación mercantil (como clientes). Dichas funciones, según el referido autor, se derivan de las demandas que el capitalismo avanzado hace al Estado y al sistema educativo como aparato del mismo. Los fines de la evaluación se subordinan, en gran medida, a dichas funciones, trayendo como consecuencia el predominio de aquellos fines que se le corresponden. En estudios que indagan sobre los propósitos de la evaluación aparecen respuestas de docentes y directivos que muestran una realidad sometida a exigencias externas, como “evaluamos porque se nos pide que evaluemos” (Beltrán y San Martín, 1993; Fernández Pérez, 1994) y no como una necesidad intrínseca del proceso de enseñanza y sentida como tal por los docentes. Además, repercute sobre el contenido de la evaluación, pues el supuesto de que todo lo significativo es susceptible de ser evaluado se invierte y termina siendo 33 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 “todo aquello que no pueda ser evaluado carece de importancia” (ibid), o el contenido más probable de ser evaluado es el que puede serlo más fácilmente (Gimeno, 1993; Díaz Barriga, 1993) Esto se da en todo el campo de la evaluación educativa. No se evalúan objetivos y procesos complejos y polémicos, o bien se simplifican arbitrariamente, lo cual repercute sobre el alumno dando preferencia a los contenidos y formas de aprender exigidas por la evaluación. Las implicaciones de las funciones de la evaluación en sus fines y contenido llevan a diferentes autores (Irvine, Miles, Evans, 1979; Secada, 1989; Berlak y otros, 1992; Byrk y Hermanson, 1993; Citados por F. Angulo) a proponer un replanteo político de algunos procedimientos de evaluación en el ámbito de sistemas educativos. En tal sentido F. Angulo propone lo que llama principios de actuación básicos y características que debe cumplir el proceso evaluativo (ver 1993, p. 13). El reconocimiento de la multiplicidad de funciones que cumple la evaluación del aprendizaje, como tendencia dominante en la conceptualización de la misma, permite listar funciones tan diversas como: Definición de significados pedagógicos y sociales Se refiere a los significados que se atribuyen a categorías lingüísticas como éxito y fracaso escolar, rendimiento educativo, buenos y malos estudiantes y profesores, calidad de la enseñanza, progreso escolar, excelencia escolar. Conceptos con los que se piensa, estudia, investiga, planifica y se hace política educativa, dando por supuesto muchos aspectos que pueden ser discutibles (Gimeno, 1993). Funciones sociales que tienen que ver con la certificación del saber, la acreditación, la selección, la jerarquización, la promoción. Los títulos que otorgan las instituciones educativas, a partir de resultados de la evaluación, se les atribuye socialmente la cualidad de simbolizar la posesión del saber y la competencia, en función de los valores dominantes en cada sociedad y momento. Una sociedad meritocrática competitiva reclama que sus individuos se ordenen por su aproximación a la “excelencia” A mayor cercanía, mayor mérito individual. A mayor cantidad o nivel de los títulos que logra una persona, más vale socialmente. Si se llevan a un extremo, estas funciones de la evaluación que la sociedad ha acuñado como legítimas, pueden tener interesantes implicaciones personales, institucionales, sociales. Un título puede ser una “patente de corso” para personas no necesariamente competentes, puesto que los títulos garantizan formalmente el saber pero, como dice Bourdieu (1988, pag. 22), no pueden asegurar que sea cierta tal garantía. En otros casos la persona es competente para las tareas que desempeña, pero no posee el título acreditativo, y cae bajo sospecha. También puede ocurrir con las instituciones. Desde el punto de vista de las políticas educativas que se expresan en los objetivos de los sistemas de educación, se evidencia una creciente aspiración no elitista, expresada en la búsqueda de mayor calidad de educación para mayor cantidad de personas. Esta política toma cuerpo, fundamentalmente, en la definición de niveles obligatorios de educación y por tanto la democratización del acceso a niveles básicos creando oportunidades para todos. Si en la enseñanza obligatoria, cuando menos, la evaluación se realiza con carácter selectivo y jerarquizador, constituye una práctica antisocial. 34 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Función de control. Por la significación social que se le confiere a los resultados de la evaluación y sus implicaciones en la vida de los educandos, la evaluación es un instrumento potente para ejercer el poder y la autoridad de unos sobre otros, del evaluador sobre los evaluados. Esta es una de las funciones relativamente oculta de la evaluación. Oculta en su relación con los fines o propósitos declarados, pero evidente a la observación y análisis de la realidad educativa. En el ámbito educativo tradicional el poder de control de los profesores (evaluadores) se potencia por las relaciones asimétricas en cuanto a la toma de decisiones, la definición de lo que es normal, adecuado, relevante, bueno, excelente; respecto al comportamiento de los estudiantes, a los resultados de su aprendizaje, a los contenidos a aprender, a las formas de comprobar y mostrar el aprendizaje, al tiempo y condiciones del aprendizaje. Las implicaciones han sido ampliamente analizadas y demostradas por numerosos autores (Villarroel, 1990; Elliot, 1992; Alvarez Méndez, 1993; Díaz Barriga, 1994; Vizcarro, 1997; Saín Leiva, 1998; Thomson y Falchinikov, 1998; Sambelliz Kay McDowell, 1998). Las tendencias educativas de avanzada abogan por una relación educativa democrática, que abra cauces a la participación comprometida de todos los implicados en el proceso evaluativo, en la toma de decisiones pertinentes. En la medida que estas ideas lleguen a ser efectivas y generalizadas en la práctica, deben contrarrestar los efectos negativos de esta función. Funciones pedagógicas. Bajo este rubro se sitúan diversas y constructivas funciones de la evaluación que, aunque tratadas con diferentes denominaciones por diversos autores, coinciden en lo fundamental respecto a sus significados. Entre ellas se nombran las funciones: orientadora, de diagnóstico, de pronóstico, creadora del ambiente escolar, de afianzamiento del aprendizaje, de recurso para la individualización, de retroalimentación, de motivación, de preparación de los estudiantes para la vida (M. González, 1997). Funciones en la organización y gestión de la educación, en tanto sobre la base de los resultados de la evaluación se establecen las regulaciones de promoción, deserción docente, repitencia, certificación y demás aspectos que facilitan la organización del trabajo de las instituciones educativas, y el paso de los estudiantes por diferentes niveles educativos. Las funciones nombradas no agotan todo su espectro. Ante tal amplitud algunos autores han optado, sabiamente, por usar clasificaciones más genéricas. Así, Rowntree (1986) las reduce a dos, según se use la evaluación para 1) enseñar al estudiante y/o 2) informar sobre el estudiante. Cardinet (1988) propone tres funciones: predictiva, formativa y certificativa. En el ámbito nacional, O. Castro (1996) propone la clasificación siguiente: función pedagógica, función innovadora y función de control. La función pedagógica es considerada la función rectora de la evaluación. Se caracteriza por producir tres efectos: el instructivo, el educativo y el de resonancia. Este último se refiere al reflejo objetivo o distorsionado de los efectos instructivos y educativos de la evaluación en los diferentes sujetos y contextos sociales. La función innovadora tiene que ver con el desarrollo del educando y la posibilidad de abrir un espacio para propiciar la duda constante, la necesidad de verificar las propias respuestas, estimular el pensamiento crítico en el alumno. La función de control es una de las 35 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 más conocidas en la literatura, y corresponde en términos generales a lo planteado anteriormente. En resumen, la visión panorámica presentada hasta aquí muestra la existencia de diversas clasificaciones y denominaciones de las funciones de la evaluación, pero los significados son cercanos, coincidentes en algunos casos. Un importante resultado de este análisis es la evidencia de que uno de los asuntos centrales, vitales, de la evaluación del aprendizaje, radica en sus funciones tanto explícitas como latentes u ocultas. Reconocer la multifuncionalidad de la evaluación, permite aproximarse a su esencia y contribuye a dirigir las acciones de mejora o perfeccionamiento de modo reflexivo, consciente. Tanto en la planificación como en la realización y valoración de la evaluación del aprendizaje se requiere precisar qué fines o propósitos se persiguen, cuántos y cuáles pueden y deben plantearse, cuál priorizar (dado que se pueden lograr varios fines simultáneamente) y cuándo. A la vez, es necesario indagar sobre qué funciones está cumpliendo realmente, tanto para los profesores como para los alumnos y, por supuesto, para la institución y la sociedad. Y, sobre todo, en qué medida los fines y funciones se corresponden. 2.2 Funciones relevantes para una evaluación educativa del aprendizaje en la enseñanza universitaria. Desde el punto de vista de la autora del presente trabajo vale detenerse en determinadas funciones de la evaluación, por su importancia para el desarrollo del proceso de enseñanza universitario y el logro de sus objetivos. En el gráfico que sigue se presentan, de modo esquemático, las que se quieren subrayar. FUNCIONES DESTACABLES de la evaluación Formativa Dirección del proceso. diagnóstico inicial retroalimentación comprobación Medio y vía de aprendizaje Predictiva Anticipatoria de realizaciones ulteriores Reguladora 36 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Función de dirección del proceso de enseñanza aprendizaje: Aquí se agrupan aquellas funciones que contribuyen a orientar y conducir el proceso de enseñanza aprendizaje como sistema. Son las relativas a la comprobación de resultados, retroalimentación y ajuste del proceso, establecimiento del estado inicial o punto de partida y del final. La comprobación de los resultados del aprendizaje y la calidad de los mismos permite conocer si se ha alcanzado o no el aprendizaje esperado y otros no previstos y qué características o atributos posee, de acuerdo con los criterios asumidos a tal fin. Es particularmente importante cuando se evalúa el dominio de los estudiante para tomar y ejecutar decisiones profesionales de alto riesgo, que pueden comprometer la integridad de las personas, del medio ambiente, de la sociedad. No obstante las reiteradas críticas sobre la valoración de los resultados es ésta una función legítima de la evaluación, aunque justamente reconocida como no suficiente cuando solo se limita al producto. Es difícil cuestionar la necesidad de conocer y apreciar los logros de la actividad realizada, cuando menos por un asunto de satisfacción o insatisfacción con lo que se hace, consustancial al ser humano y por la ineludible necesidad de “dar cuentas” ante la sociedad, ante los propios alumnos, de la respuesta al encargo social que tienen las instituciones universitarias. La evaluación de los resultados aporta, además, información para acciones de ajuste y mejoras del proceso a más largo plazo, al contrastar lo logrado con las necesidades que le dieron origen y las metas propuestas, por lo que mantiene vínculo con la retroalimentación y regulación de la actividad. Las funciones de retroalimentación, orientación y ajustes prevalecen en la evaluación que se realiza desde el inicio y durante el proceso de enseñanza aprendizaje, sustentada en la información y valoración del nivel de partida de los estudiantes y del aprendizaje en desarrollo, lo que permite su orientación y regulación acorde con las características de los estudiantes, las regularidades y requisitos que debe cumplir dicho proceso, las condiciones en que se realiza. En este sentido la evaluación es un elemento imprescindible para orientar y realizar el proceso de enseñanza aprendizaje. Función predictiva, o sea anticipatoria de realizaciones posteriores de los estudiantes, ya se trate dentro de la actividad de estudio o de la futura actividad profesional del mismo. Se supone que la evaluación del proceso y de los resultados tenga una proyección futura y no solo retroactiva. Esto es, sirve de base para hacer predicciones sobre el ulterior desempeño académico y profesional del estudiante. Dichas predicciones soportan muchas decisiones sobre el futuro mediato o inmediato del estudiante. Esta es una de las funciones más interesantes pues resulta muy controvertida. Por una parte porque se asume de modo natural, casi inconscientemente, en la práctica cotidiana como una verdad incuestionable; lo que se pone de manifiesto en la “facilidad” con que se suelen adoptar las decisiones que interesan a los estudiantes o las clasificaciones perdurables que se hacen de los mismos (buenos, malos), a partir de los resultados de la evaluación de su aprendizaje. Este hecho contrasta con las opiniones que se obtienen, tanto de estudiantes como de profesores, cuando se les invita a reflexionar sobre el valor predictivo de la evaluación, en las que se evidencian incertidumbres, dudas y hasta negación de esta función. Por otra parte 37 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 porque existen demasiados resultados investigativos que permiten cuestionar la confiabilidad o fiabilidad de la evaluación que se realiza tradicionalmente. Sin duda, la función predictiva es consustancial a la evaluación y se justifica en las demandas que la sociedad hace a las instituciones de educación en cuanto a la formación de los estudiantes para una actividad profesional, para la vida. La evaluación debe aportar información que, en determinada medida y límite, anticipe el desempeño futuro del estudiante como profesional y ciudadano. Dicha función se justifica además, por las propias regularidades del proceso de formación orientado al desarrollo de las potencialidades del estudiante. La evaluación se debe orientar, no al ayer, sino al mañana. La constatación y valoración de un estado como un momento en el que se hace un “balance” de lo alcanzado, de los resultados de procesos anteriores -se trate al inicio, intermedios o final de un ciclo de enseñanza- no tiene sentido pedagógico si no se orienta al futuro del propio estudiante. Desde esta perspectiva, los diagnósticos de lo que sabe o puede hacer el estudiante resultan importantes como base o punto de partida para el desarrollo ulterior y para establecer las direcciones de ese desarrollo, las mismas que pueden reorientar y compensar procesos insuficientes o deficientes y requieren tomar en cuenta aquellos procesos que se encuentran en estado de formación. La evaluación debe indicar aquello que el estudiante no tiene pero puede tener por la acción transformadora de la enseñanza, en especial, aquellas adquisiciones que aun no puede hacer de modo autónomo con los medios psicológicos que posee, pero sí con determinada ayuda y, por tanto, informar sobre las direcciones potenciales del desarrollo del estudiante. Lo anteriormente dicho, en mi opinión, constituye una nueva faceta de la función predictiva de la evaluación que surge al concebir la enseñanza desde postulados del Enfoque Histórico Cultural. Función reguladora de la actividad de los estudiantes y de los profesores y de todos aquellos implicados o vinculados a la situación educativa y sus resultados. Se refiere al papel que desempeñan las concepciones y nociones que tengan los sujetos respecto a la evaluación del aprendizaje, en la regulación de su actividad. Es decir, la forma en que conciban y sientan la evaluación constituirá un elemento regulador de su comportamiento y de su orientación hacia el aprendizaje. Esta función no aparece como tal en la literatura, sin embargo, a criterio de la autora, constituye una de las más importantes funciones de la evaluación y procede ofrecer algunos datos que avalen dicho criterio. En los últimos diez años las investigaciones sobre evaluación del aprendizaje han incrementado su interés en la repercusión de la evaluación sobre el aprendizaje de los estudiantes. En encuestas realizadas en diferentes países, como Estados Unidos (Banta et al., 1996), Inglaterra (Hounsell et al., 1996), Australia (Nightingale et al., 1996) según Falchikov (1998), la evaluación y sus efectos se constituye en foco de atención. Aumentan también los debates y el reconocimiento del impacto de la evaluación del aprendizaje en las actitudes que toman los estudiantes universitarios en relación con su trabajo, sus estrategias de aprendizaje, su compromiso para aprender, su confianza y autoestima, todo lo cual repercute en la calidad del aprendizaje. 38 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 En sociedades competitivas la lucha contra la mediocridad puede resultar decisiva porque tiene implicaciones para acceder al mercado de trabajo en condiciones que coadyuven a la obtención de puestos laborales más reclamados. No obstante, para una evaluación formativa, las regulaciones por factores extrínsecos, si bien eficaces, no constituyen el ideal legítimo de formación. La lucha contra la mediocridad es válida pero sustentada en la significación personal y social del conocimiento y demás características requeridas para un desempeño exitoso de la profesión y de esta misma. Los motivos “extrínsecos” deben devenir en auténticas motivaciones intrínsecas a la actividad que desarrolla el estudiante y futuro profesional. En el proceso de enseñanza se encuentran múltiples oportunidades que identificadas y orientadas conscientemente, contribuyen a la mencionada finalidad. La evaluación, en particular, es un poderoso instrumento para clarificar las metas, conferir sentidos y movilizar a los estudiantes en pos de dichas metas. Una manifestación del impacto de la evaluación sobre las actitudes que adoptan los estudiantes ante el estudio, es la existencia de umbrales bajos de satisfacción con los resultados esperados y obtenidos. Son casos en los que se estudia (una asignatura, una carrera) para aprobar, para “pasar”, para cumplir ciertos requisitos de promoción o titulación. Estos hechos aparecen vinculados con la no comprensión del papel de la asignatura en el plan de estudio (como suele suceder con ciertas materias básicas y generales); con la significación de los resultados evaluativos tanto a nivel personal como social, entre otros factores. Lo más importante, quizás, es la posibilidad de transformar o ayudar a variar estos hechos mediante cambios en la orientación, organización y ejecución del proceso de enseñanza aprendizaje, sin ignorar la presencia de factores de índole social que trasciende a la propia institución universitaria. Las investigaciones realizadas por Karen Thomson y Nancy Falchinikov (1998), en la Universidad de Napier, Edimburgo, muestran que las percepciones que tienen los estudiantes sobre la evaluación (lo que sienten como demanda de la misma, lo que se evalúa, lo que piensan se espera de ellos), así como la frecuencia y forma en que se realiza la evaluación, se asocia a formas de enfrentar el aprendizaje, las metas que se proponen los estudiantes, los niveles de salud y bienestar psicológico, entre otros aspectos. Algunos datos de estas investigaciones resultan particularmente interesantes. Las investigadoras diferencian tres tipos de lo que denominan “aproximación al aprendizaje” por parte de los estudiantes: una aproximación o enfoque superficial, un enfoque estratégico y un enfoque profundo. Los dos últimos son considerados aceptables y deseables, mientras que el primero es evidencia de una deficiente orientación y ejecución del aprendizaje. En los resultados muestran una asociación de la forma en que se realiza la evaluación y el modo en que los estudiantes la perciben con los tipos de aproximaciones al aprendizaje que adoptan. En general los datos que obtienen sugieren que los estudiantes hacen amplio uso de una aproximación superficial. Estudian para pasar el examen, son finalistas, sienten que se demanda en la evaluación una gran dosis de memorización más que de reflexión, consideran que es importante ofrecer un criterio coherente con el del profesor aunque no necesariamente lo compartan. Resulta interesante que muchos estudiantes argumentan que esta no es la manera que desearían estudiar. 39 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Uno de los datos más significativos de esta investigación es el hecho de que las aproximaciones estratégicas y profundas decrecen en el transcurso de los estudios universitarios (con ligeras diferencias entre estudiantes de diversas áreas o carreras). Todos los estudiantes investigados muestran patrones similares de aproximación al aprendizaje después de cinco meses de su entrada a la universidad, lo que no sucedía a su ingreso. Y, aun más, los enfoques estratégicos y profundos decrecen de primero a segundo y de segundo a tercero, según se constata en el estudio longitudinal, fundamentalmente en el caso de los estudiantes de ingeniería. Las autoras concluyen sobre la posibilidad de que la enseñanza y los métodos de evaluación encontrados por los estudiantes estén creando pasividad que no anima a adoptar otras formas más activas y racionales de enfocar su aprendizaje. Otro dato de interés es la asociación que encuentran entre niveles altos de estrés y aproximaciones superficiales del aprendizaje, y resulta a la inversa para enfoques estratégicos. En general diversos estudios (Fisher, 1994) muestran altos niveles de ansiedad en los estudiantes de los primeros años universitarios y sugieren que las presiones de la evaluación académicas, sentidas como requerimientos externos al aprendizaje, tienen un peso significativo en los niveles de estrés. En cuanto a los profesores, es sabido que sus concepciones sobre la evaluación, las significaciones que le confieran a la misma, repercuten en los modos de realizarla, en el tratamiento que den a los resultados, regulando su propia actividad como profesor. Este efecto sobre el profesor repercute en los estudiantes en variadas formas, tanto aceptables y deseables, como de modo negativo, como cuando desarrollan estrategias de “supervivencia” para “pasar”, no para aprender. Función formativa, en el sentido de servir de vía de enseñanza y aprendizaje, es decir la evaluación vista como un medio o recurso para la formación de los estudiantes. En tal sentido se pueden considerar, como mínimo, dos dimensiones. Con un significado más estrecho, designa aquello que directamente contribuye a formar en los estudiantes: las estrategias de control y autorregulación como sujeto de la actividad, y su autovaloración personal cuya génesis tiene un espacio en las valoraciones recíprocas que se dan en las interacciones con los demás copartícipes del proceso de enseñanza aprendizaje y consigo mismo. En una acepción amplia se refiere al efecto formativo en general sobre el estudiante y su aprendizaje. Durante la evaluación el estudiante aprende, en toda la extensión de la significación del término, desarrolla sus cualidades, capacidades, intereses. Uno de los efectos más relevantes de la evaluación sobre el aprendizaje, se refiere a su contribución en la formación de cualidades en los estudiantes como la autonomía, la reflexión, la responsabilidad ante sus decisiones, la crítica, que forman parte de los objetivos de la enseñanza universitaria. Para el logro de los mismos la evaluación debe devenir en momento de aprendizaje, fundamentalmente cuando se comparte, entre profesores y estudiante, las metas, los procedimientos y los criterios de evaluación. 40 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Las relaciones de la evaluación con el aprendizaje no son mecánicas, simples, automáticas. La mejora en el aprendizaje, especialmente en las cualidades mencionadas y la capacidad de autoevaluación, se da a condición de una participación real y efectiva de los estudiantes en el proceso de evaluación, lo que requiere clarificar, compartir o negociar las metas con el profesor, intercambiar y comprender las intenciones y los criterios de la evaluación propuestos por los profesores y discutidos con el grupo y con cada estudiante o generados por los mismos. Las referidas investigaciones dan cuenta de las diferencias que se encuentran, en una misma situación de evaluación, entre las interpretaciones de profesores y estudiantes respecto al sentido de la evaluación, a los procedimientos, al contenido de los criterios y estándares empleados. Dichas experiencias evidencian que, aun en el contexto de una evaluación innovadora o alternativa, que incluye novedosos procedimientos de evaluación y prácticas de autoevaluación, evaluación por pares y coevaluación, existen formas divergentes de percibir la evaluación entre los estudiantes y entre estos y los profesores, y entre los profesores mismos. Asimismo, la supervivencia de concepciones tradicionales respecto al significado y sentido de la evaluación en los estudiantes o en los profesores o en ambos, hace que aun ante situaciones de innovación, no se manifiestan transformaciones significativas en la formación de los alumnos. Estos hechos permiten hablar de un curriculum explícito relativo a la evaluación, que son las metas u objetivos y los significados declarados por profesores y directivos institucionales para la misma, y que son comprendidas (no necesariamente asumidas) por los estudiantes; y un curriculum oculto, que son los significados que cada uno atribuye a la práctica de la evaluación y que actúan como “teoría en acción” (Sambell, 1998), que orienta el comportamiento de los sujetos y confiere sentidos. Ello refuerza la necesidad de que la concertación de fines se lleve a efectos despojado de todo formalismo, y da fundamento a la exploración de diversas vías para lograr que los estudiantes asuman las metas deseadas. Asimismo, estos datos muestran la estrecha vinculación entre las funciones de la evaluación, particularmente de las funciones regulativas y formativas. En síntesis, la función formativa, en su sentido amplio, incluye todas las restantes y debiera constituir la esencia de la evaluación en el contexto del proceso de enseñanza aprendizaje, por lo que ella representa para la formación de los estudiantes, acorde con las finalidades educativas y con las regularidades de dicho proceso. La función formativa, en toda su extensión, como atributo y razón de ser del sistema de evaluación del aprendizaje y que subsume las restantes funciones, implica que ella sirva para corregir, regular, mejorar y producir aprendizajes. En resumen, la evaluación debe estar al servicio del proceso de enseñanza y no a la inversa. 41 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 III EL OBJETO DE LA EVALUACION: ¿Qué evaluar? En este epígrafe se aborda la determinación del objeto de evaluación y la precisión de los atributos que devienen indicadores del mismo, como un aspecto central de la conformación de la concepción sobre la evaluación del aprendizaje. Se hace referencia a su importancia, a las direcciones que ha seguido su consideración y a los puntos de vistas que asume la autora sobre el aprendizaje, objeto de evaluación. El propósito es problematizar, provocar la reflexión y el cuestionamiento de nociones cotidianas y ofrecer ideas y argumentos que contribuyan a perfeccionar la evaluación a partir del concepto mismo de aprendizaje. La evaluación siempre está referida a algo, aquello que constituye su objeto. El desarrollo de la educación y de la evaluación educativa ha abierto el espectro de los objetos de evaluación: los sistemas de enseñanza, las políticas, las instituciones educativas, sus procesos, los agentes de los mismos, los propósitos, contenidos, medios, condiciones, resultados, efectos, vínculo con otros sistemas, la propia evaluación. En materia de evaluación educativa todos los aspectos relativos a la educación son potencialmente evaluables; otra cosa es que merezcan serlo. En cualquier caso la delimitación del objeto que se evalúa es un asunto central. De ella se deriva, en gran medida, las decisiones sobre cómo se realiza la evaluación: los instrumentos, procedimientos, momentos, indicadores, criterios, que se utilicen en el proceso evaluativo. Asimismo, es condición necesaria para la validez, principio básico que establece la correspondencia entre lo que se evalúa y lo que se pretende evaluar. Una situación ilustrativa de lo dicho, la aporta el examen. Por lo general se aplica para constatar o comprobar el conocimiento alcanzado por los estudiantes sobre determinado contenido de enseñanza (de una asignatura, de un tema de la misma). Se asume que los resultados de los estudiantes en la ejecución del mismo sean evidencia de sus conocimientos. Pero pudiera estar midiendo otra cosa, como la capacidad de los alumnos para reaccionar y emitir respuestas en situación de estrés; o el volumen de información que cada uno es capaz de actualizar en un tiempo dado y fuera de un contexto natural, o sea, mediante tareas artificiales no coincidentes con las situaciones y condiciones donde se aplican esos conocimientos. El hecho de que sea el aprendizaje el objeto de evaluación confiere gran complejidad a la actividad. La dificultad estriba en definir qué se entiende por aprendizaje, y en reconocer la existencia de diversas concepciones sobre el mismo en la literatura científica, que se multiplican por las variadas maneras en que se lo representan los profesores y los estudiantes, cuyas nociones, explícitas o implícitas, regulan los modos de proceder al realizar la evaluación. Añade dificultad al asunto la “operacionalización” del concepto que se asuma, a los efectos de establecer los indicadores y criterios pertinentes para su evaluación. La respuesta a qué se evalúa depende de los fines de la evaluación; de la concepción de enseñanza y de aprendizaje; de los objetivos y contenidos de enseñanza; de las condiciones en que se realiza el proceso, que incluye la factibilidad y la facilidad para la selección de los instrumentos y procedimientos de captación y valoración de la información sobre el aprendizaje de los estudiantes. Estas últimas razones han dado lugar a la referida crítica de que se evalúa aquello que es más fácil de evaluar y, quizás, ellas expliquen el apego a formas de evaluación que solo demandan niveles reproductivos del conocimiento aun cuando los objetivos de enseñanza planten mayores exigencias cognitivas (ver investigaciones de Pérez Cabaní y otros, 1998). 42 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Al igual que los fines, la definición del objeto, tiene connotaciones ideológicas y axiológicas. La decisión de qué se evalúa, supone la consideración de aquello que resulta relevante, significativo, valioso del contenido de enseñanza y del proceso de aprendizaje de los estudiantes; es decir, qué contenido deben haber aprendido, cuáles son los indicios que mejor informan sobre el aprendizaje. Al comenzar un proceso de evaluación ya existen pre-juicios sobre lo que resulta relevante o no. El contenido de esos juicios puede diferir de un profesor a otro, tal como reconocen los propios profesores (M. González, 1999), lo que explica en parte, el bajo nivel de confiabilidad o fiabilidad que se constata, por ejemplo, en los exámenes, cuando el trabajo de explicitación y argumentación de esos juicios ha sido insuficiente por parte del profesor y en el colectivo de profesores. Varía, también, desde el punto de vista histórico y de los enfoques pedagógicos. 