Interpretación de la Ley y de los Contratos Felipe Osterling Parodi Es cierto que el Derecho se nutre y evoluciona a partir de los actos de los seres humanos y eventos que se presentan en la vida cotidiana. Sin embargo, no toma en cuenta esos actos y eventos tal como se presentan, sino que los traduce, esto es los procesa y transforma al lenguaje jurídico. Este proceso de transformación puede ser ejecutado por cualquier analista del Derecho, llámese magistrado, abogado, tratadista o estudiante del Derecho, porque al hacerlo discrimina entre los hechos que, a su criterio, son jurídicamente relevantes y aquellos que no lo son. Identificados los hechos relevantes, el analista les asigna valoraciones en función a las normas e instituciones jurídicas en juego. Es en este momento que el analista se convierte en intérprete, pues explica acciones, dichos o sucesos que pueden ser entendidos de diferentes modos. Lo que hace el intérprete en este proceso es construir sucesos jurídicos a partir de sucesos fácticos. Y es esto lo que determina, a su turno, la construcción de una realidad jurídica. Ello explica que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua asigne al vocablo “interpretar”, como una de sus acepciones, la de “concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad”. En esta línea de pensamiento, filósofos como Nietzsche han afirmado que “no hay hechos sino solo interpretaciones”, y pensadores y escritores como Lawrence Durrell se han preguntado “¿Qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas?”. A partir de esta óptica podemos afirmar que la única realidad válida para los hombres de leyes, desde su posición de analistas del Derecho, es la realidad jurídica, y que ésta solo puede obtenerse luego de confrontar los hechos, o sea la realidad fáctica, con las normas jurídicas o previsiones contractuales que les resulten aplicables. Esto significa que para el Derecho la realidad fáctica no es suficiente, sino que es preciso conocerla, entenderla y asimilarla a través del tamiz de la legalidad. Y la legalidad determina que la interpretación de las leyes y de los contratos juegue un papel preponderante. Concretamente en el caso de la interpretación de los contratos, cuyo objetivo es la búsqueda de la común intención de las partes, ello solo podrá ser desentrañada a través de una precisa aplicación de los principios y reglas de hermenéutica jurídica. Con esta finalidad nuestro sistema incorpora numerosas herramientas, tales como presunciones, plazos, criterios interpretativos, etc., que ayudan al operador jurídico. El Tratado de la Interpretación del Contrato en América Latina que esta tarde se presenta, constituye un valiosísimo instrumento que nos ayuda en el esfuerzo de construir la realidad jurídica a través de la interpretación. Por ello en la parte introductoria de la obra se señala que “este Tratado ha sido concebido con el propósito de contribuir con el arte de interpretar los contratos que realizan diariamente los contratantes, los abogados, los notarios, los registradores, los magistrados, los árbitros y en general todos los profesionales del Derecho”. Adicionalmente, la obra nos ofrece una visión de las principales instituciones jurídicas desde distintos puntos de vista y diferentes latitudes. Así, concurren con brillantes trabajos destacados magistrados de los tribunales de justicia de Latinoamérica, distinguidos árbitros, abogados y profesores universitarios avocados a la docencia y a la investigación. Para presentar esta obra tuve la oportunidad de revisar algunas fuentes que me ayudaran a retratar la relevancia de la interpretación jurídica en los conflictos. En “Thinking like a lawyer”1 (Pensando como un abogado), un libro de Kenneth Vandevelde, un estudioso de la enseñanza del Derecho afincado en prestigiosas cátedras de universidades norteamericanas, se sostiene que toda controversia legal implica un conflicto entre dos criterios políticos opuestos, lo cual pone de manifiesto que el reconocimiento de uno de estos criterios implica el desconocimiento del otro. 1 VANDEVELDE, J. Kenneth; Thinking like a Lawyer, An introduction to Legal Reasoning; Serie New Perspectives of Law, culture and society; Westview Press; 1966. 