Empatía y psicoterapia: las vicisitudes del acompañamiento

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Empatía y psicoterapia: las vicisitudes del
acompañamiento centrado en la persona *
Por Javier Armenta Mejia
Somos voces en un coro que transforma la vida vivida en vida narrada
Y después devuelve la narración a la vida, no para reflejar la vida,
Sino mas bien para agregarle algo; no una copia, sino una nueva dimensión;
Para agregar con cada nueva novela algo nuevo, algo mas, a la vida.
Carlos Fuentes
En el principio: la ingenuidad de un espejo plano
La empatía puede ser considerada como un elemento de primer
orden en la mayoría de las psicoterapias de corte existencial o humanista.
En otro tipo de orientaciones terapéuticas, la empatía ocupa un lugar
secundario o de soporte (Kohut, 1984).
El presente escrito pretende analizar desde una perspectiva
humanista a la empatía y establecer como por derecho propio puede ser
un recurso terapéutico fundamental y no accesorio en los procesos
terapéuticos exitosos. Para este fin se propone partir del trabajo de Carl
Rogers (1951) y continuar con los aportes que en relación a la
comprensión empática se han hecho tanto dentro de la terapia centrada en
la persona como del “focusing” o enfoque experiencial.
En este sentido, fue Carl Rogers (1957) quien articula a través de
las “condiciones necesarias y suficientes” del cambio terapéutico el papel
fundamental que la comprensión empática tiene en el cambio de la
persona que busca ayuda terapéutica.
Para Rogers (1951) el terapeuta “elige actuar coherentemente en
base a la hipótesis de que el individuo tiene una capacidad suficiente para
manejar en forma constructiva todos los aspectos de su vida que
potencialmente pueden ser reconocidos en la conciencia”. Es decir, que la
empatía es uno de los recursos para devolver o hacer surgir en el ser
humano la capacidad de ser agente de sus propios cambios o de continuar
su proceso de crecimiento.
De acuerdo a lo anterior, la mejor forma de poner en funcionamiento
esta hipótesis es a través de “asumir en la medida de lo posible el marco
de referencia interno del cliente para percibir el mundo tal como éste lo ve,
para percibir al cliente tal como él mismo se ve, dejar de lado todas las
percepciones según un marco de referencia externo, y comunicar algo de
esa comprensión empática al cliente” (Rogers, 1951).
El camino transitado por Rogers de alguna manera va de la
ingenuidad del reflejo de los sentimientos en las primeras formulaciones
que hace en los años cuarenta hacia la complejidad que implicaba el
adentrarse en el mundo del cliente y en las distintas formas que esto podía
adquirir.
Resumiendo, podríamos decir que la empatía desde este enfoque es
tratar de entender el mundo del cliente desde la perspectiva del cliente
mismo. Implica desarrollar una percepción muy fina para captar lo que el
cliente expresa o lo que quiere expresar. También significa que el terapeuta
debe ser capaz de captar la experiencia del otro en el nivel de los
sentimientos y los significados. Siempre es un proceso gradual, tentativo, y
en donde el terapeuta comprueba su entendimiento con la vivencia del
cliente. Finalmente, el cliente es la autoridad, o el que tiene la última
palabra sobre lo que es su experiencia.
Imágenes deformes o las grietas en el espejo
Si pensamos que la comprensión empática ha sido un factor que en
algún momento llegó a tener una gran difusión e inclusión en distintas
orientaciones terapéuticas, esto también generó o ha generado
concepciones totalmente erróneas, y en muchos casos, no terapéuticas de
la empatía (Bozarth, 1984; Greenberg and Elliot, 1997).
Muchos de los malos usos o de la aplicación trivial de este recurso
provienen de este tipo de ideas inadecuadas.
Desde la perspectiva del enfoque centrado en la persona, las
principales concepciones incorrectas de la empatía son:
• La empatía es un tipo de identificación emocional con el cliente.
• La empatía sirve únicamente al inicio de un proceso terapéutico.
• La comprensión empática única y exclusivamente es reflejar o repetir
lo que el cliente dice o siente.