3.1 Tendencias en la consideración del objeto de evaluación del aprendizaje. A criterio de la autora, las tendencias históricas marcan las direcciones siguientes: Del rendimiento académico de los estudiantes, a la evaluación de la consecución de los objetivos programados. De la evaluación de productos (resultados), a la evaluación de procesos y productos. De la búsqueda de atributos o rasgos estandarizables, a lo singular o idiosincrásico. De la fragmentación, a la evaluación holística, globalizadora, del ser (el estudiante) en su unidad o integridad y en su contexto. Estas tendencias no se dan de modo paralelo, tienen múltiples puntos de contacto y fusiones entre sí. Algunas van perdiendo fuerza dentro de las ideas pedagógicas, aun cuando dominan la práctica; otras se vislumbran como emergentes. Conviene comentar brevemente cada una de ellas. La primera línea enunciada se mantiene, en lo fundamental, ceñida a los productos o resultados. En los primeros decenios del presente siglo la atención al rendimiento académico de los estudiantes fue el aspecto central en la evaluación del aprendizaje, expresión de una didáctica que privilegia el contenido de enseñanza sobre las demás categorías didácticas. Manifestación, además, de un pensamiento positivista y pragmático, tal vez no en formulación pero sí en ideas, en tanto parece asumir que el aprendizaje es aquello que miden los exámenes. La evaluación que centró su atención en el rendimiento o aprovechamiento se asoció a un sistema de referencia estadístico, basado en la curva normal, que permitía establecer la posición relativa de un alumno respecto a su grupo o cualquier población pertinente al efecto, reflejo de una concepción espontaneísta del aprendizaje y de la enseñanza. Por otra parte se da, lo que pudiese denominarse como falacia de los procedimientos y medios de evaluación, que en su esencia significa subordinar a estos la concepción, realización y valoración de la evaluación. Una de sus manifestaciones está dada por la suposición de una cierta validez universal de determinadas técnicas e instrumentos que son aplicadas a cualquier objeto o situación a evaluar. Ello trae como consecuencia una simplificación del objeto, su uniformidad u homologación en virtud de lograr los indicadores seleccionados, su conformación a dimensiones que no se desprenden directamente de su naturaleza, sino de estándares implícitos en los instrumentos; en 43 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 definitiva, la aplicación de técnicas estandarizadas que supone realidades homogéneas o para mostrar su desviación de la norma (San Martín y Beltrán, 1993, Gimeno, 1993). Esta problemática mantiene vigencia, sobre todo cuando se trata de mediciones de rendimiento académico de los estudiantes a los efectos del acceso a la educación superior, o de evaluar la enseñanza desarrollada en diferentes centros, o de cualquier otra situación que implique valoraciones comparativas respecto a una población (de alumnos, instituciones, etc.) que se use como referencia. La evaluación de y por objetivos, surge y se constituye en el paradigma, aun dominante, de la evaluación del aprendizaje. Se trata igualmente de apoyarse prioritariamente en los productos del aprendizaje para valorarlo, pero marca diferencias importantes respecto al simple rendimiento o aprovechamiento docente anteriormente referido. Subraya, como en acápites anteriores se dijo, el carácter no espontaneísta, sino propositivo, orientado, dirigido, del aprendizaje que se da en el contexto de la enseñanza, que se expresa en sus objetivos; los mismos que guían la acción educativa y sirven de criterios para su evaluación. Las necesarias distinciones en cuanto al aprendizaje esperado, se expresan en numerosas y variadas taxonomías de objetivos, propuestas por diversos autores, muchas de ellas ampliamente divulgadas. En general hacen referencia a diferentes niveles de demandas cognitivas sobre el contenido de enseñanza (como las de Bespalko, 1987; R. Gagné, 1987); y/o establecen diversos ámbitos en cuanto a formaciones psicológicas (cognitivo, afectivo, psicomotor) como las conocidas propuestas de Mager y Bloom (1971); Así, por ejemplo, Mayer (1987) distingue tres clases de conocimientos el semántico, el de procedimientos y el de estrategias. El conocimiento semántico es el conocimiento de hechos y conceptos, también denominado por otros autores conocimiento declarativo o proposicional; el conocimiento de procedimientos es el referido a habilidades y reglas de actuación; el de estrategia es el conocimiento del conocimiento, también denominado metacognición. También se refieren a la dimensión de generalidad/especificidad de los objetivos que tiene que ver con la organización del contenido y los objetivos en distintos niveles del proceso: plan de estudio, disciplinas, asignaturas, temas, clases (Alvarez, 1999). Un abordaje más detallado de algunas de estas taxonomías se presenta más adelante, al tratar los procedimientos y técnicas de evaluación. Las taxonomías resultan útiles, en tanto aportan distinciones que ayudan a precisiones necesarias para aumentar la validez de la evaluación, o al menos, la coherencia en las decisiones; y amplían el espectro de los atributos del objeto evaluado, en cuanto a niveles de calidad y complejidad y en cuanto a ámbitos o esfera del individuo. Pero, representan importantes riesgos ante el peligro de la simplificación que portan las clasificaciones, que se potencia por la insuficiente fundamentación del aprendizaje. Una gran parte de las taxonomías se erigen sobre la base de una concepción conductista del aprendizaje que subraya la evaluación de productos; y ofrece una visión fragmentada del estudiante, pues destruye, a priori, su unidad. La evaluación orientada a constatar el logro de los objetivos es insuficiente, porque desatiende el proceso de aprendizaje, en cuanto a su decursar y en lo referido a los procesos mentales implicados en los resultados que alcanzan los estudiantes. Sus limitaciones aparecen, además, a la luz del análisis de la formulación y del contenido de los propios objetivos: determinaciones imprecisas, ambiguas; objetivos cuestionables como metas. Se añade, el demostrado hecho de la existencia de aprendizajes no previstos, que son 44 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 ignorados si solo se evalúan los objetivos. Esto no implica que los objetivos pierdan su importancia como guías y sistema de referencia, máxime si se tiene en cuenta que expresan el encargo social respecto a la formación de los estudiantes universitarios, acorde con los intereses, ideales, aspiraciones de una sociedad determinada. Los objetivos son necesarios pero no suficientes para la evaluación. La segunda línea enunciada de la evaluación del proceso y el producto del aprendizaje ocupa la atención de distintos autores desde hace varias décadas, como respuesta a la limitada visión de evaluar solo resultados. Los términos de evaluación "formativa" y "sumativa", han servido para distinguir entre la evaluación del "proceso" y la de los "resultados" correspondientemente, y para resaltar la importancia de la primera, por la gama de funciones que puede desempeñar durante el proceso de enseñanza aprendizaje. Al igual que las funciones, se expande, en cantidad y variedad, los aspectos objetos de evaluación. La determinación de qué evaluar durante el proceso, está en estrecha relación con el conocimiento de los mecanismos del aprendizaje, es decir de cómo este se produce, cuáles son sus regularidades, sus atributos, y sus condiciones en el contexto de la enseñanza. Los estudios científicos de carácter pedagógico y psicológico, presentan importantes avances, aunque no suficientes para dar respuesta o coadyuvar a la solución de muchos de los problemas centrales vigentes como, por ejemplo, el hecho de que la evaluación durante el proceso se realice como una serie de evaluaciones "sumativas" que la aleja de las funciones previstas para ella. Al respecto considero que mantiene vigencia lo planteado por Witzlack (1989, p. 214) cuando dice que aún estamos lejos de “pasar del registro del progreso en el desarrollo (progreso en el aprendizaje) al diagnóstico del proceso de desarrollo (proceso de aprendizaje)”. No obstante, existe un caudal significativo de información que apunta a una identificación progresiva de aquellos aspectos que deben ser objeto de la evaluación a los efectos de ir valorando y regulando el proceso de enseñanza aprendizaje desde su comienzo y durante su transcurso, a través de diversos momentos o etapas, como se verá más adelante. En las últimas décadas se ha consolidado la evaluación del nivel de partida de los estudiantes, al iniciar un proceso de enseñanza (en cualquier nivel de generalidad, referido al inicio de los estudios universitario, una disciplina, asignatura, un tema o cualquier elemento del contenido de enseñanza). Se corresponde con una de las funciones reconocidas de la evaluación de aprendizaje, que permite ajustar la acción educativa a las demandas y posibilidades de los alumnos. Se puede hablar en este caso de función predictiva. Los aportes de la psicología cognitiva fundamentan la relevancia del conocimiento previo de los alumnos para su aprendizaje ulterior. En realidad, la idea de una experiencia previa siempre ha sido un elemento consustancial del concepto de aprendizaje, y un aspecto contemplado por la pedagogía. No obstante, la información generada por los estudios realizados desde dicha perspectiva psicológica, constituye una verdadera avalancha que marca una de las líneas de desarrollo de la evaluación de aprendizaje en la enseñanza y que hace avanzar el pensamiento pedagógico más allá del viejo principio didáctico de la accesibilidad de los conocimientos y de los conocidos procedimientos para la articulación entre diferentes niveles de enseñanza y para asegurar el nivel de partida. 45 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Cercanas a estas ideas se encuentran algunos de los más recientes desarrollos en el campo de la evaluación como la evaluación de la organización del conocimiento, la resolución de problemas, la evaluación de ejecuciones (los portafolios) y la evaluación dinámica; orientadas a evaluar la base de conocimientos del sujeto de aprendizaje, su organización y aplicación; a las cuales se hará referencia más adelante. La tercera dirección mencionada que va de una estandarización a lo singular e irrepetible está asociada a la evaluación del proceso de aprendizaje, pues ésta trae consigo el viejo problema de la individualización de la enseñanza, en el sentido de reconocer y atender las diferencias individuales entre los alumnos. Es bien conocido que los estudiantes pueden llegar a similares resultados, siguiendo vías diversas, con modos diferentes de proceder, pertinentes e impertinentes en relación con los procedimientos científicos correspondientes y con las operaciones intelectuales implicadas. Por otra parte, los estilos de aprendizaje, los ritmos, las diferentes visiones, intereses, propósitos, conocimientos previos, proyectos de vida; que suelen quedar implícitos en los resultados "finales" del aprendizaje, aparecen en un primer plano durante el proceso y pueden condicionar los resultados. La evaluación debería penetrar hasta las diferencias individuales de los sujetos de la actividad y proporcionar a los profesores y a los propios estudiantes la información que permita, respetando esas diferencias, orientar el proceso hacia el logro de los objetivos comunes, socialmente determinados. Con frecuencia la atención a las diferencias individuales se restringe a dar más atención a estudiantes de bajo rendimiento y a reconocer a los de mayor (estudiantes “talentos”), lo que provoca un desbalance en la influencia educativa que se ejerce sobre cada estudiante. Además, esta atención basada en divisiones gruesas (bajo, promedio, alto) encubre diferencias individuales importantes, cuyo conocimiento es necesario para promover el desarrollo de cada estudiante, y encierra el riesgo de la estereotipia. Las direcciones y potencialidades del desarrollo de los estudiantes difiere entre los individuos que se ubican en un grupo que se trata como homogéneo Son necesarias, por tanto, precauciones y previsiones en la información que se valora a los efectos de determinar la influencia educativa pertinente. A su vez el aprendizaje es específico, único, en el sentido del "aquí y ahora". Cada aprendizaje se da en una situación determinada con unos estudiantes y profesores que guardan cierta relación peculiar entre sí y con el objeto de conocimiento, en un espacio y tiempo dados. Los modelos ecológicos de la investigación y la evaluación educativa ofrecen un rico caudal de información que subraya la singularidad del hecho educativo y la perspectiva del aprendizaje contextualizado. Ambos aspectos: la atención a las diferencias individuales y al aprendizaje en tiempo y espacio específico, coadyuvan a devaluar la estandarización de los atributos del aprendizaje y a promover la consideración de lo idiosincrásico, con una importante connotación metodológica en cuanto a los instrumentos y procedimientos de evaluación. En línea con estas ideas está la defensa del uso de un sistema de referencia para la evaluación, no ya basado en la norma estadística, ni en los criterios de los objetivos, sino, en el propio individuo. El "patrón" de evaluación es el propio estudiante: cuánto avanza, en qué avanza, cómo avanza, en su desarrollo personal. Por supuesto la valoración de la respuesta a cada una de estas cuestiones se soporta en concepciones sobre el aprendizaje y en ideales de formación que se expresan en las metas a lograr, de los que se derivan criterios que se aplican al individuo. 46 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 En resumen, en la evaluación del aprendizaje del estudiante está presente la peculiar relación entre lo que se espera socialmente (concretado en los objetivos de enseñanza y en el contenido seleccionado para que sea aprendido), que es común para el grupo o la población de estudiantes correspondiente, y lo individual, referido a las particularidades propias de estudiante en singular. Los estudiantes difieren dentro de los límites que establecen los requisitos comunes de ingreso a la educación superior, a una carrera, a un curso o cualquier etapa de la enseñanza. La evaluación se mueve entre la homogeneidad de las metas sociales y la heterogeneidad de los individuos y de las direcciones y vías de su desarrollo. Dentro de la heterogeneidad de los estudiantes entra la de sus propias metas, proyectos, aspiraciones vinculadas a su aprendizaje, concepciones, conocimientos. El aprendizaje que se produzca debe llevar a cada estudiante, en cuanto a las adquisiciones y nivel, al que aspira la institución y la sociedad, considerando las diferencias individuales. La cuarta línea planteada rechaza una visión fragmentada del aprendizaje y se orienta a un enfoque globalizado y contextual. Precisamente, el valor del contexto tiene una de sus expresiones en el enfoque holístico que procura el conocimiento del estudiante como ser que está aprendiendo, en su integridad personal y ubicación espacio temporal. Aquí proceso y contexto de aprendizaje son los objetos centrales de evaluación, para su mejora. Esta no se puede lograr sin el conocimiento específico de lo que acontece. De tal suerte, la evaluación holística o globalizadora reclama la visión del estudiante en su integridad y en su contexto. Tendencia actual que surge como alternativa a la fragmentación del aprendizaje (y de su sujeto) en ámbitos o esferas cognitivas, afectivas, psicomotoras, presente en las taxonomías que clasifican objetivos y aprendizajes. Y de aquellas posiciones que limitan el aprendizaje a aspectos "puramente" cognitivos, cuyos productos son los conocimientos y las habilidades, despojadas de todo sentido personal. Con independencia de sus dificultades metodológicas, aun no resueltas, estas tendencias holísticas y globalizadoras marcan el paso de las ideas más actuales. Cuando menos enriquecen la maltrecha evaluación del aprendizaje en lo referido a qué evaluar, tan plagada históricamente de reducciones, parcialización y esquematismos. Además, se aproximan en mayor medida a la realidad del acto evaluativo y de los fenómenos implicados en él, como los que devienen de la naturaleza de la percepción humana y de la formación de juicios valorativos, cuyo reconocimiento es imprescindible para lograr una mayor objetividad en la práctica de la evaluación. Un enfoque holístico que considera al estudiante en su integridad tiene sentido, en mi opinión, cuando la evaluación se visualiza de manera natural en el proceso didáctico, aportando y valorando información a partir de las prácticas cotidianas de trabajo, de la realización de las tareas docentes, de la comunicación entre los participantes; a los fines de orientar, regular, promover el aprendizaje. Esto es, predominio de funciones y finalidades educativas y no de control, calificación y clasificación. Predominio, a su vez, de medios informales de captación de información sobre las vías formales especialmente concebidas para comprobar resultados parciales y finales y las diversas dimensiones o facetas del alumno a través de instrumentos diseñados a tal fin, en tanto que la suma de los mismos no representa al todo en su unidad. La precisión del objeto de evaluación está, por tanto, en estrecha dependencia de las funciones de la evaluación y de las estrategias o modos en que ésta se realice. Esta sintética panorámica de la evolución y direcciones en la consideración del objeto de evaluación evidencia, al igual que en las funciones, la tendencia a la ampliación y 47 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 enriquecimiento de la evaluación del aprendizaje. Al mismo tiempo muestra su complejidad y abre numerosas interrogantes teóricas y metodológicas cuya solución debe transitar por la vía de una profundización en la propia concepción del aprendizaje que se debe evaluar. 3.2 El aprendizaje, objeto de evaluación. La búsqueda de soluciones a numerosos problemas de la evaluación requiere un abordaje del aprendizaje que revele su naturaleza y función en la formación del educando, esto es, que supere los enfoques tradicionales que se han asentado, en gran medida en una concepción conductista y asociacionista de los mecanismos del aprendizaje y en la subordinación a la lógica de la disciplina que conforma el contenido a aprender. El aprendizaje es un mecanismo fundamental de formación de la personalidad, en tanto permite la apropiación del acervo histórico social, cultural, por parte del individuo, que lo ubican en su tiempo y espacio como ser social, que lo hacen devenir como ente portador y transformador de la cultura y de sí mismo. Al hablar de "un mecanismo" se admite la posible existencia de otros procesos de transformación y de instauración de la subjetividad, de la formación de la personalidad. Está claro que hay procesos de cambios del individuo que no son aprendizaje, como la maduración y los procesos patológicos. Se suele asumir, por otra parte, de modo explícito o implícito, la existencia de diversos procesos formadores con características distintivas respecto al de aprendizaje, y que pudieran dar cuenta de formaciones psicológicas que no resultan del aprender. En esta dirección se mantiene abierto el debate sobre los procesos de formación, por ejemplo, de sentimientos, motivos, valores, que para muchos autores no resultan del aprendizaje. Al respecto la posición que se asume en el presente trabajo es la siguiente: Con independencia de que puedan o no existir otros procesos formadores o conformadores de la subjetividad del individuo, el aprendizaje humano no se reduce a la adquisición de conocimientos, habilidades, normas de comportamientos, “neutrales”, sin valores y sentido personal. Guardar el concepto de aprendizaje para designar los procesos y adquisiciones cognitivas, con exclusión de "lo afectivo" y "conativo" es inconsecuente porque distorsiona la realidad que pretende significar. Ni siquiera es pertinente como abstracción, puesto que entraña el serio riesgo de desconocer la dimensión afectivo valorativa del conocimiento. Toda acción cognitiva tiene valor, todo conocimiento, habilidad, forma de comportamiento porta un sentido personal, pues es un sujeto el que aprende, y ese sentido, afecto, valoración, no es un fenómeno extrínseco al aprendizaje, que provenga de algún lugar o fuerza ajena, sino un atributo del mismo; consecuente con el reconocido principio psicológico de la unidad de lo afectivo y lo cognitivo. En cualquier caso, el aprendizaje humano comparte las regularidades esenciales de todo proceso de formación identificado o por identificar, por lo tanto es legítimo enfocarlo desde la dimensión de lo esencial como proceso formativo. Se trata, entonces, de subrayar aspectos básicos del aprendizaje (con cierta independencia de y sin desconocer sus variantes específicas) que responden a las concepciones generales del desarrollo psíquico desde postulados materialista dialéctico, a partir de los revolucionarios planteamientos de L. S. Vigotski y sus seguidores, que constituyen un sustento teórico fundamental a tal efecto. 48 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Con tal intención se presentan, en lo que sigue, algunas consideraciones derivadas de postulados del Enfoque Histórico Cultural, que considero de vital importancia para abordar el aprendizaje como objeto de evaluación. Vale señalar que no se pretende ser exhaustivo en este sentido, sino abrir una proyección para trabajos ulteriores. La enseñanza que promueve el desarrollo. Desde la teoría que aporta dicho Enfoque, la enseñanza –y el aprendizaje que necesariamente sustenta- es una forma de desarrollo humano. Desarrollo, que desde los planteamientos de Vigotski (1989) resulta un nuevo concepto, en tanto su naturaleza es histórica, cultural, social, respecto a sus mecanismos y contenido. La enseñanza es –en palabras de dicho autor- el aspecto internamente necesario y universal en el proceso de desarrollo en el niño, no de las peculiaridades naturales sino históricas del hombre (1989). Las relaciones entre enseñanza y desarrollo no son mecánicas. No toda enseñanza “arrastra” el desarrollo. Para un sistema educativo la enseñanza, y por consiguiente el aprendizaje, a que se aspira es aquella que promueve el desarrollo de los estudiantes. Para la evaluación del aprendizaje aparece, en consecuencia, una cuestión vital: la determinación de los indicadores del desarrollo; es decir, qué aspectos, qué elementos, pueden dar cuenta de aquellos cambios que se producen en el sujeto, en qué direcciones se dan estos cambios, en qué grado. De tal suerte se tiene la situación siguiente: 1.- Se pueden dar diversas adquisiciones en el estudiante pero no todas tienen similar significado. Sin duda, aquellas que revelan cambios significativos, avances en su desarrollo personal, profesional, acordes con ideales y objetivos de formación, tendrán más importancia y deben constituirse en centro de atención, esto es, en objeto de evaluación. 2.- Las diversas adquisiciones, que se traducen en indicadores del aprendizaje, guardan determinadas relaciones entre sí, que deben expresar cambios cualitativos en el desarrollo del estudiante, de modo integral. Las relaciones, por tanto, más importantes no son la aditivas, aunque éstas estén presentes, sino las de cambios estructurales en las formaciones psicológicas del sujeto. Determinar cuáles serían los indicadores de dichos cambios cualitativos constituye un problema especial. Por lo pronto interesa dejar planteado el problema y hacer algunas consideraciones que pueden ser pertinentes en el proceso de su solución por aproximaciones sucesivas. Dos aspectos tienen singular importancia al respecto. Uno: las adquisiciones que implican reestructuraciones en el funcionamiento psíquico del individuo (en sus relaciones con los objetos, con otros sujetos, consigo mismo) y constituyen un nivel cualitativamente superior de sus funciones psíquicas. Otro: el acceso a la acción independiente, que se comentará más adelante. Ambos están interrelacionados. El progreso del estudiante no suele ser lineal, porque el desarrollo no lo es. Pero el proceso es continuo, el estudiante adquiere nuevos conocimientos, hábitos, habilidades, modos de comportamiento, de diverso contenido, amplitud, profundidad, generalidad. Estas adquisiciones son las que, por lo general, se evalúan tradicionalmente, de modo fragmentado. Sin embargo la inclusión de las mismas en un sistema mayor que permita y se exprese en una nueva forma, cualitativamente superior, de entender y comprender la realidad y de actuar sobre ella, es lo que resulta verdaderamente significativo para el aprendizaje y por ende, para la evaluación. Las formas e indicadores de evaluación deben asumir este reto. 49 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 La estructuración del proceso de enseñanza aprendizaje en diversos niveles de integración y generalidad, que se van sucediendo como subsistemas de sistemas mayores, y que puede ser representado en diferentes niveles de estructuración, tal como la clase, el tema, la asignatura, la disciplina, el plan de estudio (C. Alvarez, 1999), establece una dirección de la evaluación en la búsqueda de cambios cualitativos en el estudiante resultantes de su aprendizaje durante determinados períodos y en función de un conjunto de adquisiciones que requieren un vínculo sistémico. Por supuesto, no se trata solo de la integración del contenido de enseñanza y la garantía de que sus elementos guarden una relación de sistema, lo que es una premisa necesaria. Se trata además, de que la orientación o comprensión que logre –construya el estudiante a través de su actividad o la actividad conjunta- constituya una verdadera reestructuración que marque el ascenso a un nivel superior de desarrollo, a un nivel, por ejemplo, teórico del conocimiento. Por otra parte, dado que el proceso de adquisición de la experiencia histórico cultural, de la formación de las funciones psíquicas superiores, sigue como ley, el curso desde la acción compartida, interpersonal a la acción independiente, intrapersonal, el indicador de independencia, esto es, del acceso a la acción independiente, se revela como uno de los principales indicadores del aprendizaje en cualquier materia de estudio o área de formación en la educación superior. La técnica de “ayudas” introducida por Vigotsky, utilizada por Rubinstein en sus experimentos, y considerada base de la llamada evaluación dinámica, busca identificar aquel momento en que el estudiante en desarrollo se apropia del nuevo contenido y, desde la evaluación, establecer la capacidad del estudiante de una ejecución independiente. Desde la óptica de la evaluación, en opinión de la autora, dichas ayudas se convierten en técnicas para la exploración y precisión del nivel en que se encuentra el estudiante, con un enfoque de proceso más que de estado. Estas ayudas funcionan como demandas, quizás se podría hablar de “ayudas demandantes” a los efectos de la evaluación. Asimismo, la independencia no se debe limitar a la posibilidad de ejecución autónoma de una acción sobre un objeto o contenido de una materia de estudio, sino, además, al control y regulación por parte del estudiante, de su propio comportamiento, a su relación con los demás, a la toma de decisiones y a la formulación de sus propios proyectos de vida. La unidad de lo afectivo y lo cognitivo. Acorde con la concepción del aprendizaje antes señalada y, de modo más general, con uno de los principios básicos del estudio de la psiquis desde los postulados del enfoque histórico cultural, surge el problema de la evaluación del desarrollo de los estudiantes, de modo integral. Este problema deviene también, lógicamente, de los requisitos que suponen las finalidades u objetivos de la formación, dado que ellos portan una imagen del profesional integral. Siguiendo la línea de las ideas anteriores sobre la búsqueda de indicadores de desarrollo que se produce en y resultan del aprendizaje, se devela de modo nítido, que no se trata solo de aquellos aspectos referidos a las capacidades de conocer y transformar el objeto de estudio, sino además de sentir, valorar, relacionarse con ese objeto, con las demás personas, consigo mismo, con la sociedad en la que vive y en la que se debe desempeñar como profesional y ciudadano activo, transformador, comprometido con el mejoramiento humano, en suma con los valores supremos, vigentes histórica, cultural y socialmente. 50 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 En esta dirección vale mencionar de modo especial, por su originalidad y su fundamento consecuente con la unidad de lo afectivo y lo cognitivo, la propuesta de Gloria Fariñas (1999) sobre lo que denomina “Habilidades Conformadoras del Desarrollo Personal”, que ubica en la base de todo aprendizaje, como mecanismo de autodesarrollo de los estudiantes y que posibilitan su competencia, en la actividad y comunicación, en cualquier esfera de la vida (p. 2) y que puede ser una alternativa promisoria de respuesta al problema de la búsqueda de indicadores del desarrollo del estudiante. La referida autora ha propuesto, hasta ahora, cuatro grupo de habilidades relacionadas con la proyección y realización de metas personales y con la organización del tiempo; con la comprensión y búsqueda de la información; con la comunicación y relación con los demás y con el planteamiento y solución de problemas. Propone un conjunto de índices del desarrollo de estas habilidades, que en mi opinión resultan pertinentes para evaluar el aprendizaje, es decir, constituyen indicadores del desarrollo de los alumnos. Su propuesta, por tanto, ofrece una proyección de interés para la determinación del objeto de evaluación y sus indicadores, como problema especial de la evaluación del aprendizaje, lo que no significa que sea una respuesta suficiente al mismo, pero sí un avance. En síntesis, este es un problema abierto, no resuelto aún. La búsqueda de soluciones tiene, en mi consideración, dos pilares fundamentales. Uno, el de la imagen integral del estudiante que se quiere formar y que está contenida en los objetivos de la educación y se expresa en el “perfil profesional”; esto es, partir del análisis de los objetivos y los requerimientos que plantean a la formación. Otro, la identificación o determinación de “unidades” (procesos, atributos) de carácter psicológico que den cuenta del desarrollo personal, de forma integral, acorde con los objetivos de formación. La ley general del desarrollo de las funciones psíquicas superiores establece, como se dijo, la dirección de la formación: desde una acción compartida interpersonal, a una acción intrapersonal. La fuente de dichas funciones es la actividad social, la acción del sujeto sobre la realidad, “mediatizada por las relaciones con otras personas que orientan esta acción hacia las cualidades del objeto y que imprimen en ella las maneras culturales de accionar” (Corral, 1997). Entender el aprendizaje como un proceso de apropiación cultural que promueve el desarrollo en virtud de la interacción cooperativa entre los sujetos que intervienen en una situación de enseñanza aprendizaje, lleva a reconsiderar las preguntas tradicionales y sus respuestas, a la luz de los resortes y condiciones de tal desarrollo. Las implicaciones del análisis teórico de estas relaciones para comprender el aprendizaje tiene que ver con el concepto de zona de desarrollo próximo, que ha sido tratado creadoramente por autores cubanos (Ver: Labarrere, 1996; Corral, 1997, 1999). El concepto de zona de desarrollo próximo condensa, como es sabido, planteamientos trascendentes de Vigotsky respecto a los procesos de apropiación humana y su carácter cultural y de interacción social. En relación con dicho concepto, A. Labarrerre (1996) plantea dos posibles lecturas: Una, que la localiza en la persona y la considera como una propiedad del sujeto en desarrollo; es decir, ¿se focaliza el estudiante y la potencialidad de desarrollo como atributo del mismo?. Otra: que la visualiza como un “espacio compartido, interpersonal, espacio socialmente construido, donde se interconectan las intenciones, productos etc., de quienes intervienen en un hecho de enseñanza aprendizaje, o más ampliamente, de apropiación cultural”, o sea, ¿se considera el desarrollo una función de las interacciones que se dan en la “situación global de desarrollo” (Ibidem), como potencialidad que emerge de la propia interacción?. Ambas lecturas son admisibles y se 51 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 pueden complementar. Pero surge, además, otra cuestión: ¿qué significación pueden tener para la evaluación las respuestas a estas preguntas en lo que respecta a la determinación de qué evaluar?. Significa, que una de las categorías que se revela como esencial es la de relación. De tal modo, la búsqueda de indicadores de desarrollo que permitan valorar el aprendizaje que se aspira, lleva a detenerse en el estudiante sin perder su interdependencia y relaciones con los demás aspectos que intervienen en la “situación de aprendizaje”. Se trata de un abordaje que enriquece y precisa más las tendencias holísticas y contextual de la evaluación del aprendizaje anteriormente referidas, y que puede transitar por la vía del análisis teórico de algunos de sus componentes esenciales: el estudiante, el objeto de aprendizaje, el otro. - El estudiante que aprende. ¿Qué trae y qué aporta el estudiante al aprendizaje, qué se modifica en él, qué valorar durante ese proceso de transformación y como resultado del mismo?. El estudiante no es una tabula rasa. Ha sido ampliamente demostrado desde diversas posiciones y enfoques psicológicos (Piaget, 1983; Bruner, 1987; Vigotski, 1988; Davidov, 1988; Resnick, 1989), que toda nueva adquisición se asienta sobre una base previa. Los trabajos de Ausubel (1983) y Novak (1982) son particularmente gráficos en la dirección de subrayar la significatividad psicológica del material de estudio, y la importancia de la base de conocimientos previos que posibilita disponer de “inclusores” de los nuevos conceptos. Se ha destacado el papel de la disposición para el aprendizaje, los motivos que mueven