Empatía y psicoterapia: las vicisitudes del acompañamiento centrado en la persona * Por Javier Armenta Mejia Somos voces en un coro que transforma la vida vivida en vida narrada Y después devuelve la narración a la vida, no para reflejar la vida, Sino mas bien para agregarle algo; no una copia, sino una nueva dimensión; Para agregar con cada nueva novela algo nuevo, algo mas, a la vida. Carlos Fuentes En el principio: la ingenuidad de un espejo plano La empatía puede ser considerada como un elemento de primer orden en la mayoría de las psicoterapias de corte existencial o humanista. En otro tipo de orientaciones terapéuticas, la empatía ocupa un lugar secundario o de soporte (Kohut, 1984). El presente escrito pretende analizar desde una perspectiva humanista a la empatía y establecer como por derecho propio puede ser un recurso terapéutico fundamental y no accesorio en los procesos terapéuticos exitosos. Para este fin se propone partir del trabajo de Carl Rogers (1951) y continuar con los aportes que en relación a la comprensión empática se han hecho tanto dentro de la terapia centrada en la persona como del “focusing” o enfoque experiencial. En este sentido, fue Carl Rogers (1957) quien articula a través de las “condiciones necesarias y suficientes” del cambio terapéutico el papel fundamental que la comprensión empática tiene en el cambio de la persona que busca ayuda terapéutica. Para Rogers (1951) el terapeuta “elige actuar coherentemente en base a la hipótesis de que el individuo tiene una capacidad suficiente para manejar en forma constructiva todos los aspectos de su vida que potencialmente pueden ser reconocidos en la conciencia”. Es decir, que la empatía es uno de los recursos para devolver o hacer surgir en el ser humano la capacidad de ser agente de sus propios cambios o de continuar su proceso de crecimiento. De acuerdo a lo anterior, la mejor forma de poner en funcionamiento esta hipótesis es a través de “asumir en la medida de lo posible el marco de referencia interno del cliente para percibir el mundo tal como éste lo ve, para percibir al cliente tal como él mismo se ve, dejar de lado todas las percepciones según un marco de referencia externo, y comunicar algo de esa comprensión empática al cliente” (Rogers, 1951). El camino transitado por Rogers de alguna manera va de la ingenuidad del reflejo de los sentimientos en las primeras formulaciones que hace en los años cuarenta hacia la complejidad que implicaba el adentrarse en el mundo del cliente y en las distintas formas que esto podía adquirir. Resumiendo, podríamos decir que la empatía desde este enfoque es tratar de entender el mundo del cliente desde la perspectiva del cliente mismo. Implica desarrollar una percepción muy fina para captar lo que el cliente expresa o lo que quiere expresar. También significa que el terapeuta debe ser capaz de captar la experiencia del otro en el nivel de los sentimientos y los significados. Siempre es un proceso gradual, tentativo, y en donde el terapeuta comprueba su entendimiento con la vivencia del cliente. Finalmente, el cliente es la autoridad, o el que tiene la última palabra sobre lo que es su experiencia. Imágenes deformes o las grietas en el espejo Si pensamos que la comprensión empática ha sido un factor que en algún momento llegó a tener una gran difusión e inclusión en distintas orientaciones terapéuticas, esto también generó o ha generado concepciones totalmente erróneas, y en muchos casos, no terapéuticas de la empatía (Bozarth, 1984; Greenberg and Elliot, 1997). Muchos de los malos usos o de la aplicación trivial de este recurso provienen de este tipo de ideas inadecuadas. Desde la perspectiva del enfoque centrado en la persona, las principales concepciones incorrectas de la empatía son: • La empatía es un tipo de identificación emocional con el cliente. • La empatía sirve únicamente al inicio de un proceso terapéutico. • La comprensión empática única y exclusivamente es reflejar o repetir lo que el cliente dice o siente. • La empatía es mostrarse condescendiente, ser paternalista o “apapachar” al cliente. • La empatía es una técnica sencilla para llegar