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AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS
Telescopios gigantes
Los nuevos ojos
de la Humanidad
Ángel Gómez Roldán
www.angelgomezroldan.es
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009 es el Año Internacional de la Astronomía, celebrándose el cuatrocientos aniversario del uso del telescopio por parte de Galileo.
Cuatro siglos después, esta herramienta fundamental para la ciencia
moderna ha evolucionado de una manera extraordinaria, y los astrofísicos del siglo XXI escudriñan las profundidades del Universo con tecnologías que Galileo ni siquiera pudo imaginar.
El Gran Telescopio CANARIAS, ubicado en el observatorio del Roque de Los Muchachos,
en la isla canaria de La Palma, es el telescopio óptico-infrarrojo más grande del mundo,
con su espejo primario de 10,4 metros de diámetro. Se trata del mayor proyecto
de gran ciencia liderado por España (IAC).
à
La revolución del Occhiali
El pasado mes de diciembre de 2007, la 62º Asamblea General de
las Naciones Unidas en Nueva York declaró de manera formal este
año 2009 como el «Año Internacional de la Astronomía», para conme-
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morar el cuarto centenario de la primera observación
realizada a través de un telescopio por Galileo Galilei
(1564-1642), uno de los científicos renacentistas que
transformaron la Astronomía en el siglo XVI.
Parece ser que en 1609, Galileo tuvo noticias de
un invento holandés consistente en un tubo en el que
se habían colocado en sus extremos sendas lentes de
cristal de manera que mirando a través de él se amplificaba el tamaño de los objetos lejanos, y que empezaba a ser conocido por su evidente utilidad práctica
y militar. El propio Galileo construyó un par de instrumentos similares (ver figura 1), llegando a alcanzar
hasta los 20 aumentos de magnificación. Cuando ese
mismo año 1609 Galileo orientó su primitivo telescopio, u Occhiali, como él lo llamaba, hacia el cielo, la
astronomía experimentó una de las mayores revoluciones de su historia: el universo observable de
repente se ampliaba hasta límites insospechados,
apareciendo nuevos astros y discerniendo detalles
antes invisibles a simple vista. Mientras que no existía
ninguna diferencia entre el cielo que podían observar
un astrónomo egipcio de hace 5.000 años y otro
astrónomo del siglo XVI, pues ambos miraban a ojo
desnudo, a partir de Galileo ese mismo cielo ya no
sería nunca el mismo, pues con el uso de telescopios
cada vez más potentes, sería posible ver objetos antes
ocultos y desconocidos. Así, las sorpresas que Galileo
tuvo cuando orientó su telescopio a los astros se sucedieron casi sin interrupción, al aparecer todo un
nuevo mundo para explorar.
duda la concepción aristotélica de la perfección e
inmutabilidad de los cuerpos celestes fueron el descubrir que la Luna tenía montañas y valles en su superficie; la primera detección de los anillos de Saturno
–aunque sin inferir su naturaleza debido a la escasa
resolución de su telescopio, los llamó «apéndices»–, y
que en el Sol existían manchas que se movían diariamente, demostrando que el astro rey giraba sobre su
propio eje (el descubrimiento de las manchas solares
y su rotación con el Sol fue realmente mérito de
varios autores entre los años 1610 y 1612, como los
Fabricius –padre e hijo–, Harriot y Scheiner). La
observación de las fases de Venus, sólo explicables en
un modelo heliocéntrico en el que este planeta girase
más cerca del Sol que la Tierra, o el comprobar que
la Vía Láctea estaba compuesta de innumerables
estrellas y que éstas no mostraban un disco apreciable como los planetas –y, por tanto, debían estar
situadas mucho más lejos de lo que se pensaba– convencieron definitivamente a Galileo de que el modelo heliocéntrico era el correcto y que debía ser divulgado, tarea que hizo en obras tales como su célebre
Sidereus Nuncius (o «Mensajero Sideral») en 1613.
El resto de la historia es bien conocido: Galileo se
vio perseguido y condenado por la Iglesia, pero su
legado y la ventana que había abierto al cosmos con
su sencillo catalejo cambiarían para siempre nuestra
visión del mundo.
à
De lentes pequeñas
a espejos gigantes
Figura 1. Uno de los telescopios atribuidos a Galileo. El tubo mide
136 x 6 cm (Istituto e Museo di Storia della Scienza, Florencia).