al alumno y su repercusión sobre el aprendizaje y para orientar la enseñanza. Asimismo, las barreras que pueden representar para la asimilación del contenido científico la pobre o nula o incluso negativa disposición hacia el nuevo aprendizaje y la existencia de concepciones erróneas o primitivas, los conceptos alternativos, la existencia de nociones cotidianas no coincidentes con el contenido de los conceptos científicos a aprender. La argumentación de la importancia y características de estos aspectos se ha tratado de forma amplia y rica en la literatura. Quizás falte apuntar que los sistemas de base que caracterizan el estado inicial del sujeto de aprendizaje no solo facilitan o, por el contrario, entorpecen el nuevo aprendizaje; pueden también “desviar”, indicar vías y direcciones de formación no previstas. Como plantea R. Corral (1997) “la existencia de dominios ya maduros de sistemas simbólicos... pueden desviar la apropiación de nuevos sistemas simbólicos, no en el sentido de negar esta apropiación, sino en una utilización diferente que para un diagnóstico limitado aparecería como una imposibilidad de aprender. No es una imposibilidad: puede ser una diferencia a explorar que señala una nueva dirección de la zona de desarrollo próximo”. El estudiante al ingresar a los estudios superiores tiene, como mínimo, una experiencia de doce años de escolarización, que le debe haber aportado una formación cultural y científica general, habilidades para el estudio, para la identificación y solución de problemas y otras habilidades básicas para realizar estudios superiores. Además, ha desarrollado un determinado estilo de aprendizaje, conocimiento de sus posibilidades personales y de las condiciones más favorables para su trabajo, una mayor o menor preferencia por áreas del saber y de actuación profesional. Todas estas formaciones son importantes para los estudios superiores, por lo que una evaluación que indague únicamente sobre los conocimientos de las materias correspondientes, es sumamente restringida. La posibilidad de provocar que el estudiante se evalúe él mismo, reflexione sobre su estilo de aprendizaje, sus estrategias de estudio, sus 52 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 proyectos, constituye una potente proyección de la evaluación inicial; viable pero poco utilizada. La preparación del estudiante puede diferir individualmente y entre determinados grupos, por fuente de procedencia u otros factores de índole socio cultural y de experiencia personal. La información que aporta la evaluación inicial tiene valor tanto para el perfeccionamiento de la enseñanza precedente como para la universitaria, en diferentes planos o niveles (los sistemas educativos, los planes de estudio, las asignaturas, las clases). Pero para el desarrollo del proceso de enseñanza aprendizaje en la educación superior es vital tener en cuenta que el nivel alcanzado por el estudiante es un momento de un proceso permanente de desarrollo y no un estado perenne, ni unidireccional. Esta consideración confiere un nuevo matiz a la valoración del punto de partida del estudiante o diagnóstico inicial, cuya necesidad resulta incuestionable, aun cuando es frecuentemente devaluada por los profesores, como se colige de los resultados de encuestas y talleres realizados con grupos de profesores (ver M. González, Informe de investigación, 1999). El diagnóstico inicial permite valorar la existencia de concepciones, disposiciones, intereses, de los estudiantes, que sustentan y favorecen y las que no favorecen el nuevo aprendizaje, por lo que se constituyen en barreras, obstáculos para el mismo. En este caso la evaluación inicial debe explorar también las posibilidades, vías y direcciones de cambio. El diagnóstico inicial no debe ser simplemente la evaluación del estado de los conocimientos y actitudes que posee el estudiante. La evaluación debe explorar las potencialidades a desarrollar en el estudiante, las posibilidades de apropiación del nuevo contenido con la ayuda del otro. Allí, donde el sujeto (estudiante) puede por sí mismo, de modo independiente, sin ayuda, adquirir nuevos conocimientos, la enseñanza cumple un papel menos demandante: la de facilitar fuentes de información, condiciones favorables para ello y para que el estudiante se “autoayude”, brindar ciertas orientaciones, ampliar y afianzar conocimientos, puntos de vistas y valores, entre otros; pero no tiene el reto de garantizar las condiciones para crear nuevas zonas de desarrollo en el estudiante basada en la interacción con el profesor. La realización de los planes de estudio debería contemplar esta posibilidad, haciendo más flexible la “carrera”, o sea, la trayectoria del estudiante por el plan de estudio y por cada materia en específico; aumentando la posibilidad de toma de decisiones por parte del propio estudiante respecto a los contenidos y tareas de su formación dentro de la carrera y fortaleciendo el trabajo independiente y la labor investigativa desde los primeros años de estudios universitarios. Las consideraciones antedichas sobre la evaluación inicial, valen en general, para la evaluación del proceso de aprendizaje del estudiante, en tanto aquel es un momento de dicho proceso. Cada nueva adquisición se erige sobre la base de las anteriores, se alcanza a través de la actividad del estudiante, en interacción con el objeto de estudio y los otros sujetos que intervienen en la relación y se orienta a la consecución de metas social y personalmente relevantes. Las fases o etapas en las que se va sucediendo el aprendizaje, desde una dimensión temporal y de las características de su contenido, constituyen a su vez objeto de evaluación y aportan índices relevantes para orientar el aprendizaje. En esta dirección vale destacar las aproximaciones que se realizan desde la Teoría de la Formación por Etapas de las Acciones Mentales (Galperin, 1986; Talizina, 1988) en su aplicación a la enseñanza y que, 53 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 obviamente, trasciende el simple aporte de indicadores pertinentes, al ofrecer un marco conceptual para la propia concepción de la evaluación y el lugar que esta ocupa en la enseñanza, como componente sustancial de la misma. Desde la perspectiva de dicha Teoría, consecuente con los postulados del Enfoque Histórico Cultural, la formación de las funciones psíquicas superiores, pasa por diferentes planos desde la actividad externa a la interna, en los que el estudiante construye y reconstruye sus conocimientos, habilidades: en la lógica de la ejecución sensorio motriz, en la lógica del lenguaje y finalmente, a un nivel mental, al nivel de las acciones mentales interiorizadas y abreviadas. Las líneas directrices que sigue este proceso de construcción de los conceptos y formación de las habilidades: desde una acción compartida a una acción independiente; desde la ejecución desplegada a una resumida en cada plano mencionado y en una dimensión global; desde una acción no generalizada a los niveles de generalización esperados; desde una ejecución en un plano externo a uno interno, mental. Así como los elementos que permiten valorar el avance de una etapa a otra, sus características y las cualidades de las acciones que se trabajan en cada etapa, constituyen base para establecer indicadores de evaluación cuyos resultados permiten orientar y regular el aprendizaje. Un aspecto destacable a evaluar es la comprensión, por el estudiante, de la actividad a realizar, su significado y su sentido, su plenitud y la forma en que se accede a dicha comprensión, como contenido de la necesaria orientación que marca calidades diferentes en el aprendizaje. Este supone necesariamente la acción del sujeto sobre el contenido de estudio, es decir, la ejecución de las acciones pertinentes para su apropiación. La orientación y la ejecución son objeto ineludible de evaluación. Resulta oportuno destacar desde aquí la relación que se establece entre conocimiento y habilidades. Desde esta perspectiva no resulta legítimo separar los conocimientos de las habilidades, en tanto todo saber (conocimiento) "funciona", se expresa, a través de determinadas acciones, que conforman habilidades. Todo saber implica un saber hacer, con independencia de sus diferentes niveles de demanda cognitiva, por lo que la acción ocupa un papel rector en la formación, la restauración y la aplicación del saber. De ahí que el análisis de la acción en la que se expresa "el conocimiento" sea un aspecto crucial para la evaluación, al inicio, durante y al final de un proceso de enseñanza aprendizaje. No es por azar que las diversas taxonomías de objetivos establezcan niveles cognitivos a partir de la distinción entre acciones. En la enseñanza universitaria la necesidad y posibilidad del desarrollo del pensamiento teórico de los estudiantes revela la importancia de evaluar la comprensión de los conceptos y principios esenciales y generales del objeto de estudio y de las acciones pertinentes al nivel teórico del conocimiento, como contenido de la orientación y ejecución del proceso de aprendizaje. Valiosas experiencias de evaluación del aprendizaje sustentada en la Teoría de la Formación por Etapas de las Acciones Mentales, se pueden encontrar en la literatura disponible sobre la misma (Talizina, 1985) y numerosos trabajos doctorales de autores cubanos y de otros países (G. Martínez Campo, 1983; L. Corona, 1988; H. Hernández, 1989; T. Sanz, 1989; Urquijo, 1991; P. Rico, 1991; A. Hernández, 1992; I. Beltrán, 1992; M. Sardiñas, 1993; M. Alfonso de Armas, 1997). 54 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 No obstante, en opinión de la autora, los valiosos aportes de dicha Teoría, para la enseñanza y en particular para la evaluación, que en definitiva es el asunto de interés aquí, admite una mayor riqueza, de subrayar los múltiples ángulos de la interacción interpersonal en el aprendizaje y no solo o tanto, el aspecto de la relación del sujeto con el objeto de aprendizaje. Y en este último caso, las relaciones del estudiante con el propio objeto en cuanto a su intencionalidad, significación o sentido personal. Es decir, el problema de la integridad del aprendizaje, en lo referente a la unidad de lo afectivo y lo cognitivo, está vigente. En esta última dirección cabe mencionar los interesantes trabajos que buscan avances en la evaluación del aprendizaje, dentro del concepto de zona de desarrollo próximo y del denominado “enfoque personológico” (Ver Bernaza, 1997) y aquellos que desde la Teoría de la formación por etapa de las acciones mentales, enfatizan el papel de la colaboración y de la interacción en la situación de aprendizaje (Ver V. Liaudis, 1984). Así como el referido trabajo sobre las habilidades conformadoras del desarrollo personal (Fariñas, 1999). - Lo que se apropia, es decir, aquello que es aprendido, son “sistemas y signos semánticos elaborados durante la historia social, fijados en la cultura y transmitidos por canales de traslación” (Vigotsky, 1988) que se constituyen en instrumentos ideales de regulación (psíquica): para la transformación de la realidad objetal y la transformación de sí mismo (autorreguladora). De tal suerte, del aprendizaje resulta no sólo la capacidad de comprender y transformar la realidad objetiva (social, natural), sino además, la del propio sujeto, como instauración de su subjetividad. Los sistemas simbólicos y sígnicos que incorpora el estudiante (u objeto de aprendizaje), existen como productos histórico culturales, “sustitutivos, primero, de las acciones socialmente diseñadas sobre los objetos; después, de los objetos mismos y sus relaciones, por último como expresión de elaboraciones subjetivas” (Corral, 1997, p. 3) mediatizando las relaciones del hombre y su realidad en una dirección ascendente, que trasciende los niveles empírico directos de relación y lleva a niveles de abstracción y concreción teórica, y que permite la transformación de dicha realidad y la producción de nuevos objetos. Como fuente y vía de la relación aparece la acción objetal. En la acción objetal, en su contenido, está incluido el conocimiento de los atributos y cualidades del objeto, y las formas de realizar la acción; ambos determinados cultural e históricamente. De modo que, tanto los modos de accionar con esa realidad, como las características de los objetos ofrecen parámetros a los efectos de la evaluación. Siendo la acción misma una condición ineludible del aprendizaje, contenido del mismo y objeto de evaluación. De una u otra manera este hecho ha sido reconocido y aceptado en la actividad evaluativa y se puede formular como el criterio de adecuación de las acciones del sujeto y el contenido de esas acciones a las características o cualidades esenciales del objeto y a las formas culturalmente establecidas de proceder con el mismo. Se trata en lo esencial de la evidencia del dominio, por el estudiante, del sistema conceptual, procedimental, normativo, valorativo, establecido y aceptado por la comunidad científica, relativo a una esfera determinada de la realidad a aprehender; que ha sido seleccionado y convertido en contenido de enseñanza. Las características o atributos del objeto que se aprende no son fijas, estáticas. Varían en tanto avanza el conocimiento científico de esa realidad y que llevan de un nivel fenomenológico a un nivel de esencia. De tal modo un elemento de variabilidad en el 55 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 aprendizaje la ofrece el propio objeto. Sus límites, en determinado grado, se establecen por el propio nivel del conocimiento científico, que objetiva los resultados de la actividad sociohistórica, tanto en la producción (trabajo), como en el conocimiento (investigación) u otras formas de actividad. Este hecho puede ser apreciado a través del nivel de precisión y estructuración conceptual, del desarrollo de las teorías del campo científico correspondiente, y su reflejo en las disciplinas y asignaturas de los planes de estudio universitarios. Otro límite y a su vez factor de variabilidad, lo introduce la selección y estructuración de aquellos aspectos que se consideran pertinentes para conformar el contenido de la enseñanza. La condición de “acción adecuada” no solo depende de la esencia del objeto. Pueden existir numerosas acciones pertinentes a la esfera de saber que se trate, que están en línea con la esencia del objeto; pero interesa aquellas que se encierran en los objetivos de enseñanza, cuya determinación se fundamenta en las aspiraciones de la formación (metas) y en los límites posibles para un nivel de enseñanza dado, para un período, para una fase. De modo que los objetivos de enseñanza y aprendizaje recortan el conjunto de acciones que procede evaluar Un objetivo bien formulado, esto es suficientemente explícito, expresa las demandas de aprendizaje respecto al contenido de enseñanza de que se trate. En otros términos, indica qué debe aprender y qué acciones los estudiantes deben estar en capacidad de ejecutar con dicho contenido. Además, están las cualidades de esas acciones desde la perspectiva de lo que debe lograr el sujeto: hasta donde debe realizarlas, conque nivel de independencia, facilidad, comprensión, transferencia a situaciones similares o nuevas, creatividad. Todo ello aporta criterios de calidad para valorar el aprendizaje. De tal suerte están los criterios de independencia, de generalización, de reflexión, de creatividad; todas ellas permiten cualificar las realizaciones de un estudiante, acorde con lo esperado que se plasma en los objetivos. En los modos de accionar con la realidad, histórica y culturalmente establecidos, están las significaciones de la propia relación. Aquello que muchos identifican como parte de lo educativo, lo afectivo, lo actitudinal u otras denominaciones. Por qué esas acciones, para qué, qué significación tienen para la comprensión y transformación de la realidad y de sí mismo, cuáles son las formas apropiadas en que deben darse, desde el punto de vista de los valores sociales (como la conservación del medio ambiente, el respeto por la integridad de la persona, los vínculos con problemas de interés social) y a los que deben responder. En definitiva la significación social y personal. Los aspectos antedichos aparecen con frecuencia en la formulación de los objetivos más generales de la formación de los estudiantes, pero no tanto, o más bien poco, en el contenido de la evaluación del aprendizaje, si se atiende al tipo de pregunta dominante en exámenes, pruebas, de carácter reproductivo y apegadas a la intención de verificar el conocimiento de conceptos y procedimientos; tal como se ha referido en páginas anteriores. Por simple derivación es factible subrayar la necesidad de que el contenido (significación) de la relación que se establece con el objeto de conocimiento se haga explícita en el acto de enseñanza y, consecuentemente, en la evaluación, máxime cuando se trata, como es el caso de la enseñanza universitaria, de algún aspecto del objeto de su profesión futura que forma parte de su proyecto de vida. 56 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 Las pautas de relación del profesor con el objeto a enseñar también forman parte de lo que el estudiante aprende (sin duda, no mecánicamente, sino reelaborado y reconstruidas por el estudiante, tal como corresponde a la naturaleza del proceso de aprendizaje). Sin embargo, como muestran diversos estudios (ver M. González, 1995) no es excepcional observar una posición “neutra” del profesor frente a los conocimientos que están enseñando o, al menos, no se evidencian acciones conducentes a mostrar la importancia de ese contenido, su aplicabilidad, sus vínculos con problemas trascendentes de la profesión, de la sociedad, aun cuando parezcan lejanos a lo que se estudia: en general, un insuficiente esfuerzo por lograr una motivación de los estudiantes durante las clases. En dichas circunstancias es explicable que quede este aspecto ausente de la evaluación. Pero aun cuando todo esto se da, el contenido de la evaluación tiende a estar centrado en los aspectos “puramente cognitivos” de lo que explica y hace el estudiante, relegando a un segundo plano la significación que le atribuye. En cualquier caso, lo que interesa subrayar es la importancia y necesidad de que se incluya como criterio de evaluación del aprendizaje la valoración que el estudiante hace de aquello que está aprendiendo, que emana de su relación con el objeto de conocimiento: el sentido que tiene para él, como objeto de estudio y de trabajo, al menos la significación que le atribuye. Asimismo tener en cuenta que esa relación del estudiante con el objeto de conocimiento está mediatizada por otras personas (los profesores, en especial, en el contexto de la enseñanza), por lo que las pautas de interrelación entre profesores y estudiantes en sus tareas vinculadas al objeto, emergen como factor relevante tanto para la enseñanza como para la evaluación del aprendizaje. Aquí se pueden destacar indicadores de modos de proceder solidario, de respeto a la opinión ajena, responsable, de compromiso y aporte social, que corresponden al modelo de profesional universitario a formar. La apropiación del objeto (de los sistemas y signos), no sólo pertrecha al individuo de “instrumentos ideales” para la transformación de la realidad, sino además, para la autorregulación y transformación de sí mismo (Vigotsky, 1988). Se constituyen en instrumentos de regulación, marcando una de las principales pautas del desarrollo del individuo que no debe escapar a la evaluación del aprendizaje. Posiblemente esta sea “la faceta más formativa”, si cabe la expresión en sentido figurado, del aprendizaje. Dentro del objeto de apropiación se encuentra la propia actividad de evaluación. Esto es, el conocimiento y dominio por el estudiante de la acción evaluativa, su estructura, significado y sentido, de modo que se convierta en una “herramienta” que coadyuve a la autorregulación de su aprendizaje durante sus estudios universitarios y de su futura actividad profesional y de superación continua. - “El otro” en el aprendizaje y la evaluación. Pueden existir muchos “otros”: los demás estudiantes, los directivos de las instituciones educativas, otras personas de la institución o de fuera de ella pero que de alguna manera y en cierta medida intervienen en el aprendizaje y su evaluación, que comparten el mismo tiempo del estudiante o no. No obstante, el centro del análisis se ubica, principalmente, en el profesor. En la enseñanza universitaria el profesor no solo aporta información sobre el objeto a aprender por el estudiante, y crea condiciones favorables para tal aprendizaje, facilitando, orientando, regulando. Aporta, a la vez, las significaciones sociales y las personales (sentido) de esos contenidos y de las formas de apropiación. Los propósitos, importancia, límites de la utilización del objeto, los “valores objetivos”, es decir, aquellos construidos 57 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 socialmente y aceptados en una determinada cultura y los valores que le atribuye él mismo, su sentido personal. En la relación que se establece en la situación de enseñanza aprendizaje están presentes, de modo explícito o implícito, esos intereses y valoraciones y se comparten entre los sujetos que intervienen en la misma. Aunque el profesor tiende a anularse como sujeto del proceso, deja su huella en el estudiante en formación. Funciona en mayor o menor medida, como modelo tanto en los aspectos instrumentales, de comportamiento, como en los afectivos valorativos. En la actualidad se acepta y persigue, que el carácter de la relación entre los sujetos que intervienen en el aprendizaje, sea de colaboración, de cooperación y se busque la coherencia, la concertación de los propósitos y valores, basados en el diálogo, más que la correspondencia o identidad, en el entendido que cada sujeto es activo en toda la extensión del término: llega a la relación con sus propios puntos de vista, intereses, concepciones, aspiraciones y modifica o construye sobre su base y bajo el influjo del intercambio, las nuevas significaciones y significados. El estudiante es activo en su relación con el objeto de conocimiento y, a su vez, en su relación con el otro . Por tanto, una importante característica de la evaluación del aprendizaje, al igual que para otras variantes de evaluación donde se valoran personas (o con más precisión, atributos de las mismas) es la interrelación que se establece entre los sujetos de la acción: el evaluador y el evaluado. De hecho, el objeto sobre el que recae la evaluación es otra persona -individual o en grupo- que se erige como sujeto de la acción y co-participa, en mayor o menor medida en la evaluación. Aun más, para el caso de la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria la pretensión debe ser que el evaluado esté en capacidad de devenir su evaluador. El profesor también aporta los problemas y tareas didácticas, es decir, toda la concepción, organización, estructuración y conducción de la enseñanza para producir aprendizajes. Solo que, lamentablemente, esta parte queda como algo inherente a la enseñanza, patrimonio del profesor. El estudiante no participa activamente en las tareas didácticas, ni siquiera se le revela su lógica, su fundamento, de manera directa y explícita. Como consecuencia se apropia de ellas de modo incompleto, mecánico, empobrecido. En otros términos: la idea es que lo que hace el profesor para enseñar, lo haga también el estudiante: que comparta las tareas didácticas, incluida la evaluación del aprendizaje (hasta la calificación), y que el estudiante las incorpore (las aprenda) como una de sus principales adquisiciones formativas, que le permiten promover su propio desarrollo y el de otras personas con las que necesariamente deberá trabajar. Para la evaluación del aprendizaje estos hechos e ideas tiene una doble significación. Por un lado actúan como referente para la decisión de qué se evalúa. La atención y valoración de los propósitos, intereses, valores, formas de proceder, que se traen y que se generan en las relaciones sujeto-objeto y sujeto-sujeto durante el aprendizaje, no pueden quedar fuera de la evaluación, deviene contenido de la misma. En este sentido la consideración del tipo de relación que se establece, sus características, pertinencia, la necesidad que sienten los sujetos de la misma, sus efectos, forman, todos, parte de la información necesaria para la evaluación del aprendizaje. De nuevo se abre una brecha que extiende el aprendizaje a la relación y no lo deja encerrado en el estudiante. La información valorativa de qué está sucediendo en cuanto a las relaciones que se dan en el proceso de enseñanza aprendizaje, permiten comprender, o al menos hipotetizar sobre las 58 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol.5 No. 2 posibles causas de determinados resultados y facilita, además, la dirección de dicho proceso, acorde con una de las funciones de la evaluación. Por otro lado, el intercambio de roles entre evaluador y evaluado y la asimilación de las acciones de enseñanza, que hasta ahora han sido patrimonio del profesor, actúa como vía de formación del estudiante en sus estrategias metacognitivas y desarrollo personal en general. En la educación superior se reúnen (idealmente) las condiciones más favorables para estos fines: por las características y posibilidades de los estudiantes acorde con su edad y el nivel de desarrollo alcanzado; por los profesores cuya doble calificación (como especialista de la profesión y de la formación) posibilita un despliegue de la enseñanza en unidad con las exigencias de la profesión y, por los objetivos de la formación de nivel superior. En resumen, la concepción sobre el aprendizaje, cómo éste se concibe, constituye piedra angular para determinar el enfoque de su evaluación. Los reduccionismos y parcializaciones en la noción de aprendizaje llevan consigo una visión de la evaluación, plagada de los mismos vicios y, además, no válida. La evaluación requiere disponer del modelo del objeto, desde una perspectiva integral, holística y multifacética, que ponga de manifiesto la complejidad y riqueza del aprendizaje Dicho modelo constituye punto de partida para arribar a las precisiones requeridas a los efectos de la instrumentación metodológica de la evaluación, como sistema teórico de referencia para la toma de decisiones, ejecución, análisis e interpretación y uso de los resultados evaluativos. Desde el concepto de aprendizaje como uno de los procesos conformadores de la subjetividad, que responde a los principios esenciales de todo proceso de formación en correspondencia con los postulados del enfoque histórico cultural, se fundamentan requerimientos de su evaluación, que devienen de la propia naturaleza del aprendizaje, de sus regularidades. Los mismos que argumentan la necesidad del carácter educativo o formativo de la evaluación. Para la pregunta ¿qué evaluar? aparecen las respuestas que se orientan a dar prioridad a aquellos aspectos trascendentes de la formación de los estudiantes, es decir, los que constituyen saltos cualitativos en su desarrollo y no tanto a aspectos puntuales y parciales que ni sumados llegan a dar cuenta de ese desarrollo. Aquellos, a la vez, que permiten valorar el proceso mismo de aprendizaje, más que los progresos en el aprendizaje, por lo que son aspectos que trascienden al propio estudiante y llegan a las relaciones que se dan entre los componentes de una situación del aprendizaje. Aquellos que informan de la integralidad de ese desarrollo, en sus dimensiones afectivas, cognitivas, conativas. Aquellos que constituyen “herramientas” básicas para su autoevaluación y autorregulación, como es el dominio mismo de la actividad de enseñanza y de evaluación por parte del estudiante. Aquellos, en definitiva, que se concretan en los objetivos de la educación y orientan todo el proceso de enseñanza aprendizaje hacia metas social y personalmente relevantes, y aquellos que no se llegaron a prever, pero que emergen en el proceso y constituyen resultados del aprendizaje. No escapa a la autora el hecho de que la problemática sigue abierta. Estas “respuestas” son aproximaciones, a modo de consideraciones teóricas generales. Las soluciones precisas hay que buscarlas por las vías de las investigaciones ulteriores y de la práctica docente de los profesores. 59 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA IV LOS PARTICIPANTES EN LA EVALUACIÓN: ¿quiénes evalúan? V CÓMO EVALUAR: ¿qué procedimientos e instrumentos utilizar, cuándo, dónde? Miriam González Pérez Centro de Estudios para Perfeccionamiento de la Educación Superior. Universidad de la Habana Con este artículo continuamos la publicación de la monografía de la investigadora Miriam González Pérez que constituyó uno de los resultados de su proyecto de investigación, perteneciente al Programa Ramal de Investigaciones Pedagógicas en la Educación Superior del Ministerio de Educación Superior. Su publicación consta de varios artículos que saldrán ordenadamente en los próximos números de la Revista IV LOS PARTICIPANTES EN LA EVALUACIÓN: ¿quiénes evalúan? En este acápite se aborda la problemática relativa a los sujetos de la actividad de evaluación, entendiendo como tales el evaluado y el evaluador, así como otras personas implicadas ya sea como fuente, agente o como receptor de los resultados de la evaluación. La problemática se relaciona, fundamentalmente, con las respuestas a preguntas como quiénes deben y pueden y están en capacidad de participar, por lo que se presentan las tendencias actuales en cuanto a tal consideración. El propósito central es el de promover la reflexión crítica de nuestra práctica en la dirección de fundamentar la necesidad de una mayor participación de todos aquellos implicados en la evaluación del aprendizaje y, en especial, del estudiante mediante la autoevaluación como una vía ineludible de formación. A la vez, se pretende aportar argumentos que, unidos a los demás acápites, contribuyan a la construcción de una concepción educativa de la evaluación del aprendizaje. La formulación de la pregunta ¿quiénes evalúan? sugiere que en esta actividad participan distintas personas. La gama de posibilidades que puede darse en cuanto a los participantes se hace más nítida en las precisiones que Rowntree (1986) propone: ¿Quién decide el programa de estudios sobre cuya base se va a hacer la evaluación?. ¿Quién decide en concreto lo que se va a pedir a los estudiantes en la evaluación?. ¿Quién lleva a cabo la evaluación de un estudiante determinado?. ¿Quién hace uso de los datos de la evaluación?. Las respuestas difieren según diversas concepciones pedagógicas y de la dirección y gestión docente, asociadas a las consideraciones sobre la función de la educación en la sociedad; pero la tendencia actual, es la de considerar la legitimidad de la participación activa de todos los sujetos del proceso de enseñanza aprendizaje en las decisiones y desarrollo de la evaluación. En la actualidad se destacan dos puntos centrales de análisis y debate respecto a quiénes intervienen en la evaluación educativa en general, que atañe también a la del aprendizaje. Uno, relativo a la evaluación externa en contraposición con la interna y en sus supuestos e implicaciones sociales. Otro, concerniente a la autoevaluación y el nivel de participación de los estudiantes en las decisiones de evaluación. Este último, también puede verse como una manifestación del primero, si lo miramos desde el estudiante. Estos puntos de debates se encuentran en las tendencias vigentes. 4.1 Direcciones en la consideración de los participantes en la evaluación. Las direcciones que siguen las ideas al respecto llevan: De una evaluación centrada en el evaluador (profesor) a la consideración de diversas fuentes y agentes personales de evaluación. De un predominio de la heteroevaluación a una combinación de la misma con la autoevaluación. De una desatención a las implicaciones éticas de la evaluación a su revalidación. 