a los “conflictos importantes”. Se puede usar eficientemente, aunque no entiendas al cliente. • Se puede ser empático a través de representar o de aparentar entender al “otro”. • Ser empático es darle por su lado al cliente. • La empatía puede ser una “estrategia” no para entender al otro, sino para inducirlo a que haga lo que tu crees que es lo mejor para él. • Mientras mas afectado, perturbado o “movido” esté el terapeuta, mas empático está siendo. Todas las concepciones anteriores comparten un desconocimiento o una distorsión de lo que significa adentrarse en el marco de referencia interno del cliente para entender “desde ahí” al cliente mismo. Son concepciones que se han generalizado y que no ayudan ni al cliente, ni al proceso terapéutico y que tienen un costo en el desgaste emocional, o inclusive en la efectividad y en el desarrollo del terapeuta o facilitador. La óptica del espejo La siguiente clasificación está elaborada a partir del trabajo que sobre la empatía ha hecho Greet Vanaerschot (1990, 1993, 1998) y según la cual, la empatía puede adoptar las siguientes formas: Empatía conceptual: significa que el entendimiento que se obtiene sobre el cliente es de carácter cognitivo. El énfasis está puesto sobre lo que el cliente dice o narra. Es una empatía a nivel del contenido. Relacionado con lo anterior es lo que para Ralph Greenson (1967) es un “modelo de trabajo” del cliente. Vanaerschot (1993) lo traduce a la terapia centrada en la persona como “el llegar a conocer el mundo de significados privados del cliente mas y mas, llegando a familiarizarse con él, y estando completamente a gusto en él”. Si el terapeuta funciona únicamente en este nivel, la terapia se puede convertir en un discurso intelectualizado donde tanto el cliente como el facilitador se mueven adecuadamente en el mundo de las ideas o pensamientos. Un movimiento terapéutico exitoso consistiría en ir desde este nivel hacia el de las vivencias o los sentimientos. Empatia auto-experiencial: implica que el terapeuta usa sus propias vivencias o recuerdos como un medio para entender al cliente. Sus propias experiencias no deben confundirse con las del cliente, pues esto generaría un entendimiento incorrecto o distorsionado del otro. El terapeuta usa lo que ha vivido como una de las formas de introducirse en la experiencia del cliente, no asumiendo que las experiencias son iguales, sino comprobando sus hipótesis con el cliente. Además, para poder hacer uso de esta forma de empatía, las vivencias del terapeuta deben estar integradas y no encontrarse en estado vulnerable o de desintegración. Empatia imaginativa: significa que a través de la imaginación el terapeuta se pone en el lugar del cliente tratando de captar o de percibir lo que la persona vivió. Es un esfuerzo activo de extender el entendimiento del terapeuta a través de imaginar: como se sintió el cliente? Qué efecto tuvo dicha vivencia? Cómo afecta a su identidad el haber tenido esa experiencia? Esta forma de empatía está de acuerdo con la concepción rogeriana de entender al otro y a sus experiencias “como si” fueran nuestras, pero sin perder el “como si”. Empatía resonante: esta es una elaboración novedosa que se aleja de la concepción de Rogers. Implica una cierta forma de contaminación en la que una serie de sentimientos en el cliente generan o evocan los mismos sentimientos en el facilitador. Es un proceso primitivo de comunicación emocional y el cual, por su intensidad, puede aparecer solo en determinadas partes del discurso del cliente. Si el terapeuta no ha trabajado mucha de su problemática o si no se encuentra en un proceso de crecimiento continuo, este tipo de empatía no es recomendable, debido al riesgo de perderse en el mundo interno del cliente, o confundir el propio mundo con el del otro. Posteriormente reelaborado por Vanaerschot (1998) es definido como un proceso experiencial en donde el terapeuta se conecta con su sensación-sentida (felt sense) del cliente y la usa como una guía para comprobar si su entendimiento es el adecuado de lo que el cliente narra. Apuntes para un diálogo experiencial Si pensamos que la empatía es el