Entre el 7 y el 15 de enero de 1610, Galileo observó el planeta Júpiter, descubriendo que a sus lados
aparecían cuatro «estrellas» que se desplazaban día
tras día en torno al planeta, al igual que la Luna giraba alrededor de la Tierra. Esos satélites, más tarde llamados galileanos en su honor, se convirtieron en una
nueva y contundente prueba a favor de los entonces
escasos partidarios del copernicanismo. Otras de las
observaciones que contribuyeron a poner en seria
26
¿Cómo ha evolucionado el telescopio en todo este
tiempo? Desde el siglo XVII, en el que las observaciones se realizaban desde las ventanas o las azoteas de
las casas de los astrónomos, hasta la actualidad, en el
que remotos observatorios astronómicos de alta montaña o incluso en órbita terrestre funcionan casi de
manera automática, la historia del telescopio es asimismo la historia de la astronomía, una historia de
una continua expansión de horizontes: expansión en
el espacio, desde los astros más cercanos y dominantes de nuestro cielo, como son el Sol y la Luna, hasta
los confines más lejanos del Universo. Es también la
historia de una expansión en el tiempo, paralela a la
ampliación progresiva de los límites del cosmos:
cuanto más lejanos están en el espacio los cuerpos
que observamos, más distantes se encuentran también en el tiempo. Y es asimismo la historia de una
expansión intelectual, pues de un modelo de mundo
finito, geocéntrico y a escala del hombre, como el que
imperaba en la época de Galileo, se pasa a un Uni-
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verso en el que el espacio y el tiempo son de una vastedad casi incomprensible para nuestra mente, y en
donde el ser humano se ve relegado a una escala
diminuta.
Una de las peculiaridades de la astronomía comparada con las otras ciencias, es que no es posible
experimentar. El físico, el biólogo, el químico, todos
pueden realizar experimentos o estudiar sus especímenes en condiciones controladas. El astrónomo, por
el contrario, y con la reciente salvedad de la exploración espacial directa del Sistema Solar, se tiene que
limitar a recibir pasivamente la información que nos
llega del Universo en forma de ondas electromagnéticas. Por ello, desde finales del siglo XVIII, y sobre todo
ya en el XIX, con la llegada de la astrofísica, los astrónomos cada vez eran más conscientes de la necesidad de tener telescopios mayores y más potentes.
Cuanto mayor sea el tamaño del objetivo, sea lente o
espejo, mayor capacidad colectora de luz tendrá, y,
por tanto, podrá ver astros más débiles y lejanos con
mayor nitidez y resolución.
A partir de mediados del siglo XIX, las técnicas de
construcción de lentes habían mejorado mucho, con
lo que era posible construir telescopios refractores
dotados de lentes mucho mayores. Así, se llegó a
tener instrumentos con diámetros de lentes de 83 cm,
como el del observatorio de Paris-Meudon; o el de
Yerkes, cerca de Chicago, con una lente de 101 cm,
instalado en 1897. Aún hoy en día es el telescopio
refractor más grande del mundo. Estos grandes tubos,
con longitudes de 12, 16 o hasta 18 metros, estaban
rígidamente colocados sobre monturas ecuatoriales,
las cuales, al tener uno de sus ejes paralelo al eje de
rotación de la Tierra, permitían realizar seguimientos
prolongados de los astros en la bóveda celeste con
sistemas de relojería, algo imprescindible para poder
hacer largas exposiciones fotográficas.
Sin embargo, era posible superar el tamaño de
telescopios de un metro de diámetro máximo utilizando espejos. La mayor limitación era la propia fundición y tallado de los espejos, compuestos de una aleación de cobre y estaño, con un peso excesivo y que se
deslustraban rápidamente. Los progresos de la química hicieron que en 1853 se desarrollase un método
para depositar una fina capa de plata metálica sobre
la superficie pulida de un disco de vidrio, formando
así un espejo con una capacidad de reflexión mucho
mayor que en los metálicos. Además, los espejos de
vidrio son más baratos, más fáciles de tallar y se pueden construir más grandes que los de metal. Todas
estas ventajas llevaron a que desde finales del siglo
XIX y principios del XX, los observatorios de primera
línea se dotasen con telescopios con grandes espejos
de vidrio plateado. Uno de los primeros fue el reflector de 91 cm del observatorio de Lick, en California,
instalado en 1895. Además, con este tipo de instrumentos, tanto la fotografía como la espectroscopia se
podían realizar sin las complicaciones de los refractores, por lo que sentaron las bases de los grandes telescopios de espejos que poblarían los observatorios del
siglo XX. Observatorios que, por otro lado, comenzaban a construirse lejos de las ciudades, universidades
o centros que los promovían, buscando lugares con
cielos oscuros, buenas condiciones meteorológicas y
una atmósfera estable, limpia y transparente. Estas
condiciones sólo se pueden encontrar en las cumbres
de las montañas alejadas de los núcleos de población
y actividad industrial, y este requisito es el que a partir de ahora prevalecería a la hora de establecer los
grandes observatorios astronómicos.
