"China: Un Enfoque desde la Filosofía Política". Sep 06.

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INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES
China: Un Enfoque desde la Filosofía Política.
Abstract
21 Sep 06
El presente artículo está basado en un trabajo de investigación realizado para la
materia Relaciones Internacionales del Este de Asia, de la carrera de Magíster en
Ciencia Política (mención Relaciones Internacionales) de la Pontificia Universidad
Católica de Santiago de Chile. El titular de la materia, Dr. Manfred Whilhelmy Director de la Fundación Chilena del Pacífico- lo calificó con la máxima nota del
rango trasandino, recomendando su publicación.
Es un análisis crítico del régimen comunista chino. La tesis central afirma que ese
régimen corrupto y criminal hubo de recurrir a la economía de mercado para
salvarse de la bancarrota y el hundimiento. Indaga los orígenes del actual gobierno e
insiste en los inexplicables olvidos del mundo occidental acerca de las violaciones
sistemáticas a los derechos humanos que en China se cometen.
Con fecha Diciembre de 2005, está dedicado a la memoria de mi amigo y
condiscípulo el Magíster Coronel del Ejército de Chile Don Carlos Valenzuela
Contreras, cuya vida se apagó por aquéllos días, dejando en el recuerdo su
entusiasmo, su inteligencia y su heroica actitud ante la inminencia del fin. Bien le
caben las palabras que el griego Jenofonte pronunció para Sócrates: “lo tuve por
hombre realmente feliz” (Memorables Recuerdos de Sócrates, l, 6).
1)
Introducción
La distinción teórico-epistemológica entre hecho y valor ha determinado que el
curso de la abrumadora mayoría de las investigaciones de las ciencias culturales, en
general y politológicas, en particular, se remitan a la elucidación de los hechos,
despojados de toda “envoltura” o carga “subjetiva”, esto es, “valorativa”.
Incluso se pretende que el análisis político que despliegue consideraciones sobre lo
bueno y lo malo de los regímenes políticos, no es ciencia, sino opinión. Ésta peculiar
manera de enfrentar los procesos y regímenes políticos es hija del positivismo
comtiano, para el cual la superioridad de la edad de la ciencia, en relación a la edad
teológica y metafísica, reside en la búsqueda del cómo y no del por qué.
Sin embargo, el desplome de los regímenes del “socialismo real”, abrió paso a una
literatura analítica y a la vez juiciosa, en el sentido de lo que la captación verdadera el “ver con claridad” de Platón- implica.
La presente investigación retoma -en la medida en que nos es dado hacerlo- la
Ciencia Política en el sentido en que la entendía la tradición clásica, que hoy
podemos denominar filosofía política. La tesis central con la que desechamos la
distinción hecho-valor, es que una Ciencia Política incapaz de determinar
conceptualmente si un régimen es bueno o malo, es como una Medicina que no sepa
distinguir la salud de la enfermedad o una Estética que no se pronuncie sobre lo
bello o lo feo, o una teoría musical incapaz de distinguir el ruido, de la música. Es
decir, retomamos la unidad de lo político, lo útil y lo justo, característico de la
tradición.
1
Por lo tanto, abordamos a China desde un marco teórico que integra, en su
conceptualización, la radical problemática que encierra la coexistencia entre un
régimen totalitario y una economía de mercado.
Ningún pensador serio de la zaga de los que hoy suelen caracterizarse -incluso
desecharse- como “filósofos políticos”, en realidad los verdaderos fundadores de la
Ciencia Política, hubiese dejado de lado en el análisis esta patente cuestión. Ni
siquiera un marxista serio -sea Marx, Lenin o el mismo Mao- hubieran pasado por
alto la “contradicción” en el interior de una misma “formación social” entre la
“base” -crecientemente capitalista- y la “superestructura” –socialista-.
Porque para los filósofos políticos los regímenes no son aleaciones desprovistas de
supuestos y condiciones de posibilidad. Por el contrario, las cuestiones hoy
descalificadas como “metafísicas” -como la cuestión de qué es la naturaleza
humana- están en la base de los sistemas políticos y económicos.
Partimos, pues, de la tesis de la democracia liberal como creación específica de una
particular tradición filosófica en la que participan filósofos como Hobbes, Locke,
Hume, y Adam Smith. Constatamos, por cierto, que el análisis de los fundamentos
teóricos de la democracia liberal suele caer en el olvido cuando se abordan
cuestiones concretas como la del régimen comunista chino. Sin embargo, éste usual
olvido supone la prescindencia de la realidad respecto de las ideas, lo que está en las
antípodas de nuestra tesis y nuestra conceptualización. Porque, como decía
Nietzsche:
“Los pensamientos que avanzan a paso de paloma dirigen al mundo”
¿Cuál es el pensamiento que está en la base de la democracia liberal? ¿De qué
particular idea filosófica depende el capitalismo?