• La empatía es mostrarse condescendiente, ser paternalista o
“apapachar” al cliente.
• La empatía es una técnica sencilla para llegar a los “conflictos
importantes”. Se puede usar eficientemente, aunque no entiendas al
cliente.
• Se puede ser empático a través de representar o de aparentar
entender al “otro”.
• Ser empático es darle por su lado al cliente.
• La empatía puede ser una “estrategia” no para entender al otro, sino
para inducirlo a que haga lo que tu crees que es lo mejor para él.
• Mientras mas afectado, perturbado o “movido” esté el terapeuta, mas
empático está siendo.
Todas las concepciones anteriores comparten un desconocimiento o
una distorsión de lo que significa adentrarse en el marco de referencia
interno del cliente para entender “desde ahí” al cliente mismo.
Son concepciones que se han generalizado y que no ayudan ni al
cliente, ni al proceso terapéutico y que tienen un costo en el desgaste
emocional, o inclusive en la efectividad y en el desarrollo del terapeuta o
facilitador.
La óptica del espejo
La siguiente clasificación está elaborada a partir del trabajo que sobre
la empatía ha hecho Greet Vanaerschot (1990, 1993, 1998) y según la
cual, la empatía puede adoptar las siguientes formas:
Empatía conceptual: significa que el entendimiento que se obtiene
sobre el cliente es de carácter cognitivo. El énfasis está puesto sobre lo que
el cliente dice o narra. Es una empatía a nivel del contenido.
Relacionado con lo anterior es lo que para Ralph Greenson (1967) es
un “modelo de trabajo” del cliente. Vanaerschot (1993) lo traduce a la
terapia centrada en la persona como “el llegar a conocer el mundo de
significados privados del cliente mas y mas, llegando a familiarizarse con
él, y estando completamente a gusto en él”.
Si el terapeuta funciona únicamente en este nivel, la terapia se puede
convertir en un discurso intelectualizado donde tanto el cliente como el
facilitador se mueven adecuadamente en el mundo de las ideas o
pensamientos. Un movimiento terapéutico exitoso consistiría en ir desde
este nivel hacia el de las vivencias o los sentimientos.
Empatia auto-experiencial: implica que el terapeuta usa sus propias
vivencias o recuerdos como un medio para entender al cliente. Sus propias
experiencias no deben confundirse con las del cliente, pues esto generaría
un entendimiento incorrecto o distorsionado del otro.
El terapeuta usa lo que ha vivido como una de las formas de
introducirse en la experiencia del cliente, no asumiendo que las
experiencias son iguales, sino comprobando sus hipótesis con el cliente.
Además, para poder hacer uso de esta forma de empatía, las vivencias del
terapeuta deben estar integradas y no encontrarse en estado vulnerable o
de desintegración.
Empatia imaginativa: significa que a través de la imaginación el
terapeuta se pone en el lugar del cliente tratando de captar o de percibir lo
que la persona vivió. Es un esfuerzo activo de extender el entendimiento
del terapeuta a través de imaginar: como se sintió el cliente? Qué efecto
tuvo dicha vivencia? Cómo afecta a su identidad el haber tenido esa
experiencia?
Esta forma de empatía está de acuerdo con la concepción rogeriana de
entender al otro y a sus experiencias “como si” fueran nuestras, pero sin
perder el “como si”.
Empatía resonante: esta es una elaboración novedosa que se aleja de
la concepción de Rogers. Implica una cierta forma de contaminación en la
que una serie de sentimientos en el cliente generan o evocan los mismos
sentimientos en el facilitador. Es un proceso primitivo de comunicación
emocional y el cual, por su intensidad, puede aparecer solo en
determinadas partes del discurso del cliente. Si el terapeuta no ha
trabajado mucha de su problemática o si no se encuentra en un proceso
de crecimiento continuo, este tipo de empatía no es recomendable, debido
al riesgo de perderse en el mundo interno del cliente, o confundir el propio
mundo con el del otro.
Posteriormente reelaborado por Vanaerschot (1998) es definido como
un proceso experiencial en donde el terapeuta se conecta con su
sensación-sentida (felt sense) del cliente y la usa como una guía para
comprobar si su entendimiento es el adecuado de lo que el cliente narra.