esfuerzo creativo del terapeuta de entrar en el mundo fenomenológico o marco de referencia interno del cliente, las formas de conseguir este objetivo pueden ser diversas. A continuación se comentan algunos de los tipos de respuesta empática: Sintonización empática: implica un refinamiento de nuestra percepción para ir adentrándose en el mundo experiencial del cliente. Significa tratar de “seguir al cliente” en la cualidad y matiz de su experiencia y en los pasos de su recorrido narrativo. Este tipo de respuesta empática exige estar o mantenerse en contacto con la experiencia organísmica del cliente que se va dando momento a momento. Más que una respuesta verbal, la sintonización empática es una actitud receptiva o de apertura hacia la realidad del otro. Reflejo evocativo: surgido a partir del trabajo de Laura Rice (1993), esta forma de la respuesta empática implica hacer una recolección vivida de una experiencia para contactar lo que organísmicamente se experimentó. Se trabaja con un lenguaje connotativo, metafórico o imaginativo para reconectar o reexperienciar una vivencia. Todo lo anterior permite que una experiencia dolorosa o problemática se pueda integrar de manera funcional en el aquí y ahora de la relación terapéutica. En términos del focusing, significa acercar lo suficiente una experiencia para entrar en contacto con la sensación-sentida (felt-sense) y poder resolver o asimilar los aspectos negativos o distorsionados de la vivencia. Seguimiento empático: implica que el terapeuta se mantenga receptivo a la dirección que el cliente le da al proceso terapéutico. Es el esfuerzo activo del facilitador por mantenerse en el camino señalado por el cliente y abandonar cualquier intento por controlar el proceso terapéutico. De alguna manera, el seguimiento empático engloba una actitud no directiva en relación con el rumbo y el contenido de la terapia. Tal como Barbara Brodley (1990) lo establece, en este “seguimiento empático, el terapeuta es llevado por el cliente hacia una travesía emocional e intelectual, bajo la dirección del cliente y hacia un mundo de memorias, percepciones, sentimientos y perspectivas del cliente mismo. A la vez que el terapeuta sigue empáticamente, es sincero, responsivo y se encuentra totalmente presente, es un acompañante del cliente”. Exploración empática: significa expandir la conciencia del campo perceptual del cliente al señalarle áreas marginales de su propia experiencia. En términos prácticos significa que algunas veces el facilitador puede ver o inferir aspectos que el cliente no dice expresamente. Ante la disyuntiva de dar por correcto lo que se piensa, el facilitador de manera no impositiva le pregunta o le expresa al cliente lo que lee entre líneas. Este tipo de empatía tiene un carácter tentativo o de pregunta. El terapeuta lo realiza como una observación que busca comprobar, dándole al cliente la última palabra. Reflejo experiencial: (focusing reflection) usado principalmente por terapeutas experienciales, consiste en dirigir la atención del cliente hacia lo implícito de la experiencia que relata al contactar mediante la empatía la sensación-sentida (Hendricks, 1986). Es decir, que el terapeuta trata de reflejar empáticamente no el contenido o ciertos aspectos de la experiencia, sino la sensación-sentida que tentativamente pudiera tener la experiencia de la persona Respuesta empática integradora: consiste en una organización y resumen de un conjunto de experiencias que aparecen en un lapso de tiempo considerable donde el cliente habla ininterrumpidamente. Significa también que si el cliente se ha extendido sobre una experiencia o sobre una serie de experiencias, la respuesta empática del terapeuta, cuando el cliente hace una pausa puede seguir varias vertientes. El terapeuta podría empatizar con lo último que el cliente dijo. También podría elegir la parte del discurso más cargada afectivamente y responder a ello. O en el caso de la respuesta empática integradora, puede hacer un breve resumen de los aspectos mas significativos y presentarlos al cliente como una forma de hacer saber al cliente que se ha estado ahí y se entiende