Lógicamente, responder preguntas de éste tipo demanda una investigación que
sobrepasa en mucho el espacio acotado que tenemos, en ésta particular
circunstancia. Conviene, sin embargo, que retengamos una serie de principios
tomados de Locke y de Adam Smith, cuyo influjo nos parece singularmente
relevante.
Para Locke, el estado de naturaleza se caracteriza por la ausencia de un juez común
y de toda ley, a no ser la ley natural (Locke, 2004); así, el estado de naturaleza:
“no es sin embargo un estado de licencia…tiene una ley de la naturaleza por la que
se gobierna y que obliga a todos…en todos los estados de los seres creados
susceptibles de leyes, si no existe ley, tampoco hay libertad…y la razón, que
coincide con ésta ley, enseña a todos los hombres que quieran consultarla que, al
ser todos iguales e independientes, nadie debe cuasar daño a otro en lo referente a
su vida, salud, libertad o posesiones…Y como están dotados de idénticas facultades
y participan todos de una comunidad de naturaleza, no puede presuponerse que
exista ninguna subordinación entre nosotros que nos autorice a destruirnos unos a
otros, como si estuviéramos hechos para el provecho de otros, como para nuestro
provecho están hechas las criaturas de clases inferiores”(.C.6)
Aparentemente, el estado de naturaleza para Locke no es, como en Hobbes, el estado
de guerra, ya que:
“se encuentran tan distantes uno del otro como lejanos están uno de otro un estado
de paz, buena voluntad, ayuda mutua y conservación y un estado de enemistad,
malevolencia, violencia y destrucción mutua” (C.19).
2
Pero tampoco es el estado prepolítico del hombre, en el sentido histórico-genético.
Por el contrario, la de Locke es una interpretación mucho más amplia, en la que el
estado de naturaleza aparece como un componente estructural de la condición
humana:
“Los hombres que viven juntos conforme a la razón, sin un jefe común sobre la
tierra con autoridad para ser juez entre ellos, se encuentran propiamente en el
estado de naturaleza” (C.19).
Y la ley natural que rige este estado es la que nos obliga a conservar la propia vida y
conservar la de los demás, ya que:
“así como cada uno de nosotros está obligado a su propia conservación y a no
abandonar voluntariamente la posición que ocupa, así, por la misma razón, cuando
no se encuentra en juego su propia conservación, debe procurar en la medida de
sus posibilidades la conservación del resto de la humanidad y no puede quitar la
vida a otro, dañar ésta o causar daño a aquello que contribuye a la conservación de
la vida, libertad, salud, miembros y bienes de otro, a menos que sea para hacer
justicia a un culpable”( p.6)
Para Locke, la sociedad civil se caracteriza por la presencia de un juez común, con
autoridad para hacer cumplir la ley civil. Pero la base del estado de naturaleza
infunde el más poderoso deseo como fuente de la conducta de los hombres. Por lo
tanto, cuando Locke afirma que las leyes civiles de la sociedad política:
“sólo son justas mientras están fundadas en la ley de naturaleza, por la que han de
regularse y ser interpretadas…siendo la conservación de la humanidad el contenido
de la ley fundamental de la naturaleza, ningún decreto humano puede tener validez
en su contra”( p.135).
El derecho de propiedad se inscribe, pues, en esta interpretación particular de la
naturaleza y la sociedad y sirve a la conservación de la humanidad en su conjunto:
”Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean para el beneficio común de
todos los hombres, sin embargo cada hombre tiene la propiedad de su propia
persona. Nadie, salvo él mismo, tiene derecho sobre ella” (P.27)
Sintetizando, podemos decir que la democracia liberal -necesariamente capitalistasólo es posible sobre la base de ésta peculiar ontología, de acuerdo a la cual se
conjugan el derecho natural y el derecho positivo, ya que éste encauza
institucionalmente el deseo de conservación que impulsa, como resorte último, a la
conducta humana. Por ello, Adam Smith retoma y continúa la teoría lockeana.
Podríamos extendernos en demasía en torno a la riqueza extraordinaria de matices y
vicisitudes que constituyen la filosofía de ambos autores. Como simplemente lo que
buscamos es ilustrar de modo fehaciente y sintético, nos alcanza -al menos
provisoriamente- con recordar que la tesis central de Smith afirma que el interés
público se alcanza persiguiendo el interés privado. Así, Smith sostiene que:
“el hombre casi siempre tiene la ocasión de recibir la ayuda de sus
semejantes y es inútil que la espere de su benevolencia solamente. Es más probable
que lo consiga si puede inclinar en su favor el egoísmo de ellos, demostrándoles que
les interesa hacer lo que él les pide…No es la benevolencia del carnicero, del
cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de
su propio interés…todo individuo…ni pretende promover el interés público ni sabe
cuando lo está promoviendo…Lo único que busca es su propio provecho y en éste,
como en otros muchos casos, una mano invisible lo lleva a promover un fin que no
entraba en sus intenciones. Tampoco es siempre malo para la sociedad que no
entrara en sus intenciones. Al buscar su propio interés, promueve el de la sociedad
más eficazmente que si realmente pretendiera promoverlo”.