à
Llegan las últimas tecnologías
La segunda mitad del siglo XX y estos primeros
años del tercer milenio han presenciado y presencian
un avance tecnológico sin precedentes en la historia
de la humanidad. Una ciencia básica como la astrofísica se ha beneficiado enormemente de las nuevas
capacidades que la tecnología ha puesto a disposición de los investigadores. Las necesidades de los
astrofísicos, por otra parte, están en el desarrollo de
instrumentos capaces de ver «más lejos, más alto y
más fuerte», por parafrasear el lema olímpico.
Hace solamente quince años, los mayores telescopios en funcionamiento tenían espejos de unos 4
metros de diámetro, tamaño máximo éste que no
variaba prácticamente desde finales de los años 40
del siglo XX, cuando empezaron a construirse los instrumentos de esa clase, como el famoso telescopio del
observatorio de Monte Palomar, de 5 metros de abertura (figura 2). Y si bien la capacidad óptica de los
telescopios no varió esencialmente en todos estos
años, sí lo hicieron los medios de detección que éstos
empleaban, pasándose de utilizar las placas fotográficas, a los chips de silicio ultrasensibles refrigerados a
temperaturas de 200 grados bajo cero. Fue esta
ganancia en la sensibilidad y precisión de los instrumentos la que hizo que los astrónomos llegaran cada
vez más lejos y mejor en la observación del Universo,
sin encontrarse con una necesidad apremiante de
telescopios mayores.
Sin embargo, y gracias precisamente a la gran
sensibilidad de estos detectores, los investigadores
han hallado una pléyade de objetos singulares (enanas marrones, agujeros negros, planetas extrasolares,
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metro equivalente de 10 metros de abertura, una
capacidad colectora de luz docenas de veces mayor
que la de un espejo de 4 metros, y, por consiguiente,
capaz de observar mucho más lejos y con más detalle que sus predecesores.
Figura 3. En esta imagen se puede ver el espejo primario de
10 metros de diámetro a base de segmentos hexagonales del
telescopio Keck en Hawai (Z2amiller).
Figura 2. El telescopio Hale de 5 metros de diámetro del observatorio de Monte Palomar, en California (S. Kardel, Caltech).
lentes gravitatorias, cuásares en los confines del Universo...) que requieren, indefectiblemente, de telescopios de mayor tamaño para poder estudiarlos adecuadamente, en una especie de ley de la oferta y la
demanda aplicada a la observación astronómica.
Bajo estas premisas, científicos e ingenieros empezaron a desarrollar, en un tiempo récord, telescopios
cuyos espejos primarios, bien de una sola pieza, o
compuestos de segmentos unidos, eran del orden del
doble de los 4 metros existentes. Para conseguir este
salto, uno de los mayores logros fue el diseñar espejos delgados, de como mucho un par de decenas de
centímetros de grosor, y que mantienen su forma
óptica perfecta a pesar de su finura merced a la actuación de multitud de pistones ubicados en sus bases y
que constantemente los presionan para que la óptica
no se deforme por el peso, el movimiento del telescopio y las vibraciones.
Así, en 1993, el primero de los telescopios gigantes de nueva generación veía la luz en la cumbre del
observatorio de Mauna Kea, en Hawai: el telescopio
Keck (figura 3), un coloso cuyo espejo primario está
compuesto de 36 segmentos hexagonales con un diá-
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Al Keck le siguieron en la última década del siglo
pasado y hasta hoy en día toda una serie de instrumentos cuyos espejos oscilan entre los 8 y los 10
metros de diámetro: Keck II, un gemelo del anterior y
colocado a su lado; Gemini, dos instrumentos de 8,2
metros, uno en Hawai y otro en Chile (construidos
por un consorcio EE.UU.-Reino Unido y varios países
sudamericanos); Subaru, japonés de 8,4 metros ubicado en Hawai; VLT, un conjunto de cuatro telescopios de 8,2 metros situado en los Andes chilenos y
perteneciente al Observatorio Europeo Austral (figura
4); el LBT, una especie de «superbinocular» con dos
espejos de 8,4 metros en el observatorio de Monte
Graham, en Estados Unidos (figura 5); el HET y el
SALT, estadounidense y sudafricano, respectivamen-
Figura 4. El VLT, en el observatorio de Cerro Paranal, Chile,
consta de cuatro telescopios principales de 8,2 metros
de diámetro cada uno (ESO).