lo que el cliente narra. La importancia de este tipo de intervención es que, al presentarle al cliente brevemente los aspectos más sobresalientes de su experiencia, el cliente elige sobre cual proseguir, y a la vez el proceso terapéutico adquiere mayor estructura y direccionalidad, habiendo menos posibilidad de que el encuentro terapéutico sea un divagar intelectual o un perderse en el discurso del otro. Finalmente, cabria recordar que esta direccionalidad del encuentro terapéutico es establecida por el cliente, mientras el terapeuta se dedica a seguirla y a respetarla. Conjetura empática: es una forma en la que el terapeuta trata de desentrañar el significado implícito de la experiencia de la persona. En algún sentido, la conjetura empática puede compararse con una interpretación, pero la diferencia estriba en que una interpretación esta basada fundamentalmente en una teoría de la personalidad o de la psicopatología, mientras que la conjetura empática se basa en lo que el cliente vive, y es precisamente a partir de la experiencia de la persona que se trata de develar o establecer tentativamente cual puede ser el sentido o el significado de dicha conducta. Afirmación empática: esto significa una forma de acompañamiento existencial, específicamente en un momento de la terapia que es de profunda vulnerabilidad para el cliente. Implica un estar ahí en una situación en la que el cliente tal vez experimente un dolor desgarrador, una vergüenza profunda, una tristeza que no termina, o un enfrentamiento con la propia fragilidad. Desde un punto de vista existencial, la “afirmación empática en la vulnerabilidad” seria parecida a la presencia (Schneider, 1998). Significa caminar al lado del cliente y permanecer ahí, aceptando y respetando incondicionalmente al otro y muchas veces guardando silencio. Confrontación empática: significa que el terapeuta le hace ver al cliente -con respeto y aceptación- una incongruencia de éste. La confrontación empática es un recurso importante que permite que el cliente enfrente las discrepancias y reestructure su autoconcepto dando paso a una integración mas fluida y con menos incongruencias. Un aspecto importante en la confrontación es la cuestión de las defensas de la persona. Pensaríamos que si el individuo ha desarrollado ciertos patrones defensivos, éstos en algún momento le han servido y han tenido una función vital para el desarrollo de la persona, pero que en el presente no le permiten vivir plenamente. En la confrontación empática, el terapeuta expresa la incongruencia del cliente, pero mantiene el respeto y la aceptación de la persona y de sus formas de reaccionar, incluso las disfuncionales. Es a partir de que el cliente acepta las discrepancias de su conducta y de sus patrones defensivos que puede integrarse o empezar a funcionar sin tantas defensas y con más energía para su proyecto de vida. Restablecimiento empático: implica que el terapeuta, en este proceso de responder a la realidad del otro, muchas veces llega a un entendimiento incorrecto o a un fracaso empático. Lo anterior significa que sobreponemos a la experiencia del cliente significados y sentimientos ajenos al cliente mismo. Como resultado de lo anterior, generalmente el cliente puede sentirse confundido, malentendido o inclusive rechazado. Tal como David Rennie (1998) lo establece, la mayoría de los clientes presentan una deferencia hacia el terapeuta, es decir, tienen una gran disposición a perdonar o pasar por alto los errores del terapeuta. En este sentido, el restablecimiento empático significa que el terapeuta un espacio seguro para que el cliente pueda corregir o explicar algo de su experiencia que el terapeuta haya entendido incorrectamente. Lo terapéutico del restablecimiento empático es que fortalece la alianza de trabajo al permitir que el cliente, ante un malentendido del facilitador, comente su inquietud, desconcierto, irritación o su desesperación y que el terapeuta pueda nuevamente “retomar el camino del cliente” al responder al sentimiento de éste desde como lo vivió y en la forma en la que repercutió en la relación. La posibilidad de la transparencia