Apuntes para un diálogo experiencial
Si pensamos que la empatía es el esfuerzo creativo del terapeuta de
entrar en el mundo fenomenológico o marco de referencia interno del
cliente, las formas de conseguir este objetivo pueden ser diversas. A
continuación se comentan algunos de los tipos de respuesta empática:
Sintonización empática: implica un refinamiento de nuestra
percepción para ir adentrándose en el mundo experiencial del cliente.
Significa tratar de “seguir al cliente” en la cualidad y matiz de su
experiencia y en los pasos de su recorrido narrativo.
Este tipo de respuesta empática exige estar o mantenerse en contacto
con la experiencia organísmica del cliente que se va dando momento a
momento. Más que una respuesta verbal, la sintonización empática es una
actitud receptiva o de apertura hacia la realidad del otro.
Reflejo evocativo: surgido a partir del trabajo de Laura Rice (1993),
esta forma de la respuesta empática implica hacer una recolección vivida
de una experiencia para contactar lo que organísmicamente se
experimentó.
Se trabaja con un lenguaje connotativo, metafórico o imaginativo para
reconectar o reexperienciar una vivencia. Todo lo anterior permite que una
experiencia dolorosa o problemática se pueda integrar de manera
funcional en el aquí y ahora de la relación terapéutica.
En términos del focusing, significa acercar lo suficiente una experiencia
para entrar en contacto con la sensación-sentida (felt-sense) y poder
resolver o asimilar los aspectos negativos o distorsionados de la vivencia.
Seguimiento empático: implica que el terapeuta se mantenga
receptivo a la dirección que el cliente le da al proceso terapéutico. Es el
esfuerzo activo del facilitador por mantenerse en el camino señalado por el
cliente y abandonar cualquier intento por controlar el proceso terapéutico.
De alguna manera, el seguimiento empático engloba una actitud no
directiva en relación con el rumbo y el contenido de la terapia.
Tal como Barbara Brodley (1990) lo establece, en este “seguimiento
empático, el terapeuta es llevado por el cliente hacia una travesía
emocional e intelectual, bajo la dirección del cliente y hacia un mundo de
memorias, percepciones, sentimientos y perspectivas del cliente mismo. A
la vez que el terapeuta sigue empáticamente, es sincero, responsivo y se
encuentra totalmente presente, es un acompañante del cliente”.
Exploración empática: significa expandir la conciencia del campo
perceptual del cliente al señalarle áreas
marginales de su propia
experiencia.
En términos prácticos significa que algunas veces el facilitador
puede ver o inferir aspectos que el cliente no dice expresamente. Ante la
disyuntiva de dar por correcto lo que se piensa, el facilitador de manera no
impositiva le pregunta o le expresa al cliente lo que lee entre líneas.
Este tipo de empatía tiene un carácter tentativo o de pregunta. El
terapeuta lo realiza como una observación que busca comprobar, dándole
al cliente la última palabra.
Reflejo experiencial: (focusing reflection) usado principalmente por
terapeutas experienciales, consiste en dirigir la atención del cliente hacia
lo implícito de la experiencia que relata al contactar mediante la empatía la
sensación-sentida (Hendricks, 1986).
Es decir, que el terapeuta trata de reflejar empáticamente no el
contenido o ciertos aspectos de la experiencia, sino la sensación-sentida
que tentativamente pudiera tener la experiencia de la persona
Respuesta empática integradora: consiste en una organización y
resumen de un conjunto de experiencias que aparecen en un lapso de
tiempo considerable donde el cliente habla ininterrumpidamente.
Significa también que si el cliente se ha extendido sobre una
experiencia o sobre una serie de experiencias, la respuesta empática del
terapeuta, cuando el cliente hace una pausa puede seguir varias
vertientes.
El terapeuta podría empatizar con lo último que el cliente dijo.
También podría elegir la parte del discurso más cargada afectivamente y
responder a ello. O en el caso de la respuesta empática integradora, puede
hacer un breve resumen de los aspectos mas significativos y presentarlos
al cliente como una forma de hacer saber al cliente que se ha estado ahí y
se entiende lo que el cliente narra.