3
No hace al caso explicar como es que las decisiones libres de las personas tienen una
estructura más óptima en el aprovechamiento de los recursos escasos, que las
decisiones centralizadas de un organismo estatal. Nos basta con recordar los
principios de la economía capitalista y de la democracia liberal, en la medida en que
se conjugan y entrelazan indisolublemente a partir del encauzamiento del deseo
individual y no de su aplastamiento en pretensa función colectiva, como es el caso
de la moderna utopía totalitaria marxista.
2)
Desarrollo
a- La República Popular China es hija de la Revolución Socialista que el 1ro
de Octubre de 1949 proclamó su triunfo, luego de más de veinte años de
lucha del Partido Comunista, en los que se consolidó el liderazgo de Mao
Tse Tung. No pretendemos dar un detalle de las peripecias de la “larga
marcha”, ni las consecuencias de la lucha contra el Kuomintang de Chiang
Kai Chek y contra los imperialistas japoneses, sino simplemente confirmar
el fuerte sello que su líder le impuso al proceso chino.
En los primeros tiempos de la Revolución, Mao se mostró como un estudioso y
original intérprete del “marxismo leninismo”.
A los efectos de nuestra investigación, consideramos necesario detenernos
particularmente en la consideración y el análisis de la cuestión. El marxismo le
proporcionó a Mao una cosmovisión “científica” de la historia humana, de acuerdo
a la cual la lucha de clases operaba como motor principal. Para Marx,
evidentemente, el estado de naturaleza estaba en la base de los procesos históricos.
En el primer escrito de Mao, en apenas unas pocas páginas, hay un análisis de clases
y sectores de clase de la sociedad china. Así, aparecen en su estudio una rica
variedad de categorías sociales, con sus juegos de intereses, su mentalidad e
inclinaciones.
La existencia de un gigantesco campesinado y de un pequeño proletariado le permite
a Mao hacer su principal innovación en el marxismo, consistente en el desarrollo
revolucionario del campesinado y en la metodología de la revolución “cercando las
ciudades desde el campo”, para citar la formula de Lin Piao.
La condición que Mao preserva del leninismo es la idea del partido de cuadros
profesionales de naturaleza proletaria en la ideología marxista, no en su composición
social. Así, Mao retoma la teoría de la representación de Lenin, de acuerdo a la cual
el Partido es el nexo entre la Ciencia (el materialismo histórico y dialéctico) y la
clase social; adhesión ideológica ésta que le permitirá a los revolucionarios
profesionales postular la representación de la clase obrera, aunque no pertenezcan ni
por su origen ni condición a esa clase.
Ya en sus primeros escritos Mao distingue la ideología -a la que concibe como
“proletaria” y prioritaria- de la composición social empírica -de importancia
relativa y contingente-. Así, una clave hermenéutica que aparece a lo largo de la
trayectoria de Mao es la importancia de la ideología, que se remachaba en los
cuadros políticos a partir de las sesiones de “crítica y autocrítica”, que operaban
como lavado de cerebro y rectificación de la condición libre de las personas.
En sus escritos de los tiempos heroicos de la revolución, Mao destaca que el
enemigo principal es el imperialismo japonés, por lo que había que realizar una
4
política de Frente Único con el Kuomintang, representante de la “burguesía
nacional”, aliado transitorio del Partido Comunista.
Otro aspecto singularmente relevante en la jerarquía ideológica de Mao Tse Tung es
la importancia que adquiere la filosofía marxista leninista, el materialismo
dialéctico, en su peculiar interpretación. En una serie de conferencias pronunciadas
en 1937 en Yenán , Mao exalta la importancia de la ideología y dentro de ésta, de la
filosofía materialista dialéctica. Con un criterio tan juicioso como radicalizado,
constata que las “leyes de la dialéctica” expuestas por Lenin (a su vez entresacadas
de Hegel, “puesto cabeza arriba”, como decía Engels) son tres, a saber:
-
La ley de la unidad de contrarios o de la contradicción
La ley de la transformación de la cantidad en calidad
La ley de la negación de la negación.
Para Mao- éste es su desarrollo específico- las dos últimas leyes se subsumen como
especies de la primera. Es decir, la teoría de la contradicción es la ley principal de la
dialéctica que – a su vez- es la teoría universalmente aplicable a la realidad material
natural, social e intelectual.