tanto del cliente de sentirse no entendido, como del terapeuta al aceptar que se equivocó y retomar el sentido del cliente, permiten una relación terapéutica de mayor cercanía y también de mayor efectividad en la exploración del mundo subjetivo de la persona. Empatía y reorganización del self Al inicio de este escrito propusimos que la empatía puede ser considerada como un recurso terapéutico por mérito propio. Tal vez ahora la cuestión es establecer como funciona la comprensión empática dentro de un proceso terapéutico y qué efectos tiene para la integración o para una mayor funcionalidad de la persona. Si recordamos un poco, en el enfoque centrado en la persona no existe una preocupación por la psicopatología o por el diagnóstico; mas allá de estos elementos, que pueden ser importantes, se impone como fundamental la relación con el cliente. Más bien, algunos autores como Lafarga (1992) hablan de procesos de crecimiento obstruidos o de disfuncionalidad. En ese mismo sentido, algunos otros enfocan la cuestión mediante un modelo donde la incongruencia entre la experiencia organísmica y el autoconcepto generan pautas de comportamiento poco saludables (Barrett-Lennard, 1998). Todo lo anterior se aleja del modelo médico, donde las personas son vistas como enfermas y con necesidad de un tratamiento. La empatía, tanto al inicio como en cada una de las fases de la terapia, tiene como fin adentrarse en el mundo experiencial del cliente y permitir que las experiencias distorsionadas puedan ir integrándose al self del cliente, y de esa forma generar conductas adaptativas mas saludables. Al inicio de la terapia, el self del cliente presenta una estructura rígida, un foco de evaluación externa, un autoconcepto organizado con base en distintas amenazas y una falta de apertura a la experiencia. Es a través de la comprensión empática como la rigidez o la distorsión de la experiencia dan paso a que se reconozcan nuevos aspectos de la experiencia y se reorganice el self de la persona, Tal como Margaret Warner (1997) lo establece al hablar del cambio, “la respuesta empática crea un tipo particular de reconocimiento experiencial que tiende a hacer surgir nuevos aspectos de la experiencia, permitiendo que las narrativas de vida de los clientes sean reformuladas”. Es decir, que desde un punto de vista experiencial, la llamada sensación-sentida (felt sense) es un referente directo o primitivo de una experiencia vivida. Y es al ponerse en contacto con esta sensación-sentida que un movimiento o cambio experiencial se puede dar. El sistema de Gendlin (1981, 1990) retoma la sabiduría organísmica al fundar su método en una relación directa y fundamental: en cómo esta involucrado el cuerpo en el funcionamiento psicológico. El cambio terapéutico es facilitado por el terapeuta al establecer las condiciones necesarias y suficientes, pero a nivel del reconocimiento experiencial, que permite al cliente extender e iluminar los aspectos de la experiencia que estaban fuera de la conciencia, es el cliente mismo quien marca la dirección, el contenido y el ritmo de un proceso de reorganizarse y de aceptar aspectos que habían estado inadecuadamente asimilados (Iberg, 1990). Desde el enfoque del procesamiento de la información (Greenberg, Rice and Elliot, 1993), que puede aparecer como un modelo muy mecánico, al inicio de la terapia el cliente ha elaborado o asimilado inadecuadamente experiencias problemáticas; lo que le provee la terapia es una reorganización y una entrada de información, anteriormente no consciente, con lo que el proceso de actualización se realiza adecuadamente al ser congruentes las experiencias vividas con el procesamiento que se reelabora o reconstruye de dichas experiencias. De espejos, mosaicos e itinerarios La siguiente recopilación de las funciones de la empatia esta basada en el punto de vista de autores centrados en la persona y experienciales (Rogers, 1961; Vanaerschot, 1993, 1998; Warner, 1998; Beech and Brazier, 1995; Neville, 1995: Watson and Goldman 1998). Puede ser que aparezca como una presentacion sui generis o incluso con la que no todos esten de acuerdo, lo cual dentro