La importancia de este tipo de intervención es que, al presentarle al
cliente brevemente los aspectos más sobresalientes de su experiencia, el
cliente elige sobre cual proseguir, y a la vez el proceso terapéutico adquiere
mayor estructura y direccionalidad, habiendo menos posibilidad de que el
encuentro terapéutico sea un divagar intelectual o un perderse en el
discurso del otro.
Finalmente, cabria recordar que esta direccionalidad del encuentro
terapéutico es establecida por el cliente, mientras el terapeuta se dedica a
seguirla y a respetarla.
Conjetura empática: es una forma en la que el terapeuta trata de
desentrañar el significado implícito de la experiencia de la persona. En
algún sentido, la conjetura empática puede compararse con una
interpretación, pero la diferencia estriba en que una interpretación esta
basada fundamentalmente en una teoría de la personalidad o de la
psicopatología, mientras que la conjetura empática se basa en lo que el
cliente vive, y es precisamente a partir de la experiencia de la persona que
se trata de develar o establecer tentativamente cual puede ser el sentido o
el significado de dicha conducta.
Afirmación empática: esto significa una forma de acompañamiento
existencial, específicamente en un momento de la terapia que es de
profunda vulnerabilidad para el cliente.
Implica un estar ahí en una situación en la que el cliente tal vez
experimente un dolor desgarrador, una vergüenza profunda, una tristeza
que no termina, o un enfrentamiento con la propia fragilidad.
Desde un punto de vista existencial, la “afirmación empática en la
vulnerabilidad” seria parecida a la presencia (Schneider, 1998). Significa
caminar al lado del cliente y permanecer ahí, aceptando y respetando
incondicionalmente al otro y muchas veces guardando silencio.
Confrontación empática: significa que el terapeuta le hace ver al
cliente -con respeto y aceptación- una incongruencia de éste. La
confrontación empática es un recurso importante que permite que el
cliente enfrente las discrepancias y reestructure su autoconcepto dando
paso a una integración mas fluida y con menos incongruencias.
Un aspecto importante en la confrontación es la cuestión de las
defensas de la persona. Pensaríamos que si el individuo ha desarrollado
ciertos patrones defensivos, éstos en algún momento le han servido y han
tenido una función vital para el desarrollo de la persona, pero que en el
presente no le permiten vivir plenamente.
En la confrontación empática, el terapeuta expresa la incongruencia
del cliente, pero mantiene el respeto y la aceptación de la persona y de sus
formas de reaccionar, incluso las disfuncionales. Es a partir de que el
cliente acepta las discrepancias de su conducta y de sus patrones
defensivos que puede integrarse o empezar a funcionar sin tantas defensas
y con más energía para su proyecto de vida.
Restablecimiento empático: implica que el terapeuta, en este
proceso de responder a la realidad del otro, muchas veces llega a un
entendimiento incorrecto o a un fracaso empático. Lo anterior significa que
sobreponemos a la experiencia del cliente significados y sentimientos
ajenos al cliente mismo. Como resultado de lo anterior, generalmente el
cliente puede sentirse confundido, malentendido o inclusive rechazado.
Tal como David Rennie (1998) lo establece, la mayoría de los clientes
presentan una deferencia hacia el terapeuta, es decir, tienen una gran
disposición a perdonar o pasar por alto los errores del terapeuta.
En este sentido, el restablecimiento empático significa que el
terapeuta un espacio seguro para que el cliente pueda corregir o explicar
algo de su experiencia que el terapeuta haya entendido incorrectamente.
Lo terapéutico del restablecimiento empático es que fortalece la
alianza de trabajo al permitir que el cliente, ante un malentendido del
facilitador, comente su inquietud, desconcierto, irritación o su
desesperación y que el terapeuta pueda nuevamente “retomar el camino
del cliente” al responder al sentimiento de éste desde como lo vivió y en la
forma en la que repercutió en la relación.