63 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 A los efectos de comentar estas tendencias conviene hacer, inicialmente, breve referencia al debate actual respecto a la evaluación externa e interna, que se da en todo el campo de la evaluación educativa e influye en la del aprendizaje, porque tiene que ver con aspectos esenciales de la actividad de evaluación. En la institución universitaria, históricamente ha existido predominio de evaluación interna, esto es, aquella que se realiza y decide dentro del ámbito de la institución y del aula; además centrada en el profesor, por el hecho y derecho del mismo como partícipe del proceso de enseñanza y representante del encargo social en cuanto a la formación de los estudiantes. Aunque esta tradición sea más fuerte en unos países que en otros, puede afirmarse que hace parte de la práctica dominante. No obstante, en los últimos decenios, en particular a partir de los años 60, la búsqueda de financiamiento para la educación y la competencia entre instituciones educativas, han servido de fuerza impulsora para el desarrollo de la evaluación externa en todos los niveles incluido el universitario. A tales efectos se constituyeron asociaciones u organizaciones dedicadas profesionalmente a la actividad de evaluación educativa, y se incrementó el uso de expertos profesores y especialistas de diferentes instituciones- como evaluadores externos. Se denomina evaluación externa aquella que se realiza por personas que no están directamente ligadas con el objeto de evaluación, de modo que sus criterios no se vean "comprometidos" o contaminados por su implicación en lo que se evalúa. En lo referido a la evaluación del aprendizaje, es frecuente que las evaluaciones que se aplican para decidir el paso de los alumnos de un nivel a otro, por ejemplo entre la enseñanza secundaria y la universidad, se realicen como evaluación externa, para garantizar la igualdad de condiciones de evaluación entre los alumnos y los centros. Esto es, las decisiones sobre qué se evalúa y la confección de los exámenes, su aplicación, revisión y la calificación de los resultados, corren a cargo de comisiones de profesores designados a tal fin, procedentes de otros centros distintos a los del estudiante. Otro es el caso de las comisiones que se conforman para la realización de la evaluación final al concluir los estudios universitarios (como los exámenes estatales, los tribunales para la defensa de las tesis de diploma) y de la formación postgraduada, donde se combina la presencia de profesores y de reconocidos expertos procedentes de otras instituciones educativas, científicas o productivas, a los fines primordiales, no de igualar condiciones, sino de valorar el grado en que la preparación obtenida cumple las exigencias profesionales y científicas correspondientes. O sea, la presencia de evaluadores “externos” (tanto como los internos) se sustenta en su capacidad para definir el logro de los objetivos de formación. La evaluación externa es punto de controversia, pues se asienta en razones contradictorias. Es un tipo de evaluación orientada principalmente, aunque no exclusivamente, a cumplir funciones de acreditación y selección. Como tal requiere de criterios que permitan definir niveles de calidad del objeto evaluado, por ejemplo qué es o no un rendimiento académico aceptable en una institución, un alumno. Las fluctuaciones de las normas al respecto, entre docentes, centros, regiones, vienen a ser obstáculos, y la evaluación externa una garantía de un patrón único, al servicio de la igualdad de oportunidades. De modo tal existen argumentos de índole social (igualdad de oportunidades) y técnico (mayor objetividad por instrumentos y criterios comunes) que sustentan esta evaluación. Las corrientes del pensamiento sociológico de la educación resaltan razones de otro signo. La realización de evaluaciones externas, -exámenes, inspecciones o supervisiones- es una forma de control sobre el curriculum y sus ejecutores; también un modo de control del proceso de formación de los individuos y del trabajo de las instituciones, más para la selección que para la mejora, como exigencia derivada de la competición propia de las sociedades meritocráticas capitalistas. La mirada crítica actual se detiene en las limitaciones de esta evaluación y sus implicaciones. El evaluador externo, por su propia condición, no cuenta con el conocimiento de los diferentes aspectos y facetas del objeto que se evalúa, restándole información que puede ser crucial para la evaluación. Por otra parte, en el caso de la aplicación masiva de exámenes, las condiciones y los 64 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 procedimientos de aplicación y calificación, obliga a simplificar la evaluación en cuanto a contenido y forma. "Pruebas que tienen que ser aplicadas a infinidad de alumnos, en un espacio de tiempo reducido y corregidas en un tiempo razonable, con la pretensión de ser objetivas, tienen que ser de "papel y lápiz" y fijarse en competencias bastante elementales" (Hargreaves, 1989, citado por Gimeno, 1993) Diferentes autores le asocian al control externo, además, consecuencias discriminatorias. Broadfoot, (1986) y Gimeno (1993) destacan la tendencia a favorecer determinados grupos sociales sin ofrecer la igualdad de oportunidades que proclama, más bien detectan y señalan las desigualdades. El hecho de que los exámenes que se realizan en muchos países para cuidar niveles académicos y hacer de filtro para el acceso a la enseñanza universitaria, se apliquen al final de un ciclo y no al inicio, no permite el trabajo compensatorio consustancial a fin de igualar oportunidades. En realidad se trata de seleccionar. En las tendencias actuales se expresa la necesidad de justificar la evaluación externa en el valor educativo de la evaluación. Sus alternativas van por las vías de las pretensiones de una "evaluación iluminativa" en términos de Parllett y Hamilton (1976), que identifique y señale las falencias y logros, analice causas y condicionantes, sugiera vías, y brinde toda esta información para mejorar el proceso y no para calificar, sancionar, seleccionar. La evaluación externa vendría a ser un apoyo y complementa la interna, que es el más potente motor impulsor del cambio. Esta posición, que comparto, es sin dudas muy valiosa pues potencia el carácter formativo, educativo, de la evaluación. En el caso de la educación superior cubana el sistema de evaluación externa del proceso docente educativo ha ido transitando hacia formas que subrayan, cada vez más, una finalidad de mejora de la calidad a partir de la identificación de las falencias, los logros, los factores que intervienen en unos y otros. Además, a diferencia de una evaluación externa ejecutada por evaluadores profesionales o por un cuerpo estable de evaluadores, se realiza por comisiones ad hoc, que hoy evalúan y mañana pueden ser evaluados. Por lo general los evaluados pueden intervenir en el proceso, mediante el aporte de datos y criterios, el debate y la valoración del hecho educativo objeto de análisis. Los diagnósticos del aprendizaje de los estudiantes que se efectúan en el contexto de estas evaluaciones manifiesta una tendencia, en su contenido y forma, que va de la constatación de conocimientos a la valoración de la solución de problemas, a la simulación de situaciones. No obstante, esta tendencia aun es débil y limitada a ciertas materias, como por ejemplo los esfuerzos que se vienen realizando en la valoración del dominio de un idioma extranjero. La participación de los estudiantes en estas evaluaciones resulta un hecho de particular interés. Las calificaciones que obtienen en los exámenes que se realizan en la “inspección”, no tienen repercusiones para el estudiante, sí para su profesor y su institución. Sin embargo, se constata un comportamiento responsable y un interés manifiesto por la obtención de buenos resultados; que, por lo general, se aprecian como aspectos colaterales sin que se lleguen a considerar indicadores del nivel de compromiso y del sentimiento de pertenencia a la institución. De tal forma se desaprovecha este hecho para enriquecer la evaluación y su propia connotación formativa, por lo que se justificaría se hiciese un mayor énfasis en el mismo. En lo que respecta a la práctica de la evaluación del aprendizaje al interior de la institución universitaria, por lo general, las decisiones sobre el programa de estudio (de una asignatura, por ejemplo), se toman por un colectivo de profesores o por el profesor de manera individual, atendiendo a lineamientos contenidos en el plan de estudio correspondiente. Ya se trate de uno u otro caso, se proyecta el sistema de evaluación en sus aspectos generales, en cuanto a contenidos a evaluar y vías (formas, métodos) para hacerlo. Esta proyección inicial, concertada colegiadamente, si es el caso, se ajusta a las condiciones concretas que se encuentra el profesor para y durante el desarrollo del programa. A nivel del aula suele ser el profesor el que toma las decisiones. La evaluación final del aprendizaje del estudiante corre a cargo del profesor y de uno o dos profesores más cuando se requieren ejercicios orales. Las personas que hacen uso de los resultados de la evaluación son diferentes en dependencia de si se utilizan para enseñar al estudiante o, para 65 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 informar sobre el estudiante. En el primer caso probablemente sea el profesor; en el segundo los funcionarios de la administración. Este sintético cuadro esbozado en el párrafo anterior, sin ignorar sus posibles variantes, sirve para destacar que la práctica dominante es la de una evaluación de corte tradicional donde el profesor o los profesores centran las decisiones de evaluación y los estudiantes las acatan. Es oportuno apuntar que este hecho no necesariamente satisface al profesor, pues la evaluación del aprendizaje de los estudiantes es sentida como una tarea difícil, compleja y, en muchas ocasiones, no reconfortante, como se evidencia en las opiniones que emiten lo propios profesores en investigaciones realizadas (Fdez Pérez, 1993; Saínz, 1997; González, 1999). En cuanto a la relación alumno profesor, el esquema tradicional es el vertical en lo que al ejercicio del poder se refiere en la toma y ejecución de decisiones sobre la evaluación. En la evaluación del aprendizaje es donde más se evidencia y tiene mayor arraigo este tipo de relación, marcando desigualdad con transformaciones que suceden en otros aspectos del proceso de enseñanza aprendizaje, como, por ejemplo, en los métodos y formas de enseñanza, donde se manifiesta la voluntad de hacerlos más activos y participativos. El cuestionamiento actual de este esquema de relación no niega la capacidad, el deber y la posibilidad del profesor como uno de los artífices principales de la evaluación. Las funciones del profesor como orientador, propiciador de aprendizajes, corresponsable de los resultados que se alcancen, subrayan el papel que tiene en la evaluación del aprendizaje; máxime, si además, es fuente de información y de experiencias significativas por su preparación y dominio de la materia que enseña y del proceso de su enseñanza. Se trata de un cuestionamiento que va por dos líneas principales. Una, la sobrevaloración de las funciones que la enseñanza tradicional confiere al profesor como actor principal del proceso y representante de los intereses de la sociedad, como único poseedor de los conocimientos válidos y del poder para tomar decisiones sobre la enseñanza y ejercer su control, en especial, sobre el alumno; dejando a éste en una posición receptiva, pasiva, sometida. La necesidad de revertir esta situación ha sido planteada suficientemente por las diversas tendencias pedagógicas contemporáneas, donde se reclama un papel activo de los estudiantes -individual y grupalmentecomo sujetos del aprendizaje y se subraya el carácter social, comunicativo, interactivo del proceso de enseñanza. Esta necesidad y reclamo dan cuerpo a la primera de las direcciones enunciadas más arriba. La otra línea, que se añade a la anterior y corresponde a la segunda dirección apuntada, pone énfasis en la necesidad de preparar al estudiante para un trabajo y superación permanente durante toda su vida, que constituye uno de los fines y exigencias actuales de la educación superior. Dicha preparación supone el dominio de estrategias de control, autoevaluación y autorregulación por parte de los estudiantes, de su propia actividad, en cualquier esfera de su vida, especialmente durante el estudio y el ejercicio de su profesión. La formación espontánea de esas estrategias es deficiente y excepcional, por lo que, a criterio de la autora, es defendible la necesidad de incluirlas en el curriculum como objetivo en sí mismo y consecuentemente garantizar su formación. El mayor protagonismo reclamado para el estudiante ha llevado a innovaciones en los métodos de enseñanza en la dirección de incrementar el papel activo del estudiante, la propuesta y aplicación de métodos participativos donde exista espacio para que se atiendan los criterios de los alumnos sobre los fines, contenidos, formas, vías para llevar a cabo el proceso de enseñanza aprendizaje, controlar y evaluar su desarrollo y resultados. Asimismo, crece la importancia que se le concede al trabajo con y desde el grupo de estudiante. El ejercicio de la autoevaluación y de la heteroevaluación proveniente de otros estudiantes y del grupo en su integridad, aparece asociada a estos cambios. La autoevaluación es aceptada en mayor o menor medida en la práctica, pero difícil de rebatir conceptualmente, dado los argumentos que la fundamentan, que, como se dijo, se agrupan en dos vertientes complementarias: la necesidad de que el alumno sea de hecho y no solamente de palabra responsable de su propio aprendizaje y tenga un papel más protagónico en la enseñanza, para lo cual es necesario que el tipo de relación entre profesor y alumno sea más horizontal; y, la urgencia 66 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 de formar estrategias de autocontrol y autovaloración que solo pueden formarse mediante su ejecución. Cabe, además, una distinción entre los estudiantes de pre y de postgrado. En estos últimos se acrecienta la necesidad de la autoevaluación, dada su formación, responsabilidad, desarrollo personal en general. Las características de los participantes en las distintas modalidades de la educación de postgrado, determina que la autoevaluación sea un rasgo inherente del cuarto nivel de enseñanza, más que un medio o una condición de la formación, pues se supone ya alcanzada. Respecto a las relaciones estudiantes profesor, no se trata de sustituir el poder del profesor por el del estudiante. Se trata de que ni profesor ni estudiantes puedan imponer arbitrariedad alguna en la evaluación. Ambos deben y pueden razonar y justificar las decisiones evaluativas. Al respecto Fdez. Pérez (1994, p. 790) plantea la "autoevaluación dialogada" que propone se introduzca paulatinamente en la práctica de la enseñanza. Dentro de los efectos previstos está que el alumno aprenda la lógica y la ética de la evaluación, dado que se ve requerido a fundamentar los juicios que formula sobre su propio trabajo y el de sus compañeros. Quizás vale subrayar el hecho que se trata de que el estudiante participe realmente en cada fase y aspecto de la evaluación, incluyendo la calificación, de él y de otros compañeros del grupo. Con la proliferación de los métodos participativos, se ha hecho práctica frecuente, al iniciar un curso, la negociación o "encuadre" de su desarrollo, donde se supone todos los participantes analicen, ajusten y finalmente se comprometan con los aprendizajes previstos y las vías de su logro como una tarea común, colectiva. Sin embargo, con la misma frecuencia, se excluye la posibilidad de que intervengan (individual y en grupo) en las decisiones sobre la valoración de resultados y la emisión de una calificación, en razón de que la autoridad legal y por competencia cognitiva, corresponde al profesor y que el alumno sería necesariamente parcial, por su interés personal y la implicación de la nota. Tanto el análisis teórico como los datos empíricos proveniente de la investigación y del ejercicio docente, conduce a reafirmar que se requiere de una participación en todo el proceso evaluativo. Los estudiantes suelen ser exigentes y rigurosos al proponer y argumentar una calificación, cuando se discuten y clarifican los criterios, cuando las relaciones profesor-estudiante-grupo son abiertas, respetuosas, de colaboración y existe un clima psicológico no tenso. En los últimos años se han desarrollado diversos modelos de evaluación basados en la colaboración estudiante profesor, o la participación de los estudiantes en su evaluación y la de sus compañeros de grupo (Falchinikov, 1986; Rowntree, 1987; Entwistle, 1988; Ramsden, 1992: Stefani, 1998). Según la experiencia de la autora en el desarrollo de cursos de postgrado para profesores universitarios en los últimos ocho años, el empleo sistemático de la autoevaluación y de la coevaluación entre participantes, ha sido un aspecto vital, tanto para promover el aprendizaje y la autoreflexión sobre el mismo, como para desarrollar estrategias de autoevaluación. Los profesores participantes en los cursos valoran de modo favorable estas experiencias, porque les permite reconocer la importancia de la autoevaluación, establecer las condiciones que la favorecen, vivenciar las dificultades y tensiones iniciales y aprender los modos de romper las barreras y resistencias que se presentan casi inexorablemente, ponerse en el lugar de los estudiantes cuando son valorados. Quizás el resultado principal de estas experiencias es la toma de conciencia de los profesores de que para enseñar o coadyuvar a que el estudiante sepa autoevaluarse y evaluar a los demás, primero el profesor debe saberlo y sentirlo. Respecto a la participación, es recomendable que participen en la evaluación todas aquellas personas que tengan una información útil que aportar (Fdez Pérez, 1994). Dicho autor propone una larga lista que incluye: profesores (individual o colegiadamente), alumnos (individual o en grupo), directivos docentes, inspectores o supervisores, receptores académicos o laborales del egresado de un nivel de educación, expertos, y hasta los financiadores en el caso que corresponda. Obviamente no todos tienen, ni deben participar en la evaluación de todos los aspectos, ni en todos los momentos del aprendizaje, por el solo hecho de que no están en capacidad para hacerlo. Solo, en aquellos aspectos o dimensiones sobre los que pueden informar. 67 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 La posibilidad de aumentar el número de participantes en la evaluación abre espacio para la aplicación de procedimientos como el de la triangulación o multiangulación de las fuentes de información y de las interpretaciones de la misma, que favorecen el incremento de la objetividad en sus resultados. Otros beneficios asociados son los de una mayor implicación e interés de las diversas personas respecto al proceso de formación de los estudiantes; las relaciones horizontales al sentirse en la posibilidad de aportar información que es tenida en cuenta, lo que coadyuva a romper el esquema clásico de poder que genera la evaluación; el incremento del contacto entre todos aquellos que se relacionan, en determinada medida, con el proceso de enseñanza aprendizaje (Fdez Pérez, 1994). El aumento de participantes en la evaluación no disminuye la responsabilidad ni las tareas de aquellos más directamente implicados: los profesores y los estudiantes; por ello es necesario rescatar esta relación y hacer centro de atención y estudio los niveles de participación, los aspectos en que se participa y los tipos de relaciones que se dan en la evaluación del aprendizaje. La tercera dirección enunciada más arriba, tiene un importante vínculo con las decisiones relativas a los participantes en la evaluación, y en particular con los receptores de sus resultados. ¿Quién debe conocer qué datos?. Este es un asunto que tiene fuertes connotaciones éticas, válidas para otras esferas de la evaluación, o sea para cualquier objeto sujeto a evaluación que implique al ser humano, por lo que no es ajeno a la evaluación del aprendizaje. Al igual que no todos los potenciales participantes en la evaluación tienen igual posibilidad de informar y emitir juicios sobre todos y cada uno de los aspectos del aprendizaje del estudiante; las audiencias receptoras son disímiles en cuanto a la información que requieren; tampoco tienen idéntico derecho para conocer todos los resultados de la evaluación de los estudiantes. La importancia de ofrecer la información no se cuestiona, pues las propias funciones de la evaluación se hacen realidad cuando alguien conoce de sus resultados. Pero las implicaciones pueden ser decisivas para la persona cuyo aprendizaje se evalúa, de ahí la justa preocupación sobre su divulgación y uso. Al respecto Gimeno Sacristán (1993, p.381) apunta tres razones que justifican la importancia de este asunto. Ellas son: La funciones de la evaluación dependen en parte del destinatario de la información, dado que desencadena efectos en los mismos. Se pueden diferenciar funciones según los destinatarios. Las decisiones sobre la información que se hace pública, tienen connotaciones éticas. En este sentido se hace necesario reflexionar qué datos se hacen públicos y cuáles no, o se limitan a determinados receptores. El carácter de la información y los efectos que pueda tener su divulgación sobre el estudiante son bases para la toma de estas decisiones. No es lo mismo publicar los resultados de una prueba de selección que las deficiencias o dificultades de un alumno, o algunos rasgos de su personalidad. Los propios resultados académicos y los comentarios valorativos del profesor sobre un alumno, ante su grupo, pueden ir conformando una imagen estereotipada del mismo, con una valencia positiva o negativa, que influye en los resultados de aprendizaje ulteriores del propio estudiante, en sus relaciones con los demás y consigo mismo. Numerosos investigadores dan cuenta de estos efectos (Véase P. Rico, 1987). El lenguaje que se use para dar a conocer los resultados de la evaluación requiere adaptarse a las características del auditorio y sus posibilidades de comprensión. Se supone que los profesores y directivos manejan un lenguaje profesional a diferencia de otras audiencias como puede ser la familia del alumno y otras personas que se encuentran fuera del ámbito educativo, o, dentro de éste, pero con diversa preparación e integración en el proceso de enseñanza aprendizaje. Aquí surge el problema, justamente señalado por numerosos autores (Thomson, K y N. Falchikov, 1998; Sambell, 1998; Stefani, 1998) de los diversos significados que una misma información puede 68 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 tener para distintos receptores; que se evidencia al decodificar el significado, por ejemplo, de una nota; o al establecer las intenciones de la evaluación. Incluso las innovaciones que se realicen, que como muestran dichos investigadores, pueden portar un significado para los profesores diferente al que le confieren los estudiantes y diversos significados entre estos mismos. Al emitir el juicio evaluativo y al recepcionar diversas audiencias el resultado de la evaluación aparecen dos fenómenos importantes, que tienen que ver con las características "gestalticas" de las percepciones humanas. Uno es el "efecto de halo" que se da cuando la emisión del juicio de evaluación se ve "contaminado" por la intervención de dimensiones del objeto que no entran en la valoración, pero tienen el efecto de interferencia en la apreciación de las cualidades o características que se evalúan. Otro, es la sobrevaloración en cuanto a su significado, del juicio de evaluación sobre el aspecto correspondiente, cuando se recepciona por distintas audiencias. En este caso, por ejemplo, una calificación o nota referida al aprendizaje de una asignatura, se interpreta como indicador de la valía personal, desbordando el significado que porta aquella. El conocimiento de estos y otros fenómenos inherentes a la evaluación, permite trabajar racionalmente en su control. Las preocupaciones de tipo ético que genera la evaluación son planteadas por distintos autores, así, por ejemplo Law (1984 p. 141 citado por G. Sacristán, 1993), hace un listado de interesantes e ilustrativas cuestiones referidas: al valor de etiquetado de las personas; las consecuencias de manejar datos que se presumen objetivos, cuando en realidad ocultan tantas opciones y presupuestos no objetivos en la forma de su obtención; el derecho al veto de los alumnos al uso de la información sobre sus calificaciones, más cuando se refieren a aspectos no públicos del rendimiento o de su personalidad; el derecho del alumno para rectificar las evaluaciones que se dan o para tener acceso a cualquier cosa que se diga de él; entre muchas otras que se vinculan con la problemática de los participantes en la evaluación. 4.2 La comprensión de la evaluación del aprendizaje como un proceso comunicativo entre los profesores, el estudiante y el grupo, permite establecer la relevancia de las características de los intercambios (informativos, de acciones, afectivos) entre los sujetos implicados a los efectos de que las funciones de la evaluación correspondan a las finalidades pretendidas. Un aspecto elemental de la comunicación es la posibilidad de compartir significados para lo cual se requiere comunidad entre "emisores y receptores" en cuanto a los términos que utilizan y la explicitación de su contenido. Otro aspecto relevante es que no genere un clima autoritario y de control en las relaciones humanas. En este último sentido, la compulsión por la obtención de calificaciones satisfactorias, es un instrumento que esgrime el maestro para movilizar a los estudiantes, en lugar de la necesidad de auténticos motivos de estudio, como se muestra en investigaciones realizadas sobre las prácticas pedagógicas en las clases de distintas asignaturas, carreras, facultades y universidades del país (M. González, 1995). Los vínculos entre los tipos de comunicación educativa, en especial el estilo comunicativo del profesor, y las funciones de la evaluación, han sido establecidos en trabajos investigativos (Ver Salcedo, 1999). Dicho autor comprobó que un estilo propiamente comunicativo y un estilo funcional favorecen el cumplimiento de las funciones de comprobación, retroalimentación y educativo motivadora de la evaluación. Asimismo, al estimular, durante la evaluación, formas de interacción, autoevaluación y reducir la asimetría en el diálogo educativo se fomentó en los estudiantes el desarrollo de cualidades como la responsabilidad, la honestidad, el colectivismo. Por otra parte, en la evaluación intervienen factores atinentes al profesor y a los estudiantes, que pueden desviar a un lado u otro los resultados de la calificación del aprendizaje del estudiante. Entre ellos se encuentran factores como la dificultad que experimentan los profesores para mantener los mismos criterios al evaluar los numerosos trabajos o exámenes de sus alumnos, por causa de fatiga, por la contaminación de resultados, u otras. También, la presencia de procesos inconscientes que permean las relaciones interpersonales como son los estereotipos y el efecto de halo, mencionados más arriba. 69 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Durante el proceso de evaluación la estereotipia puede resultar de una contaminación de las valoraciones del profesor. Un primer trabajo mediocre predispone a esperar que el segundo también lo será. Si esto sucede la tendencia a otorgar una nota mediocre al tercer trabajo aumenta, y así sucesivamente. En un profesor sobrecargado de correcciones, la deformación se produce con mayor facilidad (Landsheere, 1973). Y viceversa respecto al alumno. Se ha comprobado que los estudiantes se pueden comportar en función del juicio que el profesor se forma de él y que desarrolle determinadas estrategias de “supervivencia” que no son siempre, por cierto, las de garantizar un mejor aprendizaje. En resumen, la participación en la evaluación es un asunto central de debate y controversia y muestra importantes y diversas aristas, muy ligadas a los problemas de carácter ético y de los fenómenos comunicativos implicados en él, como los que devienen de la naturaleza de la percepción humana y de la formación de juicios valorativos, cuyo reconocimiento es imprescindible para lograr una mayor objetividad en la práctica de la evaluación. Las tendencias actuales destacan la importancia de admitir diversos agentes y fuentes personales en la evaluación, combinar la auto y la hetero evaluación, disminuir las relaciones asimétricas entre profesores y alumnos en la evaluación y subrayar la dimensión ética de la misma. Si se asume que el proceso de enseñanza aprendizaje es un proceso comunicativo y formativo, y que la evaluación del aprendizaje también lo es, tiene, de modo consecuente, que ser participativa, como condición para que cumpla sus funciones y por derecho legítimo de los sujetos implicados. V CÓMO EVALUAR: ¿qué procedimientos e instrumentos utilizar, cuándo, dónde? El cómo, en realidad, hace referencia a todo el proceso evaluativo, al modo en que se realiza la evaluación, a la forma de su existencia real, a la expresión de su dinámica. No es, por tanto, un simple aspecto más, un elemento que se suma a los objetivos y al objeto de evaluación, sino que los supone. Al concebir la evaluación al definir sus fines, al especificar y caracterizar el objeto, al precisar sus participantes, por solo mencionar algunos aspectos, ya se está expresando el cómo de la evaluación. No obstante, a los fines del presente acápite como continuación de los análisis anteriores, se acota el tema a las vías o procedimientos e instrumentos que se usan para la obtención y procesamiento de la información. Además, el abordaje se hace desde una perspectiva general; es decir, se trata de delinear las tendencias y aspectos globales, sin entrar a caracterizar, ni necesariamente nombrar, todas y cada una de las posibles técnicas, pues sería muy extenso, dispendioso y distráctil respecto a la intención de ofrecer una panorámica de las ideas actuales sobre la evaluación que se reitera como un propósito de este trabajo. Se trata de significar, a la vez, la importancia de las decisiones que se adopten sobre los métodos y medios de evaluación para la práctica evaluativa, la coherencia debida con las concepciones que se asuman sobre la propia evaluación, sus funciones y objeto. Otro apunte necesario: Se usa, indistintamente, los términos de métodos, procedimientos, tareas, técnicas, instrumentos u otros, pues lo que interesa es abordar, de modo genérico, la problemática de las vías y medios de la evaluación. La consideración de la evaluación como una actividad y su análisis a partir de una unidad que contenga todos sus componentes y relaciones elementales, como es la acción evaluativa ayuda a representarse el conjunto de pasos u operaciones que la realizan y ubicar los momentos en que la selección aplicación e interpretación de la información requerida ocupa un lugar central, así como resaltar sus interdependencias con los otros componentes de esa acción en su conjunto. Al analizar la actividad, o una acción evaluativa como unidad, se puede delimitar esquemáticamente, es decir haciendo abstracción de sus determinaciones específicas, las operaciones siguientes: • Determinación de los objetivos de la evaluación • Delimitación de su objeto (qué se evalúa) 70 Revista Pedagogía Universitaria • • • • • • • • • 2000 Vol. 5 No. 2 Precisión de los atributos o aspectos del objeto que se va a evaluar (acotación) Delimitación, en correspondencia con el anterior, de los indicadores y criterios Análisis de las condiciones en que se debe realizar, fuentes y agentes de evaluación Selección de los instrumentos de recogida de información Aplicación Procesamiento e interpretación de la información Emisión de un juicio de valor Toma de decisiones pertinentes y su aplicación Análisis de las consecuencias En virtud de esta representación integral es posible subrayar que las innovaciones y transformaciones en los métodos exclusivamente, no son suficientes para producir cambios sustanciales en la evaluación si no van avalados por una concepción de partida y una definición de por qué, para qué y qué se evalúa. Todos los métodos (entendidos en un sentido estrecho, como técnicas e instrumentos) pueden servir mejor o peor en dependencia de para qué, cómo y cuándo se utilicen, aunque unos pueden resultar más adecuados que otros. A partir de dicha representación integral resulta viable, además, subrayar la mayor o menor potencialidad de los procedimientos y técnicas de evaluación en su vínculo con el curso del proceso y, en particular, con las diversas formas de enseñanza, acorde con los fines y características de cada forma (distintos tipos de clases como conferencias, seminarios, clases prácticas, laboratorios, trabajo del estudiante en condiciones de la práctica laboral y del trabajo científico investigativo), así como con los métodos de enseñanza que se emplean. La importancia de la concepción subyacente y el vínculo con el curso del proceso de enseñanza aprendizaje se subraya por Nichols (1994, citado por Vizcarro 1997) quien plantea que para la evaluación al servicio de la enseñanza, resulta crucial diseñar las tareas de evaluación, de manera que aporten la información que se precise en cada momento y asegurar que contengan los métodos idóneos para muestrear todos aquellos aspectos que se consideran relevantes en el aprendizaje, así como interpretar los datos dentro del marco conceptual de partida. Por otra parte, la influencia de la evaluación sobre qué y cómo se aprende y enseña ha sido establecida suficientemente en las investigaciones educativas (Vizcarro y León, 1997; K. Thomson y N Falchicov, 1998; L. Stefani, 1998). No solo lo que se evalúa, sino además, la forma en que se hace, cumple una función orientadora del proceso de enseñanza aprendizaje, tanto para profesores como para estudiantes, e influye significativamente en las estrategias de aprendizaje de estos últimos. En un interesante trabajo sobre las funciones de las clases en la enseñanza universitaria, realizado por M.R.Beltrán y A. Canales (1992), se identifica como una de las funciones de la clase “proporcionar la información que se preguntará en el examen”. Tal afirmación se sostiene en la medida que se constató un gran apego entre lo expuesto en clase y el tipo de pregunta formulada en los exámenes. Los autores aclaran que no se trata de proponer que se elimine de la evaluación la información que se trata en clase, pero “si solo se restringe, de manera casi puntual, a ciertos contenidos expuestos en el aula, la clase misma tiene un alcance limitado, y más bien parecería que su función reside en adelantar y enfatizar el tipo de preguntas que son necesarias para aprobar los exámenes” (pág. 239). Desde la perspectiva de la llamada Pedagogía Crítica y otras aproximaciones actuales, numerosos autores (Díaz Barriga,1993; Gimeno Sacristán, 1993) insisten en que los problemas de la evaluación son asuntos más de reflexión, análisis crítico, valoración de sus implicaciones sociales y personales, que cuestiones de índole técnica, referidas a los procedimientos, instrumentos, condiciones y a los requisitos de carácter técnico que deben cumplir. Obviamente, el estudio de las concepciones, finalidades, supuestos que subyacen a la evaluación, es vital para su transformación y mejora efectiva. Pero todo ello no es ajeno al modo como se realice la evaluación, sino por el contrario, la condiciona; y a su vez se expresan a través de él. 71 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 La mencionada pretensión de otorgar menos atención a los aspectos instrumentales y de procedimientos, parece estar dada por el gran énfasis acrítico y ciertamente tecnicista, con que se ha tratado la evaluación desde las posiciones de la pedagogía tradicional y la tecnología educativa; avaladas por ideas conductistas provenientes de la Psicología, la tradición de la psicometría, y las concepciones positivistas. El desarrollo de la Docimología, como "ciencia del examen" es evidencia del fuerte interés y tratamiento de estos aspectos en el ámbito de la evaluación educativa, especialmente del aprendizaje, en las décadas del 50 al 70 del siglo XX. La contrapartida de esta tendencia no debe ser, en mi opinión, la de ignorar o desatender las "cuestiones técnicas", por llamarla a la manera de sus críticos. No solo por una demanda práctica en relación con las falencias que un número considerable de profesores en ejercicio suelen sentir y los reclamos de información y orientación al respecto, sino además, por razones de índole teórica, en cuanto a la concepción de la evaluación y a los problemas que supone. Se trata de que la problemática de la selección, aplicación y manejo de los medios y procedimientos de evaluación está vinculada a un problema teórico crucial más general: el de la constatación del proceso de formación de las propiedades psíquicas del individuo y de las características de esas formaciones psicológicas resultantes. En otros términos, cómo se accede a los datos que informan sobre el desarrollo psicológico del estudiante, sobre lo que está en formación, sobre lo que ha logrado mediante el aprendizaje. El aprendizaje supone un proceso de interiorización (apropiación transformadora) por parte del estudiante, del legado histórico social concretado en el objeto de aprendizaje, durante la actividad vital, social, que vincula al sujeto con el objeto mediatizado por los otros, y que lleva al desarrollo de sus formaciones psíquicas. Supone, a su vez un proceso de exteriorización, de dichas propiedades internas, en los productos de su actividad, en su comportamiento. Este proceso de exteriorización es vital para la evaluación, pues abre la vía de acceso a lo que se forma en el estudiante. Solo se le puede evaluar por lo que dice y hace. De modo tal, en el aprendizaje se pueden identificar tres grupos de variables. Las que corresponden a las características de la actividad “objetiva”, externa (que porta el objeto que se debe aprender); las peculiaridades de las formaciones psicológicas del sujeto que resultan del aprendizaje (su actividad interna no directamente accesible al estudio) y, por último, las características de su comportamiento, la “actividad externa” del sujeto, de lo que exterioriza. La relación que se da entre estos grupos de variables es de unidad, no de identidad, no hay correspondencia unívoca entre ellas. De ahí emana uno de los aspectos más complejos y difíciles de la evaluación. Al respecto G. Witzlack (1989, p.144) psicólogo alemán que ha realizado interesantes propuestas en el campo del psicodiagnóstico, propone considerar como axiomas los aspectos siguientes, y cito: “La totalidad de todos los hechos psíquicos es mayor que la totalidad de todos los modos de conducta que se corresponden con estos. Es decir, a partir de relativamente pocos síntomas de conducta se tienen que deducir hechos psíquicos más amplios y complicados. La materialización del suceso psíquico en la conducta está sujeta a un proceso de reducción. La materialización de iguales o similares estados internos y procesos no tiene lugar en todos los hombres de la misma forma. La materialización de estados internos varía también en la misma persona en dependencia de las condiciones externas e internas. El proceso de materialización del suceso psíquico está sujeto dentro de ciertos límites, al autocontrol deseado o no y a la autodirección (la persona puede contenerse más o menos, inhibirse en sus expresiones, etc.)”. Estos axiomas son válidos para la evaluación del aprendizaje y su consideración permite comprender la necesidad de la búsqueda de aquellos indicadores y modos de obtención de la información que puedan resultar más pertinentes con aquello que se evalúa, así como la prevención contra formas esquemáticas y rígidas de proceder e interpretar los resultados evaluativos. 72 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 5.1 Direcciones en las consideraciones sobre cómo evaluar. En el terreno de la evaluación educativa, conjuntamente con los planteamientos críticos y quizás como derivación de los mismos, en las últimas décadas se viene realizando un importante debate sobre las concepciones, objetivos y características de los métodos tradicionales de evaluación del aprendizaje (sobre todo una fuerte crítica a las pruebas de "papel y lápiz", los exámenes tipo test, y otros) La crítica acerva a los exámenes es frecuente en la literatura pedagógica. Merecen citarse, como ilustración, las palabras de Jean Piaget, (citado por J. Aray, 1993): “Se ha dicho todo acerca del valor de los exámenes escolares y, sin embargo, esta auténtica plaga de la educación a todos los niveles sigue viciando -y la palabra no es demasiado fuerte- las relaciones normales entre el maestro y el alumno, comprometiendo en ambos la alegría de trabajar y a menudo la confianza mutua. Los dos efectos esenciales del examen son en efecto, que no tiene resultados objetivos y que se convierte fatalmente en un fin en sí mismo”. Ante tales críticas se hacen diferentes propuestas alternativas. Aunque dichas propuestas aparecen como líneas de trabajo algo paralelas, es de esperar en un futuro próximo, su integración o complementación, en un sistema conceptual coherente. En el presente acápite se hará referencia a algunas de estas propuestas puntuales como expresión o manifestación de tendencias más generales de desarrollo. Las principales tendencias e ideas que se manifiestan actualmente acerca de cómo realizar la evaluación, ponen énfasis en aspectos tales: La utilización de múltiples vías para obtener y procesar la información y su complementación, mediante multiangulación de técnicas, resultados y fuentes diversas. La consideración del contexto y la singularidad de las situaciones educativas, frente a la homogeneidad y estandarización, lo que lleva a incorporar técnicas de corte cualitativo Estrechamente vinculada a la anterior, el uso complementario de procederes "cuantitativos" y "cualitativos". El empleo de métodos y técnicas que favorezcan la participación de los estudiantes en la evaluación, tanto individual como grupalmente. La búsqueda de una evaluación más "natural" (ecológica) en el sentido que coincida o se aproxime a las situaciones y tareas reales de estudio, de la profesión, de la vida social en general. La elaboración de instrumentos y procedimientos que brinden una información más integral del aprendizaje de los estudiantes, coherente con la unidad de lo afectivo y cognitivo. El valor relativo de los instrumentos y procedimientos, en tanto no existen métodos universales que sean válidos para todas las finalidades, aspectos y condiciones. En cuanto a su contenido estas tendencias se corresponden con las ideas expuestas en acápites anteriores sobre las concepciones, las funciones, el objeto y los participantes en la evaluación. Por su valor, pueden funcionar como principios de partida para planear y realizar la evaluación. Desde este "cuadro general" que ofrecen las tendencias, resulta oportuno abordar directamente algunos aspectos específicos de los instrumentos y procedimientos de evaluación. 5.2 ¿Qué instrumentos emplear? Existen numerosas clasificaciones de instrumentos y procedimientos para la evaluación del aprendizaje y amplias referencias sobre su construcción y aplicación. (Véase, por ejemplo, J. Villarroel, 1990; Fdez. Pérez, 1994) que incluyen los usuales y conocidos exámenes en todas sus variantes (orales, escritos; con preguntas tipo ensayo, semicerradas, estructuradas, de selección múltiple), hasta otras técnicas menos empleadas como escalas de actitudes, guías de observación, diarios de trabajo. Para cada una hay comentarios, basados en investigaciones y la experiencia empírica, sobre sus ventajas y límites. Todo ello muestra la diversidad de procederes y medios de que se dispone para la evaluación, y que es fuente de información de los profesores para seleccionar o para crear, ellos mismos, sus propias técnicas, ajustadas a las situaciones específicas. 73 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Ante este “arsenal” de instrumentos y procedimientos de evaluación, elaborados o por crear, cómo determinar cuáles utilizar. A tal efecto se requiere tener en cuenta que en la decisión de cómo evaluar intervienen diversos y numerosos aspectos, entre los que se encuentran los siguientes: • Los objetivos o finalidades de la evaluación que se quiere realizar. • El objeto de evaluación y sus atributos, teniendo en cuenta la importancia de una evaluación holística, donde se garantice la unidad de lo afectivo y cognitivo como principio de la formación. • Las fases o momentos del proceso de enseñanza aprendizaje, sus formas y métodos. • Las posibilidades o potencialidad de cada instrumento y procedimiento (y la combinación de los mismos) para ofrecer la información requerida sobre el o los atributos del objeto de evaluación y para conformar un juicio evaluativo. • Las condiciones sociales, físicas, de disponibilidad de recursos, de preparación de los profesores y otras, en las que se realiza la evaluación. Procede comentar algunos de estos aspectos sin pretensión de ser exhaustivo, solo ofrecer algunos ejemplos y reflexiones. Sobre los objetivos de la evaluación. Las técnicas o procedimientos pueden servir a distintas funciones en desigual medida, de ahí que su selección o construcción se haga teniendo en cuenta los fines de la evaluación. Funciones como la comprobación del nivel de dominio del contenido de una asignatura, o al nivel de un tema, difiere en complejidad y nivel de generalización respecto a aquellas evaluaciones que por ejemplo, se usan a los efectos de ir regulando el proceso de aprendizaje durante las clases, obtener retroalimentación sobre si el estudiante está orientado en lo que debe hacer, si ha comprendido, si le confiere importancia al contenido que está aprendiendo, si tiene interés por su aprendizaje, si se orienta en las estrategias que puede emplear al efecto. En los casos antedichos posiblemente no se requieren tareas evaluativas especiales (aunque no se excluyen), pues la información la aporta el comportamiento de los estudiantes durante la realización de las tareas docentes previstas para el logro de los objetivos de enseñanza, la interacción e intercambio de estudiantes y profesores. Es más, el empleo de medios formales o especialmente diseñados y aplicados para evaluar, puede, en tales casos, ser contraproducente respecto a los fines pretendidos. Es cierto también que un mismo instrumento o procedimiento puede cumplir diversas funciones y servir, por tanto, a varios fines simultáneamente. La observación del trabajo del estudiante, por ejemplo, el análisis de productos de la actividad, el interrogatorio dialogado en situación de resolución de problemas u otras, puede cumplir múltiples funciones de la evaluación en cualquier momento del proceso de enseñanza aprendizaje: al inicio, durante y al final del mismo. Este hecho posibilita que el sistema de evaluación no se sobrecargue de numerosas tareas evaluativas, lo que favorece tanto a estudiantes y profesores, porque aumenta la disponibilidad de tiempo de ambos y disminuye tensiones y ansiedades. En el mismo orden de los fines, si lo que interesa es establecer la posición relativa del alumno en un grupo o población de referencia en cuanto al conocimiento de ciertos contenidos a los efectos de su clasificación o selección, probablemente bastará con una prueba estandarizada de papel y lápiz, que se aplique en condiciones similares para todos y que se califique con referencia a la norma; es decir, en comparación con el rendimiento promedio de esa población o grupo. Obviamente, la información que se obtiene es esa, solo esa: qué conocimientos muestra en ese acto el estudiante sobre el contenido cuestionado y qué nivel ocupa en relación con los resultados de la población de referencia; y no más. Pero si interesa precisar en qué medida cumple o va cumpliendo los objetivos previstos, o cuáles son las potencialidades de cada estudiante y en qué dirección particular debe moverse para el logro de los objetivos comunes, se requieren otras técnicas (incluso combinación de varias) y sistemas de referencia. 74 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Sobre el objeto que se evalúa. La elección de las técnicas depende, a su vez, de qué se quiere evaluar. Su precisión se encuentra en los objetivos y contenidos de la enseñanza, por lo que constituyen un punto de partida y de referencia necesarias para la evaluación. Los objetivos y contenidos de enseñanza limitan y condicionan la selección de las técnicas a emplear, pues implican disímiles demandas evaluativas. En el objetivo se expresan los propósitos del proceso de enseñanza aprendizaje, en términos que indican el ámbito o esfera del saber (en un sentido amplio) objeto de apropiación por el estudiante y las cualidades inherentes al aprendizaje esperado. Ambos aspectos se convierten en contenido de la evaluación (aunque no lo cubren todo, porque faltan aprendizajes no previstos y el proceso mismo de aprender), y establecen exigencias a los instrumentos y procedimientos que se utilicen. La valoración de la expresión artística, por ejemplo, tiene características y requerimientos diferentes a la realización de operaciones matemáticas, o a la interpretación histórica de un acontecimiento, o a la constancia y responsabilidad ante el trabajo. En el orden de delimitar ámbitos de aprendizaje con sus correlatos metodológicos vale retomar las taxonomías de aprendizajes que ofrecen información de interés para la evaluación al introducir precisiones sobre qué se aprende y algunos mecanismos del aprendizaje que se infieren de tales precisiones y, por tanto, servir de fuente de criterios para seleccionar los instrumentos y procedimientos de evaluación. La proyección metodológica de tales distinciones puede verse, tomando como base, una de las clasificaciones usuales, que delimita contenidos conceptuales, de procedimientos y de actitudes (Santillana, 1996), aplicables a distintas materias científicas y por tanto a diversas asignaturas o disciplinas docentes. De acuerdo con dicha clasificación, en la evaluación de contenidos conceptuales se distingue la evaluación de datos o hechos y la de conceptos. La primera busca la obtención de respuestas exactas por parte del alumno a través de actividades de evocación (cuando no se presentan ayudas que faciliten el recuerdo) y actividades de reconocimiento (en el caso de que se requiera ayuda para facilitar el recuerdo). Esta evaluación sólo admite respuestas correctas o incorrectas y se debe limitar exclusivamente a aquellos datos o hechos que se deban recuperar frecuentemente en el contexto de las actividades cotidianas, pues "sería insensato que el alumno recuerde datos únicamente para el examen" (Ibid. pág. 38). La evaluación de conceptos busca verificar la comprensión de los mismos a través de técnicas que permitan al alumno manifestar de diversas maneras la comprensión del concepto como: la definición de significados, la exposición temática, la identificación y clasificación de ejemplos, la aplicación a la solución de problemas, la relación del concepto con otros conceptos del área o de otras áreas. Cabe comentar aquí, que si bien la división entre datos o hechos y conceptos sirve para denotar el distinto papel que tiene el aprendizaje de diferentes elementos del conocimiento, que hacen parte del contenido de las asignaturas, y por tanto su tratamiento diferenciado en la evaluación; la separación de memoria y comprensión que deja en evidencia es cuestionable. A la luz de los aportes actuales de la Psicología cognitiva, es difícil encontrar una adquisición de conocimientos sin comprensión e interpretación, como un acto de la llamada "memoria mecánica", pues cabría preguntarse si es aprendizaje. Como dice Resnich (1989) "el aprendizaje ocurre no por recordar la información, sino por interpretarla" (p. 2). Se requiere, en mi opinión, que las demandas sobre el manejo de datos y hechos evidencien la comprensión y utilización razonada de los mismos, por lo que se deben incluir en preguntas o problemas que exijan su uso de forma reflexiva y que deje en evidencia, para el alumno, la significación y necesidad de su conocimiento. Esto podría llevar a eliminar muchas de las preguntas memorísticas que aparecen con frecuencia en los cuestionarios de exámenes finales o en las pruebas parciales, o variar el formato y condiciones de las mismas en la dirección de permitir que el 75 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 estudiante haga uso de fuentes de información que le proporcionen los datos necesarios para solucionar el problema o dar respuesta a la pregunta planteada, mientras realiza el examen. En lo relativo a los conocimientos de procedimientos se plantea, que la evaluación debe averiguar si el alumno posee los conocimientos referentes al procedimiento y si lo utiliza y aplica en situaciones concretas. Los medios para obtener esta información son, en el primer caso, las preguntas sobre el procedimiento; en el segundo las producciones elaboradas por el alumno, que a su vez evidencia determinados indicadores de dominio, como la rapidez, la facilidad, precisión, automatización en la ejecución. Se advierte, atinadamente, que la evaluación de procedimientos no se desliga de la evaluación de conceptos, en tanto es necesario utilizar estos para ejecutar aquellos. Sin embargo, se dice, "implica priorizar la observación de la ejecución del procedimiento antes que la comprensión de los contenidos involucrados" (p. 40). Aunque este cierto distanciamiento entre la "ejecución" y la "comprensión" que se colige de este planteamiento, es cuestionable (ver acápite anterior sobre el objeto de evaluación), lo que interesa de la cita es rescatar el aspecto instrumental, referido a la observación de la ejecución. En efecto, las técnicas de evaluación se deben orientar a lo que se quiere saber, al objeto de evaluación (y no a lo que es más fácil saber). En el caso de los conocimientos de procedimientos, es preciso la observación de lo que hace y cómo lo hace el alumno, así como el análisis de sus producciones. Sería insuficiente evaluar por lo que dice el alumno, a través de una respuesta verbal, oral o escrita a las preguntas del profesor. Dada estas exigencias, es recomendable, en mi opinión, que la evaluación se apoye en las propias actividades de aprendizaje que se realizan con los alumnos, o que se sustente en tareas evaluativas que modelen las situaciones en las que el estudiante debe aplicar los procedimientos correspondientes, o, aún mejor, que se realice durante la práctica real, en condiciones naturales, por ejemplo, durante la práctica laboral en las unidades docentes. Respecto a los "contenidos actitudinales" la evaluación se basa en las acciones manifiestas del estudiante y las expresiones y compromisos verbales, mediante la observación de sus acciones, los cuestionarios y el uso de escalas de actitud (Santillana, p. 42). Exige, según la referida fuente, determinar una escala de valores para establecer parámetros de evaluación que expresen lo que se quiere evaluar y las circunstancias en las que se manifiesta la actitud (la situación personal, las otras personas, el contexto sociocultural). La evaluación deberá rescatar el componente cognitivo de la actitud (cómo y qué piensan), el afectivo (que preferencia y sentimientos expresan), el conductual (con qué acciones expresa la actitud). Con independencia del análisis crítico que admiten tales clasificaciones, al escindir a priori el objeto de evaluación en partes (conocimiento, procedimiento, actitudes), y por tanto al estudiante como sujeto del aprendizaje y evaluación, valgan estas referencias para subrayar la necesidad de múltiples y variadas formas de evaluación impuesta por la riqueza del objeto que se evalúa, sus diferentes facetas, donde están presentes tanto los conocimientos y habilidades como los sentimientos, actitudes, valoraciones, significaciones, modos de comportamientos. La evaluación “integral” del aprendizaje del estudiante es un problema por resolver. Sobre todo si se asume que no se trata de unir las partes que previamente se separaron, sino de partir de la integridad o unidad del estudiante, para entonces analizar y valorar cada atributo, con su particularidad y en su relación con otros atributos, como características y manifestaciones de un ser único. Esto tiene una importante implicación metodológica, pues resulta necesario no “perder de vista” al estudiante concreto, singular, cuyos conocimientos, habilidades, actitudes etc. se valoran; es decir, repercute sobre el procesamiento de la información que se obtiene por diversas vías y la utilización de sistemas de referencias para la evaluación. Además, conduce a la búsqueda de instrumentos y procedimientos que eviten la fragmentación en esferas o ámbitos a explorar y en aspectos 76 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 demasiados puntuales, como es común encontrar en exámenes compuestos de numerosos ítems o preguntas específicas, de detalles. En la medida que para la evaluación se instrumenten situaciones o tareas integradoras, que vayan a aspectos esenciales del contenido, a formas de proceder con el mismo, que exijan determinadas relaciones del sujeto con el objeto y de interacciones con otros sujetos implicados en dichas situaciones se facilita la evaluación integral del aprendizaje. Esto es, la modelación de actividades profesionales esenciales con sus requerimientos, o la evaluación en condiciones naturales de la práctica profesional. La conformación e inclusión en los planes de estudio universitarios de las disciplinas integradoras y de “exámenes integrales” pueden contribuir a una evaluación más holística de la preparación del estudiante, cuando no se restringe solo a los conocimientos e incorpora los modos y las pautas de interacción y actuación profesional competente. Hasta ahora estas disciplinas y exámenes son una aproximación a una integración cognoscitiva y, por ello, limitada. Indudablemente, la evaluación integral tiene muchas otras aristas y constituye aún un problema abierto, en espera de soluciones pertinentes. Sobre las fases o momentos del proceso de enseñanza aprendizaje, sus formas y métodos. De modo coherente con los postulados teóricos sobre el aprendizaje y el papel de la enseñanza en el desarrollo de los estudiantes, se requiere el desarrollo y utilización del método genético, que permita la valoración del proceso de formación, así como el uso de instrumentos y procedimientos de evaluación que respondan a las regularidades y momentos de dicho proceso. Desde esta perspectiva Witzlack (1986) ha proyectado el psicodiagnóstico orientado a la actividad, válido para la evaluación del aprendizaje, en el cual el criterio de selección de las propiedades psíquicas a evaluar emana de las exigencias de la actividad. Ello requiere del análisis de las estructuras objetivas de la actividad socialmente relevante y de la revelación de la estructura de la actividad psíquica y de sus mecanismos de regulación. Y plantea: “El diagnóstico orientado en la actividad es en primer lugar un diagnóstico del proceso y requiere métodos de medición, que no midan solo los efectos de cambio, sino que diagnostiquen el proceso de cambio mismo” (pag. 186). Por su parte, autores como D. B. Elkonin, L. A. Venguer y otros (citados por Talízina, 1986), quienes trabajan el diagnóstico con un enfoque genético, han hecho aportes en sus respectivos campos sobre metódicas y criterios para el diagnóstico que tienen gran aplicación práctica. En mi consideración, el propio proceso de enseñanza aprendizaje ofrece el contexto apropiado para la aplicación de un enfoque genético de diagnóstico o evaluación del aprendizaje de los estudiantes, en tanto dicho proceso se organiza y orienta a la formación del mismo. Se pudiera considerar como una especie de laboratorio natural, donde se observa dicha formación. De ahí la insistencia de aprovechar los datos que ofrece como base informativa para la evaluación, lo que no significa destinar las formas y métodos de enseñanza para la evaluación (es decir la subordinación de la enseñanza a la evaluación), que es una tendencia frecuente en la práctica. Un valioso referente teórico para instrumentar la evaluación del aprendizaje lo ofrece la mencionada Teoría de la Formación por Etapas de las Acciones Mentales desarrollada por P. Ya. Galperin y colaboradores. La identificación de etapas, cuya secuencia no necesariamente lineal, permite reconocer momentos y aspectos esenciales en la formación de los conocimientos y habilidades del estudiante, provee, a su vez, de criterios básicos para decidir formas y contenidos de la evaluación, con independencia de expresiones particulares y variantes diversas. 77 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 La evaluación se orienta en correspondencia con el contenido y los fines de cada etapa y con las características que marcan el tránsito de una a otra. Así, por ejemplo, en los momentos iniciales de un ciclo de aprendizaje de un nuevo contenido, cuando la evaluación debe indagar sobre la disposición del estudiante para dicho aprendizaje, sus conocimientos previos, su motivación, se pueden emplear diversas vías (preguntas orales o escritas, medios gráficos, solución de problemas, cuestionarios o escalas de actitudes, observación del comportamiento e inquietudes de los estudiantes ante problemas cuya solución no es conocida). Las decisiones al respecto deben ser coherentes con las formas y métodos de enseñanza previstos para iniciar el aprendizaje del nuevo contenido. La formación de una “base orientadora de la acción” exige que la evaluación explore y valore la comprensión que logra el estudiante sobre los conceptos, procedimientos, finalidad, significación, del objeto a aprender, a través de preguntas, diálogos u otras formas de indagación y valoración, que se pueden realizar en el contexto de una conferencia, de una clase teórico-práctica, de las tareas que se efectúan fuera de clase. Las etapas de ejecución de las acciones o tareas de aprendizaje por parte de los estudiantes, en los diferentes planos anteriormente referidos (ver acápite sobre objeto de la evaluación), requiere hacer uso de la observación del trabajo de los estudiantes, la exposición y argumentación oral o escrita de lo que hace, la realización de las acciones con el contenido pertinente; durante clases prácticas, seminarios, laboratorios, práctica de producción, realización y defensa de trabajos de curso. Como es sabido, dicha evaluación debe permitir el control y la valoración, en cada etapa, de la ejecución inicialmente desplegada (por operaciones) y después resumida (por resultados finales) de las tareas que realiza el estudiante. A su vez, las cualidades que deben caracterizar los conocimientos y habilidades en formación, sirven de parámetros para la evaluación en cuanto a criterios y formas. Así, por ejemplo, para evaluar el nivel de generalización tanto durante la formación como en el aprendizaje logrado, se requiere diseñar tareas variadas e incluso totalmente nuevas para el estudiante, que permita medir el grado de generalización logrado. Para valorar los niveles de independencia, como cualidad del aprendizaje, es preciso prever y proveer diferentes niveles de ayudas en la realización de las tareas según se demande por el estudiante. Para evaluar la formación de un hábito, es decir de una acción que por su nivel de dominio se puede ejecutar automáticamente, resulta conveniente poner al estudiante en situación de la ejecución de dos o más acciones simultáneas. Para valorar niveles de reflexión es imprescindible la argumentación, la explicación por el estudiante, de lo que hace y de por qué lo hace. Para una información más amplia y gráfica de estos aspectos se recomienda consultar los trabajos de N. F. Talízina (1985, 1988). El marco teórico que se conforma desde la referida Teoría permite instrumentar los aspectos anteriormente señalados, mediante variadas vías, procedimientos, medios, provenientes de resultados investigativos que se producen desde otros enfoques, como el de la psicología cognitiva contemporánea. Desde dicha dirección se ha profundizado en el estudio de determinados aspectos consustanciales al proceso de aprendizaje tales como, la base de conocimientos, su organización y estructuración, las estrategias de aprendizaje y los procesos de solución de problemas, entre otros, que trae aparejado un arsenal de vías de estudio, que repercuten en la evaluación, en tanto las técnicas y vías utilizados en la investigación se incorporan a la práctica de la enseñanza. Un aspecto destacable es el desarrollo que ha tenido en las últimas décadas la valoración de la organización y estructuración del conocimiento. Basado en los resultados investigativos procedentes de las ciencias cognitivas, relativos al papel de la base de conocimiento del alumno en el aprendizaje, se han desarrollado diversas procedimientos gráficos (Holley y Dansereau, 1984), como los mapas conceptuales (Ausubel y Novak, 1982); o los 78 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 procedimientos de análisis informatizado basados en el escalamiento multidimensional (Britton y Tidwell, 1995), el análisis de árboles (Sattath y Tversky, 1977), técnicas de análisis de estructuración de conceptos (Champagne y cols., 1981), la técnica abreviada FITS (Fill-inthe.structure) desarrollada por Naveh-Benjamin, McKeachie y Lin (1995), citados por Vizcaino (1997). Estos procedimientos pueden servir a los efectos de evaluar la comprensión (en la etapa de la formación de la “base orientadora de la acción”) y los resultados finales del aprendizaje. Similares técnicas se desarrollan para analizar el conocimiento previo de los estudiantes antes de iniciar algún ciclo de aprendizaje y que pueden formar parte del contenido de la evaluación en la primera etapa de formación, como diagnóstico inicial. Aunque desde los enfoques cognitivos, se ha hecho mayor énfasis en lo referente a los conceptos o nociones previas que tiene el estudiante sobre el contenido que va a aprender, esta evaluación se debe extender además, como se dijo al abordar el objeto de evaluación, a otros aspectos relevantes: su interés y disposición para el aprendizaje, la importancia que le confiere a dicho contenido, las estrategias de que dispone para acometer el aprendizaje. A tales efectos existen diversas técnicas consistentes en cuestionarios, escalas de actitudes, entrevistas individuales y grupales, sistema de perfiles múltiples sobre