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te, de 9 y 11 metros de abertura respectivamente, y el
Gran Telescopio CANARIAS (GTC), de 10,4 metros,
y que, como los Keck, también es de espejo segmentado (ver la imagen que abre este artículo).
Figura 5. Emplazado en el observatorio de Mount Grahamn, en
Arizona, el Large Binocular Telescope (LBT) lo forman dos telescopios gemelos con espejos de 8,4 metros de abertura. Empezó a
funcionar el año 2005 (M. A. Besel y W. Rujopakarn, LBT).
Como elemento común de todos estos telescopios
gigantes se encuentra no sólo su tamaño, sino en
especial su compleja y avanzada tecnología, tanto en
los campos de la óptica, como en la electrónica,
mecánica e informática. Una de las áreas más novedosas es la de la óptica adaptativa. Ésta se basa en la
medida de las perturbaciones introducidas en una
imagen por la atmósfera terrestre, y en el uso de uno
o varios espejos deformables que tratan de corregir
las deformaciones del haz de luz para de esta forma
producir una imagen limitada por difracción, o, lo
que es lo mismo, el límite teórico del espejo, como si
estuviera situado en el espacio, fuera de las perturbaciones de la atmósfera. Los primeros resultados de
esta técnica se obtuvieron a finales del siglo pasado,
habiéndose conseguido imágenes mejores que las del
telescopio espacial Hubble.
Todos estos grandes telescopios se encuentran instalados en observatorios situados en montañas elevadas y remotas, lejos de toda fuente de contaminación,
y en lugares con baja estadística de nubosidad y con
atmósferas estables. Estos complejos constan de
varios instrumentos pertenecientes a diferentes instituciones y países, y normalmente funcionan en régimen internacional. Así surgieron entidades como el
Observatorio Europeo Austral (ESO), que instaló su
primer observatorio en La Silla, en los Andes chilenos, con más de una docena de telescopios pertenecientes a otros tantos países europeos (figura 6).
Figura 6. La Silla fue uno de los primeros observatorios
internacionales que se instalaron en los Andes chilenos,
en los años 70 del siglo pasado. (ESO).
Además del salto enorme en capacidad captadora de luz que los telescopios ópticos han experimentado en las últimas décadas, paralelamente se han
desarrollado instrumentos cuya eficiencia en capturar
esa luz ha progresado de una manera espectacular,
como hemos mencionado anteriormente. Si en las
placas y películas fotográficas que se usaban hasta los
años 70, sólo del orden de un 2% de la luz era impresionada en la emulsión sensible, con la llegada de los
detectores electrónicos del tipo de las CCD –dispositivos de carga acoplada, similares a los que hay en las
cámaras de fotos caseras–, este porcentaje supera el
70%. Esto significa que con un telescopio de 50 centímetros y una cámara CCD en la actualidad se consiguen ver objetos tan débiles como los que podía
detectar el telescopio de 5 metros de Monte Palomar
con placas fotográficas en los años 50. Además, las
imágenes obtenidas con estas cámaras digitales permiten su visualización inmediata, sin el engorroso
proceso del revelado que tiene la fotografía. Igual-
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mente, su facilidad de procesado por ordenador y su
cómodo almacenamiento y copia amplían enormemente las capacidades de los científicos (figura 7).
Figura 7. Las cámaras CCD como las que usan los modernos
telescopios de hoy en día permiten realizar fotografías de galaxias
como ésta, llamada El Sombrero, en la constelación de Virgo,
a 30 millones de años luz de distancia (ESO/IDA/Danish 1.5 m/R.
Gendler y J. E. Ovaldsen).
muy corta, como los ultravioleta, los rayos X y los
rayos gamma; como las de ondas muy largas, como
el infrarrojo lejano y algunas de radio, son absorbidas
por las capas atmosféricas, impidiendo así su observación y estudio por parte de los astrónomos (e, incidentalmente, permitiendo la vida en la Tierra...).