2 Esto significa, como frecuentemente sucede con los problemas jurídicos, que su solución sea una “sumatoria cero”, es decir que al final alguien gane a costa de la derrota que sufre el oponente. En este orden de ideas, Vandevelde expresa que dichos conflictos –por ejemplo, seguridad personal frente a libertad de tránsito, o libertad de empresa frente a políticas de desarrollo económico- están en la conformación del sistema jurídico, y que eso significa que, por definición, todo sistema legal encierra una contradicción consistente en la convivencia de principios opuestos, aunque igualmente valiosos. Y dicha oposición es permanente, es decir que nunca se resuelve. A partir de la existencia de tal contradicción, el trabajo del analista del Derecho consiste en “resumir” un sistema en el cual algunas reglas apuntan a una política (por ejemplo, libertad de expresión) y otras exactamente a lo contrario (por ejemplo, el derecho a la privacidad). Por eso un analista del Derecho capaz de identificar las políticas y principios involucrados en una controversia y de combinarlos correctamente, podrá construir con relativa facilidad los argumentos de una y otra parte. Expresa Vandevelde, en fin, que existen tres dilemas esenciales e irresolubles: i) individuo-sociedad, que se centra en las reglas de la convivencia humana; ii) jusnaturalismo-positivismo, que se centra en la problemática de la definición del Derecho; y iii) formalismo-instrumentalismo, que se centra en la adjudicación de derechos. Aquí conviene citar un caso considerado emblemático por la participación de la Corte de Casación francesa al interpretar el Código Napoleón. Me refiero a la compra-venta de bien ajeno (Ventre de la chose d’ autrui). Inicialmente el legislador decidió preservar la seguridad jurídica al establecer que la venta de bien ajeno era nula. Sin embargo, la Corte de Casación francesa advirtió, desde muy temprano, que existían excepciones que permitían vender un bien ajeno sin incurrir en nulidad, no obstante que dichas excepciones no estaban previstas por la ley. En este caso la Corte de Casación, mediante un proceso interpretativo de numerosas décadas, 3 estableció que la venta de bien ajeno podía presentar escenarios distintos al previsto por el legislador francés, y que, en dichos escenarios, la seguridad jurídica tutelada por la norma debía ceder paso al fomento del tráfico comercial. Y me estoy refiriendo concretamente a la interpretación que efectúa la Corte de Casación del Código francés, debido a que en sus más de doscientos años de vigencia, y no obstante las modificaciones que se le han introducido, la interpretación de sus preceptos ha ido evolucionando, y, como lo mencionaba el profesor francés Christian Larroumet en una conversación que tuve con él en días pasados, para interpretar el Código francés se precisa no solo del texto del propio Código sino del estudio de la jurisprudencia de la Corte de Casación. Es evidente, por cierto, que existen conflictos cuya solución es más sencilla que otros. Así, por ejemplo, podrían presentarse problemas que se solucionan con la sola aplicación de la ley o a partir de una simple lectura de las cláusulas del contrato. Sin embargo, es poco frecuente que los conflictos sobre interpretación de normas se presenten químicamente puros, ya que la complejidad de las relaciones humanas determina que para la solución de un conflicto interpretativo se requiera del análisis profundo de las normas y los principios que las inspiran, así como del sentido en que los tribunales han resuelto controversias similares, pues ello genera cierta predictibilidad sobre cuál sería la resolución de un juez en caso de que el conflicto se judicializara. En esta parte de mi intervención debo exponer sobre las principales herramientas interpretativas, diferenciando entre los principios de interpretación y los métodos de interpretación. Los principios esenciales de interpretación que interesan en el presente caso son: (i) el principio de búsqueda de la voluntad de las partes, según el cual, “la voluntad debe orientarse, en primer lugar, a indagar y encontrar la verdadera voluntad de 4 los contratantes… la voluntad real es la voluntad común de ambas partes y no la voluntad individual de cada una de ellas2”; Los principios de búsqueda de la voluntad real y buena fe han sido establecidos en los artículos 168 y 1362 del Código Civil, que prescriben que “el acto jurídico debe ser interpretado de acuerdo con lo que se haya expresado en él y según el principio de la buena fe” y que “los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según las reglas de la buena fe y común intención de las partes”. (ii) el principio de buena fe, que impone… “la aplicación de las ideas de confianza y de autorresponsabilidad en la interpretación. Si una de las partes con su expresión o su declaración suscitó en la otra una confianza en el sentido objetivamente atribuible a dicha declaración, esta parte no puede impugnar este sentido y pretender que el contrato tiene otro diverso3”. Nuestro común amigo e ilustre jurista Manuel de la Puente, comentando las reglas de la buena fe que deben presidir la ejecución de los contratos, expresa que el “deber de ejecutar de buena fe tiene como contenido esencial el que se actúe lealmente a fin de que las prestaciones a cargo de una parte se cumplan de la manera que resulte más beneficiosas para la contraparte, aunque, desde luego, ello no imponga a la parte sacrificios desmedidos. Se crea así entre deudor y acreedor un deber de colaboración mutua para alcanzar la finalidad buscada de la manera que convenga mejor a los recíprocos intereses de ambos, sin desnaturalizar, desde luego, lo estipulado en el contrato”4. Deriva del principio de buena fe la regla de la “interpretatio contra stipulatorem”, según la cual “la interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no deben favorecer a la parte que ha ocasionado la oscuridad5”. Esta regla es de aplicación, en particular, a los contratos por adhesión y siempre que la 2 3 4 5 DIEZ PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial; Segunda Edición; Editorial Tecnos, 1983; Volumen Primero; p. 262. Ibidem; p.264. DE LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel. El Contrato en General, Biblioteca para leer el Código Civil, Volumen XI, Primera Parte-Tomo II, Págs. 85 y 86, Fondo Editorial 1991. Ibidem; p.264. 5 elaboración de la cláusula haya sido obra de una sola parte (v. gr. oferta aceptada, redacción del documento, inserción de la cláusula, etc.6). La regla de la “interpretatio contra stipulatorem” ha sido prevista, a su vez, por el artículo 1401 del Código Civil, conforme al cual “las estipulaciones insertas en las cláusulas generales de contratación o en formularios redactados por una de las partes, se interpretan, en caso de duda, a favor de la otra”. De conformidad con la regla contra stipulatorem, quien redacta un contrato tiene una ventaja frente a quien lo suscribe con ausencia de negociación. Es por ello que nuestro ordenamiento considera que el estipulante debe ser claro en la redacción del contrato y, consecuentemente, cualquier duda o ambigüedad se interpreta en su contra. Cabe señalar que la regla de interpretación contra stipulatorem es aplicable como una derivación del principio de buena fe. En efecto, el fundamento de los contratos de adhesión se encuentra no únicamente en el deber genérico de los contratantes de hablar claro (clare loqui), sino también en la regla del favor debitoris que implica la protección a la parte más débil de la relación7. (iii) el principio de conservación del contrato, según el cual “la interpretación debe dirigirse a que el contrato o cláusula discutida sea eficaz. Entre una significación que conduce a privar al contrato… de efectos y otra que le permite producirlos, debe optarse por esta última8”. Esto en lo que se refiere, esquemáticamente, a tres principios esenciales de interpretación. 6 7 8 Ibidem; p.264. DIEZ-PICAZO, Luis. Fundamentos de derecho civil patrimonial, Tomo I. Madrid: Tecnos, 1979. Pág. 252. En sentido idéntico se pronuncia: REZZÓNICO, Juan Carlos. Contratos con Cláusulas Predispuestas. Buenos Aires: Astrea, 1987. Pág. 605. Este criterio puede ser complementado con el enfoque ético que la mejor doctrina brinda al tema. Según este punto de vista, “no se trata simplemente de sancionar al predisponente, sino de beneficiar, a su vez, al deudor” (principio favor debitoris). Ibidem; p.262. 