dimensiones relevantes del conocimiento previo y la propia observación del comportamiento de los estudiantes en los estadios iniciales de la enseñanza del tema, la asignatura o el nivel de que se trate. En esta dirección se destacan los instrumentos especialmente conformados (a la manera de cuestionarios o de ejercicios) para develar los significados que adjudican los estudiantes a conceptos y términos científicos, especialmente en el campo de la enseñanza de las ciencias naturales y de la matemática. El contenido de los mismos toma en consideración los resultados de las investigaciones sobre las nociones, preconceptos o concepciones alternativas, que con mayor frecuencia se asumen por los estudiantes, resultantes de un conocimiento espontáneo o de una enseñanza precedente, que de algún modo ha sido insuficiente para que el estudiante se apropie de los significados establecidos y aceptados por la comunidad científica. En correspondencia con la función y el contenido de un diagnóstico inicial u otro momento del proceso de aprendizaje, referidas en acápites anteriores, se imponen ciertos requisitos metodológicos. No es suficiente la aplicación de una prueba o algún medio similar que constate un nivel alcanzado, sino cuánto y cómo se puede modificar ese nivel, cuáles podrían ser las direcciones de las acciones necesarias. Dicha exploración va, por lo general, más allá de la realización de una prueba el primer día de clase o antes de iniciar un curso, e incluso no necesariamente requiere que sea una prueba en el significado tradicional del término en el lenguaje escolar; las propias tareas docentes que se realizan en las etapas iniciales de un curso, por ejemplo, aportan información pertinente al efecto, porque actúan, en su conjunto, como un breve programa diagnóstico. Una prueba o una tarea, puede ser uno de los elementos que conforme el diagnóstico, como una información quizás necesaria, pero no suficiente. En cualquier caso (evaluación inicial o durante el proceso; prueba o “programa diagnóstico”), las tareas que contenga requiere un diseño donde se ponga en tensión al estudiante, que lo provoque, que constituya un reto para avanzar y para tomar conciencia de la distancia entre el nivel de aprendizaje alcanzado, sus límites y las metas a lograr, creando un conflicto cognitivo que lo impulse a estudiar, ofreciendo información sobre posibles direcciones de su desarrollo; a los efectos de su autovaloración y autorregulación. El diseño de las tareas evaluativas, por tanto, debe contemplar ayudas dosificadas y diversas, como procedimiento para explorar las direcciones del desarrollo potencial del estudiante. Dichas “ayudas” son halones del desarrollo, esto es, creación de nuevas posibilidades de ejecución. No se trata de dar más información o de ofrecer esa información en distintos tipos de lenguaje que la hagan más accesibles al estudiante, para constatar hasta donde llega su comprensión y ejecución en una 79 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 determinada área del saber sino para provocar el propio avance, para modificar y constatar tal modificación, como indicador del desarrollo que emerge de y en la colaboración conjunta, en la relación con el otro. Esta información es la vital para la evaluación, porque entra en línea con la esencia del proceso de aprendizaje en la enseñanza. Dichas ayudas se planifican y realizan en dependencia de las demandas del estudiante al realizar las tareas. Su dirección va en sentido descendente o ascendente, según se trate de una evaluación final (asignatura, tema, etc.) o del proceso respectivamente. En el primer caso, las tareas se presentan al nivel de complejidad y exigencia mayor: el propuesto como meta a lograr y desciende, en función de las “ayudas”, hasta el nivel que le es accesible al alumno correspondiente, lo que permite precisar el nivel al que ha llegado. En el segundo caso, del proceso, la evaluación sigue la misma dirección que la formación, va constatando y valorando cómo se produce el proceso de apropiación desde una acción compartida (con mayor nivel de ayuda) a la acción independiente (sin ayudas). Por otra parte, el contenido y la forma de la evaluación no tiene que ser igual para todos los estudiantes y grupos, aunque esté regida por fines comunes, plasmados en los objetivos y contenidos de la enseñanza. Difiere por la especificidad individual y por la multiplicidad de direcciones del desarrollo posibles en el contexto sociohistórico dado, y dentro de los límites que permiten los objetivos y las condiciones reales de la enseñanza. En cualquier circunstancia, los resultados de la evaluación sustentan tanto la atención individual, como las decisiones del profesor y de los estudiantes, respecto a las estrategias de enseñanza a aplicar para todo el grupo. Un apunte necesario: Se puede cuestionar que en este enfoque la evaluación usurpa el espacio del método de enseñanza, que se identifican. No, la evaluación existe integrada al proceso de enseñanza aprendizaje, a sus métodos, lo acompaña y le sirve en tanto aporta la información evaluativa necesaria para la conducción del proceso. Es cierto también, que la propia actividad evaluativa sirve de medio y vía para aprender, es una función que cumple simultáneamente, que no lo hace bien si se la deja a la espontaneidad. De ahí la necesidad de que se clarifique todo el proceso evaluativo y el estudiante pueda apropiarse de él como instrumento que regule su acción sobre la realidad y sobre sí mismo. Sobre las potencialidades de los instrumentos y procedimientos. Existen, sin duda, diferencias entre los instrumentos o técnicas a emplear respecto a su potencialidad para obtener información relevante a la evaluación. Ello lleva a la necesidad de un análisis sobre las bondades y límites de cada uno en su relación con los fines, objeto y condiciones de la evaluación, al momento de decidir cómo se va a evaluar. Una mayor potencialidad en el sentido apuntado, no significa, necesariamente, mayor complejidad y dificultad en su elaboración y su aplicación. La observación, por ejemplo, es un procedimiento muy potente para acceder a una rica y variada información sobre el aprendizaje del alumno y es, relativamente, poco compleja su utilización en las condiciones del aula o de la práctica profesional o investigativa de los estudiantes, donde existe interacción entre estos y el profesor y cuando los estudiantes tienen tareas concretas que realizar. Asimismo las diversas técnicas de autoevaluación, evaluación por pares y evaluación grupal, que pueden acompañar el desarrollo de las clases o hacerse de modo especial, constituyen medios importantes para la evaluación y se ajustan a la enseñanza de la mayoría de las asignaturas, de los grupos de estudiante y de las posibilidades de los profesores. Una importante línea de avance en el aspecto metodológico de la evaluación se encuentra en la denominada evaluación por portafolio (“carpeta”) o de ejecuciones. En la educación superior cubana existen interesantes experiencias en carreras como arquitectura y las de arte. Se trabaja, con carácter investigativo, en algunas otras áreas como en lenguas extranjeras y en matemática. Se acepta como una forma de presentación de la información para la obtención de un grado científico. 80 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 La evaluación por portafolio es una dirección de trabajo de las más interesantes y prometedoras por su potencia en cuanto a la cantidad y calidad de la información y por su coherencia con concepciones actuales sobre el aprendizaje, en tanto tiene como fin primordial obtener una muestra de los trabajos del estudiante en un área de conocimiento, que sea representativa, por la diversidad de procesos cognitivos y aspectos de contenido, del dominio de un área y del interés del estudiante por la misma. Se trata de la ejecución de tareas reales o "auténticas" durante un período relativamente largo, y que permite apreciar el proceso y resultado del trabajo. La evaluación de portafolios se realiza, a la manera de la evaluación artística, donde se selecciona y conforma una colección de ejecuciones diversas. En el caso del estudiante puede incluir ensayos, experimentos, informes, monografías, tareas investigativas de diversa índole, trabajos multimedia u otras, seleccionadas con el criterio de que muestran los mejores trabajos o producciones del alumno en el área y las contradicciones, limitaciones y avances que ha presentado en el curso de su desarrollo. El estudiante solo o con orientación del profesor realiza la selección, lo que da margen de libertad al alumno en sus decisiones y promueve la reflexión crítica y la autovaloración de su trabajo. Por lo general estos portafolios o colección de ejecuciones, incluyen una introducción donde el estudiante explica los objetivos del trabajo y los criterios de la elección, así como la valoración de los aportes y las limitaciones. Todas estas reflexiones son, a la vez, importantes elementos de información para la evaluación. Tanto para la selección como para el análisis crítico se requiere que el alumno conozca plenamente los criterios que se tienen en cuenta a los efectos de la evaluación. Uno de los aspectos más debatido en relación con esta modalidad, es precisamente el de los aspectos a tener en cuenta y los criterios evaluativos, que se concretan en las llamadas rúbricas, orientadas a establecer cierta homogeneidad ante tal diversidad (un estudiante difiere de otro en las ejecuciones relativas a la misma área del saber). La emisión de juicios evaluativos se sustenta en los criterios de jueces (profesores, podrían además actuar como tales los estudiantes), preferiblemente más de uno para contrastar sus valoraciones. En cualquier caso la argumentación de los criterios para la selección de las ejecuciones y su valoración es esencial y debe sustentarse teóricamente. En este sentido resultan muy interesantes las propuestas de tratar las discrepancias entre jueces como datos (Moos, 1994; citado por Vizcarro 1997); esto es, los desacuerdos e incongruencias sobre la valoración del conjunto de una obra de un alumno, por ejemplo, se tratan como incógnitas y cuestiones que deben ser interpretadas y resueltas mediante el diálogo entre los jueces. El análisis de todos los datos, incluidas las discrepancias y su solución por vía de la interpretación, debe conducir a dar sentido a la información global sobre el alumno. La evaluación de ejecuciones se vincula con otro aspecto que constituye también un planteamiento actual de la evaluación, referido a la validez ecológica de las tareas evaluativas (ítems, preguntas, producciones que sirven de medio de evaluación). Se trata de que el contenido de las tareas concuerden o se aproximen a las situaciones reales y a sus condiciones. Asimismo, que las tareas evaluativas que se seleccionen sean representativas en cuanto cantidad y contenido de la diversidad de situaciones y procesos cognitivos que implican. Finalmente, las posibilidades o potencialidad de los instrumentos y procedimientos de evaluación aumenta considerablemente por la combinación racional de los mismos. La evaluación del aprendizaje no debe descansar en una sola fuente o vía de información, atendiendo al carácter complejo del aprendizaje y al origen interactivo del mismo. que fundamenta la atención no solo de las características del alumno, sino además, del contexto educativo donde el alumno se desenvuelve. La evaluación busca información sobre el alumno y sobre el contexto en el que se lleva a efecto el proceso de enseñanza aprendizaje, para considerar los diferentes factores que pueden estar incidiendo y poder determinar la respuesta educativa necesaria para cada caso. Ello exige combinar 81 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 diversas técnicas y procedimientos que permitan obtener y valorar la información pertinente, como las observaciones del trabajo del estudiante y de las relaciones que establece durante el proceso con otros alumnos y con el objeto de conocimiento; el análisis del contenido de las tareas de aprendizaje, la modelación de situaciones. De ahí que en la actualidad se aprecie de modo muy favorable los procederes que permiten contrastar y combinar información proveniente de diversas fuentes (alumnos, otros estudiantes, profesores) y obtenida por distintos métodos (pruebas, observaciones, entrevistas u otros), que se denominan procedimientos de triangulación o multiangulación. Sobre las condiciones en que se realiza la evaluación del aprendizaje. En este aspecto se incluye un conjunto diverso de factores de variada naturaleza, como son las condiciones sociales, de interacción entre los profesores y estudiantes y de estos entre sí, el clima psicológico, la preparación de los profesores para usar una u otra técnica lo que puede favorecer o dificultar la evaluación, la disponibilidad de recursos, las condiciones espacio temporales y otras. Es sabido que en condiciones de grupos numerosos de estudiantes o de muchos grupos por profesor, las posibilidades de una evaluación más individualizada se ven limitadas, lo que afecta a la evaluación. No obstante, aún en tales condiciones existen procederes que pueden coadyuvar a los diversos fines de la evaluación, sin constreñirse a la tradicional aplicación de pruebas en momentos determinados del curso. La apertura a la participación de los estudiantes en su propia evaluación y en la de sus compañeros, la evaluación en y por el grupo, tanto en clase como referidas a producciones y tareas que se realizan fuera del aula, permite potenciar el trabajo del profesor, transferir a los alumnos responsabilidades, tareas, aumentar la información que se podría obtener sobre el aprendizaje, aliviar el trabajo del propio profesor y, a la vez, contribuye a la formación de los estudiantes. La práctica de la evaluación de sí mismo, la evaluación por pares, la evaluación grupal, en la mayoría de sus variantes, implica siempre prever dentro del tiempo de clase el espacio necesario para el análisis de la evaluación en cuanto a su diseño, aplicación y resultados. “Siempre” quiere decir, tanto en grupos pequeños como numerosos. El uso creciente de las nuevas tecnología de comunicación e informática es un factor importante para solventar muchos problemas de la evaluación que surgen de la enseñanza masiva. Las nuevas tecnologías tienen una marcada e inobjetable influencia dentro de la educación, y la evaluación no escapa a dicha influencia. La determinación de sus bondades, potencialidades y, también, la de sus riesgos para la evaluación del aprendizaje, se erige en problema científico de actualidad, que conviene sea abordado con detenimiento, por nuestra educación superior, en un futuro cercano. El clima sociopsicológico favorable y una comunicación adecuada entre el profesor y los estudiantes son condiciones a crear. Es decir, no se trata de adaptarse a lo que exista sino de propiciarlas. El intercambio en cuanto a los fines de la evaluación, la “negociación” o, preferiblemente, concertación de dichos fines, de las formas de realizar la evaluación, de la utilización de los resultados, deben llevar a concebirla como una tarea común donde cada uno de sus participantes puede sugerir, argumentar, proponer las mejores vías para ello. El uso de la evaluación, por el profesor, con un carácter compulsivo, de amenaza, para penalizar a los estudiantes, conspira contra el clima psicológico favorable que se requiere para un despliegue de las funciones formativas de la evaluación. Lo que no está reñido con la exigencia: son dos aspectos diferentes que no guardan relación causal directa o unívoca. Por otra parte, las dimensiones espacio temporales de la evaluación del aprendizaje constituyen aspectos relevantes por su significación como condiciones y como expresión de las concepciones que fundamentan la misma. De ahí la necesidad de hacer, cuando menos, una breve referencia a ellas. 82 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 La tendencia actual valoriza la presencia de la evaluación durante todo el proceso de enseñanza aprendizaje, no solo al final, como caracterizaba a un enfoque centrado en los resultados. No obstante, es sabido que una evaluación continua puede fácilmente manifestarse como una serie de “evaluaciones sumativas”. Evidencias de ello se encuentran al observar como la evaluación ocupa momentos específicos. Suele ocurrir con frecuencia, que el proceso “se detenga” para evaluar (realizar una prueba u otra actividad evaluativa) y luego las clases continúen como si nada; muchas veces sin siquiera una verdadera retroalimentación de los resultados y mucho menos una regulación en correspondencia con dichos resultados. Existe, además, una práctica bastante generalizada en la enseñanza universitaria, de destinar períodos determinados a la ejecución de exámenes finales (después de las clases), dos, tres, y hasta cuatro semanas por período, que se planifican para que los estudiantes se puedan concentrar en dicha actividad y “rendir” en mejores condiciones, sin interferencias. Cabría reflexionar sobre este hecho que se muestra tan natural, cabe también cuestionarse si debe ser así cuando se concibe que la evaluación es parte del proceso y no algo añadido que responde, en realidad, a otros fines. Merece reflexionar sobre la posibilidad de que tal organización favorezca el “finalismo”, que constituye otra patología de la evaluación. Las posibles razones de esta disociación van desde las incuestionables dificultades para instrumentar la evaluación del proceso, hasta la fuerza con que operan las exigencias externas sobre las “internas” del propio proceso. Es decir, del ejercicio de la evaluación se demanda más socialmente- un resultado que justifique decisiones administrativas o de control sobre el estudiante, por parte de la propia institución o del sistema educativo, que las urgencias que puedan sentir los profesores y estudiantes por someter a crítica, reflexión y regular el proceso de enseñanza aprendizaje durante su desarrollo. Pueden estar presentes también, concepciones de los propios profesores, las condiciones de la enseñanza que limiten su realización, las tradiciones en cuanto a los instrumentos y técnicas a utilizar, entre otros. En las decisiones sobre cuando evaluar, entra la consideración de las necesidades que sientan los estudiantes y los profesores respecto a la evaluación. Existen investigaciones que dan cuenta de la conveniencia de realizar evaluaciones del aprendizaje en determinados momentos, a instancia del propio estudiante, aun cuando la información que se dispone sobre el desempeño del mismo resulte suficiente para valorar y conducir el proceso de aprendizaje (Kulic, 1973, citado por Talízina, 1983). Se trata, en estos casos, de la necesidad del estudiante de precisar o de reafirmar su situación en el proceso o los logros que alcanza, de recibir la valoración de otros y, también, de sentir el reconocimiento social de sus compañeros y profesores. En cuanto a la dimensión espacial la práctica tradicional predominante sigue ubicando a la evaluación en el aula, como lugar privilegiado, porque, a criterio de los profesores (Fdez Pérez, 1994) facilita el control de las condiciones de ejecución (trabajo individual, sin material de consulta, control del tiempo). Las transformaciones en la concepción del proceso de enseñanza aprendizaje y de la evaluación, lleva aparejada una visión más amplia, que trasciende el contexto áulico y se extiende a los distintos escenarios donde el estudiante aprende. Este asunto es de especial interés en lo referente a los componentes investigativos y de la práctica laboral del curriculum, consustancial a la educación superior, cuyo desarrollo se da en muy diversos contextos de la práctica profesional y científica. Sin embargo, su presencia no tiene, hasta ahora, el peso que merece. La obtención de información para la evaluación presenta cierto sesgo que privilegia las clases y las pruebas y exámenes que se 83 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 efectúan en el aula, más que al trabajo de los estudiantes en las unidades docentes u otros centros laborales y de estudio donde realizan tareas propias de la profesión y de la investigación. En resumen, la determinación de los instrumentos y procedimientos a utilizar en la evaluación está condicionada por: los objetivos o finalidades que se persigan con la evaluación, los aspectos que serán objeto de evaluación, las fases o momentos del proceso de enseñanza aprendizaje, las posibilidades o potencialidad de cada instrumento, las condiciones (sociales, físicas, de disponibilidad de recursos, de preparación de los profesores y otras), las concepciones sobre la evaluación. La tendencia predominante es a la diversificación, a la combinación racional de instrumentos y procedimientos, a la búsqueda de la validez ecológica que acerque la evaluación a las condiciones naturales del proceso de aprendizaje y al contenido del mismo, al empleo del enfoque genético, a la apertura en la participación de los sujetos; en definitiva, a la subordinación del cómo a las demandas pedagógicas y regularidades del proceso de enseñanza aprendizaje. La multiplicidad de factores que intervienen en las decisiones sobre cómo llevar a efectos la evaluación, con qué instrumentos y procedimientos, explica el carácter relativo de los mismos y la insistencia de que no existen medios instrumentales que tengan un valor universal; esto es, que se ajusten a todas las finalidades, aspectos y circunstancias. Sin desconocer que hay vías más potentes o de más amplio espectro que otras, como se ha tratado de argumentar en las líneas anteriores, y sin ignorar las urgencias de elaboración y perfeccionamiento de dichos instrumentos y procedimientos. 84 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE EN LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA VI LA CALIFICACIÓN: ¿cómo elaborar el juicio evaluativo?. VII PROYECCIONES HACIA LA PRACTICA DE LA EVALUACION. CONSIDERACIONES FINALES Miriam González Pérez Centro de Estudios para Perfeccionamiento de la Educación Superior. Universidad de la Habana Con este articulo Finalizamos la publicación de la monografía de la investigadora Miriam González Pérez que constituyó uno de los resultados de su proyecto de investigación, perteneciente al Programa Ramal de Investigaciones Pedagógicas en la Educación Superior del Ministerio de Educación Superior. VI LA CALIFICACIÓN: ¿cómo elaborar el juicio evaluativo?. Los diversos problemas de debate actual en el campo de la evaluación se asocian, en mayor o menor medida, a la calificación, de ahí que constituya un aspecto de singular relevancia al abordar el tema de la evaluación del aprendizaje. Resulta, además, uno de los aspectos donde teoría y práctica aparecen más disociadas. Por tal razón en el presente trabajo se aborda la calificación como acápite independiente, aun cuando forma parte del cómo de la evaluación; es decir, es una de sus fases o acciones componentes. El propósito fundamental es la identificación de problemas asociados a la calificación, incentivar la reflexión como paso necesario para la búsqueda de soluciones, subrayar la necesidad de que dicha búsqueda se sustente en una concepción comprehensiva, formativa de la evaluación del aprendizaje. La calificación se asocia a cuestiones tales como el debate que enfrenta calidad y cantidad, evaluación y medición, la crítica a la reducción de la evaluación a la emisión de la calificación; las funciones clasificadoras de la educación a las que sirve la calificación. Sin entrar a abordar, ahora, cada cuestionamiento a los cuales, además, se ha hecho referencia en lo que antecede, resulta oportuno para mostrar la intensidad de las preocupaciones y críticas, revisar algunas reflexiones que hace M. A. Santos (1993) en su interesante obra "Hacer visible lo invisible" sobre las mediciones (y calificaciones) en el ámbito educativo. Al respecto señala: "El fenómeno de atribución numérica a realidades complejas supone un riesgo importante, no solo por la imprecisión, sino por la tergiversación, agravado por el hecho de la apariencia de objetividad que encierra el número" (p. 39). Los riesgos los ubica, tanto en el proceso codificador "ya que se parcela una realidad única y se califica numéricamente un hecho cualitativo desde la particular subjetividad del calificador", y en el proceso decodificador, "ya que se atribuye significados, quizás desde otros códigos, a los números asignados por el calificador"..."olvidarse de este proceso de atribución y comenzar a barajar los números y a operar estadísticamente con ellos (más directamente, a atribuir un valor comparativo a los guarismos) es un ejercicio descarado de arbitrariedad, con escasas apariencias de rigor para quien se detenga a considerar desde el comienzo, el proceso evaluador" (p.40). Por su parte, Hans Aebli (1989), destacado profesor de Psicología Pedagógica en la Universidad de Berna, al abordar los exámenes y las calificaciones señala atinadamente: "La medición cuantitativa de un logro no es por sí misma incorrecta. Lo es cuando a partir 90 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 de esas mediciones comenzamos a proyectar cosas que no están contenidas en ella, y cuando se espera de una cifra lo que ni puede ni pretende expresar. El hecho de que las notas expresen los logros escolares de una manera abstracta y poco profunda tiene también sus ventajas, precisamente por el hecho de que no pretenden incluir toda la personalidad." (p. 336). En mi opinión el asunto de la calificación es uno de los problemas teóricos centrales de la evaluación del aprendizaje, pues se vincula directamente con la problemática de la medición de las cualidades o propiedades psíquicas del individuo que resultan del aprender, así como del proceso mismo de aprendizaje. Este lugar privilegiado en el debate, hace que sea abordado desde distintas dimensiones y perspectivas teóricas. 6.1 Las tendencias actuales se mueven en diferentes direcciones: En su cuestionamiento dentro de la evaluación que llevan a propuestas de eliminación; Su aceptación, pero con un enfoque más cualitativo, descriptivo, explicativo, con modos de proceder propios de enfoques cualitativos, en contraposición de los cuantitativos. La combinación de ambos procederes y de los sistemas de referencia y el énfasis en sistemas que atiendan lo ideográfico, lo específico o singular en el aprender del estudiante y las exigencias de la actividad objetiva (de aprendizaje y profesional). La necesidad de la calificación. Ante los numerosos cuestionamientos resultan válidas las preguntas: ¿Es necesaria la calificación? ¿Cuándo?, ¿Por qué?. Los criterios que a continuación se exponen son propios, derivados, por supuesto, del estudio y la reflexión de las fuentes bibliográficas y mi experiencia como docente. Por definición la actividad evaluativa incluye, como un momento esencial, la calificación, en tanto constituye la formulación y expresión del juicio valorativo sobre el objeto que se evalúa o sobre un rasgo o aspecto del mismo, en términos tales que informen, de modo compilado, sobre la valía y el mérito del mismo. Como valía se considera la medida en que el objeto evaluado responde a las necesidades que sustentan su existencia y a su propio ser sustantivo (a su naturaleza de acuerdo con la imagen o el modelo teórico del objeto); como mérito la calidad con que se da a partir de los criterios que se determinen al efecto. Constituye la expresión sintética de los resultados del procesamiento e interpretación de los datos de que se dispone sobre el objeto de evaluación. Se asume explícita y definitivamente que calificar no es evaluar; aquella es una parte y no el todo. La construcción de un juicio valorativo requiere de un sistema de referencia del que parte el evaluador y en los que inserta las evidencias o datos que obtiene sobre el objeto y que permite, por contrastación con aquel, emitir el juicio. La expresión de este mediante un sistema simbólico (un término del mismo sea numérico o no) concreta la calificación. Se habla de juicio y no de nota porque aquel es más amplio en su significado. No obstante, la calificación siempre supone la reducción de la información que se obtiene durante el proceso y aunque implica una compilación de dicha información, siempre hay pérdida de la misma, restringe su riqueza y amplitud; este hecho establece límites en cuanto al significado de un resultado calificativo. En otros términos, no es legítimo adjudicar más significados a una calificación que lo que ella misma porta, problema frecuente en la práctica de la evaluación, que se extiende a lo que representan realmente los certificados escolares a efectos de selección, promoción u otros. La calificación no aporta toda la 91 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 información del aprendizaje que se evalúa. A las certificaciones que se emiten sobre su base no se les debe extraer más información ni conferir más valor del que realmente tienen. Los términos en que se formulan los juicios son diversos, tales como adjetivos calificativos, notas numéricas, letras u otras formas de emitir un juicio global. Los resultados se pueden expresar también mediante informes más o menos detallados, descriptivos, explicativos, sobre el objeto que se evalúa. Los términos que se utilicen no son los que definen la esencia de la calificación, sino lo que ellos significan; aunque los términos pueden diferir en cuanto a su capacidad de expresión, siendo más o menos pertinentes en este sentido y en la medida que se asocian a los procedimientos de calificación. La necesidad de la calificación puede ser abordada por sus funciones reales o potenciales. Dentro de ellas se pueden señalar: ♦ Función de información. Al consistir en una expresión sintética de los resultados de la evaluación en un momento dado, viabiliza la comunicación de los mismos, a efectos administrativos docentes (uso más connotado), pero además, el intercambio informativo entre profesores que comparten la enseñanza de los alumnos y entre el profesor y los estudiantes a los fines de adoptar las acciones de regulación necesarias. ♦ Función de valoración. Los resultados que se concretan en las calificaciones sirven de base para hacer valoraciones globales de la enseñanza y del aprendizaje. También de los individuos en lo relativo a los atributos objetos de evaluación y referidos en la calificación. ♦ Función de verificación. Por lo general se utilizan para rendir cuenta, del alumno ante el profesor, del profesor ante la institución, de la institución ante la sociedad, desempeñando una función de control respecto al logro del encargo social. ♦ Función de clasificación. La calificación del aprendizaje de los estudiantes permite hacer clasificaciones de los alumnos (en función de sus logros, los avances en momentos dados del proceso), de los grupos, de las características del aprendizaje que se va produciendo (naturaleza y calidad de los logros, áreas y aspectos más o menos favorecidos, tipos de errores, etc.), del proceso de enseñanza aprendizaje en su conjunto. Esta clasificación sirve, prácticamente, a los fines antedichos. La clasificación en el ámbito educativo resulta ser peligrosa y necesaria a la vez. De ahí que al manejar esta función se deba hacer con conocimiento de sus límites y de sus riesgos. La reflexión crítica y sistemática sobre su uso y efectos es un antídoto necesario a tales riesgos. El valor de la evaluación depende del grado que permite orientar el aprendizaje y aquellos resultados evaluativos que se expresan en la calificación, por muy precisa que esta sea, no son suficientes para dar respuesta a las necesidades de cada estudiante. Sin embargo, como bien señala M. A. Verdugo (1996), necesitamos categorías para hablar de los alumnos y guiar las decisiones sobre las ayudas que requieren, dichas categorías son útiles porque facilitan y simplifican la comunicación profesional entre profesores y otros especialistas al hablar de los tipos y formas de apoyo necesitados, por lo que un sistema clasificatorio podría estar unido a las necesidades de las personas y del proceso de enseñanza aprendizaje. Los riesgos de la clasificación que se produce, casi inevitablemente, con base en la calificación, son bien conocidos aunque demasiados desatendidos. La clasificación derivada de la calificación puede llevar a daños en los alumnos tales como la segregación, la reducción de expectativas de rendimiento, el desinterés, la afectación en la valoración del estudiante por parte del grupo y por ende en la autovaloración del estudiante, como se 92 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 muestra en diversas investigaciones (P. Rico, 1987; Verdugo, 1996). Al respecto se subraya la importancia de no encasillar a los alumnos en "buenos" y "malos" o categorías similares. Desde una dimensión pedagógica, un problema central de la calificación radica en la determinación y empleo de los criterios de calificación. Mas directamente, con la fundamentación de los criterios que se asumen para calificar el aprendizaje. Los criterios de calificación tienen que corresponder con el objeto de evaluación. Ser pertinentes al mismo. De lo contrario la evaluación no será válida. Los procedimientos para establecer los criterios pueden ser diversos, pero en esencia la línea de su determinación implica: ♦ Partir del análisis del objeto de evaluación (el aprendizaje al que se aspira), precisando los aspectos o atributos que permiten caracterizarlo, cuantitativa y cualitativamente, en su proceso y resultados. ♦ Determinar los indicadores, cuantitativos y cualitativos, del aprendizaje, esto es, aquellos elementos que informan sobre el mismo, en correspondencia con los aspectos o atributos antes señalados. ♦ Definir, sobre la base de los indicadores, los criterios que permiten juzgar sobre el aprendizaje del alumno. ♦ Expresar el resultado en términos calificadores. Dicho juicio puede ser expresado de diversas formas, pero lo más usual es utilizar categorías de una escala ordinal que permita agrupar y ordenar los datos en niveles de calidad del aprendizaje. Como se puede colegir de este proceder general, no existen criterios generales válidos para calificar cualquier aprendizaje de modo uniforme, porque las líneas de variabilidad son múltiples: por el contenido del aprendizaje, la situación, la diversidad cualitativa del estudiante, el tipo de evaluación de que se trate, su finalidad y por los sistemas de referencia que se asuman. Se reitera, para cualquier caso, la necesidad de contar con una teoría del objeto de evaluación, es decir, un modelo teórico o representación de la naturaleza (características, atributos, regularidades) de aquello que se quiere evaluar; que es fuente de indicadores y de los criterios de calidad del aprendizaje. 