del enfoque centrado en la persona resulta aceptable e incluso sano. De manera muy general podriamos establecer que el hecho de asumir el marco de referencia interno del cliente tiene las siguientes consecuencias: Creación de un clima psicológicamente seguro Gran parte del trabajo de Rogers (1951, 1961) fue el de establecer ciertas condiciones que le permitieran al cliente no sentirse amenazado y poder así revisar e integrar su experiencia. En este proceso, la empatia, al lado de la autenticidad y el aprecio positivo incondicional, le permiten al cliente sentirse respetado, valorado y aceptado como persona. También el proceso terapéutico confirma la existencia de la identidad del cliente como una persona autónoma y en un proceso de volver hacia su realidad o hacia la persona que es. Expandir y reconstruir el self Por ser la empatía un elemento que permite recibir cálidamente al otro, ello genera que en este proceso vivencial y sostenido el cliente aprenda a aceptar los propios sentimientos, tanto los que le agradan como los que le causan alguna incomodidad. Tal pareciera que hay un cambio en la valoración y en el respeto a toda la experiencia, incluidos los sentimientos. Esto trae como consecuencia, también, que el cliente confíe cada mas en su propia experiencia o en su respuesta organísmica. Ya no es el intelecto o las emociones, ahora son los dos, la respuesta es de la totalidad del organismo. La comprensión empática del terapeuta también permite que se internalicen patrones de respuesta empática hacia uno mismo; el rechazo o el odio hacia si mismo son reemplazados por un tratar de entender, de no enjuiciar o condenarse uno mismo. La empatia hacia si mismo se alcanza al experimentar respeto y validación de la experiencia que uno vive, sea cual fuere ésta. En el caso de algunos clientes, la empatia genera una disolución del sentirse alienado. La experiencia para estos clientes es que “finalmente hay alguien que me entiende, que capta lo que significa vivir de esta manera o ser como soy”. Esta experiencia de ser entendido, de sentirse recibido o profundamente comprendido, invita al cliente a romper su aislamiento y formar relaciones interpersonales mas cercanas y significativas. La comprensión empática, al devolverle al cliente su propia experiencia, le permite verla mas claramente y promueve el que se de cuenta de aspectos anteriormente borrados o relegados, iniciándose un proceso de reconocimiento y aceptación de lo que siempre ha estado ahí. Finalmente, la empatia puede funcionar como un proceso contenedor de las experiencias profundamente dolorosas o traumáticas. Es a través del espacio seguro creado por la empatia, que las experiencias en extremo problemáticas pueden, paradójicamente, ser expresadas abiertamente, pero a la vez, ir encontrando una reorganización dentro de la vida del cliente. Facilitar el experienciar Si partimos de la concepción de Gendlin (1981) de que los procesos terapéuticos exitosos se caracterizan por un cierto tipo de procesamiento de la vivencia llamado experienciar, esto trae como consecuencia que en el enfoque experiencial se le de una capital importancia a la capacidad de avanzar desde un modo de experienciar rígido y atado a ciertos patrones disfuncionales, hacia formas de experienciar fluidas y en contacto con la experiencia organismica. También podríamos entender experienciar como un proceso de atribuir significados afectivos implícitos y que surge de la interacción entre la percepción de una experiencia y el impacto de dicha vivencia en el organismo. Este es un proceso anclado en el cuerpo (Iberg, 1990). En este proceso, donde el cliente dirige su atención internamente para contactar o esperar que la sensación-sentida (felt sense) acerca del problema surja, seria de vital importancia la ayuda que el terapeuta puede ofrecer al proveer palabras, frases, imágenes, símbolos o metáforas para representar o anclar el cómo el cuerpo experimenta el problema. El siguiente paso consistiría en un ir y venir entre la sensaciónsentida y el ancla que se haya escogido, sea una frase, imagen o metáfora, y todo lo anterior generaría un movimiento