Tamaña afirmación muestra la singular radicalidad revolucionaria del pensamiento
de Mao Tse Tung y el carácter especialmente extremo que adquirirá su proyecto
político en la constelación del “campo socialista” y en la historia del marxismo,
aunque -como veremos- su trayectoria no estuvo exenta de una importante dosis de
pragmatismo o de “adaptación a la práctica”.
En el corpus del maoísmo un aspecto realmente importante lo tiene su doctrina de la
guerra popular prolongada. En lo fundamental, la doctrina militar de Mao retoma la
idea de Clausewitz de acuerdo a la cual “la guerra es la prolongación de la política
por otros medios”, lo que le permite establecer que “el partido manda al fusil”.
En su aporte estratégico específico, Mao despliega el arte dialéctico interpretando
que el Partido Comunista construye un ejército popular que es débil en lo táctico,
pues debe enfrentar fuerzas superiores, pero es fuerte en lo estratégico, pues la
historia es una marcha que prepara el triunfo del socialismo.
En consecuencia, las correlaciones de fuerzas son relativas y el arte militar del
Ejército Popular consiste en encontrar la superioridad relativa sobre el enemigo,
“cuando el enemigo rehuye, hay que combatirlo; cuando quiere combatir, hay que
rehuirlo; cuando huye, hay que perseguirlo” ( Mao Tse Tung, 1973, Tomo I).
El Ejército Popular, bajo la conducción del Partido Comunista, debe construir un
nuevo orden en el territorio ganado al control enemigo. Ese nuevo orden realiza las
tareas de la reforma agraria y la organización de la producción, la seguridad, la
educación, etc... Mao lo llama la “República de Nueva Democracia” (Mao Tse
Tung, 1973, Tomo X). Así, “de lo pequeño a lo grande y del campo a las
ciudades”, la estrategia de guerra popular prolongada insume tiempo, pues -para un
marxista convencido, como lo era Mao- el futuro histórico juega a su favor y en
contra de sus enemigos.
Las fases de la guerra popular prolongada son cinco, a saber:
 guerra de guerrillas,
 guerra de movimientos,
 guerra de posiciones,
 equilibrio estratégico y
5

ofensiva final.
b- Los primeros años del gobierno de Mao Tse Tung encontraron en la Unión
Soviética de Stalin un apoyo tan importante como poco confiable. China era
un gigante político, cuya revolución socialista su líder la llevó a cabo
desobedeciendo la directiva de Stalin, que pretendía un entendimiento con el
Kuomintang y a quien nadie -en el komintern- osaba desmentirlo. Pero Mao
era de otra pasta.
Su admiración por los logros de la industrialización soviética eran sinceros y con ése
ánimo se puso en marcha -con la colaboración de técnicos soviéticos- un vasto plan
de industrialización pesada ( Brzezinski, 1989). Pero las diferencias entre los chinos
y los soviéticos no tardaron en aparecer. Los resultados del Plan Quinquenal (19531957) llevaron a Mao a la convicción de que China podía y debía saltar etapas en la
transición al socialismo.
Mientras la muerte de Stalin despertó un proceso de revisión soviética, cuyo punto
sintomático fue el “informe secreto” de Nikita Kruschev, en el 20 Congreso del
PCUS (con la denuncia de los crímenes de Stalin, el culto a la personalidad, el cierre
de cientos de campos de concentración, etc.) Mao se precipitaba en la teoría de la
revolución ininterrumpida, que planteaba la marcha al socialismo en un proceso de
transformaciones sin solución de continuidad. Para Mao, China estaba lo
suficientemente madura para el socialismo.
El cisma chino-soviético se profundizó con la “coexistencia pacífica” y la
“emulación socialista”, por medio de la cual los soviéticos pensaban que se
impondrían finalmente al capitalismo. Para Mao eso era inaceptable.
“Revisionismo”, fue la acusación sobre Kruschev y, finalmente, una nueva teoría ad
hoc, la del “social imperialismo soviético”. Para Mao, los imperialistas eran “tigres
de papel” y la guerra atómica un medio que, en última instancia, acercaría a la
humanidad al Socialismo.
La preocupación de Mao por la burocratización del régimen comunista llegaba a
niveles de radicalidad extrema. En efecto, para Mao la burocratización implicaba en
si mismo el retorno de la burguesía al poder, porque para el maoísmo la lucha de
clases también se daba en el plano del pensamiento.
El primer esfuerzo para revitalizar la revolución fue la campaña “que se abran cien
flores, que compitan cien escuelas de pensamiento”, que desató un movimiento de
discusiones e ideas que se salieron rápidamente del control de Mao y que éste se
apresuró en clausurar.