La única manera posible de poder acceder a estas
regiones del espectro electromagnético es colocando
los instrumentos de observación por encima de la
atmósfera terrestre. Esto, que parecía una utopía en la
primera mitad del siglo XX, se hizo posible en el lapso
de unas pocas décadas a partir del lanzamiento del
primer satélite artificial en 1957 por parte de la Unión
Soviética. El fulgurante desarrollo de la astronáutica,
impulsado por la carrera espacial entre las dos superpotencias de la época, tuvo como resultado colateral
el que los científicos se pudiesen beneficiar de estos
progresos tecnológicos. Así, y desde finales de los 60
y principios de los 70, los Estados Unidos, Rusia y
Europa fundamentalmente, han ido poniendo en
órbita satélites dotados con instrumentos de observación astronómica en todos los rangos del espectro
invisibles desde la Tierra. Por mencionar sólo algunos
recientes, con sus fechas de lanzamiento entre paréntesis, tenemos a telescopios de infrarrojos como Spitzer (2003) o Herschel (2009, figura 8); de rayos X,
como XMM-Newton (1999) o Chandra (1999); de
rayos gamma, como Integral (2002) o Fermi (2008);
o del ultravioleta, como GALEX (2003) o Swift
Los telescopios del siglo XXI, tanto ópticos como
de radio, son máquinas muy complejas, de elevada
precisión y tecnología punta, y por ello, muy costosos.
Asimismo, es necesario contar con un personal especializado de astrofísicos, ingenieros y técnicos que se
encarguen de optimizar el rendimiento del telescopio
y sus instrumentos. La comunidad astronómica internacional tiene acceso a estas maravillas de la técnica
basándose en un sistema de petición de tiempo de
observación regulado por comités de expertos que
avalan las propuestas presentadas. La astronomía de
hoy en día nunca ha sido tan abierta, internacional y
tecnificada, y nunca ha tenido tal capacidad de examinar el cosmos como ahora. Incluso, pudiendo
hacerlo fuera de la mayor molestia y perturbación
que los astrónomos sufren en su trabajo: la atmósfera
terrestre.
à
Telescopios en el espacio
La atmósfera de nuestro planeta es un filtro muy
eficaz: únicamente deja pasar la luz visible y parte de
las ondas de radio. Tanto las radiaciones de onda
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Figura 8. El espejo principal del telescopio espacial infrarrojo
Herschel mide 3,5 metros de diámetro y es el mayor jamás
lanzado al espacio (ESA).
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(2004); todos estos telescopios orbitales observan el
Universo, contribuyendo de manera fundamental a la
comprensión global de los fenómenos que tienen
lugar en éste.
Quizá hay que mencionar aparte al emblemático
telescopio espacial Hubble, construido y lanzado en
1990 por las agencias espaciales estadounidense y
europea (figura 9). Este telescopio óptico, dotado con
un espejo de 2,4 metros de diámetro, y que aún hoy
está en pleno funcionamiento en órbita a 600 kilómetros de la Tierra –recientemente reparado y modernizado por los astronautas de la NASA el pasado mes
de mayo–, ha permitido a los astrofísicos observar
todo tipo de objetos del Universo con una precisión y
detalle nunca vistos. Sólo los nuevos gigantes de 10
metros de diámetro pueden rivalizar con él desde la
superficie de nuestro planeta.
constatación de que el cosmos está dominado en más
de un 90% por unas misteriosas energía y materia
oscuras de las que casi no se sabe nada.
Para poder abordar estas cuestiones, los astrónomos ya están diseñando las herramientas que en la
próxima década supondrán una revolución en nuestro conocimiento del Universo quizá similar a la que
Galileo llevó a cabo hace cuatrocientos años con su
telescopio. Uno de estos nuevos instrumentos,
siguiendo en la línea del «más lejos, más alto y más
fuerte» antes mencionado, es el proyecto de EE.UU.
y Canadá del Thirty Meter Telescope, o TMT (figura
10). Se trata de un telescopio de espejo segmentado,
al estilo de los Keck o el GTC, que tendrá nada
menos que 492 hexágonos con una abertura equivalente de 30 metros (compárese con los 36 segmentos
de los telescopios de 10 metros actuales). En la actualidad –mediados de 2009–, su diseño preliminar está
casi acabado, y se prevé comenzar su construcción,
que duraría unos ocho años, hacia finales de 2018.