experiencial en el que el mismo cuerpo registra un cambio a nivel organismico, vivido en la mayoría de los casos como un sentimiento de alivio o de integración. Según Gendlin (1981) los aspectos explícitamente simbolizados de la experiencia están en una relación con un referente directo, pero la simbolización de dicha experiencia contiene mucho mas de lo que se ha simbolizado. En el mismo sentido, autores como Greet Vanaerschot (1998) establecen que “uno debería ver las experiencias como construcciones temporales que serán trascendidas por otras experiencias, que a su vez serán cambiadas o reemplazadas por nuevas construcciones que en turno, interactuarán con el experienciar implícito y cambiante de cada momento”. Desde esta perspectiva del focusing, la empatia se refiere a un tipo de experienciar en donde lo que el cliente narra hace surgir una sensación-sentida en el terapeuta. Este contacta dicha sensación corporal, y a partir de ahí responde al cliente de manera empática. El cliente, a su vez, pone a prueba la respuesta empática y avanza en su movimiento experiencial. La terapia, tal como pensaba Rogers (1961), implica un regreso a la experiencia primitiva o visceral del organismo. La narración de las imágenes en el espejo Si partimos de la metáfora narrativa (Ricoeur, 1991) para entender un proceso terapéutico, veremos que los clientes llegan a la terapia con una historia en donde el elemento principal son los problemas y no los recursos o la creatividad de las personas para enfrentar estas situaciones. Michael White (1990) lo expresa diciendo que los clientes viven discursos o historias dominantes que generan disfuncionalidad y un crecimiento obstruido. Por otro lado, Paul Ricoeur (1991) establece que “si la ficción solo se completa en la vida y la vida solo puede ser entendida a través de las historias que contamos acerca de ella, entonces la vida examinada, en el sentido socrático, es una vida que se vuelve a narrar”. De lo anterior se desprende la importancia que la construcción de la propia historia o de una identidad narrada tiene para los procesos terapéuticos. Desde esta perspectiva hermenéutica, el rol del terapeuta es el de extender las conversaciones familiares hacia territorios nuevos, no explorados o poco comunes donde, a través de una conversación dialógica, cliente y terapeuta puedan dar paso a un sinnúmero de perspectivas, de maneras nuevas de entender al cliente y a su historia (Anderson, 1997). Tal como Goolishian (1997) lo establece desde una perspectiva posmoderna, la terapia puede ser entendida como “el proceso de seguir interviniendo en una conversación con la intención de facilitar / co-crear / co-escribir una nueva narración, junto con los cliente y sin imponerles una historia (…) Nuestra historia no debe estar nunca por encima de la historia del cliente”. De acuerdo a lo anterior, en la medida que el terapeuta, a través de la comprensión empática, pueda crear un espacio seguro para la exploración y la multiplicidad de voces o de formas de entendimiento, el cliente podrá elegir reconstruir su propia historia de vida. La aportación del enfoque centrado en la persona a este proceso narrativo es que el terapeuta no confecciona una nueva historia, no sugiere sutilmente una narrativa más saludable, ni siquiera conoce el rumbo y el destino final del proceso en el que solo es acompañante. Por el contrario, únicamente se dedica a abrir paso y deconstruir historias disfuncionales para que sea el cliente el agente de sus propios cambios. Es decir, que éste elija la dirección y la forma de los cambios de su propia vida. Cabria recordar con Bozarth (1990) que “la esencia de la terapia centrada en la persona es la dedicación del terapeuta para ir en la dirección del cliente, a su propio paso, y con la forma única de ser del cliente mismo. Es el compromiso total de confiar en la forma en la que el cliente enfrenta sus problemas y su vida”. BIBLIOGRAFIA Anderson, Harlene (1997) Language, conversation and possibilities. A postmodern approach to therapy. NY: Harper and Row. Anderson, H, y Goolishian, A. 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