6.2 Sistemas de referencias para la calificación. Dentro de la calificación, el asunto de los sistemas de referencia, merece un espacio particular que ayude a comprender el proceso evaluativo, en sus bases teóricas y metodológicas vinculadas a la medición. Al respecto G. Witzlack (1989), considera que el problema metodológico central de la medición psicológica se encuentra en la problemática de la formación de las escalas, vinculada a los sistemas de referencia. De hecho un aspecto esencial de la medición consiste en representar un conjunto de objeto o atributos de los mismos y sus relaciones objetivas (lo que se pretende medir), en otro sistema o conjunto de números, símbolos u otros y las relaciones entre estos. Para que esa “representación” proceda debe tener un sustento determinado que garantice que un sistema puede dar cuenta del otro, de sus propiedades y expresarse en cierta escala (por lo general nominal u ordinal). El análisis actual de los sistemas de referencia requiere de una visión histórica. Al tratar de tipificar los criterios que sirven de base a la calificación, se pueden delimitar varias formas o procedimientos que dan lugar a tipos principales de sistemas de referencia, muchas veces considerados excluyentes; aunque en nuestra opinión se pueden dar combinados. Estos son: 93 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 1- Los criterios referidos a normas estadísticas o “normotipo referido a normas”. En este caso la nota o calificación que obtiene el estudiante no informa lo que ha logrado, ni cuan bien puede actuar en tareas educativas, sino, cuán alto, bajo o promedio actuó en comparación con otros estudiantes que también realizaron la prueba, que se constituye en el grupo normativo. Dicho grupo normativo puede estar constituido por todos los integrantes del grupo áulico al que pertenece el estudiante en cuestión, o por otra población mayor que sirve de referencia (todos los estudiantes del año de estudio, de años anteriores, del conjunto de estudiantes que se encuentran en el mismo nivel educacional en distintas instituciones escolares). El criterio de calificación parte del rendimiento que alcanzan los sujetos sometidos a la prueba o examen. Se soporta en la consideración de que la individualidad se caracteriza por la distancia respecto a un valor medio estadístico de una población comparable y, además, en que la distribución de resultados debe tener un comportamiento según una distribución que sigue la curva normal (campana de Gauss). Este último presupuesto se afinca en los estudios estadísticos de distribución aleatoria de fenómenos o atributos en una población dada, que se comporta -y por tanto se espera- que un por ciento determinado alcance niveles superiores en la medida del atributo en cuestión, otro por ciento mayor se ubique en la media o alrededor del promedio, y el resto en niveles inferiores. El sistema de referencia basada en la norma, privilegia la obtención de indicadores estandarizables del objeto de evaluación, comunes a todos los individuos evaluados, de modo que permita establecer la posición relativa de cada uno respecto a las medidas de tendencia central de la población que sirve de referente. A tal efecto la aplicación de exámenes, iguales en cuanto a contenido y forma, unifica la situación de prueba, por lo que sus resultados sirven para establecer los estándares y comparar las realizaciones individuales con los mismos; lo que refuerza el valor del examen en el ámbito de la evaluación. La sobrevaloración del instrumento involucra sus resultados, y este hecho refuerza la consideración de dichos resultados como indicadores pertinentes del aprendizaje. Este supuesto referido a norma surge a partir del desarrollo de los tests que desde el inicio del siglo XX se da dentro de la Psicología, y la necesidad de la estandarización de sus productos a los efectos de establecer los criterios de calificación o índices para interpretar los resultados de un sujeto dado en un test, presuponiendo que dicho test mida uno o más atributos de la población que sirve de referencia; y que dicho atributo, al igual que otros rasgo o fenómeno, se distribuye aleatoriamente en forma de una curva normal. Lo cual tiende a ser cierto. La impronta del desarrollo psicométrico de la Psicología sobre la educación es incuestionablemente fuerte y su reminiscencia se extiende hasta la actualidad. De tal modo, que al conformar los criterios de calidad de la enseñanza, es frecuente encontrar la noción de distribución normal, tanto en profesores como en directivos y población en general. En este sentido una enseñanza de calidad, rigurosa, tiene, por fuerza que discriminar entre sujetos a partir de sus diferencias individuales “naturales”. Si un programa de enseñanza o un determinado profesor tiene como resultado (de su desarrollo o de su trabajo, según corresponda) altos índices de aprobación y con calificaciones elevadas, cae en sospecha en cuanto a su rigor y exigencia; aun cuando sea precisamente la exigencia de su trabajo la que coadyuve a obtener dichos resultados. 94 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 El supuesto sobre el que se erige este modo de establecer los criterios de calificación ha sido, desde hace tiempo, fuertemente cuestionado teórica y prácticamente. Por una parte, la enseñanza es un proceso no aleatorio sino dirigido, para lograr en los estudiantes que participan en un programa de formación, determinados resultados esperados y factibles. Si bien los estudiantes no son iguales unos a otros, sino que se distinguen por sus diferencias individuales, este es un hecho del que parte la enseñanza y a la cual debe responder, no para homogeneizar sino para desarrollar al máximo posible todas las potencialidades individuales acorde con los objetivos esperados. La calidad de la enseñanza, por tanto, no debe estimarse porque sus resultados “respeten” la distribución esperada en un proceso aleatorio, sino porque promueva el avance o desarrollo de cada uno de los sujetos implicados -con sus características diferencialeshacia determinadas metas u objetivos social e individualmente relevantes en un espacio y momento histórico dado. La enseñanza se organiza y dirige precisamente al logro de determinados fines y la capacidad para lograrlos será uno de los indicadores de su calidad. En este sentido la distribución “normal” de los resultados pierde su valor. Por otra parte, la valoración de los resultados del aprendizaje de un estudiante a partir de su comparación con el de los demás integrantes del grupo, aumenta la relatividad de la calificación a límites inaceptables dado que el mismo sujeto tendría calificaciones muy diferentes en función del grupo de referencia de que se trate. 2- Los criterios referidos a los objetivos o “normotipo referido a criterio”. En este caso el nivel de actuación o resultados del aprendizaje que evidencia el estudiante se califica en función de las metas o propósitos prefijados y que se expresan en términos de objetivos del aprendizaje. Puesto que se usa un standard de criterio (el del objetivo) en vez de una posición relativa en un grupo normativo, a este tipo de proceder se le denomina simplemente "referencia a criterio”, propuesta por R. Glaser en 1971 (Escuela de Ciencias de la Educación, Managua, 1976). El origen y auge de este enfoque se encuentra en los avances de la pedagogía por objetivos que se produce a mitad del presente siglo. Representa una respuesta crítica a las limitaciones y fundamentos del procedimiento de calificación referido a normas, pues permiten valorar el aprendizaje del estudiante con independencia del éxito alcanzado por otros y juzgar el grado de logro de los objetivos. La determinación de la calidad del aprendizaje se sustenta en la distancia mayor o menor entre los objetivos y los logros del aprendizaje. Como premisa supone objetivos pertinentes, porque como bien dice Stake (1981) “si los objetivos están mal planteados, si las metas son estúpidas o negativas, mientras más perfectamente se consigan “peores” resultados tendremos”. Sin embargo el criterio del logro de los objetivos se detiene en los resultados y desatiende las particularidades de la actividad del estudiante al realizar las tareas que lo llevan a tal resultado. Este hecho refleja un basamento conductista del aprendizaje (de la psiquis en general), pues se valora el eslabón inicial y final del proceso (estímulo-reacción). Un avance, teóricamente relevante, se produce a partir de los aportes de la psicología materialista dialéctica, que establece la naturaleza social de la psiquis humana y por ende el papel de la enseñanza en el proceso de formación. La importancia y posibilidad de estudiar la génesis de las formaciones psicológicas del individuo, durante su actividad vital, social, así como el principio de la relación que existe entre la actividad externa e interna, entre 95 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 otros, permiten encaminar la búsqueda de criterios de referencia para la evaluación a partir de las exigencias de la actividad (externa e interna) y de las regularidades de transformación de una en otra. En este sentido están los trabajos, referidos en el acápite anterior, sobre el diagnóstico orientado en la actividad (Witzlak y otros, 1986) y de la formación por etapas de las acciones mentales (Galperin, 1986; Talízina, 1986) que ofrecen indicadores y criterios pertinentes al propio proceso de formación. En resumen, la evaluación referida a criterios, sigue constituyendo una aproximación valiosa a la problemática de la calificación, en la medida que trascienda el logro de los objetivos como única fuente de criterio y se extienda al proceso mismo de transformación que constituye el aprendizaje. Las consideraciones hechas, en el presente trabajo, al abordar el objeto de evaluación y los instrumentos y técnicas (ver acápites anteriores), valen, como base, para determinar aquellos índices o indicadores del aprendizaje pertinentes a la naturaleza del mismo. Su especificación a los efectos de establecer niveles o gradación en cuanto a la calidad en se da el aprendizaje requiere de un análisis de los atributos y de las formas en que se ponen en evidencia, del objeto concreto, determinado, que se evalúa. 3- Los criterios referidos al estudiante: En este caso es el propio desarrollo del alumno el que ofrece los datos básicos para decidir la calificación e implica, más que en cualquier otro sistema de referencia, conocer el nivel de partida del estudiante al iniciar un proceso o ciclo de aprendizaje, así como los estados intermedios y progreso que experimente durante la enseñanza. Constituyen indicadores potencialmente relevantes para la calificación aspectos tales como la distancia entre el nivel inicial y final o cualquier momento posterior determinado; la magnitud de los cambios (cuantitativa y cualitativamente), sus direcciones, el ritmo de progreso y, en definitiva, su capacidad de aprendizaje o de autodesarrollo,. Este sistema de referencia exige, evidentemente, mayor conocimiento de los alumnos y una atención más individualizada a los mismos durante el proceso de enseñanza aprendizaje, que la permitida por la llamada enseñanza tradicional. Requiere de técnicas que facilite tener en cuenta las diferencias individuales de los estudiantes en el aprendizaje. Precisa, además, de cambios de concepción sobre la finalidad y los significados de los resultados evaluativos. Se usa con más frecuencia en la enseñanza especial (de niños con determinados déficit o patologías) donde la atención a las particularidades individuales es ineludible, pero es válida para toda enseñanza en general. Dichas exigencias limitan el empleo de criterios de calificación referidos al alumno en las condiciones de una enseñanza masiva, con base en concepciones tradicionales y dirigida a los alumnos globalmente, o a un estudiante promedio virtual; marcada por un modo de proceder “viable” a los efectos de la gestión docente (administrativamente). También en contextos de currículos muy estructurado, poco flexibles y de sistemas educacionales con iguales características; así como asumiendo la homogeneidad como cualidad de la democracia y el rigor en la educación. Es pertinente con una concepción de la enseñanza orientada al desarrollo pleno de las potencialidades de cada estudiante, que admite y reconoce la variabilidad individual en cuanto a vías, formas y direcciones de ese desarrollo en un contexto socio cultural determinado. 4- Otros sistemas de referencia. Además de los sistemas mencionados y reconocidos por distintos autores, existen otros, en realidad variantes de los anteriores, pero que en muchas 96 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 ocasiones son sistemas no explícitos ni totalmente conscientes. Se trata de casos, ciertamente frecuentes, de proceder intuitivo y por sentido común, basados en la experiencia y maestría pedagógica empírica de los docentes. Estos sistemas, aunque insuficientes, tienen un papel no despreciable en la evaluación efectiva del aprendizaje y acaso pueden ser preferibles a procederes que aspiran a tal tecnificación que resultan arbitrarios. En cierta medida la calificación se asocia con procederes llamados cualitativos en contraposición con cuantitativos, en términos del viejo debate sobre la disyuntiva medición o valoración que se da en el campo de la evaluación educativa y en el del psicodiagnóstico y que ha tenido diversas denominaciones, como justamente expone M.E. Solé (1988): proceder casuístico o proceder psicométrico (Gutjaht, 1967), orientación psicométrica u orientación holística (Cronbach, 1968), medición o intuición (Vernon, 1978). En general se asocia a un proceder que se apoya en normas de referencia subjetivas, en el sentido de criterios que construye el evaluador a partir de su experiencia personal y concepciones no sistematizadas ni establecidas explícitamente, sino de modo intuitivo (M E. Solé, 1988). 6.3 Escalas y sistemas de notación. Se ha hecho reiterada mención a las escalas y es éste uno de los asuntos más tratados en la literatura sobre evaluación y también en la investigación educativa, por lo que existe suficiente y valiosa información al respeto Un tratamiento de interés para el psicodiagnóstico, y por ende para la evaluación del aprendizaje, se puede encontrar en los trabajos de Witzlack (1986). No obstante interesa apuntar aquí algunas ideas sobre las relaciones entre las escalas y el sistema de notación que se utilice para designar cada categoría o rango. El juicio evaluativo que se concreta en la calificación, se puede expresar, como se dijo más arriba, en términos descriptivos valorativos y no necesariamente en una nota o en un adjetivo calificativo; pero a los efectos de viabilizar la información se suele expresar en términos reducidos, con símbolos (número, letras u otros). El asunto central radica en que debe existir una coherencia entre el significado que se le atribuya a cada símbolo y la realidad que pretende significar. Cuando a los efectos de la evaluación interesa precisar niveles de calidad en el aprendizaje, se hace uso de escalas. Hasta el momento, las que más se avienen con el estado de conocimiento sobre la naturaleza del aprendizaje, son las escalas nominales y ordinales. Cada categoría o término de la escala porta un significado, por tanto, los criterios para definir en qué categoría se clasifica o incluye el juicio sobre el aprendizaje evaluado, deben estar claramente precisados y corresponder con la esencia del objeto de evaluación. Si se tiene en cuenta la diversidad y riqueza de los indicadores del aprendizaje, tanto por la singularidad del sujeto que aprende, como por la variabilidad de las situaciones y por la apertura de los propios objetivos de la enseñanza, a los cuales se puede acceder por diversas vías particulares o porque admiten una rica interpretación en cuanto a su logro; es posible plantear y fundamentar varios rangos o grados en una escala ordinal. Desde esta óptica, en mi opinión, la escala vigente en nuestra educación superior, de cuatro categorías (Excelente, Bien, Regular y Mal) admite más distinciones. Esta aseveración está avalada por la experiencia docente de varios años, tanto personal como la de otros profesores, quienes con sus opiniones y práctica real, la hacen evidente (Ver M. González, 97 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 1999). En principio se hace sentir la necesidad de una categoría que se ubique entre el “excelente” y el “bien”. Cabe, de paso, apuntar que la denominación de “regular”, categoría limítrofe entre lo aceptable o no, requiere de un término más coherente con la significación que se le atribuye. En cualquier caso pudiera ser cuestionable que se considere “preparado” un estudiante a los efectos de ejercer su profesión, con un aprendizaje que hemos valorado de “regular”. Las escalas de 0 a 100 “puntos” son inaceptables teóricamente, por la sencilla razón de que introducen distinciones arbitrarias entre calidades o “cantidades” del aprendizaje que se evalúa, que no se corresponden con la naturaleza del mismo. La diferencia, por ejemplo, entre 56 y 57 puntos dentro de tales escalas, solo se argumenta por el procedimiento que se haya utilizado, como si el aprendizaje se definiera por el procedimiento que se use para su evaluación. En realidad, en su base, se encuentra una concepción aditiva: mientras más preguntas o items responda el estudiante, mientras más respuestas se obtengan: más y mejor aprendizaje, como si no importara el tipo de respuesta, sus exigencias en cuanto a demandas al estudiante, la integración y reestructuración de la base de conocimiento del alumno, de la representación que logre del objeto, de lo que pueda hacer con el mismo, de la creatividad que evidencie en su estudio transformación, de las significaciones que confiere, de los modos que enfrenta los errores, de los cambios que se van dando en el estudiante y otros aspectos igualmente importantes. 6.4 Procedimientos de calificación. El procedimiento de calificación tiene estrecha relación con el sistema de referencia que se asuma, con las características de los instrumentos de obtención de la información y con el tipo de información de que se trate, entre otros aspectos. En el marco de una evaluación referida a criterios, estos, por lo general, emanan de los objetivos a lograr. Se asume que el objetivo precise la demanda de aprendizaje del contenido de enseñanza correspondiente y que se expresa en las habilidades, conocimientos, actitudes, modos de comportamiento del estudiante, vinculados todos al contenido a aprender. Desde la perspectiva de la evaluación, el objetivo de enseñanza constituye la primera formulación del objeto a evaluar. La propuesta más tradicional y primaria de este enfoque ha subrayado un proceder para la elaboración de pruebas y para la interpretación de los resultados basados en normas con referencia a criterios, que ha tendido a una cierta tecnificación del proceso evaluativo. Como requisitos se plantean la clara determinación de los objetivos y de las formas de actuación o de conducta que informen sobre el logro de aquellos, y la especificación del standard de actuación. De este modo, en la elaboración de pruebas referida a criterios, se subrayan los pasos y requisitos siguientes: ♦ Se definen los objetivos de enseñanza en términos de resultados generales del aprendizaje. ♦ Cada objetivo se define aún más, enumerando las tareas específicas en las que los sujetos van a demostrar su actuación final. Se sugiere el uso de términos tales como: define, distingue entre, identifica, relaciona. 98 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 ♦ Se concreta el contenido de enseñanza. ♦ Se seleccionan los ítems de prueba (preguntas, ejercicios) de modo que refleje la conducta especificada en los objetivos de la enseñanza. ♦ Se determina el estándar de actuación. Se supone que el 100% es el ideal, pero esa expectativa se ajusta en la práctica sobre la base de la experiencia. Con frecuencia dichos estándares se establecen por el número de tareas resueltas (se utiliza un % de tareas resueltas para indicar hasta qué punto la actuación se aproxima a la destreza requerida), asumiendo sea una muestra representativa de los resultados de aprendizaje. La referencia a la cantidad de tareas y su virtual representatividad del aprendizaje logrado es uno de los aspectos más vulnerables de este procedimiento, que tiende a atomizar el comportamiento de los estudiantes y a legitimar un procedimiento aditivo, cuando busca incluir todos los detalles o resultados específicos del aprendizaje para cada objetivo y calcular su logro por el número de tareas resueltas. Quizás, por admitir dichas insuficiencias se encuentran en la literatura advertencias tales como “hacer de cada objetivo el punto central de construcción e interpretación de una prueba... o sea, describir la conducta sobre la base del objetivo más que al puntaje total” (Norman Gronlund, 1973). No obstante, la intención de precisión (o de facilismo) por la vía de especificar tareas o formas de actuación simples y particulares, excluyendo modos más ricos, complejos e integrales, aun se constatan en la práctica evaluativa a despecho de la fundamentada crítica teórica de que ha sido objeto desde hace tres décadas. La clarificación de los objetivos proyecta dos relaciones esenciales: la que se establece con el contenido de enseñanza (vínculo objetivo contenido), y la que se da con las formaciones psicológicas del estudiante que devienen del aprendizaje de dicho contenido (vínculo objetivo aprendizaje). Ambos aspectos se dan al unísono. No obstante, pueden existir ciertas diferencias de procederes por el énfasis que se haga en uno u otro aspecto. Evidencia de ello es la determinación de criterios para la evaluación, con base en la estructuración de los contenidos en temas, unidades, áreas, y la delimitación de tipos de información a aprender. Un ejemplo de este proceder lo proporciona B. Valiño (1989, 1999) a partir de las propuestas de Zlobin (1976). Supone la clasificación del contenido de enseñanza de una asignatura atendiendo a la naturaleza o tipo de ese contenido, en grupos tales: 1. Grupo I Conceptos y procesos fundamentales, leyes y principios básicos de la asignatura. 2. Grupo II Hechos, demostraciones teóricas o experimentales de sus leyes fundamentales; aplicaciones típicas de esas leyes. 3. Grupo III Nociones históricas, fuentes de la asignatura. Relaciones con otras asignaturas de la misma disciplina o de disciplinas afines. Resultados de las investigaciones más recientes, datos complementarios. La elaboración de los cuestionarios de exámenes y la determinación de las categorías de calificación se establecen con base en dicha agrupación. La respuesta correcta a las preguntas, ejercicios o cualquier tarea evaluativa correspondiente a los contenidos del primer grupo se considera evidencia del dominio de los fundamentos de la asignatura y constituye la condición necesaria y suficiente para la calificación de aprobado (o equivalente). El dominio de los contenidos del grupo I y II es suficiente para alcanzar una categoría evaluativa inmediata superior (por ejemplo bien ó 4). Si además se logran respuestas satisfactorias a tareas evaluativas pertenecientes al grupo III, alcanzaría la 99 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 calificación superior de la escala, en tanto se asume que manifiesta "no una mera reproducción de conceptos, hechos y acciones, sino la generalización, la creación, la interpretación o la elaboración de nuevos conceptos y hechos fundamentales (material fáctico) de la asignatura" (Valiño, 1989, p. 5). Indudablemente, esta es una aproximación de interés y que se puede ajustar a determinados casos que permita tal diferenciación en cuanto a los contenidos. No obstante, no debe perder de vista las acciones del estudiante con esos contenidos, como característica del aprendizaje que se evalúa, así como otros atributos relevantes, aunque, de hecho, las formulaciones que se hacen dejan traslucir algunos de estos aspectos. Vale apuntar una diferencia básica entre los procedimientos de evaluación referido a normas y los referidos a criterios. En el primero, las pruebas o situaciones de examen se diseñan para obtener una amplia distribución de puntajes que permita clasificar a los estudiantes en orden de aprovechamiento. En el segundo, ni se espera ni se desea la distribución de puntajes; dicha distribución emana de las tareas de aprendizaje y se asume como ideal una dispersión cero, o sea que todos los evaluados respondan bien. Un aspecto de interés, que merece al menos mencionarse, es el referido a los criterios para la calificación final que se emite al concluir un determinado proceso de aprendizaje, correspondiente a una unidad o fase de un curriculum (una asignatura, disciplina, módulo, ciclo) o a la carrera en su totalidad. Por su propósito esa calificación es una expresión sumaria y conclusiva del aprendizaje de un conjunto amplio y diverso de contenidos, que se alcanza durante un período prolongado de aprendizaje. Tal característica le imprime ciertas complejidades y problemáticas a la calificación en comparación con aquella relativa a una actividad evaluativa en singular. El elemento "aglutinador", es decir que da unidad a los diversos y numerosos contenidos, son los objetivos; sin desconocer las relaciones lógico-estructurales de los elementos del contenido que lo conforman como subsistema o sistema. En estos casos el nivel de generalidad del objetivo, que implica integración de contenidos, es uno de los aspectos centrales a tener en cuenta al diseñar, aplicar y procesar los resultados de la evaluación, para que sea válida. Pero el problema del procedimiento sigue abierto en el sentido de que los objetivos generales de la asignatura (disciplina, ciclo, carrera) se pueden valorar siguiendo diversas vías y utilizando distintos medios. En este sentido se presenta frecuentemente, como alternativa, la evaluación final con base a los resultados de un examen u otro ejercicio evaluativo equivalente, o de los resultados parciales o continuos que el estudiante ha ido logrando y mostrando durante el proceso. O ambos. Las decisiones al respecto dependerán de las situaciones particulares (características de la asignatura, sus objetivos, contenido, condiciones) y, se reitera, no hay fórmulas de validez universal. No obstante, merecen reflexión algunas prácticas, insuficientemente fundamentadas. Dejar la calificación final al azar del resultado de un examen, ha sido una práctica suficientemente criticada desde hace mucho. Por otra parte, basarla en el progreso del estudiante durante sus estudios, si bien es una proyección acertada y aceptada, trae asociadas con frecuencia procederes cuestionados justamente. Se trata de sumar y calcular promedios a partir de calificaciones numéricas (o no, pero que se convierten a números) para emitir una calificación final; lo que infringe el principio de validez de la evaluación. 100 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 En su libro Evaluación integral de los procesos educativos, Diego Villada Osorio (1997) propone algunas alternativas para lo que denomina labor de cualificación, que intenta combinar la calificación (entendida como asignación de notas) con una evaluación integral del aprendizaje del estudiante y que incluye procedimientos para pasar de valoraciones cualitativas a cuantitativas o viceversa, según se requiera. Su propuesta parte de los desempeños esperados en los estudiantes y su ponderación, en función de la asignatura y sus áreas temáticas. La calificación final se obtiene de la “sumatoria de los resultados ponderados para cada área temática y de los resultados ponderados para los niveles de desempeño” (pág. 153). Aunque su propuesta no rebasa los límites de lo tradicional, resultan interesantes, como objeto de reflexión, algunos criterios pedagógicos que plantea esenciales en el proceso (ver p.155 y 156, Villada Osorio1997). En las concepciones que subyacen a las normativas vigentes en la educación superior cubana, está presente la consideración tanto de los resultados finales constatado en el examen u otra tarea evaluativa equivalente, como la información sobre la trayectoria de aprendizaje del alumno durante el curso. Ambos aspectos se analizan para emitir una calificación final y existe un margen de libertad para que el profesor precise la dirección y los aspectos que convengan en cada caso y determine, mediante análisis integral, la calificación final del aprendizaje de los estudiantes. En mi experiencia docente he constatado que esta es una aproximación, en principio, válida. No obstante requiere ciertas precauciones para evitar prácticas mecánicas o esquemáticas. Un aspecto relevante es la determinación de los criterios de calificación conjuntamente con los estudiantes, a partir de los objetivos previstos, de la situación de aprendizaje concreta y del avance que experimenta el estudiante. Esto supone la combinación de diferentes sistemas de referencia y la consideración de las valoraciones que hace el grupo y cada estudiante en particular. Resulta central en este sentido la argumentación que cada uno (profesor, estudiante) ofrece respecto a los criterios de calificación y a esta misma (por qué esa calificación y no otra). Implica que a la calificación se llegue mediante un diálogo con el estudiante, contando con la información obtenida durante y al final del curso por el profesor y por el estudiante y con la opinión de los otros participantes respecto a aquellos atributos que estén en capacidad de evaluar. Implica, también, que cada resultado (incluso los de trabajos finales o de exámenes) se analice, no de modo aislado y puntual, sino en su relación con las demás evidencias y en sí mismo en cuanto a su alcance, es decir a la información que realmente ofrece. La interpretación de los datos se soporta en el marco de referencia que ofrecen los objetivos y la especificidad de su consecución por el estudiante determinado. La información base para determinar los criterios de calificación y la inclusión en las categorías, abarca atributos del aprendizaje de modo integral. Esto es, se analiza e interpreta el desempeño de los estudiantes en cuanto al dominio de las acciones (habilidades), el manejo de la información, su aplicación creadora, originalidad al realizar las tareas, la valoración del contenido, su significación, su disposición hacia el estudio y la ayuda a otros, su responsabilidad, su avance durante el curso, la capacidad de transformar sus puntos de vistas o de argumentarlos, entre otros aspectos, que se precisan con los participantes. En este contexto los objetivos previstos constituyen una guía, pero se trata de explorar qué otros aprendizajes se han producido durante el curso. Los argumentos que esgrime el estudiante para autocalificarse y para calificar a otros son datos relevantes para conformar el juicio evaluativo. 