La posibilidad de la transparencia tanto del cliente de sentirse no
entendido, como del terapeuta al aceptar que se equivocó y retomar el
sentido del cliente, permiten una relación terapéutica de mayor cercanía y
también de mayor efectividad en la exploración del mundo subjetivo de la
persona.
Empatía y reorganización del self
Al inicio de este escrito propusimos que la empatía puede ser
considerada como un recurso terapéutico por mérito propio. Tal vez ahora
la cuestión es establecer como funciona la comprensión empática dentro
de un proceso terapéutico y qué efectos tiene para la integración o para
una mayor funcionalidad de la persona.
Si recordamos un poco, en el enfoque centrado en la persona no
existe una preocupación por la psicopatología o por el diagnóstico; mas
allá de estos elementos, que pueden ser importantes, se impone como
fundamental la relación con el cliente. Más bien, algunos autores como
Lafarga (1992) hablan de procesos de crecimiento obstruidos o de
disfuncionalidad. En ese mismo sentido, algunos otros enfocan la cuestión
mediante un modelo donde la incongruencia entre la experiencia
organísmica y el autoconcepto generan pautas de comportamiento poco
saludables (Barrett-Lennard, 1998).
Todo lo anterior se aleja del modelo médico, donde las personas son
vistas como enfermas y con necesidad de un tratamiento.
La empatía, tanto al inicio como en cada una de las fases de la
terapia, tiene como fin adentrarse en el mundo experiencial del cliente y
permitir que las experiencias distorsionadas puedan ir integrándose al self
del cliente, y de esa forma generar conductas adaptativas mas saludables.
Al inicio de la terapia, el self del cliente presenta una estructura
rígida, un foco de evaluación externa, un autoconcepto organizado con
base en distintas amenazas y una falta de apertura a la experiencia.
Es a través de la comprensión empática como la rigidez o la
distorsión de la experiencia dan paso a que se reconozcan nuevos aspectos
de la experiencia y se reorganice el self de la persona,
Tal como Margaret Warner (1997) lo establece al hablar del cambio,
“la respuesta empática crea un tipo particular de reconocimiento
experiencial que tiende a hacer surgir nuevos aspectos de la experiencia,
permitiendo que las narrativas de vida de los clientes sean reformuladas”.
Es decir, que desde un punto de vista experiencial, la llamada
sensación-sentida (felt sense) es un referente directo o primitivo de una
experiencia vivida. Y es al ponerse en contacto con esta sensación-sentida
que un movimiento o cambio experiencial se puede dar. El sistema de
Gendlin (1981, 1990) retoma la sabiduría organísmica al fundar su método
en una relación directa y fundamental: en cómo esta involucrado el cuerpo
en el funcionamiento psicológico.
El cambio terapéutico es facilitado por el terapeuta al establecer las
condiciones necesarias y suficientes, pero a nivel del reconocimiento
experiencial, que permite al cliente extender e iluminar los aspectos de la
experiencia que estaban fuera de la conciencia, es el cliente mismo quien
marca la dirección, el contenido y el ritmo de un proceso de reorganizarse
y de aceptar aspectos que habían estado inadecuadamente asimilados
(Iberg, 1990).
Desde el enfoque del procesamiento de la información (Greenberg,
Rice and Elliot, 1993), que puede aparecer como un modelo muy
mecánico, al inicio de la terapia el cliente ha elaborado o asimilado
inadecuadamente experiencias problemáticas; lo que le provee la terapia es
una reorganización y una entrada de información, anteriormente no
consciente, con lo que el proceso de actualización se realiza
adecuadamente al ser congruentes las experiencias vividas con el
procesamiento que se reelabora o reconstruye de dichas experiencias.
De espejos, mosaicos e itinerarios
La siguiente recopilación de las funciones de la empatia esta basada en el
punto de vista de autores centrados en la persona y experienciales (Rogers,
1961; Vanaerschot, 1993, 1998; Warner, 1998; Beech and Brazier, 1995;
Neville, 1995: Watson and Goldman 1998). Puede ser que aparezca como
una presentacion sui generis o incluso con la que no todos esten de
acuerdo, lo cual dentro del enfoque centrado en la persona resulta
aceptable e incluso sano.