La respuesta de Mao fue “El Gran Salto Adelante”, un esfuerzo de canalización del
trabajo colectivo bajo la dirección del Partido Comunista que debía aproximar a
China hacia la meta soñada del Comunismo, esto es, la sociedad sin clases. Las
“comunas populares” y la producción de hierro y acero por métodos artesanales, la
supresión del dinero y de los circuitos de comercialización, etc., llevaron a un
gigantesco fracaso, que suele medirse en una enorme destrucción de las “fuerzas
productivas”. Así, entre 1958 y 1962, la producción agrícola descendió un 30%, la
industria ligera un 21% y la pesada un 23%( Chow, en Brzezinzki, 1989).
Las cifras de muertes a consecuencia de la hambruna y las matanzas de campesinos
que se resistían a la colectivización, aún hoy son objeto de debate, aunque las
víctimas fatales oscilan entre 20 y 25 millones ( Brzezinzki, 1989; Furet, 1996).
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Ante el fracaso del “Gran Salto Adelante” la apuesta de Mao fue especialmente
radicalizada y fantástica. Luego de una serie de intrigas, asesinatos y suicidios en la
cúspide del aparato partidario y del poder, Mao escribió -en el año 1966- un letrero
colgado de los muros de la Universidad de Pekín, considerado como la orden de
marcha de la “Gran Revolución Cultural Proletaria”. Ése letrero decía así:
“¿Qué se verá en el último período del movimiento? El cielo estará limpio de
polvo, la llanura estará llena de flores y luz de sol. Y cuando las flores del monte se
abran, las flores del ciruelo reirán con ellas. Y si usted no me lo cree, espérese un
rato y compruébelo usted mejor” (en Vargas, 1991)
La brutal ingeniería social inspirada por la tradición “marxista leninista” había
dado paso al utopismo cuasi anarquista. En la “revolución cultural proletaria” un
anciano líder -que se mostraba capaz de cruzar a nado el río Yangtsé- convocaba a
los Guardias Rojos -con el Pequeño Libro Rojo- a destronar a los “burgueses y
revisionistas” de todos los rincones de China.
Un gigantesco proceso de purgas y matanzas condimentadas con sesiones de
“crítica y autocrítica” cayeron sobre los más variados “enemigos del pueblo”, es
decir, dirigentes del Partido, miembros del Ejército, intelectuales y cualquier
persona que las hordas de fanáticos maoístas considerasen desviada respecto del
pensamiento Mao Tse Tung. Fue una orgía de violencia y destrucción que hizo las
veces de “revolución en la revolución” y cuyas victimas fatales también se cuentan
en unas dos decenas de millones, así como en una virtual paralización de las tareas
de producción, que profundizaron el hambre y el subdesarrollo.
A comienzos de 1970 la diplomacia triangular de Nixon y Kissinger concluyeron en
que Mao Tse Tung podría ser un buen aliado frente a los soviéticos, a los que los
chinos les temían en su frontera norte (en la que hubo enfrentamientos armados más
o menos limitados), además de la consabida disputa por la hegemonía en el
liderazgo comunista. El viaje de Nixon a China Popular, a comienzos de los setenta,
le dio a ésta un triunfo diplomático de proporciones, cuando ganó su lugar en el
Consejo de Seguridad de la ONU, en detrimento de Taiwán.
Para Mao, ya anciano pero aún lúcido, el acuerdo con el “imperialismo yanqui” era
para defenderse del “social imperialismo soviético”. En las primeras reuniones
internacionales en las que participaron, los chinos sostenían la nueva teoría de Mao
de los “tres mundos”:
 el primero, de los imperialistas EE.UU. y URSS;
 el segundo, de los países desarrollados;
 el tercero, de los países en lucha por el desarrollo.
A mediados de los setenta, la Revolución Cultural había arrasado con buena parte
del Estado y la sociedad china. Poco antes de morir, Mao -en una de las últimas
reuniones del Comité Central del Partido Comunista- dijo una serie de frases que
merecen recordarse, para ahondar en la comprensión de su singular personalidad.
“Ustedes son marxistas, pero es evidente que la mayoría no ha leído nunca
un solo libro de Marx…después de muchas revoluciones culturales, llegaremos al
Comunismo, más o menos en unos diez mil años”( en Vargas, 1991).
c- La muerte de Mao Tse Tung en 1976, abrió una dura pelea por la sucesión,
en la que finalmente, Deng Xiaoping se impuso sobre Hua Guofeng, el
favorito del “Gran Timonel”. Deng había sido el protegido de Chou En
7
Lai, el refinado camarada de Mao, cuya visión modernizante del socialismo
fue tan característica como leal su conducta con el viejo líder.