Figura 9. El telescopio espacial Hubble, fotografiado tras
su última misión de mantenimiento por el transbordador Atlantis
el pasado 19 de mayo de 2009 (NASA).
à
Y en el futuro...
El salto que ha supuesto para la observación
astronómica pasar de telescopios de clase 4 metros a
los de 8-10 metros ha sido simplemente espectacular.
Entre los descubrimientos realizados con los telescopios gigantes de nuestros días podemos destacar el
cada vez mayor número de planetas extrasolares, que
la expansión del Universo se esté acelerando, o la
Figura 10. Diseño del futuro Telescopio de Treinta Metros, TMT,
de factura estadounidense y canadiense. Su espejo primario
constará de 492 segmentos individuales (Thirty Meter Telescope).
Pero no es el único coloso en el horizonte: el
Observatorio Europeo Austral pretende, en el mismo
espacio de tiempo, construir el que sería, de lejos, el
mayor telescopio del planeta: el E-ELT, acrónimo en
inglés de Telescopio Europeo Extremadamente Grande (figura 11). Con 42 metros de diámetro y casi mil
segmentos, este monstruo, albergado en una cúpula
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Telescopios gigantes. Los nuevos ojos de la Humanidad
de más de ochenta metros de altura, tendría una
capacidad de captación de luz quince veces mayor
que la del GTC. Su diseño está en sus fases finales, y
la decisión de su ubicación, Chile o la isla de La
Palma, se tomará este mismo año.
ble, el telescopio espacial James Webb (figura 12).
Con un espejo segmentado de 6,5 metros de abertura, y trabajando a 1,5 millones de kilómetros de la
Tierra para evitar toda radiación proveniente de
nuestro planeta y del Sol, el James Webb será el complemento espacial de los nuevos telescopios gigantes
de 30 y 42 metros que estarán trabajando en tierra.
Únicamente podemos imaginar los asombrosos descubrimientos que podremos realizar con estos magníficos instrumentos...; sin duda, se avecinan tiempos
fascinantes para la astronomía.
à
A modo de conclusión
Figura 11. Comparación a escala del Telescopio Europeo
Extremadamente Grande (E-ELT) con un avión Airbus 340.
El espejo principal medirá nada menos que 42 metros de
abertura... (ESO).
En el espacio, por su parte, el aumento de diámetro de los espejos también llegará: hacia 2013 está
previsto el lanzamiento del sucesor del veterano Hub-
Figura 12. Impresión artística del telescopio espacial James Webb,
de 6,5 metros de diámetro. Se prevé lanzarlo hacia finales
de 2013 (NASA).
32
Los extraordinarios avances que ha experimentado la astronomía a lo largo del siglo XX han configurado un Universo muy distinto del que conocían
nuestros abuelos. En apenas tres generaciones,
hemos pasado de un modelo de cosmos limitado a
una Galaxia de dimensiones enormes pero todavía
imprecisas, gobernado por la mecánica newtoniana y
sin una idea clara de patrones evolutivos en las estrellas, a un Universo dinámico, evolutivo y violento,
poblado de objetos exóticos como púlsares, cuásares
y agujeros negros, extendiéndose casi 14.000 millones de años luz, y en el que la relatividad de Einstein
controla su estructura. Un Universo, sin embargo, y a
pesar de todas las maravillas que contiene, aparentemente falto de vida excepto en un único y privilegiado lugar: la Tierra. Hemos sido testigos de una constante disminución en la importancia de nuestro
planeta en el cosmos, pasando de ser el centro absoluto del Universo a apenas una insignificante mota
entre los más de cien mil millones de estrellas de la
Vía Láctea, y ésta a su vez una más entre cientos de
miles de millones de galaxias más...
No obstante, la singularidad que supone la existencia de vida e inteligencia en esta insignificante
mota, nos hace abrigar esperanzas de que tampoco
en esto somos especiales. El reciente descubrimiento,
en los últimos quince años, de ya más de 350 planetas fuera del Sistema Solar, en torno a otras estrellas
cercanas, de nubes interestelares pobladas de moléculas complejas, tanto como los aminoácidos; de los
fascinantes ambientes posiblemente prebiológicos de
los océanos subterráneos de agua salada del satélite
de Júpiter, Europa, y de Saturno, Encélado; todo
esto, en fin, apunta a un futuro en el que gracias a los
telescopios gigantes, quizás, lleguemos a descubrir
que en el vasto y complejo Universo del que formamos parte, no estamos solos en la aventura de su descubrimiento.
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