De manera muy general podriamos establecer que el hecho de
asumir el marco de referencia interno del cliente tiene las siguientes
consecuencias:
Creación de un clima psicológicamente seguro
Gran parte del trabajo de Rogers (1951, 1961) fue el de establecer ciertas
condiciones que le permitieran al cliente no sentirse amenazado y poder
así revisar e integrar su experiencia. En este proceso, la empatia, al lado
de la autenticidad y el aprecio positivo incondicional, le permiten al cliente
sentirse respetado, valorado y aceptado como persona. También el proceso
terapéutico confirma la existencia de la identidad del cliente como una
persona autónoma y en un proceso de volver hacia su realidad o hacia la
persona que es.
Expandir y reconstruir el self
Por ser la empatía un elemento que permite recibir cálidamente al otro,
ello genera que en este proceso vivencial y sostenido el cliente aprenda a
aceptar los propios sentimientos, tanto los que le agradan como los que le
causan alguna incomodidad. Tal pareciera que hay un cambio en la
valoración y en el respeto a toda la experiencia, incluidos los sentimientos.
Esto trae como consecuencia, también, que el cliente confíe cada mas en
su propia experiencia o en su respuesta organísmica. Ya no es el intelecto
o las emociones, ahora son los dos, la respuesta es de la totalidad del
organismo.
La comprensión empática del terapeuta también permite que se
internalicen patrones de respuesta empática hacia uno mismo; el rechazo
o el odio hacia si mismo son reemplazados por un tratar de entender, de
no enjuiciar o condenarse uno mismo. La empatia hacia si mismo se
alcanza al experimentar respeto y validación de la experiencia que uno
vive, sea cual fuere ésta.
En el caso de algunos clientes, la empatia genera una disolución del
sentirse alienado. La experiencia para estos clientes es que “finalmente
hay alguien que me entiende, que capta lo que significa vivir de esta
manera o ser como soy”. Esta experiencia de ser entendido, de sentirse
recibido o profundamente comprendido, invita al cliente a romper su
aislamiento y formar relaciones interpersonales mas cercanas y
significativas.
La comprensión empática, al devolverle al cliente su propia
experiencia, le permite verla mas claramente y promueve el que se de
cuenta de aspectos anteriormente borrados o relegados, iniciándose un
proceso de reconocimiento y aceptación de lo que siempre ha estado ahí.
Finalmente, la empatia puede funcionar como un proceso
contenedor de las experiencias profundamente dolorosas o traumáticas. Es
a través del espacio seguro creado por la empatia, que las experiencias en
extremo problemáticas pueden, paradójicamente, ser expresadas
abiertamente, pero a la vez, ir encontrando una reorganización dentro de
la vida del cliente.
Facilitar el experienciar
Si partimos de la concepción de Gendlin (1981) de que los procesos
terapéuticos exitosos se caracterizan por un cierto tipo de procesamiento
de la vivencia llamado experienciar, esto trae como consecuencia que en el
enfoque experiencial se le de una capital importancia a la capacidad de
avanzar desde un modo de experienciar rígido y atado a ciertos patrones
disfuncionales, hacia formas de experienciar fluidas y en contacto con la
experiencia organismica.
También podríamos entender experienciar como un proceso de
atribuir significados afectivos implícitos y que surge de la interacción entre
la percepción de una experiencia y el impacto de dicha vivencia en el
organismo. Este es un proceso anclado en el cuerpo (Iberg, 1990).
En este proceso, donde el cliente dirige su atención internamente
para contactar o esperar que la sensación-sentida (felt sense) acerca del
problema surja, seria de vital importancia la ayuda que el terapeuta puede
ofrecer al proveer palabras, frases, imágenes, símbolos o metáforas para
representar o anclar el cómo el cuerpo experimenta el problema.
El siguiente paso consistiría en un ir y venir entre la sensaciónsentida y el ancla que se haya escogido, sea una frase, imagen o metáfora,
y todo lo anterior generaría un movimiento experiencial en el que el mismo
cuerpo registra un cambio a nivel organismico, vivido en la mayoría de los
casos como un sentimiento de alivio o de integración.