Cuando Deng lanzó las “cuatro grandes modernizaciones”, es decir, la reforma
agrícola, industrial, científico-tecnológica y de defensa, abrió el camino para:
 la privatización de la tierra,
 la apertura de la economía,
 las inversiones extranjeras directas y
 una serie de transformaciones sustanciales en la vida económica
china que han tenido como resultado:
 un crecimiento del PIB anual del 9,5%, pasando desde
147.000 millones de dólares en 1978 a 1,65 billones en
2004 (11 veces sobre el nivel original);
 el comercio exterior chino aumentó desde 20.600
millones de dólares en 1978 hasta 1, 15 billones de
dólares en 2004;
 la inversión extranjera directa (IED) saltó de 1.800
millones de dólares en 1978, hasta 60.630 millones de
dólares en 2004.
Los indicadores que denotan el espectacular crecimiento económico chino son por
demás conocidos y pocas dudas caben del éxito que las medidas de tipo capitalista
produjeron en el gigante asiático y las consecuencias -acaso enigmáticas- que la
emergencia a mediano plazo de una nueva superpotencia tendría en el sistema
internacional.
Pero nuestro análisis se concentra en lo que entendemos es significativo desde el
nivel político, al que consideramos dominante, “arquitectónico”.
Así, como entidad política estatal, luego de más medio siglo de República Popular,
el Partido Comunista de China ha consolidado un Estado Nacional con ejercicio
pleno de la potestad soberana en todo el territorio histórico, con la excepción de
Taiwán.
Además de su lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU, China integra las
instituciones nacidas de Bretton Woods, tales como el Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, heredera del Gatt.
La estructura institucional del poder comunista es de naturaleza dual, ya que se
superponen los niveles estatal y partidario. Dentro del PCCH existe una férrea
verticalidad encabezada por el Comité Permanente del Buró Político del Comité
Central, integrado por siete individuos que también ostentan cargos claves en el
Estado. El corazón del poder está en el Buró Político, integrado por los siete
miembros del Comité Permanente más 15 dirigentes (incluidos dos generales), más
dos suplentes, hasta completar los 24.
El Grupo de los 24 también es miembro del Comité Central que tiene alrededor de
400 miembros (entre titulares y suplentes, por partes más o menos iguales). Además
de los miembros del Comité Central, existen una decena de veteranos comunistas,
que hacen las veces de “Consejo de ancianos” informal y, por supuesto, los
oficiales del Ejército Popular de Liberación (que tiene alrededor de 3 millones de
hombres en armas), que están fuera del CC, pero tienen mando sobre tropas y
control sobre las miles de industrias militares.
8
La estructura formal del estado chino tiene un presidente y vicepresidente de la
República Popular y un Consejo de Estado constituido por un primer ministro, seis
vicepremieres, ocho consejeros de estado y unas tres docenas de ministerios, además
de varias comisiones estatales.
Además, existen las poderosas fuerzas armadas, cuya conducción ejerce la Comisión
Militar Central del CC, encabezada por el líder de turno, hoy día Jiang Zemin.
La Asamblea Popular Nacional hace las veces de poder legislativo, del que
dependen los órganos judiciales más importantes.
El nivel que sigue al gobierno central (zhong yang) en la división administrativa del
Estado, comprende a 22 provincias ( sheng), 5 regiones autónomas (zizhi, entre las
que están Mongolia interior, Xinjiang y Tibet y cuatro ciudades bajo jurisdicción
central: Beijing, Tianjin, Shangai y Chongqing). En cada una de éstas entidades
existen cinco autoridades máximas que son un gobernador o alcalde; un secretario
del PC; un comandante de la unidad local del EPL; un presidente de la APN local y
un presidente del CC del PCCH también local. Toda esta estructura está liderada por
los representantes del Partido, que tienen mayor rango en el mismo que el que
ostentan los demás funcionarios.
La ideología oficial del partido es el marxismo leninismo y el estado se define como:
“socialista de Dictadura democrática popular, dirigido por la clase obrera y
basado en la alianza obrero- campesina, en el que está prohibido todo sabotaje por
parte de cualquier organización o individuo contar el sistema socialista…ya que
…todo el poder en la RPCH pertenece al pueblo”.
La historia de la Revolución China -para los documentos oficiales del Partidoavanzó a través de dos grandes saltos: el primero, la integración del marxismo a la
realidad china, correspondiente a la etapa del “pensamiento Mao Tse Tung”; el
segundo, las grandes reformas señaladas por la “teoría Deng”, en pleno desarrollo.
En este sentido, la transición al socialismo se encuentra en marcha sólo que -a juzgar
por los mismos documentos- en una fase distinta a la que se creía en tiempos de
Mao. Pero la actual economía mixta se inscribe -insistimos- en la marcha hacia el
socialismo moderno, al cual se arribará en unos cien años.