101 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 Un aspecto que considero significativo (aunque puede tener muchos detractores con buenas justificaciones) es que se crea un clima de intercambio de opiniones y argumentos donde la clasificación del estudiante, en sí misma, pasa a un segundo plano. De forma intencional, como profesora, adopto una postura al respecto que favorece esta situación, dando mayor atención a las razones (explicaciones) y mostrando cierta flexibilidad en la categorización. Este proceder requiere dedicar mayor tiempo que el que se utiliza tradicionalmente a la calificación. Requiere de un intercambio personal, del diálogo, con el estudiante. Esto no siempre es factible, pero se pueden explorar vías alternativas. La autora ha utilizado este procedimiento en grupos de hasta 40 estudiantes, con apoyo en la autoevaluación y la evaluación por pares y la grupal. Este proceder no se propone como fórmula, sino como información para reflexionar. Los resultados obtenidos son reconfortantes. Al inicio los participantes se sorprenden y muestran ciertas resistencias, que fácilmente se eliminan. Durante el proceso encuentran dificultades pero las vencen en todos los casos. Al final sienten la necesidad de expresar abiertamente el efecto educativo de este proceder y la justeza del mismo, porque se asienta en la interpretación de datos, en la exploración de causas, en la explicación de resultados, en el intercambio de significados, en el compromiso y la responsabilidad compartida. Durante los años y numerosos cursos desarrollados haciendo uso de este proceder (con diversas variantes), no se ha presentado ningún caso de inconformidad con su calificación final, aún cuando, no han sido pocos los estudiantes que han tenido una calificación final por debajo de la que aspiraban y proponían. En resumen, lo que vale destacar es que la calificación y la forma que se realice tiene un potencial educativo y que en el contexto de una concepción formativa de la evaluación del aprendizaje, la calificación tiene que desplegar ese potencial educativo. 6.5 La información y utilización de los resultados. Aunque por lo general la calificación se considera terminal –en un proceso evaluativo dado- no necesariamente lo es, por dos razones: porque el proceso se puede y debe extender más allá de la calificación y porque la emisión de un juicio evaluativo puede aparecer en distintos momentos de dicho proceso, aunque la práctica actual privilegie el uso de la calificación como momento conclusivo, e incluso, como fin de la evaluación. La calificación tiene diferentes usos y destinatarios en dependencia del momento que se realiza, los fines, las necesidades de los implicados. La información que se da y cómo se da, también depende de los objetivos y necesidades de los estudiantes, profesores y directivos institucionales. Lo que interesa subrayar es el potencial educativo de la misma en dependencia de su utilización. Las funciones formativas o educativas de la evaluación suponen que la calificación tenga un sentido para el estudiante acorde con las finalidades del proceso de enseñanza aprendizaje. Ello implica que lo oriente en sus debilidades y fortalezas, que lo incite a mejorar, que vea en los errores o insuficiencias una razón para avanzar, que contribuya a su autoevaluación. Esta potencialidad educativa de la calificación se da a condición de que los estudiantes dispongan de una clara comprensión y aceptación de los criterios de calificación, del significado que encierra cada juicio o nota y de las vías o estrategias pertinentes para su mejora. Este proceso comienza mucho antes de emitir la calificación, cuando se le plantean y argumentan los indicadores y criterios de calificación o, mejor, cuando se llega a ellos 102 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 mediante la colaboración y el trabajo conjunto de profesores y estudiantes. Es decir, significados compartidos. Está condicionada, además, por el clima psicológico que se da en la relación profesor estudiante y de estos entre sí; así como por el modo de retroalimentar los resultados. Al respecto merece mención una experiencia planteada por M. Fernández Pérez (1994) que permitió constatar los efectos de poner, por parte del profesor, en los trabajos de los estudiantes, junto con los señalamientos negativos otros positivos y viceversa. Los efectos los califica como “mayores niveles de motivación” y los describe: relación profesor alumno más distendida y confiada, mayor exigencia de los alumnos en la calidad de sus trabajos para ser entregado a los profesores, un incremento inesperado de la ayuda recíproca entre los estudiantes, actitud de solidaridad que se extendió más allá de los límites del aula (p. 774). Con independencia de que todos los efectos descritos puedan o no resultar de la forma de retroalimentación, es indudable su repercusión educativa, por el interés personal que provoca en el estudiante. Por similares razones resulta injustificable pedagógicamente ciertas resistencias que presentan algunos (pocos) profesores a la revisión y esclarecimiento de los resultados obtenidos en alguna tarea evaluativa o examen, a solicitud del o los estudiantes implicados. Además de constituir una limitación de sus derechos como personas. En resumen, los procedimientos de calificación y la significación de ella misma, se mantienen como una de las problemáticas centrales de la evaluación. Las tendencias marcan las direcciones hacia un perfeccionamiento del proceso de calificación que combine procederes cualitativos y cuantitativos, que tenga en cuenta la singularidad del hecho educativo y no lo reduzca a lo estandarizable, la complementación de diversos sistemas de referencias, la atención a la correspondencia con la naturaleza del objeto de evaluación y sus atributos como condición para su validez. La calificación, como todo el proceso de evaluación, tiene que subordinarse a su función formativa en el contexto del proceso de enseñanza aprendizaje. Como condiciones necesarias requiere de transparencia para el estudiante, de la comprensión y concertación de indicadores y criterios de calificación, de la garantía de su significación pedagógica para la retroalimentación, regulación y autovaloración del estudiante. En realidad aun no se dispone de la respuesta a la pregunta implícita sobre cómo lograr que una calificación exprese la evaluación integral del estudiante. Quizás porque la pregunta no procede, en tanto la riqueza de la evaluación integral es difícil que se pueda atrapar y encerrar en una nota o en un término calificador. VII PROYECCIONES HACIA LA PRACTICA DE LA EVALUACION. En el presente acápite se pretende esbozar algunas consecuencias prácticas de asumir estas concepciones en la enseñanza universitaria y que pudieran formar parte de direcciones de trabajo futuro. Llevar a un primer plano la función formativa de la evaluación implica transformación en la planificación, en la ejecución, en la utilización de los datos que aporta la evaluación y, consecuentemente, ajustes en las normativas vigentes contenidas en los reglamentos ministeriales y de las universidades, así como en la preparación de los profesores. Dentro de las consideraciones justificadas por el análisis precedente y que pueden constituir cambios respecto a la práctica actual, se encuentran: 103 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 En la planificación de la evaluación del aprendizaje. ♦ Diseñar el sistema de evaluación en cada nivel (asignatura, disciplina, año, carrera) de modo colegiado y con un carácter de proyecto, esto es, de propuesta abierta a los cambios que emanen de su aplicación a las condiciones concretas y específicas, a la confrontación y concertación con los estudiantes de los objetivos, indicadores, vías, momentos y formas de evaluación. Se trata de una planificación que orienta y regula, de modo abierto y democrático, donde todos los implicados tienen derecho a comprender los argumentos que la sustentan y tomar parte en las decisiones; no de un sistema que se impone y que resulta inamovible. La planificación no es completa hasta que no se discuta con los estudiantes. ♦ La planificación del sistema de evaluación requiere una clarificación, por parte de los involucrados en la misma, de qué significa evaluar, de la consideración de sus múltiples funciones y la decisión consciente de aquellas que se requiere priorizar en el caso concreto, de modo que se determinen los fines de la evaluación. Requiere, asimismo, prever las circunstancias y las condiciones para el logro de los fines. ♦ El diseño del sistema de evaluación del aprendizaje implica un análisis de su objeto como un asunto central y quizás, el más complejo de todo el proceso de planificación. Dicho análisis parte de los objetivos y contenido de enseñanza, ambos orientan lo que se debe evaluar, pero en rigor, no constituyen el objeto. Ellos (objetivos y contenido) informan sobre el aprendizaje al que se aspira y sus cualidades, pero el objeto de evaluación es el aprendizaje mismo: su proceso y resultados. Por tanto, al planificar la evaluación hay que clarificar también, que se entiende por aprendizaje y debatir sobre los indicadores que pueden mejor informar sobre dicho aprendizaje, teniendo en cuenta los objetivos y el contenido de enseñanza aprendizaje en la asignatura, disciplina o la instancia de que se trate y las regularidades del aprendizaje. ♦ En este último sentido se incorpora como punto de análisis, la naturaleza interactiva del aprendizaje (sujeto, objeto, otros, medios en general, condiciones), las regularidades del proceso de apropiación por el estudiante del contenido a aprender, las características de las formaciones psicológicas que se deben formar o que se forman, y, especialmente, el contenido y formas de expresión (exteriorización, “objetivización”) de dichas formaciones psicológicas. Este análisis se debe reflejar en las decisiones sobre indicadores, técnicas procedimientos y criterios de evaluación. ♦ En este mismo sentido se incorpora también el carácter integral del aprendizaje, en la dirección de la unidad de lo afectivo y cognitivo. Por tanto se requiere prever indicadores, medios y procedimientos que permitan obtener información, su interpretación y valoración con referencia a un estudiante que actúa, conoce y siente a la vez. Hay que develar la dimensión afectivo valorativa de los conocimientos y habilidades de los estudiantes y el de las relaciones que establece con los otros (profesores, estudiantes, demás profesionales, personas con las que debe trabajar según corresponda). ♦ El diseño del sistema de evaluación debe ser lo suficientemente flexible como para garantizar la evaluación de aprendizajes no previstos en los objetivos, así como para admitir el hecho de que los estudiantes pueden llegar a similares objetivos por diferentes vías individuales pertinentes. Por otra parte, aunque los profesores conocemos que un mismo objetivo se puede valorar de diversas formas, vale recordarlo. ♦ Diversificar los medios e instrumentos de evaluación. Mayor peso a modos de evaluación informales, a tareas evaluativas con validez ecológica (en condiciones de la práctica profesional o que la modelen), los exámenes a libro abierto, los proyectos individuales y colectivos, la evaluación de ejecuciones durante un período prolongado de trabajo del estudiante, y otras formas innovadoras. Desplazar, hasta donde sea 104 Revista Pedagogía Universitaria ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ 2000 Vol. 5 No. 2 posible y conveniente, los exámenes de papel y lápiz, en el aula, por dichas formas de evaluación. En particular estimular el uso y prueba de la evaluación de ejecuciones (“portafolios”) en aquellas materias que sea factible. Puede incluir ejecuciones diversas como ensayos, experimentos, informes, monografías, tareas investigativas de diversa índole, trabajos multimedia u otras, seleccionadas con el criterio de que muestran los mejores trabajos o producciones del alumno en el área y las contradicciones, limitaciones y avances que ha presentado en el curso de su desarrollo. La selección la hace el estudiante solo o con orientación del profesor, lo que da margen de libertad al alumno en sus decisiones y promueve la reflexión crítica y la autovaloración de su trabajo. Prever instrumentos y procedimientos que eviten la fragmentación en esferas o ámbitos a explorar y en aspectos demasiados puntuales, como es común encontrar en exámenes compuestos de numerosos ítems o preguntas específicas, de detalles. Instrumentar situaciones o tareas integradoras, que se centren en aspectos esenciales del contenido y en las formas de proceder con el mismo; que exijan determinadas relaciones del sujeto con el objeto y de interacciones con otros sujetos implicados en dichas situaciones y propicien poner de manifiesto cualidades de dichas relaciones. Diseñar preguntas o problemas que exijan el manejo de datos y hechos de forma reflexiva, razonada, que deje en evidencia, para el alumno, la significación y necesidad de su conocimiento. Esto lleva a eliminar las preguntas memorísticas que aparecen con frecuencia en los cuestionarios de exámenes, o variar el formato y condiciones de las mismas en la dirección de permitir que el estudiante haga uso de fuentes de información que le proporcionen los datos necesarios para solucionar el problema o dar respuesta a la pregunta planteada. El diseño de las tareas evaluativas debe prever variaciones en su contenido y formato de modo que resulten instrumentos potentes para explorar direcciones diversas del desarrollo potencial del estudiante. Esto implica romper, en determinada medida, la estandarización de la situación de examen y de los criterios de evaluación. El contenido y la forma de la evaluación no tiene que ser igual para todos los estudiantes y grupos, aunque esté regida por fines comunes. Difiere por la especificidad individual y por la multiplicidad de direcciones del desarrollo posibles en el contexto sociohistórico dado y dentro de los límites que permiten los objetivos y las condiciones reales de la enseñanza Diseñar tareas de evaluación que prevean una gradación en los niveles de demanda de aprendizaje, a partir del nivel superior que admitan los objetivos de formación (sin ignorar que los resultados del aprendizaje pudiera trascender el nivel de los objetivos). Un recurso para ello es la introducción de “ayudas demandantes” entendidas como información que se le ofrece al estudiante, de requerirse, para provocar la generación y reestructuración de sus conocimientos. Dicha información puede diferir en contenido, extensión y formato; y en cualquier caso se debe prever en la planificación, como parte de la concepción de los instrumentos de evaluación. Se requiere ampliar y diversificar los indicadores de la evaluación del aprendizaje. Delimitar y dar prioridad a aquellos que informen sobre el desarrollo de los estudiantes, tales como: actuación independiente, autonomía de criterio, reestructuración de la base de conocimiento, reflexión crítica, creatividad, significación que confiere a lo que está aprendiendo y a cómo aprende, patrones y papel de las interacciones con sus compañeros, con los profesores, consigo mismo, la distancia entre el nivel inicial y final o cualquier momento posterior determinado, la magnitud de los cambios (cuantitativa y cualitativamente), sus direcciones, el ritmo de progreso y, en definitiva, su capacidad de aprendizaje o de autodesarrollo. Todos estos aspectos en su vínculo con las materias de estudios las que imprimen sus particularidades. 105 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 ♦ Incluir, como indicador de aprendizaje, la capacidad de autovalorarse y de evaluar a sus compañeros. ♦ La planificación de los cursos y sus clases, debe prever el tiempo requerido para el análisis de la evaluación: sus propósitos, las formas de entenderlos, los procedimientos, la realización, la calificación, la retroalimentación de sus resultados y efectos. Estos asuntos se deben tratar durante las clases, como algo inherente, propios del proceso de enseñanza aprendizaje. Erradicar de una vez la errónea concepción de que abrir el espacio para debatir los problemas y resultados de la evaluación durante el curso, “roba” el tiempo necesario para enseñar los contenidos de las asignaturas. ♦ Reevaluar la organización del proceso docente en la dirección de definir la conveniencia o no de asignar un número considerable de semanas, de cada curso, a realizar evaluaciones finales. Valorar otras alternativas. En la ejecución de la evaluación del aprendizaje. ♦ Introducir la autoevaluación y la heteroevaluación (entre estudiante, entre profesor y estudiante) como formas de evaluación que desempeñan un importante papel como vía o medio de aprendizaje. Colateralmente, para producir un efecto multiplicador del papel del profesor, en especial, en grupos numerosos. ♦ Desarrollar la evaluación en colaboración y establecer patrones de interacción diferentes entre profesores y estudiantes. Desplazar paulatinamente al profesor como centro en la toma de decisiones y la responsabilidad en la evaluación, por una actividad conjunta y compartida con los estudiantes, soportada en la argumentación y el debate de las metas, procedimientos, indicadores y calificación y sin demeritar el papel y la implicación de los profesores. Abrir espacio para que el estudiante comprenda y asuma las metas contenidas en los objetivos y a su vez pueda establecer sus metas individuales. ♦ Compartir significados que propicie una comunicación respecto a las intenciones. Dado que una misma tarea o acción evaluativa, o un comportamiento, se pueden interpretar de modo diferente por los sujetos del proceso de enseñanza aprendizaje y, por tal causa, provocar efectos diversos, es necesario clarificar su intencionalidad de forma que se potencie la influencia educativa. La transformación en el sentido de mejora, de algún aspecto de la evaluación, puede no surtir los efectos deseados por no comprenderse o no compartirse sus fines. ♦ Durante la ejecución se precisan y enriquecen los indicadores y formas de evaluación. Las fuentes de aprendizaje no son solo los contenidos temáticos, sino además la experiencia que vivencia el estudiante, la situación concreta y específica que se da, el “aquí y ahora”. Dicha singularidad, por su riqueza, ofrece nuevos aprendizajes, nuevos indicadores para los ya previstos, y diversas maneras de obtención de la información. ♦ Utilizar un mismo instrumento o procedimiento para cumplir diversas funciones y varios fines de la evaluación simultáneamente, lo que aumenta la racionalidad, ya que posibilita que el sistema de evaluación no se sobrecargue de numerosas tareas evaluativas y favorece tanto a estudiantes y profesores, porque aumenta la disponibilidad de tiempo de ambos y disminuye tensiones y ansiedades. ♦ Utilizar el sistema de evaluación no solo para saber hasta donde ha llegado el estudiante, sino para provocar el propio avance, para modificar y constatar tal modificación, como indicador del desarrollo que emerge de y en la colaboración conjunta, en la relación con el otro. Las tareas y las formas en que se apliquen deben poner en tensión al estudiante de modo que constituyan un reto para avanzar y para tomar conciencia de la distancia entre el nivel de aprendizaje alcanzado, sus límites y las metas a lograr, creando un conflicto cognitivo que lo impulse a estudiar y ofreciendo información sobre posibles direcciones de su desarrollo. 106 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 ♦ Integrar dimensiones cuantificables y cualificables del aprendizaje (lo que debe estar previsto desde el diseño). Erradicar la práctica de basar la evaluación, en lo que respecta a las técnicas de obtención de información y a la calificación, en formas estandarizadas y parciales, y en las cifras que se obtienen al asignar convencionalmente valores numéricos a las preguntas o tareas evaluativas y establecer una nota mediante la adición. La objetividad, principio válido de la evaluación, aumenta con la combinación de instrumentos, fuentes, agentes (multiangulación de la información) y con la integración de datos cuantitativos y cualitativos. ♦ Utilización combinada de diferentes sistemas de referencia para la evaluación (para emitir el juicio evaluativo). No se trata ya de comparar las realizaciones de cada estudiante con las de la media del grupo o con los estándares de los objetivos de enseñanza. Se trata de combinar sobre todo este último con los sistemas de referencia centrados en el individuo, porque a la evaluación no le interesa tanto dar información sobre un estado, como sobre la dinámica del desarrollo del estudiante, su potencialidad. ♦ En los sistemas de referencia se incluye el contexto de aprendizaje. En la evaluación, y sobre todo para emitir el juicio evaluativo, se debe tener en cuenta la situación de aprendizaje, las condiciones reales en que transcurre el mismo; particularmente en el sentido de las posibilidades de promover el aprendizaje. La consideración del contexto es legítima en tanto forma parte del concepto de aprendizaje. Ello no se debe entender como una disminución de las exigencias para el estudiante, por el contrario, las aumenta, sobre el supuesto de que la enseñanza se orienta a crear las condiciones adecuadas para promover aprendizajes. ♦ Dada la riqueza de indicadores, su diversidad y variaciones individuales, la escala de calificación vigente debería admitir más distinciones que las cuatro categorías actuales. La propia práctica docente muestra que los profesores establecen distinciones dentro de las categorías establecidas para reflejar lo que realmente constatan; sobre todo en aquellas que designan niveles de calidad a partir del aprobado (actualmente denominada con el término de “regular”). Vale advertir que no se trata de restablecer escalas de 0 a 100 puntos, ni mucho menos, ya que estas escalas no son admisibles porque introducen distinciones arbitrarias en niveles de aprendizaje. ♦ La calificación y la obtención de determinadas notas, como expresión de la misma, dejan de ocupar el lugar central y la atención de los estudiantes y demás participantes se desplaza al proceso evaluativo y sus diversas funciones, al logro del aprendizaje, a valorizar el conocimiento y no la nota. En el uso de los datos que aporta la evaluación. ♦ Mayor repercusión en la regulación del aprendizaje de los estudiantes y del proceso de enseñanza en general. Un estudiante puede avanzar hasta un límite y no más, quizás, porque la forma, organización del curso, la disponibilidad literatura y medios, la estructuración del objeto de conocimiento, la posibilidad de interacción con otros estudiantes y con el profesor, y otros aspectos, imponen dichos límites. O podría avanzar más de lo supuesto, precisamente porque los elementos mencionados permiten o facilitan dicho avance. Conocer e interpretar los datos que aporta la evaluación permite tomar y aplicar decisiones de modo más consciente y orientado a los fines educativos. ♦ Propiciar la atención a la necesidad del estudiante de precisar o de reafirmar su situación en el proceso o los logros que alcanza, de recibir la valoración de otros y de sentir el reconocimiento social de sus compañeros y profesores, cuando lo merece. ♦ Garantizar que la calificación tenga un sentido para el estudiante acorde con las finalidades del proceso de enseñanza aprendizaje, que lo oriente en sus debilidades y 107 Revista Pedagogía Universitaria ♦ ♦ ♦ ♦ 2000 Vol. 5 No. 2 fortalezas, que lo incite a mejorar, que vea en los errores o insuficiencias una razón para avanzar, que contribuya a su autoevaluación Evitar el uso de la evaluación por el profesor, con un carácter compulsivo, de amenaza, para penalizar a los estudiantes, pues conspira contra el clima psicológico favorable que se requiere para un despliegue de las funciones formativas de la evaluación. Esto no implica menor exigencia: son dos aspectos diferentes que no guardan relación causal directa o unívoca. Relativizar el valor de la calificación como indicador del aprendizaje de los estudiantes. Como consecuencia se debe generar formas alternativas que complementen la información para la toma de decisiones administrativo docentes (promoción, graduación, ubicación laboral de los graduados universitarios). La calificación no aporta toda la información del aprendizaje que se evalúa. A las certificaciones que se emiten sobre su base no se les debe extraer más información ni conferir más valor del que realmente tienen. Resulta injustificable pedagógicamente ciertas resistencias que presentan algunos (pocos) profesores a la revisión y esclarecimiento de los resultados obtenidos en alguna tarea evaluativa o examen, a solicitud del o los estudiantes implicados. Además de constituir una limitación de sus derechos como personas. El fraude académico es una patología de la evaluación. La conducta fraudulenta tiene múltiples y diversas causas, pero una de ellas tiene necesariamente que ver con alguna característica de la evaluación que se practica. Identificarla para erradicarla es uno de los aspectos del tratamiento de la información que aporta la evaluación. En la preparación de los profesores. ♦ Mayor presencia del tema de la evaluación del aprendizaje en los debates de los colectivos de profesores, en los aspectos relativos a las concepciones y la elaboración y aplicación de procedimientos coherente con dichas concepciones. Búsqueda y análisis de información relativa a la correspondencia o no entre intenciones y funciones de la evaluación, tanto desde la perspectiva de los profesores como de los estudiantes. ♦ Someter a evaluación la evaluación. Reflexionar sistemáticamente sobre qué se evalúa, qué se selecciona del contenido de enseñanza para que sea objeto de evaluación; qué datos del aprendizaje del estudiante se buscan, se logran obtener y cómo se valoran; qué relación se establece entre evaluado y evaluador, cómo influyen sus percepciones mutuas, cuáles son sus intencionalidades, entre otros aspectos. ♦ Reafirmar la necesidad de contar con una teoría del objeto de evaluación, es decir, un modelo teórico o representación de la naturaleza (características, atributos, regularidades) de aquello que se quiere evaluar; que es fuente de indicadores y de los criterios de calidad del aprendizaje. ♦ Incorporar, como práctica cotidiana, la reflexión sobre la función de aprendizaje que desempeña la evaluación. Responder a la pregunta ¿aprendieron mis estudiantes de esta evaluación?. En las reglamentaciones docentes. ♦ Las reglamentaciones docentes debieran separar lo relativo a las normativas académico administrativas que sustentan la gestión de la docencia (ingreso, promociones, deserciones, acreditaciones) de las normas y orientaciones sobre la evaluación del aprendizaje, de modo tal que ésta no se supedite, se identifique y se reduzca a aquellas. No se trata de ignorar los vínculos reales y necesarios entre los dos aspectos, sino, conferir el peso requerido a la evaluación y darle el tratamiento que le corresponde. ♦ Puede ser cuestionado el índice académico como indicador de rendimiento docente de los estudiantes, así como su valor predictivo. Como consecuencia debe disminuir su 108 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 peso en las decisiones académicas, en la valoración del estudiante y su repercusión profesional CONSIDERACIONES FINALES La búsqueda de respuestas a la pregunta de cómo concebir la evaluación del aprendizaje en la enseñanza universitaria, desde la óptica de los postulados teóricos metodológicos que deben sustentarla, lleva a esbozar las consideraciones siguientes: 1. La comprensión y desarrollo de la evaluación del aprendizaje supone asentarse en una concepción relativa a la esencia del proceso de formación de los estudiantes, en las aspiraciones u objetivos que orientan dicha formación y la delimitación del papel de la evaluación en ese proceso. Implica reconstruir una concepción de la evaluación del aprendizaje desde la perspectiva teórica más general del desarrollo humano y de las metas que una sociedad determinada se plantea en la formación de las nuevas generaciones. 2. Las características y condiciones de la evaluación del aprendizaje, aquella que entran en línea con la esencia de la formación del individuo y con las finalidades sociales que signan dicha formación en nuestra sociedad, son las de una evaluación educativa. Su función esencial es la formación, el desarrollo de los estudiantes. La evaluación que se practique estará al servicio de la enseñanza, de sus finalidades y del mejoramiento del propio proceso de enseñanza aprendizaje para la consecución de sus propósitos relevantes social e individualmente. 3. Desde la perspectiva teórico metodológica dicha comprensión y proyección requiere del conocimiento de la propia historia de la evaluación del aprendizaje, el rescate de sus aportes trascendentales y de sus movimientos contemporáneos. Se trata de una comprensión de la evaluación como construcción histórico social, que lleva a la delimitación de sus tendencias de desarrollo, de su estructura y funciones, al interior de ella misma como sistema y al exterior, en su ubicación e interdependencias con otros sistemas mayores como el proceso educativo, el sistema educacional, la sociedad. 4. Una proyección teórica del desarrollo humano acorde con los postulados materialista dialécticos, la brinda el Enfoque Histórico Cultural, fundado por L. S. Vigotski. Es esta teoría se encuentran las bases que permite comprender la naturaleza de la formación y desarrollo del estudiante, su carácter social, histórico cultural, el papel de la enseñanza en el desarrollo y derivar de ello las características de la evaluación del aprendizaje que se debe realizar como parte sustantiva del proceso de enseñanza aprendizaje en las instituciones universitarias. Este Enfoque es pertinente, además, con las visiones más avanzadas de la educación y sus metas futuras en la sociedad, que en cierta medida se refleja en el concepto de enseñanza desarrolladora. 5. La perspectiva histórica y del análisis crítico social, así como de la teoría de la actividad derivada del Enfoque Histórico Cultural, lleva a identificar aquellas funciones legítimas por su significación social y pedagógica y deslindarlas de aquellas que convierten a la evaluación en un instrumento a otros fines sociales como los de certificación, selección, estratificación que tiene un efecto de resonancia en el proceso de enseñanza aprendizaje, que la desvía de la dirección formativa y produce una inversión “ilógica”: de la evaluación al servicio de la enseñanza a una enseñanza al servicio de la evaluación. La identificación y reflexión sobre las funciones esperadas y reales, orienta 109 Revista Pedagogía Universitaria 2000 Vol. 5 No. 2 la toma de decisiones en lo referido a las formas y medios de la evaluación, su aplicación y el análisis de sus resultados. 6. La evaluación educativa del aprendizaje, va a explorar, valorar y coadyuvar al desarrollo de las potencialidades de cada estudiante, y a la búsqueda de vías de desarrollo a partir de la diversificación de oportunidades y espacios que la enseñanza y la propia sociedad brinda, o debe brindar. 7. La concepción de la evaluación como una actividad conjunta, como un proceso de comunicación, permite comprender las múltiples relaciones que se dan entre los elementos que intervienen en la evaluación y la variabilidad que introduce en la misma, el evaluado, el evaluador, lo que se aprende, la situación concreta y las condiciones de la evaluación. Sustentan el carácter relativo de un resultado evaluativo, así como fundamenta la inutilidad de buscar una fórmula metodológica única para la evaluación. 8. A su vez, el carácter múltiple y variado de dichas relaciones hacen parte de los argumentos que fundamentan la riqueza de la evaluación en cuanto a la diversidad de direcciones y recursos, formas que admite y, sobre todo, de la importancia de las significaciones compartidas y personales sobre la evaluación y el carácter de las interrelaciones que se dan en su seno, para los implicados en la misma. 9. En resumen, la dirección de reconstruir una concepción de la evaluación del aprendizaje que se sustente en la naturaleza del propio proceso de aprendizaje en condiciones de la enseñanza y en los fines de ese aprendizaje acorde con las metas formativas de la sociedad, se muestra como un camino prometedor, que permite aproximarse a fundamentos o bases para una teoría de la evaluación del aprendizaje y trascender las visiones puntuales y las innovaciones que mantienen un insuficiente sustento teórico. BIBLIOGRAFIA 1. Acuña Escobar, C. (1989): Evaluación educativa: base de las decisiones pedagógicas. Perfiles Educativos, No. 45-46, México. 2. Aebli, Hans (1989). ¿Para qué los exámenes?. En: Factores de la enseñanza que favorecen el aprendizaje autónomo. Narcea, S.A. de Ediciones, Madrid. 3. Alfonso de Armas, M. (1997): El control del proceso de aprendizaje y el sistema de procedimientos de la enseñanza. Tesis doctoral, CEPES Universidad de La Habana. 4. Alonso, M; Gil, M. 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