Según Gendlin (1981) los aspectos explícitamente simbolizados de la
experiencia están en una relación con un referente directo, pero la
simbolización de dicha experiencia contiene mucho mas de lo que se ha
simbolizado.
En el mismo sentido, autores como Greet Vanaerschot (1998)
establecen que “uno debería ver las experiencias como construcciones
temporales que serán trascendidas por otras experiencias, que a su vez
serán cambiadas o reemplazadas por nuevas construcciones que en turno,
interactuarán con el experienciar implícito y cambiante de cada momento”.
Desde esta perspectiva del focusing, la empatia se refiere a un tipo
de experienciar en donde lo que el cliente narra hace surgir una
sensación-sentida en el terapeuta. Este contacta dicha sensación corporal,
y a partir de ahí responde al cliente de manera empática. El cliente, a su
vez, pone a prueba la respuesta empática y avanza en su movimiento
experiencial.
La terapia, tal como pensaba Rogers (1961), implica un regreso a la
experiencia primitiva o visceral del organismo.
La narración de las imágenes en el espejo
Si partimos de la metáfora narrativa (Ricoeur, 1991) para entender un
proceso terapéutico, veremos que los clientes llegan a la terapia con una
historia en donde el elemento principal son los problemas y no los
recursos o la creatividad de las personas para enfrentar estas situaciones.
Michael White (1990) lo expresa diciendo que los clientes viven discursos o
historias dominantes que generan disfuncionalidad y un crecimiento
obstruido.
Por otro lado, Paul Ricoeur (1991) establece que “si la ficción solo se
completa en la vida y la vida solo puede ser entendida a través de las
historias que contamos acerca de ella, entonces la vida examinada, en el
sentido socrático, es una vida que se vuelve a narrar”.
De lo anterior se desprende la importancia que la construcción de la
propia historia o de una identidad narrada tiene para los procesos
terapéuticos.
Desde esta perspectiva hermenéutica, el rol del terapeuta es el de
extender las conversaciones familiares hacia territorios nuevos, no
explorados o poco comunes donde, a través de una conversación dialógica,
cliente y terapeuta puedan dar paso a un sinnúmero de perspectivas, de
maneras nuevas de entender al cliente y a su historia (Anderson, 1997).
Tal como Goolishian (1997) lo establece desde una perspectiva
posmoderna, la terapia puede ser entendida como “el proceso de seguir
interviniendo en una conversación con la intención de facilitar / co-crear /
co-escribir una nueva narración, junto con los cliente y sin imponerles una
historia (…) Nuestra historia no debe estar nunca por encima de la
historia del cliente”.
De acuerdo a lo anterior, en la medida que el terapeuta, a través de
la comprensión empática, pueda crear un espacio seguro para la
exploración y la multiplicidad de voces o de formas de entendimiento, el
cliente podrá elegir reconstruir su propia historia de vida.
La aportación del enfoque centrado en la persona a este proceso
narrativo es que el terapeuta no confecciona una nueva historia, no sugiere
sutilmente una narrativa más saludable, ni siquiera conoce el rumbo y el
destino final del proceso en el que solo es acompañante. Por el contrario,
únicamente se dedica a abrir paso y deconstruir historias disfuncionales
para que sea el cliente el agente de sus propios cambios. Es decir, que éste
elija la dirección y la forma de los cambios de su propia vida.
Cabria recordar con Bozarth (1990) que “la esencia de la terapia
centrada en la persona es la dedicación del terapeuta para ir en la
dirección del cliente, a su propio paso, y con la forma única de ser del
cliente mismo. Es el compromiso total de confiar en la forma en la que el
cliente enfrenta sus problemas y su vida”.
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*Articulo publicado en la Revista Mexicana de Psicología Humanista y
Desarrollo Humano Prometeo, num 28, 2001.
Una versión reducida de este escrito apareció en la Revista Psicología
Iberoamericana 10, Nueva Época, 2002.
Javier Armenta Mejía es psicólogo clínico tijuanense.
armentaxavier@hotmail.com
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