6 De otro lado, los métodos de interpretación, también a mi juicio esenciales, que interesan, son: (i) la interpretación gramatical, que señala que “se está al sentido literal cuando los términos sean claros y no dejen duda sobre la intención (de las partes)9”. Es principio general de la hermenéutica jurídica que la interpretación literal o gramatical es el primer método a emplearse en el afán de desentrañar la común intención de las partes. Y (ii) el comportamiento interpretativo o “interpretación autentica del contrato”, entendido como “el conjunto de actos realizados por las partes en la ejecución de un negocio, cuyo valor indudable como medio hermenéutico radica en el principio de coherencia y en la fase de ejecución…”, siendo importante destacar “no solamente que los actos celebrados sean relevantes en relación con la voluntad negocial que de ellos ha de deducirse y con el sentido negocial que de ellos se trata de obtener, sino además que sean actos comunes a ambas partes, o bien que si los actos ejecutados por una sola de las partes lo hayan sido con la aceptación, el consenso o la aquiescencia de la otra”. Dentro del comportamiento interpretativo, merece hacerse hincapié en la doctrina de los actos propios. La definición más acabada de esta doctrina nos viene de Enneccerus10, quien señala que “a nadie es lícito hacer valer un derecho en contradicción con su anterior conducta, cuando esta conducta, interpretada objetivamente según la ley, las buenas costumbres o la buena fe, justifica la conclusión de que no se hará valer el derecho, o cuando el ejercicio posterior choque contra la ley, las buenas costumbres o la buena fe”. En efecto, “el hecho de que una persona trate, en una determinada situación jurídica, de obtener la victoria en un litigio, 9 10 Ibidem; p.264. ENNECCERUS, Ludwig. Tratado de Derecho Civil. Tomo I. Volumen 2. Barcelona: Bosch, Casa Editorial, 1950. Pág. 495. 7 poniéndose en contradicción con su conducta anterior, constituye un proceder injusto y falto de lealtad”11. Díez-Picazo12 señala que “la regla según la cual nadie puede ir contra sus propios actos tiene valor normativo”, agregando que “el hecho de que una persona trate, en un determinada situación jurídica, de obtener la victoria en un litigio, poniéndose en contradicción con su conducta anterior, constituye un proceder injusto y falto de lealtad, y que, en un caso semejante, la pretensión así defendida no debe prosperar, ni ser acogida, sino que la falta de lealtad con que ha sido formulada debe ser sancionada con la desestimación”13. En opinión del autor citado, la doctrina de los actos propios “es fácilmente viable como derivación necesaria de un principio general universalmente reconocido: el principio que impone un deber de proceder lealmente en las relaciones de derecho (buena fe)”14. En el caso peruano, este principio ha sido recogido por el artículo 1362° del Código Civil, el cual establece que “los contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse de acuerdo a las reglas de la buena fe y la común intención de las partes”. Todos estos principios han sido desarrollados de manera prolija en el Tratado que se presenta, teniendo en cuenta el sentido en que vienen siendo aplicados en diferentes países de América Latina. Concluyo esta exposición expresando dos conceptos adicionales. En primer término, mi experiencia de más de cincuenta años en el ejercicio profesional me ha enseñado que la interpretación de la ley y del contrato a menudo 11 12 13 14 DIEZ-PICAZO, Luis. La Doctrina de los Propios Actos. Un estudio crítico sobre la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Barcelona: Bosch, Casa Editorial-Urgel, 1963. Pág. 143. DIEZ-PICAZO, Luis. La Doctrina de los Propios Actos. Un estudio crítico sobre la jurisprudencia del Tribunal Supremo ... Pág. 128. En idéntico sentido se pronuncia PUIG BRUTAU, José. La Doctrina de los Actos Propios. Barcelona: Editorial Arial, 1951. Págs. 140 y sgs. DIEZ-PICAZO, Luis. La Doctrina de los Propios Actos ... Pág. 133. Ibidem. 8 no es ni blanca ni negra. La verdad, por lo menos mi verdad, suele hallarse en las numerosas escalas del gris que fluctúan entre el blanco y el negro. Y luego, deseo transmitirle mis más cálidas y afectuosas felicitaciones a Carlos Soto Coaguila, por el excelente trabajo que ha realizado. Carlos Soto es un estudioso del Derecho por antonomasia y la convocatoria que ha efectuado, para reunir en su excelente Tratado a notables juristas de Latinoamérica, no puedo sino calificarla de óptima. Mi reconocimiento pues al joven jurista y maestro por sus constantes esfuerzos para divulgar las ciencias jurídicas en nuestra patria, reconocimiento que hago extensivo a Editora Jurídica Grijley E. I. R.L. por la magnífica edición de esta obra. Lima, noviembre de 2007. Art. Interpretación de la Ley.nov 07 9