3-
Conclusiones
Nuestra investigación se detiene aquí, precisamente, en la autoconciencia que los
dirigentes chinos de la nueva clase tienen sobre si mismos y sobre su particular
función en la historia. Como podrá observarse, sólo hemos considerado
tangencialmente los extraordinarios indicadores y problemas económicos,
demográficos, sociales, estratégicos, regionales y mundiales que implica el ascenso
de China a la condición de potencia de primer rango.
La abundancia de estudios sobre el particular nos exime -siquiera por ésta vez- de
hacer un enfoque basado en consideraciones económicas, para focalizar la cuestión
china desde el prisma de la teoría política.
El debate de los investigadores se concentra en las características que asumirá la
nueva condición china de gran potencia económica y su impacto sobre la política
mundial.
9
Como recuerdan Angus Madison (1990) y Paul Kennedy (1995), China ya ha sido
la primera potencia económica del mundo otras veces en la historia, sin que jamás
haya trascendido ni sobrepasado la influencia sobre si misma y su esfera regional
próxima. Ésta vez, sin embargo, la renovada condición global del mundo parece sin
embargo reservarle algún papel en la historia universal, allende las fronteras de su
extraordinaria geografía.
En la presente investigación, consecuentemente con la teoría que la anima, hemos
abordado la cuestión ideológico-política de China, a la que generalmente no se le
presta la suficiente atención. El “viejo y cansado occidente” -decía el gran
Raymond Aron- parece haberse olvidado de las bases filosóficas que lo hicieron
posible.
El relativismo culturalista, el historicismo radical y el positivismo avalorativo son
corrientes que alimentan el olvido de las consideraciones últimas en las que se
fundan los regímenes políticos, de los que nacen las políticas exteriores, como
enseñaron George Kennan, Carl Deustch y Henry Kissinger, entre otros.
Incluso la extraordinaria corriente de negocios en China, para el público extranjero,
parece haber llevado a aceptar sin más la idea de que China es un país capitalista,
apenas con un gobierno autoritario. Una vez más, el sector civil de la economía
mundial, guiado forzosamente por la tasa de rendimiento de sus inversiones, se
muestra como lo que es: un producto de un particular tipo de sociedad, cuyos
contornos y orígenes le son absolutamente desconocidos.
Pero no es esa la función del investigador. Por el contrario, el investigador -como
operador estratégico- tiene que sobrepasar la “recaída en la inmediatez”, como
llamaba Hegel al nivel más bajo de la conciencia, el de la certeza sensible. De este
modo, siguiendo con Hegel, recordamos que “lo verdadero es el todo”.
Los chinos no son una excepción. Para entenderlo conviene que nos detengamos,
pues, en como los comunistas chinos se entienden así mismos y no en como creen
los mercaderes occidentales que son los comunistas chinos en realidad. Esto exige
una particular humildad de nosotros, la que emana de atender a la realidad de los
protagonistas, de acuerdo a los protagonistas mismos.
En primer lugar, los dirigentes chinos se reivindican como representantes de una
identidad ideológica, el comunismo marxista, que no sólo es reacia al respeto de los
derechos humanos, sino que es estructuralmente enemiga de la libertad humana, a la
que concibe como un prejuicio peligroso a ser aniquilado. En éste sentido, no está
demás recordar que sólo la ideología marxista pudo haber inspirado las matanzas de
millones de inocentes, en lugares tan disímiles a lo largo del siglo pasado.
Los estragos del “salto adelante” y “la revolución cultural” tienen el mismo sello
que “la colectivización forzosa”, “los procesos de Moscú”, el “ir al campo” de Pol
Pot y los fusilamientos en nombre del “hombre nuevo” del Che Guevara y Fidel
Castro.
Resulta además que el capitalismo es hijo estructural de la democracia liberal. Hay
una analogía y dependencia estructural profunda entre la economía capitalista y las
categorías de la filosofía liberal. Así, la función de las pasiones que articula el
pensamiento de Locke continúan -a través de la moderna teoría económica- en la
teoría subjetiva del valor y las curvas de indiferencia, que resultan de la aplicación y
el servicio que la matemática le presta a la filosofía a través de la economía.
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En una sociedad basada en el encauzamiento institucional y político de las pasiones,
el ideal de la “Justicia” pierde su condición utópica y se integra a los sistemas de
equilibrios y contrapesos. Por eso Rousseau habla del contrapeso que en una
sociedad tal debe ejercer la compasión y este concepto -de carácter ético y externo
al mecanismo de funcionamiento- lo retoma, acaso sin plena conciencia, la
economía moderna con el concepto de intervención estatal para enfrentar las
“externalidades” y los “fallos del mercado”, los principales de los cuales hacen a la
equidad, el equilibrio ambiental y la transparencia institucional.
Suele no tomarse demasiado en serio la ideología con la que el Partido Comunista
gobierna China. Las matanzas de Tiennamen en 1989 y las -menos conocidasperpetradas contra los miembros de Falum Dafa (una especie de secta masiva e
inocente, cuya esencia consiste en la práctica de ejercicios físicos y respiratorios- a
los que se les atribuyen efectos benéficos- en las plazas públicas) nos recuerdan que
los comunistas chinos se toman muy seriamente lo que dicen.
El gobierno chino es una gigantesca dictadura marxista que recurrió al capitalismo
para salvarse del colapso total. La introducción de la competencia económica
capitalista ha liberado a millones de chinos del atraso y el subdesarrollo y
naturalmente va conformando amplias tendencias características de las sociedades
civiles liberales. Ésa es -en términos de Mao- la contradicción principal, el resorte
último cuyo desentrañamiento encierra la clave del futuro de China y del mundo.
¿Cuál es la dinámica de la coexistencia entre la dictadura política marxista y la
economía capitalista que envuelve a China?
En primer lugar, la economía de mercado -basada en las decisiones de inversión
descentralizadas de los individuos- ha alimentado una gigantesca corrupción en el
gobierno, consecuencia obligada de la disolución progresiva de la creencia en el
marxismo, así como de la obsoleta verticalidad y concentración burocrática de las
instituciones oficiales.
En segundo lugar, ha llevado al estiramiento de la brecha entre el poder central y los
poderes regionales y locales, que han ganado un espacio real que formalmente no
está reconocido, ni podría estarlo, debido no sólo a la superlativa ingeniería social
que implica la dictadura marxista, sino también al enjambre y superposición de
poderes en los niveles más bajos.
En tercer lugar, el estallido de la contradicción capitalismo-comunismo en China es
tan inevitable como difícil es su determinación temporal y la forma concreta que
asuma. En éste sentido, una atenta lectura de las variables determinantes nos enseña
tres posibilidades:
1)
La radicalización socialista de China. Ésta hipótesis es de muy baja
probabilidad de acuerdo a las conquistas capitalistas de los propios chinos y al nivel
de inserción en el sistema global. Sin embargo, podemos alimentar la imaginación
introduciendo como variable interviniente el estallido de una guerra en Taiwán, que
podría escalar hasta el paroxismo nuclear mundial. Un escenario de éste tipo
abonaría la interpretación de la actual etapa capitalista como una especie de NEP a
mayor escala y quizá desataría las fuentes más radicalizadas de la ideología
marxista.
2)
La continuidad del actual esquema de dictadura política y libertad
económica. Por las razones consideradas más arriba, nos parece que una
circunstancia así puede prolongarse, pero no de forma indefinida. Tiene una
inestabilidad intrínseca, estructural, que se manifiesta en los síntomas de corrupción
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y descentralización real del poder. La dirigencia china -conocida como la “cuarta
generación”- de seguro ha abordado, como se desprende del nuevo “Programa (ex
plan) de Desarrollo”, las cuestiones atinentes al desarrollo humano y el crecimiento
sustentable. Sin embargo, ésta apertura intelectual y política está condenada a
estancarse en los pliegues de la dictadura marxista y su aplicación es una fuerza
que coadyuva en función de la democracia capitalista.
3)
La transición a la democracia capitalista a partir de la decisión que emane de
las luchas en el propio interior del régimen chino. Ésta es la hipótesis que juzgamos
altamente probable, debido:
 al peso de los avances económicos e internacionales;
 a la crisis de creencia en el marxismo en todos los rincones de la tierra;
 a la creciente relocalización del poder;
 a las crecientes presiones de una sociedad civil y unas clases medias tan
incipientes como pujantes;
 a la probabilidad de que las próximas generaciones -la quinta o la sexta- de
dirigentes del Partido decidan, por fin, poner a China en la verdadera larga
marcha, la de la democracia capitalista y la sociedad liberal.
Los riesgos de pérdida de control por parte del Partido no son tan altos como podría
suponerse. Bien pueden, los futuros dirigentes chinos, reconvertir su discurso
socialista en algo más o menos socialdemócrata, a los efectos de justificarse ante la
historia y el mundo. Ejemplos no les faltan.
4)
A modo de coda
“En su propia auto comprensión, el Cristianismo y la razón moderna se presuponen
universales y puede que de iure efectivamente lo sean. Pero de facto tienen que
reconocer que sólo han sido aceptados en partes de la humanidad. El número de
culturas en competición es, ciertamente, mucho más limitado de lo que podría
parecer a primera vista. Y sobre todo es importante que dentro de los distintos
ámbitos culturales, tampoco hay unidad…China viene hoy determinada,
ciertamente, por una forma de cultura surgida en Occidente, por el marxismo, pero,
si no estoy mal informado, en China se plantea la cuestión de si los derechos del
hombre, no son más bien un invento típicamente occidental, al que habría que
investigarle la trastienda”. (Ratzinger, 2004)
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